
14 minute read
Thomas Lowy «El Estado debería acercarle a la gente formas de decodificar las distintas formas expresivas
Thomas Lowy
Advertisement
Thomas Lowy fue de los primeros jerarcas públicos en el ámbito cultural uruguayo. Invitado por el intendente Aquiles Lanza, fue el primer director de Cultura de la Intendencia de Montevideo y más tarde director de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura. Estudió en Bellas Artes, expuso esculturas y pinturas en el Museo Blanes. Estuvo trabajando en la elaboración de la ley de cultura que aún no ha sido votada y luego se desvinculó.
¿Qué aspectos de la cultura debe promocionar/custodiar el Estado?
En la discusión del foco es donde el tema se pone interesante. Es bueno que el Estado no lo defina nunca, sino que genere espacio para que esta discusión se dé y quienes generan la cultura elijan lo que consideran adecuado. Hay un único aspecto en el que me pongo capcioso, ahora que están en crisis las ideologías y las definiciones, post-Bolsonaro, y que todo se cayó. Algunos pueden estar suponiendo que estamos demasiado apurados por llegar a cosas sin que la sociedad haya incorporado todavía esos progresos y que esa puede ser la razón de esa contrarreacción. Algo así como «me están obligando a ser libre», «me están obligando a asumir roles para los cuales no estoy preparado». Para estereotiparlo: si los negros, las mujeres y los homosexuales votan a Bolsonaro, no basta con decir «qué tontos o equivocados que están». Habría que preguntárselo de otro modo: ¿en qué ven el peligro, el miedo a la libertad? Al hacerme responsable de mi vida, dejar de ser una persona subalterna a los deseos espurios de otros, debo tomar mi vida y ser protagonista.
Mucha gente negra siente, más allá de las instancias de libertad, que la vida como la tienen ordenada está bien. «El blanco es mejor que yo; es el que manda y yo obedezco». Entiende que la vida es así, la familia es así, que el bien está de un lado. ¿Por qué ganan los pentecostales? Porque le dicen a la gente: «Esto está bien, esto está mal». Le dan a la gente seguridad, un pasamano para las grandes preguntas de la vida.
Yo me pongo capcioso. Hay mucha gente a favor del desarrollo de la cultura. Estamos de acuerdo en que debería haber una ley de cultura que proteja una cantidad de procesos; sería ideal que hubiera un Ministerio de Cultura. Pero muchos tienen una idea prefijada de lo que es bueno para ti, aunque no lo admitan como tal. Están seguros de que para ti es bueno este tipo de cultura, esta manera de encarar la cultura, y que eso es generador de un camino virtuoso. Yo estoy en las antípodas de eso. Creo que si hay un rol para un Ministerio de Cultura es generar espacios para que las cosas sucedan, para que los artistas se encuentren entre sí, con el público, el público consigo mismo, los críticos. Generar las circunstancias para que suceda sin ponerle un norte. Es una cosa primera a definir. Pasamos por una etapa muy rica en que la cultura sirvió desde el punto de vista antropológico y para ampliar el Ministerio de Cultura se incorporó todo. Se fue tan generoso con ese concepto que uno podría decir: «Si la cultura es todo, no es nada». No hay duda de que los buenos modales son parte de la cultura, pero la cultura está vinculada a una expresión más sofisticada de ponernos en contacto con nuestros misterios inconscientes, metáforas. Es una forma más rica, que no tiene una manera de decir «empieza acá y termina ahí».
¿Podrías darnos un ejemplo?
La presentación de Roger Waters, con todas las últimas posibilidades expresivas. Más allá de su discurso, que fue tan discutido, lo que me pareció más ofensivo del espectáculo fue su estética bastarda, simple, literal, con colores saturados... Dentro de lo que uno entiende como arte, esto fue muy panfletario. Si hubiera presentado lo que quería decir dentro de una estética más refinada, más sugerente, hubiera sido un discurso más denso, menos epidérmico. Digo esto a favor de que las expresiones artísticas tienen que tener una plástica o un sonido, tomen después la forma que tomen. De repente un documental cumple con el aspecto del informar, pero informa con su subjetividad y se aprovecha de tiempos, música, plástica para hacerlo más expresivo y trasciende el puro hecho de informar o dar cuenta de un suceso.
Lo interesante de esto es que no hay compartimentos estancos. Parte de la carátula de la discusión que tengo con la gente de la cultura es el tema de la cumbia villera, si es arte o no, si es cultura o no. Más allá de que me guste la cumbia villera, si me preguntan si eso es arte o un arte a proteger por el Estado, digo que no, porque el Estado debería acercarle a la gente formas de decodificar las distintas formas expresivas, a aprender a leer los códigos, aprender a mirar, a juzgar una película, enseñarle cómo pararse frente al suceso. Hay formas expresivas que no son tan directas.
¿El tango estaría en la misma línea que la cumbia villera?
Hay tangos que sí y tangos que no. Dejó de ser una cosa del dos por cuatro para irse sofisticando. Hoy día un tango que dice «le cargó 34 puñaladas» uno lo percibe como una barbaridad. Es un machismo exacerbado, está justificando el asesinato. Sin embargo, al final uno piensa: «Esto es arte». Porque es tan exagerado en su forma de expresión que se pasa para el otro lado y, pese a lo que dice literalmente, está sugiriendo una barbaridad por oposición. Las formas de expresarse… Allá por los años sesenta Frank Zappa se sacó una foto en el water closet, una cosa impensable diez minutos antes. O pensá en el urinario de Duchamp. Dónde empieza y dónde termina el arte es difícil de definir. Pero es bueno que uno le acerque esas cosas a la gente para que vaya aprendiendo a leer y a escuchar, porque normalmente tiene que ver con lo que al ser humano le inquieta, sea del Borro o de donde sea. ¿Por qué estoy acá? ¿Para qué estoy acá? ¿Cómo lleno mi vida? ¿De dónde vengo, adónde voy? ¿Me quieren, no me quieren? Es amigarse con sus propias preguntas internas. Y a medida que una persona aprende a ser más tolerante consigo misma, es capaz de serlo con el prójimo. Le construye una vida más armónica y la puede compartir con el prójimo y llegar a acuerdos de convivencia que nunca son fáciles. Aprender a ponerse en el lugar del otro, tomar eso en serio, divertirse, reírse. No hay un camino lineal en esto. En definitiva, las políticas culturales debieran ocuparse de las artes y difundirlas, ayudar a la gente a que las lea.
Una primera cosa cuando uno invita a la gente a acercarse al hecho artístico es diferenciar llevarle espectáculos de llevarle cultura. Normalmente lo que se hace es llevarle espectáculos, y la única manera de evaluarlo es ver cuánta gente fue. Alguna gente más sofisticada evalúa si la gente volvió, cuántas veces… Es un dato. En una época en que estaba en la Intendencia armamos un circuito cultural y a los dos días
uno aprende: hacer que la gente vaya a escuchar a Brahms es facilísimo; ahora, que vuelva es muy difícil. Se aburre, no entiende ese lenguaje. De repente vuelve con otro artista. Y no vuelve porque no está formada, así haya 72 músicos, todos de frac. Tenía mucho más éxito la Banda Municipal que tocaba temas populares con arreglos más sofisticados. Sucede que arrancarnos de nuestra zona de confort es doloroso, complejo. Todos somos más o menos perezosos y dejamos para mañana: «No me la compliques». Cultura es complicarle la vida a la gente. El asunto es que disfrute de esa complicación.
¿Cómo se vincula entonces la cultura con la educación?
Hasta ayer, en lo que a mí respecta, hacía hincapié en que educación y cultura eran cosas diferentes. Para estereotiparlo: educación era un aprendizaje sistemático de lo acumulado por la sociedad junto con el rito de compartirlo con prójimos. Antes era aprender a sumar y multiplicar, ver por dónde pasa el Tajo. Nos aburríamos bastante, a no ser que tuviéramos un docente que nos delegara la curiosidad. La educación nos armaba para ser ciudadanos y tener un instrumental para dar la pelea por la vida. También, simplificando, podemos decir hoy que toda esa información está en Internet. Lo que más necesitamos es hacernos preguntas, aprender a ser creativos, a poner en duda las certezas. Una cosa mucho más parecida a lo que uno le demanda a la cultura.
Antes yo decía que cultura y educación son dos cosas distintas porque cultura era poner en cuestión lo establecido, discutir los acuerdos y proyectarlos. Uno le pedía a la cultura de vanguardia que fuera contestataria, irreverente, algo que obviamente al Estado le molesta porque no puede estar constantemente cambiando las reglas de juego. Hoy la cultura se empieza a superponer con la educación. Estamos buscando preparar a la gente para la incerteza. Volvemos a lo de Bolsonaro: que la gente empiece a asumir su libertad. Que entienda que su vida está en sus manos y que lo que hasta ayer parecía un horror, como los trabajos alienantes, ahora parece que todos queremos preservarlo. ¿Qué vida linda puede tener una cajera de supermercado? ¿O ser cañero? Aparte de arruinarte el lomo, es un día calcado al otro. En teoría tenemos la gran oportunidad de tener trabajos que nos estimulen, nos representen, y que les dediquemos menos tiempo para tener otros intereses. Pero quedan en el medio millones de tipos que no saben hacer otra cosa que repetir una acción. Forma parte de este lío. Hay gente que dice: «¿De qué voy a comer mañana?». Si el médico de anteayer era un crack, los
robots van a diagnosticar mejor. Ese hombre tendrá que aprender otra cosa. No hay duda que ese es un temón. ¿Cuál es la preparación que hay que tener, qué otros estímulos van a tener para no quedarse todo el día mirando la televisión? El problema es que la televisión ocupa el lugar del no conflicto: «Soy un ser pasivo y no me tengo que cuestionar cosas». Hay cosas sencillas de observar que son cambios importantes. El famoso boliche en el que uno se juntaba con dos, tres amigos y charlaba y discutía de cosas, más allá de lo rico que era el encuentro humano y el intercambio de ideas, era una buena escuela de resolución de conflictos internos. Hay momentos en que dos se llevan bien y el otro se queda afuera; hay una interacción donde yo aprendo a resolver el quedar afuera y el volver a integrarme. Esos procesos tienen su dolor y su complejidad, pero, si te ponen un televisor ahí para mirar un partido, se resuelve el lío. Los tres miramos el partido y opinamos si fue penal o no. Es un ejercicio cotidiano en que la publicidad me resuelve el problema de qué es lo correcto o incorrecto. Si me pongo Nike estoy en la onda, voy a ser aceptado. La publicidad indaga cada vez más en las intimidades del conflicto y trata de resolverlo. No vas a cortar la publicidad; tenés que aumentar tu musculatura para resolver y tomar tus propias decisiones frente a ese estímulo masificador. Ahí entramos en el tema del tiempo libre. Va a haber más tiempo, hay una nueva industria más sofisticada del uso del tiempo libre. Y ahí empezamos a ver qué es cultura y qué no es cultura.
La evaluación de las políticas culturales es un gran desafío. ¿Cómo lo ves?
Hasta ahora no se ha encontrado una forma de evaluar. Si las formas de evaluar la educación, que tendrían soportes más lógicos y experimentados, están en cuestión… Algo tan universal como las pruebas pisa es cuestionado. Algunos las cuestionan por motivos políticos, otros por la parte técnica. Daniela Bouret se ha preocupado por evaluar de todas las maneras posibles qué efectos tiene la acción del Teatro Solís sobre los distintos niveles de público, primero con los números duros de asistencia, los niños de las escuelas que visitan, y también con encuestas a los niños sobre su parecer, preguntas que se han ido sofisticando, preguntas indirectas. En general esas encuestas tienen tres funciones: perfeccionar la forma, justificar los gastos y que el propio hacedor cultural tome en cuenta ciertos inputs para perfeccionar su lenguaje. Siempre me pregunto si importa que el tipo haya ido al Teatro Solís o que su
docente o parte de su entorno haya ido. Es un efecto multiplicador que toma caminos extraños.
Hubo una gran discusión cuando Mario Sagradini estuvo dirigiendo el Museo Nacional de Artes Visuales. Antes había estado Jacqueline Lacasa, que adoptó una forma muy abierta, con nuevas formas expresivas, buscando nuevos públicos. Algunos jorobaban y decían que parecía un comité de base, pero mucha gente estuvo muy contenta porque más gente y más tipos de arte pasaban por la puerta del museo. Mario Sagradini jugó exactamente a lo contrario: «Acá está lo más granado de la cultura, me importa un pepino si viene doña María. Acá es el lugar donde los estudiantes y la gente entendida vienen a ver lo excelso. Para hacer otras cosas hay otros espacios físicos, otros museos, pero este tiene que ser el punto de partida de lo más severo». Enrique Aguerre, ahora, me parece que está en el medio. Son tres posturas que vale la pena que sean tomadas en cuenta. Yo siempre jorobo con que si hay buena murga hay buena ópera, y al revés. Estoy seguro de que, si hay buena murga, la ópera mejora.
¿Qué tipo de rubros deberían subsidiarse o impulsarse? Hay quienes entiendenque apoyar el cine está mal porque son pocas personas las que trabajan en esa industria; que podrían apoyarse otros ámbitos, como el de la murga.
Primero, no es cierto que el cine sean tres tipos; es un vagón de gente. Es una disciplina compleja, cara, con muchos vericuetos. Y la murga puede ser sostenida de forma mucho más fácil; es un hecho masivo. Es una tarea que no es un oficio, aunque lo es hoy para muchos. También diría que, si el Estado se mete con la murga, esta pierde su esencia, porque es la que lo ridiculiza, lo molesta. Hoy vemos murgas que son muy complacientes con el Estado, las llevan al antel Arena o viene Pirulo de no sé dónde y las contratan. No me parece ni mal ni bien, es un tema de proporciones. Para apoyar: la ópera, que es tan elitista y es un género carísimo. Hubo un momento en que estuvieron Pavarotti, Carreras, Domingo y se hizo más popular, más gente se acercó. El Estado podría decir: «Te daba 100; ahora te doy 80 y le doy 20 a la poesía, que anda renga por el mundo». Creo que el Estado debe estar constantemente viendo qué emerge, qué pierde, qué necesita ser estimulado. Por más que yo asevere que hay que tener cuidado y que tiene que estar lo menos presente posible, de hecho está y tiene que jugar. Y tiene que explicar por qué lo hace.
¿Y eso se hace?
Poco. Y aceptar la discusión. Acá tenemos una discusión muy complaciente. Somos tres. Es un problema que tenemos acá, y no solo en cultura. Si alguien es uno de los ocho tipos capaces de ser directores del Museo de Artes Visuales, que hasta ayer vivieron como pudieron, siendo profesores o sacando una publicación, y un día pasa a ser director del Museo, gana bien y se acostumbra a salir a cenar, a viajar, a comprarse libros, el tipo pierde el laburo y ¿adónde se va?, ¿a ser director de un museo en Cerro Largo? Entonces esa persona, con toda su rebeldía y su buena intención, trata de llevarse bien con todo el mundo para quedarse con su lugar. Es natural, porque ¿adónde va después de eso? No hay capacidad para ser emprendedor.
La discusión en el Uruguay fue siempre muy buena, hubo tiempos de muy buena crítica. Hoy, por múltiples razones, la gente lee menos crítica y toma menos posición. Si algo no gustó mucho, no se critica. Y si alguien lo hace normalmente es porque le sirve afiliarse a otro grupo de gente. Es difícil en un marco tan pequeño crear lío. En una época Alicia Migdal criticaba. Si uno critica cine no pasa nada, pero si critica teatro está dañando al prójimo… ¿Qué ayuda en esto? La globalización, cuando el mercado pasa a ser más allá del Uruguay.
Diciembre de 2018.