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Eduardo Aulicino: El Gobierno, la crisis y la mala receta de su propio juego político
from BANK MAGAZINE 69
by daloga60
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Por Eduardo Aulicino
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EL GOBIERNO, LA CRISIS Y LA MALA RECETA DE SU PROPIO JUEGO POLÍTICO
La cuarentena tal vez pase a la historia por el récord de su eterna extensión, que combinó cerrazón frente a cualquier crítica y desprecio de la administración de las restricciones. Está a la vista el impacto en la profundización de la crisis económica y social. Pero el recorrido sumó otro elemento significativo, crucial: la evaporación del consenso político que asomaba a fines de marzo y durante abril. No fue puro desgaste por el paso del tiempo, sino decisión. Alberto Fernández recorre el camino inverso, el de la fractura política y las internas, con creciente efecto negativo en la economía. Ese es el punto.
No se trata de una cuestión simple o lineal, aunque el resultado parece claro. El Presidente enfrenta un cuadro doméstico que discute la centralidad del poder y que expone su propio vínculo con Cristina Fernández de Kirchner. En cada paso o decisión, se especula acerca de cuánto pesa Olivos y cuánto el Instituto Patria. Se advierte a diario en la política doméstica e impacta incluso en la política exterior, como expuso con muy alto voltaje el caso de Venezuela. Semejante dinámica condiciona el armado más amplio de gestión, el vínculo con la oposición y también los equilibrios institucionales.
No se trata tampoco de un debate teórico. Agudizada por la crisis, la demanda de una fuerte orientación económica va de la mano con el necesario presupuesto político. Y esto último asoma como factor principal de esa ecuación. La traducción es un enorme interrogante: cómo generar credibilidad y confianza. Eso requiere naturalmente de un plan o un conjunto articulado de medidas, pero en simultáneo y sobre todo precisa sustento político con reflejo práctico e institucional. Por ahora, las aguas corren en otro sentido.
Alberto Fernández registró un piso sólido de respaldo en el primer tramo de la cuarentena para hacer frente al coronavirus, según todas las encuestas. Desde hace rato, los sondeos exponen una pendiente. Era previsible el desgaste, que llegó, y fue agravado por el contraste entre las primeras filminas y los números de estos días, con un alarmante acumulado de contagios y muertes. El agotamiento social y la agudización de la crisis fueron registrados sin decirlo en el discurso oficial, que buscó girar hacia una “agenda pospandemia”.
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Pero al mismo tiempo, el presidente comenzó a desarmar la idea de una confluencia política sugerida por las fotos con Horacio Rodríguez Larreta y la atención a los gobernadores peronistas y también de otras fuerzas, empezando por los de Juntos por el Cambio. Esa confluencia era cuestionada por el círculo de CFK. No se trataba sólo de un esquema de consenso, sino especialmente de un camino que parecía apuntar a una consolidación presidencial sin apoyo exclusivo en las filas del kirchnerismo duro. La ex presidente expone su dominio del Senado, fuerte peso en Diputados y desarrollo territorial con base privilegiada en Buenos Aires.
De golpe, se quebró un modelo político sostenido desde Olivos. El esquema era demasiado sencillo –y contrastaba con algunos gestos hacia la ex presidente, sobre todo en el plano judicial- pero era presentado como una construcción propia con el peronismo tradicional, en la interna, y una coincidencia estratégica con la oposición moderada, hacia afuera. En otras palabras, decían, un armado que dejara afuera a CFK y a Mauricio Macri, como caras de las alas duras del oficialismo y de la oposición.
En la misma línea, el imaginario incluía la búsqueda de un paquete de entendimientos mínimos para ir enfrentando la “pospandemia”, en el plano económico y social. Algo asomó con el respaldo a la negociación de la deuda con los acreedores externos. Y debería expresarse en el tratamiento del Presupuesto 2021. Pero esos dos puntos, que no son únicos, ilustran también el cambio producido en el terreno político: fue desaprovechado el acuerdo con los bonistas, que hasta se diluyó como señal a los mercados, y el proyecto de Presupuesto llegó con proyecciones poco sólidas y pierde sustento por la propia dinámica económica.
El presidente dio también un mensaje por lo menos contradictorio al elegir la reforma del fuero federal como proyecto para ir rompiendo el monotema de la cuarentena.
Además, la iniciativa fue extremada en materia presupuestaria y, especialmente, de generación de vacantes en la Justicia. Con ese sello salió del Senado y sigue en Diputados.
La batalla judicial expresó un fuerte gesto de ruptura con el supuesto plan de armado político propio. Tuvo doble señal: hacia la interna y hacia la política en general, con consiguiente lectura en el mundo de la economía. Además del referido proyecto de “reforma judicial” –centrado en el fuero federal-, fue creado un consejo para analizar modificaciones a la Corte Suprema, el Consejo de la Magistratura y el Ministerio Público. Se trató de la “Comisión Beraldi”, un mensaje en sí mismo.
Pero si esa comisión expresaba señales de presión sobre la Justicia, la ofensiva sobre jueces trasladados durante la gestión macrista terminó de agravar el cuadro. El oficialismo logró primero que el Consejo de la Magistratura abriera el camino para desplazar a los camaristas Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi, y el juez Germán Castelli, los tres vinculados a causas por corrupción durante las gestiones de CFK. Después, el Senado y el presidente cerraron la operación, que tuvo posterior estribación en la Corte.
El Congreso, a la par, también fue exponiendo el clima
de ascendente conflicto político. Quedó atrás el criterio inicial de tratar temas más o menos acordados, en sesiones virtuales y con escasa presencia en los recintos. En el Senado, aumentó el enfrentamiento con JxC, aunque en esa cámara la ex presidente tiene dominio absoluto.
Más complicado es todo en Diputados. El oficialismo, con Sergio Massa a la cabeza y Máximo Kirchner en lugar destacado, necesita de algunos interbloques minoritarios para asegurarse quórum y mayoría. Eso explica no sólo la tensión con JxC, sino el estrecho margen para proyectos de alto voltaje como la reforma de la justicia federal y algunas iniciativas en materia fiscal.
Pero la escalada en el frente judicial no es el único tema capaz de involucrar todos los ámbitos. La decisión de recortarle fondos a la Capital se expresó por partida doble. Primero, un decreto presidencial que representa una poda de unos 40.000 millones de pesos anuales. Y después, un proyecto de ley que ya pasó por el Senado y que apunta a otra baja de recursos, siempre en el sensible rubro de la Seguridad. El texto debe pasar ahora la prueba de Diputados.
El caso de la reducción de ingresos de la Ciudad sintetiza el cuadro político. La ofensiva fue impulsada desde los primeros días de gestión por CFK. Quedó en suspenso con el arranque de la cuarentena. Parecía postergada a la espera de una negociación razonable en el marco de la relación expuesta por Alberto Fernández con Rodríguez Larreta. Y fue retomada sin aviso previo para atender las necesidades de Axel Kicillof, es decir, del territorio considerado propio por la ex presidente.
Eso no es todo. El decreto presidencial que dispuso la primera poda generó como respuesta un reclamo de Rodríguez Larreta ante la Corte Suprema, que de ese modo quedó involucrada en el conflicto. Y el proyecto de ley complementario tensó la cuerda en el Congreso, en especial en Diputados.
En otras palabras: quiebre profundo de la relación con JxC –que descolocó de entrada a los referentes más moderados- y tensión en la Justicia y en el Congreso. Señales a contramano de la necesaria construcción de sustento político con reflejo institucional para un mínimo paquete económico. Ese es un dato central, quizá el más gravitante, para explicar la crisis de estos días.