Crónicas de la Diversidad N° 17 MAYO 2021

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El amor 1 se tiñe de rosa escribe: Ken Rugra

Todos tenemos un pequeño niño de oro por dentro, un pequeño niño cubierto de capa por capa de grasa y piel. ¡Piel y asquerosa grasa!, uno al que muchas veces lo llenamos de falsas y absurdas etiquetas, al que señalamos en la calle por caminar diferente, al que gritamos muchas cosas porque tiene el valor de amar, no ocultarse y mostrarse como realmente es, pero sobre todo porque no teme darle la mano a otro niño y ser él mismo o simplemente porque nadie puede amar a un ser lleno de sueños y estrellas como lo es él. Puede que no a todos le agrade ese niño, que muchos lo rechacen, que algunos se le acerquen cuando este utilice un antifaz que cubra su fealdad y desagradable apariencia, y que cuando se quite esa máscara se alejen de él, aunque hayan pasado momentos felices juntos y llenos de risa. Puede que prefieran que siga utilizando ese antifaz, que siga ocultándose de la gente, que sea temeroso de los murmullos a su espalda o puede que simplemente prefieran que se pierda en el camino donde su única salida es vagar de perfil en perfil buscando terminar agotado por las noches para no sumergirse en esa realidad en la cual todos lo señalan. Muchos simplemente lo mirarán por encima del hombro, voltearán su cara y se alejarán después de arrojar piedras llenas de pésimos halagos sobre él. Otros solamente ignorarán el mensaje o eliminarán el «TAP» porque no tiene los suficientes músculos que necesitan para saciar sus ansias de mantener una cama llena y así ocultar que se sienten solos por las noches. Otros simplemente le dirán que no es de su gusto, y se marcharán dejando puntos suspensivos que nunca llegarán a cumplir aquella promesa de que sin importar el cómo se viera, se quedarían allí, y por si fuera poco muchos de ellos saldrán huyendo porque le faltan esos 19 centímetros que son la clave para la felicidad de unos cuántos. Pero este niño, a pesar de todo, se ilusionó muchas veces, se fijó en aquellas sonrisas sinceras y con dobles intenciones que muchos de aquella manada de feroces zorros hambrientos se acercaron a él con la intención de ser amigos, y cuando vieron realmente que no tenía ni una sola pizca de oro a su alrededor, lo descuartizaron dejando su corazón sangrando o simplemente se desvanecieron en el espacio mezclándose entre la multitud de puntos brillantes -no estrellas. Y así este niño fue creciendo, fue creyendo y pintando poco a poco en las paredes de su desgastada pizarra en el viejo espacio de su corazón a los candidatos dispuestos para que lo amen, mientras que en cada uno de ellos escribía un rayón acompañado de un «no me gustas» junto con lágrimas perdidas entre las miles de sus noches, y a continuación un silencio infinito, que él muy bien conocía dónde era la señal para pasar a la siguiente persona y tener el mismo resultado. Y así fue creciendo, fue rayando, marcando y borrando nombres, sonrisas y personas, que se acercaron y al igual que un vil ladrón, tomaron un pedazo de él y dándose a la fuga y nunca más regresaron. Pero por más dolor y lágrimas que sangrara él seguía de pie, pues no quería deshacerse de su vieja piel, de aquella grasa de y aquel dolor que significaba caminar junto con ella, porque quería que lo amen, y sean locamente felices no por su valioso interior, sino por lo que era y lo poco que tenía a su alrededor. / /

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Crónica realizada en el marco de la convocatoria «Cronistas de la Diversidad». Escrita con el acompañamiento de Anticuchx Polisha.

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