BOCA DE SAPO 30
Era digital, año XXI, Mayo 2020.
ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO
Fronteras /
Arriaga - Bartalini - Campos - Feld Rojas - Mateo - Svampa -Virasoro -Viaña
Adelanto: Las fronteras del neoextractivismo en América Latina Fotografias de Josefina Oliver / Portfolio: Carteleria Política Chilena
Sobre BOCA DE SAPO 30: FRONTERAS La fotografía de tapa y las que corren en la actualización web de Boca de Sapo: FRONTERAS pertenecen a la serie “Sin un antes ni un después” de Fernanda Rivera Luque. Nacida en Buenos Aires, reside en Ushuaia (Tierra del Fuego) desde hace varios años, allí dicta un taller de Fotografía Experimental y coordina el Festival de la Luz Regional. Rivera Luque considera que “el hecho de ser fotógrafa es netamente proporcional al acto de ser paciente en una sala psicoanalítica”, que el “espíritu sana cuando compone y las ideas se aclaran gracias al foco que encuentra el visor”. Juan José Mateo analiza esta serie de postales como una contundente reacción al principio de “casta” (utilizado para clasificar a una sociedad que sostiene el privilegio del “origen”) y a las diferencias sistémicas que plantea el mercado planetario para distinguir a los sujetos entre poseedores y desposeídos de riquezas. Este nuevo número de la revista se abre con un artículo de Claudia Feld –“El lugar sin límites”, ilustrado por Jorge Sánchez– y otro de Javier Campos, “La frontera de cristal”. Patricia Viaña nos invita a conocer las fotografías pioneras de Josefina Oliver. Por su parte, Maristella Svampa nos ofrece un adelanto de su libro Las fronteras del neoextractivismo en América Latina; imágenes de la exposición Insurgencias botánicas de la artista peruana Ximena Garrido-Lecca acompañan al texto. Boca de Sapo 30 reúne crónicas de Luciana Arriaga, Carolina Bartalini y Clara Virasoro. Un portfolio sobre la cartelería política chilena reciente, pergeñado por Brian Gray Rojas, completa esta edición.
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BOCA DE SAPO Arte, Literatura y Pensamiento
STAFF
Era digital, año XXI, Mayo 2020.
S u m a ri o: Fronteras DIRECTORA Jimena Néspolo
• El lugar sin límites. Claudia Feld /2
CONSEJO DE DIRECCIÓN Claudia Feld Florencia Eva González Nicolás Guerschberg Walter Romero Laura Vazquez
• Crónica: Seis apartados sobre Tokio. Clara Virasoro /26
CONSEJO DE REDACCIÓN Felipe Benegas Lynch Hache Pavón CORRECCIÓN Carolina Fernández ARTE Jorge Sánchez Diseño Gráfico Victorio Scafati COLABORADORES Luciana Arriaga Carolina Bartalini Javier Campos Brian Gray Rojas Juan José Mateo Maristella Svampa Patricia Viaña Calra Virasoro COMMUNITY MANAGER Matuziken Knight
• La frontera de cristal. Javier Campos /16
• Las fotografías de Josefina Oliver. Patricia Viaña /32 • Crónica: Me llaman Caye. Luciana Arriaga /40 • Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Maristella Svampa /42 • Portfolio: La cartelería política chilena. Brian Gray Rojas /54 • Crónica: Parirse. Carolina Bartalini /68 • Opinión: Sin un antes ni un después. Juan José Mateo /76
Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de cada número sin la cita bibliográfica correspondiente y/o la autorización de la editora. La dirección no se responsabiliza de las opiniones vertidas en los artículos firmados. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. Boca de Sapo no retribuye pecuniariamente las colaboraciones. Impresa en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. www.bocadesapo.com.ar redaccion@bocadesapo.com.ar suscripcion@bocadesapo.com.ar ISSN 1514-8351 Editor responsable: Jimena Néspolo Dirección: Casilla de Correo N°60, Pedro Lagrave 681, CP (1629) Pilar, Provincia de Buenos Aires, Argentina. TE: +54 (230) 4459 599
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LAS FRONTERAS DEL CAUTIVERIO EN LA ESMA
El lugar sin límites El cautiverio que padecieron las víctimas del terrorismo de Estado en los centros clandestinos de detención implicó mucho más que un encierro espacial. El sometimiento no se limitó a la lógica represiva, sino que, en nombre de causas políticas y económicas desdibujó las fronteras entre el espacio “normal” y el espacio “de desaparición”. Es necesario complejizar la noción de “desaparición” para poder dar cuenta del entramado de conexiones que hacía posible que muchos de aquellos detenidos circularan a la vista de todos sin que eso significara un alivio de su condición.
Por Claudia Feld
E
l sistema de centros clandestinos de detención (CCD) que instauró la última dictadura en Argentina (1976-1983) posibilitó el ejercicio prolongado de la tortura, las eliminaciones clandestinas y el ocultamiento de los cuerpos de las personas asesinadas. Por su condición secreta, esta metodología del horror, perpetrada a lo largo de años por las Fuerzas Armadas y de Seguridad, intentaba evitar reclamos públicos y denuncias internacionales. La noción de “desaparición” surge de esa falta de informaciones: para sus familiares, compañeros de trabajo y militancia, para el “afuera” de los centros clandestinos, las personas secuestradas habían “desaparecido”. En el aspecto espacial, por lo tanto, la noción de “desaparición” se hace posible cuando se produce una fractura entre un espacio concebido como “normal” (los ámbitos cotidianos del resto de los ciudadanos) y un espacio “de desaparición” escindido del anterior, en el que las personas cautivas y torturadas se hacen “invisibles” para los otros y están imposibilitadas de comunicarse con el afuera. Aun cuando, en muchos casos, se utilizaron lugares insertos en la trama urbana y edificios que podían ser vistos por transeúntes y vecinos, los CCD implementaron un tabicamiento espacial que impedía la mirada desde el exterior hacia lo que sucedía adentro y viceversa.1 Fractura espacial, invisibilidad, silencio y desinformación han sido, por ende, elementos fundamentales de este sistema. En ese marco, aunque tuvieron un propósito común, una operatoria similar y una actividad interconectada, cada CCD
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implementó su propia dinámica de funcionamiento, definiendo vínculos específicos entre secuestradores y secuestrados/as, tipologías de violencia y criterios de “selección” para asesinar o liberar detenidos/as.2 El análisis de los CCD, tanto de su modalidad represiva como de la experiencia de cautiverio, ha sido frecuentemente abordado desde la noción de espacio o dispositivo “de encierro”, que enfatiza la existencia de fronteras rígidas e infranqueables entre el adentro y el afuera. Aunque esta característica es innegable, al pensar a los CCD como espacios ensimismados y cortados del exterior, puede perderse de vista una trama más amplia e intrincada, que se implementó en algunos CCD, en la que –de manera excepcional pero no por ello poco significativa– el dispositivo de encierro pudo prolongarse y desplazarse hacia afuera de las fronteras del centro clandestino, generando espacios desaparecedores y tramas sociales de mayor complejidad. Analizaré aquí algunos de esos desplazamientos de las fronteras del CCD, intentando ponderar tanto los alcances del poder desaparecedor como las relaciones entre los CCD y el resto de la sociedad. Para ello, examinaré la trama socio-espacial constituida en el CCD de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).3 Me detendré a observar las relaciones entre el adentro y el afuera, entendiendo que en la ESMA funcionó un sistema de cautiverio con fronteras movibles, pero no laxas, con esquemas específicos de salidas y entradas para algunos secuestrados, y con lógicas de funcionamiento que generaron una trama de relaciones y de prácticas constitutivas del CCD, en tanto lugar de “administración de la muerte” y de diseminación del terror. Situaciones y acciones definidas siempre por los victimarios, que tuvieron como sujetos a los secuestrados que eran mantenidos con vida, pero que sostenían –y eran sostenidas por– el terror y la muerte. Considero que este análisis permite no solo repensar el funcionamiento de este centro clandestino en particular, sino también de manera general apunta a interrogar la noción misma de desaparición, sus complejidades y ramificaciones en relación tanto con el espacio como con la circulación del poder que se ejerció en y desde los CCD argentinos. ¿Cómo se definían las fronteras entre el “adentro” y el “afuera” de la ESMA? ¿Cuáles eran las funcionalidades de las salidas y entradas de detenidos-desaparecidos? ¿De qué manera estas salidas dan cuenta de lógicas internas de funcionamiento de ese CCD?4
Tres lógicas de funcionamiento El sistema de aprehensión y cautiverio en la ESMA se iniciaba con el secuestro, la tortura y la reclusión en la que se mantenía a las personas inmovilizadas y encapuchadas en el tercer piso del Casino de Oficiales, en la zona denominada Capucha. En el sótano se practicaban torturas y en el altillo –al que se denominó “Capuchita”– se mantenía a quienes habían sido secuestrados por otras fuerzas. El tránsito entre el sótano y el tercer piso, esto es, entre la tortura y la inmovilidad, fue constante, especialmente en los primeros días de cautiverio, hasta que poco después la mayoría de los secuestrados fue asesinada. En ese marco, unos pocos fueron incorporados a lo que el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2 denominó “proceso de recuperación”. Esta noción, repetida en numerosos testimonios, hace referencia a diversas prácticas y situaciones desarrolladas bajo amenaza de muerte durante el cautiverio, a partir de que un grupo de secuestrados fuera seleccionado para realizar tareas forzadas de distinto tipo.5 El tipo de tareas y su preponderancia en el marco del “proceso de recuperación” fue cambiando con el tiempo, en función de las nuevas prioridades y proyectos que ponía en marcha el GT. A grandes rasgos, se pueden clasificar en tres tipos: trabajos intelectuales (traducción de informes, compilación de datos, análisis de medios de prensa, redacción de notas periodísticas, entre otros); tareas manuales especializadas (falsificación de documentos, fotografía, impresiones); y tareas manuales de mantenimiento y reparaciones (albañilería, carpintería, electricidad, entre otros). En el desarrollo de estas tareas se definieron una serie de dinámicas y de actividades efectuadas tanto en el Casino de Oficiales,6 como a través de salidas fuera de la ESMA. La materialidad espacial del CCD no solamente expresa y permite hacer “visibles” las relaciones que se tejieron en su interior, sino que también ha sido constitutiva de ellas. En un texto anterior, analicé el carácter difuso, poroso, flexible y opaco de las fronteras entre los diferentes espacios del Casino de Oficiales y entre las diversas personas que los ocupaban, postulando que esta característica formó parte del núcleo mismo del sistema de desaparición y de la modalidad específica que adquirió en la ESMA.7 Una de las características salientes fue la “falta de reja” que separaba a secuestradores y secuestrados. Sin embargo, a pesar de esa opacidad, los límites –aquello que hacía que un se-
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cuestrado no perdiera su carácter de secuestrado– seguían operando, principalmente por la omnipresencia de la amenaza de muerte. Quisiera aquí referirme a las entradas y salidas que, de manera complementaria al uso del espacio dentro del Casino de Oficiales, involucraron el afuera del predio de la ESMA. Lo que intentaré describir –no de una manera sistemática y exhaustiva, debido a lo cambiante de las situaciones y a la particular experiencia vivida por cada persona– es un sistema de fronteras movibles y porosas, en el que el “campo” y la situación de cautiverio se prolongaba y modulaba en otros sitios, alejados físicamente (a veces, por kilómetros) del predio de la ESMA. Esto es, un sistema que desacoplaba el CCD y su lógica, del espacio restringido del Casino de Oficiales y, de modo más global, del predio de la ESMA. En este sistema existían fronteras inciertas –esto es, no demarcadas de antemano y desconocidas previamente por las personas cautivas–, pero contundentes, en el sentido de que, bajo amenaza de muerte, ningún detenido podía franquearlas. Voy a referirme, más específicamente, a las diversas salidas y entradas de los detenidos-desaparecidos fuera del recinto de la ESMA, estando todavía en situación de cautiverio. Desarrollaré de qué modo y en qué situaciones una persona que estaba secuestrada dentro de la ESMA podía ser sacada, por distintos motivos, no solo de ese predio sino también de la ciudad e incluso del país. Esos otros lugares no solo eran “satélites” o “anexos” del CCD, como muchas veces se los presenta, sino que contribuyeron a construir una trama específica de cautiverio. A lo que apunta este análisis no es a desestimar lo terrible y lo extremo de la situación de cautiverio, ni a diluir el rol del Casino de Oficiales como espacio central y núcleo duro de los crímenes perpetrados en la ESMA. Sí me interesa, a partir de este caso, complejizar los alcances de la noción de CCD, tanto por la variedad de situaciones que implicó, como por las novedades que aparejó en cuanto a la idea misma de “encierro”, y en cuanto al sometimiento y el hostigamiento de los prisioneros. Al analizar los testimonios de sobrevivientes, tanto los del juicio a las juntas de 1985 como los vertidos en los juicios actuales (ESMA II y ESMA III), se puede inferir que el funcionamiento del CCD de la ESMA se basó en tres lógicas diferentes, pero interconectadas entre sí, que –considero– definieron su particular modalidad de cautiverio y eliminación de personas: la lógica represiva, la lógica política y la lógica
económica. Sostendré la hipótesis de que las variadas salidas (y entradas) de detenidos hacia afuera de la ESMA respondieron a esas tres lógicas que –si bien no fueron las únicas que operaron en el CCD– permearon y constituyeron la situación específica de cautiverio con sus prolongaciones y modulaciones en espacios diferentes. La lógica represiva ha sido la más conocida en los análisis del funcionamiento de la ESMA y otros CCD. En el marco de esta lógica, el propósito principal del centro clandestino fue reprimir y “aniquilar” a organizaciones, a militantes y a otro tipo de opositores.8 En ese sentido, el cautiverio involucró diversas acciones sobre los detenidos para “quebrarlos”, obtener informaciones de ellos, utilizarlos con el propósito de “quebrar” a otros detenidos, destruirlos tanto física como psíquicamente produciendo situaciones de humillación que Pilar Calveiro ha calificado como “cosificación” y Claudio Martyniuk como “anonadamiento”.9 En ese aspecto, como veremos, en el CCD de la ESMA el tratamiento inhumano, además de plasmarse en la tortura y el asesinato, la apropiación de menores y la desaparición de familias enteras, involucró el amedrentamiento a parientes y allegados que no estaban detenidos, el sometimiento de los secuestrados a vínculos complejos con sus victimarios, y en términos generales, el intento por desplazar los límites materiales del CCD hasta introducirlo en la trama misma de la vida cotidiana del “afuera”. Pero la ESMA fue también el epicentro de los propósitos políticos del Almirante Emilio Eduardo Massera, comandante en Jefe de la Armada entre 1973 y 1978, e integrante de la primera Junta militar. Massera no solo fue el más alto responsable de los crímenes cometidos en la ESMA, sino que numerosos testimonios de sobrevivientes han dado cuenta de su presencia en el CCD y de su involucramiento personal en la trama represiva constituida allí.10 Hacia el final de sus funciones en la Junta, Massera se propuso construir un partido político propio, para liderar una salida democrática como presidente electo11 y utilizó, para ese proyecto, el trabajo intelectual de secuestrados en la ESMA que, en la “Pecera” del tercer piso del Casino de Oficiales, fueron obligados a producir informes políticos, generar notas periodísticas de propaganda a favor de la dictadura (luego publicadas en revistas de gran tirada como Gente o difundidas por Canal 13), redactar una revista (Informe Cero) que distribuía el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre otras tareas. Por lo tanto, esa
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lógica política también organizó y definió las modalidades de encierro de los secuestrados, y –como se verá– moduló también los espacios a los que eran llevados fuera de la ESMA. Finalmente, la ESMA funcionó también como un dispositivo para el enriquecimiento ilícito de algunos de los integrantes del GT y como fuente de recursos materiales para el programa político de Massera. En ese sentido, se montó una estructura, tanto física como de recursos humanos, para robar los bienes inmuebles de los detenidos, refaccionarlos, venderlos, administrar esos fondos y blanquear el dinero resultante de esas operaciones. Varios detenidos-desaparecidos fueron obligados a falsificar documentos, a realizar tareas de albañilería y a cumplir trabajos administrativos que sostuvieron dicho proceso, implementado con una lógica económica. Es necesario aclarar que, aunque el presente texto se refiere a la experiencia de una proporción mínima de detenidos-desaparecidos en la ESMA, ya que la gran mayoría fue asesinada poco después de su secuestro, la modalidad de cautiverio constituida en este CCD se definió, en gran parte, por las tres lógicas que acabo de describir. Estas lógicas no solo impactaron en la experiencia del pequeño grupo de prisioneros incorporado al “proceso de recuperación”, sino también en la dinámica general del CCD, en otros casos de secuestros y asesinatos cometidos en la ESMA y en las relaciones que ese CCD estableció con la sociedad circundante, tanto en sus maneras de ejercer un poder desaparecedor sin límites ni fronteras, como en las modalidades de amedrentamiento hacia quienes no se encontraban en cautiverio.
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La extensión de la trama represiva En el marco de la lógica represiva, las salidas (y entradas) del predio de la ESMA tuvieron, principalmente, dos finalidades: quebrar a los secuestrados, someterlos, amedrentarlos y amedrentar a sus familias, por un lado; y por otro, alimentar la maquinaria represiva, mediante informaciones que sirvieran para realizar nuevos secuestros. La modalidad de sometimiento que, en otro lugar, hemos denominado “producción destructiva”,12 implicó –entre muchas otras características– salidas y entradas desde el predio de la ESMA hacia otros lugares. Un tiempo después de iniciado el “proceso de recuperación”, a algunos secuestrados se les hacía llamar por teléfono a sus padres o cónyuges, con el propósito de evitar que los familiares hicieran denuncias, ya sea porque se los convencía de que esa persona no estaba secuestrada (muchos de los secuestrados ya vivían como militantes en la clandestinidad antes de su caída y se les decía a los padres que seguían en esa situación), ya sea porque la familia terminaba teniendo la sospecha o la certeza de que habían sido capturados por los militares y ese llamado los amedrentaba. Un tiempo después, algunos secuestrados de ese grupo empezaban a ser llevados a visitar a sus familias. La cantidad de veces, los sitios en que se efectuaban y las frecuencias han sido muy variables, pero en muchos testimonios se relata esa primera “visita”, junto con alguien del GT, en situaciones extrañas o “enloquecedoras”, como por ejemplo un cumpleaños o un almuerzo familiar con un represor sentado a la mesa.
definieron su particular modalidad de cautiverio y eliminación de personas: la lógica represiva, la lógica política y la lógica económica
A mí me llevaron a una visita familiar, me llevó el miembro de la Prefectura Roberto Rubén Carnot, duró aproximadamente dos horas, en la casa de mis padres. Mi papá se quedó hablando de tango con Carnot, yo la llevé a mi mamá a la pieza y ahí le conté que estaba secuestrada en la ESMA y que si pasaba un tiempo y yo no la llamaba más, era porque me habían matado. Terminó esta situación absolutamente loca, me devolvieron a la ESMA. 13 Estas situaciones “enloquecedoras”, construidas habitualmente por el GT adentro de la ESMA, se desplazaban, de esta manera, hacia el afuera, generando, además del mencionado amedrentamiento a las familias, la inclusión de la muerte y el poder desaparecedor en la trama de la vida cotidiana de quienes no estaban recluidos. De esa manera, los padres, cónyuges, hermanos/as, a veces hijos/as pequeños podían formar parte del cautiverio y quedar insertos en la trama represiva.14 Un tiempo después, la presencia del personal de la ESMA podía disminuir, hasta que la persona secuestrada era sacada de la ESMA un fin de semana o un par de días para visitar a su familia y luego regresaba hasta un lugar previamente convenido donde la recogían miembros del GT que nuevamente la llevaban al Casino de Oficiales.15 Ese tipo de salidas y entradas, además de amedrentar al entorno, tenía la finalidad de poner a prueba a los secuestrados, para observar si se estaban “recuperando”, aunque ellos no conocían con exactitud a qué hacía referencia la noción de “recuperación” utilizada frecuentemente por los marinos y debían inferirlo a partir de las actitudes, a veces sutiles, a veces equívocas, de los miembros del GT. En ese sentido, algunas salidas con otros secuestrados, entremezclados con miembros del GT, a un restaurante o una discoteca, tal como relatan algunos testimonios, intentaban quebrar aun más la subjetividad de los secuestrados y desarticular su identidad previa, poniéndolos en la situación límite de convivencia y confusión. Varios sobrevivientes han señalado que, en el CCD, intentaban simular16 esa “recuperación”, para engañar a los represores y convencerlos de que estaban dejando atrás su identidad militante, pero que ante salidas como estas ese sistema empezaba a tensionarse, dado lo confuso y ambiguo de los vínculos que los represores intentaban establecer con el grupo de secuestrados.17 Para estas salidas, necesitaban vestirse con buena ropa, las mujeres debían maquillarse (como para mostrarles a los marinos una imagen de femineidad que no estuviera ligada a la lucha revolucionaria ni a la militancia) y eran llevados/as a restaurantes concurridos donde debían comportarse como si estuvieran cenando con un grupo de amigos.
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Hubo también muchas salidas, en auto, tipo tres de la mañana, nos despertaban los guardias:‘A ver subversivas, levántense y vístanse de mujer, píntense, arréglense que van a salir’. Entonces uno no sabía si iba a un vuelo de la muerte, si iba a ser fusilada en una plaza, en un baldío o qué y terminábamos todos en [el restaurante] ‘El Globo’ cenando con un par de compañeros y represores… […] era muy difícil sostener esa situación, porque se armaban debates en donde sentíamos que nos estaban probando, para ver cuando pisábamos el palito […]. En fin, nosotras tratábamos de intervenir lo menos posible, pero tampoco quedarnos calladas y tratar de manejarnos en el filo de la navaja entre no traicionarnos y tampoco abrir un debate en el cual quedáramos en una inferioridad de condiciones y nos volvieran a mandar a Capuchita. En esas salidas al Globo, generalmente había en las mesas de al lado muchos actores y actrices, porque era la hora en que salían del teatro.18 Aunque se trataba de salir, comer bien y ponerse ropa limpia, este tipo de salidas no representaba un alivio de la experiencia concentracionaria, sino que se ponía en juego un sistema peculiar de sometimiento. Los secuestrados sabían que no podían generar situaciones de tensión con los marinos y que si intentaban pedir ayuda o escaparse lo que encontrarían afuera sería probablemente la indiferencia, la incredulidad o la hostilidad. Además, arriesgaban la propia vida, la de sus compañeros y la de sus familias que estaban, como se dijo, a merced del GT. En ese sentido, seguían imperando las amenazas del cautiverio: aunque los represores podían, por momentos, colocar a secuestrados y secuestradas en lugares de aparente confianza y seguridad, ejercían al mismo tiempo –a veces de manera abrupta y brutal– un poder permanente de decisión sobre su vida y su muerte. De manera similar, varios testigos narran que eran transportados a la quinta en la localidad bonaerense de Del Viso, como si los llevaran a pasar un domingo en familia, pero junto con los represores: 19 Y también hubo una época en la cual empezaron a haber cosas así bastante extrañas, como por ejemplo, que nos llevaran a una quinta en Del Viso a pasar un domingo de amigos, con pileta y todo, donde convivíamos unos y otros, o sea represores y víctimas, tampoco recuerdo mucho de eso, sé que había una pileta, sé que había una guitarra, que Cristina cantó… pero no sé mucho más.20 En todos los casos, el tipo de vínculo y la ambigüedad que he señalado tuvieron que ver con decisiones tomadas por los captores, y con la implementación de un tipo específico de sometimiento. Pero la lógica represiva no solo tuvo como objetivo quebrar a los detenidos, sino también utilizarlos para alimentar la maquinaria desaparecedora, a través de nuevos secuestros. En ese sentido, los sobrevivientes relatan otras salidas, usuales en todos los CCD, llamadas “paseos” o “lancheos”, en las que el grupo operativo llevaba a uno o dos detenidos para que “marcaran” o delataran a otros compañeros. Como es evidente, aquí la situación de ambigüedad pasaba por otro lugar. Esta tensión entre el estar secuestrado, depender enteramente de la voluntad del GT, querer
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salvar la propia vida y querer evitar la desaparición de otros compañeros, se resolvía en cada caso de manera diferente.21 A diferencia de las salidas descriptas anteriormente, esos “lancheos” se hacían muchas veces con los secuestrados en muy malas condiciones, esposados, mal vestidos, lastimados, como si en el afuera que recorrían en automóvil no hubiera ninguna mirada posible a esa suerte de espectros de personas que venían desde el interior de la ESMA.22 En otra oportunidad, también al principio, nos sacan en un auto con una compañera y nosotras tratábamos de levantar las manos para que se vea por las ventanas que estábamos encadenadas. Teníamos cadenas en las manos, y esposas. Era una cuestión psicológica, pienso, para ellos, tenernos en esas condiciones ruinosas. Pero no pasó nada, la gente ni nos ve, ni nos mira.23 Además, los “lancheos” podían hacerse a una enorme distancia de la ESMA y durar varios días. Ha sido tempranamente conocida mediante la novela Recuerdos de la muerte24 la manera en que se fugó de la ESMA Jaime Dri, quien había sido llevado a la triple frontera (Argentina-Paraguay-Brasil), en la provincia de Misiones, para “marcar” militantes montoneros que intentaban ingresar a la Argentina. A ese mismo operativo, que se suspendió abruptamente por la fuga de Dri, fueron llevados también otros dos secuestrados (Ricardo Coquet y Alberto Ahumada) que luego fueron regresados a la ESMA.25 Ahora bien, ¿qué tipo de modalidad de cautiverio podía producirse a más de mil kilómetros del CCD?, ¿cómo se modulaba ese poder desaparecedor para que la lógica represiva siguiera operando tan lejos del Casino de Oficiales? Aunque no tengo una respuesta definitiva a estos interrogantes, es posible mencionar tres características específicas de ese espacio desaparecedor que excedía las fronteras de la ESMA, pero en el que los detenidos-desaparecidos seguían en cautiverio. En primer lugar, como se dijo, si bien los secuestrados pasaban un tiempo afuera de la ESMA, parecían ser invisibles (estar desaparecidos) para el mundo exterior, lo que explicaría las malas condiciones en que se los llevaba. En segundo lugar, el vínculo con los victimarios seguía operando con las mismas ambigüedades, pero también con la misma contundencia, que adentro del Casino de Oficiales, siendo la amenaza implícita y permanente de la muerte la base de ese vínculo. En tercer lugar, la idea de “los compañeros que habían quedado
allí” operaba como disuasorio para que ninguno intentara resistirse o escapar y generaba una prolongación del espacio de encierro hacia el afuera. En este último sentido, a pesar de la lectura que se ha hecho del cautiverio en la ESMA como maquinaria de ruptura de los lazos de militancia y sociabilidad de los secuestrados,26 da la sensación de que para este grupo específico ocurrió lo contrario: que en el cautiverio esos lazos necesitaron estrecharse y fortalecerse como estrategia para sobrevivir en la situación extrema. El proyecto político de Massera Dada la envergadura y la ambición del proyecto político de Massera, la ESMA realizó una cuidadosa tarea para, por un lado, limpiar su imagen –tanto produciendo propaganda que negaba lo que sucedía en el CCD como evitando que se difundiera información sobre estos hechos– y, por otro lado, para generar estrategias y lecturas políticas del contexto (nacional e internacional) que pudieran servir para impulsar la causa del almirante. Esto se intensificó después de su retiro de la Armada, en septiembre de 1978. Una parte de los secuestrados de la ESMA fue utilizada como “mano de obra intelectual” para ese proyecto, aprovechando saberes previos y expertises (idiomas, dactilografía, economía, etc.), así como la experiencia de militancia política de algunos cuadros montoneros que se hallaban en cautiverio. El trabajo forzado de los secuestrados, en el marco de esta lógica política, se dedicó tanto a producir diversos análisis de la situación que le sirvieran al almirante para diseñar sus estrategias, como a construir una imagen pública –a nivel nacional e internacional– que situara a Massera en tanto opción política para la salida democrática. Para ello, además de las tareas realizadas dentro del Casino de Oficiales, específicamente en Pecera, se utilizaron oficinas de Massera en otros lugares de la ciudad de Buenos Aires: los testimonios mencionan una cerca del predio de la ESMA (calle Zapiola, esquina Jaramillo) y otra en el centro, en la calle Cerrito. En distintos momentos de la trayectoria del CCD, varios secuestrados fueron llevados a esos lugares para realizar tareas similares a las que hacían en Pecera. 27 En cuanto a la construcción de la imagen pública de Massera, muchas de las “salidas” hacia afuera de la ESMA apuntaron a esconder los crímenes perpetrados en el CCD. Para ello, en ocasiones precisas los secuestrados fueron llevados transitoriamente a otro lugar de reclusión. El episodio
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más conocido fue la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA en septiembre de 1979. En el marco de su investigación sobre violaciones a los derechos humanos denunciadas en el exterior, la CIDH inspeccionó varios CCD, pero estos habían sido levantados o cerrados poco antes para evitar que se los descubriera. En el caso de la ESMA, el GT evacuó el Casino de Oficiales llevando a los secuestrados, por un tiempo, a una isla en el Delta. Las instalaciones fueron reformadas (se quitó el ascensor, se tapó una escalera, entre otras modificaciones) para que no coincidieran con las descripciones de las denuncias.
La “limpieza” de imagen no solo consistió en esconder lo que pasaba en la ESMA sino que también, tanto a nivel nacional como internacional, se quiso instalar la idea de que en la Argentina se respetaban los derechos humanos. Se intentaba, de esta manera, contrarrestar la llamada “campaña antiargentina en el exterior”.28 Algunas operaciones tuvieron una amplia visibilidad. Por ejemplo, Thelma Jara de Cabezas, secuestrada en la ESMA, fue sacada de allí y llevada por unos días a Montevideo, donde la forzaron a dar una entrevista para un diario norteamericano denunciando a las organizaciones de derechos humanos como subversivas, y diciendo que no estaba secuestrada sino que había viajado a Uruguay para esconderse de los Montoneros. La entrevista fue publicada en la revista argentina Para Ti el 10 de septiembre de 1979 –en el mismo momento en que la CIDH visitaba la Argentina–, e ilustrada con fotos que la mostraban en perfectas condiciones físicas, con buena ropa y bien peinada. 29 La campaña internacional ejecutada desde la ESMA no solo se abocó a “limpiar la imagen” de ese CCD sino también a promover a Massera como la figura política que lideraría la transición. El destinatario principal de dichas operaciones fue lo que se llamó el “frente externo”, especialmente los países de Europa Occidental y los Estados Unidos, y el puntal de la campaña fue la conexión entre la ESMA y el Ministerio de Relaciones Exteriores (a cargo de la Marina durante los primeros años de la dictadura). En este marco, se creó un centro de propaganda en la embajada argentina en Francia denominado “Centro Piloto de París” que funcionó como “un verdadero servicio secreto de inteligencia ligado a la ESMA”.30 La compleja historia de ese Centro involucró a miembros del GT y a periodistas argentinos y franceses y, entre otros hechos de violencia, motivó el asesinato de la diplomática argentina Elena Holmberg que había trabajado en esa embajada.31 También involucró la presencia en París de tres secuestradas de la
ESMA que fueron llevadas allí durante un tiempo para realizar tareas parecidas a las que hacían en Pecera, armando informes sobre lo que decía la prensa francesa acerca de la Argentina. Estas tres mujeres estuvieron en París con documentación y nombres falsos, y la hija pequeña de una de ellas –que también permaneció allí en la misma situación– tuvo asimismo un nombre falso con el que la inscribieron en la escuela.32 Este episodio, cuyos alcances exceden largamente los propósitos de este artículo, muestra que la “frontera móvil” que modulaba el poder desaparecedor en la ESMA era también expresión de un momento en que las Fuerzas Armadas gozaban de completa impunidad como para intentar instalar ostentosas campañas de propaganda e inteligencia en el corazón de Europa. También muestra que el proyecto político de Massera conectó, sin problemas aparentes –al menos por un tiempo– las instancias oficiales y clandestinas de la dictadura, generando una suerte de prolongación desde Pecera, en el tercer piso del Casino de Oficiales de la ESMA, hasta la embajada argentina en París, pasando por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Los testimonios relatan que hubo secuestradas que pasaron por los tres lugares, realizando tareas similares en el marco del proyecto político de Massera. Quienes trabajaron en la Cancillería ocuparon las mismas oficinas que otra gente contratada por Relaciones Exteriores que no sabía nada de la situación de estas personas, todavía cautivas en la ESMA. Elisa Tokar, por ejemplo, debió hacer tareas en Cancillería después del Mundial de 1978, acudiendo de día al Palacio San Martín y durmiendo de noche en Capucha. Cuando termina el Mundial me vuelven a llevar al Ministerio [de Relaciones Exteriores] y ahí me interiorizo más en qué condiciones. Donde se desarrollaban las tareas de prensa y difusión, era en un sótano. […] Me llevan a otra oficina de cancillería que la habían entendido como el sector de difusión, ahí estaba de jefe mi torturador, el capitán “Duque” Francis Whamond. Me sentaba yo con compañeros de oficina contratados del Ministerio que no sabían nada de mi situación. […] Llevan a dos verdes que se quedan en la puerta de Cancillería y tenían que controlar entradas y salidas mías, y el grado de locura era cada vez más grande.Yo me quería acercar a mis compañeros comunes, más relacionados con el Ministerio de Relaciones Exteriores que con la gente involucrada con la ESMA. Me resultaba difícil hacerlo porque tenía ropa diferen-
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te y por el estado de locura. De ese trabajo me llevaban de vuelta a Capucha y conservaba mi cucheta. Así todos los días hasta que en un momento dado elegían o mi casa o Capucha, sin que yo supiera. Me decían que trajera ropa, ropa en mi casa o en la ESMA. […] Así pasa el tiempo hasta que en un momento dado me llevan a mi casa y me van a buscar a mi casa y me traen a Cancillería.33 A los secuestrados que cumplían tareas en estos lugares se les asignaba un nombre y un documento falso. Debían responder a una identidad que borrara su pasado, simular ser otra persona y estar trabajando voluntariamente para la Marina. El saqueo a los desaparecidos Dadas la complejidad y amplitud de los delitos económicos producidos desde la ESMA, la continuidad en el tiempo (con operaciones de blanqueo que se prolongan hasta hoy) y la cantidad de puntos oscuros que todavía se investigan en los juicios actuales, solo mencionaré algunos datos generales a tener en cuenta para entender de qué manera la lógica económica estuvo en la base de acciones de secuestro y asesinato, así como del trabajo forzado de de-
tenidos-desaparecidos cautivos en la ESMA.34 Un primer hecho es que, a principios de 1977, la plana mayor de la estructura de Finanzas de Montoneros fue secuestrada en la ESMA, y partir de ese momento el GT realizó una serie de operativos no solo para apoderarse de los bienes y el dinero de Montoneros sino también para blanquearlos.35 En ese marco, según testimonios de sobrevivientes, el proyecto político de Massera necesitaba un fuerte apoyo económico que el almirante buscó en esa estructura ilegal de la ESMA: muchas de las finanzas que ingresaban iban directamente al proyecto político o a miembros del GT, y no a las arcas oficiales de la Marina. Otro elemento importante es que se produjo un apoderamiento de los inmuebles y otros bienes de los secuestrados (empresas, propiedades agropecuarias36, entre otros), por lo que se puso en marcha un sistema de lavado de dinero mediante empresas fantasmas y operaciones fraudulentas, involucrando un importante despliegue de personal y de tareas. Estos trabajos se hicieron tanto dentro del Casino de Oficiales como en oficinas fuera de la ESMA a las que se llevó a trabajar a algunos secuestrados. Una de ellas funcionó en la localidad bonaerense de Munro, en una casa que había pertenecido a la secuestrada Rosario Quiroga y que, luego de ser apropiada por la Marina, se utilizó como sede de una empresa creada para restaurar y vender de manera fraudulenta los bienes
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inmuebles de los secuestrados. La restauración permitía ocultar los tiroteos y otros daños producidos en los operativos de secuestro. En esa casa pasaron a trabajar y residir varios secuestrados antes de su liberación.37 También hay testimonios sobre una propiedad en la calle Besares, cerca de la ESMA, donde otros secuestrados fueron llevados hacia fines de 1977 en el marco, según se explica en la Causa ESMA III, de una empresa montada por el GT, con el nombre de Multivisión. Una sobreviviente, Silvia Labayrú, relata que trabajó en ese lugar durante “cuatro o cinco meses”, en los que a veces era regresada a ESMA y otras llevada a la casa de su padre.38 Una parte importante del trabajo forzado de los secuestrados en el sótano del Casino de Oficiales tenía que ver con falsificar documentación para estas operaciones: desde documentos de identidad destinados a vender los inmuebles robados, hasta facturas falsas que servían para estafar a la Armada.
En síntesis, la envergadura y especialización de tareas que implicó el trabajo forzado de secuestrados en la ESMA, ya sea operando dentro de sus dependencias como afuera, se explica tanto por las ambiciones políticas de Massera (por la especificidad de su proyecto propagandístico y por la enorme estructura económica entrelazada a la estructura represiva del GT), como por la impunidad con la que se manejaron los grupos de tareas y las altas jerarquías militares durante la dictadura, tanto al interior de las fronteras nacionales como en algunos países del exterior. En este sentido, la ESMA presenta singularidades, pero también conexiones y similitudes con respecto a otros centros clandestinos y, por esa razón, al estudiar en detalle su estructura, se pueden interrogar las maneras en que el poder desaparecedor se moduló, tanto dentro como fuera del espacio estricto de encierro involucrado en el sistema de centros clandestinos de detención. En la compleja situación aquí descripta se ve cómo la lógica represiva a veces fue complementaria de la lógica política y la económica pero otras veces entró en tensión con ellas: el GT necesitaba personas sometidas, cuerpos dóciles, subjetividades quebradas (y esto era lo que producía el mecanismo que podríamos llamar “concentracionario” de la ESMA), pero también se requería de los secuestrados saberes técnicos, lucidez intelectual, posibilidades de mostrar una cara pública “recuperada” ante otras personas externas al CCD –periodistas extranjeros, personas que se hallaban en el espacio público– y también llevar a cabo complejas operaciones manuales e intelectuales para asegurar la base económica del plan de Massera. Por lo tanto, la modulación espacial y la consecuente trama social del cautiverio en la ESMA aquí analizadas conllevaban también la modulación del poder desaparecedor y de sus
efectos sobre los secuestrados, transformando a los sujetos tanto en “materia inerte” (el encierro en Capucha) como en “materia gris” (el trabajo en Pecera, en el Centro Piloto, en las oficinas y empresas dirigidas por el GT). Implicaba no solo la extracción de información mediante la tortura, sino un sistema más sofisticado y sutil de sometimiento en el que se pudieran “extraer” (“chupar” en el “chupadero”) saberes, habilidades profesionales y experiencia política de los detenidos. El adentro, afuera Dije al inicio que el sistema desaparecedor instaurado por la dictadura argentina necesitó de una fractura entre un espacio concebido como “normal” y un espacio “de desaparición”. El análisis desarrollado aquí ha servido para poder interrogar esta fractura y postular que existieron articulaciones, tramas e intersecciones entre ambos espacios, aun si esto funcionó excepcionalmente y para una proporción minoritaria de las víctimas. En ese marco, las salidas y entradas de detenidos-desaparecidos desde/hacia la ESMA permitieron introducir en el “afuera” las mismas tramas de relaciones entre víctimas y victimarios que se habían generado adentro. Los vínculos ambiguos que formaron parte del sometimiento, así como un sistema complejo de amenazas, operaron sobre los detenidos, aun cuando estos se encontraran a miles de kilómetros del centro clandestino. En ese proceso, si bien las fronteras espaciales del cautiverio parecían desplazarse, no quedaban dudas de que el regreso a la ESMA era inevitable.Varios testimonios señalan que el amedrentamiento era tal que la idea de huir no parecía posible: ...viviendo en ese horror de la ESMA, cualquiera piensa por qué no me escapé, y yo no me escapé porque las consecuencias podían ser terribles, porque no había nadie que pudiera proteger a mi familia, no había nadie que podía proteger a mis hermanas, a mis padres, a mi hijos, no había nadie que podía proteger a la gente que estaba por ejemplo en el grupo de la Pecera cuando nos llevaron a trabajar ahí, y eso es terrible.39 Al mismo tiempo, el afuera (familiares, amigos, allegados) se impregnaba de ese mismo sistema de amenazas que existía en el cautiverio. Las salidas, como se ha dicho, permitieron llevar hacia el entorno más cercano de los secuestrados la amenaza de muerte y/o desaparición y, por ese medio, se destinaron a producir el sometimiento también de ese entorno.
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Es en este sentido que podemos interrogar la noción de cautiverio como núcleo duro de la actividad de los CCD en Argentina, observando de qué maneras ese cautiverio podía desacoplarse de la noción específica de “encierro”. En el caso de los detenidos-desaparecidos en la ESMA, especialmente de aquellos que formaron parte del “proceso de recuperación”, no consistió solamente en ser recluidos en un espacio de encierro –un espacio “concentracionario”, con las prácticas deshumanizadoras que he descripto–, sino que ese espacio y esas prácticas fueron tan importantes como la trama de relaciones que posibilitaron, generaron y sostuvieron. Esa trama de relaciones, una vez establecida, ha podido desplazarse y modularse en diferentes espacios por medio de las “fronteras móviles” que se analizaron aquí. En ese marco –y para ese grupo minoritario–, “hacer desaparecer” a una persona consistió, en gran medida, en quitarla brutalmente de su entorno cotidiano (familia, militancia, trabajo) para insertarla en la trama social del CCD, transformándola así en detenida-desaparecida. Una vez que su subjetividad se alteraba y reconfiguraba de alguna manera dentro de esa nueva trama social, esa persona ha podido volver a tener vínculos con el “afuera”, incluso de manera cotidiana, sin poder realmente “salir” del CCD. Incluso las prácticas del “afuera” debieron configurarse e impregnarse de esa trama social, desplazando y ampliando las fronteras del CCD, a veces a kilómetros de distancia del “campo”. A su vez, en el caso de la ESMA, esa trama parecía asegurar y reproducir la estructura y el funcionamiento del CCD, como lo muestran los aspectos políticos y económicos aquí descriptos. Es en este sentido que es posible repensar críticamente la categoría frecuentemente utilizada de “espacio de encierro” para descomponerla en un análisis más complejo que interrogue la trama socio-espacial del cautiverio, comprendiendo las diferentes modulaciones y articulaciones espaciales que involucra, así como los modos de ejercicio del poder y los vínculos que la componen. En suma, se necesita complejizar la noción de desaparición para entender de qué manera la supuesta segmentación entre un “adentro” (invisible) y un “afuera” (ajeno al cautiverio) tuvo diferentes vasos y puentes comunicantes en muchos de los CCD.
IMÁGENES DE JORGE SÁNCHEZ *Claudia Feld es doctora en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Paris VIII e Investigadora Independiente del CONICET, con sede en el Centro de Investigaciones Sociales (CIS-CONICET / IDES). Se desempeña como docente en el Doctorado en Ciencias Sociales de la UBA. Se ha especializado en el estudio de los vínculos entre la memoria social, la historia reciente, la cultura visual y los medios de comunicación. Ha publicado Del estrado a la pantalla: las imágenes del juicio a los ex comandantes en Argentina (Madrid, Siglo XXI, 2002); El pasado que miramos: memoria e imagen ante la historia reciente (Buenos Aires, Paidós, 2009, editado junto con Jessica Stites Mor); Democracia, hora cero.Actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2015, editado con Marina Franco) y Las voces de la represión. Declaraciones de perpetradores de la dictadura argentina (Buenos Aires, Miño y Dávila, 2019, editado con Valentina Salvi). Es miembro fundadora del Núcleo de Estudios sobre Memoria (CIS-CONICET/IDES) y dirige la publicación científica de dicho espacio, Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria. Sus artículos se encuentran publicados en revistas académicas nacionales y extranjeras.
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1 Sobre estas características espaciales de la desaparición, ver Colombo, Pamela. Espacios de desaparición. Vivir e imaginar los lugares de la violencia estatal (Tucumán, 1975-1983). Miño y Dávila, Buenos Aires, 2017 y Calveiro, Pilar, “Spatialities of Exception” en: Schindel, Estela y Colombo, Pamela (Eds.). Space and the memories of violence. Landscapes of erasure, disappeareance and exception. Palgrave Macmillan, Londres, 2014, pp. 205-218. 2 En los CCD argentinos hubo una importante proporción de mujeres secuestradas y desaparecidas quienes, además, en muchos casos, sufrieron vejaciones y situaciones de violencia particular por el hecho mismo de ser mujeres, tal como se consigna en los testimonios recogidos por Lewin y Wornat, entre otros (Lewin, Miriam y Wornat, Olga. Putas y Guerrilleras. Crímenes sexuales en los centros clandestinos de detención. Planeta, Buenos Aires, 2014). Para proporcionar fluidez a la lectura utilizaré aquí la noción de “desaparecidos” y “secuestrados” para referirme al conjunto de hombres y mujeres en cautiverio. Cuando se trate de situaciones específicas vividas por mujeres o en las que es importante aclarar su rol, agregaré el femenino. 3 En la ESMA, en un predio de 17 hectáreas en plena ciudad de Buenos Aires, funcionó uno de los CCD más activos del período dictatorial. Se calcula que por allí pasaron 5.000 detenidos-desaparecidos y sobrevivieron menos de 200. 4 La investigación en que se basa este artículo fue publicada en Feld, Claudia. “El ‘adentro’ y el ‘afuera’ durante el cautiverio en la ESMA. Apuntes para repensar la desaparición forzada de personas” en: Sociohistórica, n° 44, 2019. Allí se consignan de manera pormenorizada las fuentes, principalmente testimoniales, y los recaudos metodológicos que requirió este trabajo. Esta investigación forma parte del PICT 2016-0467, “La ESMA, de Centro Clandestino de Detención a Sitio de Memoria: procesos históricos y memoriales entre 1976 y 2016”. 5 La denominación de “trabajo esclavo” que se da habitualmente a las tareas realizadas en el “proceso de recuperación” no alcanza a manifestar la gran complejidad de la situación: un “trabajo” realizado bajo amenaza de muerte, en un ámbito de vigilancia total, con una gran cantidad de situaciones ambiguas y difíciles de descifrar para quienes tenían una completa incertidumbre sobre su propia suerte, sobre lo que les esperaba a los compañeros y a sus familias, que aun encontrándose fuera del centro clandestino también, como se verá aquí, estaban amenazadas. Para consideraciones más amplias sobre el “proceso de recuperación” y sus características como método de sometimiento, ver Feld, Claudia y Franco, Marina. “Las tramas de la destrucción: prácticas, vínculos e interacciones en el cautiverio clandestino de la ESMA” en: Quinto Sol, vol. 23, nº 3, 2019, pp. 1-21. 6 Los espacios usualmente mencionados son la Pecera, el Pañol y el cuarto de las embarazadas (en el tercer piso); el Dorado (en la planta baja); el laboratorio fotográfico y la imprenta (en el sótano). 7 Feld, Claudia. “El centro clandestino de detención y sus fronteras. Algunas notas sobre testimonios de la experiencia de cautiverio en
la ESMA” en: Recordar para pensar. Memoria para la Democracia. La elaboración del pasado reciente en el Cono Sur de América Latina. Ediciones Böll Cono Sur, Santiago de Chile, 2010, pp. 23-43. 8 La organización revolucionaria Montoneros fue el blanco principal en la tarea represiva de la ESMA. En cuanto a otro tipo de opositores, entre los muchos casos conocidos, debe mencionarse –por su relevancia en número y su resonancia internacional– el caso del Grupo “Santa Cruz”, en el que 12 personas fueron secuestradas entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, incluidas cinco madres de desaparecidos y dos monjas francesas. 9 Calveiro, Pilar. Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Colihue, Buenos Aires, 1998; Martyniuk, Claudio. ESMA. Fenomenología de la desaparición. Prometeo, Buenos Aires, 2004. 10 Ver, entre otros, los testimonios de Rosario Quiroga (el 31/7/2010), Nilda Actis Goreta (7/5/2010), Pilar Calveiro (17/06/2010) y Andrés Castillo (8/7/2010) en la en la Mega Causa ESMA II. 11 Uriarte, Claudio. Almirante Cero. Biografía no autorizada de Emilio Eduardo Massera. Planeta, Buenos Aires, 1992, y Canelo, Paula. El proceso en su laberinto. La interna militar deVidela a Bignone. Prometeo, Buenos Aires, 2008. 12 Con Marina Franco, hemos trabajado la noción de “producción destructiva” para referirnos a aquellos vínculos, actividades, prácticas y dinámicas relacionales generados en el CCD de la ESMA como parte nuclear de la trama represiva que operó allí y que “trascendieron la secuencia inmediatamente destructiva secuestro-tortura-reclusión-asesinato que solemos asociar a los CCDs”. Feld, Claudia y Franco, Marina. “Las tramas de la destrucción…”, Ob. Cit., p. 4. 13 Graciela Daleo, 29/4/2010, Mega Causa ESMA II. Citamos, a modo de ejemplo, uno de los muchos testimonios producidos sobre situaciones análogas. 14 Además de las situaciones a las que me refiero aquí, existieron casos de familiares que fueron secuestrados junto con los detenidos-desaparecidos y luego liberados. Ver, entre muchos otros, el testimonio de Rosario Quiroga (31/7/2010, Mega Causa ESMA II) quien declara haber sido “chupada” y llevada a la ESMA con sus tres hijas de 3, 4 y 5 años, que luego fueron liberadas. 15 Ver, entre otros, el testimonio de Carlos Muñoz, 28/4/2010, Mega Causa ESMA II. 16 La noción de “simulación” surge como una categoría nativa que resulta clave para entender, desde el punto de vista de los secuestrados y secuestradas, su participación en estas actividades. En los testimonios de sobrevivientes, el uso de esta noción da cuenta de diversas estrategias de supervivencia en un contexto de amenaza constante y de desconfianza tanto con respecto al GT como a otros detenidos. 17 La noción de “ambigüedad” aquí utilizada no supone poner en cuestión la condición de víctimas o de victimarios como tales, sino observar la complejidad de las interacciones que se dieron entre unos y otros. En ese sentido, histórica y éticamente es fundamental considerar, como se ha señalado, que el proceso de “recuperación
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de detenidos” y sus derivaciones fueron responsabilidad exclusiva de los represores. La ambigüedad de las relaciones, mencionada aquí de manera general, deberá examinarse en detalle para el caso de las mujeres, ya que para las secuestradas estuvo muchas veces tramada por abusos y acosos sexuales, llegando incluso a casos de detenidas-desaparecidas que, en ese contexto de sometimiento, debieron participar de relaciones más estables con un miembro del GT. Ver Lewin y Wornat, Ob. Cit. 18 Adriana Marcus, 9/9/2010, Mega Causa ESMA II. Ver también el testimonio de Miriam Lewin, 15/7/2010, Mega Causa ESMA II. Ver diversos testimonios al respecto en Actis, Munú y otras. Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA. Sudamericana, Buenos Aires, 2001. 19 Varias casas quinta fueron utilizadas como extensión del CCD de la ESMA. Los actuales juicios que están reconstruyendo esta información detectaron el uso de al menos seis casas quinta con estas funciones (“La historia de la casa fantasma”, en La Retaguardia. Recuperado en http://www.laretaguardia.com.ar/2018/10/ historia-casa-fantasma.html). 20 Adriana Marcus, 9/9/2010, Mega Causa ESMA II. 21 Surgen aquí una serie de categorías a interrogar que agregan aun más complejidad a la problemática que estamos tratando, y cuyo desarrollo excede los alcances de este artículo. Nos referimos a las nociones de “colaboración”, “traición” y “zona gris”, entre otras. Como muestra Mariana Tello, estas nociones han tramado fuertemente la memoria y la situación social de los y las sobrevivientes, y sus efectos en los vínculos de quienes pasaron por la experiencia del cautiverio se extienden hasta hoy.Tello, Mariana. “‘Una vara con que medirnos’. Una lectura antropológica sobre el sentido de la transgresión en las memorias sobre la violencia política en “los ‘70” en: Contenciosa, n° 2 (3), pp. 1-26. 22 No puedo afirmar que estas eran condiciones generales en las que se hacían estos “lancheos”, pero sí es llamativa la cantidad de testimonios que las mencionan. Sobre todo, si se compara con las salidas ya descriptas, en las que las condiciones físicas eran muy cuidadas en función de dar una imagen de “normalidad” hacia el exterior. 23 Ana María Soffiantini, 11/11/2010, Mega Causa ESMA II. 24 Bonasso, Miguel. Recuerdo de la muerte. Era, México, 1984. 25 Ricardo Coquet, 5/8/2010, Mega Causa ESMA II. 26 Feierstein, Daniel. “Los campos de concentración como dispositivos de destrucción de lazos sociales” en: Tela de Juicio, n° 1 (1), 2015, pp. 15-24. 27 Ver, entre otros, los testimonios de Miriam Lewin, 15/7/2010; Mercedes Carazo, 17/6/2010; Alfredo Buzzalino, 24/6/2010 y Adriana Marcus, 9/9/2010, Mega Causa ESMA II. 28 Las operaciones para contrarrestar lo que la dictadura llamó “campaña antiargentina en el exterior” van mucho más allá de las acciones específicas organizadas desde la ESMA y son solo un capítulo de las vastas operaciones de “acción psicológica” emprendidas por la dictadura. Ver al respecto Risler, Julia. La acción psicológica. Dicta-
dura, inteligencia y gobierno de las emociones 1955-1981. Tinta Limón. Buenos Aires, 2018. 29 Thelma Jara de Cabezas, madre de un desaparecido y activista en derechos humanos, fue secuestrada el 30 de abril de 1979 y llevada a la ESMA. Su secuestro levantó protestas internacionales, especialmente en México y en Francia, donde Julio Cortázar interpuso un pedido por su aparición. En ese marco y en el de la visita de la CIDH a la Argentina, se generó la operación de prensa para mentir sobre su secuestro. Fue liberada en diciembre de 1979 y testimonió en diversas oportunidades. 30 Mega Causa ESMA III, Alegato de la Fiscalía. Para un detallado y lúcido análisis del Centro Piloto de París, sus vínculos con la ESMA y con la Cancillería, ver Fernández Barrio, Facundo y González Tizón, Rodrigo. “De la ESMA a Francia: hacia una reconstrucción histórica del Centro Piloto de París (1977-1979)” en: Folia Histórica del Nordeste, en prensa (2020). 31 Basconi, Andrea. Elena Holmberg. La mujer que sabía demasiado. El crimen que desnuda la interna de la dictadura militar. Sudamericana, Buenos Aires, 2012. 32 Se trató de Mercedes Carazo, Marta Bazán y Marisa Murgier. Ver el testimonio de Mercedes Carazo, 17/6/2010, Mega Causa ESMA II. 33 Elisa Tokar, 23/4/2010, Mega Causa ESMA II. 34 Una parte de los crímenes económicos cometidos en la ESMA se está investigando y reconstruyendo en la causa “Robo de bienes” iniciada en 2004. Para más detalles, ver Dandan, Alejandra. “El lavado de dinero que hizo la dictadura con su botín” en: Página/12, 17 de febrero de 2014, y “El saqueo después de la desaparición” en: Página/12, 25 de octubre de 2016. 35 La “caída” de la estructura de Finanzas de Montoneros da comienzo a una escalada en los crímenes con objetivos económicos producidos desde la ESMA. Entrevista a Miguel Angel Lauletta, realizada por Claudia Feld y Luciana Messina el 10 de octubre de 2012. 36 El caso más conocido al respecto es la apropiación de Chacras de Coria, con el secuestro del empresario Conrado Gómez, el 10 de enero de 1977. Verbitsky, Horacio. El Silencio. De PauloVI a Bergoglio. Las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA. Sudamericana, Buenos Aires, 2005, pp. 151-159. 37 Ver al respecto el testimonio de Ricardo Coquet, 5/8/2010, Causa ESMA II y el de Ana María Soffiantini, 11/11/2010, Causa ESMA II. 38 Silvia Labayrú, 9/6/2010, Mega Causa ESMA II. 39 Ana María Martí, 25/6/2010, Mega Causa ESMA II. Ver también el testimonio de Miriam Lewin, 15/7/2010.
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LA FRONTERA DE CRISTAL La construcción inicial del muro que separa México de Estados Unidos comenzó en 1994 bajo el gobierno de Bill Clinton: fue la llamada “Operación Guardián”, desatada para luchar contra la inmigración ilegal. Barack Obama continuó con la política de expulsión de indocumentados, pero fue Donald Trump quien ya en su campaña electoral desplegó una política racista y xenófoba que criminalizó a esa masa de trabajadores migrantes precarizados sobre los que se asienta la economía norteamericana.
Por Javier Campos BOCA DE SAPO 30. Era digital, año XXI, Mayo 2020. [FRONTERAS] pág. 16
Langstry-Texas. Gene Jeter, Unsplash
C
arlos Fuentes tiene una novela llamada La frontera de cristal (1995) que trata sobre la situación brutal de la inmigración desde México (o de América Latina) hacia “la tierra de las oportunidades”. Se trata de una ficción que aborda la separación que se ha dado entre esos dos países por más de 200 años donde ha habido racismo, violencia, fascinación mutua, rencor, sufrimiento. Pero también las injusticias, la corrupción y malos gobiernos mexicanos han sido una de las razones de la emigración hacia “El Norte”. La otra razón, Fuentes la explicaba en mayo de 2001 cuando conversaba virtualmente con los lectores de El País (España). Un mexicano-americano le preguntó, y entonces era presidente Vicente Fox: “¿Qué debería hacer el gobierno de Fox para que disminuya la inmigración ilegal que ha tenido consecuencias mortales?”. El escritor mexicano respondió:
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El siglo XXI será el siglo de las migraciones masivas del sur al norte, en todo el mundo. No es posible celebrar una globalización que le da libertad de movimiento a las cosas y se lo niega a las personas. La libertad del inmigrante propondrá uno de los grandes temas de nuestra época y la respuesta de las economías desarrolladas del norte hablará bien o mal del humanismo de Occidente. El trabajador migratorio no solo deja su país por miseria o falta de empleo, sino, sobre todo, porque lo convoca la necesidad de las economías desarrolladas. Prive usted a los Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habría en los Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones abandonadas. Aunque en México pudiésemos otorgarles pleno empleo a nuestros trabajadores, los Estados Unidos seguirían requiriendo mano de obra migratoria y tendrían que traerla, si fuese necesario, del Polo Norte. Los trabajadores migratorios son eso, trabajadores, portadores de cultura y no le quitan nada a nadie y les dan mucho a todos. El presidente de EE. UU., Donald Trump, quien al parecer continuará en un segundo mandato desde enero de 2021, cuando era candidato arengaba en sus discursos que cerraría definitivamente toda la frontera entre ambos países con un muro (extendiendo lo ya construido por gobiernos anteriores). El muro sellaría definitivamente las 1951 millas (3180 kilómetros) de longitud que tiene esa frontera para que ni una mosca pudiera pasar al lado norteamericano. Las palabras de Carlos Fuentes aun siguen vigentes y sería una perfecta respuesta a la propuesta de Trump puesto que si estamos en un contexto de globalización en que no solo se mueven las cosas de un lado al otro en el planeta, es evidente que también, y nunca como antes en la historia de las inmigraciones, se mueven también las personas. Según Allert Brown-Gort en un artículo publicado en Foreign Affairs Latinoamérica (2016): El mundo vive lo que el sociólogo australiano Stephen Castles y el politólogo estadounidense Mark Miller denominaron “la era de la migración”. De acuerdo con las últimas cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2015 había en el mundo unos 244 millones de migrantes; es decir, un 3.3% de la población mundial de 7350 millones ahora vive en un país en el que no nació. Esto representa un aumento del número de migrantes de aproximadamente 60% en los últimos 25 años o de más de 25% en la última década. El proyecto de Trump es hacer, como lo repite continuamente, y lo seguirá repitiendo en su segundo mandato, “un EE. UU. para los estadounidenses”. En inglés usa la frase “America for the Americans” y como hombre de negocios y muy mediático, resultó muy eficaz para ganar las elecciones especialmente con los votantes de los estados del Medio Oeste del país. Por tanto, intentar expulsar a 12 millones de indocumentados parece ser su objetivo de acuerdo con esa frase suya. También renegociar o eliminar El Tratado de Libre Comercio (TLC), imponer altos impuestos a productos mexicanos que entren a EE. UU. y hasta la posibilidad de poner impuestos a las remesas que esos 12 millones de indocumentados envían a sus familias mexicanas, centroamericanas y de
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otros países de America Latina cuyas sumas anuales llegan a varios billones de dólares.Ya le advirtió a México en 2019 que si no atajaba a los emigrantes que salían desde América Central pasando por su territorio subiría los impuestos a las importaciones de productos mexicanos. Esto hizo cambiar la opinión del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de tendencia izquierdista. Quien tuvo que aceptar la decisión de Trump. Luego Trump cambió de opinión porque le informaron que el presidente de México estaba parando a cualquier ciudadano de países vecinos que querían usar el territorio para pasar ilegalmente a Estados Unidos. Así estaban las cosas, en febrero de 2020. En años pasados y por décadas, el territorio de México fue un pasadizo sin mayores problemas para millones de personas en su deseo de entrar a Estados Unidos. Lo que es cierto es que con estas exigencias de Trump a López Obrador el flujo de emigrantes a Estados Unidos bajó considerablemente en 2019 sin por ello detener la construcción del muro. Incluso así, no se ha detenido el deseo de miles de personas que siguen insistiendo en entrar a Estados Unidos usando a México como país puente. Gran dolor de cabeza de López Obrador: el malestar social aumenta en México por la presencia de miles de personas de países centroamericanos que circulan como seres a la deriva en pueblos y ciudades fronterizas. La condición de vida de los indocumentados en EE. UU. no ha variado en décadas en los tipos de trabajos que deben hacer, esencialmente en servicios. En esos trabajos los inmigrantes indocumentados no reciben beneficios médicos ni sociales que sí tienen los que son residentes o ciudadanos. Hay que agregar algo que no se dice mucho respecto a esos inmigrantes y es lo relativo a problemas psicológicos y mentales que aparecen en las nuevas condiciones de vida y de trabajo. Y es la depresión psicológica que desarrollan al vivir en un país donde ninguna ley los ampara pues son solo un par de brazos para trabajar. No existe una ley de inmigración que los favorezca, aun cuando Obama intentó ofrecer permisos legales de trabajo para ellos, y hasta la posibilidad de ser residentes: la muralla republicana modificó esa propuesta de ley de Obama hasta hacer casi imposible que un indocumentado pudiera aspirar alguna vez a ser residente y vivir con seguridad en EE. UU.. Y menos llegar a ser ciudadano norteamericano. Lo que comenzó a hacer Trump desde enero de 2017 fue apretar con más fuerza un botón rojo ya existente
haciendo más difícil la vida de esos 12 millones de indocumentados y hacer imposible la entrada desde México, América Central y cualquier país que esté al sur del Río Grande. El 16 de febrero de 2017, a un mes de ser Trump el nuevo presidente, hubo protestas en 65 restaurantes de Washington, otros en Nueva York, Filadelfia, Houston, bajo el lema “un día sin inmigrantes”. En general los dueños de los restaurantes (que no son inmigrantes indocumentados pero que contratan a indocumentados que usualmente trabajan en la cocina, o limpian, y raravez serán meseros o meseras) ponían en las puertas de sus negocios carteles como estos: “Apoyamos y nos solidarizamos con todos los inmigrantes en este país”, “Apoyamos en un 100% a nuestros empleados sean inmigrantes o nacidos en EE. UU.”. Este último cartel era confuso porque una persona de origen hispano nacida en EE. UU. por lo general tiene otro trabajo mejor con salario más justo por su condición de ciudadano o residente que el de lavar platos, barrer o limpiar ventanas de edificios, limpiar casas o cortar el pasto en los jardines de la clase media norteamericana. Lo que resulta importante analizar es que, en esa protesta de febrero de 2017, sin negar su valor solidario, no se aclara cómo funciona el trabajo de un indocumentado inmigrante. Y por otro lado, el trabajo de un inmigrante que posee una residencia legal o tiene ciudadanía es muy diferente al de inmigrante indocumentado. Esa confusión la he visto en varios periódicos como El País de España al poner en un saco a los 45 millones de personas de origen hispano sin distinguir que entre ellos están los 12 millones de indocumentados a los cuales Trump intenta expulsar (aunque él dice que quiere expulsar a indocumentados con antecedentes criminales). Esta confusión también influye en algunos intelectuales y escritores de América Latina que viven en EE. UU., o recién vienen llegando, y publican artículos sin analizar con seriedad la situación de los indocumentados en ese país. Lo que no se analiza mucho es cómo funciona la plusvalía (global) de la que se apropia el dueño de un restaurante en EE. UU. o en cualquier país al que llega esa ola de inmigrantes de la que hablaba Carlos Fuentes y que contrata a inmigrantes indocumentados; nos lo decía también Allert Brown-Gort en los datos arriba indicados. Lo pondremos con este ejemplo que conozco de un restaurante de la ciudad donde vivo en Estados Unidos. Este restaurante bastante popular hace aproximadamente unos 3000 dólares neto en un día
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Este es el tipo de trabajo barato del que se beneficia el sistema al contratar inmigrantes indocumentados, a los que no les dará ningún tipo de beneficio médico como protección en accidentes y demás... por servicio de almuerzo y cena. Emplea a cinco inmigrantes indocumentados que trabajan unas diez horas al día, preparando la comida y haciendo el servicio de limpieza de platos, vasos, etc. Reciben cinco dólares la hora así que cada uno recibe al fin del día cincuenta dólares. El dueño paga 250 dólares en efectivo a los cinco al final del día porque esos inmigrantes no tienen documentos ni menos el número de seguro social (SSN) que solo los tienen los residentes o ciudadanos, aunque se sabe que algunos poseen SSN falsos y de eso se hace un gran negocio (El NewYork Post ha publicado artículos sobre la existencia de ventas de SSN y tarjetas de residencia –green cards– falsas que tienen algunos indocumentados en Nueva York). El dueño queda con 2750 dolares al fin del día. Este es el tipo de “trabajo barato” del que se beneficia el dueño de un restaurante contratando a inmigrantes indocumentados a los que no les dará ningún tipo de beneficio médico como protección en accidentes del trabajo. Y esto es una situación global que ocurre no solo en EE. UU. sino en países donde emigran millones arrancando de sus países originarios por razones económicas o políticas. No es malo que los dueños de restaurantes se solidaricen con esos inmigrantes indocumentados en el “un día sin inmigrantes”, pero también es importante ver esa plusvalía de la que ellos se apropian (en términos marxistas) al emplear a sus trabajadores inmigrantes sin papeles; en efecto, la globalización económica está muy ligada al alto porcentaje de la inmigración ilegal a nivel mundial que circula por el planeta. En todo caso a Donald Trump poco le importa si los dueños de restaurantes quienes contratan a inmigrantes indocumentados en EE. UU. los explotan o no (jamás se ha referido a esa “plusvalía global” en sus discursos), sino que quiere que no entren nunca más esos “bad hombres” y que salgan de ese país lo más pronto posible. Volviendo a lo que planteaba Carlos Fuentes en 2001, ¿tendrá un efecto desastroso que Trump expulse a esos 12 millones? decía Fuentes: “prive usted a los Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habrá en los Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones abandonadas”.Y ese muro que quiere terminar de poner Trump a través de toda la frontera, ¿será de todas maneras un muro frágil de cristal? Una de las grandes fronteras de cristal en estos momentos es lo que sucede en América Central. El Salvador y Honduras junto a Guatemala son países que constituyen “El triángulo del Norte”. Este triángulo es un tratado esencialmente económico de ayuda mutua (aunque la mayor ayuda o casi toda la da EE. UU.). El 9 de agosto de 2019, ese Triángulo estaba a punto de derrumbarse por la denuncia del presidente de El Salvador,
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Nayib Bukele, quien dijo desconfiar de las políticas de Guatemala y Honduras para combatir la persistente migración irregular de ciudadanos de esos países a EE. UU.. Además, el presidente de El Salvador calificó de dictador al presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, porque había sido financiado por el narcotráfico para llegar a la presidencia. Aseguró finalmente que los gobiernos de Tegucigalpa y de Guatemala “no han sido ejemplo” en la contención migratoria. A Trump aquel triángulo, por otro lado, en su visión prepotente, le parece que más bien constituye un Triángulo del Mal. Él considera que es una región devastada. Esa idea fija es la que agita el presidente de EE. UU. constantemente señalándolo como un grupo diabólico que quiere entrar a un territorio donde se supone que está el sueño americano (muchas veces ha usado el término los “bad hombres” para referirse a los que quieren entrar ilegalmente a EE. UU.). A los países al sur de su frontera sur,Trump los ha definido así: “países que están en un hueco de mierda” (fuente Univisión Noticias, 11 de enero de 2018). Esto lo dijo específicamente cuando se le habló sobre programas para inmigrantes de Haití, El Salvador y varios países africanos, incluidos otros países de América Central. Trump preguntó: “¿Por qué tenemos aquí a estas personas de países que son un hueco de mierda?”. Sin embargo, los presidentes de América Central en 2018 pidieron a la ONU elaborar un plan que ayudara a solucionar esa ola migratoria. Según la CEPAL, que en mayo de 2019 presentó un plan de posibles soluciones, son cinco las causas de por qué la gente emigra de sus países de América Central hacia EE. UU.. ParaLa CEPAL se trata de causas estructurales. Primero, el lento crecimiento económico de los países junto con la grave desigualdad que eso genera. Segundo, el alto crecimiento demográfico. Tercero, el aumento de la frecuencia de las sequías e inundaciones. Cuarto, la falta de empleo. Y quinto, el crecimiento de la pobreza y el aumento de la violencia. Lo interesante es que la CEPAL no menciona para nada la corrupción política que hay desde los gobiernos mismos, como en el caso del presidente de Honduras, financiado por el narcotráfico. Cuando a la gente de Honduras o de El Salvador o de Guatemala, por ejemplo, se les pregunta por qué quieren irse hacia EE. UU. en un viaje extremadamente peligroso de miles de kilómetros, la mayoría responde que es por la falta de trabajo, mucha pobreza y continua violencia. Otro hecho importante de mencionar es la autorización de redadas masivas dentro de EE. UU. en industrias en busca de indocumentados. La redada más grande en una década ocurrió el miércoles 7 de agosto
de 2019 en Luisiana, donde fueron arrestados 680 inmigrantes (de los cuales 107 eran mexicanos) en siete plantas de trabajo por 600 agentes de inmigración. Los que no demostraban que estaban legalmente en el país serían deportados inmediatamente. No hay duda de que Trump ha dado un golpe muy fuerte en esa frontera con sus frases cargadas de un odio que ningún presidente anterior se atrevió públicamente a pronunciar. Hay que recordar que la construcción inicial del muro comenzó en 1994 bajo Bill Clinton para luchar contra la inmigración ilegal, fue la llamada “Operación Guardián”. También lo continuó Obama quien hasta ahora ha sido el presidente que más indocumentados ha expulsado. Pero fue Trump quien desde su campaña electoral antes de 2017 dijo que terminaría de construir un muro por toda la frontera con México fuera como fuera, y lo que lo tendría pagar México. Lo curioso es que millones en EE. UU. creyeron que Trump solo estaba bromeando cuando prometió aquello en su campaña. La diferencia de Trump con otros presidentes es que tiene un odio atávico a los que viven en ese “hoyo”, como él lo ha definido. Trump amenazó con cortar ayuda a América Central cuando en 2019, en un abrupto típico de él, dijo que esa ayuda la traspasaría ahora al autoproclamado presidente de Venezuela Juan Guaidó. Por tanto, puede que esos planes propuestos por la CEPAL para solucionar esas cinco causas estructurales fallen. Trump desea, además, declarar ilegales todos los “santuarios” que hay en distintas ciudades de Estados Unidos que ayudan a inmigrantes en suelo norteamericano, pero esto no le ha sido fácil. También ha dejado en el limbo a los “dreamers” a quienes se les ha permitido estudiar en las universidades norteamericanas. Son jóvenes que llegaron de pequeños con padres indocumentados a EE. UU.. Este programa lo inició por decreto Obama dando ayuda a cerca de 700 mil jóvenes. Trump lo ha querido eliminar. La Corte Suprema comenzó en junio de 2019 a estudiar legalmente el caso y se espera que se pronuncie en 2020; mientras tanto, esos 700 mil jóvenes que no son ni residentes ni ciudadanos pueden continuar estudiando en sus respectivas universidades. Si se elimina ese programa, todos ellos pueden ser deportados. Pero ¿cuánto tiene que ver EE. UU. con esta ola de gente que como un éxodo bíblico se echa a buscar otra tierra prometida puesto que en la que vive solo ve miseria, violencia, corrupción y un futuro negro para su familia e hijos? Para comprender la crisis migratoria centroamericana hay otras razones, y no solamente las causas que da la CEPAL;
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hay que tener una perspectiva histórica y mirar hacia atrás, desde fines del siglo XIX, para entender esta oleada migratoria nunca vista (la primera oleada fue de 5 mil personas en octubre de 2018 que partió de San Pedro Sula, Honduras). Estados Unidos es la primera y moderna potencia mundial imperial que después de España llegó a la región del Caribe, en 1898 se apoderó de las últimas colonias españolas instalando enclaves de producción y enclaves militares. Antes de esa fecha ya había saltado a Centroamérica. Las primeras plantaciones de bananas comenzaron en Honduras en su litoral norte. Para 1870 Estados Unidos exportaba ya el producto a Estados Unidos. Desde 1899 la UFCO de Estados Unidos (United Fruit Company) era propietaria de grandes extensiones en América Central de tierras dedicadas al cultivo del plátano destinado en su totalidad a la exportación del mercado de Estados Unidos1. Ya se sabe que toda esa cintura de América se la apropió instalando dictadores locales. También sabemos de la apropiación de tierras donde se situaron las compañías norteamericanas y usaron a la población nativa como trabajadores baratos. Dictaduras van y vienen amparadas por EE.UU y su cohorte militar, capaz de frenar insurrecciones populares. Estamos en plena guerra fría. Hay miles de asesinados, desaparecidos, torturados, exiliados. Por tanto, no se puede explicar la Revolución Cubana en 1959 sin esa explotación norteamericana ni tampoco la Revolución Sandinista en 1979. O sea que por décadas EE. UU. se apropió de una gran ganancia que nunca repartió en suelo centroamericano. Guatemala, Nicaragua, El Salvador se envuelven en guerras civiles (desde los años sesenta en Guatemala) que terminan a fines de la década del ochenta con el Acuerdo de Paz de Esquipulas (acuerdo elaborado por el Grupo Contadora desde 1983 a 1985) que fue una iniciativa para resolver los conflictos militares que plagaron América Central por muchos años, y en algunos casos (Guatemala principalmente) por décadas. Si alguien le respondiera a Trump que el “hoyo” en esa región lo causó una política imperialista seguro se reiría y escribirá un twitter ofensivo. Al irse EE. UU. con sus enclaves industriales y sus billones de dólares en inversiones a otra parte, dejó a la mayoría de la población en un “hoyo” sumida en la pobreza y con el deseo de emigrar hacia “la tierra de las oportunidades”. Un ejemplo es lo que ha escrito el escritor hondureño Fabricio Estrada en el verano de 2018 desde la vida de una persona común que desea salir de Honduras e ir al Norte. Lo escribió en los días iniciales de la primera gran caravana de emigrantes de aquel verano:
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Tijuana-México. Estela Parra, Pixabay
¿Se preguntan cómo se organiza el éxodo hondureño, quién está detrás? Se los responderé en confianza: Resulta que un día se amanece sin haber conseguido ayer el préstamo de 5 dólares (100 lempiras) para poder comer algo hoy.Te quedan tres huevos, dos lempiras de tortillas y un voto que ir a dar tipo 10 de la mañana en la escuela de tu barrio... Resulta que prendiste la tele y están pasando la masacre de la madrugada.Vas a la pulpería a pedir fiado y te das cuenta de que ya no abre más porque le dispararon al dueño por no pagar el impuesto de guerra. Camino a la escuela, cientos de personas están haciendo fila para votar. Das tu voto pensando que tal vez se arregla algo cambiándolo todo de una buena vez. Al regreso a casa ves un inusual movimiento de tropas en cada rincón de la ciudad, la mayoría de ellas encapuchadas. Llevas diez años asistiendo a las movilizaciones en las calles. El golpe de Estado del 2009 movilizó a millones y vos estuviste entre ellos. Es de noche ya. El conteo da como ganador a lo que elegiste democráticamente en lugar de agarrar un fusil e irte con miles a una revolución incierta. El voto era incierto, pero esta vez el conteo habla con certeza absoluta: se ha barrido con la élite que secuestra al país desde el 2009 y medio mundo comienza a celebrar y celebrando se da el fraude. Se revierten en un parpadeo alrededor de dos millones de votos y resulta electo por la fuerza y bajo la bendición de la Embajada estadounidense un patizambo que de inmediato se convierte en dictador. La rabia es brutal. La alegría es tan precaria. Miles y miles salen a las calles a protestar y son bombardeados, asesinados, torturados, encarcelados... las tropas enmascaradas invaden los barrios pobres y sacan del pelo y a patadas a los jóvenes, a las mujeres... vos tenés hambre, pero es mayor el hambre de la indignación. Se protesta, se protesta, pero desdeWashington se manda a decir que debés aceptarlo, que eso es democracia. Tras noches de desvelo te das cuenta de que ya no podés conseguir empleo, que los noticiarios van aumentando su cuota de asesinatos, que los estudiantes son asesinados,
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perseguidos, que los campesinos son desalojados por miles, que encarcelan a los campesinos, que los bancos te niegan el préstamo, que no tenés educación más que para trabajar por horas sin derechos laborales, que no tenés derecho a un seguro social que fue saqueado por los mismos que se han reelegido y que desde los púlpitos te piden aguantar y aguantar y aguantar.Ves las filas enWestern Union y Money Gram... largas filas que a veces solo van a retirar 100 dólares enviados desde algún lugar de la yusa2... 2000 lempiras que nadie te regalará en tu día donde solo necesitabas de 5 dólares para sobrevivirle al día... lo calculás, ves la diferencia ¿y si gano allá, aunque sea 200 dólares a la semana es más de lo que ganaría en todo un mes? Te cuentan que se reunió una caravana para salir hacia el norte. Que esta vez los Zetas no podrán secuestrarla ni fusilar a nadie como aquel año en Tamaulipas donde asesinaron a 76 mojados. Me iría, pensás, pero no podés porque ya estás en silla de ruedas, sin las dos piernas que cortó la bestia3 hace un año. ¿Cómo se organiza tanta necesidad? ¿Lo explico de nuevo? Pero desde septiembre de 2019, el presidente Trump, quien desde los primeros días de su gobierno pronunciaba frases incendiarias sobre lo que pensaba de esa región, cambió extrañamente a una política más suave respecto al Triángulo del Norte sin interesarse mucho por las acusaciones del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el 9 de Agosto de 2019 al presidente de Honduras por ganar las elecciones gracias al narcotráfico. La reacción de Trump sobre esa denuncia del presidente de El Salvador fue no darle ninguna importancia. ¿Por qué? Ese es siempre un enigma en las decisiones instintivas de Trump que son tan características de su personalidad. Por ejemplo, basta ver el contenido de sus constantes tweets sobre diversos y muy delicados asuntos que tienen que ver con la política mundial, con aspectos económicos globales, migratorios, raciales, etc. Sin embargo, Trump firmó el 26 de julio de 2019 un acuerdo de cooperación de asilo con Guatemala, lo que repitió el 20 de septiembre de 2019 con El Salvador y cinco días después con Honduras. ¿Pensará muy diferente a partir de enero de 2021? Y esto es un misterio porque la reacción de Trump siempre es cambiante y contradictoria sobre México y la región de América Central. Quizás nunca hubo en la historia de Estados Unidos el caso de que un presidente cambiara de opinión según el humor con que se levantaba cada día.Y esto lo ha dicho muchas veces la poderosa demócrata Nanci Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, quien recientemente, en la sesión del informe anual al país que dan los presidentes en el Congreso todos los 4 de febrero, rompió en pedazos el discurso escrito de Trump: declaró a la prensa que todo lo que había dicho era mentira. Expertos consultados por la BBC Mundo en octubre de 2018 dijeron que aunque hace más de 30 años que terminó la guerra fría, la influencia de Estados Unidos en Centroamérica continúa siendo un factor decisivo, y no solo por las ayudas económicas que ofrece. No es un secreto, dicen esos expertos, que Estados Unidos es todavía una fuerza dominante en países como Honduras, Guatemala y El Salvador. A los pocos días de esta reflexión, en febrero de este año cuando la envié al concurso Boca de Sapo, en EE. UU. comenzaría la amenaza invisible del virus llamado Covid-19, amenaza que Trump y sus asesores no vieron como
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tal aun cuando ya en Europa, Italia principalmente, comenzaban a blindar ciudades completas. La realidad es que una de las principales ciudades del mundo con mayor cantidad de muertos y contagiados hasta ahora es Manhattan.Todos apuntan a Trump por no haber tomado medidas inmediatas cuando ya había dos contaminados en California la primera semana de febrero. La situación de los indocumentados es ahora sumamente grave, al punto que parece una película de ciencia ficción. Mientras el gobierno federal trata de apurar miles de millones de dólares a individuos, empresas y estados para combatir la pandemia del coronavirus, un grupo ha quedado fuera: los inmigrantes indocumentados de la nación que llegan a casi 12 millones. El Congreso ha aprobado más de dos trillones de dólares para entregar los pagos directos a la mayoría de los contribuyentes, ampliar enormemente los beneficios de desempleo y hacer que las pruebas del coronavirus sean gratuitas. Pero, aunque los inmigrantes indocumentados no son inmunes a la crisis del coronavirus, no han sido incluidos en ningún programa de beneficios del gobierno, lo que los pone en riesgos económicos y de salud que impedirán los esfuerzos hechos para detener la propagación del virus, dicen los médicos. Muchos inmigrantes están en trabajos considerados “esenciales”, los de servicios, como los trabajadores de tiendas de comestibles, asistentes de salud en el hogar y trabajadores agrícolas y, aunque no sean indocumentados, pueden carecer de acceso a pruebas y cuidados. ¿Deberíamos hablar ahora de una post frontera post corona virus?
1 Ver la novela de Mario Vargas Llosa, Tiempos recios (2019), donde relata cómo se creó el imperio de la United Fruit Company en Centroamérica. 2 “La yusa” es una expresión coloquial hondureña que significa “ir para la USA” o “ir para los Estados Unidos”. 3 “La bestia” es el nombre que le han dado a un tren de carga mexicano y a él se suben en el techo miles de indocumentados para llegar a la frontera con EE. UU.. Muchos se caen del tren en marcha, a muchos le ha cortado una pierna, un brazo o arrollado totalmente dejándolos tirados a la orilla de los rieles.
*Javier Campos nació en Santiago de Chile. Ha publicado dos novelas, dos libros de cuentos y cuatro libros de poesía. Ha sido traducido al inglés, alemán, gallego y ruso. Actualmente es profesor de lenguas y Literatura Latinoamericana en la Universidad de Fairfield, Connecticut, EE. UU..
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CRÓNICA
Seis apartados sobre Tokyo Texto y Fotografías de Clara Virasoro “A stranger is someone who has no handkerchief. Who has no words to say. Whose shadow mind is burning as he sits watching her hands and thinks how rare! To see a Roman Talk With no gestures at all” Anne Carson, The fall of Rome: a traveler’s guide 1. Cómo moverse Generalmente viajo en tren. No solo por cuestiones de distancia o de precio del viaje. Es una muy buena excusa para poder ver la ciudad y tener un espacio donde observar a la gente en su rutina diaria. Las veces en que estoy en el tren con A. o con F. aprovecho y hablo en español, se puede hablar de cualquier cosa porque se tiene la sensación de que nadie entiende. Compartimos apreciaciones de las experiencias vividas en esos días. Arriba del tren nadie habla fuerte, tampoco se puede hablar por celular (no sé si es una regla del transporte público, puede que sea un código social pero acá parecen tener el carácter de reglas). Cuando voy sola miro por la ventana o miro los celulares de los pasajeros. En la pantalla, colorido pero sin sonido, siempre hay algún videojuego, no importa si el usuario es un adolescente o un adulto. Pareciera ser algo universal. Yo también quiero unirme a esa ola pero mi celular ya ocupó prácticamente todo su espacio en fotos, videos y las aplicaciones necesarias para manejarme en el país extranjero. Un hombre tiene un celular con tapita, todavía muy de moda en Tokyo. Los adornos que le cuelgan son brillantes, rosas. No sé si es suyo pero siento como que debe ser de una hija. Me resulta extraño en esta ciudad donde hay tanta uniformidad para ciertas cosas y una de esas parecería ser tener estos aparatos.
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Algunas mujeres tienen un pin con la imagen de una madre y un bebé. Más o menos al cuarto pin de esos que veo me doy cuenta de que es un aviso de que están embarazadas. Me parece una buena idea para acelerar la toma de un asiento y para ser tenida en cuenta en los pasillos tan poblados, donde la gente avanza a empujones. Pienso que también es una buena forma de que ellas no tengan que hablar, de que no tengan que dirigirse a nadie ni pedir nada. Está claro que los japoneses pueden dormir en cualquier lugar y el tren parece ser uno de ellos. Hay hombres de traje (los salary-man, la imagen ya está cristalizada con el término y también en mi imaginario) que cabecean y finalmente terminan medio recostándose en el pasajero de al lado, sin importar edad o género. A este otro parece no importarle. En estos casos pareciera suspenderse la
aversión que los habitantes de Tokyo parecerían tener al contacto físico. También es cierto que en japonés se utiliza con frecuencia el término que se refiere a la muerte por exceso de trabajo –karoshi– y vuelve un poco más entendible este tipo de solidaridad urbana. Voy sentada. A mi lado se libera un lugar. También otros tres asientos. Las personas que suben eligen sentarse en esos. El que esta a mi lado se convierte en el único asiento desocupado. En la estación siguiente suben más pasajeros, nadie se sienta. Prefieren quedarse parados, agarrados a una baranda, haciendo malabares entre el maletín, la mochila, el celular, el bolso, el abrigo. En mi país es común que cualquier persona elija sentarse al lado de una mujer. Acá no, acá ni las mujeres se me acercan. Cuando vuelvo mi hermana me dice “no quieren estar en una situación en la que te tengan que hablar”.
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2. Donki o cómo comprar en un lugar con tación de tren, solo puedo mirar el mapa sin conexión nombre español y confiar en que el punto azul que marca se mantiene por alguna señal que flota en el aire. Creo que esEl nombre es una contracción de Don Quijote. Sin tamos cerca porque las baldosas del piso empiezan a embargo, la mascota que te saluda desde el cartel no intercalarse con dibujos de un oso panda y yo sé que se relaciona en nada al conocido y querido hidalgo el hostel que reservamos es cerca del barrio de Ueno, español. Es un pingüino azul sin muchos detalles y te lugar donde se ubica el zoológico de Tokyo. Doblamos da la bienvenida a una tienda que más parecería ser en una calle más chica y abandonamos la avenida. Casi un depósito universal: comida, bebidas alcohólicas, no se ven personas caminando y el ruido de las ruedas artículos de belleza, de limpieza, electrónica, disfra- de nuestras valijas me parece muy fuerte y molesto. ces, juguetes sexuales, artículos de viaje, de librería, Por suerte solo faltan un par de calles más. valijas, souvenirs, adornos, golosinas, celulares. Cada Más adelante se ve una sombra desvanecida en el sección tiene su propia lista de reproducción de músi- suelo. Parece ser un hombre y está en algo que pareca y en cada sección hay varias pantallitas con anuncios ce ser la salida de un estacionamiento. No hay mucha publicitarios, celebridades que promocionan infinida- luz. Otros dos hombres están inclinados mirándolo. des de productos (no solo japonesas, una publicidad Parecen dos policías. No llego a escuchar si le están de Cristiano Ronaldo comprando valijas se reproduce hablando pero quiero creer que sí. Con A. nos miramos sin cesar en una pantalla, aún cuando solo dura 40 incrédulas tratando de descartar la posibilidad de que segundos). Hasta los personajes de animé venden ja- así nos reciba Japón: con un muerto en la calle. Le digo bones líquidos o café. Los precios parecen ser más a A. que debe ser un borracho, acá es muy común que bajos y parece que también se puede sacar una tarje- los oficinistas salgan a tomar alcohol después del trabata de puntos especial. Las horas avanzan muy rápido jo hasta que no se pueden levantar. Le pido que sigamos mientras uno pasa de canción en canción, de anun- porque me parece que ahora los hombres nos hablan a cio en anuncio, de leer precios y emocionarse con los nosotras, probablemente no vean nuestras caras con la descubrimientos. Cada tanto una voz chillona canta la poca iluminación. canción del negocio, más o menos entiendo que habla Abandonamos la escena, ni los hombres ni nada nos de la felicidad que da comprar en Donki. No es el sigue. Sin embargo, cuando llegamos al hostel no hay único negocio que elige una voz robótica para que te nadie en el escritorio de la recepción. Tampoco hay dé la bienvenida. En el tren los altoparlantes te avi- un timbre. Entramos porque vemos que otra persona san cuando se está acercando la formación o cuando lo hace sin necesidad de ninguna llave, pero sube por las puertas se están por cerrar, te indican cuál es la una escalera por la que nos intimida aventurarnos. En próxima parada y a cuál llegaste. Algunos camiones el lobby no hay nadie que parezca empleado del lugar. también tienen un parlante por el que una voz com- Dos mujeres hablan en chino mientras toman vino. Un putarizada te avisa que está doblando. Lo mismo pasa chico está sentado en un sillón, los auriculares puescon los colectivos. Ya cerca del final de la segunda se- tos, su valija apoyada en el piso, mira el celular. Suena mana, A. me dice que está harta de que todo le hable. una canción suave en japonés que probablemente sea de alguna banda pop que en otras circunstancias po3. La llegada dría reconocer, pero el lugar es chico y enseguida anula toda esperanza de que en algún pasillo u oficina haya Caminamos las dos solas, A. y yo, por lo que creemos otra persona que nos pueda recibir. Nos acercamos a es el trayecto hacia el alojamiento reservado. La valija las chinas que parecen ya estar instaladas hace varios de A. es vieja y solo se puede arrastrar de un lado y días y tratamos de comunicarnos en inglés. Algo encon una sola rueda. Le pido que se apure un poco tienden pero con poca seguridad nos dicen que segupero es imposible: cuando trato de llevarla yo, me doy ro ahora viene alguien. Miro el reloj, evalúo nuestras cuenta de que es pesadísima y de que el movimien- posibilidades: buscar otro lugar, salir de nuevo, seguir to lastima las manos. Me resigno un poco a llegar a arrastrando las valijas o quedarnos y dormir en alguno la hora que lleguemos aunque sé que el hostel tenía de estos sillones después de pasar más de veinte horas un límite de horario que ya se aproxima. No tengo en los asientos del avión. Un último intento: le hago internet en el teléfono porque nos alejamos de la es- señas al chico con los auriculares, creo que es japonés
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por los ideogramas que veo en la pantalla de su celular, le explico de nuevo en inglés la situación. El chico mira, parece entender. En la pantalla del celular busca un programa traductor, empieza a teclear. Con A. nos miramos, esperanzadas por la respuesta, seguro que ya lo atendieron, seguro está esperando a que lo acomoden.Termina, da vuelta el aparato y nos muestra. Leemos: “Estoy en la misma situación que ustedes”. 4. De cómo conocer extranjeros Se pueden intuir los itinerarios de viaje de las personas del hostel por ese espacio común que es el lobby. Además de las charlas que se pueden captar entre los huéspedes y las personas de la recepción que muchas veces giran en torno a la recomendación de lugares o el relato de qué hicieron ese día (esto sucede sobretodo con los viajeros solos), es posible descubrir qué hicieron las personas por las bolsas con las que vuelven (especialmente en Japón, donde gastar plata es una actividad tan natural como caminar por la calle). En mi caso, a veces trato de disimular las bolsas (con imágenes tan obvias) porque quiero que piensen que soy una viajera un poco más misteriosa, más sofisticada. La comida también se vuelve un parámetro para imaginar los trayectos elegidos por los otros. Los que, como nosotras, aprovechan el lobby para desayunar o para comer algo instantáneo a la noche me parece que son viajeros con poca plata, que priorizan la caminata por sobre una buena cena. Un tercer indicador es la ropa. Por ejemplo, una chica joven desayuna sola en el lobby. Viste con un saco y una pollera elegante, una camisa blanca, impoluta, y unos zapatos de taco fino. F. dice que le parece que varios de los jóvenes hospedados están por egresar de la universidad y están empezando a tener las entrevistas de trabajo porque acá, donde toda la vida se desarrolla como un camino sin pausa y sin digresiones, es indispensable terminar la carrera con un puesto ya asegurado. Hay en las habitaciones mixtas una familia que intuyo musulmana por la ropa que visten las mujeres. Son como ocho personas. Una noche, mientras ceno en el lobby, vuelven todos juntos. Llevan en las manos bolsas con la imagen de Mickey Mouse. Tal vez sea mi propio prejuicio, formado en parte por el mismo país que dio origen a ese ratón, tal vez sean mis ganas un poco románticas de negar la posibilidad de un capitalismo tan avanzado, pero me cuesta imaginarme a toda la familia disfrutando de la diversión fácil de ese parque, que también tiene su sucursal en Tokyo. Pienso que pueden haber ido de compras al local de la marca, ubicado en el medio del barrio de Shibuya. A la mañana siguiente, cuando bajo a desayunar, me encuentro con una de las mujeres de la familia. Está calentando en el microondas algo que llena el lobby de un olor insoportable e incompatible con el del café que me estoy por tomar y con el horario de las nueve de la mañana. Cuando abre el microondas me doy cuenta: es una de las tantas patas de cerdo que venden en Disney, cuyo olor me acompaña desde el recuerdo de mi propia visita y viaja hasta la boca de la musulmana.
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5. De cómo leer la escritura en una cara Cuando no se pueden emitir palabras, el cuerpo se vuelve fundamental. Se despiertan otros instintos, se activan los músculos de la cara, las manos, la acción de señalar con fuerza. Uno de los gestos que más recibo es el de la prohibición de sacar fotos. Generalmente implica a la persona señalando mi cámara y formando una cruz con las manos o con dos dedos. Parece ser algo muy frecuente, como si a pesar de vivir rodeados de imágenes, las personas en Tokyo buscaran cierta ilusión de límite para esa proliferación visual (pienso también en esa moda que tienen de ponerse un barbijo, que si bien sirve para abrigarse y evitar el contagio de enfermedades, también es la excusa perfecta para tapar parte de sus rostros). Hay lugares en los que directamente me da miedo intentar sacar una foto. Probablemente porque ante la falta de la lengua, el gesto en los japoneses se vuelve más brusco y también porque no me gusta quedar como que no conozco las costumbres. Más adelante descubro algo de placer morboso en ese ver los videos filmados y cómo de repente se cortan a partir de la intervención de una figura que se para en el medio de la pantalla.
Como la prohibición de sacar fotos, hay otros gestos que ni siquiera vienen acompañados con palabras y no dejan de ser igual de contundentes: una tarde vamos con F. a una comiquería ubicada a una cuadra del hostel. Nos gustó cuando pasamos más temprano porque nos hizo acordar a las que están en nuestra ciudad e incluso el nombre parecía ser algo entre español y portugués.Yo espero ver un latinoamericano radicado en Tokyo cuando entramos, pero nos recibe un japonés con el saludo a los clientes ya acostumbrado. En la pantalla de una computadora pequeña, ubicada en una mesa, se desarrolla una película de superhéroes bien conocida. F. no la vio.Yo sí, pero nos acercamos porque la película está doblada al japonés y nos parece simpático, queremos escuchar los chistes en ese idioma. Comentamos, nos reímos un poco. La pantalla se vuelve negra. El empleado la apagó de alguna manera desde su mostrador. No nos mira aunque nosotros sí. Hasta F. queda un poco confundido. Le digo que deben estar por cerrar y esa es la forma del chico de pedirnos que nos vayamos. Sin embargo, volvemos a pasar por ahí una hora más tarde, en dirección al karaoke, las luces siguen prendidas y todavía hay clientes en el local.
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Es martes, cerca del mediodía, y es el día más frío del viaje. También es el día en el que me despedí de F. que volvió para su casa, en Osaka. Entro en un restaurante y voy derecho a sentarme. Enseguida se acerca un hombre, me dice cosas, entiendo que él me tenía que decir dónde sentarme. Me paro y espero impaciente en la entrada. Después de hacer el pedido viene la acción de todos los días, tratar de conectarme a internet desde el teléfono. Le hago una seña a una moza que pasa, señalo el celular, digo “wifi” pero ella me mira confundida. No se me ocurre una manera más sencilla de hacer mi pregunta. La moza sigue caminando. Me doy cuenta de que mis gestos, como mis palabras, tampoco se entienden. 6. Cómo cantar sin prejuicios En Tokyo es muy común ir a hacer karaoke. Las salas son privadas y se paga por tiempo. Es una excusa para juntarse con amigos, para organizar grupos de citas a ciegas, para afianzar lazos entre los trabajadores de las empresas. Incluso es una actividad que muchos realizan en solitario (una de las veces que fui a uno de esos locales a un chico le dijeron que para entrar a una sala individual tenía que esperar hora y media). Algunas de las máquinas arrojan un puntaje al final de cada tema, así que los cantantes que están solos pueden aprovechar y superar su propia nota. Las pantallas suelen ser muy grandes, generalmente hay algún tipo de luz de colores para ambientar un poco más la sala. Vamos con F. a una de las cadenas más grandes porque parece ser la única que está cerca y tiene una sala libre en ese momento. Pedimos alguna cerveza y otra bebida alcohólica que sí me gusta pero de la que nunca me aprendí el nombre. Los cuartos están uno pegado al otro pero nadie interactúa entre sí, los grupos no se mezclan. La gente puede cantar tranquila sabiendo que los otros no juzgan, por lo menos no abiertamente. Es un momento de relajación y de dejar salir las emociones tan contenidas en esta ciudad. Nosotros también aprovechamos. Cantamos fuerte, sacados. Un poco alentado por las cervezas F. golpea con la palma abierta las paredes, el típico gestito argentino de arenga. A mitad de la canción, la puerta de nuestra sala se abre dando un golpe. Por un momento, cuesta entender la situación. La música sigue sonando a un volumen alto, como en todos los cuartos. El tipo que entró y que ahora le grita en la cara a F. tiene el pelo teñido de
rubio y un saco largo. Su aspecto y su forma de hablar parecen salidos de la tele y yo sé que es el típico look que usan los autodenominados pandilleros. Casi a cuatro centímetros de la cara de F., calculo que el tipo lo insulta y le pregunta qué le pasa en términos poco amigables. Usa palabras en las que acentúa mucho la “r”. F. le responde en perfecto japonés, sin levantar la voz. Atrás entra la novia del rubio, la cabeza baja, el cuerpo, urgente. Trata de sacar al tipo sin éxito. Balbucea unas disculpas en ese tono bajito en el que hablan la mayoría de las mujeres con las que me crucé. También me pide que F. no hable en japonés porque eso pone peor al novio. Aparece uno de los empleados o un supervisor, por la edad asumo que lo segundo. Los cuatro hablan en volúmenes distintos mientras yo miro la situación, todavía con el micrófono en la mano. El empleado nos dice que nos va a cambiar a otro cuarto.Yo no entiendo muy bien por qué el tipo del saco sigue ahí pero no pareciera que se le vaya a pedir que se retire. Le digo a F. que mejor nos vamos mientras hablo fuerte en español y me quejo de que nadie se haga cargo de nada. Más tarde, tomando algo en un bar, bien lejos del local de karaoke, F. entre risas nerviosas dice “ni en Argentina estuve tan cerca de que me caguen a trompadas”. Pienso en F. que vive en este país hace casi diez años y de quien con mis amigos a veces decimos que parece más local que los japoneses. Pienso también en la novia del rubio y cómo pidió que F. no hable en japonés. ¿Fue porque el rubio quería gritar solo? ¿O porque no quería escuchar su idioma en la boca de un extranjero?
*Clara Virasoro es Licenciada en Letras (UBA) y maestrandra en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Participó como adscripta en la Cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana y del proyecto UBACyT sobre Historia Comparada entre Literatura Argentina y Brasileña.
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Las fotografías de Josefina Oliver Josefina Oliver (1875-1956) escribió un diario personal desde 1892 a 1956, en 20 tomos que se mantienen inéditos, con datos múltiples sobre las ciudades en las que vivió: Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata y Mallorca. En muy breves líneas detalla todo tipo de acontecimientos: su interés era tanto nacional como internacional, con la originalidad de incorporar, a modo de collages, fotos, flores, boletos, menús, mapas, poemas, juegos, recortes de diarios y revistas. Josefina Oliver fue una fotógrafa pionera: llegó a tomar 2600 fotografías, trabajadas en estudio y coloreadas con las más modernas técnicas. A continuación ofrecemos una pequeña muestra de esa obra desconocida.
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J
osefina llegó a tomar 2600 fotografías entre los años 1899 y 1921. Son relevantes las 1400 fotos que dejó iluminadas (coloreadas) a pincel, con pinturas a la albúmina, en una época en donde solo existía el blanco y negro o el sepia. Como se recordará, el color en la fotografía comenzó en 1940. Al ver el detalle que les proporciona, el tamaño de las fotos de 12 x 9 cm resulta notable. Armó 200 collages con sus fotos, entre los que se encuentran postales muy bellas que enviaba a parientes y amigos. Josefina va imbricando diferentes formas de creatividad en una trama en la que un mismo hecho a veces lo expresa en fotografías, otras en el diario o en postales, u otras en disciplinas simultáneas. Su arte despierta el interés de los jóvenes, que la ven como a una par. Diseñadores, fotógrafos, arquitectos, cineastas, pintores, ceramistas, artistas en general reconocen su talento y disfrutan de su humor, que resulta muy actual. En su diario, escribe: Nací el 1° de Marzo de 1875 - En ese momento incendiaban el Salvador de los jesuitas- Papá: Pedro Juan Oliver y Colomar -nacido en Palma de MallorcaMamá: Juanita Rebasa y Alou nacida en Inca (Mallorca- Abuelos paternos: Pedro Juan Oliver y Más de Palma de Mallorca- Josefa Colomar- ídem- Abuelos maternos: Gabriel Rebasa y Figuerola, de Inca, médico cirujano- Catalina Alou y Reus de Felanixt – Mallorca. (…) Tuve una hermana mayor que murió al año y ocho meses (Juanita). Otra antes que yo Pepita que murió de meses- luego yo y dos años y ocho meses después Catalina- Esta y yo nacimos en una quinta de Caballito (Rivadavia 1537 y según mi fé de bautizmo, numeración antigua- hoy es el 4.000 y pico y todo está edificado por allí. (Diario de Josefina Oliver, Tomo 16, 1949, p.166.)
Los padres de Josefina, Pedro Juan Oliver y Juana Rebasa y Alou, viajaron desde Mallorca (España) a Buenos Aires probablemente en 1870. Juana era viuda, y traía con ella a su hijita Mercedes de cuatro años y a su madre, Catalina Alou de Rebasa. La tradición oral familiar contaba que viajaron en La Constancia, una corbeta transformada en barco mercante, capitaneada veinte años antes por el abuelo de Josefina. Al llegar, Pedro entró a trabajar con Alejo Arocena, dueño de una Compañía Introductora de Mercaderías y amigo de Oliver padre, quien le proveía, unas tres veces al
año, cargamentos de productos de Cuba y Mallorca. Argentina carecía de industrias e importaba prácticamente la mayor parte de los bienes de consumo. Juana sufría problemas de tipo mental que alteraron la vida familiar de los Oliver y debió ausentarse durante la infancia de las niñas, probablemente entre 1878 a 1884. Así lo consigna Josefina en su diario: “Mamá enferma se fue con Abuelita a Mallorca por prescripción médica” (Diario de Josefina Oliver, Tomo 16, 1949, p. 166). El padre la suple, amoroso y liberal para la época, ocupándose siempre de ellas e incluso de su hijastra, quien queda con él. Anticlerical, envía a Josefina y Catalina a la Escuela Pública, regida bajo la ley de Educación Común sancionada por la Provincia de Buenos Aires en 1875. Josefina la disfrutaba, recuerda de ella: “A los seis años fui a un colegio en la calle Méjico cerca de San José, un inmenso caserón antiguo –la directora Josefa Lopez Francia, española– allí Cata y yo fuimos tres años” (Diario, Tomo 16, 1949, p. 164). Entre las enseñanzas, recibe un importante caudal de “Educación patriótica”, materia diseñada para miles de inmigrantes arribados a nuestro suelo con especial énfasis en la historia y geografía nacionales y los símbolos patrios. Esta instrucción generará en ella un sentimiento entrañable por Argentina y, en especial, por Buenos Aires, federalizada desde 1880, sensibilidad que mantendrá a lo largo de toda su vida. En esos años se va a ir suscitando una simbiosis entre ella y Buenos Aires: ambas crecerán y se desarrollarán en los mismos años. La fuerza de esta ciudad sin medida potencia a Josefina, y ella personifica esa desmesura en sí misma, con límites que va corriendo, sin fronteras. A los catorce años, Josefina debe abandonar los estudios para ocuparse de su casa en lugar de su hermanastra, quien reemplazaba el espacio de la madre común. Su familia, la sociedad, le imponen un rol que ella acepta sin rebeldía pero, también sin abandonarse, comienza su propia instrucción siguiendo varios intereses, siempre dentro de lo permitido entonces. Estudia piano, caligrafía, idiomas, taquigrafía, alternando con mucha lectura. Dos años después de dejar la escuela, Josefina empieza a escribir un diario personal, que seguirá hasta dos días antes de morir en 1956. Editó veinte tomos, con 8400 páginas llenas de datos múltiples sobre Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata y también de Mallorca, España, donde vivió varios años. Con apuntes mínimos, va asentando día a día, durante 64 años, todo tipo de acontecimientos. Su interés abarca sucesos tanto del país como del mundo. Registra la vida
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diaria: vestidos “de trapillo”, de duelo y de fiesta, comidas, comercios, clubes, paseos, viajes, nacimientos, enfermedades, muertes, abortos, suicidios, fiestas patrias, música, teatros, cines, conciertos, medios de transporte, fotografía. Escribe, en 1949, en su pequeña autobiografía: En la calle Zeballos [del ‘80 al ‘84], el agua nos la subía el aguatero en cubos y se guardaba en una tinaja - En la calle Venezuela teníamos aljibe y pozo- Las aguas corrientes y cloacas se instalaron por el año 1890. (Diario de Josefina Oliver, Tomo 16, 1949, p. 162).
Josefina redactó sus tomos de forma vívida y actual, incorporando entre sus páginas –en collage– desde fotos hasta flores frescas, boletos, menús, algunos mapas, poemas y pasatiempos y, sobre todo, recortes de diarios y revistas; logrando mantener una atención constante en el lector. Desde 1948, edita una serie de libros de recortes, “pegotes” los llama, formados por ilustraciones, láminas y sueltos que va recolectando de libros y revistas.
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Lunes 13- Día precioso- Salí a las 11 ½- Fui a Peuser- compré un libro de 200 pág.- para pegar láminas (25 $)… A las 6 mate. Empecé a pegotear en el libro, la vida de Martín Fierro- reproducción de cuadros etchasta la hora de cenar. (Diario de Josefina Oliver, 1948, Tomo 16, pp. 73-74)
Jueves 8- Buen día. Concluí de pegar un álbum de interiores… (Diario de Josefina Oliver, Tomo 17, 1952, p. 231).
tiempos de la fotografía, el color fue un logro de laboratorio en el año 1861, pero solo para unos pocos, de ninguna manera a nivel popular. Los autocromos de los hermanos Lumière del año 1907, muy difundidos, eran diapositivas en color. La copia color en papel, considerada tan natural ahora, llegó al uso masivo a partir del año 1939. En 1897, Oliver desea algo más que su alrededor descolorido; quiere luz, y decide intervenir con pinturas sus copias fotográficas. Ese iluminado implica una transgresión del statu quo. Resulta también una presentación deliberada de sí misma, un anzuelo para captar las miradas de su entorno, al que seduce con la singularidad de su obra. Monta unas 200 fotografías en cartulinas especiales para postales, componiendo así collages que luego escribe y envía por correo. Para muchas de sus tomas, Josefina diseña escenografías, a veces en exteriores, en la chacra comprada por su padre en 1896, “Santa Ana”, en San Vicente, provincia de Buenos Aires, y otras como en su cuarto-estudio, donde toma retratos de vecinos y amigos que se los piden. En estos años de investigación de su obra, se han buscado fotógrafas coetáneas de Oliver para poder comparar sus trabajos. Solo se encontró a Teresa Bermúdez de Gnecco, Victoria Aguirre y Gisele Shaw. Las tres eran miembros de la Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados, que exigía a los socios adjudicar la autoría de sus fotos a la Sociedad. Solo hay una toma de Victoria Aguirre de las Cataratas del Iguazú y un pequeño álbum de Gisele Shaw, cuya digitalización se encuentra todavía incompleta. Hasta este escrito, estos datos permiten suponer que, como fotógrafa aficionada, Josefina Oliver parecería ser la única fotógrafa de su tiempo con datos registrados en su diario sobre la realización de su fotografía en “escenografías en su cuarto como estudio”:
El Libro de Curiosidades es una obra muy ecléctica. Josefina, para entonces de 77 años, la trabaja hacia mayo de 1952, esperando la entrega de los tomos 15 y 16 que dejó en una imprenta a encuadernar. Contiene dibujos de niños; numerosos poemas, entre ellos un fragmento de Hamlet; notas sobre ortografía; páginas sobre temas españoles; temas internacionales; una revisión política condensada con críticas a radicales a peronistas. Retoma el tema del género con un homenaje a la figura de Evita como mujer en un Via Crucis de quince páginas completas con sus fotos. Sigue con otras figuras femeninas como la Dama de Elche del siglo IV a.c, o “La Balenguera” (la panadera), poema mallorquín del siglo XIX, que contrasta en la misma página con la “Intellectual’s woman” norteamericana, de 1946. En el año 1907, Josefina se casa con su primo hermano Pepe Salas Oliver, compañero que la apoya siempre en sus intereses. Tienen cuatro hijos, el primero fallece durante el parto en 1910. Ese mismo año se van a vivir a Mallorca con su padre. Allí nacen sus dos hijas mujeres, Isabel y Juanita. En 1913, muere Pedro Oliver, y Josefina y Pepe vuelven a Argentina, en donde nace su hijo Pedrito en 1915. Viven en Adrogué, Buenos Aires, por siete años. De Josefina Oliver nos han llegado 2600 fotografías tomadas entre los años 1897 y 1921, pero sacó una cantidad mas importante, que dejó registrada en su diario; en cartas y postales, a medida que las iba regalando; en el país y el extranjero. En un tiempo donde reinaba el Después de almorzar saqué varios retratos de Amelia. blanco y negro o el sepia, iluminó (coloreó) 1400 coVinieron María y Julia Ithurrá á visitarnos. Subieron pias a pincel con pinturas a la albúmina; un trabajo exa mi cuarto y allí saqué varios grupos figurando a traordinario dado el formato de 9 x 12 cm de las fotos. Amelia enferma en mi cama y á Catalina de mucama Analizar el tema del color en la producción de Joy á María y Julia Ithurrá como visitas… sefina, como muchos otros temas por ella abordados, (Diario de Josefina Oliver, Tomo 2, 1900, p. 246-247) exige desarmar nuestro presente –en donde resulta una obviedad– e introducirnos en el siglo diecinueve, En su diario también registra las compras de matey hasta bien entrado el veinte, en que la prensa, los li- riales (como álbumes, cartulinas para postales con fobros y la publicidad eran acromáticos. En los primeros tos, pinceles, pinturas a la albúmina, las cajas francesas,
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marca Lumière, con las placas secas al gelatinobromuro de plata), los comercios de la Capital Federal (Enrique Lépage, Widmayer, Ortuño, Stein, Lutz & Schulz, Rosauer, entre otros), las marcas de sus cámaras (Toqué Excelsior, Edison, en los primeros tiempos), y también las formas de revelado: Domingo 19- Revelé las fotografías antes de irme á acostar. Salieron muy bien. Saqué con las placas mojadas varias tarjetas postales al bromuro que salieron muy lindas. Me acosté cerca de las 12 muy rendida. (Diario de Josefina Oliver, Tomo 3, 1905, p. 448.)
Josefina vivió una época de grandes limitaciones como mujer, situaciones que hoy resultan inimaginables. Sin participar de agrupaciones feministas, hizo por su cuenta un análisis de su identidad a través de los cien autorretratos que se tomó, a los que siempre agregaba un Yo como epígrafe. Sin barreras de clases sociales, aparece como joven burguesa o como trabajadora del campo; cambia de género en sus dos fotos de varón con bigotes; o se esconde detrás de antifaces de carnaval. Es una serie inusual para esos años, que tiene como ejes la identidad propia y el replanteo del ser femenino; ambos temas centrales de hoy. A fines del siglo diecinueve y principios del veinte, la mujer estaba excluida de la dimensión de ser por y para sí misma. Josefina Oliver vivió esto en carne propia.
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En 1905 apareció Stella, un libro emblemático sobre el rol de la mujer, que narra la historia de una joven haciendo valer sus capacidades en una sociedad completamente misógina. Su autora, Emma de la Barra, lo publicó bajo un seudónimo masculino, César Duayen, única forma de que aceptaran la novela las editoriales. Sin embargo, enseguida se convirtió en el primer bestseller nacional, lo que desenmascaró a de la Barra, dándole su fama merecida. Escribe Josefina: Sábado 30-Eran más de las 12 de la noche cuando concluí la lectura de la novela Stella que he leído en dos días sin perder línea. Su lectura me ha producido la más viva simpatía por su autora. Hacía años que no leía un libro que me gustara y conmoviera tanto. (Diario de Josefina Oliver, Tomo 4, 1905, p. 60)
En una carta a su sobrina Mercedes García Oliver, Josefina compara, a los 48, sus 19 años de 1894 con los de su sobrina:
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Palma de Mallorca, 12 de Abril 1923 Querida Nena: Recibida tu carta no me cabe más que felicitarte muy de veras por la vida tan entretenidísima que llevas y por las mil cosas extraordinarias que continuamente vés. Además de la madrina seca y reseca que tienes, debió prohijarte alguna otra hada invisible que te proporciona tanta felicidad. A veces pienso si á tu edad me hubiera tocado un átomo de lo que puedes disfrutar tú, la alegría me habría trastornado. Bueno, que sigas apurando el champagne de la dicha (frase paysandusesca) y que no te olvides en tu sublime borrachera de estos parientes enmallorquinados… (Carta inédita de Josefina Oliver, 1923)
Leyendo su diario “Mi Biblioteca en el año 1900”, se ve su interés por los títulos sobre el tema de género; figuran: La Mujer de Jules Michelet; La Mujer de Severo Catalina; La Mujer del Porvenir de Concepción Arenal; La misión de la Mujer, de Mme. Trembicka. También otros más livianos como El arte de conservarse joven y hermosa y El almanaque de las niñas pa 1899, sin autor; Las damas del Adulterio, de Xavier de Montepin; El libro de las niñas, de Joaquín Rubió y Ors; El amor, de Carlos Francisco Scotti. Tiene asimismo libros de formación personal como El deber, El Ahorro, El carácter, La Ayuda Propia, cuatro títulos de Samuel Smiles, autor con una gran influencia sobre ella.Y ya más técnicos como La Fotografía Moderna, de Francisco Pociello y el Tratado teórico – práctico de caligrafía, de A. Alfonso Cebrián.
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El mundo de Josefina Oliver es vastísimo. Como se lee, se puede caminar por él en diferentes huellas que siempre asombran y enriquecen. El pasado no está muerto, sigue nutriendo nuestro presente.
*Patricia Viaña es gestora cultural. En 2006, al leer un tomo del Diario de su tía abuela Josefina Oliver descubrió que había sido fotógrafa en 1899. Creó el Archivo Josefina Oliver, con las diversas obras de esta artista, abierto a investigadores: josefinaoliver.com En el año 2014 presentó una muestra con su obra en el Palais de Glace: Josefina Oliver – Colores del Silencio. En 2019 publicó el libro Yo Josefina Oliver con una recopilación de sus fotos y textos analíticos sobre esta obra.
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CRÓNICA
Me llaman Caye Por Luciana Arriaga
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uena la música en cada uno de sus pasos: “Me llaman calle pisando baldosa, la revoltosa y tan perdida”, parece una aparición de la Pachamama. Con el ostentoso cuero curtido, es fuerza, es salud, coraza acaramelada, parece el churqui espinoso que brota en el campo: aunque lastima, es símbolo de renacimiento y fertilidad. Lleva el color del mantillo, el andar sigiloso de las pavas del monte, y la manía de los carroñeros. La Cayetana es una migrante, un bulto desalineado que es pura luz y pura sombra. No muestra al mundo sino la cara de la verdad. Su casa es la abigarrada ciudad, su casa es el descampado y el pueblo. Más leyenda que verdad, se cree que es caldereña, pero conoce como nadie los márgenes del territorio. Que se la vio desbordada en los pasillos de Ciudad del Milagro, apichonada en su nido de residuos, juntando cacharros, juntando ropa, para que no se diga que no hay abundancia. Que se la vio en el Portezuelo, Lesser o San Lorenzo, aunque las señoras se desgarren las vestiduras y los señores finjan desagrado, porque no combina su desvencijada figura con las casonas coloniales, preocupadas en que nadie les cague la vereda y les arruine la fachada. La loca proclama en su cuerpo toda nuestra mamiferocidad. La Cayetana gruñe, porque pocos comprenden sus entrecortadas palabras, pero los “desfachatados” entienden cuando hay oferta, cuando “Me llaman calle, me subo a tu coche”, porque el fuego se paga con fuego, y el gemido es de los más primitivos sonidos de la humanidad. En el hospital Materno quedaron los residuos del instinto básico de supervivencia, porque la paternidad es una categoría social que se construye. Y cuando le pega la divina, entra a los patios de los hogares, donde las amas de casa tienden la ropa multicolor al sol, y se roba un instante de fama. Cambia el vestuario, se arregla, y juega a mutar de clase social. Vestida de mujer decente, imagina su vida de casada, su casa, los hijos crecidos que dejó en el hospital, fuertes y sanos, abrazados por su amor de madre, porque la Cayetana de toilet salva las dos vidas. Riega las plantas, baldea los pisos, alimenta el caldero y sirve el puchero.
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“Me llaman calle, hoy tan cansada, hoy tan vacía”, y se despoja de la ropavejía, y vuelve a ropavejera. Nadie le marca la agenda, y cuando se desencanta, cuando huele del mundo la podredumbre, apedrea a la policía, asusta a los niños, desvaría, duerme con las ratas, se monta primitiva, y no tiene que explicar que sigue el instinto básico, ese que la gente común cree controlar. Cuentan que antes, cuando el pueblo era más pueblo porque “todo tiempo pasado fue mejor”, la Cayetana ya habitaba el monte, ese que fue deforestado y loteado porque la moda del medio ambiente y la bioconstrucción de los progresistas avanzaron sobre lo que ellos mismos defienden. Esos montes nativos que fueron devastados por el neocampesinado, que taló la tusca y el yuchán para poblarlo con la huerta orgánica de especies orientales y despreciar el yacón y la papa del aire porque no tienen buen sabor. Esos espinales donde los gauchos cabalgaban con guardamonte para arremeter contra las espinas, ya era territorio de la mujer migrante. Fue en esa época cuando se empezó a endurecer, a fuerza de ponzoña. En uno de aquellos días, sucedió un encuentro de culturas, esa mixtura que mirada desde lejos parecía una secuencia más de las tantas veces sucedidas en nuestra América. La loca, la negra, la indígena, abrió la puerta de una casita clavada en medio del cerro. Se habrá sentido atraída por el jardín, donde las plantas estaban regadas y el mundo parecía un lugar limpio y cuidado. Parecían serenito combinado, la gringa y la morocha. Marcela estaba embarazada, embarazada y sola. Cuando la Cayetana abrió la puerta de su casa, fue como si el pasado histórico hubiese querido colonizarla. Quién sabe si esta misma secuencia no fue la que la llevó luego a estudiar para antropóloga. Casi en estado de parto, se dejó llevar por el sabor de lo exótico y atendió a su compañera como el mismo Francisco atendía a los leprosos, como Sor Juana atendió a sus hermanas pestilentas. Le dio comida, le dio agua, y la quiso calzar. Pero la Pachamama no usa zapatos, porque es en su conexión con la tierra donde radica su fuerza. Y antes de que se quiebre el tiempo, la cargó en su auto y la llevó a La Caldera, al hogar de ancianos de donde se escapaba en aquella época. La Caye no le tiró piedras ni le gruñó. Vivió su momento de estrella, como en una secuencia de esas en las que se transforma en agua mansa, porque es su instinto el que le dice cuándo sí y cuándo no.
Y como la naturaleza se reserva sus razones, la Cayetana no es una, sino dos. Es ella misma y su propia hermana. Nadie sabe qué vuelco de la vida las enloqueció. Siempre sola, siempre solas. Que todos nos enteramos cuando murió la Cayetana, que la vi hace menos de un mes. Cuenta la leyenda popular que fue atropellada en Castañares, pero qué igualita que está la otra loca. Quizás se aparecía en todos lados porque se desdoblaba el personaje. Ni qué hablar, los ídolos populares nunca mueren. A veces me pregunto si fue real nuestro encuentro, cuando desataba bultitos negros en la puerta de La Boite. ¿Interrogarla? Jamás, yo también tengo el instinto de la supervivencia. Un día de esos en que jugaba a la inclusión social, se acercó al centro de jubilados del pueblo. Atestiguan que se tomó dos jarros de té, que le dieron ropa. Ese día no gimió. Quizás se levantó peronista y decidió exigir derechos. Pero claro, la Caye no es ama de casa, es loca. “Calle de noche, calle de día” no se encierra entre paredes porque el mundo la hizo así. Pudo ser tabacalera, pastora, o una hippie recién llegada a La Caldera, vendiendo cremas naturales para hacer de este un mundo mejor. Pero se vuelve escurridiza. Nómade, no se queda en la casa ni en el loquero. Se vuelve surco en el campo, se vuelve zanja en la ciudad. En la memoria colectiva, es una loca más. Qué historias, mujer, atraviesan tu cuerpo. Qué razas se esconden en tu procedencia andina. Qué buscás en el horizonte cuando se pierde tu mirada. Cuándo te cansás de vivir. Qué vigor el de tu espalda, que se abriga con el yuyaral. Qué tan fértil es tu lecho, qué estampas esconderá. Qué unión la nuestra, de la loca y la cuerda, la periferia y el centro, la ciudad letrada y la popular. Cuándo la desnudez de tu cuerpo empezó a limitar cualquier acción antrópica. A qué llamamos “natural”. Y a veces me quiebro, cuando entiendo que el socavón de tu historia no es más que nuestra razón indolente.
*Luciana Arriaga es profesora de Letras egresada de la Universidad Nacional de Salta. Participó en esa institución de un proyecto de investigación llamado “Poéticas Migrantes y Políticas de la Memoria en Latinoamérica”.
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ADELANTO
Las fronteras del neoextractivismo en América Latina En los últimos años la expansión de la frontera extractiva en América Latina se acompasa con otros siniestros indicadores que marcan los límites del modelo: amplificación de impactos ambientales y sociosanitarios, preeminencia de grandes actores corporativos y concentración del capital, ocupación intensiva del territorio y criminalización de las protestas. Latinoamérica ostenta el triste ranking de ser la región del mundo donde se asesinan mayor cantidad de defensores de derechos humanos y activistas ambientales. Frente a esta realidad se impone el desafío de pensar este final del ciclo progresista con especial atención al giro ecoterritorial y feminista en ciernes y su demanda de “justicia ambiental”.
Por Maristella Svampa BOCA DE SAPO 30. Era digital, año XXI, Mayo 2020. [FRONTERAS] pág. 42
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principios del siglo XXI las economías latinoamericanas se vieron enormemente favorecidas por los altos precios internacionales de los productos primarios (commodities), y comenzaron a vivir una época de crecimiento económico. Esta nueva coyuntura coincidió con el cambio de época, caracterizado por el cuestionamiento del consenso neoliberal, las intensas movilizaciones sociales y la puesta en duda de las formas más tradicionales de representación política. Posteriormente, en diversos países de la región, el ciclo de protesta se vio coronado por la emergencia de gobiernos progresistas, de izquierda o centroizquierda, los que, por encima de sus diferencias, combinaron políticas económicas heterodoxas con la ampliación del gasto social y la inclusión por el consumo. Arrancó así el denominado ciclo progresista latinoamericano, que se extendió al menos hasta 2015-2016. Durante este periodo de rentabilidad extraordinaria, más allá de las referencias ideológicas, los gobiernos latinoamericanos tendieron a subrayar las ventajas comparativas del boom de los commodities, negando o minimizando las nuevas desigualdades y asimetrías económicas, sociales, ambientales, territoriales, que traía
aparejada la exportación de materias primas a gran escala. Con el correr de los años, todos los gobiernos latinoamericanos sin excepción habilitaron el retorno en fuerza de una visión productivista del desarrollo, y buscaron negar o escamotear las discusiones acerca de las implicancias (impactos, consecuencias, daños) del modelo extractivo exportador. Más aun, de modo deliberado multiplicaron los grandes emprendimientos mineros y las megarrepresas, al tiempo que ampliaron la frontera petrolera y agraria, esta última a través de monocultivos como la soja, los biocombustibles y la palma africana. Paulatinamente y ante el desarrollo de los conflictos, un concepto, dotado de dimensiones analíticas y con una gran carga movilizadora, comenzó a recorrer la región para caracterizar el fenómeno emergente: neoextractivismo. Cierto es que no se trataba de un hecho completamente novedoso, pues sin duda los orígenes del extractivismo se remontan a la conquista y colonización de América Latina por Europa, en los albores del capitalismo. Sin embargo, al calor del nuevo siglo XXI, el fenómeno del extractivismo adquirió nuevas dimensiones, no solo objetivas –por la cantidad y la escala de los proyectos, los diferentes tipos de
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la consolidación de la ecuación a más extractivismo menos democracia aparece ilustrada por la flexibilización de los ya escasos controles ambientales existentes actividad, los actores nacionales y transnacionales involucrados–, sino también subjetivas, a partir de la emergencia de grandes resistencias sociales, que cuestionaron el avance vertiginoso de la frontera de los commodities y fueron elaborando otros lenguajes y narrativas frente al despojo, en defensa de otros valores –la tierra, el territorio, los bienes comunes, la naturaleza. Al mismo tiempo, la dimensión de disputa y de conflicto introducida por la nueva dinámica de acumulación del capital basada en la presión sobre los bienes naturales, las tierras y los territorios, fue generando enfrentamientos entre, por un lado, organizaciones campesino-indígenas, movimientos socioterritoriales, colectivos ambientales, y, por otro lado, gobiernos y grandes corporaciones económicas, lo cual abarcó no solo a los regímenes conservadores y neoliberales, sino también a aquellos progresistas, que tantas expectativas políticas habían despertado. Definido ya como neoextractivismo, la nueva fase introdujo dilemas y fracturas dentro del campo de las organizaciones sociales movilizadas y de las izquierdas, que mostraron los límites de los progresismos realmente existentes, visibles en su vínculo con prácticas políticas autoritarias e imaginarios hegemónicos del desarrollo. Hacia 2013, el fin del llamado “superciclo de los commodities”, lejos de significar un debilitamiento, nos confrontó con una profundización del neoextractivismo en todos los países. En la actualidad, la consolidación de la ecuación “a más extractivismo menos democracia” aparece ilustrada por la flexibilización de los ya escasos controles ambientales existentes, así como por el endurecimiento de los contextos de criminalización y el incremento de los asesinatos a activistas ambientales, en el marco de la disputa por la tierra y el acceso a los bienes naturales. Fases del neoextractivismo Una de las consecuencias de la actual inflexión extractivista es la explosión de conflictos socioambientales, visible en la potenciación de las luchas ancestrales por la tierra, protagonizadas por movimientos indígenas y campesinos, así como en el surgimiento de nuevas formas de movilización y participación ciudadana, centradas en la defensa de lo común, la biodiversidad y el ambiente. Dadas sus características (fragmentación social, desplazamientos de otras formas de economía, verticalidad de las decisiones, fuerte impacto sobre los ecosistemas), antes que su consecuencia, la conflictividad puede ser vista como inherente al neoextracti-
vismo, aun si esto no se traduce en todos los casos por la emergencia de resistencias sociales. Entiendo por conflictos socioambientales aquellos ligados al acceso y control de los bienes naturales y el territorio, que suponen por parte de los actores enfrentados intereses y valores divergentes en torno de los mismos, en un contexto de gran asimetría de poder1. Dichos conflictos expresan diferentes concepciones sobre el territorio, la naturaleza y el ambiente. En ciertos casos, en la medida en que los múltiples megaproyectos tienden a reconfigurar el territorio en su globalidad, los conflictos terminan por establecer una disputa acerca de lo que se entiende por desarrollo y, de manera más general, reivindican otras formas de la democracia, ligadas a la democracia participativa y directa. Con los años, y al calor de las nuevas modalidades de expansión de la frontera del capital, los conflictos también se fueron multiplicando, al tiempo que las resistencias sociales se hicieron más activas y organizadas. En función de ello, propongo distinguir tres fases del neoextractivismo. La primera es la fase de positividad, desarrollada entre 2003 y 2008-2010. Ciertamente, al comienzo del cambio de época y al calor del boom del precio de los commodities, el giro extractivista fue leído en términos de ventajas comparativas como un “nuevo desarrollismo” más allá de las diferencias entre gobiernos progresistas o conservadores. Destaco el hecho de que se trató de una fase de positividad, pues el aumento del gasto social y su impacto en la reducción de la pobreza, el creciente rol del Estado y la ampliación
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de la participación de lo popular generaron grandes expectativas políticas en la sociedad, sobre todo luego de haber transitado sucesivas crisis y décadas de estancamiento económico y ajuste neoliberal. No hay que olvidar que entre 2002 y 2011, en la región la pobreza descendió de 44% a 31.4%, mientras que la pobreza extrema bajó de 19.4% a 12.3% (Cepal 2012). La mayoría de los países extendió la batería de planes sociales, la cual alcanzaría 19% de la población (Cepal 2013), esto es, unas ciento veinte millones de personas bajo planes. Por otro lado, esta primera fase de neoextractivismo se caracterizó por una suerte de expansión de las fronteras del derecho, visibles en la constitucionalización de nuevos derechos (individuales y colectivos). La narrativa estatalista coexistía, con sus articulaciones y tensiones, con la narrativa indigenista y ecologista, tal como sucedía en Bolivia y Ecuador, más allá de la hegemonía creciente de la matriz estatal-populista y su articulación con los nuevos liderazgos. Sin embargo, a lo largo de la década y al compás de diferentes conflictos territoriales y socioambientales y de sus dinámicas recursivas, los gobiernos progresistas terminaron por asumir un discurso beligerantemente desarrollista en defensa del extractivismo, acompañado de una práctica criminalizadora y tendencialmente represiva de las luchas socioambientales, así como de una voluntad explícita de controlar las formas de participación de lo popular. Este periodo de auge económico, de reformulación del rol del Estado, fue también un periodo de escasa visibilidad, incluso de no reconocimiento de los conflictos asociados a la dinámica extractiva que se extendió aproximadamente hasta los años 2008-2010, época a partir de la cual los gobiernos progresistas, consolidados en sus respectivos mandatos (muchos de ellos habiendo renovado mandatos presidenciales), fueron afirmando una matriz explícitamente extractivista, a raíz de la virulencia que adquirieron ciertos conflictos territoriales y socioambientales. Más aún, el estallido de la conflictividad ligada a las actividades extractivas (megaminería, megarrepresas, petróleo, expansión de la frontera agraria) pondría en evidencia tanto las dimensiones y alianzas propias del desarrollismo hegemónico, así como las limitaciones impuestas en los procesos de participación ciudadana y la apertura de escenarios de criminalización del conflicto. La segunda fase corresponde con la multiplicación de los megaproyectos, así como también la multiplica-
ción de las resistencias sociales. Respecto de lo primero, esto aparece reflejado en los Planes Nacionales de Desarrollo presentados por los diferentes gobiernos, cuyo énfasis estuvo puesto en todos los casos en el incremento de diferentes actividades extractivas, según la especialización del país: extracción de minerales, de petróleo, las centrales hidroeléctricas o la expansión de los cultivos transgénicos. En el caso de Brasil, su expresión fue el Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC), lanzado en 2007, que contemplaba la construcción de un gran número de represas en la Amazonia, además de la realización de megaproyectos energéticos ligados a la explotación del petróleo y el gas; para Bolivia fue la promesa del gran salto industrial, basado en la multiplicación de los proyectos de extracción de gas, litio, hierro y la expansión de agronegocios, entre otros; para Ecuador la apertura a la megaminería a cielo abierto, así como la expansión de la frontera petrolera; para Venezuela el plan estratégico de producción del petróleo, que implicaba un avance de la frontera de explotación en la faja del Orinoco; para Argentina el Plan Estratégico Agroalimentario 2010-2020, que proyectaba el aumento de 60% de la producción de granos, así como posteriormente (2012) la apuesta por el fracking. Así, incluso de la mano de retóricas pretendidamente industrialistas, las políticas públicas de los diferentes gobiernos se orientaron a profundizar el modelo neoextractivista, todavía en aquellos tiempos, en un contexto de rentabilidad extraordinaria. Este incremento de megaproyectos se expresó también a través de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), llamada luego Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento (Cosiplan), que abarca proyectos en materia de transporte (hidrovías, puertos, corredores bioceánicos, entre otros), energía (grandes represas hidroeléctricas) y comunicaciones. Se trata de un programa consensuado hacia el año 2000 por varios gobiernos latinoamericanos, cuyo objetivo central es facilitar la extracción y exportación de dichos productos hacia sus puertos de destino. A partir de 2007, la IIRSA quedó bajo la órbita de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Tal como afirma la investigadora Silvia Carpio (2017)2 del CEDLA, el principal impulsor de Unasur y Cosiplan fue el presidente de Brasil, Lula da Silva, quien buscó fortalecer los vínculos con otros países de América del Sur por medio de la intensificación del comercio regional y de inversiones del Banco Nacional de Desarrollo Económico (BNDE) en obras de infraes-
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tructura. Sin embargo, en diversas regiones, los proyectos del IIRSA-Cosiplan serán resistidos y cuestionados, ya que a pesar del discurso latinoamericanista en torno a la necesidad de “tejer nuevas relaciones entre estados pueblos y comunidades”, la llamada integración de infraestructura de la IIRSA tiene objetivos de mercado. Se trata de 544 proyectos que totalizan una inversión estimada en 130.000.000.000 de dólares. Para 2014, 32.3% de las inversiones dentro de IIRSA estaba reservado al área energética, concentrados principalmente en centrales hidroeléctricas, muy cuestionadas por sus efectos sociales y ambientales, sobre todo en la ya fragilizada zona de la Amazonia brasileña y boliviana. Más aún, de 31 proyectos prioritarios del Cosiplan, 14 de ellos tocan la Amazonia3. Esta segunda etapa nos inserta en un periodo de blanqueo del Consenso de los Commodities, esto es, de abierta conflictividad en los territorios extractivos. Efectivamente, fueron numerosos los conflictos socioambientales y territoriales que lograron salir del encapsulamiento local y adquirieron una visibilidad nacional: desde aquel en torno al proyecto de realizar una carretera que atravesara el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis, Bolivia), la construcción de la megarrepresa de Belo Monte (Brasil), la pueblada de Famatina y las resistencias contra la megaminería (Argentina, 2012), hasta la suspensión final de la propuesta Yasuní (Ecuador, 2013). Lo que resulta claro es que la expansión de la frontera de derechos (colectivos, territoriales, ambientales) encontró un límite en la expansión creciente de las fronteras de explotación del capital, en busca de bienes, tierras y territorios, lo cual echó por tierra las narrativas emancipadoras que habían levantado fuertes expectativas, sobre todo en países como Bolivia y Ecuador. A estos conflictos de carácter emblemático en los países con gobierno progresista, hay que sumar aquellos que se producían, en la misma línea, en aquellos con gobiernos de signo neoliberal o conservador, tal como fue el caso del proyecto minero Conga, en Perú, hoy suspendido; la oposición al megaproyecto minero La Colosa, en el departamento de Tolima, en Colombia, finalmente suspendido en 2017; el de la represa Agua Zarca en el río Gualcarque, en Honduras, que fue suspendido gracias a la acción del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), fundado por Berta Cáceres, quien fue asesinada en 2016. En suma, al calor de los diferentes conflictos territoriales y ambientales y de sus dinámicas recursivas, los gobiernos latinoamericanos terminaron por asumir un discurso beligerantemente desarrollista en defensa del neoextractivismo, acompañando la narrativa productivista y eldoradista con una abierta práctica de criminalización de las resistencias. Este sinceramiento entre discurso y práctica que ocurrió incluso en aquellos países que más expectativa política de cambio habían despertado, sobre todo en relación con las promesas de buen vivir vinculadas al cuidado de la naturaleza –como Ecuador y Bolivia–, ilustraba la evolución de los gobiernos progresistas hacia modelos de dominación más tradicional (en mucho, ligados al clásico modelo populista o nacional-estatal), así como obligaba al reconocimiento del ingreso a una nueva fase de retracción de las fronteras de la democracia, visibles en la intolerancia hacia las disidencias.
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Ciertamente, uno de los elementos presentes en los diferentes gobiernos progresistas fue la estigmatización de la protesta ambiental; en algunos casos, la deriva hacia una lectura conspirativa. En realidad, allí donde hubo un conflicto ambiental y territorial, mediatizado y politizado, que puso de relieve los puntos ciegos de los gobiernos progresistas respecto de la dinámica de desposesión, la reacción de rechazo fue unánime por parte de los oficialismos. Sucedió a partir de 2009 en Ecuador, sobre todo respecto de la megaminería, en Brasil a raíz del conflicto suscitado por la construcción de Belo Monte y en Bolivia referido al Tipnis. En los tres casos, los distintos oficialismos optaron por el lenguaje nacionalista y el escamoteo de la cuestión, negando la legitimidad del reclamo y atribuyéndolo al ecologismo infantil (Ecuador), al accionar de ONG extranjeras (Brasil) o al ambientalismo colonial (Bolivia). El conflicto del Tipnis fue uno de los más resonantes. Aunque hubo varios episodios que anticiparon una colisión entre la narrativa indigenista y la práctica extractivista, el punto de inflexión se dio entre 2010 y 2011, a raíz de la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio. El Tipnis es desde 1965 una reserva natural y desde 1990 es reconocido como territorio indígena, hábitat de pueblos amazónicos. La cuestión
era sin duda compleja, pues si, por un lado, la carretera respondía a necesidades geopolíticas y territoriales, por otro lado, lo central era que los pueblos indígenas involucrados no fueron consultados. Asimismo, todo indica que la carretera abriría la puerta a proyectos extractivos con las consiguientes consecuencias sociales, culturales y ambientales negativas, con o sin Brasil como aliado estratégico. En fin, la escalada del conflicto entre organizaciones indígenas y ambientalistas versus gobierno fue tal que incluyó varias marchas desde el Tipnis hasta la ciudad de La Paz, además de un oscuro episodio represivo y la articulación de un bloque multisectorial entre organizaciones indígenas rurales, sociales y ambientalistas, con el apoyo de ingentes sectores urbanos. En 2012 el gobierno de Evo Morales llamó a una consulta a las comunidades del Tipnis. Realizada esta, el informe oficial señaló que el 80% de las comunidades consultadas aprobaban la construcción de la carretera. Sin embargo, un informe de la Iglesia católica, realizado junto con la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia en abril de 2013, indicaba que la consulta “no fue libre ni de buena fe, además no se ajustó a los estándares de consulta previa y se la realizó con prebendas ”4.
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Uno de los conceptos más movilizadores del giro ecoterritorial es el buen vivir, que emerge como horizonte utópico El conflicto del Tipnis arrojó dos importantes conclusiones que deben ser leídas en clave boliviana, pero también latinoamericana: en primer lugar, como ha sido adelantado, dicho conflicto blanqueó el discurso gubernamental respecto de lo que este entiende por desarrollo, algo que se encargó de hacer el vicepresidente A. García Linera en su libro Geopolítica de la Amazonia (2012). Para Linera, sin más extractivismo no habría cómo sostener las políticas sociales, lo cual significaría el fracaso del gobierno y la inevitable restauración de la derecha. En segundo lugar, en un marco de escalada del conflicto, en contextos tan virulentos y politizados –donde el carácter recursivo de la acción lleva a que los diferentes actores se involucren en una lucha encarnizada– la posibilidad de realizar una consulta libre, previa e informada a los pueblos originarios –según establece el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)– se enrarece de modo inevitable, y la definición de sus procedimientos, mecanismos y temas termina siendo muy controversial. Por último, en continuidad con la segunda fase, a partir de 2013-2015 y hasta la actualidad, asistimos a una exacerbación del neoextractivismo. Uno de los elementos relevantes que explica esta línea, en términos de continuidad agravada, se refiere a la caída de los precios de las materias primas, que impulsó a los gobiernos latinoamericanos a incrementar aún más el número de proyectos extractivos, a través de la ampliación de las fronteras de los commodities5. En ese contexto, no solo la mayoría de los gobiernos latinoamericanos no estaba preparada para la caída de los precios de los productos básicos (como puede verse de manera cabal con Venezuela), sino que rápidamente se observarían consecuencias en la tendencia a la caída en el déficit comercial y la recesión6. A esto hay que sumar el declive de la hegemonía progresista/populista y el fin del ciclo progresista, hecho que tendrá un fuerte impacto en la reconfigu-
ración del mapa político regional, tema que se tratará más adelante. Tópicos del giro ecoterritorial El giro ecoterritorial presenta contactos significativos con aquello que los propios actores denominan movimiento de justicia ambiental, originado en la década de los años ochenta en comunidades negras de Estados Unidos. Actores que en otros países se aglutinan en torno a esta corriente entienden que la noción de justicia ambiental “implica el derecho a un ambiente seguro, sano y productivo para todos, donde el medio ambiente es considerado en su totalidad, incluyendo sus dimensiones ecológicas, físicas, construidas, sociales, políticas, estéticas y económicas”. Este enfoque, que enfatiza la desigualdad de los costos ambientales, la falta de participación y de democracia, el racismo ambiental hacia los pueblos originarios, en fin, la injusticia de género y la deuda ecológica, están en el origen de diversas redes de justicia ambiental que hoy se desarrollan en América Latina, en países como Chile (OLCA) y Brasil (Red de Justicia Ambiental)7. Uno de los conceptos más movilizadores del giro ecoterritorial es el buen vivir, en kichwa: sumak kawsay, en aymara: suma qamaña, en guaraní: ñandareko. El buen vivir emerge como horizonte utópico, responde en su origen a una pluralidad de cosmovisiones indígenas, y sería erróneo pretender encapsularlo en una fórmula vernácula única, atribuible a un pueblo o una cultura, o en un nuevo esquema binario que termine por fundirse con las dicotomías, ya establecidas desde el discurso colonial8. Dicho concepto postula nuevas formas de relación del ser humano con la naturaleza y con otros seres humanos. Reclama, por ende, el pasaje de un paradigma antropocéntrico a otro de carácter relacional. En los lineamientos de este nuevo paradigma civilizatorio se destaca el abandono de la idea del desarrollo como crecimiento económico ilimitado, la opción por una economía solidaria y sustentable, la jerarquización igualitaria de otras valoraciones de las actividades y bienes, más allá de la crematística, en fin, una profundización de la democracia. El buen vivir tiene como uno de sus ejes centrales la relación del hombre con la naturaleza como parte integrante de ella. De este modo, conlleva otros lenguajes de valoración (ecológicos, religiosos, estéticos, culturales) respecto de la naturaleza, al plantear que el crecimiento económico debe estar supeditado a la con-
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servación de la vida. Dicha visión redunda, por ende, en el reconocimiento de los derechos de la naturaleza, lo cual no supone una naturaleza virgen, sino el respeto integral por su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos, la defensa de los sistemas de vida9. Los derechos de la naturaleza plantean un cambio civilizatorio profundo, que cuestiona las lógicas antropocéntricas dominantes y se convierte en una respuesta de vanguardia frente a la actual crisis civilizatoria. En línea con la propuesta del buen vivir o sumak kawsay, se trata de construir una sociedad sustentada en la armonía de las relaciones de los seres humanos con la naturaleza. Así, si el desarrollo apunta a “occidentalizar” la vida en el planeta, el buen vivir rescata las diversidades, valora y respeta lo “otro”10. Por último, no está de más recordar que el debate sobre los derechos de la naturaleza fue puesto en la agenda política por la nueva constitución de Ecuador. Allí, la naturaleza aparece como sujeto de derechos, a los cuales se define como “el derecho a que se respete integralmente su existencia, y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos” (artículo 71). Sin embargo, esta tendencia iniciada en Latinoamérica no es compartida mundialmente ni es la mayoritaria. Otro tópico del giro ecoterritorial refiere a concebir los bienes naturales como bienes comunes (commons, en inglés), una de las claves en la búsqueda de un paradigma alternativo tanto en el norte como en el sur global. En América Latina, la gramática de lo común adquiere dos sentidos. Por un lado, en el marco de la lucha contra las diferentes formas de neoextractivismo y la extensión del proceso de mercantilización, tiende a focalizarse en la defensa de los bienes naturales, lo cual abarca desde procesos de acaparamiento de tierras, la privatización de las semillas y la sobreexplotación de la naturaleza. Por otro lado, la noción de bienes comunes también plantea una mirada diferente sobre las relaciones sociales, a partir de la importancia que adquieren los espacios y formas de cooperación social, de uso y goce común. Hace años, el mexicano Gustavo Esteva denominaba a esto “ámbitos de comunidad” 11. Hay que recordar que históricamente nuestros territorios periféricos han sido fábricas de solidaridad. Situados por fuera del mercado formal y frente a la ausencia del Estado, gran parte de los sectores populares han tenido que desarrollar y reproducirse mediante estructuras autogestivas de cooperación. En el mundo
andino, la persistencia de la forma “comunidad” suele ser la clave para explicar la actualización de redes de cooperación e interdependencia, pero en contextos urbanos de desarraigo, marcados por la modernización desigual, resulta necesario construir nuevas solidaridades. En la hora actual, ante el avance del cercamiento y secuestro de lo común, ante el hecho capitalista generalizado en su fase de desposesión y mercantilización de la vida, las nuevas resistencias se manifiestan a través de la emergencia de espacios de comunidad y formas de sociabilidad, esto es, campos de experimentación colectiva que reivindican la producción y reproducción de lo común, más allá del Estado y del mercado. Los diferentes tópicos del giro ecoterritorial dan cuenta de la emergencia de una nueva gramática de las luchas, de la gestación de un lenguaje alternativo de fuerte resonancia al interior del espacio latinoamericano de las luchas, de un marco común de significaciones que articula luchas indígenas y nuevas militancias territoriales-ecológicas y feministas, que apuntan a la expansión de las fronteras del derecho, en clara oposición al modelo dominante. Sea en un lenguaje de defensa del territorio y los bienes comunes, de los derechos humanos, de los derechos de la naturaleza o del buen vivir, la demanda apunta a una democratización de las decisiones, más aún al derecho de los pueblos de decir “no” frente a proyectos que afectan seriamente las condiciones de vida de los sectores más vulnerables y comprometen el futuro de las generaciones. Sin embargo, pese al impacto global que esta narrativa tiene en el campo de las luchas contra la globalización neoliberal, hay que tener en cuenta que las nuevas estructuras de significación no se han convertido todavía en debates de sociedad, aun si han realizado, no sin dificultades, notorios avances para colocar diferentes temas en la agenda pública y política. En esa línea, sería un error interpretar estos marcos colectivos como si fueran unívocos o atravesaran el conjunto de las experiencias, dada la heterogeneidad de organizaciones y de tradiciones de lucha. En realidad, es necesario leer el giro ecoterritorial como una tendencia que recorre e informa las luchas, desde un marco de inteligibilidad más general. En esa línea, los conflictos socioambientales emblemáticos (sobre todo durante la segunda fase del Consenso de los Commodities) contribuyeron a darles visibilidad, expandiendo el debate hasta incluir la problemática ambiental, incluso si la mayoría de los gobiernos y no pocos sectores sociales urbanos tienden a entenderla de manera acotada o parcial, como
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una dimensión más, sin advertir las múltiples implicancias que trae aparejado el neoextractivismo. En suma, se trata de lenguajes de valoración que abrieron una grieta en el Consenso de los Commodities, que poseen una resonancia social, sin ser dominantes, a través de su inscripción en la agenda política y parlamentaria, aun si las expectativas económicas y políticas de las grandes mayorías han estado puestas en las políticas públicas que alientan el neoextractivismo y naturalizan los modelos dominantes de inclusión por el consumo. Las dimensiones de la crisis en América Latina Hasta hace pocos años se consideraba que América Latina se hallaba a contramano del proceso global marcado por el aumento de las desigualdades sociales. Sin embargo, hacia el final del llamado superciclo de los commodities, los indicadores sociales y económicos muestran un panorama preocupante, luego de más de diez años de crecimiento y de ampliación del consumo. Ciertamente, los gobiernos latinoamericanos –sobre todo aquellos progresistas– aumentaron el gasto público social, lograron disminuir la pobreza a través de políticas sociales y mejoraron la situación de los sectores con menores ingresos, a partir de una política de aumento salarial y del consumo. No obstante, no redujeron la desigualdad. Al no tocar los intereses de los sectores más poderosos, al no realizar reformas tributarias progresivas, las desigualdades persistieron al compás de la concentración económica y del acaparamiento de tierras. Así, desde una mirada de más largo plazo, la expansión del neoextractivismo se tradujo en una serie de desventajas, que echaron por tierra la tesis de las ventajas comparativas que durante el tiempo de las vacas gordas del Consenso de los Commodities algunos supieron defender. Por un lado, el neoextractivismo no condujo a un salto de la matriz productiva, sino a una mayor reprimarización de las economías, lo cual se vio agravado por el ingreso de China, potencia que de modo acelerado se fue imponiendo como socio desigual en el conjunto de la región latinoamericana. Al mismo tiempo, la creciente baja del precio de las materias primas generó un déficit de la balanza comercial que impulsó a los gobiernos a contraer mayor endeudamiento y a multiplicar los proyectos extractivos, entrando de este modo en una espiral perversa, que conlleva la consolidación de un patrón primario-exportador dependiente y acentúa el proceso de violación de derechos humanos. Por otro lado, se hace evidente el vínculo entre neoextractivismo, acaparamiento de tierras y desigualdad. América Latina resulta ser no solo la región más desigual del planeta, es también la región con la peor distribución de tierras a nivel global, a raíz del avance de los monocultivos y la desposesión, en beneficio de grandes empresas y latifundistas privados. En esta línea, el neoextractivismo produjo profundos impactos en el ámbito rural a través de los monocultivos, lo cual terminó por redefinir la disputa por la tierra en contra de las poblaciones pobres y vulnerables. Así, la expansión de la frontera agrícola se hizo en favor de los grandes actores económicos, interesados en implementar cultivos transgénicos ligados a la soja, la palma de aceite, la caña de azúcar, entre otros. Los datos de los
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censos agropecuarios de 15 países muestran que “en conjunto en la región, el 1% de las fincas de mayor tamaño concentra más de la mitad de la superficie agrícola. Dicho de otro modo, el 1% de las fincas acapara más tierra que el 99% restante”12. Por último, más allá de las diferencias internas, los modelos de desarrollo imperantes presentan una lógica común, gran escala, ocupación intensiva del territorio, amplificación de impactos ambientales y sociosanitarios, preeminencia de grandes actores corporativos, democracia de baja intensidad y violación de derechos humanos. En esta línea, hay que recordar que América Latina ostenta otro triste ranking, pues es la región del mundo donde se asesinan mayor cantidad de defensores de derechos humanos y activistas ambientales, siniestros indicadores que se han recrudecido en los últimos diez años al compás de la expansión de la frontera extractiva y la criminalización de las protestas socioambientales. En esta línea, la apertura de un nue-
vo ciclo de violación de los derechos humanos pone de relieve la limitación de los modelos de gobernanza democrática hoy implementados en la región, más aún la retracción de las fronteras de derechos. Esto incluye tanto la violación de derechos políticos básicos –derecho a la información, derecho a la manifestación, derecho a participar en las decisiones colectivas (consultas, referéndums)–, así como de la violación de los derechos territoriales y ambientales, presentes en las nuevas constituciones y en la legislación nacional e internacional. Esta realidad incontestable que necrosa la democracia y reconfigura negativamente el tejido social, como producto del neoextractivismo hegemónico, fue erigiendo nuevas barreras entre las diferentes narrativas contestatarias que recorren el continente, muy especialmente entre, por un lado, los progresismos populistas y desarrollistas, con su vocación estatalista y su tendencia a la concentración y personalización del poder,
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y, por otro lado, la gramática política radical, elaborada desde el campo indígena y los movimientos sociales, al compás de la emergencia de una nueva agenda socioambiental. En suma, el pasaje del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities instaló problemáticas y paradojas que reconfiguraron incluso el carácter antagonista de los movimientos sociales y el horizonte del pensamiento crítico latinoamericano, enfrentándonos a desgarramientos teóricos y políticos, que fueron cristalizándose en un haz de posiciones ideológicas difíciles de procesar y resolver. A esto hay que agregar que la actual fase de exacerbación de la dinámica extractiva, con sus figuras extremas, potencia la crisis en sus diferentes dimensiones. A diferencia de épocas anteriores donde lo ambiental era una dimensión más de las luchas, poco asumida explícitamente, en la actualidad las luchas ecoterritoriales de América Latina dan cuenta de una resignificación de la problemática, en clave social, territorial, política y civilizatoria, que cuestiona la visión hegemónica del desarrollo y por ende la dinámica del capitalismo neoliberal. Así, se torna necesario indagar en aquellas experiencias colectivas que se nutren de valores como la reciprocidad, la complementaridad, la justicia social y ambiental, el cuidado y la armonía en las relaciones de interdependencia entre lo humano y lo no humano. Desde el punto de vista de las alternativas, en América Latina existe una perspectiva ecoterritorial, de corte propositivo, con énfasis en la agroecología; existe una perspectiva indigenista, de corte comunitario, con énfasis en la descolonización y el buen vivir; una perspectiva ecofeminista, con énfasis en la ética del cuidado y en la despatriarcalización. Dichos enfoques y lenguajes plantean la desmercantilización de los bienes comunes y la necesidad de elaborar propuestas alternativas viables, con base en las economías locales y regionales, las experiencias de agroecología, los espacios comunitarios (indígena-campesinos), entre otros. Para cerrar, hay que recordar un dato no menor: si al comienzo del cambio de época con el cuestionamiento del neoliberalismo, el protagonismo de las luchas y la elaboración de un lenguaje emancipatorio tuvieron como gran actor a los pueblos indígenas (buen vivir, derechos de la naturaleza, autonomía, Estado plurinacional), el final del ciclo progresista y el inicio de una nueva época aparece signado por las luchas de las mujeres, en diferentes escalas y niveles, visibles –aunque no exclusivamente– en las resistencias contra el neoextractivismo. En otros términos, América Latina transitó del “momento indianista” al “momento feminista”, una tendencia que acompaña y suma a la narrativa del buen vivir y de los derechos de la naturaleza, el lenguaje ecofeminista del cuerpo/territorio, la ética del cuidado y la afirmación de la interdependencia. Así, a la narrativa de la descolonización, asociada al momento indígena, se suma ahora la exigencia de la despatriarcalización y la ecodependencia, vinculada al momento feminista. En suma, en un contexto ideológico global donde predominan cada vez más las derechas empresariales y/o xenofóbicas, y en un escenario regional de crisis de las izquierdas y giros abiertamente conservadores, surge como gran desafío la tarea de repensar y recrear el pensamiento antisistémico. Para ello, la creación de puentes entre las diferentes izquierdas realmente existentes deberá partir de la incorporación del diagnóstico en términos
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de crisis global, asociada al modo de apropiación y explotación de la naturaleza que promueve el capitalismo neoliberal, estrechamente ligado al neoextractivismo. Sin ello, no existe posibilidad de recomposición alguna de ese espacio político e intelectual que pretendemos llamar izquierda. Más simple, tanto en América Latina como en otras latitudes, la izquierda a (re)construir, si ello es posible, tendrá que ser no solo popular y plural, decididamente antipatriarcal, sino también profundamente ecologista.
Obras De Ximena Garrido-Lecca 1 Retomo la definición de Fontaine (2003), a la que agrego la referencia al carácter asimétrico de las luchas.
Domínguez, Carlos Larrea y Stefan Peters. Ecuador, Abya Yala, pp. 21-54.
2 Carpio, S. “Integración energética sudamericana: entre la realidad, perspectivas e incertidumbres” en: Discursos y realidades. Matriz energética, políticas e integración. Plataforma Energética. Bolivia, CEDLA, 2017, pp. 91-138.
7 Pueden consultarse los siguientes sitios: http://www.olca.cl/ oca/justicia/justicia02. htm y www.justicaambiental.org.br/_justicaambiental.
3 Cfr. Porto, C. “Amazonia, Amazonias. Tensiones territoriales actuales” en: Nueva Sociedad. Núm. 272, 2017, p. 158. 4 Consúltese: http://cidob-bo.org/index.php?option=com_ content&view=article&id=2014:obispos-defienden-su-informe-de-la-consulta-previa-en-el-tipnis&catid=82:noticias&Itemid=2. 5 Ver: Terán, E. “Las nuevas fronteras de las commodities en Venezuela: extractivismo, crisis histórica y disputas territoriales” en: Ciencia Política 11. Núm. 21, 2016, pp. 251-285. Moore “El auge de la Ecología-Mundo Capitalista (I)” en: Laberinto. Núm. 38, 2013. 6 Ver: Martínez, J. “El triunfo del posextractivismo en 2015” en: Sinpermiso, 2015. Consulta en línea: http://www.sinpermiso. info/textos/index.php?id=7778. Peters, (2016)“Fin del ciclo: el neo-extractivismo en Suramérica frente a la caída de los precios de las materias primas. Un análisis desde una perspectiva de la teoría rentista” en: Nada dura para siempre. Neoextractivismo después del boom de las materias primas. Editado por Has-Jürgen Burchardt, Rafael
8 Cfr. Lang, Miriam y Dunia Mokrani (comps). Más allá del desarrollo. Ecuador, Fundación Rosa Luxemburg-Abya Yala, 2012. 9 Gudynas, E. “La ecología política del giro biocéntrico en la nueva Constitución del Ecuador” en: Revista de Estudios Sociales. Núm. 32, 2009, pp. 34-47. 10 Acosta, A. “El Buen Vivir en el camino del post-desarrollo. Una lectura desde la Constitución de Montecristi” en: Policy Paper. Núm. 9, 2010: http:// library.fes.de/pdf-files/bueros/quito/07671.pdf 11 Esteva, G. “‘Commons: más allá de los conceptos de bien, derecho humano y propiedad’. Entrevista con Gustavo Esteva sobre el abordaje y la gestión de los bienes comunes”. Entrevista realizada por Anne Becker en el marco de la Conferencia Internacional sobre Ciudadanía y Comunes, México, diciembre 2007. 12 Oxfam. Desterrados, tierra, poder y desigualdad en América Latina, 2016.[Acceso el 17 de enero de 2017: https://www.oxfam.org/ sites/www.oxfam. org/files/file_attachments/desterrados-full-es-29nov-web_0.pdf.]
*Maristella Svampa Es Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Actualmente vive en Buenos Aires y es investigadora de CONICET y docente de la Universidad Nacional de La Plata. Ha recibido varios premios y reconocimientos, entre los cuales se destacan el Premio Kónex de platino en Sociología (2016) y el Premio Nacional de Ensayo Sociológico por su libro Debates latinoamericanos. Indianismo, Desarrollo, Dependencia y Populismo (2018). Es coordinadora del Grupo de Estudios Críticos e interdisciplinarios sobre la Problemática Energética (www.gecipe.org), y desde 2011, miembro del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo.Tiene una veintena de publicaciones, entre ensayos, investigaciones y novelas. Estas páginas se desprenden de su reciente libro, Las fronteras del neoextractivismo en América Latina.
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PORTFOLIO: LA CARTELERÍA POLÍTICA EN CHILE 2019-2020
La pólvora, la mecha y el fuego Por Brian Gray Rojas
E
n pocos meses las crónicas y artículos que abordan el estallido chileno del 18-O se acumulan por cientos; incluso han aparecido historietas, memes, novelas gráficas y otro tipo de producciones culturales populares que transforman los hechos contingentes en análisis sociopolíticos no académicos y ficciones narrativas a una velocidad vertiginosa. La distinción entre representación y realidad se ha disuelto gracias a las redes sociales y a los miles de productores de contenido digital no remunerado que dan voz a un relato coral que por momentos pierde armonía discernible y se asemeja más a un zumbido. La sobreproducción de información y la saturación del sistema nervioso receptor es el estado actual de las cosas. Por eso mi intención no es agregar más a lo que ya existe. Basta decir que el estallido social de Chile en 2019 no respondió a una única causa, y que la forma en la que se viene desarrollando hasta el día de hoy da cuenta de un fenómeno no lineal extremadamente complejo que rehúye a cualquier reduccionismo histórico o materialista. Por supuesto que se trata de una crisis que afecta al núcleo mismo del capitalismo tardío (en sus etapas neoliberal y financiera), pero este diagnóstico en ningún caso cierra la discusión, ya que muchas de las expresiones de protesta ciudadana responden a un descontento que no solo se fragua en el nivel estructural del ingreso, la seguridad social o el acceso a una educación de calidad, sino también en el plano de la cultura y de la libido.
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Habiendo aclarado esto, lo que me interesa hacer en estas breves líneas es rescatar esos sentidos y significados díscolos que se han viralizado en las calles de Santiago a través de un dispositivo gráfico propio de la comunicación de masas pre-digital, pero no por ello menos vigente en la actualidad: el cartel, póster o afiche. Helo aquí el ejercicio: tomar algunas de estas piezas de diseño gráfico para extraer de ellas el contenido teórico que poseen. Sí, han leído bien. No pretendo analizar los afiches desde una privilegiada posición hermenéutica. Lo que digo es que estos objetos culturales ya son teóricos y hablan por sí mismos, por ende son tan poderosos a la hora de trazar vectores conceptuales como un tratado de filosofía convencional. Es a partir de este supuesto que propongo la siguiente pregunta: ¿En qué se parecen y en qué se diferencian los afiches que se ven en las calles de Santiago desde el 18-O a la fecha con los que se recopilan, por ejemplo, en el libro Un grito en la pared: psicodelia, compromiso político y exilio en el cartel chileno, de Mauricio Vico y Mario Osses1? Como recordarán aquellos que hayan leído esta publicación (aquellos que no lo hayan hecho pueden buscar en Internet y rápidamente se harán una idea), los afiches políticos de Chile del periodo inmediatamente anterior a la Unidad Popular de Salvador Allende mezclaban el latinoamericanismo antiimperialista con la estética psicodélica hippie californiana de fines de los 60. Curiosa mezcla, pues mientras el antiimperialismo respondía a una ideología socialista y perseguía una utopía colectivista más bien estricta, austera y disciplinada, la psicodelia hippie estaba en contra de cualquier autoritarismo paternal, apelaba a la experimentación con drogas, al hedonismo erótico-sexual y a la búsqueda individual de un sentido para la vida opuesto al deber ser impuesto por la sociedad productivista y conservadora de posguerra. Era el ingrediente libidinal de la ética revolucionaria. Por otra parte, tanto el movimiento hippie como el latinoamericanismo enaltecían la figura del indio y de los pueblos originarios, ya fuera desde un punto de vista exotista donde la etnia indígena se
vuelve sinónimo de conexión con planos de conciencia no ordinarios (al estilo Don Juan de Castaneda) o bien desde una reivindicación simbólica antiimperialista que sirve para representar a la gran mayoría mestiza de un país cuyo origen se retrotrae siempre a la colonización y al genocidio: primero español o winka y luego yanqui. Después, una vez que Salvador Allende asumió el poder político y puso en práctica el proyecto de la Unidad Popular, el cartel chileno abandonó el componente psicodélico y se volvió más sobrio, aunque no por eso “gris” o aburrido. La estética que se adoptó fue la del arte pop, resignificado desde la escuela del cartel cubano; se trataba de objetos de propaganda que eran diseñados para la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL) y la Comisión de Orientación Revolucionaria (COR), como bien señala Susan Sontag en su ya clásico artículo “El Afiche: Publicidad, Arte, Instrumento Político, Mercancía”2. Se trataba, en la década de los setenta, de afiches que representaban al discurso oficial del Estado alineado con la Unión Soviética; eran imágenes y textos que perseguían el triunfo del socialismo a nivel planetario (previa transformación ética y mental de los pueblos) y, gracias a este estatus, gozaban de distribución masiva a partir de inmensas tiradas de impresión. Si los vemos con ojos de hoy, parecen verdaderas piezas de arte gráfico, magistrales ejemplos de síntesis, cátedras de tipografía y color que comunicaban simultáneamente el valor de la autonomía de la clase trabajadora y la legitimidad de la lucha armada contra la oligarquía empresarial y terrateniente. Porque no hay que olvidar que la UP incentivó la creación de grupos armados dentro de la sociedad civil chilena para contrarrestar el poderío del ejército y las demás ramas de las fuerzas armadas (incluida la policía), las que históricamente se encontraban alineadas con los intereses de la elite y amenazaban permanentemente con acciones golpistas. Es por esta razón que hoy nos parece tan extraño este tipo de discurso visual propio de los tiempos de la UP: porque nosotros (los chilenos) somos parte de un pa-
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radigma donde se supone que el monopolio del uso de la violencia lo detenta el Estado, nunca la sociedad civil. Menos hoy, cuando ya sabemos que el paramilitarismo y las guerrillas están íntimamente ligadas con el crimen organizado en varios países de Latinoamérica. Quiero decir que (al menos en un plano ideal) el pueblo no debería organizarse de manera armada, porque eso habla de un Estado fallido donde simplemente no reina la paz social. Tal vez de esta premisa haya surgido el asombro que experimenté cuando observé las paredes de Santiago durante este verano de 2019-2020. Vi afiches que llamaban a la insurrección contra el Estado y al uso legítimo de la violencia contra una policía que ya no es interpretada como defensora del orden público, sino como una corporación autárquica de corte neofascista que persigue sus propios fines y objetivos o, en el mejor de los casos, un cuerpo de seguridad privado al servicio de la elite. Por supuesto que no todos los afiches que circulan desde el 18-O hasta hoy llaman a la rebelión y al enfrentamiento abierto. Muchos interpelan al receptor desde la emotividad victimizante, abundan los mensajes alusivos a la pérdida de una dignidad que debe ser recuperada mediante una manifestación pública, colectiva y pacífica, donde los violentos son los agentes del Estado, nunca nosotros: los estudiantes, mujeres, disidencias sexuales, jubilados y trabajadores. Son carteles muy parecidos a los del exilio chileno en tiempos de la dictadura de Pinochet, tienen un tono luctuoso, denuncian la vejación, enaltecen a la clase trabajadora y exigen “el derecho a vivir en paz”. Son elegías visuales porque se regocijan en el lamento, al mismo tiempo que actúan como instructivos moralizantes y exhortaciones dirigidas a los representantes del poder. Muchos de los afiches de este tipo han comenzado a ser archivados por Gran Negro Ediciones3, editorial especializada en poesía visual, fanzines, novelas gráficas y otros formatos híbridos a medio camino entre la imagen y la literatura. Dentro de esta colección que sigue construyéndose al momento de escribir estas líneas se
aprecia una pieza de diseño gráfico llamando a “seguir luchando por aquellos que ya no están entre nosotros”, refiriéndose a los más de treinta muertos que se contabilizan desde el inicio del estallido social. Asimismo, en un afiche del reconocido dibujante y escritor Pablo del Cielo se aprecia a un personaje masculino llorando sangre desde sus ojos cerrados, donde el chorro de sangre adopta la forma larga, angosta e irregular del territorio chileno. Acompaña esta imagen el enunciado “Terrorismo – Chile – 20-Nos están dejando ciegxs-19-*De Estado*”. Esta pieza es un claro ejemplo de la postura luctuosa que describí anteriormente, muy en la línea de otro cartel que representa dos brazos que empuñan por un lado una cacerola y por el otro una cuchara de palo, dando a entender que se trata de un “cacerolazo” o acto de protesta sonora y pacífica. Un detalle no menor se aprecia en una bala que atraviesa la cacerola y deja en ella un orificio. Ambos brazos surgen en medio de una aglomeración de casas y un par de edificios, donde el estallido que los ve nacer a modo de Big Bang tiene la forma de guñelve o estrella mapuche de ocho puntas. Todo el conjunto iconográfico está hecho en un estilo sintético inspirado en el trazo que inventó la Brigada Ramona Parra a principios de los años 70, y que luego se exportó a otros países latinoamericanos como parte de un imaginario poblacional4 , obrero y latinoamericanista; mientras que en el texto que acompaña esta composición simbólica se lee en letras grandes y mayúsculas “NO ESTAMOS EN GUERRA”, y abajo, en un tamaño más pequeño, “NO MÁS MILITARES EN LAS CALLES * FIN AL ESTADO DE EMERGENCIA * NO MÁS ASESINATOS * RENUNCIA PIÑERA”. A esto me refiero cuando digo que un afiche de este tipo no requiere interpretación: su lectura del acontecer nacional es clara como el agua, la clase trabajadora (morena, mestiza, de origen mapuche) es inocente, el Estado tiene toda la responsabilidad en los fenómenos de violencia, el estatus moral del pueblo exige que las fuerzas de seguridad y de orden se detengan, se replieguen y que el presidente renuncie en el acto. Fin del comunicado.
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En otro póster de la misma colección se lee “que la adultocracia nunca nos bese en la boca”, estableciendo una analogía entre la cultura de la adultez y el estado de inequidad que caracteriza a una gran parte de los chilenos, los humildes, los inocentes; los que se ubican en la vereda opuesta de aquellos que han sabido moverse con ambición y astucia dentro de un mercado que premia la competencia voraz e incluso la trampa, el “crimen de guante blanco”. Pero detrás de esta consigna también se esconde un significado aún más radical, una suerte de renuncia al statu quo y por ello también un agrietamiento del contrato social o, al menos, del sentido común dominante; aunque en realidad sepamos que no existe ningún sentido común, sino que este siempre es impuesto de manera ambigua, uno se ve obligado a descifrarlo y a reproducirlo dentro de cada contexto social. Otro ejemplar de la misma serie muestra siluetas vectorizadas de distintos miembros de las fuerzas de seguridad y de orden que parecen haber sido sacadas de algún folleto educativo de la década del cincuenta o sesenta, lo cual hace que los personajes parezcan bellos, masculinos y a la vez inocentes. La imagen va acompañada del texto “yo soy… CÓMPLICE DEL ESTADO (del) TERROR”, en un intento por desenmascarar los valores que subyacen a las instituciones que se dicen patriotas y abnegadas, pero que en el fondo están consagradas al sadismo y la propagación del horror. Siguiendo con la revisión de ejemplares, un cartel muestra el rostro de Sebastián Piñera con un signo peso tatuado en la frente, rodeado por un texto que se pregunta “¿Delincuencia? ¡Delincuencia es la vuestra! ¡Asquerosos!”, donde lo que se denuncia es la inconsistencia del discurso oficial basado en la lucha contra la delincuencia, al tiempo que sus máximos referentes, empezando por el presidente de Chile, son personas con antecedentes criminales que permanentemente pasan por encima de la ley. En otro cartel de este archivo se ve cómo un puma gigante se cierne sobre la ciudad de Santiago y posa una de sus garras sobre el Costanera Center, edificio icónico asociado al éxito y la soberbia de un acaudalado empresario nacional. Este
edificio genera pasión y odio en la fragmentada sociedad chilena; unos lo asocian con la pujante economía extractivista de un Chile que pretende ser referente a nivel regional, mientras otros ven en este rascacielos el epítome de la vulgaridad, ya que rompe con la línea del horizonte urbano circundante al tiempo que obliga a los habitantes de la ciudad de Santiago a ver cómo este mega falo de acero y vidrio obstaculiza la vista de los cerros santiaguinos y los mismísimos Andes. Entonces ahí está el puma gigante, encaramado sobre el horrible Costanera Center envuelto en llamas, lo mismo que los edificios más bajos que lo rodean. El afiche viene acompañado de un texto que dice: “¿No lo habéis visto? Una chispa puede encender una pradera. Una evasión liceana puede despertar a un puma herido. No estaba extinto ¿vieron? Los muchos pumas se pasean libres por las aceras, defienden las calles, se fortalecen, se agitan y se empoderan, recorren la geografía de Chile, caramba, felina y montaraz. Se plantan. No + Neoliberalismo”. Firmado por Jesús Sepúlveda, 20 de octubre de 2019. ¿Qué es el puma en este póster sino el símbolo del habitante no-humano y natural del valle central de Chile? El afiche es un claro exponente del paradigma neoprimitivista, aquel que postula que la única vía para la superación del capitalismo es el retorno a un supuesto estado primigenio de conexión armónica con la Pachamama, es decir lo opuesto a avanzar en la carrera del progreso tecno-científico. Un planteo similar al antagonismo “Avatar versus Terminator”, como diría Mark Fisher5: la Madre Naturaleza vencerá al Mal encarnado en las sociedades tecnológicamente más avanzadas que no cesan en su afán por aumentar la productividad y acumular riqueza a punta de empresas extractivistas y ecocidios interplanetarios. En otro afiche cuya composición es casi exclusivamente tipográfica, a excepción de una bandera chilena negra dispuesta en el centro, se lee: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”, en alusión al epígrafe de la novela 2666 de Roberto Bolaño, el que a su vez es una modificación de un verso del poema El Viaje de Baudelaire. La bandera negra, cuyo
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esta serie de afiches podrían ser ordenados en una gradiente cuya magnitud es la indignación que se proyecta desde la victimización hasta un llamado abierto a la insurrección y al boicot sistémico único indicio de ser la chilena estriba en la ubicación de la estrella distante en el costado superior izquierdo, es un símbolo que ha sido muy utilizado desde el 18-O hasta el presente como forma de agravio hacia el Estado nación. No es una bandera separatista, pero sí un indicador de ruptura en el contrato social y, por ende, de un error crítico en el holograma que sostiene a la comunidad imaginaria que es todo país. Por otra parte, el epígrafe tomado de la novela de Bolaño es una denuncia hacia la violencia institucionalizada, sinsentido y culturalmente aceptada. Aquellos que hayan leído la novela recordarán que los sucesos que se desarrollan en cada una de las partes del libro, todas ellas ambientadas en la ciudad ficticia de Santa Teresa, tienen como telón de fondo común una serie de asesinatos donde las víctimas siempre son mujeres. Si bien no queda claro que los crímenes estén vinculados por autoría, sí se percibe una recurrencia en su distribución espacial y en el contexto de marginalidad social que los rodea, además de una permanente connivencia entre perpetradores, agentes de las fuerzas de orden y seguridad, empresarios y políticos. Finalmente, el epígrafe sirve como fórmula abreviada para el diagnóstico que Bolaño hace sobre la modernidad: en un desierto de aburrimiento y/o normalidad, el único escape, la única manera de no caer en la desesperación es (practicar y banalizar) el mal. Hacia el final de esta serie de afiches, que podrían ser ordenados en una gradiente cuya magnitud es la indignación, y que se proyecta desde la victimización hasta un llamado abierto a la insurrección y al boicot sistémico, se destacan dos piezas: uno es el que representa,
a partir de un tosco collage, seis escenas de disturbios callejeros donde se nota la presencia de encapuchados, barricadas, fuego y humo, así como también la frase “La normalidad del capital estalla – La revuelta no tiene fronteras”. El segundo ejemplo es aquel que representa una mano tatuada con motivos naturalistas y cuyos dedos portan un fósforo encendido, imagen acompañada por la frase “Somos la pólvora & la mecha. Somos el fuego”. En el primer caso, el mensaje alude al desmoronamiento del orden global, pero sin dar ninguna pista sobre un posible futuro poscapitalista. Lo único a lo que podemos asistir es al apocalipsis de la civilización tal y como la conocemos, el resto es pura incógnita. Nuestro dulce consuelo es atestiguar cómo la rabia y el hastío hacen catálisis para derrocar a los banqueros, la policía, los presentadores de televisión y por supuesto a los políticos. Ahora bien, en el segundo caso lo que se representa es un estado extático, un arcano de placer destructivo cuyo objeto libidinal es el mismo fuego que surge de la mano de Kali, quien indefectiblemente aniquilará a los malvados y a los demonios con desenfreno orgiástico. Pachakuti, cambio de folio, el mundo patas para arriba, sangre derramada, clímax, alivio de la tensión y consecuente purificación. Aquí es donde llegamos a la frontera, el momento en que abordamos los afiches con circulación marginal, aquellos que no forman parte de ningún compilado. Me refiero a los afiches que registré fotográficamente en la ciudad de Santiago y que ofrecemos a los lectores en este portfolio. Al momento de escribir estas líneas, ninguno de los carteles que formaban parte de este ar-
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chivo invitaban explícitamente a la sublevación violenta; los únicos que se encuentran cerca de hacerlo son los últimos dos casos que acabo de describir. Estos son los que trazan el límite, pero no lo sobrepasan. Tienen la misma intensidad que aquel clásico “Ya no basta con rezar”, afiche en el que se ve a un cura católico a punto de lanzar una piedra dirigida al opresor invisible6. Hoy en día un cartel como este parece blando e ingenuo. No es necesario recurrir a una sinécdoque verbal para decir lo obvio: “defiéndete”, tal y como lo muestra un afiche contemporáneo que parece ser el remix del anterior, pero donde el dilema ético del sacerdote ya no existe, solo permanece la sinécdoque visual de la única salida posible al estado actual de represión y desigualdad: una mano empuñando un camote7. Cuando la ira y la desesperación que algunos sienten se transforma en odio, entonces se puede decir que la imagen impresa en la pared ha sido sometida a una transición de fase. La transición de fase se da cuando la materia es sometida a presiones externas de tal magnitud que la llevan a cambiar de estado, por ejemplo de líquido a gaseoso. La imagen medial contenida en el papel impreso y pegoteado en las paredes de Santiago ha vivido un cambio similar en los últimos meses y hace bastante que cambió de fase. Si bien ambos tipos de carteles (a un lado y otro de la frontera) exigen justicia y reparación, el concepto de justicia que manejan es completamente distinto. En la primera categoría se ubican aquellas imágenes que piden el cese de la violencia y el enjuiciamiento en las violaciones a los derechos humanos por vías institucionales; es decir, siguen apegados a la vía legal delegada en los tribunales. Aunque les pese admitirlo, esos diseñadores y artistas siguen creyendo en el Estado de Chile y en su redención. En la segunda categoría esta ilusión ya no existe. La única justicia posible es la de Hammurabi. Ojo por ojo y sangre por sangre. Así, en un afiche monocromático de este último tipo (al que podríamos llamar cartel babilónico) se representa a un grupo de personas con rostros enojados y tres perros que ladran con furia, congregados en torno a una barricada, la mayoría con puños
en alto, cacerolas y pancartas con diferentes consignas. Una de ellas dice “sangre por sangre”. El personaje que la sostiene lleva un pañuelo que le cubre la mitad del rostro. El escenario que lo rodea contiene alambres de púas en el suelo, una televisión con la pantalla quebrada, maderos encendidos y humeantes. Otras pancartas dentro de la misma imagen llevan consignas como “no tenemos miedø”8, “que arda tu gobierno”, “pacos dan asco” y “destitución Piñera”. Otro afiche que fotografié muestra a una mujer serigrafeada a dos colores, el rostro fruncido de enojo y en su mano con largas uñas lleva agarrada una bomba molotov. El texto que acompaña la imagen es “que arda el orden colonial”. Revisando mi registro, encuentro otro que muestra a tres policías con armaduras negras típicas de fuerzas antidisturbios; los personajes miran hacia adelante y hacia los costados como buscando a posibles insurgentes. Detrás de las máscaras viseras transparentes incorporadas a sus cascos se ven tres calaveras. El texto incorporado a esta imagen dice “A.C.A.B. Cría pacos y te sacaran los ojos. Todos los pacos son >> bastardos. X”, acompañado del símbolo de un ojo tachado con una X, en clara referencia a las lesiones oculares que se han repetido innumerables veces en estos últimos meses dentro de la población que acude a las marchas y otras instancias de protesta. Por su parte, la sigla A.C.A.B., que también ha sido infinitamente grafiteada en las calles de Santiago desde el 18-O, es un acrónimo de All cops are bastards. Este grafiti data de los años 70 y se popularizó en distintas épocas y lugares del mundo con el paso de las décadas. Primero fue el director de cine Sidney Hayers con su película All cops are…, luego vino el grupo de punk Oi! 4-Skins que lo utilizó como título para uno de sus éxitos. A.C.A.B. fue por años parte del repertorio encriptado de la cultura callejera anglosajona de pandillas y grafiteros. Volvió a resurgir en 2012 gracias a la película italiana de Stefano Sollima, donde el A.C.A.B. muta y pasa a designar especialmente a las fuerzas antidisturbios, aunque sin excluir al resto de las policías. La película está inspirada a su vez en la
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El odio ha minado cualquier posibilidad de llegar a un consenso nacional para salir de la crisis novela homónima (2009) del periodista Carlo Bonini, donde se cuenta la vida de tres policías antidisturbios encargados de usar la violencia para reprimir a barras bravas y manifestantes, desalojar a okupas y desmantelar asentamientos gitanos. En palabras de Sollima, la película es “Una historia de hombres y del odio que impregna la sociedad en que vivimos”9. Creo que esta cita no podría resumir de manera mejor el paisaje que impera más allá de la frontera del póster chileno, aquel páramo infinito en el que vivimos después de la transición de fase. El odio ha minado cualquier posibilidad de llegar a un consenso nacional para salir de la crisis. Un sector importante de la sociedad (compuesto en su mayoría por hombres y/o sujetos masculinizados) necesita ver sangre correr. Así lo confirma otro cartel que vi donde se representa el rostro de Camilo Catrillanca, comunero mapuche asesinado en 2018 por un miembro del llamado Comando Jungla, un grupo de operaciones especiales de Carabineros de Chile. En la imagen se ve a Catrillanca rodeado de araucarias, mientras detrás se asoma la cima nevada de una montaña, típica idealización visual del Wallmapu. La frase que da sentido al cartel es “Justicia para Camilo Catrillanca. Todas las balas se van a devolver”, dando a entender que la reparación al daño producido hacia el pueblo mapuche se conseguirá a través de la venganza. Muy en la sintonía de otro afiche donde se observa a un zorrillo o vehículo lanzagases de carabineros incendiándose. Desde las llamas emergen unas letras que cuesta discernir a primera vista, pero que sin embargo destacan por un contraste de tonalidad. Las letras forman la frase “arde la yuta”, y más abajo “cuando el pueblo lucha”. Casi la
misma consigna de otro cartel que utiliza como recurso pop a Persépolis, la niña iraní que vivenció el tránsito que significaba vivir en una sociedad occidentalizada y democrática a una autoritaria y fundamentalista, donde el punk y cualquier movimiento cultural disidente era fuertemente castigado. En este cartel en particular el o la autora anónima resignifica aquella icónica escena en la que Persépolis es interpelada por dos mujeres mayores que se hacen las veces de “policía del pensamiento” al regañarla por usar una chaqueta con el estampado “PUNK IS NOT DED”; solo que en la versión chilena el texto ha sido reemplazado por “FUEGO A LA YUTA”. Podría seguir describiendo estas piezas de diseño por horas, mas no tendría sentido. Lo que me importa es dar cuenta de su proliferación viral en las calles de Santiago, sin siquiera detenerme a describir otros formatos de propaganda política muchísimo más populares, como aquellos que se comparten a través de las redes sociales. Si decidí abordar la temática de los afiches fue porque me interesa personalmente y siempre he sentido especial atracción hacia los medios de comunicación u objetos de arte que se resisten al imperio de lo digital. Con todo, lo que aquí he intentado describir no es un catálogo; no se trata de un ensayo para la delectación estética. Más bien se trata de poner el ojo sobre un vestigio que permite realizar una arqueología relacionada con un pasado muy reciente: el del 18-O. Estos restos materiales, afiches desteñidos y a veces rasgados, hablan de una transición de fase al interior de la sociedad chilena. Es como si el tiempo y el espacio estuvieran atravesados por compases invisibles que,
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más temprano que tarde, arrastran a las civilizaciones hacia nuevos pasajes de emotividad colectiva. Creo que es eso lo que justamente ha pasado en Santiago: la sociedad en su conjunto ha traspasado una frontera de la que no se puede volver. No sabemos por cuánto tiempo tendremos que ver a Kali caminando desnuda por la Alameda, con la cabeza decapitada de un policía agarrada de los pelos y exigiendo sangre por sangre, pero lo que vendrá después no será aquello que conocíamos.
1 Mauricio Vico y Mario Osses. Un grito en la pared: psicodelia, compromiso político y exilio en el cartel chileno. Santiago, Ocholibros, 2009.
2 Sontag, Susan. “El Afiche: publicidad, arte, instrumento político, mercancía” en: Bierut, M., Helfand, J., Heller,S. y Poynor, R. (Editores). Fundamentos del Diseño Gráfico. Buenos Aires, Ediciones Infinito, 2001.
3 Este archivo gráfico puede descargarse en https://cargocollective. com/grannegro/ARCHIVO-GRAFICO
4 El concepto población en Chile hace referencia a un barrio o conjunto
habitacional que surge a partir de la coordinación entre el Estado y un grupo de familias asociadas en torno a comités o anteriores tomas de terreno que posteriormente son relocalizadas o urbanizadas. En ese sentido debe diferenciárselo de los conceptos villa y favela, ya que una población por lo general cuenta con todos los servicios propios de un territorio urbano (alumbrado, agua potable, alcantarillado, calles asfaltadas y equipamiento). Con todo, una población siempre carga con la connotación (o incluso el estigma) de ser un barrio de familias obreras que, a pesar de contar con vivienda propia, muchas veces se encuentran en el límite o incluso por debajo de la línea de la pobreza y, en algunos casos, se encuentran aquejadas por otras problemáticas relacionadas con la condición de vulnerabilidad social.
5 Fisher, Mark. “Terminator vs Avatar” en: #Accelerate. Robin Mackay y Armen Avannesian (Editores). Londres, Urbanomic, 2014.
6 Póster diseñado por Vicente Larrea y Luis Albornoz para la película Ya no basta con rezar del director chileno Aldo Francia. La película se realizó en 1972 y fue estrenada en 1973 en Cannes y en 1974 en Hungría.
7 En Chile central camote se utiliza informalmente para designar una piedra o cualquier elemento sólido de tamaño y peso similar al de una piedra capaz de causar daño y/o destrucción siendo lanzado manualmente por una persona.
8 La letra “o” con barra diagonal y devenida en “ø” hace alusión a los globos
oculares amputados a muchos asistentes a las marchas desde el 18-O, producto de los perdigones de acero que recurrentemente dispara la policía.
9 Cita obtenida de la reseña cinematográfica de A.C.A.B. en el portal Cine Europa, disponible en https://cineuropa.org/es/newsdetail/223054/
*Brian Gray Rojas es antropólogo (UAHC, Chile) y magister en Teoría del diseño y la comunicación (UBA, Argentina). Se especializó en cultura de la imagen y sus objetos de análisis van desde el grafiti hasta el fanzine y los afiches urbanos.
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CRÓNICA
Parirse Por Carolina Bartalini
S
iempre me llamó la atención el miedo que le tenemos a la muerte. Nuestros temores se refractan hacia aquellos que están cerca, aquellos que nos muestran que la muerte existe y nos va a llegar a nosotros también. Si pensamos en los enfermos y en los ancianos, en los modos en que nuestra sociedad lidia con ellos, la invención y hegemonía de la “salud institucionalizada”, observaremos que estos “espacios de cuidado” –hospitales, clínicas, geriátricos, hospicios– no son otra cosa que lugares de reclusión, heterotopías, “espacios otros”, como los llamó Michel Foucault, donde se suspende el tiempo y se neutraliza, o directamente se borra, la identidad. Parece ser que no soportamos la vejez, que resulta intolerable en este tiempo acompañar en la muerte que, por lo general, es lenta y descaradamente solitaria. Como el parto. Michel Odent, el obstetra francés y defensor del parto respetado, analiza este reciente fenómeno bajo la idea de la “industrialización del nacimiento”, una etapa del capitalismo tardío que se condice con la destrucción del planeta, el uso y abuso de agrotóxicos en los cultivos, la desvinculación absoluta de la humanidad del resto de las especies animales, es decir, cierta violencia en el nacimiento y los primeros días del bebé como pivote de la conquista de la naturaleza y el sometimiento de las demás especies. Sin embargo, argumenta Odent, ahora que los homínidos hemos destruido tan terriblemente la Tierra, ya no sería necesario seguir con esta tradición que nos identifica. Por el contrario, tendríamos que empezar a cultivar el amor desde el inicio, el respeto del parto y del nacimiento, el cuidado de las mujeres y personas gestantes y de los seres humanos que llegan a este mundo para que se ramifique en lugar del egoísmo, la violencia y la destrucción, la cultura del amor hacia todo lo que nos rodea. En términos de la biopolítica de los cuerpos: que haya más oxitocina y prolactina y menos adrenalina. *** Debo confesar que en mi vida anterior pensaba que el parto en casa era una locura, algo de hippies, de personas irresponsables o de aquellos que
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no pueden medir las consecuencias de sus actos. Una práctica egoísta que ponía en riesgo al bebé, que podía producir LA MUERTE o cantidad de secuelas todas malas y fruto de la irresponsabilidad. Parir como antes cuando las mujeres se morían desangradas en sus camas; parir y que los chicos se ahoguen con el cordón umbilical o se llenen de mierda (qué problema las secreciones y lo escatológico, qué problema). Parir como indígenas, parir como perras. Parir tranquilas, entre mujeres, parir con placer y parir con dolor, parir en la posición que cada una necesita, parir con deseo, parir sin miedo, sin el miedo propio del acontecimiento que es parir y nacer. Sin otros miedos extra. Sin los miedos que pretenden amedrentarnos y pasivizarnos, mantenernos calladitas, colaborativas, tranquilas, modocitas. Debo señalar, también, que antes no me detenía a pensar mucho en estos temas. Prefería evitar todo lo que tuviera que ver con partos y con bebés, con un rechazo casi patológico. Desde chica siempre dije que si alguna vez quería experimentar un hije, adoptaría. Con el tiempo no volví a hacerme esa pregunta hasta que pasé los treinta (preguntas, mandatos, deseos externos que se traducen en la perversa noción naturalizada del ‘reloj biológico’) y, así y todo, pensar en un parto propio nunca se me pasó por la cabeza. Hasta que, embarazada, me di cuenta de que el bebé por algún lado tendría que salir. Ahora, soy yo quien se siente observada con esa lupa. Atravesada por el lente de la curiosidad y el espanto frente al relato o la respuesta de que parí a mi hijo en mi casa. Cuando mis padres nos vinieron a ver, me preguntaron dónde había nacido. Les contamos que fue a los pies de la cama. “¿En el suelo?”. Efectivamente, en el suelo. Imaginaban ellos que un parto tiene que ser en una cama. Parir en el suelo les pareció, lo vi en sus caras, inconcebible. Diría que algo abyecto. No es que hayan rechazado nuestra decisión de planificar el parto en casa, al contrario, cuando les conté el plan me acompañaron. Pero tuvieron que lidiar con sus prejuicios. Mi padre me preguntó si podría venir a esperar el nacimiento, sin molestar, sentadito en la cocina (como si fuera, mi cocina, una sala de espera). Le respondí que no, obviamente. No entré en ese momento en detalles acerca de lo sexual y lo privado del acontecimiento porque me pareció sencillamente un
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exceso para él. Antes, habíamos hablado de violencia obstétrica y tuve que contarle algunos casos que no se ajustaban al golpe del médico a la paciente que mi padre imaginaba como ejemplar prototípico de “violencia”. Los “bifes” del patriarcado son mucho más sutiles, papá. A pesar de los miedos y reticencias de mis padres, tuve la suerte de que ambos aceptaran mi decisión de planificar un parto en domicilio, incluso, mi madre fue aprendiendo conmigo del tema. Sé que no es común y que muchas veces se evita contarles a las familias justamente para no cargarse con más ansiedades y prejuicios. Sin embargo, por lo general, cuando te preguntan y respondés que lo tuviste en casa, la gente no sabe qué cara poner. Algunxs se quedan pensando y casi que ni se animan a re preguntar: “¿en tu casa?”, “¿acá?”. Otrxs, lxs médicxs (juro que lo que sigue es cierto), están entrenados para eludir emociones faciales y simplemente se quedan calladxs o hacen preguntas absurdas como “¿parto natural o cesárea?”, como si en mi casa se pudiera realizar una intervención quirúrgica de alto riesgo. Porque la cesárea es una cirugía de alto riesgo por más que la quieran disfrazar de lo que quieran (y, explican los profesionales de la salud, los índices de complicaciones por ellas hicieron ascender las tasas de mortalidad materna y perinatal, en lugar de reducirlas como sería su función principal cuando las cesáreas son realmente necesarias). Otras personas se ven atraídas por el cuento y charlamos largo sobre el tema, aunque siempre la primera reacción es llanamente el desconcierto (excepto quienes tuvieron en casa o pretendieron hacerlo). Ojo: es totalmente lógico.
A mí me pasaba lo mismo y mucho tiene que ver con la falta de información con la que crecemos, desvinculadas de nuestros ciclos, procesos hormonales y sexuales. Mucho tiene que ver con la romantización del parto, la histerización extrema de la parturienta y el silencio médico que resguarda explicaciones fisiológicas y sobrepide estudios como si el saber sobre nuestros cuerpos fuera de ellos y como si la gestación fuera una enfermedad que hay que atender y temer.Y aunque a veces hay otras situaciones que afectan la salud, no necesariamente se dan en todos los embarazos y tampoco debido a ellos. Ahora soy yo la que es examinada con el lente de la locura. Un lente que refracta los prejuicios de una sociedad escindida, de una humanidad que se somete a los controles del biopoder al tiempo que elude, contradictoriamente, las regulaciones del cuerpo. Las regulaciones del cuerpo femenino desbordan el asunto. La ciencia del poder pretende domarlo. No puede tolerar la pérdida de control que significa el acontecimiento del parto: es la vida y la muerte a la vez. Pero también es el grito, es lo intempestivo. *** Tala llegó con las aguas del sudeste. El lunes de la tormenta y el granizo cumplimos 40 semanas y 3 días de gestación. El último tiempo había pasado tranquilo, pero con un incipiente nivel de ansiedad y, mal que me pese, preocupación. Desde que comencé a imaginar el parto, fantaseaba con que mi bebé nacería antes del tiempo previsto. Teníamos fecha para el 27 de septiembre. De hecho, a las 37 semanas ya tenía todo bastante organizado: casa limpia y anidada; ropa lavada y planchada; la cuna, los pañales, las gasas, alcohol, zaleas y todo lo del parto en una bolsa de arpillera a la vista; el bolso listo, por las dudas, de cábala. Además, esas últimas semanas fueron hermosas de día y molestas de noche, me pasé el último mes durmiendo sentada y la mayoría de los días sin poder entablar el sueño hasta la mañana. Ese lunes de tormenta y sudestada, Tala no nació pero algo comenzó a abrirse. La gente habla y la ansiedad sube. Pero también hay algo adentro que hay que soltar. Es cierto. La inundación llegó a casa, la catarata en la cocina, la pileta en el patio. Cuidar que el agua no llegue a la cama, estrujar trapos toda la noche, nervios. Luego, descansar sabiendo que faltaba, ahora sí, muy poco. El domingo anterior había limpiado y me sentía lista. Hubo que hacerlo de nuevo. Planificar un parto en domicilio tiene sus cosas. Hay que organizar los elementos que nos piden las parteras y manejar el temita de la ansiedad por la limpieza que, en mi caso, no fue tan fácil. Cada vez que decía: “listo, todo limpio, hermoso, perfecto: el parto puede suceder” (cómo si pudiéramos preverlo. Ay, el control), obvio, no pasaba. Sin embargo, se ve que algo se activa porque hasta que no dejamos todo ordenado y limpio después de la tormenta, la cosa no empezó. La humanidad ha llegado a pisar la Luna, mandar cohetes a Marte, pero aun no puede explicar con certeza qué es lo que desencadena un parto de manera natural. Dicen que los pulmones del bebé cuando se desarrollan mandan información a su cerebro para que comience el trabajo de parto. Pero, hay algo en la sujeta gestante que también influye. Con esto no quiero decir que sea una cuestión voluntaria ni
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consciente. Las últimas semanas odié fervientemente todo ese discurso del “estás preparada”, “va a salir cuando vos lo sientas” y toda esa perorata que pone a las mujeres en la situación de sujetas activas de un proceso que las excede. Es decir, no somos nosotras las responsables de que el bebé nazca antes o después de la fecha. El problema es justamente eso: la fecha, no nosotras. *** Vivimos en una sociedad que pare en hospitales de manera precoz. Quiero decir: el parto institucionalizado tiene tres generaciones. Mis abuelos nacieron en sus casas. Antes de ellos y hasta el inicio fue así. Aunque no siempre hubo casas. Así como tampoco estudios y controles médicos que permitan observar si el embarazo llega a término sin complicaciones, de modo de que efectivamente se pueda planificar un parto en domicilio. Porque parir en casa hoy no es parir como mi bisabuela, en el medio del campo, sola, como señala el relato familiar. Parir en casa es planificar un parto en libertad cuando las condiciones lo habilitan. La pregunta es: ¿por qué ir a un hospital a parir cuando no hace falta? ¿Por qué en las instituciones nos van a someter a procedimientos dañinos, anticuados y violentos como parte del protocolo médico? Más aún, en tiempos de Pandemia, estos asuntos quedan sobreexpuestos. ¿No es posible, incluso en una situación de extremo riesgo, volver a los controles prenatales a domicilio y fomentar la intervención del Estado para disponer de un espacio seguro en domicilios, si fuera posible, para que los partos que se dan en salud se lleven a cabo? La pregunta real es: ¿por qué tenemos que ocuparnos y preocuparnos de averiguar, leer, estudiar y llegar a las instituciones con planes de parto impresos y agitándolos en la mano si no queremos que nos violenten? Hay una ley (25.929) que no se cumple. O solo se cumple en sanatorios privados pagando aparte. O solo se cumple cuando presentás plan de parto (si te lo aceptan, si llegás a enterarte, si te armás de fuerza, energía y tiempo para ir y argumentar y discutir, o si directamente ni lo toman, como pasa en muchos casos). O solo se cumple en contados hospitales y maternidades públicas. Contadísimos casos y con restricciones demasiado excluyentes. El punto es que las mujeres y personas gestantes nos hemos acostumbrado temiblemente a dos cosas: tenerle mucho miedo al nacimiento (al parto) y a considerar que no podemos hacerlo solas, que necesitamos ayuda. La segunda pauta es la causa de la primera. Así como el patriarcado nos robó el útero, el sistema médico se nos metió en la bombacha con todas sus sutiles y ramificadas representaciones sociales. Llegamos a creer que no podemos parir. Locura. O que si lo hacemos ponemos en riesgo a los bebés. Locura. Llegamos a pensar, porque el sistema patriarcal médico así nos lo va tramando desde pequeñas, que parir es un acto que puede organizarse, regularse y, sobre todo, un acto que debe ser llevado a cabo en Instituciones sí o sí siempre. Llegamos a rozar la idea de la enfermedad. No es casual que el discurso feminista subraye que “el embarazo no es una enfermedad”, tampoco es casual que la medicina obstétrica insista todo el tiempo con cantidad de estudios, muchos innecesarios, y cierta pedagogía de la sumisión, sutil y efectiva. Igual que en la lucha por la legalización
del aborto, la consigna es volver al cuerpo, que es decir recuperar el deseo por el derecho a decidir, siempre. Leía, en los grupos de parto respetado en Facebook, una cantidad alarmante de mensajes de ayuda de gestantes desesperadas porque llegaban a las semana ¡39! y sus obstetras ya querían intervenir, inducir o cesariar. Mujeres desesperadas que salen a caminar todos los días (lo hice), que toman té de frambuesa (no llegué), que tienen sexo, que hacen yoga, reflexología y no sé qué más (probé, probé y probé, bienvenidos sean siempre). Y todo me parece súper bien. Pero eso de sentir que somos responsables de que no nazca porque nosotras no lo dejamos salir, que “no estamos listas”, o lo que sea que se nos mete en la cabeza como un mensaje en loop, es horrible. En mi caso, no tenía nada que ver con las profesionales que me atendieron. Pero igual el mensajito chillaba. El equipo que me acompañó, Carolina Waldner y Ana Becu, jamás dijo nada por el estilo, muy al contrario. Pero el patriarcado se mete en la sopa, ¿no? Y parece que una de las primeras cosas que pretende enseñarnos cuando nos volvemos gestantes es la sensación constante de culpa (culpa en el embarazo por comer, por no comer, por querer, por no querer), culpa en el parto (hacerlo bien, hacerlo mal, poder, no poder, querer y no querer –importante–), y más culpa luego con bebé nacide. Pero eso es capítulo aparte. El derecho a decidir implica el derecho a la información para derribar la cantidad de lugares comunes en torno al parto y al nacimiento que, basados en el desconocimiento, nos llevan a considerar que el
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parto en casa es peligroso y que, por el contrario, el parto en instituciones no. El parto es un acontecimiento, único, que se resiste al control. Si la gestación es saludable, no hay motivos para creer que un parto fisiológico tiene más riesgo que un parto intervenido. Muy por el contrario, lxs profesionales de la salud hablan de “catarata de intervenciones” y se refieren a la secuencia de acciones que se llevan a cabo para “regular”, para intentar “controlar” los tiempos, los ruidos, el dolor, el aire. De esas intervenciones surge la mayor cantidad de problemas en los partos y los nacimientos, que luego nos hacen creer que venían de nosotras o del bebé, que la oxitocina sintética, las maniobras desaconsejadas y realizadas de todos modos, la anestesia, que las luces y el frío, que la falta de intimidad, que la violencia verbal o corporal, que los tacos, las rupturas de membranas, que la aceleración de las fechas, que todo el compendio de agresiones y “regulaciones” a la persona gestante y al feto por nacer durante el embarazo (con su colofón del apresuramiento de la fecha para que no “pase nada malo”) no tiene nada que ver con la forma del parto u nacimiento sino que somos nosotras las que no sabemos pujar (¡como si fuera fácil en decúbito dorsal!), las que no sabemos parir. De acuerdo con la Asociación Obstétrica Argentina, nuestro país tiene un índice de 40 por ciento de cesáreas y este número llega al 70 por ciento en el ámbito privado. ¿Es que puede haber tantas complicaciones? ¿Es que venimos falladas? Estos números, que se replican en toda América Latina, no se condicen con el 15 por ciento recomendado por la OMS.
La asistencia al parto en domicilio en Holanda e Inglaterra se realiza de manera habitual si la gestación es saludable. Los hospitales son para las complicaciones, que las hay, y para eso están los quirófanos: para salvarnos de situaciones que en otros tiempos nos llevaban a la muerte. Otros países, como Alemania y algunos estados de Estados Unidos, se organizan con casas de partos. Una referente ineludible fue Ina May Gaskin, quien fundó el Centro de Partería de La Granja en Summertown,Tennessee, y colaboró en revitalizar la partería como una práctica de mujeres que convoca los saberes ancestrales junto con el estudio científico en la actualidad. Recordemos: la prohibición de las parteras en los nacimientos se produjo en simultáneo con la masculinización del parto, los intentos de control de la natalidad (la prohibición de la anticoncepción, el aborto y los infanticidios) y la caza de brujas a mediados del siglo XVI en Europa. Fue la época de la acumulación originaria del capitalismo a costa de la explotación de todo el cuerpo social y, especialmente, el femenino, como analiza Silvia Federici. *** Volviendo al relato. El martes a la mañana fuimos caminando hasta el sanatorio para el control de la semana 40. Carolina y Ana habían tenido un parto el lunes y no habían podido venir a casa como habían hecho desde el quinto mes en que tomamos la decisión de planificar el nacimiento en casa y ellas comenzaron a acompañarnos. Todo bien, latidos súper bien. Monitoreo de 20 minutos. Mientras tanto, charlamos. Cansancio. Pasó Gabriela Miglaccio (quien me había seguido el embarazo como médica obstetra) y también charlamos un poquito.Ya está. Pronto va a nacer. Hay que esperar que Tala quiera salir. Me acuerdo que Carolina dijo: “Cuando tengas la casa limpia te vas a relajar”. También señaló, al pasar, que el jueves siguiente se iba de viaje. Inyección de adrenalina. La amé y la odié a la vez. Me di cuenta de que su comentario me iba a afectar porque funciono muy bien bajo presión. Así que nos fuimos del consultorio y escupí: “ya no me importa ni que esté limpio ni nada”. Hacía unos días que de verdad quería parir, ya ni pensaba en el miedo tampoco. Fue como una invocación. Volvimos caminando, pasamos por el centro a hacer compras. Mi vieja vino a casa y con mi compañero limpiaron y ordenaron todo. Impecable. Después de cenar empecé con dolores como de menstruación fuerte. Y me fui a dormir ya sabiendo que la cosa empezaba y que Tala ya ahora sí quería salir a este lado del mundo. Hay algo adentro que se activa, nunca lo hubiera creído, pero es así. Descansar para estar. A las 4 y pico me desperté con un dolor inexplicable entre el vientre y el sacro. Grité y mi compañero también se despertó. Nos quedamos un rato en cama y al rato me levanté a ver el amanecer con unos mates en la cocina. Fue hermoso. Luego, él también vino y nos reímos sabiendo que nuestro Talito empezaba a nacer. Pasé la mañana dando vueltas a la mesa de la cocina cada vez que me venía una fuerte, o acostada sobre la pelota inflable. Al mediodía se hicieron más fuertes pero en medio venían algunas otras tenues como un respiro o falsas, esas que amagan. Yuri, mi compañero, empezó a contar y anotar y les iba mandando mensajes a Caro y Ana por WhatsApp. Yo pensaba que ya estaba en el famoso “Trabajo de Parto”.
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Apagué el celular y solo le mandé un mensaje a Mercedes, que me acompañó como doula durante el embarazo, “estamos laburando”. Chau.Yuri le avisó a mi mamá. La sensación de que todo seguiría en casa, que no tendría que salir a ningún lado, fue de calma y tranquilidad. Almorzamos una buena sopa (mi compañero había hecho litros y litros de caldos bien cargados y guardados en el freezer para el puerperio), aunque mucha hambre yo no tenía o, más bien, no quería comer (luego sabría por qué). Al rato un yogurt, bañadera y vino Carolina. Con su sabia mirada interpretó que faltaba y me dio a entender que todo estaba comenzando, que las contracciones tendrían que ponerse como las más intensas que estaba teniendo pero todo el tiempo, sin ninguna flojita como las que venían cada tanto. Así que señaló: “si te dormís, a lo mejor se acelera ese paso”. Obvio, me fui a la cama. Eran como las siete de la tarde y para mí la cosa estaba intensa ya. No tenía idea de lo que iba a venir, claro. Las gestantes primeras somos así: todo es sorpresa. Para mí fue un sorpresón. Es imposible imaginar el dolor aunque quieras. Cuando me levanté, a la hora, aparecieron esas otras contracciones, las Contracciones Posta. Ahí entendí por qué todas las mujeres con las que había hablado usaban la palabra “INTENSO”. No hay modo de dar a entender qué carajo nos pasa en el cuerpo cuando el útero empieza a laburar para que el bebé nazca. Solo pasa y hay que dejarlo fluir y ya. Un dolor primario arrasa, una ola arranca y solo calma saber que en algún momento va a parar.Y va a nacer.Y así. Esas Contracciones Posta empezaron fuertes y siguieron sin parar. Durante la tarde había estado desprendiendo el tapón de a poco. Ahora, en el baño salió ya una cosa consistente y marrón y les avisamos a las parteras. Al rato, llegó Carolina y me preguntó si podía tactarme para ver cómo venía el proceso. Solo me dijo (pícara) que tratara de relajarme y descansar entre una y otra contracción porque la cosa venía para largo. Después me dijeron que solo había dilatado 3 centímetros en ese momento y que ellas pensaban que, como mínimo, estaría toda la noche en el trabajo de parto. Porque ahora sí, me alertó, empezamos El Trabajo de Parto. De repente, te das cuenta de que lo anterior era joda, demasiado tranquilo para ser verdad (yo, sinceramente, me había ilusionado durante el día pensando que no era tan terrible como decían, que no me iba a doler mucho más que eso… en fin). Intenté acostarme, pensé que Caro se había ido. El dolor, acostada, me resultaba intolerable. Sentada también, pero estaba cansada. Me acostaba y me levantaba cuando la furia del útero arrancaba. Me acuerdo que me agarraba de cualquier cosa, de mi compañero, de la cuna, de la puerta del ropero. Les hice traer un sillón y me senté en la puntita. Peor. Me fui a la bañadera y ahí bajó un poco la intensidad, mejor dicho, la frecuencia. Escuchaba a Caro y a mi compañero hablar en la cocina y me di cuenta de que no se había ido, que estaba ahí. De hecho, vino a escuchar los latidos con su aparatito inalámbrico. Eso me dio tranquilidad, y además, si se iba significaba que la cosa iba a durar mucho y yo solo quería que se acabara ya. Yuri, mi compañero, me trajo helado. Teníamos reservas en el freezer de helado para varios días. Tomé un poco pero lo vomité en seguida. La bañadera con el agua tibia, las velitas en el baño y el mareo del estómago era como un viaje alucinatorio. Me acuerdo que empujaba con los pies la pared de azule-
jos y gritaba, gritaba como nunca imaginé que iba a gritar y nada me importaba. Todos los miedos bobos que había transitado durante el embarazo acerca del pudor, de la vergüenza del cuerpo desnudo, de lo escatológico, de los vecinos y los gritos, de la muerte, de sentir al bebé sufrir (cada una tiene sus miedos...) desaparecieron. Ni se asomaron. Empecé a gritar al principio y no paré hasta el final. Quise pasarlas en silencio pero no podía. Todo fluyó. El cuerpo tiene la sabiduría ancestral de la tierra. Nadie nos puede arrebatar eso. El cuerpo sabe. Hay que dejarlo ser. *** Cuando llegó Ana serían las once. A esa altura yo no tenía ya mucha conciencia exterior. Llegó con sus preparados homeopáticos y una agüita sanadora que me daba a tomar y yo sentía que cada sorbo me calmaba un poco. Ella se paró a mi lado y me acompañaba en las contracciones con sonidos que yo intentaba emular. Me dijo algo que no recuerdo pero que sé que tenía que ver con mi manera de llevar el dolor. Yo estaba muy enojada. Sorprendida de eso que se apoderaba de mí y me agujereaba por dentro. Quería que terminara pronto y a la vez tenía mucho miedo de que siguiera y siguiera por siempre. Ana dijo algo que no recuerdo y que me hizo considerar que debía dejarme fluir. Ella dice: “respiralo”. Tenía que dejar salir el dolor, dejar salir todo el dolor para que fluyera y Tala pudiera nacer. Ana trajo sonidos graves a la habitación, de adentro, del vientre.Yo venía haciendo grititos de garganta, medio histéricos. Sabía que por ahí no iba la cosa, y ella me lo recordó
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solo gimiendo. Mi compañero en la cama con la pelota me esperaba para cuando pasara la furia uterina, para que me recostara y me hiciera caricias en la espalda, en el cuello, en la cara. Fue la sensación más hermosa del mundo. Como si todo estallara y pudiera recuperarse con un mimo salvador que nos recordaba que la vida es así: terrible y bella de a ratos, sublime. Que hay que fluir, que no queda otra cuando la fuerza arrasa. Dicen que el parto natural, fisiológico, es como hacer el amor. Yo no le encontré mucho sentido a esta idea, la verdad. Aunque leí a Casilda Rodrigañez muchísimo, no tuve el gusto del placer. De ese placer. Lo que sí sentí fue una explosión de amor en cada una de esas caricias en la cara y en la cabeza, como si estuviera re drogada y todo estallara en AMOR. Desde que supe que estaba embarazada, y desde toda mi vida antes, le tuve terror al parto. No llegué a decidir planificar el parto en casa por esa fantasía del “parto soñado” que muchas mujeres manifiestan en sus búsquedas y relatos. Para mí, era imposible de imaginar cómo va a ser un parto, yo no podría haber soñado ni un segundo de lo que aconteció en el nacimiento de mi hijo, en mi parto. Mi madre me tuvo en una cesárea que luego pudimos interpretar como violenta y el miedo a las instituciones médicas y a sus patrones de intervención, manipulación y sometimiento de las sujetas que nos ponemos en sus manos fue lo que más me enojó en las primeras consultas obstétricas. Lxs médicxs nos infantilizan, nos doblegan con medicaciones que no tienen razón ni explicación, nos indican lo que sí y lo que no como si ellxs tuvieran el poder total, un control totalizante que pretenden continuar en el parto. Imaginar una cesárea conmigo en la camilla me resultaba
algo intolerable. Simplemente, porque no es lo que yo quería. Lo mismo que parir con anestesia. Miedo a no poder. Miedo a la catarata de intervenciones. Miedo a hacer fuerza en la nada y sufrir y que el bebé sufra.Y luego, todo el horror del protocolo de neo sobre el bebé, innecesario, sometedor, violento. Obviamente, esto no tendría que suceder tampoco en instituciones. Por eso, un tiempito antes también había presentado el plan de parto respetado en el Sanatorio Itoiz, que era mi plan B. Como dice Carolina, hay que ir abriendo caminos y sentando precedentes. Pensar en internarme me daba pánico. Ahí descubrí que no era al parto a lo que siempre le había temido, sino al parto institucionalizado, o como insiste Odent, a la industrialización del nacimiento. Esta sí que me parecía la pesadilla más terrible. Hablo por mí. Nada de eso, yo no quería nada de eso. Si nacemos, parimos y morimos solas, es que se debe poder. Parir como parió mi bisabuela diez hijos en el campo sola (sola significa, lo entendí con los años, sin médicos, con la ayuda de las comadronas). Parir como parieron las ancestras siempre, antes de la industrialización del parto, hace apenas tres generaciones. Quería darle a mi bebé la posibilidad de nacer, de ser recibido en mi pecho, de mamar, de estar tranquilo conmigo mientras todo lo que tiene que pasar pasa. Y así: las contracciones siguieron fluyendo cada vez más intentas y más cercanas. Por momentos era como una sola en continuado. Antes de esto, Caro había escuchado varias veces los latidos del bebé con un aparatito portátil que usó incluso en la bañera. Eso me dejaba tranquila. Desde lo de la pelota en la cama yo estaba bastante ida, centrada en pasar el dolor. Me venían imágenes sueltas, como en un sueño. Me fui para los pies de la cama porque me dieron ganas de pujar. En rigor, no fue algo voluntario. Al final de una contracción intensa la cadera se convulsionó y se movió sola. Fue raro la primera vez. La pelvis se modula de forma autónoma y el cuerpo se te fuga. Asusta. Estremece perder el control. En un momento, luego me dijeron que fue a eso de la una de la madrugada, apareció Carolina en la habitación y me puso contenta porque supuse que la cosa avanzaba. Lo único que pensaba era que terminara pronto y que pasara el dolor en cada furia. Me ofrecieron el banquito. Antes, sentada en la esquina de la cama, en una de esas furias intempestivas de dolor, pujos y fuga rompí la bolsa. Explotó. Salió el líquido amniótico expulsado de mí como si estrujara una bombucha en carnaval. El chorro mojó toda la estufa. Me acuerdo que mi compañero se puso contento, “qué bueno, vas re bien”, me decía. Le pedí que apagara la estufa, que nos íbamos a quedar pegados. Trajo otra, tipo de cuarzo, y se sentó delante para tapar con un almohadón las tres luces fuertes. La luz refractada en los colores verdes y amarillos de la funda era bellísima. Yo sentía que entre ellos murmuraban, imaginaba que se daban indicaciones del tipo “prendé”, “apagá”, “la luz”, “esto”, “aquello”. No sé por qué no los escuchaba, los veía balbucear pero sin sonido. Enseguida, volvieron las ganas fuertes de pujar y me dije “ya está, sale”. Les dije: “tengo ganas de pujar, ¿puedo?”. No sé por qué pregunté eso, yo imaginaba que si empujaba el bebé salía ahí de toque. Pero no. La fantasía de los dos pujos cayó rápida y estrepitosamente. Alguna de las chicas explicó en tres o cuatro palabras algo así como que el bebé estaba bajando, que los pujos lo ayudaban a bajar. El cuerpo se va abriendo de a poco. Yo lo sabía. Leí mucho durante
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el embarazo, lo recordé pero igual me resultaba duro transitarlo. Estuve como una hora y media en esa fase que llaman “El expulsivo” y que es la mejor y la peor. La mejor, porque sabes que falta poco. La peor, porque cada pujo duele como nada que te puedas imaginar y cada vez es más intenso y duele más y sentís que tenés una cosa enorme en el culo que no termina de bajar. Pero se va a pasar pronto. Y el bebé va a nacer y el cuerpo sabe que es así. Mi compañero se fue para el pasillo que comunica a la habitación.Yo me puse en cuatro patas y lo veía ir y venir, cada tanto sacaba una foto. Me agarré con las manos del banquito y empujaba con el culo para arriba, para abajo, tipo gato, tipo cobra. Es fundamental moverse. El cuerpo va buscando la posición. Aunque todas me resultaban bastante incómodas, comparadas con la cama eran la gloria. Entre una furia y la otra pensaba dos cosas. Una, menos mal que estoy en casa.Y otra, menos mal que no tengo que estar en la cama. La cama para mí fue una tortura. Nadie te dice que el famoso Expulsivo dura tanto. Yo pensaba que había problemas, que no estaba pujando bien. Caro me decía que no, que era así, que tomaba tiempo que el bebé baje. Empecé a ver que Caro y Ana traían cosas de parto y me tranquilicé. El mejor momento fue cuando Ana, que estaba arrodillada en el piso delante de mí, se puso los guantes. *** En los documentales ves a la mina que puja un par de veces y el bebé sale. En los relatos, se cuenta que “me dieron ganas de pujar…” y ya. La cosa termina. A lo mejor, fue mi imaginación negadora y no era tan así.Tendría que buscar citas. Igual, supongo que lo hacen para que las primerizas no nos aterroricemos. Es muy gracioso, vista la película para atrás, recordar las caras de las minas cuando me contaban sus partos, signos inentendibles que ahora descubrís que dicen mucho más de lo que podías oír. Ya en el banquito, con Caro detrás de mí y Ana delante con los guantes y las mantas, me agarré con toda la fuerza de los brazos de Carolina y empecé a hacer esa fuerza desde abajo, con los pies bien agarrados al suelo. Cuando sentí ESO, el célebre anillo de fuego del que todas hablan en sus relatos, fue increíble. El dolor es insoportable pero a la vez sabés que hay que seguirla un poquito más, que no queda otra, que hay que respirar y seguir. En realidad, no pensé nada, solo pasa.Yo les decía: ¡sáquenlo! Después nos reímos bastante recordándolo.
Pasó ESO y después sentí que salía el resto del cuerpito y fue la sensación más hermosa del mundo hasta que me di cuenta de que había nacido, que Ana lo agarraba y lo vi y esa fue la sensación más hermosa del mundo; hasta que me lo dio y lo puse en el pecho y esa fue la sensación más hermosa del mundo. Y zas, el mundo se abrió de golpe. Tala nació con la mano en la cara, esa posición la mantuvo unos días después, y todavía la sigue haciendo. Me di cuenta de que yo también duermo así, con una mano en la cara y la otra al costado. Flash. Al ratito de nacer, nos llevaron a la cama. Talito se prendió al pecho enseguida, y al ratito alumbré la placenta. Fue glorioso sentirla salir, esos pujos no dolieron nada y al terminar la sensación de felicidad fue plena. Las chicas yYuri prepararon un desayuno y me trajeron fruta y un súper licuado de frutas, creo que fueron dos. Al rato cortaron el cordón, lo midieron y pesaron, me revisaron: tenía un desgarro por la manito en la cara. No hubo suturas. El cuerpo se regenera solo, de eso se trata todo esto, ¿no? Nos sacamos unas fotos. Caro y Ana se pusieron a limpiar y ordenar.Ya bien clareado el día se fueron y nosotros nos quedamos en la cama, durmiendo los tres. Yo, en realidad, no. Todas sabemos que es imposible bajar. Después de que todo pasara, algunas familiares me preguntaron si las parteras me indicaban cómo pujar, cómo respirar, cómo hacer. No, de ninguna manera, no. Ellas estuvieron con una presencia tan alumbradora, tan fuerte, tan sagrada y corporal al lado mío: Caro atrás dándome sus brazos y sus manos para que la agarrara fuerte y pudiera largar, Ana adelante esperando, calmando con la mirada, sabiendo esperar, acompañar, callar y decir lo importante. Como un susurro, como una oración, como un sonido que ayuda a llevar el momento, ellas están. No indican, no ordenan, están.Y el cuerpo hace. Los dos hacemos, mi cuerpo y el del bebé: laburan juntos para nacer. Los dos nacimos: Tala nace, yo lo nazco, él me nace. Nacemos. Y como dicen las comadres: todo parto es político. Que sean más en libertad.
*Carolina Bartalini es escritora, docente e investigadora. Publicó La niña (La Carretilla Roja, 2016) y Enfrentar al muerto (Zindo & Gafuri, 2018). Es integrante de Poetas por el Derecho al Aborto Legal y participó del volumen colectivo MartesVerde. Es egresada de la carrera de Letras (UBA). Actualmente, realiza el doctorado en Teoría de la Artes Comparadas con una beca de CONICET y dicta clases en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
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OPINIÓN
Sin un antes ni un después Por Juan José Mateo
E
*Juan José Mateo Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Sur. Miembro del Instituto de Estudios Fueguinos.
xiste una tradición intelectual que forjaron grandes pensadores del siglo XIX, como Karl Marx y Fredrich Engels, anatemizada por los círculos académicos y a merced de una censura que, por acción u omisión, se privó de llevar el debate hasta las últimas consecuencias. Ese debate venía a proponer lo que el filósofo argentino José Pablo Feinmann denomina “la conciencia de la ignominia”, un mecanismo fenomenal por el cual fracciones de las clases sociales desposeídas, sintonizadas por conciencias testigos, reaccionan al status quo de las sociedades basadas en la exclusión, para hacerles frente. Esta lucha de los unos (las minorías que detentan el privilegio de tomar la sartén por el mango) contra los otros (las mayorías a quienes les toca bailar en la siempre acalorada fritanga de la subsistencia) es el principio que Marx y Engels van a identificar como el motor de la historia de la humanidad. En el siglo XIX, fueron los obreros andrajosos y teñidos de hollín quienes salieron a la intemperie reclamando mejores condiciones de trabajo y de vida. Decidieron visibilizarse mediante la huelga general. Hoy, en pleno siglo XXI, esas luchas pueden darse en los más diversos planos de la expresividad subjetiva y desde sectores que, con una llamativa sensibilidad social, practican esa conciencia de la ignominia con estilo peculiar. En tal sentido, y como consecuencia de la evolución estética de la pintura, no descubriremos nada si afirmamos que muchas veces, en la fotografía, también puede traslucirse en forma intencionada la insolencia de la denuncia. ¿Por qué partir de esta tradición intelectual y científica descriptiva para abordar lo que en principio desea plantearse como una producción artística? ¿Qué podría hacer una pretendida obra artística para revertir tal estado de conciencia ominosa? ¿Acaso exorcizar los fantasmas de quien la
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produce? ¿Acaso plantearse como un vector libertador de la expoliación simbólica? Desde el punto de vista trazado en los párrafos anteriores, la obra de Fernanda Rivera Luque bien podría significar esa postura universal de resistencia a la diferencia. Una diferencia que desnuda a los “unos” y a los “otros”. Pero en la particular sociedad fueguina, existe otro doble juego que amplía las diferencias. Tierra del Fuego padece la fractura social más contrastable y escandalosa. En la Isla de los milagros, los hijos de los que alguna vez llegaron de otros tiempos se convierten en los “NyC” (nacidos y criados) y comienzan a diferenciarse de los “VyQ” (venidos y quedados). Se trata de una odiosa clasificación utilizada en la actualidad con un fin segregacionista y muchas veces xenófobo, cuyos orígenes discursivos resta estudiar, pero que talló hondo en la conciencia de los isleños en los ominosos años noventa, la década neoliberal, la era del individualismo y del sálvese quien pueda, con el inolvidable telón de fondo de la desocupación y el desmantelamiento del Estado benefactor. Esta serie de postales agrupadas bajo el título “Sin un antes ni un después” constituye, justamente, la reacción al principio de casta (el término lo utilizamos para clasificar a una sociedad que sostiene el privilegio del “origen” desde el lugar de nacimiento), desenmascarando el origen VyQ de la totalidad del universo fueguino. Porque en esas imágenes aparecen
documentadas personas que eran recientes habitantes de Tierra del Fuego. Hoy desaparecidas por el inexorable paso del tiempo, pero inmortalizadas en la memoria visual fija que solo la película fotográfica pudo brindar en el momento de la toma. Esas imágenes en blanco y negro son el palimpsesto que delata la realidad incontrastable que, en definitiva, en la fueguinidad –si es que tal cosa podría llegar a existir en la ontología de la identidad– se define por “aquel que está llegando”. Todos alguna vez llegaron. Los que lo hicieron más temprano, aniquilaron a los reales NyC, aquellos a los que hoy la Antropología denomina como “indígenas de la Patagonia austral”. A partir de borrar el sustrato indígena, comenzó la “historia” fueguina, que en su etapa mítica, nos brinda el gran desfile de los grandes hombres de la Patria territoriana: ¡Los VyQ que valieron la pena! Los VyQ bisabuelos, abuelos y padres de los NyC, los verdaderos “fueguinos” en toda aquella historia... El cuadro entonces es poco alentador: a las diferencias sistémicas de una sociedad que mediante el mercado planetario clasifica entre poseedores y desposeídos de riqueza, se suma la oscura perla fueguina de pretender montar una sociedad de casta en pleno siglo XXI. Pues bien, “Sin un antes ni un después” viene a saldar cuentas. Viene a recordar que ocultos tanto antes como ahora, estuvieron nuestros hermanos norteños
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y latinoamericanos, chilenos principalmente, pero también todos aquellos representantes del submundo de la necesidad, la pobreza y la humildad. Hombres y mujeres de hueso y carne que forjaron su historia y crearon ese palimpsesto inocultable, por más que sectores presumidos de nuestra sociedad austral así lo quieran desconocer, demeritándolos e intentando instalar la falsa conciencia del binomio NyC-VyQ. Nada de eso existe porque el fueguino es aquel que siempre está llegando. El isleño es aquel condenado a la distancia y el esplín del terruño original, el desterrado, el preso natural, el advenedizo.Y cuando pueda, intentará volver como un “don” a aquel origen que lo despidió como mendigo. Pero también están aquellos que, quizá sin un trayecto signado por los marcos de lo perentorio, llegan a estas tierras buscando amparo de deudas espirituales, como la aventura, el amor por lo exótico, la contemplación del escenario natural y todas aquellas materias pendientes de la existencia individual. Quizá algo de eso haya en la autora de la obra, que la conmine a intervenir la historia visual fueguina. “Sin un antes ni un después” es una producción crítica porque su objeto es la diferencia. La conciencia de la ignominia es el método del montaje de aquello que debería estar oculto, y que en la obra se pretende coloro y vivaz. Es otra página de otra historia. Es una metahistoria de lo oculto y lo presente. Es rebelión de la imagen que late al ritmo de una secuencia que reivindica ausencias inmerecidas.
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BOCA DE SAPO ISSN 1514-8351