Nonardo Perea Los amores ejemplares
Novelas de Gavetas Franz Kafka
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Nonardo Perea (La Habana, 1973). Escritor y artista visual. Egresado del centro de formación literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha sido merecedor de varios premios entre ellos: Camello Rojo (2002); XXV Encuentro de talleres Literarios (2003–2004), Ada Elba Pérez (2004), El Heraldo Negro (2008), XIV Premio de Narrativa Félix Pita Rodríguez (2012), así como de varias menciones. Tiene publicado el libro de cuentos Vivir sin Dios (Ediciones Extramuros, 2009), y la novela Donde el diablo puso la mano (Ediciones Montecallado, 2013). Además, aparece antologado en los libros: Todo un cortejo caprichoso (cien narradores cubanos) y Mañana hablarán de nosotros, por la editorial española Dos bigotes.
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Nonardo Perea Los amores ejemplares Portada Nonardo Perea Publicado por Fra, Šafaříkova 15, 12000 Praha 2, República Checa, fra@fra.cz, www.fra.cz, en 2017, como su publicación Nro. 166 en la imprenta Tiskárna VS, Praha Primera edición © Éditions Fra, 2017 Text © Nonardo Perea, 2017 Cover photo © Nonardo Perea ISBN 978-80-7521-048-7
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Indice Un encuentro, una pizca de sexo y algo de cólera 11 I 19 De sueños e ilusiones 27 II 37 Una indagación 47 III 61 Versiones al estilo de Arenas, Pedro Almodóvar, Lars Von Triers o Quentin Tarantino 71 IV 93
A mi madre siempre. Y a René Rodríguez Cepeda, por su permanencia en mi vida.
Un encuentro, una pizca de sexo y algo de cólera
Ahora siento su lengua en el interior de mi boca, el aliento, los labios embarrados de saliva, y ese sabor a extraño que comenzaba a escalar por la garganta. Ron Shkedi, fue lo primero que le escuché cuándo se detuvo a mi lado y se quitó las gafas de sol. Frunció el ceño y alargó una de sus manos, la misma que antes imaginé manoseando moneditas que iban guardadas en el bolsillo del pantalón, con discreción palpó la textura de mis dedos, lo hizo como si en ellos desease hallar algún indicio de mi vida. Se sentó y, en un acto que sospeché intencional, rozó sus rodillas con las mías, y sin dejar de prestarle atención a mi mirada, me sonrió. Ya descubiertos y visibles los cuerpos, con voz entrecortada dije algunas frases, y me detuve a lamer las gotas de sudor que habían quedado empozadas en el huequito de su ombligo. Él, tendido cómodamente, echaba la cabeza hacia delante y captando mis movimientos, repetía palabras: «tú también me gustas, me gustas mucho». Desde aquella perfecta hendidura fui bajando hasta su pelvis, luego jugué a encontrarle un sabor a los muslos y rodillas, mordisquear dedos y humedecerlo todo, hasta detenerme en el punto exacto donde los dos queríamos. Con una mala pronunciación se lanzó a hablar de la ciudad y su arquitectura que le pare13
ció alucinante, del bullicio habitual de las calles, de lo rápido que hablábamos los cubanos y lo poco que entendía el español. Aprovechó la ocasión para decir algunas cosas de Israel y Tel Aviv, lugar donde nació y también radicaba, de la civilización y su cultura, de esa libertad absoluta; libertad de la que según su punto de vista nosotros carecíamos. Me hizo saber que todos los que se le acercaban, de alguna forma querían sacarle algún provecho. Con gestos de espanto narró la historia de lo que le había sucedido una noche en que se fue solo de parranda y ya regresaba a la casa de alquiler, cuando sin darse cuenta apareció un tipo al que jura no haberle visto la cara porque llegó corriendo y todo fue muy rápido, solo sabe que cuándo iba a pagar el taxi le arrancó la billetera de la mano. Fue muy incómoda aquella situación, porque por más de dos semanas tuvo que depender de unos amigos, hasta que recibió un dinero que le enviaron sus padres. No habían transcurrido muchos días cuando en algún lugar que no especificó conoció a una muchachita inteligente, que se las ingenió para llevarlo de paso en paso a uno de los tantos derrumbes que abundan en la Habana. Allí sin preámbulo alguno, sin besos ni caricias se la sacó de dentro del pantalón, para pegarse a chupar como bien lo haría una miss Playboy. Luego le exigió algo de dinero y él reaccionó confundido, se negó a pagarle. Entonces, la muy puta, toda una experta, de la cartera de mano extrajo un escarpelo que tenía la punta 14
oxidada y con maestría se lo llevó al cuello susurrándole palabras que supo amenazantes, pero no las entendió. Después de todo aquel forcejeo terminó dándole el reloj de pulsera, recuerdo de su abuelo, y una cadena dorada que gracias a Dios no era genuina. Cuando terminamos no creí que hubiesen transcurrido cuatro horas, por un buen espacio de tiempo, quedamos mirándonos fijo a los ojos, como si hubiésemos descubierto algo nuevo y fabuloso. Sonreímos como niños y le pedí que no se pusiese la ropa o lo mataría. Preguntó por qué y le respondí que solo quería y necesitaba mirarlo desde todos los ángulos inimaginables, ponerlo frente a mí, de costado, boca arriba, boca abajo, y regocijarme al deslizar las manos por esas nalgas tan redondas, y la espalda, para hacerle cosquillas e inventar que entre los dos no existían las barreras. Después de tanta charla en el parque, creímos conveniente levantarnos para caminar un rato. Fuimos de calle en calle, solo nos deteníamos a intervalos en las vidrieras de algunas librerías para curiosear desde fuera, todo le llamaba la atención, y más, mucho más mis labios que dijo eran perfectos. Con su cámara digital tomó algunas fotos a las viejas que le parecieron estar pintadas con betún, fumando habanos de segunda, disfrazadas con vestidos de colores santorales. Sentadas en los quicios de algunos portales llenos de polvo. 15
Ya oscureciendo no demoró en preguntarme si tenía a alguien. Sin salir del asombro, le respondí que no, que hacía mucho no compartía con nadie agradable. Le devolví la pregunta y lo noté muy seguro de sí cuando respondió que también estaba solo. Y me invitó a salir a cualquier parte. No está bien que ande por ahí con un extranjero, no quieres mejor ir a mi casa, propuse, y él muy dispuesto sacó unos cuantos billetes y fuimos a por un taxi. «Ya sabía yo maricón de mierda venir a salirme con esa cómo te atreves a soltar eso ahora a mí que siempre he soñado con alguien así coño mejor hubieses seguido de largo no voy a hablar despacio ni un carajo si no entiendes jódete no me importa que no entiendas ni cojones es tu problema tú con tu carita de yo no fui y sabes más que si yo parezco una persona desinteresada que si para allá que si para acá que lo viste en mis ojos que si mis labios… vete para la pinga singao como si yo fuera igual que la putica esa que te la mamó en el derrumbe conmigo te comiste un cable mi chini ¡bujarrón! Lo que a ti te pasa es que en tu país no encuentras a nadie que te dé por el culo es muy fácil sí facilito hablar toda esa basura romántica y complicar a uno te has preguntado qué hago yo ahora explícame no no no hables ni pinga que de lo que tengo ganas es de caerte arriba y darte un par de galletas matarte sí matarte darte candela cuidado que aquí en este barrio hay una pila de 16
negros que te caen arriba y te desaparecen chico tú no te das cuenta que a mí me importa un pito que no entiendas lo que yo digo deja de resingarme la existencia no voy a hablar despacio me niego a hablar despacio yo tampoco entiendo esa mierda que me dices de outpersonals eso no me importa OK ya no me interesa comunicarme contigo por ninguna vía y menos por internet eso es lo último que me faltaba no no entiendo nada de chatear lo que quiero es de saparecerte hacerme la idea de que ya no existes sí coño tú sí me gustas me gustas demasiado muchísimo pero como te vienes ahora con que mañana a las siete de la mañana tienes que irte para ese país horrible sí ya sé que así tiene que ser pero por qué no me diste más tiempo por qué y ahora tiene que ser así dame una razón anda dame una sola razón para creer en ti en que vas a volver no no digas más que te gusto no lo digas más cojones no me beses júrame que me vas a seguir queriendo y que no te vas a singar a nadie más… eso es mentira maricón tú crees que uno es comemierda no vas a estar a base de pajas todo el tiempo yo que me hice la idea de que te quedarías conmigo al menos una semana para aprovechar y presentarte a mi familia bueno no a toda la familia pero sí a una parte en realidad casi no tengo familia pero mi mamá se pondría contenta la pobrecita desde que Irmeldo se me fue no hace más que preguntarme por qué no tengo a nadie que valga la pena y ahora tú te quieres ir así de sopetón no no me menciones más a outper17
sonals que a mí no me interesa ese tipo de comunicación detesto las máquinas el desarrollo yo lo que quiero es tenerte así bien cerca en carne y hueso déjame déjame tengo que sacarme un poco de mocos no no yo no tengo teléfono tú eres ciego tampoco tengo computadora ni Internet no tengo nadaaaaaa bésame bésame y óyeme bien escúchame tú me entiendes verdad, te lo deletreo de-le-tre-o ¡Carajo! Quie-roque-me-en-tien-das mí-ra-me ¡mírame! Ya sé que mañana tienes que irte y no sabes cuándo vuelves, yo puedo averiguar, con una amiga que tiene acceso a internet quizás ella pueda ayudarme pero ahora dime tú có-mo carajo ha-go para poder chatear contigo y entrar a outpersonals ¡Cachoehijoeputa!»
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I
Son las cuatro y treinta minutos de la tarde, justo ahora ha de estar bajando los escaloncitos que están frente a la biblioteca donde cada quince días se congrega un grupo de viejas y jovencitos a los que solo les importa llegar a ser verdaderos escritores. Al entrar tropezará con la bibliotecaria y le dará las buenas tardes, no perderá la ocasión para echarle una ojeada a los que se entretienen o fingen hacerlo en lecturas que poco les atraen. Seguirá su rumbo por el corredor que la conduce a la otra pieza donde seguramente ya todos los asientos han de estar ocupados. Antes de llegar se agachará para arreglarse una sandalia que se le ha salido del pie, casi siempre le ocurre porque suda mucho y le resbala. Luego, sin proponérselo, como si tuviesen alitas, el portafolio se le irá de las manos, exclamará algo así como: «qué tonta» frase antológica a la que acude cuando tiene problemas que se ocasiona a sí misma y quiere hacerse notar. El hombre vestido de rojo, con espejuelos e indiscutible cara de intelectual, desde la esquina de un librero la estará observando con interés. Se acercará para ayudarla y ponerse de rodillas junto a ella, pero antes se quedará embobecido echándole un ojo a la rajadita de las nalgas que se han quedado fuera a mitad de pantalón. «Yo puedo hacerlo sola», le explicará 21
sin esquivar la mirada, pero él insistente meterá las manos dentro del portafolio para introducir el manojo de papeles que habían quedado bajo las mesas. Aprovechará para decirle: «qué rica estás», ya en pie ella cerrará la boca y usará esa técnica tan bien aprendida de inflamar los labios para que luzcan cómo fruta, le dará las gracias y será lánguida, imaginando ser Carilda Oliver cuándo aún era digna de todo el esplendor. De repente la expresión de su cara ya no será la misma, arqueará las cejas y con la lengua limpiará los dientes donde ha quedado prendido el bermellón de la pintura. Dará media vuelta para aligerar el paso y entrar a la sala donde uno de los presentes estará leyendo un cuento que más tarde será analizado. Pero no, en esta ocasión nadie estará inmerso en la lectura, más bien todos aguardan por ella, incluso, le tendrán un asiento reservado. Es la tercera vez en el año que sucede lo mismo. Con atención escuchará los aplausos y caminará lentamente, hasta sentarse. Al cruzar las piernas sentirá cómo de a poco se acalora y que algo le oprime el pecho, en pocos minutos se mostrará menos desorientada, perderá el pánico para brindar la mejor imagen posible de una joven escritora, que pronto dejará de ser inédita y a la que a juzgar por los importantes premios le vaticinan un privilegiado sitio entre las mejores de la isla. Repetirá unas cuantas muecas, muestra fehaciente de su nerviosismo. Sus pensamientos se diluirán junto a sonrisas y a esos aplausos que se le harán interminables. En ese 22
momento recordará la discusión que sostuvimos en la mañana a causa del capítulo inicial de una novela. – ¿Crees que una buena historia pueda comenzar de esa manera? Ahora siento su lengua dentro de mi boca. – Es mi novela, y no lo veo ni bien ni mal, y no es dentro de mi boca, sino en el interior de mi boca. – Para mí es la misma porquería, y quiero decirte que no es nada interesante, mucho menos eso de un encuentro, una pizca de sexo y algo de cólera. No parece que has leído lo que últimamente se está escribiendo en el país. – Sabes muy bien que sí he leído. ¿Pero qué pretendes tú, que todo lo que escriba sea una copia de lo que ya está hecho por otros? – ¡Claro que sí!, en qué mundo tú estás viviendo, cómo se te puede ocurrir escribir una novela donde los personajes principales son dos maricones, y donde ni siquiera el sexo es fuerte, tampoco hay frases en inglés, ni citas, ni notas a pie de página. Además quiero decirte que aquí el boom de la mariconería ya pasó de moda. Y como si fuera poco, ese título ¡Dios mío! Qué horror, los amores ejemplares. A qué escritor en pleno siglo veintiuno se le puede ocurrir un título tan anticomercial y cursi, tenemos que pensar en el mercado, en la posibilidad de hallar otros horizontes, pensar en España, en México, y esto, ¡esto es una mierda, chico! 23
La mente se le quedará en blanco cuando le pregunten cómo en ese cuento premiado pudo jugar con tanta facilidad con el tiempo, y esa manera tan peculiar de usar la tercera persona y el ir y venir de la segunda a la primera o viceversa, ¿y por qué no se deshizo del personaje femenino si era un ser despreciable? Continuará en blanco, sin respuesta, se llevará los deditos a la boca y con los dientes morderá las uñas y sin parar de reír dirá: «es que estoy algo nerviosa, es solo eso, estoy muy nerviosa» y seguirá montada en una nube hasta que se le ocurra la brillante idea de levantarse y dar las gracias a todos sus seguidores por los aplausos, y dedicarle el premio a los presentes. Saltarán unas lágrimas porque es lo mejor que ha aprendido a hacer en treinta años, no perderá la ocasión para comentar que consigo ha traído un nuevo engendro para leer, entonces todos la aclamarán, querrán oírla, disfrutarla, conocer un poco más de esas oscuridades que se cobijan dentro de ese cuerpecito indefenso. A la hora de la salida, ella no sospechará que el de los espejuelos e indiscutible cara de intelectual, estará aguardándola afuera fumándose un cigarro. Pronto la verá asomarse por la puerta y despidiendo a los del grupo. Será prudente, la dejará alejarse unas cuadras, y sin perderla de vista caminará despacio, y tratará de darle alcance, una vez a su lado pondrá cara de gángster melancólico y le dirá: «me llamo Leonardo.» Enseguida se remontará al pasado, y sin quererlo, 24
visualizará a ese Leonardo por el que en su juventud había perdido la cabeza, así se llamaba el hombre que la hizo toda una mujer, su Leonardo. Pero a este otro lo recordará de rodillas recogiéndole las hojas, manoseándole las manos, pensando tal vez que este Leonardo es también un hombre muy atractivo. Él la invitará a una Heineken. Previamente habrá sido informado de que es su cerveza favorita, como también conocerá que a Diamela Pared le encantan los tacos mejicanos y los frijolitos chinos en salsa de ketchup, que su cantautor preferido es Caetano Veloso, que disfrutará hablar del cine Italiano, que le tiene pánico a las pesadillas, y no soporta las películas de Woody Allen ni a la gente aburrida. Toda esa información le servirá para hablar de varios temas, también sabe que hacerla sentir cómoda y segura no será tan sencillo, porque Diamela Pared suele ser muy desconfiada. Pero Leonardo con sus mañas sabrá darle una rápida solución al problema, lo hará con esas píldoras que en un inicio eran demasiado azules y luego de ser trituradas en un mortero se hicieron un polvillo muy blanco. Antes de ingeniárselas para disolverlas en la cerveza tendrá que hacer una llamada telefónica: le es preciso confirmar si solo debe meterle mano con la pinga, llenarla de moretones, o darle quince o veinte puñaladas en el estómago. Es importante saber si debe dejarla con vida, o enteramente muerta. Al escuchar el timbre estaré sentado en la me25
sa de escritura, solo cuando me aburra de oírlo dejaré de hacer para levantarme e ir hasta donde suena, alzaré el auricular y mi respuesta lo hará encabronarse, se sentirá agraviado, incómodo. Le dejaré de regalo los quince dólares. Cambiaré de opinión respecto al asesinato o la violación porque para ese entonces habré pensado demasiado y no creeré que sea la mejor manera de morir. Colgaré y sentiré un gran alivio, aunque me dolerá haber desperdiciado el tiempo en vano, pero sé que no guardaré ningún peso en la conciencia, tampoco tendré que verme en la obligación de gastar el poco dinero del que dispongo en coronas fúnebres. Para entonces, ya no tendré muchas ganas de seguir escribiendo, descansaré. Iré a la cocina a preparar un té para tomarlo con una pajita y tirarme en el sofá a ver el último capítulo de la telenovela. Y esperaré a que Diamela Pared abra la puerta, y entre como suele hacerlo todos los días.
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De sueños e ilusiones
El reloj despierta a las cinco de la madrugada y el cuerpo de Víctor se resiste a dar el sí de inmediato. Ahora su mente se concentra en el pequeño espacio, bien sabe que la alarma ha disminuido de tanto sonar, y que él ya está bien despierto, desde ese momento todo comienza a formar parte de la realidad. Respira profundo y maldice haber sido interrumpido en el mejor episodio del sueño; un sueño que de tan real lo hizo erotizarse al presenciar a Ron Shkedi despojándose de las ropas, convidándolo a darse un baño de vapor donde habían cientos de shkedis multiplicados, todos bien desnudos tocándose unos a otros, jadeantes, pronunciando frases en español que no solo eran estimulantes al oído, palabras que de inmediato se revistieron de desilusiones y quedaron varadas en el camino de vuelta. Exhala, inhala, hasta sentir que tanto oxígeno es suficiente, aún tendido, primero separa de la colchoneta cabeza y torso, sin despegar ni un solo momento los párpados echa a un costado la sábana, se incorpora, da un pequeño giro que parece quedar congelado en la pereza, saca los pies al vacío y cuando apoya sus plantas siente la humedad en el piso. Camina a tientas por la oscuridad del cuarto, ahora solo las manos escudriñan, se desplazan por las paredes descascaradas por falta de pin29
tura, hasta llegar al encendedor para accionarlo y escuchar el clip. Abre los ojos en vano porque aún todo conserva la oscuridad de un sueño, con la diferencia de que situaciones similares a esta no cambian con tanta facilidad. NO HAY LUZ, y ni siquiera puede predecirse para cuándo volverá, lo peor es que aún todo está en penumbras y no tiene fósforos ni velas disponibles, ni siquiera un trozo de algodón para colocar encima de un platito y rociarle un poco de aceite de bacalao. «Manda cojones.» Entreabre un poco más la ventana de la habitación y la cocina para dejar entrar el escaso destello de una luna que ya amenaza con extinguirse, y que en verdad no sirve de mucho. Se dirige al baño, lleva un recipiente con agua y se lava los dientes, después se manosea la cara y sus dedos descubren la aspereza de los cañones atravesándole la piel, detesta no poder rasurarse en las mañanas. ¿Qué se dirá de él en el trabajo, y si en el camino se encuentra a algún conocido o alguien que valga la pena para invitarlo a casa a escuchar algo de música, o cualquier otra tontería? Resignado, se sienta sobre la fuente y puja para de una sola vez liberar toda la mierda que almacenaba dentro de sus tripas. Se lava con la misma agua que dejó en el fondo del jarrito y la siente demasiado fría, inconscientemente huele la yema de los dedos y se cerciora de que no le quedó limpio del todo, pero no le da importancia, decide terminar la acción con una toalla porque regresar a la cocina con esa oscuridad sería demasiado tedioso, 30
además de tener bien claro que nadie le olería el culo en la mañana. Se viste de prisa, apenas sabe si escoger entre las botas o las sandalias: tin marín de dos pingüé cúcala mácara títere fue. Alcanza las sandalias, vuelve a respirar hondo y ya algo más acostumbrado a sentirse lechuza va a la cocina e introduce una de sus manos en el interior del viandero y coge una guayaba que el día anterior había visto semioculta entre jabas de nylon. La toma como si se tratase de un trofeo, se la acerca a la nariz, la acaricia con las manos y casi se humedece por el roce prolongado, poco antes de llevársela a la boca para deleitarse dándole el mordisco, da dos pasos a su izquierda, abre la tapa metálica de un tanque con agua y allí mismo la sumerge. Sumido en lo que creyó un necesario lavatorio, se concentró en ver lo que semanas atrás había presenciado: manadas de ratas retozando por patios y techos ajenos, burlándose de gatos y de los míseros trocitos de queso colocados en trampas inservibles. Ya limpia, la frota en la camisa, como si más que una simple guayaba se tratase de alguna fruta exótica. Quizás sea una manzana de corteza muy verde, sí, porque ahora la ausencia de luz se presta para hacerle creer que en la mano poco visible, más allá de una simple guayaba pueda sostener cualquier otra cosa mucho más deseable. Mientras come se dirige a la ventana de la cocina y de un tirón la cierra. No duda que 31
puedan estar expiándolo, desde que vive solo cree que alguien entrenado en el oficio de paparazzi se dedica a controlar y husmear su intimidad. Termina la fruta y con gusto se relame los dedos. Ahora no encuentra una explicación para lo que sucede, no tiene idea de por qué toda la piel se le eriza y enfría. Comienza a presentir que no está solo. Siente miedo, ese temor que ya se había prometido mil veces no dejar crecer como un simple parásito dentro de sí; pero llega sin que pueda evitarlo, las raíces se condensan bajo los pies y se enredan en las piernas; sigilosas se deslizan entre los muslos, suben hasta el torso y continúan en asenso esparciéndose hasta que los retoños estallan en la boca de donde salen como disparos gritos y gemidos difusos. Es entonces cuando el miedo toma forma, se engrandece y no es a causa de la oscuridad, sino más bien de algo que se gesta en el cerebro y es a consecuencia de los recuerdos que como buril escarban, merodean en la memoria y lo conducen a esas dos semanas atrás, o para ser más exacto, a la madrugada en la que con un beso en la mejilla fue a despedir a Ron Shkedi en las aceras y lo imaginó alejándose, montado en un taxi que se fue en línea recta sin retroceso. Su intuición lo llevó a creer que de haberse ido todo sucedería como en algunas novelas del corazón, albergó la idea de que Shkedi volviese arrepentido para decirle que lo necesitaba, que 32
ya no podría vivir sin verlo, de ser preciso se mudaría a la Habana, no le importaría acomodarse en una casa pequeña rodeada de vecinos que dedicaban toda su vida a la crianza de cerdos, mucho menos a ese mal olor entrando por las ventanas al amanecer, ni a los elevados precios del mercado, ni al transporte, el calor excesivo o la gente jodiendo a toda hora, bien que podía sacrificarse en dejar sus videojuegos, sus reality show preferidos, el canal porno y la conexión diaria en internet. PENSANDOLO MEJOR , regresaría con una jugosa propuesta: sacarlo del país, llevárselo a Tel Aviv a respirar otros olores. Allí rentarían un lindo apartamento que es lo que se estila, enseguida que llegasen se pondrían a trabajar como esclavos para ganar mucho dinero, con unos cuantos miles de shekels comprarían nuevos muebles y para estar a gusto, pintarían el dormitorio de rosa pálido que es el color que le gusta, y las demás habitaciones irían de aqua o marfil, le daría a escoger porque por todos los medios tratará de ser amable. Contratarían a un decorador A, bien pájaro, para que les ayudase a decorar la casa al estilo más mariconazo. En su corta estancia, a la fuerza le enseñaría algunas frases en árabe y hebreo, le mostraría algo de su cultura y poco a poco lo haría transformarse en una persona totalmente diferente, para entonces ya ni siquiera se llamaría Víctor sino Esther, pagaría enormes cifras para ofrecerle lecciones de yoga, cábala y tantrismo. Le presentaría a un montón de amigos, todos 33
rígidos, flacundengos enfundados como momias egipcias. Los viernes irían a algún sitio especial, lo haría caminar por el mercado Nahalat Binyamin y su calle Sheinkin; allí, después de haber andado varios kilómetros se sentarían cómodamente para disfrutar de un buen café escuchando algo de música, y comprarían objetos que solo servirían para el recuerdo. Él, acercándose a su oído le recitaría un poema de Bailik, «es el padre de la poesía hebrea», dirá con los labios bien cerca sin sacarle la lengua de allí dentro, y tomados de la mano se irían a la torre de David, donde muy entusiasmado le mostrará una parte de la historia de Jerusalén y aprovecharía para obsequiarle un anillo. En la noche darían un paseo por la avenida costera, para terminar entrando en alguno de los tantos restaurantes que se especializan en preparar comida para herbívoros. Después de algunos meses, sintiéndose seguro y muy enamorado, se decidirá de una vez a llevarlo a conocer a su familia para formalizar la unión y concertar la fecha de matrimonio hasta que la muerte los separe. A la perfección le enseñaría a decir en inglés, porque es el idioma que prefieren sus padres: «buenas» «disculpen» «no tengo hambre» «amo a su hijo» «tengo trabajo» «somos felices» «queremos casarnos» «me encantan los niños» «quisiéramos adoptar» «odio a los palestinos» «gracias». Y aunque hasta el momento toda la familia desconoce sus preferencias sexuales, no les mo34
lestaría su elección, tratándose de un país libre de censura, mucho menos les causaría molestia, saber que su hijo se acuesta con un hombre; un hombre de treinta y dos años y comunista. Nada del otro mundo, a fin de cuentas, Ron Shkedi con sus veinticinco años, ya era todo un gentleman.
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II
Aquí los amaneceres tienen olor a salitre, desde muy temprano los muchachos se adueñan de la calle que está bordeada de gandules, y casi desnudos bajan descalzos a la costa, algunos llevan cámaras infladas, boyas, hilo de pesca, arpones y anzuelos. Van dispuestos a cazar cualquier cosa que aparezca. Desde el balcón los veo alejarse, caminan con destreza por el diente de perro que les ha curtido las plantas. Ansiosos llegan y se sumergen en ese mar frío que por muchas horas redescubrirá los cuerpos de cada mañana y los hará suyos enteramente. Nunca sé cuánto tardaré en dejar de mirarlos. Ya se ha convertido en un acto cotidiano, una costumbre de antaño, como si se tratase de algo nuevo para mí. Demoro horas queriendo saber qué buscan en realidad y, me pregunto, si hay algo que los incite a seguir buscando, quizá para sobrevivir. Pero luego doy la espalda a todo y prefiero sentarme, cuando veo que al fin ya Diamela Pared ha tomado su cartera y siento ese olor a perfume casero hecho de plantas aromáticas. Sentarme solo, aunque desde ya hace algunos meses escribir se me hace cada vez más agotador, en muchas ocasiones he intentado ocupar la mente en otros asuntos, pero todo artificio ha sido en vano cuando estoy frente un par de hojas que como gárgolas gritan mi nombre. 39
En esta mesa me he tragado noche tras noche, madrugada tras madrugada, como un viejo pescador, y no buscando el mejor pez sino la palabra precisa. Pensando en historias entrampadas en las que debo saber cómo maniobrar y decir para no creer que dentro de mí todo esta deshecho, porque sé que sin escribir ya lo soy: un muerto bien muerto, que encima de este cuadrado con cuatro patas apoya codos y manos; estas manos que para muchos otros no serán las mías, como tampoco lo serán cada una de mis letras. Nadie tendrá el gusto de detenerse, ni harán una breve escala para preguntarse o indagar algo referente a mis desvelos o a la manera en que ideo sórdidamente una trama, o elimino sin compasión a algún personaje. Existen momentos en mi vida en los que desearía que todo lo que acontece a mi alrededor formase parte de alguna historia absurda donde los personajes, todos, incrédulos y engañados, aparecen en cualquier lugar imaginario, sin saber cómo han llegado ni hacia dónde se dirigen, personajes afectados por conflictos insignificantes a los que nunca les hallarán solución. Yo descrito como personaje. Inmerso en situaciones que no sufren cambio alguno, peripecias que se entrecruzan unas con otras y que por más que se releen nunca tendrán un revés, porque siempre será la misma cosa. Nuestra vida manipulada por alguien que pasa horas, semanas y meses completos, ideando, trazándonos un camino a seguir y que termina siendo un iceberg. 40
Ese sería un lugar donde no se necesitan alimentos para sobrevivir, allí no se desearía el mal, no se duerme ni se despierta, sencillamente no eres. No existirán las preocupaciones, ni los ahora, el por qué, el después o un mañana, mucho menos el «no» y los arrepentimientos, y lo mejor de todo, es que no tendré el gusto de conocerla a ella que ahora se despide dándome un beso en la mejilla, y como si nada me dice a media voz: «te quiero mucho», y yo fríamente sin mover un solo músculo de la cara le repito la misma frase como todos los días. Ya sé que está preocupada, se lo noto en su forma de mirar, más bien está confundida, sabe que algo anda fuera de lo normal con respecto a mí. Pero sé que finge no sospecharlo e intenta no prestarle mucho interés al asunto. Y se marcha dejando en el aire ese olor que me asquea. Pero no se lleva consigo mis pensamientos, ni toda la falsedad que nos une desde hace nueve años. Puede ser que mi cerebro no cumpla sus funciones como ha de ser, y esté loco; completamente trastornado para continuar inmerso en este juego que desde hace mucho ha dejado de serlo. Porque sin darnos cuenta nos fuimos adentrando más y más en el interior de un largo túnel, en el que en su entrada al principio destellaba una luz limpia que nos iluminaba por completo, allí creímos descubrir la felicidad, y caminamos sin detenernos hasta que de momento todo a nuestro alrededor se hizo oscuro y por más que lo intentamos nunca encontra41
mos el final del túnel, y ahora resulta trabajoso volver al inicio porque a mitad de camino la cuerda que lanzamos se nos fue de las manos y se partió. Pero tengo la certeza de que no es del todo imposible volver a atarla para ponerle fin a todo de una sola vez. Porque ya no quisiera darle nada más de lo que escribo, deseo terminar con ese estúpido nombre de Diamela Pared, aplastarla como se hace con algo insignificante, dejar de nutrirla con mis letras, hacerla una mujer infeliz con tan solo decirle: «No voy a escribir más, me he cansado de todo, nada de lo que escriba a partir de hoy valdrá la pena.» Entonces, va a dejar de ser la figurita del momento para convertirse en una sombra famélica y llorosa, será echada a un lado por todos aquellos antiguos adoradores que la admiraban gracias a esos cuentos impecables. No sabrá qué decir cuando le pregunten por esa novela de la que tanto había dicho hablado en los últimos encuentros literarios. «¿Y qué título tendrá esa novela?» Con cara de idiota subirá los hombros casi hasta la altura de las orejas y responderá que la ha dejado a medias, reposando en una gaveta, porque no cree tener bien clara la historia, y que ella aún es muy joven para venir a andarse con novelones donde todo es complicado, porque tiene que lidiar con demasiados personajes, y es difícil ahondar en la psicología de cada uno de ellos, e inventará cualquier excusa, entre la que no descarto un accidente en bicicleta. Se las ingeniará para perderse unas 42
cuantas semanas y reaparecer cuando menos se la esperen con la cabeza vendada hasta la base del cuello, dejando al descubierto solo una parte de la cara, los hará creer que sufre de amnesia temporal pues fingirá haber olvidado nombres de escritores célebres, y algunos que aún están vivos los dará por muertos, ofreciendo una extensa secuencia de desmayos que sucederán uno tras otro, junto a gritos de «¡Ahí está sentada la Loynaz, está sentada junto a Cortázar!» Para muchos comenzará a ser: la pobrecita Diamela Pared, la que pudo haber tenido un futuro brillante de no haber sido por… Ya no debería darle nada más de lo que escribo, ni tener que escucharle disertar sin conciencia alguna sobre el estilo, la técnica y los sitios comunes. ¿Por qué motivo tiene que imponerme reglas en lo que hago, para que más reglas de las que existen? La mandaría a la mismísima mierda, y a todos los que de alguna forma imponen reglas en mi escritura, siempre les he dicho que tengo todo el derecho de hacer las cosas como me plazcan, porque soy quien elabora y perfecciona, el que muere de agotamiento y hambre sobre las páginas, el que piensa y se desgasta en vano. ¡Eres una cínica! Pero bien sé que es mi culpa, mi madre todo el tiempo tuvo la razón, me lo dijo en su última visita: «no vuelvo más a esta casa hasta que te deshagas de esa puta que nunca te ha querido, porque te usa.» 43
Pero yo pienso y me preocupo más por mi hija que por mi madre. Me importa más Lesbia porque es algo realmente mío, y todas las mañanas cuando va a mi cama y me despierta poco antes de irse a la escuela, para mirarme con esos ojazos que no pueden ocultar tanta inocencia, y me dice: «yo te quiero mucho papito, ¿tú nunca nos vas a dejar?» «No, claro que nunca te voy a dejar mi niña, a donde quiera te llevaré conmigo.» Es en esa parte de la película cuando ella se aprieta contra mí y me besa. Comprendo lo doloroso que sería causarle algún daño porque al causárselo a ella sé que repercutiría en mí. Ese dolor que he experimentado cuando la he visto acercárseme molesta para hacer preguntas o decir casi a punto de golpearme: «¡No le grites así a mamá que ella es buena!». Lesbia está creciendo y es lógico que haga ciertas preguntas: ¿Por qué mamá duerme sola? ¿Por qué mamá tiene esa herida en la cara, o está llorando? ¿Y por qué mamá dice que ya no te quiere? ¿Por qué mamá cuando grita lo tira todo al piso? ¿Y por qué no me llevas al parque, papá? En el parque es donde prefiere estar, casi siempre nos pasamos las tardes juntos jugando bajo la sombra de los almendros. Lesbia nunca quiere regresar a casa, quiere quedarse a dormir allí porque hay mucho silencio y le encantan las almendras, su olor característico, pero no tanto la carnosidad que cubre la semilla porque es un poco amarga y le mancha los ves44
tidos, prefiere que se las escache con una piedra para sacarles el corazoncito y comérselo, porque es lo que más le gusta.
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Una indagación
Antoñica
¿Víctor? Él vive ahí desde hace unos cuantos años, antes eran tres, un señor muy mayor que se llamaba Esteban y era el padrastro de Irmeldo. El viejo durante un tiempo tuvo en la casa un burle ¿sabe lo que es eso? Sí, un saloncito de juego, la casa siempre estaba llena de gente que juegan al dinero, ya sabe, candela viva. Fue Irmeldo el que lo trajo a vivir para acá. Sí, sí, a Víctor, y antes de irse del país se encargó de poner la propiedad a su nombre, y se salvó porque ya había un montón de gente que le había puesto los ojos a esa casa, ya sabe que aquí el problema de la vivienda es tremenda jodedera. No, no, que yo sepa ahora él está solo, bueno dicen las malas lenguas que hace unos días trajo a alguien a la casa, pero de eso yo no sé mucho. ¿Pasó algo?
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Margot, madre de Antoñica
A la verdá, a la verdá, yo no lo veo desde hace rato, como ya casi ni puedo levantarme de este sillón, pero ya le digo, mijo, lo veo poco, solo puedo decirle que aquí él cumple con todo lo que tiene que ver con la cuadra, vaya, siempre ha estado al día con el pago de la cotización, eso sí, siempre falla en las guardias, pero por lo demás él es un muchacho con problemas, sabe. Y a la verdá, a la verdá, no me engañe, ¿está metió en algún lío?
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Eneida, hermana de Antoñica
Buena perla, imagínese que cuando el otro mariconcito todavía estaba aquí, se formaban unos guateques de madrugada que eran el comentario del barrio al día siguiente. Sí, sí, cochinadas de las peores, se pasaban toda la noche en eso, daba pena escuchar aquello a las dos de la madrugada, aquel escándalo. Sí, el tal Irmeldo parecía que era el macho, porque el que gritaba como una loca era la Victoriana… ¡ay!, que risa me daba aquello, la gente son de madre, le pusieron ese nombrete y hasta le pintaron un letrero con mierda que decía Victoriana la gritona, disculpe oficial, con todo su respeto, pero daba risa, y eso que él hacía era una contrarrevolución. No, que yo sepa ahora no está viviendo con nadie, gracias a Dios y todos los santos, pero sí se comenta que hace dos semanas el niño se apareció en un taxi de esos que se pagan en fula, con otro, puede que sea un extranjero, y… por alguna casualidad, ¿él hizo algo, oficial?
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Esperanza, hija de Eneida
No, no, yo no vi a ese que dicen que se bajó del taxi, si trajo a alguien se debió ir esa misma noche porque de lo contrario nos hubiésemos enterado, yo al que si conocí fue a Irmeldo ese sí era precioso un hombre echado a perder imagínese que tenía revuelta a todas las chiquitas del barrio. Ay, déjeme coger aire, es que me pongo con los nervios de punta, a ese, a Irmeldo me refiero, le gustaban los dos bandos porque recuerdo que antes de traer a vivir al mariconcito para la casa, sí, me refiero a Víctor, bueno antes él de vez en cuando metía a alguna mujer, Pero venga acá, pasó algo, ¿eh?.
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Orlando, esposo de Antoñica
Apenas ni lo veo, yo soy de los que piensa que a to’ esos tipos deberían de cogerlos a uno por uno y meterlos en una isla llenita de cocodrilos. Sí, teniente, porque esa pajarería nos afecta a nosotros. Óigame, teniente, yo a ése cuando pasa por mi lao ni le miro la sombra pa’ que sepa. Ah, y si me mira, tiro una escupía pa’l piso pa’ mentarle la madre por si las moscas, vaya usted a saber pa’ dónde él mira cuando ve a uno de arriba pa’ bajo. Y, está metió en candela, ¿verdá?
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Luisa, hermana de Margot
Cuando se murió el viejo pasaron unos meses de tranquilidad, sí, porque al fin se acabó el jueguito y las borracheras. Luego les dio por hacer fiestas todos los sábados, claro, ellos pedían el permiso, pero así y todo aquello era el acabose, venía mucha gente de ese tipo, las fiestas siempre acababan muy tarde, ponían música y siempre bien alta, los vecinos se quejaban, muchas veces pasé por enfrente de la casa y veía algunas parejas. Yo en mi vida nunca vi cosa igual, usted sabe lo que es ver a dos hombres besándose en la boca. Ahí había de todo, hasta mujeres con mujeres, un asco, ¿quién ha visto mujeres macho? Ya sabe…, me puede explicar una cosa, eh, ¿en qué problema se ha metido?
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Iris, prima de Antoñica
¿No se lo habían dicho? A veces se vestía de mujer, y no lucía mal, salía de noche y casi siempre solo, pero a veces Irmeldo lo acompañaba. Se iban de manos cogidas con tremendo desparpajo, yo nunca he entendido una cosa así, salir disfrazado para la calle con otro hombre cogiéndose del brazo como si eso no fuese nada del otro mundo. No, no, que yo sepa él no se dedica a andar vestido así las veinticuatro horas, yo creo que lo hacía para joder a la gente, para escandalizar y divertirse, o qué sé yo, eso sí, le tiraban hasta huevos y le gritaban horrores desde las ventanas, claro que la gente le formaba todo eso cuando iba solo y no con el otro, porque ese sí que comía candela y no le tenía miedo a nadie. Todavía yo no entiendo cómo no le daba pena con lo bueno que estaba armar todo ese espectáculo, ¡y dos hombres! ¿Usted cree que dos hombres, varones, masculinos, puedan sentir alguna cosa?... Bueno sí, dicen que hace pocos días se bajó de un taxi y venía con otro, pero de eso yo no sé nada, algunos dicen que era un extranjero joven y bien parecido, pero nada más, aquí la gente habla muy poco. Y desde que Irmeldo se fue hace ya par de años, él apenas ni abre las ventanas, es un poco raro sabe, más bien yo diría un antisocial. Pero, ¿le sucedió algo a él? 55
Mariantonieta, presidenta del comité e hija de Eneida
Una noche hasta llegó a atreverse a salir encuero para el medio de la calle, gritaba como un loco y se agarraba…, bueno, lo más inmoral que uno puede imaginarse, enseguida le avisé a la madre, pero ella no pudo venir la pobrecita porque está muy enferma de los nervios, ella viene muy poco a visitarlo, imagínese él es el culpable de que la pobre este así, como le digo salió gritando boberías, que lo dejaran vivir en paz, que a él lo mismo le daba hacer un escándalo que dar un homenaje, también gritó que tenía sida y que se iba a cortar las venas para pegárselo a todo el que se le acercara. ¡No! ¿Quién coño se le iba a acercar? Para mí que estaba enmariguanao, fue entonces que decidí intervenir, y al otro día me aparecí en su casa para pedirle una explicación, pero nada, desde adentro alguien que todavía no estoy segura si fue él me gritó vieja comunista e hipócrita, pero no abrió la puerta. Yo, vaya, para serle franca, hasta he llegado a pensar que hay algo de drogas en todo este lío. ¿Me equivoco?
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Meylin, hija de Eneida
Eso de que salió desnudo fue muy sonado en el barrio, yo me lo perdí porque esa noche había ido al cine a ver Perfecto amor equivocado. Pero no, no creo que haya sido por… bueno, quiero decir, por drogas, vaya, porque a mí no me parece que él esté metido en esas cosas, yo creo que hizo lo que hizo porque se cansó de que lo estuviesen jodiendo tanto, aquí la gente no es fácil, le escribían las paredes y hasta le echaban brujería en el portal. No, que yo sepa desde que Irmeldo se fue nunca ha metido a nadie ahí, de eso hará unos tres años, pero según tengo entendido desde entonces no se ha sabido nada de Irmeldo, dicen, no me crea, que lo mataron por allá. Y Víctor, ¿a él le sucedió algo?
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Alexander, hijo de Orlando y Eneida
Ay, usted me perdona, pero yo de ese no sé mucho, antes, cuando estaba Irmeldo yo visitaba la casa de vez en cuando, yo fui muy amigo de Irmeldo y sé que a Víctor nunca le interesó del todo, a él solo le importaba la casa, ese es un bicho. Eso de que una noche salió sin ropa lo hizo porque es una histérica, una provocadora de hombres, una insensata y problemática. Contrarrevolucionaria. Sí, yo también era muy amigo del difunto que en paz descanse, pero cuando llegó Víctor todo se fue deteriorando, nuestra amistad quiero decir, yo siempre he creído que es hasta medio racista porque para todo era: vino a verte el negrito ese amigo tuyo, o el negrito esto, o el negrito aquello, me tenía un poco cansado sabe, tanto dio que al final se quedó con todo, quizás hasta haya envenenado al pobre viejo, de ese yo espero cualquier cosa. Puede que sí, bien pudo meter al extranjero por la madrugada y después llamar un taxi para que lo recogiera, ¡esa, esa es una fiera! ¿Y qué lío se ha buscado ahora?
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Susana, hermana de Alexander
No, no, cuando Esteban aún vivía ellos se llevaban muy bien, nunca se escuchó ninguna discusión, la verdad es que todo estaba de lo más tranquilo, bueno, exceptuando que la casa se llenaba de jugadores, hasta que un día el viejo se murió; dicen que de un infarto. No, yo sé que eso no es lo que usted quiere saber pero… no, que yo sepa desde hace mucho está sin nadie, enseguida que Irmeldo se fue él se buscó un trabajo por Luyanó y se tranquilizó bastante, sí, porque antes vendía hasta cajas de muerto. ¿Sucedió algo con él, policía?
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Carmen, hija de Mariantonieta
Como le cuento, cuando el ciclón, el metió a mucha gente a pasar la noche en su casa, bueno, a la gente de por aquí del barrio que vive en muy malas condiciones. ¿Se ha fijado en las casas de por aquí?, todas están cayéndose, ya le digo, tenían miedo de que les cayesen encima los trozos de techo, y como su casa es de placa y está buenísima. Después que pasó el ciclón hizo todo lo que le dio la gana, mucha gente de las que se quedó allí albergada comentó que dentro de la casa no había ni donde amarrar la chiva, ni televisor, ni frigidaire ni nada que valiera la pena, eso sí, una noche sacó una jaba llenita de latas de carne rusa, de esas que ya no se ven, ah, y un montón de chucherías que repartió. Dicen los lengüilargos que todo lo que faltaba de la casa, lo había tenido que vender para completar el dinero para el viajecito del otro, total, yo digo, que de qué le sirvió tanto sacrificio si más nunca supo de él. No, no dudo que esté con algún extranjero, esa gente, la gente como él es mala, malísima, no se puede confiar en ellos, eso sí, yo no vi al extranjero. Y usted, si se puede saber, vaya, ¿por qué lo está verificando, eh?
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III
Soy un fantasma, lo sé, no puedo hallar una definición más exacta. Fui el niño que miraba con ansias de abarcarlo todo, siempre solo, corriendo por los pasillos de aquella casa colonial de puntal alto, en la que por algunas décadas ellos vivieron felices: mis padres, fueron los primeros en hacerme sentir un ser etéreo. La mayor parte de mi niñez anduve escondido dentro de armarios donde aprendí a construir un mundo de fantasía, repleto de soldados de plomo. A escondidas jugaba entre almohadones y sábanas almidonadas, muchas veces me quedaba allí dormido hasta el siguiente amanecer, después reaparecía y era como si nada, para mis padres yo, supuestamente, había estado allí junto a ellos a la hora del almuerzo o la comida. Cuando algún que otro fin de semana, los tíos traían de visita a mis dos primos, nunca los dejaban en paz, no les permitían acercarse al agua que se desbordaba en el pozo del patio trasero, ni romper huevos para hacer merengues, ni jugar a las bolas o al trompo, porque podríamos quebrar algún adorno, siempre trataban a los objetos decorativos como si fuesen cosas demasiado importantes. La tía Lidia con su cuello de jirafa se paraba frente a ellos y tomándolos de la mano les propinaba unas nalgaditas, mascu63
llando en voz baja: «no deben jugar en el patio porque es peligroso y hay mucho fango; ni robar las uvas del vecino, eso es un delito; ni esconderse bajo los muebles; ni tocarse unos a otros; tampoco pueden gritar ni correr todo el tiempo.» En cambio para mí nunca hubo nalgadas ni regaños. Y todo gracias a ser un fantasma al que todo le era permitido. Por eso mis primos sentían envidia, y desde los asientos me miraban con tristeza; a mí sus expresiones solo me provocaban risa, una risa que por momentos hacía que se me entrecortara la respiración, y no se trataba de sus caras, sino de verlos allí como si hubiesen sido cementados por los fondillos, moviendo los pies, haciendo círculos en el aire con aquellos ridículos zapatos con hebillas plateadas. Con los años fui creciendo y aprendí a pensar, supe discernir entre el bien y el mal, y sobre todo me conmovió saber que una parte de lo que comía se convertía en sangre, que mi cuerpo contenía: arterias y huesos, y que todo lo que se movía a mi alrededor llevaba el extraño nombre de realidad. Por esa razón no quedé exento de dolor cuando supe que a mi padre, al que siempre admiré y quise a pesar de saberlo tan distante, irremediablemente lo devoraba un cáncer. Por un período de tres meses resistió postrado. Día tras día vi cómo su organismo iba debilitándose. Fue un hombre fuerte y en corto tiempo de64
jó de serlo. Aunque se empeñaba en hacernos creer que aún conservaba algo de energía; en las madrugadas lo veía levantarse para ir al baño. Nunca dejamos de vigilarlo, en múltiples ocasiones quise brindarle mi ayuda, pero siempre se negó a recibirla diciendo: «déjame solo.» Cada vez sus brazos se hacían más finos y resecos, los ojos perdían el brillo natural para terminar sepultados entre la frente y los pómulos. Dejó de levantarse por sí mismo, solo daba algunos pasitos junto a mi madre. Con los días, su barriga adquirió la dureza del diamante, los vómitos se hicieron más asiduos, y la sed y la desesperación se fueron tragando de un sorbo todos esos años tan felices. Ya en el tercer mes, una noche exclamó mi nombre, tal vez alucinaba, «acércate» y me arrodillé a su lado, al parecer para él ese día yo dejaba de ser un fantasma, por primera vez besó mis mejillas; intuí que tenía algo que decirme y le hice la pregunta, entonces su lengua se enredó de tal manera que no pude entender lo que luchaba por explicar. Noté que en solo segundos la piel le cambió de tono, y se quedó frío como animal disecado. Fue entonces cuando la realidad se convirtió en una palabra vacía. Esa noche lloré sin detenerme, quise retener sus manos en mi cara y sentí miedo al pensar que después de muerto, él pudiese aparecerse en cualquier sitio, porque no se sentía complacido al marcharse así, sin decir lo que no había podido decirme en vida. Pero fue mi madre quien comenzó a presenciarlo. 65
Lo mismo lo encontraba sentado cómodamente en la poltrona que llevaba labrado su nombre bajo la enorme cabeza de un león africano, o lo veía sembrando hortalizas en el jardín. Cada una de las noches lo escuchaba trastear en los utensilios domésticos, preparándose un café o desgranando cabezas de ajo. Muchas veces lo sentí caminar arrastrando los pies hasta el baño, silbando una canción cualquiera. Muy a pesar de haberle jurado que después de muerto nunca abandonaríamos la casa, mi madre no se sintió capaz de resistir el miedo, en poco tiempo comenzó a padecer de insomnio, se alimentaba mal, por lo que su estómago se hizo débil e intolerante. En unos cuantos meses ya era una mujer enferma y llena de temores. Cuando preguntó qué podíamos hacer en una circunstancia como aquella, me sorprendí un poco porque era la primera vez que me tomaba en cuenta, le comenté que lo mejor era pedir dos casas por una, para perdernos de allí e irnos bien lejos. Transcurrido todo un año, cada cual tomó por rumbos diferentes. Alejarse de mí no le causó efecto alguno, solo experimentó una agradable alegría al poder marcharse de la casa, que según ella, aún olía a medicamentos. Yo simplemente me fui. Sin embargo la situación no trajo cambios relevantes, porque mi pobre madre continuó padeciendo de insomnio, adicta a los narcóticos y 66
perseguida por el recuerdo de un hombre muerto. Solo me visitaba de vez en cuando. Y yo, seguí siendo el fantasma solitario de siempre. El abandono solo me ayudó a buscarle un sitio a mis ideas, a transformarme en alguien más razonable, creí y estaba convencido de que lo más importante era reabrirle un trecho a la imaginación, para darle un rotundo vuelco a la vida y comenzar a crear. Lo hice sin detenerme, bajo el pulso de mi mano, di forma y matiz a narraciones nada felices. Con miles de palabras cubrí hojas donde mediaban conflictos o situaciones poco idílicas y nada alentadoras, las preñaba de violencia, sin poder escapar muchas veces de lo común. Me distancié de esa felicidad que todos aguardan impacientes, echaba a un lado todo lo que apestaba a esnobismo. Poco o nada me interesé en hacerme la idea de que en un posible futuro mis publicaciones serían sustanciosas y bien pagadas. A toda costa quería hacerle saber a una parte del mundo que yo existía. Dar de comer al ego para sustentarme a base de reconocimientos, solo quería eso, desconociendo si era o no algo correcto. Sabía que la mejor manera para insertarme en el mundo literario era enviando material a concursos, así lo hice y a partir de ese momento me convertí en una persona impaciente y neurótica. Durante largos y tortuosos meses esperé llamadas telefónicas, telegramas; cada vez que sonaba el timbre del teléfono corría a levantar el auricular, pero nada, nunca escuché una voz en tono misterioso, que supuse debía anunciar: 67
«buenas, usted ha obtenido un premio literario por lo tanto debe estar presente tal día, a tal hora, en tal lugar.» Y quedé aplastado por la espera. Pensé que mi estilo los hacía sentir insatisfechos, que no les interesaba por insípido, decadente o tremendista. Hasta que un día cualquiera, Diana llegó para ofrecerme su cariño junto al cuerpo. Con sus palabras y besos supo rehacer para mí otra vida, una vida muy diferente a la que había edificado en mis sueños. Pronto me hizo saber que era una notable estudiante de filología, y que su mayor frustración se basaba en que por alguna razón desconocida le era imposible redactar con fluidez alguna historia. Desde chica, en sus sueños deseó ser otra cosa y no una simple bibliotecaria de escuela donde día tras día, en las mañanas tenía que lidiar con niños comunes; mostrencos que no hallaban algo especial en la literatura. Para nada se interesó en la medicina ni la política, nunca le prestó atención a los que se empeñaban en formularle la pregunta de siempre, mirándole a los ojos con sus caras de adultos: serias, gordas, estúpidas: «¿Qué quiere ser la niña cuando crezca?». «Qué comemierdas, voy a ser puta, quiero ser bien puta», pensaría riéndose y lanzando saliva hacia todas partes. No le importaba la docencia, muchísimo menos se convertiría en una frígida y apetecible azafata, o en una ingeniera robotizada, ella solo anhelaba ser como Virginia Wolf, Tomas Mann, Borges, Neruda, Rulfo, poder comenzar una historia como lo hizo Sartre en La infancia de 68
un jefe: «Estoy adorable con mi vestidito de ángel». Ser Catherine Mansfield, Saramago, cada uno de los heterónimos de Pessoa. Ser Carpentier, Lezama, y en última instancia, hasta hubiese acariciado la idea de encarnar a Corín Tellado o Agatha Christie. No toleraba la literatura policial porque ya tenía conocimiento de los ardides y fórmulas que con frecuencia empleaban los escritores del género. Confesó haber llorado mucho intentando llenar una cuartilla; en ocho o diez horas solo conseguía hilvanar situaciones poco atractivas, carentes de valor e hilaridad. Sospechaba que algo en el interior de su cerebro la hacía bloquearse por completo, haciéndola una persona totalmente inútil frente a la hoja. Un instante feliz e inolvidable en mi vida lo tuve cuando una noche miré fijo a sus ojos y vi como resplandecían al elogiar aquellos cuentos. Como una conocedora, durante meses se dedicó la corregirme la ortografía, hacía hincapié en lo necesario de una excelente construcción y armonía, me impartió clases de lógica y orden sintáctico, de metáforas y monólogo interior, no excluyó la naturalidad y el estilo, los vasos comunicantes, la caja china, ni la aguja en el pajar. En más de una ocasión no perdió la oportunidad de acudir a Voltaire recitándome la conocida frase de que una palabra mal colocada es capaz de estropear el más bello pensamiento. También recurría a Stendhal al decir que el hombre poco claro no puede hacerse 69
ilusiones: o se engaña a sí mismo, o trata de engañar a los demás. Y de nada me sirvió creer que en algún momento podría llegar a ser un triunfador, y es que todas las ilusiones se posaban en mis manos y terminaban escurriéndose como agua. Llegué a presentir que una sombra arrolladora, venida del más allá, quizá mi propio padre, creyendo estar haciendo un bien, solo conseguía lo contrario interponiéndose en mi destino, y a base de empujones me tironeaba hacia ese lugar llamado Fatalidad. Luché contra la insatisfacción y la entropía, contra los malos pensamientos; esos que te hacen desear cosas horribles hacia tus semejantes, luché contra la impaciencia y las ganas de cercenarme las venas, contra la frustración, el miedo y la poca suerte. No me encontraba bien cuando tomé aquella decisión que meses después creí deliberada, yo mismo había propiciado tal descalabro. Quizás en mi mente disminuyó el riego sanguíneo y por eso me quedé en blanco, cuando le propuse a ella que tomara mi lugar. Y accedió, lo hizo para en poco tiempo darse a conocer como una triunfadora de vanguardia: «Diamela Pared, la nueva promesa de la literatura cubana», mientras yo, solo funcionaba como un eslabón atado a sus pies, sin dejar de ser nunca un fantasma.
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Versiones al estilo de Arenas, Pedro Almodóvar, Lars Von Triers o Quentin Tarantino
Uno
La equivocación
Era sábado, sí, era sábado. Eso creyó, pero no, era miércoles. Lo supo cuando fue a comprobarlo en el almanaque que colgaba detrás de la puerta del cuarto. Ahora podía llevarse a sí mismo al convencimiento de que en realidad se trataba de un sábado, porque el día anterior había terminado de trabajar a las tres y veinte de la tarde cuando salió del taller de cerámica y bajando por la avenida Acosta, decidió cambiar el rumbo, recordó que era viernes y no quería llegar temprano a casa. Era un viernes doce de febrero del año dos mil cinco cuando se detuvo en una cafetería que hacía esquina para tomarse un café que a pesar de haber sido recalentado, le sentó bien, aprovechó para comprar unos cigarros sueltos. Caminando a la parada sintió deseos de ir a la costa, lo pensó más de una vez, no tenía mucho dinero, pero bien podía sacrificarse en soltar cinco pesos para coger el camión de pasajeros que paró frente a él y lo condujo al centro de la ciudad, donde le sería más fácil hallar algo que cruzase el túnel. Era viernes cuando se apeó en la parada de la cabaña y apresurando el paso cruzó la amplia carretera. Bajando por la pendiente sintió como la brisa y el olor a salitre le dulcificó el espíritu. De su bolsa de estambres coloridos sacó el último número de la gaceta que había com73
prado en la mañana. Andando hojeó algunas páginas, y la cerró porque prefirió estar cerca del agua para ponerse cómodo y recrearse con algunos de los cuentos allí recopilados. Era viernes cuando se tropezó con dos tipos vestidos como mendigos que le gritaron unas cuantas groserías, palabras acompañadas de ademanes a los que no quiso darle una connotación significativa, apresuró la marcha y siguió de largo. Cruzó por entre las uvas caletas requemadas por la sal y el viento, hasta llegar al diente de perro. Desde allí miró a lo lejos y vio la ciudad del Este repleta de edificios pintados como cakes, luego se concentró en el mar y caminó hacia la orilla, sintiéndose desconfiado se volteó para presenciar a uno de los tipos trepado encima de una mata de pino medio seca, llevaba los pantalones a mitad de rodillas y la camisa entreabierta hasta el ombligo. Le enseñaba la pinga que era avivada con una de sus manos, mientras con la otra se agarraba con fuerza de un alargado tronquito. A Víctor la excitación le llegó con una repetición de golpes en la nuca que le produjo ansiedad y una falta de aire a la que se le unieron palpitaciones que no eran otra cosa que síntomas del deseo. No quiso mirar más. En su vida, a pesar de ser considerado por casi todos como una guaricandilla de carroza, nunca había ido a la costa a eso. Era viernes cuando colocó el bolso de colorines sobre una poceta de piedras lisas y se sentó 74
para leer los cuentos que le parecieron haber sido escritos por un mismo autor. Luego, centró la mirada en la profundidad del agua, durante largo rato pensó en Ron Shkedi, en lo imposible que ahora se le hacía poder irse para así librarse de los malos recuerdos. Largarse a cualquier otra parte y olvidar su culpa, pero ya era demasiado tarde, nunca pensó en las consecuencias, mucho menos en ese miedo que dormitaba bajo sus pies y crecía un poco más cada mañana. Quería irse, pero no había globos inflables, ni lanchas rápidas o aviones, ni visas, y mucho menos dinero disponible. Aún continuaba siendo un viernes doce de febrero, y se dio cuenta de que no podía reprimir por más tiempo las ganas de girar la cabeza para ver lo que estaba haciendo aquel tipo. Lo hizo con discreción, ya se había cambiado de lugar, estaba un poco más cerca de él y sin pantalón ni camisa, bajo la escasa sombra de las uvas caletas permanecía junto al supuesto amigo, que más que un amigo demostraba querer ser algo más íntimo porque ahora le zuzaba la pinga con una mano haciéndole la paja. El otro amable y recíproco le tocaba el pecho desnudo y le pellizcaba los pezones. Ambos comenzaron a hacer señas con las manos y la cabeza, para que Víctor se uniese a ellos con el único propósito de completar el triángulo. A cierta distancia vio desfilar a un grupo de mujeres que se destacaban por su estatura, todas en una marcha bajaban hacia la costa. A Víctor 75
le pareció una situación poco común, pues muchas de ellas cargaban consigo colchonetas, almohadas, mochilas y otros objetos que por la lejanía le era difícil distinguir. En solo unos segundos logró enumerarlas, eran quince mujeronas que por lo que pudo apreciar, estaban siendo dirigidas por una larguirucha que tomando la delantera y dando brinquitos, gritaba enloquecida señalando con una mano hacia él. – ¡Es el agrimensor! ¡Es el agrimensor! Fueron tan claros y vigorosos los gritos, que de inmediato provocaron el desmonte de los cuerpos desnudos que ya comenzaban a influir no solo en su decisión, sino también en el comportamiento, porque en él, había renacido la voluntad de quebrantar sus propias reglas: no hacerlo con más de un sujeto, tampoco hacerlo con extraños, ni en lugares poco propicios, no hacerlo con gente que no se acepta a sí misma, ni lo aceptan a él. Pero gracias al destino las reglas quedaron intactas e inquebrantables, porque aquel alboroto y el taconeo incluido, se encargaron de espantarlos como a moscas. Era viernes cuando Víctor pudo comprobar de cerca, que no se trataba de una aglomeración de mujercitas comunes y corrientes, sino de la mujer de ese otro mundo olvidado por Dios, su mundo: maricones disfrazados o simples transformistas. – ¡Es el agrimensor, nuestro agrimensor! Aclamó una vez más la larguirucha que llevaba 76
un vestido emplumado en el escote adornado con incrustaciones de canotillos y perlas falsas. Con sus enormes plataformas se echó a correr por el diente de perro en dirección a Víctor, dejando atrás al grupo de locas que soltando las colchonetas y toda la carga, formaron un coro. – ¡Es nuestra agrimensora! Víctor no supo cómo reaccionar, y se sintió un poco molesto, pero la larguirucha no lo advirtió y desplegando toda su efusividad le fue encima para besarlo y embadurnarle la cara de pintura. – ¡Gracias al señor, nuestro agrimensor ya está aquí! Creíamos que no llegaríamos a tiempo, no puede imaginarse cuánto nos alegra que esté con nosotras en un momento tan significativo como este, porque hoy es un día histórico, ¿no le parece?, es la primera vez que nos conceden un sitio donde podamos hacer lo que nos venga en ganas, ah, y sin nadie que nos critique, oh, ya me olvidaba de mis muchachitas, dijo, y comenzó a enumerar una por una llamándolas por sus nombres, allí tendidas en una colchoneta estaban Chantali, Carla, Cristal... – ¡Hola agrimensor! – gritaron a coro. – Aquella que ha tomado el machete para cortar hierba es Foxisoxy, y la otra, la del chupachupa en la boca es Susay, la de los bucles postizos es Angélica, y también está Frida la gorda, Dorien, Lilin, Susay, Danna, Bethy es muy linda, y Mary Clear y yo, Verónica, que soy la representante de la obra y de este primer grupo. Dentro de dos o tres horas ya irán llegando los otros veinte grupos que faltan, que serán los 77
encargados de la construcción, que tiene que ser una obra que nos represente como una verdadera comunidad gay. Debemos construir algo, que sirva para ponernos a la altura de otras comunidades del mundo, pero primero que todo necesitamos un nombre para nuestra villa, ¿qué nombre sugiere nuestro agrimensor? – ¿Yo...? – ¡Ya sé!, nuestro agrimensor sugiere que se llame... a ver, a ver, ¡sí! ¡Villa Rosada, la internacional!, ¡no, villa no! ¡Ciudad Rosada, la internacional! Será un recinto inmenso, no escatimaremos en gastos, todo ha de estar lleno de luces, plumas y colores, para que se respire la felicidad y la independencia, la vida aquí será divina. Todas las habitaciones deben tener vista al mar, habrá mucha libertad pero claro, con cordura, podrán visitarnos todos los que así lo quieran sean hombres o mujeres, ¿por qué no?... ¿y entonces, por fin, con cuántas parcelas contamos? – ¿Parcelas, yo...? – ¡Somos tan, tan, pero tan felices, agrimensor!, ¿qué le parece si pensamos en la construcción de un sitio nocturno? ¡Sí! Un cabaret gay, eso, será el mejor del mundo, la envidia de todos los pájaros europeos y de los maricones del norte, sin nada de frivolidad ni violencia, solo habrá rumba y sandunga. ¡Ayyyyyyy, al fin podré interpretar mis números favoritos! ¡Pero venga, venga, agrimensor! Tomando a Víctor por el brazo lo condujo hasta la arena que no era tan fina. 78
Era viernes y para él no era usual ser partícipe de ese tipo de actividades que desde un inicio le pareció un acto ilegal y subversivo. Ahora las demás locas se les acercaron corriendo con tremendo desparpajo y formaron un círculo alrededor de ellos. De repente comenzó a escucharse una melodía y la Verónica haciendo alarde de sus dotes histriónicas se puso a cantar y bailar, en lo que las otras realizaban movimientos con las manos y las caderas, todas muy bien sincronizadas iniciaban el show. – Never know how much, I love you, never know how much I care, when you put your arms around me, I get a fever, that’s so hard to bear listen to me, baby, hear every word I say, no one can love you the way I do cause the don’t now how to love you way You give me fever, when you kiss me Fever when you hold me tight Fever, in the morning Fever all through the night !Ayyyyyyy, qué rico, papi!... ¿Qué me dice, agrimensor? – ¿Agrimensor...? Yo ni siquiera sé que es un agrimensor, explicó Víctor, confundido, mirando las caras sudorosas de las artistas que de inmediato gritaron al unísono. – ¡¿Que tú no eres nuestro agrimensor?! – Yo no sé lo que es un agrimensor. – ¡Maricón!, chilló la Verónica y prosiguió: el agrimensor es el sujeto encargado de medir un terreno, nuestro terreno. ¡¿Y tú de verdad no eres el agrimensor?! 79
– No, yo me llamo Víctor, y no sé de donde han sacado que soy un agrimensor. – ¿Y qué haces aquí si no eres el agrimensor? – Ver el mar, vine también a leer y a... – ¡Y a mamar! – gritó la gorda en tono de burla y se echó a reír, logrando que las demás se sumergieran en un silencio sepulcral. Después de tanta carcajada, la gordiflona de un sopetón se desplomó en la arena no tan fina. Víctor notó que la gorda no se encontraba nada bien, esta hizo algunas arqueadas y echó un buche de algo blanco y pastoso, después de repetidas convulsiones dejó de respirar. Cuando Víctor miró a su alrededor todas actuaron con indiferencia como si nada hubiese pasado, y tres de ellas intentaron cargarla para subirla a una colchoneta, pero de nada sirvió el esfuerzo. La Verónica con una sonrisa le aseguró que solo se trataba de un infarto y que era algo que le ocurría desde que había aprendido a reírse de esa forma. Ahora le juraban que estaba muertecita, entre chistes y risas de mal gusto, le pidieron de favor que no se asustara, porque lo habían visto pálido e impresionado. Para la gorda morirse y volver en sí después de varios días en coma era algo completamente natural, esa situación le venía sucediendo desde que era un niño delgadito y lozano, cuando aún no pensaba asomar la cabeza fuera del cascarón, ni sospechaba que podían salirle varices en el culo. La misma gorda les contó que en realidad, no 80
era a causa de esa risa tan despampanante, sino que más bien todo era a consecuencia de los recuerdos, o sea, que se reía y bromeaba para de cierta manera ahuyentar el recuerdo, pero como le era tan difícil el olvido, se pasaba la mayor parte del tiempo estirando la pata. Todo aquel suceso comenzó a gestarse cuando en contra de su voluntad, la gorda fue albergada por sus padres en una escuela en el campo donde tuvo que vérselas y convivir con el homosapienshomoerectusmasculinishijoeputacabezadenazidepeloenpecho. Allí muchos de los estudiantitos y profesores todos muy varoniles, no solo lo obligaban a realizar trabajos forzados para enmendar su precoz mariconería, sino que también lo ultrajaban, lo sodomizaban en grupo y se lo templaban cuando les venía en ganas. Tres más del grupo se sumaban a cargar el cuerpo de la difunta-temporal que con mucho cuidado fue arrojado sobre una colchoneta. Seguidamente con una sonora carcajada la Verónica se dirigió a Víctor que a juzgar por la expresión de su cara aún no parecía entender lo que pasaba. – Se suponía que a esta hora ya nuestro agrimensor estuviese aquí con su ayudante; claro que todo ha sido una terrible confusión, porque tú ni siquiera andas acompañado y, mirándote bien, no tienes cara de agrimensor. – ¡Claro que no soy un agrimensor! – Bueno, eso ya no interesa, de todas formas estás de nuestro lado ¿es que acaso no te alegra la idea de contar con un terreno libre solo para 81
nosotras, donde podamos vivir con tranquilidad, sin ser agredidas y juzgadas todo el tiempo? ¿Es que no te parece espléndido? – ¿Vivir apartado de todos? – ¡Sí! Una ciudad solo para gente como tú y como yo, claro que el terreno no es lo suficientemente extenso, supongo que no quepan todas las locas del país, pero tenemos en plan favorecer a las de la ciudad, en próximas negociaciones intentaremos conseguir otras tierras para entonces privilegiar a nuestras hermanitas de provincia que, según los reportes, son las que peor están. ¡Pero tú eres de la ciudad! Así que tendrás tu lugarcito reservado. – ¿Y eso no es ilegal? – ¿Ilegal? Claro que no, maricón, ¿qué cosa es ilegal aquí? – Bueno... – ¡Bueno nada, lo que no es legal es ilegal, y ser maricón en ninguna parte del mundo es prohibido, mucho menos en este, y que yo sepa, ese tipo de ilegalidad no aparece en ninguna constitución. – ¡Este lo que es, es un anti-maricón! – con aires de insolencia saltó la Mericlear. – ¡Shhh! – mandó a callar la Verónica –, ¿cómo pueden pensar que es un anti-maricón si a mil leguas se le nota el plumerío? Lo que pasa es que el pobrecito tiene miedo, no está acostumbrado a recibir noticias de este tipo, de solo pensar que va a tener un lugar propio se caga en los blumers. Imagínense cuánto le habrán hecho pasar, cuántas patadas y críticas, ¿eh? 82
– Yo he visto a su agrimensor – dijo Víctor al fin y todas quedaron paralizadas y boquiabiertas observando en silencio. – ¿Nuestro agrimensor? – exclamó la verónica sonriente y de fondo se escuchó el coro. – ¡El vio a nuestro agrimensor! – Claro que lo he visto, y estaba muy bien acompañado por su ayudante, lo que no sé decirles es cuál de los dos era, porque no tuvieron tiempo de presentarse, lo único que sé es que estaban aquí cuando llegué y que al rato se desprendieron a correr hacia aquella loma. Víctor les indicó con un dedo el lugar. De inmediato, como en un maratón, todas comenzaron a despojarse de los zapatos y alzándose los vestidos emprendieron la búsqueda de la cual mejor no presenciar el desenlace, porque quién podía asegurar que aquella pareja eran los que buscaban tan afanosamente. Ya era algo tarde y no quiso permanecer un minuto más allí, rodeado de personas tan teatrales y ridículas. Entonces Víctor prendió un cigarro y se fue.
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Dos
Algo difícil de entender
Era viernes noche y al llegar a la casa, de inmediato se percató de que alguien le había pasado por debajo de la puerta un trozo de papel gaceta con olor a cebollas, en el que con una pésima caligrafía pero legible rezaba un aviso: VICTOR LA POLICIA TE ANDA BUSCANDO. Y lo dejó encima de la mesa del comedor. Era viernes noche y no atinó a nada más que a cerrar bien la puerta y cerciorarse que las ventanas también lo estaban, luego se tomó dos vasos de agua y un calmante para el dolor de cabeza. Fue en dirección al cuarto y se paró a un costado de la cama. Se arrodilló e inclinó un poco el cuerpo sobre el colchón y extendió una mano para tocar las losetas que en esa parte del piso estaban sueltas. Olfateó profundo, pero solo le llegó el hedor de los animales que convivían en el vecindario. Al levantarse del suelo no pudo evitarlo y se descompuso, echándose a llorar como un angelito, se tiró en la cama, consiguió que en su mente se reconstruyeran cientos de palabras, miles de anuncios muy similares al recibido, donde la palabra BÚSQUEDA jugaba un papel desestabilizador que lo hacía carecer de estabilidad emocional, esa estabilidad que siempre trató de mantener a raya y, ahora se le hacía imposible. Era viernes noche cuando sobrevino algo de 85
calma y dejó de soltar tanta lágrima y quiso darse un baño porque sabía que era bueno para relajarse e intentar apartar de sí toda esa porquería que se le desbordaba en los sentidos. Ya dentro del baño, enjabonándose, advirtió que algo comenzaba a funcionar mal en su organismo. Le sobrevino una repentina falta de aire, pero esta era diferente a la que le había sucedido en la costa. A la ausencia de oxígeno se le unió una punzada bajo el vientre que de inmediato lo hizo doblarse por el dolor. En un instante sus piernas flaquearon y cayó de rodillas en el interior de la poceta, con las manos frenó la caída, logrando sostenerse para resguardar la cabeza de un trastazo que bien podría poner en peligro su conciencia. Con los ojos abiertos y sin ocultar el desconcierto, comenzó a vislumbrar imágenes y a percibir voces, eran comentarios de gente que chismorreaban. Con claridad vio como lanzaban escupidas en el piso, proclamaban su nombre y el de muchísimos otros a los que por ser como eran, los recriminaban, y ya ese sentir se les había convertido en un odio irremediable. Las murmuraciones venían de largas distancias, los criterios se hacían interminables y nada alentadores, cada una de las voces se adentraban es sus conductos auditivos y solo conseguían acrecentar el dolor. Presintió que de un momento a otro sus sienes podían terminar haciéndose pedazos que quedarían diseminados sobre los azulejos, formando un estupendo e irrepetible agua fuerte. 86
Ahora le resultaba imposible articular algún miembro, tampoco contó con la posibilidad de trasmitir sonidos. A su alrededor todo adquiría una cualidad misteriosa de mal sueño. Pero estaba convencido de que no se trataba de un sueño. No lo era. De improviso advirtió cómo algo o alguien luchaba por salir de adentro de él. No tardó en verse a sí mismo de pie con las piernas separadas, sonriendo, clavándole la mirada al otro yo que se encontraba desnudo en aquella postura tan penosa. Víctor solo contó con la posibilidad de presenciar su otra mitad fuera del cuerpo y se supo bello; se descubría como nunca antes. Lo único que marcaba una diferencia entre ambos era que el otro yo, el supuesto yo interno, contaba con algunos brazos de más, para ser más exacto, tenía cuatro izquierdas y cuatro derechas que sumaban ocho miembros en los que sin aparente dificultad sostenía rifles, armas eléctricas, ballestas y flechas, cuchillos, pistolas, sables, y también incluía una gran variedad de granadas y minibombas. El otro yo de Víctor fue acercándose hasta terminar de rodilla frente a él. Sin decir una palabra, aún con la risa anclada en los labios, con una de sus manos le acarició las mejillas empapadas por el agua. Víctor, con los ojos aún bien abiertos, lo vio levantarse para darle la espalda y encaminarse suavemente hacia la puerta, por donde se le perdió de vista. 87
Tres
El regreso
Sintió cómo una ráfaga de luz penetró hasta el fondo de sus ojos. De inmediato todo parecía haber vuelto a la normalidad, aunque ahora se sentía muy cansado, seguía estando de pie dentro de la poceta, enjabonándose. Algo que atrajo su atención fue aquella sangre que se desprendía de su cuerpo, una sangre casi seca que no le pertenecía y se le incrustaba bajo los poros y entre las uñas. Eliminarla era una tarea difícil. Para limpiarse del todo debió permanecer bajo el chorro de agua y estregarse con un paño más de una veintena de veces. Ya seco fue al cuarto. Allí, en el piso, presenció huellas de pies dibujadas con sangre, y en el comedor frente a la puerta de entrada alguien había escrito un cartel que en letras grandes anunciaba: LOS MATE A TODOS PORQUE ESTABAN EQUIVOCADOS. Víctor no conseguía comprender nada, continuaba nervioso y sorprendido. La claridad del sol atravesaba por las aberturas de las ventanas, para él la noche había transcurrido en escasos segundos. Era sábado sí, era sábado, eso creyó, pero no, era miércoles. Lo supo porque antes de comprobarlo en el almanaque que está tras la puerta del cuarto, encendió la radio y buscó Radio Reloj pero no pudo localizarlo porque todas las emisoras estaban fuera del aire. Solamente 89
consiguió ubicar su estación extranjera favorita, donde solía escuchar música en inglés. Allí estaba la deliciosa voz del locutor anunciando que era una espléndida mañana de miércoles, del año dos mil cinco. Y lo apagó de inmediato porque no quiso seguir escuchando. Indeciso se acercó a una de las ventanas que abrió despacio. Y fue una sorpresa. Del otro lado todo estaba desierto, algo inusual fue no ver a la gente andando por las calles, tampoco escuchó gritos ni malas palabras. Las adorables vecinas ya no estaban, tampoco sus hijos ni sus hombres. Víctor pensó que tal vez estarían tomándose un descanso, y prendió un cigarro.
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Cuatro
Un rotundo cambio de historia
Hubiese querido indagar, conocer que había sido de la gente, de los puercos, pero reconoció que así, sin tener conocimiento se sentía a gusto, ahora nada le resultaba más preciado que estar sumido en esa tranquilidad y el silencio, únicamente alcanzó a escuchar el zumbido de algunas moscas pero tampoco se les veía. De par en par abrió las ventanas, por primera vez lo hizo sin sentir desconfianza. Se convenció de que estaba solo y que la preocupación actuaba solo como un estorbo, respecto a la nota que le hicieron llegar, le ofreció un destino que creyó justo: el cesto de basura. Lo único que no podía apartar con facilidad de su mente, era aquel sitio bajo las cuatro patas de su cama, donde, hacía solo unos meses mantenía oculto el cuerpo de Ron Shkedi, allí lo había sembrado como se hace con una semilla, inconsciente, pero vivo. Lo hizo en aquella madrugada cuando tuvo la certeza de que volvería, pero no precisamente para llevárselo a Tel Aviv ni colmarlo de bienestar, o de esas ilusiones que renovarían su vida, sino porque había abandonado la cámara donde tenía cientos de fotografías, instantáneas que Ron Shkedi no podía darse el lujo de perder así por así, al tener en sus planes no regresar a la isla en mucho tiempo. Para Víctor hacerlo fue algo razonable, justo 91
porque en ese momento se sintió nostálgico, abandonado y demasiado triste. Solo vio las manos temblorosas del extranjero. Todo fue rápido, un acto en el que no existió la premeditación. No creyó tener fuerza para soportar otra despedida, aún recordaba a Irmeldo por lo que no podía tolerar otro pasaje similar. No deseó que todo lo vivido se convirtiese en una última vez o en un adiós definitivo, sin contar con posibilidades o esperanzas porque ambos pensaron de manera diferente. Eran de lugares donde se iba en sentido contrario, pero aun así quiso violar todas las trabas posibles, lo quería suyo, tenerlo por el resto de su existencia, para no olvidar el brillo de sus ojos, la piel dura y cobriza, el sexo vivo escarbando entre los muslos, esos besos que embriagaban tanto como su nombre. Claro que Ron Shkedi, por un simple olvido no pudo tomar el rumbo que había decidido. Fue en esa madrugada cuando Víctor, intentando ocultar el nerviosismo, salió a la calle a pagar un taxi, el cual sin pasajero alguno se fue en línea recta para darle un giro a lo que pudo ser otra historia.
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IV
Teníamos armada nuestra propia guerra, guerra en la que solo mediaban palabras, confesiones que de a poco adquirían el filo de las armas y nos sacaba la sangre de adentro, una sangre que no se dejaba ver pero estaba allí y nos pertenecía. Con cierto desdén y un cinismo de por medio, dijo que todo lo que yo había escrito era material inservible. Desde el sofá de la sala, a gritos me hizo saber que lo de más valor en toda esta historia no eran mis cuentos, sino su cuerpo y el buen uso que aprendió a darle, también a la boca y a esas miradas provocativas que como dardos lanzaba en el momento preciso a los encargados en valorar sus obras. Ahogada en una risa falsa, el llanto, y uno de esos shows de Laura que veíamos por televisión, se vanaglorió al afirmar que como escritor yo era un fracaso. «Ni siquiera puedes darte cuenta de lo malo que eres, tú solo serás eso, un fantasma» y mientras me soltaba una carcajada yo miré a la pantalla del televisor y vi como la simpática Laura presentadora entraba en la sala enfundada en un vestido color mamoncillo a medio muslo, saludando al público con su habitual sonrisa de colgate. Guiña un ojito y es como si nos invitase a estar allí junto a ella. Mira a la mujer que desde el sofá también lo hace con cara de santa, y esta nerviosísima, an95
siosa y confundida, lo sé porque no para de comerse las uñas ni de mover las piernas, la expresión de su cara ahora es una mueca que le impide disimular la cordura, aunque poco a poco se suaviza, cuando mira al frente donde están las cámaras junto a los camarógrafos que solo ella descubre. Sabe que en este momento miles de gentes que se interesan en husmear en otras vidas, conocerán de inmediato una buena parte de sus secretos. Justo en este instante Laura mira a mis ojos, sonríe, lo hace como si ya supiese todo lo que acontece en nuestras vidas. Sin apenas darnos cuenta nos encontramos sentados frente a ella. Diana permanece callada, y solo faltan unos segundos para que el esperado show inicie. LAURA: Dices tú que eres una mujer muy buena, que eres incapaz de serle infiel a tu pareja y que lo quieres mucho. DIANA: Sí, señorita, yo lo quiero mucho a él, señorita, y no quisiera perderlo, porque si él se va, qué va a ser de nosotras, señorita. LAURA: Sí, pero según tengo entendido, la relación entre ustedes se ha vuelto insostenible, se ha convertido en un volcán en erupción, y recordemos que en el medio de todo este embrollo hay una niña que está viviendo todo esto. He tenido la posibilidad de conversar con ella y por lo que me ha dicho, la notó muy confundida y triste, esto es algo que puede llevarla a sufrir un trauma, tú misma me comentaste que él no es el verdadero padre de la criatura. 96
DIANA: No, no, señorita, no es su hija, pero es como si lo fuera porque él la ha criado desde que nació, él ha sido su padre aunque biológicamente no lo sea, señorita. LAURA: Pero tú lo engañaste. DIANA: Señorita, yo no lo engañé, cuando nos conocimos, ya estaba esperando, solo tenía unas semanas, yo no quise contarle porque sentí un no sé qué, tenía miedo, señorita, miedo de que me dejara tirada como a un perro, ya sabe cómo son los hombres, señorita y como mis padres se habían ido del país y me dejaron sin nada y estaba muy sola, yo no quería quedarme así, señorita. LAURA: Pero lo engañaste, eso no tiene otra definición, y en ese momento en él solo encontraste un apoyo, una seguridad para tu vida y la del bebé, pero en realidad tú no sentías nada por ese hombre. DIANA: No, señorita, no, yo sí lo quería, si no le dije nada fue por él, porque lo primero que me comentó al conocernos fue que deseaba tener una linda familia, soñaba con tener un hijo, más que todo porque su madre se pasaba todo el tiempo sacándole en cara que nunca le había dado un nieto, entonces yo creí que si no le contaba nada hacía un bien, señorita. LAURA: ¿Y tú crees que eso fue correcto, embaucar a alguien de esa forma? Eso es el colmo vida mía, cómo puede ser posible que después de transcurridos ocho años tú te me salgas con que esa criatura no es hija de él, eso es algo muy, pero muy fuerte, ¿no?
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DIANA: ¡Pero señorita, lo que él me hizo es peor, lo que él me ha hecho es mucho peor, señorita. LAURA: vayamos por partes ¿Porque es peor? A ver, dame una explicación que me haga pensar diferente, porque acá tengo recogido que los dos llevan unos cuantos meses, casi va para un año que no mantienen relaciones sexuales y duermen separados, o sea que ustedes solo conviven pero no están juntos, todo no pasa de ser pura imagen para los vecinos y la sociedad, ¿no es cierto? DIANA: Pero yo lo quiero, señorita, ya no podría estar sin él, y ahora nos está exigiendo que nos marchemos de la casa. LAURA: Bueno, esa es su casa, tiene los papeles en regla, además de que tú misma le has dicho a la nena que él no es su verdadero papá y que por ese motivo se tienen que marchar a casa del papá verdadero que aún está muy enamorado de ti y que te espera con los brazos abiertos ¿no es así? DIANA: Sí, señorita, él todavía me busca, no me deja tranquila, me acosa constantemente pidiéndome que regrese junto a él, se lo he explicado a la nena porque no tenemos otro lugar a donde ir, pero no quiero dejarlo, quiero seguir al lado del hombre con el que me casé. Quiero seguir junto a él, ya no me importa nadie más, señorita. LAURA: Con esto quieres decir que no te importa en lo absoluto lo que él hace en la actualidad con su vida, ni en lo que anda envuelto.
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DIANA: Pues claro que me importa, señorita, él me ha engañado a mí, lo ha hecho todo el tiempo, señorita, no sabe toda la vergüenza por la que he tenido que pasar. LAURA: ¿Y con quién te ha engañado él? DIANA: De eso no sé, señorita, todo esto me agarró de sorpresa, lo único que puedo decir es que hace un par de días llegó a la casa una carta que yo misma recibí, señorita, venía del extranjero y traía su nombre, era para él, a mí me pareció un poco raro porque nunca habíamos recibido correspondencia de nadie y muchísimo menos del extranjero. LAURA: Y esa carta, ¿de dónde venía? Cuéntame. DIANA: Venía de Israel, señorita, y olía extraño, así como a flores. LAURA: Y tú, ¿abriste esa carta? DIANA: Sí, lo hice, señorita, y ahora me arrepiento una y mil veces, yo me sentí muy mal, porque ese hombre le mandaba a decir un montón de cochinadas, que lo extrañaba mucho, le recordaba momentos de cuando se conocieron aquí, y dice que viene a buscarlo. Luego saqué en cuenta y sí, porque por un tiempo él estaba muy distante de mí, muy cambiado, señorita, y se perdía de la casa. LAURA: ¿Y qué hiciste tú después de enterarte de todo ese asunto, porque es una situación bien difícil esta de enterarse por mediación de una carta que el marido de una nos ha cambiado nada más y nada menos que por un hombre.
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DIANA: Ese día lloré mucho, señorita, lloré mucho y esperé a que él regresara de traer a la nena de la escuela. Entonces le entregué la carta y se puso muy violento, nunca lo había visto de esa manera, comenzó a gritarme y a soltar palabrotas, lo lanzó todo al piso, señorita, entonces yo le fui encima porque me había roto un portarretratos que era recuerdo de mi mamá, y con las uñas le arañé su cara, ahí comencé a gritarle que se la cortaría para metérsela en la boca y hacérsela tragar, señorita... LAURA: Dios mío, pobrecita ¿Y él te golpeó a ti? DIANA: Sí, señorita, me golpeó muy fuerte, me agarró por el cuello y me lanzó contra una pared, después perdí la conciencia y cuando desperté ya estaba tirada en la calle y no recordé nada más. LAURA: ¡Por dios! Ahora yo te pregunto si tú te merecías eso, y si crees que se deba llegar a esos extremos y que la solución del problema sea esa. DIANA: Yo lo quiero, lo quiero mucho, señorita, y no quisiera perderlo, pero él me humilla contándome todo lo que hizo con ese sujeto, hasta le ha dado por escribir una novela en la que relata esa historia tan sucia, señorita. LAURA: No, no te me pongas así, mi amor, que aquí las cosas no se solucionan con lágrimas. ¿No te parece que en una situación como esta, tan enrevesada, lo mejor es terminarlo todo de una vez? Es evidente que él ya no desea nada contigo, no se puede obligar a una persona a
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que esté atada a otra por la que ya no siente ningún tipo de afecto, además, él te ha demostrado que no quiere saber de ti, tú misma lo has dicho, todo lo que te ha contado de su romance con ese extranjero, y las cosas que escribe de él, ¿no crees que con eso sea suficiente para decirle hasta aquí? DIANA: No, señorita, usted tiene que ayudarme, se lo pido de favor, tiene que comprenderme, ayúdeme se lo pido, yo sé que usted está en contra de los hombres y puede ayudarme, se lo pido, señorita. LAURA: No, no, mi vida, eso que dices no te lo permito, yo sí estoy en contra de los hombres que son malos, esos hombres que maltratan y atropellan a la mujer, pero no estoy en contra de los hombres buenos, y creo que existen muchos hombres por los que aún se puede alzar la mano. DIANA: Pero él es homosexual, señorita, es un desnaturalizado que me ha estado engañando y vaya Dios a saber desde cuándo lo hace. LAURA: ¿Y tú crees que porque sea homosexual es un tipo malo? DIANA: Es malo, es muy malo, señorita, él me ha golpeado, ¡por eso me las tiene que pagar todas! LAURA: Tú igualmente lo has hecho, y también lo has amenazado, ¿o no lo recuerdas? Qué pretendes, ¿ah? ¿Que se quede de brazos cruzados en lo que tú lo desangras? A mí en realidad toda esta situación me maravilla, porque tú me dijiste con la cara toda llorosa allá dentro antes 101
de salir aquí y sentarnos frente a toda esta gente que siempre le has sido fiel a tu esposo. DIANA: Sí, señorita, se lo dije, y lo repito, le he sido fiel todo el tiempo. LAURA: Bien, hay algo en lo que quiero hacer énfasis, porque es una situación que me preocupa, y no es solo para Diana es para todos, porque sé y tengo el conocimiento de que existen muchos casos como este. Por favor, cuando se llega a este límite es mejor concluir, si ya no hay amor es preferible tomar otra senda, es lo mejor para evitar esto. Él es un homosexual o un bisexual, da lo mismo, ahora lo que interesa es que te lo ha hecho saber con palabras y con hechos, es evidente que ya no siente nada por ti, por eso tú, como mujer, debes sentir un poco de amor propio, tú eres bonita, no estás gorda, te ves muy bien, por favor abre tus caminos, estás actuando de forma negativa, y estás haciendo mal, ¡entiéndelo! DIANA: ¡Él no sirve, señorita, es un sucio, no sirve! ¡El me las va a pagar! LAURA: Diana, escúchame, si no sirve como bien tú dices, ¡déjalo!... ¿No sirve por su homosexualidad o porque te ha dejado de querer y te ha dicho toda la verdad? DIANA: Es un homosexual, y es malo, señorita, todos ellos son una plaga, todos son iguales, son malos, yo le he sido fiel todo el tiempo, nunca he dejado de pensar en él y mire cómo paga, todo lo que me hace y me sigue haciendo, yo soy capaz de hacerle cualquier cosa, cualquier cosa, señorita. 102
LAURA: Sabes, ahora sí me has tirado encima un balde de agua fría, primero dices que es un sucio, luego generalizas al decir que todos los gays son malos y toda esa barbaridad en la que no estoy de acuerdo contigo, pero como es tu criterio y vivimos en un país libre donde todo el mundo tiene el derecho de pensar como le venga en gana, yo no digo nada y me quedo calladita. Ahora, te pregunto, ¿por qué no lo dejas, si es un homosexual, y es malo, y te ha hecho tanto daño, eh? ¿Por qué no te decides de una vez y te vas con ese tal Eduardo? DIANA: ¿Eduardo, y quién es ese, señorita?, no sé de qué me está hablando. LAURA: ¡Miren, ella no sabe quién es Eduardo! De verdad me sorprende que no sepas quién es. DIANA: ¡Señorita, le juro que no sé quién es ese Eduardo, es una confusión, no conozco a nadie con ese nombre! LAURA: ¡Pues bien, quiero hacerte saber a ti y a todos los que nos están leyendo porque este programa está saliendo simultáneamente por nuestra página en Internet, que acá hoy tenemos a alguien que nos puede hablar un poquito del tal Eduardo. Esa persona ha estado acompañándonos en el transcurso del programa, claro que no ha escuchado nada de lo que se ha dicho acá, y ahora se va a enterar de muchas cosas… ¡que pase, que pase la señora Martha, la mamá del esposo de Diana! Ella nos contará de ese otro hombre con el que Diana ha estado viéndose, ¡adelante!
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DIANA: ¿Qué dice, señorita Laura, eso es un error, no sé de lo que está hablando? MARTHA: ¡¿Qué le hiciste a mi hijo, víbora?! ¡¿Qué le hiciste a mi hijo?! Piiiiiiiiiiiiiiiii ¿¡Qué fue lo que le hiciste!? Piiiiiiiiiiiiiiiii… LAURA: Cálmese, señora, por favor, y vamos a tratar de no decir tantas malas palabras porque sería imposible continuar así. MARTHA: ¡Ella es una vividora, no sirve, señorita, es malvada y mentirosa, no tiene corazón señorita, exprime a mi hijo como si fuese una naranja, y lo tiene todo nervioso. DIANA: ¡No mientas, no mientas vieja mentirosa! LAURA: Por favor, respeto, que ella es una persona mayor, eh… A ver, señora, ¿me contó que su nuera engaña a su hijo y que lo está haciendo ya hace ocho años? MARTHA: Sí, señorita Laura, esta sanguijuela, piiiiiiiiiiiiiiiii, lo engaña. Lo hace desde que comenzó con mi hijo hace ya nueve años. LAURA: ¿Y cómo sabe que lo ha estado engañando durante tanto tiempo? ¿Y por qué no le dijo nada a su hijo al respecto? MARTHA: Porque la he visto con mis propios ojos, resulta que desde hace mucho está zorreando con el hijo de una amiga mía, la he visto y ella lo sabe, siempre me dijo que iba allí a hacerse ropas porque mi amiga es costurera y es la que siempre se ha encargado de hacerme mis arreglos, y como es muy amiga mía, no pudo aguantárselo y me dijo, Martita tú sabes que tu nuera está rondando a mi niño, imagínese,
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siempre hemos sido muy amigas y ella estaba muy apenada con todo este asunto. LAURA: ¿Y por qué no le dijo nada a su hijo, no le parece que lo mejor era decirle lo que sucedía? MARTHA: Iba a decírselo, señorita, juro que iba a decirle, pero esta víbora me pagaba con dinero para que yo no soltase la lengua. LAURA: ¡Dios santo, esto ya es el colmo! ¿No le dijo nada a su hijo porque ella le pagaba para mantenerla callada y continuaba acostándose con otro hombre que no es su hijo? MARTHA: Sí, señorita, sé que hice mal pero yo necesito ese dinero, desde que mi esposo murió yo estoy muy sola, señorita, ya estoy un poco vieja y el dinero apenas me alcanza…y esta es una piiiiiiiiiiiiiiiii. DIANA: Eso es mentira, señorita, lo que pasa es que desde que empecé con su hijo siempre ha estado en contra de nuestra relación, hasta dejó de visitarnos porque decía que yo era una perra, lo que no sabe es que cuando yo empecé con su hijo hice de él una persona porque ella lo tenía medio trastornado y enfermo. Ella es una loca, una loca, señorita, que no puede vivir sin tomar pastillas, es una drogadicta, señorita. MARTHA: ¡Loca es tu madre piiiiiiiiiiiiiiiii y la piiiiiiiiiiiiiiiii que te parió y el piiiiiiiiiiiiiiiii yo no soy una mentirosa, ella traiciona a mi hijo, lo traiciona piiiiiiiiiiiiiiiii, y si tomo medicamentos es porque los necesito para mis nervios. LAURA: Bien, acá hay algo que mostrar, y va a ser muy interesante para Martha, pero antes 105
de llegar a ese punto, yo quisiera que Diana le cuente lo que esta sucediendo entre su hijo y ella. MARTHA: Qué tiene que decir esta de mi hijo, ¿ah? Piiiiiiiiiiiiiiiii ¡¿Qué le hiciste a mi hijo, qué pudiste hacerle?! Piiiiiiiiiiiiiiiii… DIANA: ¡Es ridícula, es una vieja ridícula! Lo primero que tengo que decirte es que Víctor no es el verdadero padre de Lesbia, así que vete haciendo la idea de que ya no tienes nieta, ni tienes nada. Y lo segundo, lo segundo es que su hijito del alma, me los ha estado pegando con otro hombre. ¡Y entérese, no lo voy a dejar, no lo voy a dejar por nada del mundo, aunque se vaya a vivir con ese hombre a la casa no lo voy a dejar, no lo abandonaré como tú lo hiciste, porque yo lo quiero! LAURA: Por favor, cálmese, sé que una situación como esta es muy difícil de entender, más para una madre que es toda ternura y confianza, enterarse de algo así en público es de verdad algo muy duro, pero es una realidad y tenemos que afrontarla. MARTHA: Es mi hijo, señorita, está hablando de mi hijo, ¡¿él es un piiiiiiiiiiiiiiiii?! LAURA: No, no, señora, su hijo, no creo que sea enteramente homosexual, que yo recuerde y si no me equivoco, en la escala de Kinsey él debe pertenecer a los del grupo dos, o sea, que su hijo es aún un heterosexual con frecuente sexo homosexual, aunque con posibilidad de pasar a los de la escala seis, que sí son homosexuales por completo, pero esto... 106
MARTHA: No, no entiendo, cómo es posible, ¿mi hijo se acuesta con otros hombres? Eso no lo puedo creer, señorita. ¿Por qué tiene que sucederme algo así, por qué a mí? Hubiese preferido cualquier otra cosa, pero un homosexual señorita, mi hijo es un piiiiiiiiiiiiiiiii, y tampoco tengo nieta, no tengo nieta. ¡Todo esto es una falsedad, señorita, me quieren volver loca! LAURA: Escúcheme, señora, y contrólese, por favor, tampoco creo que sea el fin del mundo, hoy en día la homosexualidad, en muchos países es vista como algo normal, es casi un esnobismo, existen millones de gente con este tipo de inclinación, hay personalidades muy importantes de la cultura que anuncian abiertamente su homosexualidad. Ya sé que es un poco fuerte enterarse de esta manera, pero recuerde que se trata de su hijo, y una buena madre, debe ser… MARTHA: ¡Pero mi hijo no es Ricky Martin, señorita! Ya yo no tengo hijo, esta situación es absurda y no la puedo aceptar, señorita, no lo puedo creer, si su padre estuviese vivo, lo mataba, lo mataba, señorita, yo hubiese preferido recibir cualquier otra noticia, tal vez si hubiese sido un delincuente, un violador o cualquier otra cosa, pero mi hijo es un, un piiiiiiiiiiiiiiiii, no sé si podré perdonárselo, ni siquiera tengo ganas de volver a mirarle a la cara, no puedo con esta noticia, no puedo, señorita! DIANA: ¿Se da cuenta, señorita Laura? ¿Cree que ella es una buena madre? No, no es buena, una madre en primer lugar no deja solo a su hijo como ella lo hizo, que lo mandó a vivir
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solo. Una madre de verdad no reacciona de esa manera. LAURA: Tú ahora, Diana, te me quedas quietita y, por favor, miren hacia allá, que acá esta la sorpresa, ¡que ruede el video! DIANA: ¡Yo no soy esa, señorita, yo no soy esa! MARTHA: ¡Sí, es ella!, es ella, y ese no, no, ese no es Eduardo, ¡maldita, quién es ese otro hombre! Piiiiiiiiiiiiiiiii. ¡Por eso mi hijo está así, es tu culpa! Piiiiiiiiiiiiiiiii… ¿Con cuántos te has acostado, con cuántos, eh? Piiiiiiiiiiiiiiiii… ¿Cómo puedes hacerle eso? DIANA: ¡Tú no hables, tú no digas una palabra, que no quieres a tu hijo, nunca lo has querido por eso te fuiste de su lado, porque tenías a otro hombre y sabías que él no lo iba a aceptar porque estabas engañando a su padre antes de que se muriera, sucia, antes de que el viejo muriese ya le pegabas los cuernos! MARTHA: ¡Mentiras, mentiras, no quieras cambiar las cosas! ¡¿Qué estás haciendo en ese video, dime?! ¿Quién es ese hombre? ¡Habla maldita! Piiiiiiiiiiiiiiiii ¡Habla! LAURA: ¡Silencio, silencio! Ya paren de berrear, el programa está llegando a su fin, y parece que no vamos a llegar a un entendimiento porque las dos están relocas, todo esto es como el juego de la soga en el que cada uno hala por su lado. Quiero que me presten atención, y abran un poquito sus entendederas, espero que las dos sean capaces de darse cuenta de las cosas, les pido de favor que actúen según sus conciencias. A ti Diana por ser y comportarte 108
como una persona que al parecer no tiene la facilidad de razonar como Dios manda, te digo que dejes libre al hijo de la señora y que te vayas con el padre de tu hija, o con cualquiera de esos otros con los que te has enredado y… DIANA: ¡Yo no lo voy a dejar, señorita, no lo voy a dejar porque él es el hombre que me gusta, no lo voy a dejar! LAURA: ¡Silencio, no te das cuenta de que eres una empecinada, una burra reburra! Quiero recordarte que tienes una nena, y ella está en el medio de todo este embrollo, ¿sabes qué? Que te la puedo mandar a quitar por daño psicológico a una menor. Esa es tu hija, no hagas algo por lo que después tengas que arrepentirte, si el verdadero papá te quiere, aprovecha la situación y vete con él. Recuerda que un hijo es para toda la vida, esto también va con la señora, y punto, no tengo más que decirte. Ahora a Martha le digo que… MARTHA: Ella no vale, señorita, es una mala mujer y ha destrozado a mi hijo. Es una… piiiiiiiiiiiiiiiii. LAURA: ¡Se me calla, y no me interrumpa, y compórtese! ¿No se da cuenta? Desde que entró a esta sala no se ha cansado de decir palabrotas y el pito no ha parado de sonar. ¡Bien, así está mucho mejor, calladita! A la señora le digo que no se debe hablar de traición cuando la primera en traicionar a su propio hijo ha sido usted misma ocultándole durante tantos años que su nuera se vea con otro hombre, y que para rematar cobraba por el servicio de 109
quedarse en silencio, veremos si después de que su hijo sepa todo esto quiera mirarle a la cara. Y le digo más, ya es una mujer, ¿no?, ¿Cuántos años tiene? MARTHA: Cincuenta y ocho, señorita. LAURA: No olvide Martha que ya es una mujer grandecita, y que en poco tiempo tal vez necesite de alguien para que la ayude a hacer mandados, buscarle alguna medicina o lo que sea. ¿Y qué es lo único que tiene? ¿A quién va a recurrir cuándo esté sola en la vida y ya no pueda valerse por sí misma?... MARTHA: ¡No tengo a nadie, señorita, no tengo a nadie! LAURA: ¡Claro que sí tiene, lo tiene a él, a su hijo, y sabe, me da gran tristeza saber cómo piensa respecto a su hijo, y eso que ha dicho anteriormente de que preferiría un asesino o un delincuente es algo que considero descabellado, señora, porque él no pidió en ningún momento que lo trajeran así al mundo, en un principio es una madre la que asume la maternidad! ¿Y si le hubiese nacido sin brazos, lo hubiese tirado en el primer callejón que encontrase para dejarlo morir? No, claro que no, señora, porque una madre no deja morir a sus hijos. Yo soy madre y sé bien lo que significa un hijo. Porque él tenga inclinaciones sexuales diferentes a la que nos inculcan desde que nacemos ¿va a dejarlo de querer? Sería muy duro que su propia madre le dé la espalda por un simple gusto sexual. ¿No le parece? 110
Lesbia no es mi hija, no me pertenece, ella misma una tarde, bajo la sombra de los almendros, comiéndose los corazoncitos de la fruta, y con las hojas secas cayendo a nuestros pies, se lo arrancó de la boca, tenía la costumbre de prestarle atención a lo que Diana decía para luego repetirlo todo al dedillo, hablaba de más porque como niña desconocía las consecuencias. No consigo olvidar la manera en que miró a mis ojos, fue la primera vez que descubrí en un ser tan inocente y frágil, el odio brotándole por todas partes. No tuvo necesidad de abrir los labios para hacerme saber todo lo que transitaba por su cabeza. Pero no todo es dolor, sé que la infelicidad le deja un espacio a la alegría, y hoy, después de tantas confesiones ha llegado el equilibrio, gracias a Dios que es sabio y sabe resarcirnos en el momento preciso. Estoy más calmado, es una paz que llega y se posesiona haciéndome sentir liberado de toda culpa. Ya poco importa que Diana llore y pida perdón por todo lo que ha dicho, sé que tampoco yo he tenido un mínimo de compasión, cuando con la sangre helada le leí en voz alta el capítulo final de esa novela que momentáneamente había dejado inconclusa, hasta que apareció esa carta donde rezaban mi nombre y el suyo: Ron Shkedi, era su carta escrita de la mejor manera, en un español difícil, pero entendible. Sabía que el sabor de la maldad no era la gran historia, desde un inicio lo que me interesó más allá de que fuese leída como algo extraordinario, era hacerles saber a 111
todos que era un relato que me pertenecía por entero, cada renglón salía a flote sin manchas de falsedad, no me preocupé por la verosimilitud, simplemente eran personajes reales que rondaban por mi mente, bastaba con saber que era una fiel descripción de mi mundo, ese, que visualizaba dentro de mí y que desde niño supe inventarme, no con soldados de plomo sino con muñequitas de biscuit y sus vestidos color rosa, un lugar demasiado insulso, recubierto de vidrios por donde me era casi imposible hallar una escapatoria. Casa de espejos en los que se reflejaba una cara que nunca creí mía, y un mal cuerpo armado de músculos que desde un principio negué y que debí aceptar para ser hipócrita conmigo mismo, y con todos, siempre escuchando una voz renaciendo desde el fondo de un gigantesco pozo ciego, y que llamé la voz del censor: camina despacio y no muevas así tus caderas, no gesticules tanto con las manos, habla en voz alta y fuerte. Haciéndome pensar todo el tiempo que lo más importante en la vida era la apariencia que cada cual debía brindar de sí mismo a la gente. Por eso tenía que hacerles creer que yo era una copia casi perfecta de los demás hombres. Diana está recogiendo todas sus pertenencias, camina del cuarto a la cocina y vigila lo que hago, no ha podido aguantar tanta discordia, tampoco quiere que le cuente a todos los vecinos lo que ocurre con nosotros, cuántas verdades ocultas. Nunca llegamos a conocernos del 112
todo. Al menos ya no desconoce que en estos años no fue mía como creyó, o le hice creer. Cada vez que ella me prodigaba caricias, eran otros los brazos, y siempre que se desnudaba era otro el cuerpo y mi deseo, ni siquiera el sabor que sentía dentro de su boca era el de una hembra. Diana, le dije, estamos hechos para vivir de los recuerdos, tenemos el privilegio de inventarnos otra vida tan dulce, como la que se sueña. Por un instante, cuándo salió del cuarto nerviosa, vi la expresión de su cara y no pude apartar esos ojos enloquecidos de donde saltaban unas lágrimas llenas de rencor. Esos ojos en los que se reproducían imágenes que guerreaban por escapar de dentro de ella, pertenecientes a aquel capítulo que ella había memorizado y en el que aparecía yo, hincado de rodillas, escarbando como perro en el fango, tratando de sacar al extranjero de aquel foso repleto de cuerpos; amores de una sola noche, a los que no le había hallado un lugar más conveniente. Todos aquellos hombres que llegaron como canciones que acaban pronto y que en su momento solo sirvieron para alimentar el espíritu y devolverme a Diana satisfecho. A él lo saqué de allí para que recuperase la frescura, y despertarlo de esa muerte absurda que no merecía. …Toda una vida yo estaría contigo, no me importa en qué forma, dónde ni cómo, pero junto a ti… Cantaban en la radio, cuando Lesbia salió muy asustada del cuarto, y a puro grito decía que su mamá estaba loca. También yo grité que 113
era una loca, y me levanté de la mesa tirando al piso papeles y libros, pidiéndole que lo pensara, que no lo hiciera. Tal vez me hubiese alcanzado el tiempo para huir al balcón y allí encerrarme, pero todo sucedió con la rapidez de un acontecimiento que no se espera y Diana no se detuvo. …Toda una vida, yo estaría contigo… Y no pude hacer otra cosa que quedarme inmóvil frente a ellas, encharcado de la cabeza a los pies. …no me importa en qué forma dónde ni cómo, pero junto a ti… Destilando olor a gasolina y ropa quemada. Pude ver cómo las llamas hacían un extraño contraste de colores que según la rapidez con que movía la cabeza cambiaban del tono bermejo al anaranjado. De inmediato comencé a sentir un calor demasiado profundo que se pegaba a la piel. Tras de mí escuché gritos y la música. …Toda una vida, yo estaría contigo… Con las manos, comencé a darme palmadas sobre la cara para intentar apaciguar el fuego, pero no dejaba de arder. Quise salir, ir a la playa, al agua, no supe si me alcanzaría el tiempo, no podía pensar, corrí hasta la puerta, frente a mí se atravesó Lesbia, y solo sé que lloraba. Sobre el picaporte dejé olvidadas las yemas de los dedos, y no sentí dolor. Me volví, y casi sin poder distinguir bien su cuerpo, la cargué en mis brazos y la abracé con todas mis fuerzas, 114
escuché más gritos, eran los de la loca que se entrecruzaban con los de mi niña. …Toda una vida, yo estaría contigo, no me importa en qué forma, dónde ni cómo, pero junto a ti… La loca gritaba: «!Que los apaguen, que alguien los apague, coño! ¡Que los apaguen!» Y cuando Lesbia estuvo más tranquila, me la arrebataron. Seguí bajando escaleras hasta llegar casi sin aliento a la calle. Ahora precisaba ir al mar, correr, hacerlo mientras no hubiese dolor. Continuaban los murmullos de la gente, y otros que no paraban de dar gritos y más gritos. Hasta que al rato, todo se quedó en silencio, y ya no corrí más, cuando frente a mí renació una ciudad inmensa hecha de luces que se perdían a gran distancia, allí ya estaba Lesbia, comiendo corazoncitos bajo un almendro, se veía feliz, retozando entre las hojas con su vestido blanco. no tardé en volver a ver a la Verónica junto a sus amigas que llevaban ropa y peinados de fantasía, iban montadas encima de una carroza y bailaban al ritmo de una música alegre, desde allí lanzando al aire plumas y confetis me saludaron. Yo tomé rumbo al mar, y a mitad del camino lo vi venir, era él, Ron Shkedi, sonriendo. Lo presencié como el primer día, llevaba el pelo suelto cayéndole en cascada sobre los hombros. «Al fin ya estás aquí», le dije, y ofreciéndole mi mano fuimos hacia la orilla de la playa, allí, cerca de los arrecifes nos miramos, y no supimos hacer otra cosa, que darnos el beso más largo de nuestras vidas. 115
Historias que se entrecruzan, homosexuales que viven su pasión en contra de la hipocresía social, homosexuales perseguidos por la policía, la televisión, lo lírico, el qué dirán. Homosexuales que se autoparodian a sí mismos y se travisten. Homosexuales que gritan, violan, buscan a su Agrimensor; que se esconden de su familia y devienen – casi con risa – su propia familia… La nueva novela de Nonardo Perea más que un texto en sí es fragmento de un proyecto mayor. Un proyecto que incluye fotos y cine. Un proyecto que, por su mezcla de violencia, eros y kitsch, nunca ha tenido mucho recorrido en Cuba. País eminentemente machista, como sabemos todos. Anestesiado por su falsa moral y pseudocarnaval. País cero.
fra.cz
Cover © Nonardo Perea, 2017
Photo © Nonardo Perea, 2017