Emerita Ludica,
un homenaje de la Mérida del siglo XXI a la Emerita que nunca se fue del todo
◆ Lucha en el Circo, en la edición de 2011
José Luis Mosquera Müller Cronista Oficial de la Ciudad de Mérida
Cada habitante de la ciudad es protagonista de una historia personal, singular, irrepetible. En cada localización o escenario íntimo de ésta entran y salen personajes cruciales o secundarios, desde familiares y amigos hasta el funcionario que nos tramita una licencia o la enfermera que nos vacunó, tiempo ha, de la viruela. Todos estos actores, en mayor o menor medida, han marcado nuestra identidad, desde la remota infancia hasta la actualidad. Cuando echamos mano de distintos baúles en el trastero de la memoria, podemos recrear momentos amargos, felices, tiernos…y el pasado se nos antoja más cercano, como un presente idealizado donde, tanto la escena como sus figurantes, viven aún, más allá de los límites que marca el tiempo y la muerte, su inexorable cronometradora. Esa misma regla, propia de los seres humanos, es igualmente aplicable, con sus
particularidades, a cualquier nación, región, ciudad o pueblo, por modesto que este sea. No hay comunidad humana sin historia. Desde el siglo XIX, la responsabilidad de revivir la historia cívica era un encargo que la sociedad encomendaba a profesionales vinculados a la Historia o alguna de las ciencias que la auxilian o a entidades dedicadas a transmitir los valores del Patrimonio Cultural, especialmente los Museos y Archivos Históricos. Acercarse a un Museo antes de la década de los años cincuenta del pasado siglo suponía penetrar en la mente de un coleccionista de antigüedades: la pieza arqueológica, el mueble, la joya, un documento o un cuadro…En definitiva, el objeto era el recurso principal, cuando no el único, para que el espectador pudiera recomponer el modo de vida o los grandes eventos de una civilización perdida. La huella vital de los ciudadanos de épocas pretéritas, sobre todo de las más remotas, no era otra que la de los
objetos que la fortuna había respetado de la incuria del tiempo y de la ambición del propio ser humano. Y siendo estos importantes para urdir la trama de una cultura, resultaban del todo insuficientes. Por fortuna, la enseñanza de la Historia se ha abierto a nuevos caminos, utilizando los recursos que ofrecen, entre otras disciplinas, la pedagogía, la arquitectura o la tecnología aplicada al diseño gráfico y la información. Ello ha supuesto que el interés por el pasado se convierta en una necesidad para las sociedades del ocio. La accesibilidad al pasado hoy no es privativa tan sólo de una élite selecta de eruditos. Escolares, jubilados, funcionarios, profesionales liberales, empresarios…buscan colmar su ocio con historias próximas o lejanas; renovar escenas de gente que vivió en la sencillez o en la opulencia; recrear, en definitiva, actitudes del pasado que son el cimiento de nuestro presente y, además, disfrutar haciéndolo. Mérida 2017 | 35