ENTORNO VALDIZARBE 133 - febrero 2020

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22 MENDIGORRIA ACTUALIDAD

CARNAVAL EN MENDIGORRIA:

Rememorando la historia de Miguel Ibañes en 1631 Hondalan recupera del archivo un hecho acaecido en el carnaval de 1631 para rememorar una historia local de hace casi 400 años ASOCIACIÓN CULTURAL HONDALAN KULTUR ELKARTEA. MENDIGORRIA

Esto ocurrió en Mendigorria, en 1631, el último día de Antruejo, también llamado de “Carnestolendas”, que es lo mismo que Carnaval. Lo que solía hacerse, no era cuestión de apetencia; era lo mandado por este día de regocijo. Al día siguiente era miércoles de ceniza y empezaba la eterna cuaresma. Bastante dura era la vida ya de por sí como para encima soportar lo que se avecinaba. Era de día y habían quedado un grupo muy numeroso de mujeres, casadas casi todas, en casa de Don Juan Martínez que parece la misma que la de Martín Arizala, para disfrazarse. Miguel también acudió allí, animado por ellas y por otra gente de la Villa, y se disfrazó. Se volvió del revés los calzones (por entonces, similares a los pololos), se remangó la camisa, se enfundó un coletillo -corpiño sin mangas como el que usan las serranas en Castilla- propiedad de Juan Martínez. Se cubrió la cara con un mascarón de paño para que nadie le reconociera, objetivo principal de un disfraz. Se manchó las dos manos con tinta (curioso gesto pendiente de estudio, cuyo significado podría ir desde la inocente intención de jugar manchando al tocar a alguien hasta, por decir algo, recordar las artes adivinatorias que usaban los moriscos) y cogió un largo rabo de buey para, jugando con él, divertirse, quizá dando vejigazos, o hacer reír a la gente. Estos detalles bosquejan pistas sobre cómo se podía expresar en general la gente, durante esta celebración. Miguel, por un día, era uno más entre todos. Alegres por aquella travesura, salieron de aquella casa y se les fueron uniendo más personas. Fueron de casa en casa, hasta un total de tres y de las más principales y eminentes, riendo, danzando y haciendo las cosas típicas que, probablemente, provoca la amistad aderezada con buenos caldos. El día de carnaval prácticamente todo estaba permitido. Miguel, ajeno a todo lo que se le avecinaba, disfrutaba como uno más y seguramente era el protagonista de aquel grupo eminentemente femenino. Con aquel rabo de buey, él sería el gallito del gallinero y bromearía haciendo gestos, para que nadie le conociera. Fue acusado de darse besos con una mujer, cosa que rotundamente des-

Con la incorporación de este personaje se pretende en primer lugar dar a conocer la existencia de esta celebración desde 1631 (es la noticia más antigua, de hecho es la única, que de momento tenemos en Mendigorria) y que en aquellos tiempos se jugaba a lanzar naranjas, como quien juega con bolas de nieve, y en segundo lugar mostrar que la alegría y las ganas de celebrar dichos festejos mezclándose con las gentes del pueblo alcanzaba incluso a los sacerdotes, como seres humanos que son, y por último que aquel párroco nuestro, Miguel Ibañes, era querido porque fue invitado a disfrazarse y defendido. Así que solo con actitud festiva salimos con nuestra verga celebrando ser del pueblo más diverso, alegre y entrañable del mundo y tener noticias de la alegría de nuestros antepasados en un día tan loco como lo era el Carnaval.

O O O «Varios hombres, quizá los que le acompañaban y compartían su alegría, le empujaron y le golpearon y sacudieron un buen batán de naranjazos» pués fue desmentida por todos los testigos. Varios hombres, le empujaron, le golpearon y sacudieron un buen batán de naranjazos. Los testimonios posteriores apuntan a que nada fue producido por la violencia si no, animado por el regocijo. Los Árabes trajeron las naranjas desde Asia hacia el siglo X y no se comenzó el cultivo de las dulces hasta el XV y XVI gracias al portugués Vasco de Gama. Por aquel entonces no se comían crudas. En Carnaval eran habituales, por toda España -no solo en Levante- los enfrentamientos, más o menos violentos, entre barrios de vecinos o cofradías, y en muchas localidades se llevaban a cabo mediante batallas de naranjas. Por ejemplo en Madrid en 1636 se dictó un auto de carnaval en el que se prohíbe lanzar naranjas entre otras muchas cosas, que la gente tiraba al grito de “Juan Viene.” (Ver Alternancias de carnaval y cuaresma en el Buscón de Quevedo” de Julio Vélez- Sainz). De alguna forma alguien tuvo que comprarlas porque en Mendigorria, con las

heladas del invierno, se perdían. Quizá las intentaban producir aquí y no resultaba. Semanas más tarde, probablemente, las usarían para adornar nuestro “paso de las naranjas”, el paso de Semana Santa en que Jesucristo ora en el huerto. Casi todo el pueblo sabía quién era el del rabo de buey, por lo que todo pudo estar premeditado. Quizá después de este suceso llegaron los rumores -o estando en esta situación lo reconoció- algún formal compañero de oficio desde el atrio de la iglesia, o alguna persona inquisidora que observaba desde su ventana, que no pudo dar crédito. Era intolerable. El del rabo de buey era ¡¡¡el cura!!! Haciendo lista puntillosa de pecados concluyó que era intolerable que el presbítero anduviera por ahí con esas pintas, disfrazado de Bizkaina, haciendo gestos lascivos con el rabo de buey, rodeado de mujeres -casadas y solteras, dándose besos y provocando a sus parejas, mostrando los antebrazos sin pudor alguno. Lo peor no era eso. Había ocasionado que otros cometieran el peor de todos aquellos pecados: los hombres habían pegado a un ministro de Dios, mancillando la sacra identidad que aquel inconsciente desvergonzado representaba. Había sido un auténtico irresponsable, un ocasionador y solo él había tenido la culpa de todo. Así se interpuso una queja ante el doctor don Miguel de Lebrija, canónigo en la santa Iglesia catedral de Pamplona, acusándole de todo esto y, ya de paso para mayor convicción, de que por las noches solía pasear portando espada y armas dobladas intimidando al vecindario. En el juicio testificaron numerosas personas de todo tipo y edad. De sus declaraciones, se desprende que efectivamente


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