OLVERA ︱ REVISTA DE LA REAL FERIA DE SAN AGUSTÍN Texto: José Medina Cabeza Dibujos: Ana Márquez Cabeza
BUENOS HOMBRES Y MUJERES QUE SIEMPRE LOS HUBO - (V) A Juan Antonio, José David y Ana Isabel, mis hijos. Esperando que nunca olviden lo fundamental: SER BUENA GENTE.
C
130
orría el verano de uno de los primeros años 60 del siglo pasado. Los trompos bailaban en nuestras pequeñas manos. Los platillos volaban buscando la raya. Las bolitas se golpeaban y saltaban hacia atrás. El cordel crujía en el empedrado, animando a las niñas a saltar. Las estampitas saltaban al sol de los palmetazos. La taba lanzaba su tímido tac, tac… Así vivía nuestra calle. Era nuestro parque activo. No había otro. En su puerta, Alfonsito, en su silla, miraba con amor nuestros juegos. Preguntando e interviniendo en las decisiones de situaciones dudosas, sobre las faltas de nuestro reglamento de juego, cuando le pedíamos opinión porque no nos poníamos de acuerdo.
- ¡Arrea! ¡Yyo, yyo!, ¡mira, mira! – Sorprendidos y boquiabiertos. Entraba por el Llano del Pilar, cuatro o cinco guardias civiles a caballo, con sus capotes, sus tricornios, sus pistolas, fusiles… y sus duras y severas posturas guerreras. Los caballos al paso, pateaban nerviosos. Todo formaba un cuadro de un gran porte y fuerza que dominaba la mañana, quitándonos un poco la respiración y llenándonos de admiración y, al mismo tiempo, de un poco de miedo. El espectáculo sacó a la calle de la rutina. Las cortinas de las puertas se movían con precaución. Algunas cabezas se asomaban a las ventanas, otras vecinas salían a los umbrales de sus casas. Todos con cierto nerviosismo y temor.
El repiqueteo de los cascos de los caballos en el empedrado, su ruidoso piafar, los ladridos furiosos de los perros que saltaban y corrían incansablemente, alrededor de la comitiva, curiosos, temerosos, nerviosos,… intentando comprender la situación; hizo que dejáramos rápidamente nuestros entretenimientos y miráramos asombrados lo que venía por la embocadura de la calle. ¡Era de película!
Nosotros, entre curiosos e inquietos, nos arrimamos a la pared por si se escapaba algún trompazo de los caballos o de los guardias. Se pararon a nuestra altura, por lo que nos retranqueamos con los ojos bien abiertos. Los guardias, de aspecto imponente, desmontaron rápidamente, y subieron al tejado de la casa de Isabel para controlar el patio de los “Apañaos”, otros entraron en la casa por la puerta delantera. La mañana se ponía emocionante.