ESPECIAL NIEVE
CUMBRES NEVADAS Confesiones de un masoquista dispuesto a soportar todos los peligros y molestias que entraña la práctica del esquí para terminar rendido a sus encantos en Courchevel, Aspen o el Vall de Arán. TEXTO FERNANDO SCHWARTZ
ESTA MANÍA DE ESQUIAR ES UN PERFECTO EJERCICIO de masoquismo: se va a una montaña lejana en la que hace un frío inabordable (le recuerdo, querido lector, que la temperatura ideal para esquiar a gusto suele rondar los 5 grados bajo cero). Llegado allí, no sin antes poner las cadenas en los neumáticos para no patinar en el hielo de la carretera (¿ha puesto usted cadenas alguna vez a 10 bajo cero y en la oscuridad?), se deben descargar el maletero y la baca de botas, esquís, palos, trajes de nieve, calzoncillos térmicos, rodilleras (la anterior temporada nos dejó con las rodillas hechas polvo), guantes, pasamontañas, gafas antivaho que de todos modos se empañarán. Si hay mucha suerte, podrá levantarse la mirada y contemplar la luna llena brillando gélida allá arriba (si es la primera del año, será la que se conoce como wolfmoon, la luna de los lobos: quiere la leyenda que, en ese primer instante, levanten la cabeza y aúllen saludando al diablo; una bobada como otra, puesto que a esa hora los lobos duermen pacíficamente y no piensan en el demonio tenebroso). Si se es propietario, hay que
calentar la casa con el abrigo puesto. Y no acaban ahí los dolores. A la mañana siguiente, bien temprano para no perder el tiempo en fruslerías inútiles que distraigan del objeto principal de la vacación, se viste uno con todas las capas térmicas requeridas hasta parecer el muñeco Michelin, el célebre Bibendum, Bib. Luego se desayunan cantidades ingentes de huevos fritos con beicon, lo que nunca se hace el resto del año, que garantizan la acidez de estómago durante la mayor parte del día. Se sale a la calle helada con las botas, más grilletes que botas, apretando los tobillos y aplastando los dedos de los pies, cosa también distinta del resto del año, durante el que calzamos mocasines Tod’s blandos. Cuando finalmente se llega a la silla que ha de subirle a uno a la montaña, se le va a helar sin remedio la punta de la nariz. En mis tiempos de fumador, era el momento del pitillito de la mañana. Una gloria. Y ahora entra el concepto ‘moda’. No puede uno aparecer en las pistas si no está correctamente ataviado. Por ataviado entiendo que es preciso ir como un figurín de Vo-
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En la página siguiente, el empresario y magnate italiano Gianni Agnelli, esquiando en la estación de Saint Moritz, Suiza, el 24 de diciembre de 1976.