MLG | 148 Colaboración
Down: trisomía angelical Dr. José Rosado Ruiz Médico acreditado en adicciones
Miguel llevaba años consumiendo drogas. Su familia, mujer y dos niñas, soportaban una supervivencia agónica. Cuando su esposa, Ana, tuvo noticia del embarazo, una nube negra se apoderó de su mente, que se intensificó al saber por el especialista que su hijo tenía un síndrome de Down. Al aparecer la palabra mongolismo y su significado y explicación, hizo que la idea de abortar protagonizara todos sus pensamientos. Para Miguel fue la excusa de un consumo compulsivo que originó su ingreso en la UCI y la traumática experiencia le impulsó, cuando salió del hospital, a pedir ayuda para su adicción. Se inició entonces otra historia: la desintoxicación fue rápida y las relaciones familiares adquirieron una tonalidad en las que los rescoldos del amor se encendieron, e hipotecando el pasado, valoraron que era tiempo de cambiar los recuerdos por esperanzas y con la entusiasta celebración de las niñas por tener un hermanito, se borró la idea de abortar. Nació el niño y la acogida resultó emotiva y difícil de olvidar. Miguel encontró un trabajo, y su "Miguelito" se convirtió en el rey de la casa.
En poco tiempo llegó la felicidad a la familia. La idea que estos niños son centros energéticos generadores de bondad, refuerza la creencia de la presencia de los llamados "ángeles de luz" que, bajo el disfraz de una trisomía 21, son enviados al mundo para iluminar a las personas. Así escribía otro padre a su hija "divinamente" mongólica: "Querida hija, puedo morir mañana. Es una posibilidad que no me inquieta, quizá porque desde hace años he aceptado con naturalidad el hecho de morir, y la consideración de que puedas sobrevivirme no consigue inquietarme, como puede ser razonable. Te lo tengo que decir porque es así. Debo ser un inconsciente, pero pienso que gracias a tu bondad, a tu capacidad de adaptarte, siempre encontrarás a alguien que congenie contigo. A veces pienso que no deseo que vivas muchos años. Te tengo como si fueras un ángel que ha aparecido, no sé cómo en nuestra vida, y me parece coherente que cualquier día nos abandones, así de improviso, y nos quede tu recuerdo como el gran misterio de nues-
tra existencia. Es un poco ridículo llamarte ángel. Sólo quería decirte que nunca, nunca has sido para mí un peso cargado en mis espaldas, ni un obstáculo en mi camino, ni la carcoma de mis alegrías. Todo lo contrario, tú has sido y eres una bandera desplegada, flotando en el mar de mis contradicciones. Tu muerte no sería quitarme un peso de encima, sino arrancarme, apagarme la lucecita que nunca ha dejado de iluminar el camino de mi vida. Claro que podría vivir sin ti, pero no sé cómo imaginarlo. Besos, como siempre, hasta diez. Así, mientras te besaba diez veces, aprendiste a contar. Y tú bromista, picarona y tierna... contabas diez y me dabas once". Deseo, "en estos tiempos fuertes", que un "cachito" de ese cromosoma "de más", que define el mongolismo o trisomía 21, y que lleva una carga especial, en calidad y abundancia, de alegría, inocencia y bondad, caiga en nuestros corazones como "lluvia copiosa en tierra de sequía". ¡Cuántas trisomías necesitamos!
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