Viajeros en el tiempo En torno a la recreación histórica en Augusta Emerita
El atardecer del 28 de junio de 1997 fue inusitadamente frío para un verano emeritense. El viento soplaba levantando túnicas, meneando togas y haciendo fruncir el ceño de quienes esperábamos expectantes el momento de abrir al público por vez primera las puertas del Pórtico del Foro. José Luis de la Barrera, Eduardo Acedo y yo misma, nos mirábamos sin atrevernos a expresar nuestro temor, ¿los dioses no permitirían la lluvia?. Pero nada empañó finalmente la gran noche de Nvndinae. Al declinar el sol, el fuego de las antorchas y el humo de los pebeteros dejaron ver un escenario onírico, desde el que soñar Emerita y en el que degustar la Historia con todos los sentidos. A ese día siguieron otros muchos, a ese año otros más. Nundinae, primero, y Emeritalia, después, habrían de convertirse en cita obligada en el estío emeritense. A la vez que el Teatro desplegaba su esplendor frente a propios y extraños,
volviendo a su esencia de templo de la palabra, el Foro se convertía en un lugar de Historia donde sucedían historias que permitían casi rozar con la punta de los dedos el origen mismo de esta ciudad. A medida que los días y las semanas se sucedían, ya desde aquel primer verano, los emeritenses fuimos incorporándolo a nuestras vidas. De buena mañana se veía a los más pequeños acudir de la mano de sus mayores, con vestidos impolutos y recién peinados, llegaban expectantes a la Schola donde, a la refrescante sombra de la pérgola, Primula iba desgranando sus historias de dioses y héroes y les hacía repetir letras y números tal cual hicieron otros niños miles de años atrás; fue la primera ocasión de aplicar aprendizaje informal en un marco patrimonial en época vacacional, donde el aspecto lúdico primaba sobre cualquier otro. El sol del mediodía dibujaba arabescos al filtrarse entre la hojarasca de la parra
que amparaba las tabernae, donde se ofrecían toda clase de mercancías. En el panarivm de Salvio (Ariza), olor a masa recién horneada, comino y sésamo, y en la fruta fresca del pomarivs, se arracimaba el público local, que llenaba sus cestas a diario con esas vituallas. Mientras otros visitantes madrugadores, aún somnolientos por el trasnoche de la velada en el teatro, paseaban tranquilos viendo el trabajo minucioso del tessellarivs (Luisa Díaz), admirando el magnífico mobiliario y las pequeñas esculturas en bronce del ferrarivs (Miguel Sansón), comprando la cerámica del figlinarivs (Juan Vinagre) o dejándose cautivar por los colores y las texturas de los tejidos de la sarcitrix, la recordada Lali Parodi, entre otros. Nunca antes se había reunido, y nunca más se ha vuelto a conseguir, un número tan importante, y sobre todo tan fidedigno, de réplicas de nuestro patrimonio mueble, que actuaron de embajadores de la riqueza arqueológica de la ciudad y que fue, de pleno derecho, Mérida 2017 | 39