Luz y Tinta Nº 130

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Nº 130 — Enero de 2023

De año en año

Acabamos de dejar atrás el año 2022. Iba a escribir el “inolvidable” años 2022, pero inolvidables son todos los años, sobre todo cuando uno peina canas —en mi caso, solo canas—, y más cuando vienen marcados por algunos sucesos reseñables en las crónicas de fin de año y en la memoria colectiva. Así, 2022 será para muchos el año en que la selección española de fútbol, con Luis Enrique al frente, no dio la talla en el Mundial de Fútbol —vae victis!—, mientras que otros recordarán el fallecimiento de Isabel II de Inglaterra y el ascenso al trono de su jubilable hijo Carlos acompañado de Camilla. Algunos, alejados de los fastos del deporte y del corazón, se lamentarán del alarmante repunte de la violencia machista y todos, indiscriminadamente, nos acongojaremos ante la subida desbordada y desbordante de los precios de los carburantes y los alimentos básicos, a pesar de los afeites del IVA, con su repercusión inmisericorde sobre nuestras carteras y tarjetas de crédito.

En los predios exteriores no será difícil olvidar la guerra de Ucrania, cada día más encrespada y más cruenta, y la victoria en Brasil de Lula da Silva tras un amargo purgatorio (cuando escribo resuena en las primeras páginas el asalto de algunos seguidores de Bolsonaro a las sedes de los tres poderes brasileños, emulando el asalto al Capitolio de los seguidores de Trump, en una demostración por parte y parte de que saber ganar y saber perder no está al alcance de todos).

Y todo ello para hacer un resumen apresurado y personal, un resumen en el que faltan los principales nutrientes de mi propia vida: los aspectos culturales, la inmersión literaria y estas páginas de LUZ Y TINTA que marcan a fuego el calendario de mis compromisos.

Por ello, en el hipotético caso de que escribiera una carta a los Reyes Magos, como alguna vez he hecho, les pediría a sus majestades de Oriente que mi libro Onofre, la gran olvidada siga con el viento de popa, navegando a buen ritmo. Y por cierto, alguna vez, venciendo la pereza que me atenaza (y eso que prometí cacarear nuestros logros), tendré que informar en estas páginas de la marcha de este libro que tantas satisfacciones me está dando.

Les pediría también a los magos que LUZ Y TINTA se mantenga como hasta ahora, mejorando si es posible y abriendo sus páginas a un mundo artístico, literario y fotográfico que, por las convulsiones que mencionaba en el inicio de esta presentación, muchas veces queda escorado y oscurecido, reservado a momentos en que la angustia o la preocupación pueden esquinarse.

Y por último, les pediría a los Reyes Magos de Oriente, y no es petición baladí, que se restablezcan mis relaciones personales con Claudio Serrano, al que he dado las explicaciones pertinentes y al que, por ello, he recuperado para este número, y ahí le tenemos de nuevo comentando las fotos con que Elena del Rivero inicia su colaboración con esta revista. ¿Pelillos a la mar, Claudio?

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Francisco Trinidad

Dibujo de Portada: Isaac M. del Rivero

6 Entrevista a Isaac M. del Rivero

Francisco Trinidad. Un día perfecto

Gloria Soriano. Orexia

Laudelino Vázquez. Crepitar

Monchu Calvo. Recuerdos de Balquemau

Juan Depunto. El tiempo pasa 64 Arturo Vigil 96 Elena del Rivero. Atrapadas 112 Myke Reyfman. Montañas de Rhyolite 140 Ali Sabehi 156 Daniel Kordan. Japón 182 Fabeha Monir 192 Patrick Cariou 208 Lurdes R. Basolí

PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González

Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com moldeandolaluz.com

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Número 130 Enero de 2023
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otro punto de vista, por valetin

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foto del mes
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Foto: Elena del Rivero

Entrevista a Isaac M. del Rivero

El dibujante Isaac M. del Rivero, de reconocido prestigio internacional, es hijo del también dibujante e historietista Isaac del Rivero, recientemente fallecido, aunque sus estilos y trayectorias son muy diferentes. En esta entrevista, Isaac del Rivero, hijo, se adentra en su historia personal y nos da conocer sus métodos de trabajo.

—¿Cómo fueron tus primeros pasos en el mundo del dibujo?

—Revisando los pocos dibujos que conservo de mi infancia, aprecio que no hay demasiadas diferencias, ni en técnica ni en temática, al compararlo con otros los de otros niños y niñas de mi misma edad. Trataba de representar la realidad que me rodeaba y todo aquello que me llamaba la atención. Conservo un dibujo de un taxi en el que se aprecia mi desconocimiento de que giraba gracias a las ruedas, así que lo representé plegando la carrocería, de tal forma que la perspectiva dejaba visibles la parte frontal y posterior del vehículo en la misma imagen.Dibujaba de todo, cromos que recortaba y pegaba en cuadernos con forma de álbum, si veía una película trataba, al llegar a mi casa, de representar a los personajes y, ¿cómo no?, también dibujaba tebeos cuándo ni siquiera sabía escribir.Mi juego favorito era dibujar, pintar y modelar en plastilina, y por reyes y cumpleaños siempre esperaba que me regalaran papel y pinturas.Ya en el colegio tenía fama de ser buen dibujante y en muchas ocasiones cambiaba mis dibujos por canicas, cromos, ciclistas o conguitos. Iba a un colegio de curas y masculino, por lo que en muchas ocasiones mis compañeros me pedían dibujos de chicas desnudas que yo amablemente cambiaba por la solución de los problemas de matemáticas que nos ponían como deberes. Mi conocimiento de la anatomía femenina era muy precaria.

Afortunadamente mi familia, por parte materna, era de Madrid y eso me permitió en varias ocasiones apreciar el arte del desnudo de la mano de Rubens o Goya en el museo de El Prado. Cuando entré en la adolescencia hice parte del bachillerato por libre para dedicarle más tiempo a mis lápices. Recuerdo que en cuarto de bachillerato me presenté por libre a los exámenes finales y suspendí todo… hasta el dibujo. El profesor, Alejandro Mieres, me explicó que en la parte artística me ponía un diez, pero en el dibujo técnico un cero, por lo que no podía aprobarme la asignatura. Y razón llevaba. Yo iba de sobrado, ni siquiera llevaba compás o escuadras y me vino muy bien. Algunos años después Alejandro y yo nos echamos unas risas hablando de ello.

¿Y en el cómic?

—Yo iba compaginando los estudios de bachiller con la publicación de cómics en los suplementos de periódicos que coordinaba mi padre. Al principio yo hacia el lápiz nada más y a su vez también colaboraba en fanzines como El Wendigo. Mi dibujo era muy tosco y con problemas de proporción y perspectiva; quizás destacaba algo en la planificación, pero estaba claro que necesitaba formación. Aún así tenía dudas de si meterme a estudiar cine, pues al igual que el comic es un medio narrativo que utiliza la imagen como elemento primordial. Al final me decanté por bellas artes. El plan antiguo contaba con materias que me iban a ser muy útiles (anatomía, perspectiva, paisaje, modelado, …) Así que en los dos últimos cursos de bachiller y COU me puse las pilas y aposté por estudiar más, con el fin de marchar al Madrid de Tierno Galván. Allí en la facultad, de noventa alumnos por curso, solamente dos teníamos en común lo de hacer cómics, no obstante, el gusanillo de la pintura estuvo rondando por mi cabeza en múltiples ocasiones. Mis primeros pasos fueron bastante duros. El concepto de historieta que yo llevaba en mente no iba con los tiempos de la movida y la línea clara. Tampoco interesaba al formato tradicional como el de las publicaciones de Toutain. Por otra

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Curriculum de Isaac M. del Rivero

Nació en Gijón el 17 de Febrero de 1957. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de San Fernando de Madrid (1981). Actualmente es profesor de dibujo de enseñanza secundaria en el Instituto El Piles de Gijón. Su actividad docente la comparte con la de ilustrador y dibujante de cómics.

Sus cómics e ilustraciones han sido editados en periódicos como La Voz de Asturias, Ya, El Comercio, El Norte de Castilla. Ha colaborado con ilustraciones y portadas para las colecciones S.O.S. y Unicornio de la editorial Jucar. Ha trabajado para la revista Eureka de la editorial Corno, Italia. Crea los personajes “Tani, Sabel, Tapón y el Mago Xuan Tizón” para la revista Tapón de la Caja de Ahorros de Asturias. Dibuja “The Punisher” con guión de Richard Radney para Marvel U.S.A.

Para Planeta y con guión de Juan Carlos Cereza, dibuja la serie “Las guerras del purgatorio”, “Juegos peligrosos” y “Nit”. Para la editorial Dude y con guión de Roy Thomas, dibuja la adaptación de “Carmilla”.

Dibuja un par de episodios de “Conan” para la editorial Planeta, con guión de J. C. Cereza.

Colabora como ilustrador con la editorial americana SQP.

Para la Autoridad portuaria de Gijón, guioniza y dibuja “La historia del Puerto de Gijón en Cómic”, “El Musel 1907” y diseña la mascota Muselín del Puerto.

Adapta al cómic la novela “La aldea perdida” de Palacio Valdés, editada por el Ayuntamiento de Laviana.

Ilustra el Libro “The cup in the forest” de Anne Collins editado por Penguin Active Reading.

Dibuja y guioniza el cómic de la historia del Real “Sporting” de Gijón.

Dibuja el episodio de “Nostradamus” para el álbum “Contes & légendes des regions de France. Provence” de la editorial Soleil, Francia.

Para la misma editorial dibuja los lápices del álbum “The Transsibérien” de la colección “Trains de légende”.

También ha trabajado en publicidad, realización de story boards, vídeos pedagógicos, video-juegos y televisión.

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parte los suplementos de los periódicos iban cerrando y mis discusiones con Arbesú, el director del fanzine El Wendigo y autor de los guiones que yo dibujaba, hicieron que rompiera definitivamente con el equipo de El Wendigo y esto llevó a su vez que se truncara la posibilidad de seguir colaborando con Italia en la revista Eureka. Mis primeros pasos no siempre fueron hacia delante.

—¿Podemos hablar de influencia de tu padre o has seguido una carrera personal? —Mi padre me creó un ambiente propicio. En mi casa siempre había tebeos. Mis primeras lecturas (visuales) marcaron mi vocación. Cuando todavía no había aprendido a leer, ya llegaba a la estantería donde se encontraban los clásicos de la edad de oro del cómic americano editados en España por Dólar. Empecé por los de lomo azul: Rip Kirby de Raymond. Luego los de lomo amarillo: Juan el Intrépido (Johnny Hazard) de Frank Robbins. Seguidamente el lomo rojo: El Príncipe Valiente de Harold Foster… Hasta que cumplí los siete años, mi padre tenía su estudio en una habitación de la casa. Ese era mi rincón favorito y cuando él no estaba trepaba por su taburete para terminar con el lápiz algún detalle que dejaba sin rematar. Por allí pasaban dibujantes como Robert o Naves y gente del cine y los tebeos. Cuando ya llegaba a la altura de la mesa de dibujo, observaba sus manera de trabajar y pronto me ponía a su lado para enseñarle mi último garabato. Solía hacerme muchas correcciones, sobre todo las manos que se me daban bastante mal. Fueron momentos muy felices para mí. uando cumplí los 12 años mi padre trabajaba en su propia agencia de publicidad: Publirama. Y allí, cuando las vacaciones escolares lo permitían, pasaba las horas. Ya tenía mi propia mesa y un año después publiqué mi primera historieta como dibujante de lápiz. Mi padre lo pasaba a tinta y escribía el guión. Tres o cuatro años después me encontré elaborando el proceso completo y empecé a ser consciente de que mi padre y yo teníamos estilos diferentes, tanto en dibujo como en narrativa. Mi padre era más de trazo corto, a veces puntillista, con muchas referencias fotográficas y a nivel narrativo de encuadres muy cercanos y con diálogos, para mi gusto, demasiado cargados. Yo estaba en el polo opuesto, pues mis dibujos eran de trazo largo y mancha. Me gustaba trabajar del natural o de memoria y a nivel narrativo siempre procuré ser muy ahorrativo con los primeros planos y con los diálogos. Eso era motivo de muchas discusiones enriquecedoras entre nosotros.

Has sido profesor de dibujo en varios institutos. ¿Alguno de tus alumnos sigue tus pasos?

—Actualmente estoy jubilado de la enseñanza y tras treinta y cuatro años de servicio como profesor de dibujo, diseño, plástica, imagen y audiovisuales, (que son las materias que me tocaba impartir), espero haber puesto los suficientes granitos de arena como para que mis pupilas puedan ver a mis pupilos y pupilas seguir sus propios pasos. En estos años traté de enseñarles no solo a dibujar y a confeccionar o leer imágenes; espero que vean en mí a un educador que les ayudó a visualizar diferentes rumbos a seguir. Efectivamente, me consta que una pequeña parte de mi alumnado desarrolla trabajos relacionados con mi disciplina, pero también espero que, aunque no la utilicen en su vida profesional, ésta les sirva en su que hacer diario y les sea útil para disfrutar mejor del mundo que les rodea como buenos y solidarios ciudadanos.

Has colaborado con editoriales de prestigio como Marvel o Planeta. ¿Cómo llega un chaval de Gijón a estas colaboraciones, digamos, internacionales?

— Cuando comencé mi labor docente llevaba una temporada trabajando como ilustrador para la editorial Jucar y colaborando con distintas publicaciones regionales, entre ellas la revista Tapón. Contactar con Marvel me abrió las puertas para trabajar en un mercado mucho más amplio y disperso, tanto a nivel nacional como internacional. Hubo un antes y un después de aquello. Me sirvió también como estímulo; a partir de entonces empecé a tener más confianza en mi trabajo y me abrió bastantes puertas. Además, mi reputación en mi instituto subió muchos puntos ante un alumnado aficionado a los

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A la izquierda, uno de los dibujos de Isaac M. del Rivero durante sus estudios de Bellas Artes

cómics de Marvel. En un viaje de estudios se encontraron un Punisher dibujado por su profe de plástica en las estanterías de una librería de comics de Chicago. No fue fácil mi contacto con Marvel. Hubo un par de culpables que hicieron posible llegar a conseguirlo. El primero fue el dibujante Chiqui de la Fuente al que conocí aquí en Gijón en el primer festival del cómic. Y con el que coincidí también en el Festival de la Bande Dessinée de Angoulême, lugar en el que no pude enseñar mi trabajo, pues perdí durante el viaje mi carpeta cargada de los originales de las primeras páginas de El Sureño, pero eso es otra historia. Volviendo a Chiqui, al ver mis cómics en la revista Tapón, en la que él también trabajaba, me recomendó que fuera a la Feria del libro de Bolonia, él solía acudir todos los años. Allí se encontraban editoriales de todo el mundo y, como no era una feria de comics, no encontraría demasiada competencia en mi campo. No me acababa de decidir y si no fuera por el empujón de mi mujer, Marlen, me hubiera quedado en casa. Así que hicimos las maletas, cerramos carpetas (bien cerradas, no como en Angoulême) y nos fuimos a Bolonia. Allí, Marvel tenía su stand. En mi carpeta no llevaba nada de superhéroes por lo que no me parecía oportuno enseñarles mi trabajo. Fue el segundo empujón de mi mujer el que hizo que Don Daley , editor de The Punisher se encontrara de frente con mi carpeta abierta y los originales de El Mago Xuan Tizón. Me ofreció trabajar con The Punisher, que le hiciera una prueba de un par de páginas y que se las mandase a Nueva York. Llegué a Quintes, dibujé las pruebas, las envié a Marvel y al cabo de un par de semanas en mi buzón tenía una carta con un dibujo de Spiderman. En ella me ofrecían una tarifa por página dibujada a lápiz y tinta. Si aceptaba me mandarían un guión. Acepté, claro está. Pero pasaban los meses y el guion no llegaba. Tercer empujón de mi mujer y nos fuimos a Nueva York con mis hijas de vacaciones y de paso a por el guion prometido. Llegamos la familia al completo a las oficinas de Marvel, sin cita previa y sin apenas saber inglés. El editor adjunto hablaba español y mientras esperábamos a Don Daley nos enseñó los estudios. Por fin vimos a nuestro editor. Sacó de un cajón el guion escrito por Richard Radney, nos lo dio y después de celebrarlo nos volvimos a España a seguir celebrándolo y … a dibujar The Punisher. En Planeta fue mucho más sencillo. Nuestro contacto tuvo lugar en el salón del cómic de Barcelona. Juan Carlos Cereza como guionista y yo como dibujante presentamos al editor Antonio Martín un proyecto de serie de superhéroes. Fue llegar en el momento justo y en el lugar apropiado, pues Planeta quería crear una línea de comics (Laberinto) de autores españoles con la idea de venderla fuera. Les presentamos una serie de cuatro números llamada Las guerras del purgatorio y una vez terminada la serie nos ficharon para un número único de género policiaco titulado Juegos peligrosos. También nos llegó la oportunidad de trabajar en dos episodios de Conan el bárbaro.

Pero nunca te has olvidado de tus orígenes. Ahí está tu adaptación de La aldea pedida, de Palacio Valdés, la historia del Sporting o la del puerto de Gijón, por poner solo unos tres ejemplos.

—Contar la historia del puerto de Gijón y la de El Sporting es contar una parte muy importante de la ciudad en la que nací. Fue una oportunidad para mí el recrearme gráficamente con lugares que formaban parte de mis vivencias. Para el puerto de Gijón realice dos historias. La primera cuenta la historia del puerto desde sus orígenes y la segunda rememora el año 1907, fecha de celebración de su centenario. Creadas ambas para un público infantil y juvenil, con un marcado carácter didáctico pero disfrazado de aventura en la primera, y de comedia en la segunda. Como colaboradoras tuve a mis hijas Lara y Elena, ambas estudiantes de bellas artes. Ellas se ocuparon de dar color a las páginas del cómic del puerto y también a mi siguiente incursión en el que Gijón era protagonista del escenario. El cómic de El Sporting fue distinto. Confieso que yo no era futbolero y que mi conocimiento del tema a tratar era nulo. Tuve la suerte de contar con un buen asesor; José Luis Rubiera puso a mi disposición todos sus conocimientos y documentación sobre el Sporting para que yo pudiera elaborar un guion que contase la historia a través de sus protagonistas. Fue un guion muy difícil y complejo. Se trata de un documental cargado de datos y anécdotas a lo largo de más de un siglo de historia. Me dio la oportunidad de conocer entre otros muchos, a Vega Arango, a Preciado y cómo no, a Quini, del que por si solo merecería un cómic entero dedicado a él. Fui a los partidos y estuve en el Molinón a pie de campo haciendo fotos y tomando apuntes. Y tuve ocasión de acudir al partido de final de liga en el 2008 en el que nuestro equipo se jugaba el ascenso a primera y daría fin a mi relato. En espera del resultado tenía el guion preparado con dos finales distintos. Afortunadamente el final fue feliz para el club,

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Onofre García-Argüelles. Ilustración para el libro de Francisco Trinidad “Onofre, la gran olvidada”

para los sportinguistas , para mí y para Gijón. El tercer cómic que mencionas, el de La aldea perdida, de escenario también asturiano, se traslada al descrito en las páginas de la novela de Armando Palacio Valdés: Las tierras de La Arcadia. Aunque se trata de una adaptación y un trabajo de encargo auspiciado por Francisco Trinidad, lo considero uno de los más personales. Dediqué de algo más de un año de trabajo recorriendo Laviana y sus pueblos: Entralgo, Lorío, La Braña… tomando fotos y apuntes para recrear la novela. Fue un rencuentro con la naturaleza y el entorno rural y mi familia y amistades formaron parte del elenco de personajes que configuran la historia.

¿Qué trabajos destacarías de tu trayectoria?

—Es difícil contestar a la pregunta. Quizás El mago Xuan Tizón, Carmilla y La aldea perdida sean los más personales y eso que los dos últimos son adaptaciones y los tres son fruto de encargos. Con El Mago Xuan Tizón , por primera vez me sentí cómodo con los resultados, tanto de guion como de dibujo. Tuve libertad total y controlé todo el proceso de producción y fue la primera vez que elaboré un guion largo de cosecha propia. El guión se basaba en los cuentos que por la noche contaba a mis hijas Lara y Elena antes de que se durmiesen. Ellas son las protagonistas de la historia. Carmilla fue una adaptación de un relato de J. Sheridan Le Fanu, guionizado por Roy Thomas para la editorial asturiana Dude comics. La propuesta por parte de Jorge Iván Argiz (editor y coordinador de Dude comics) de que dibujase la adaptación, fue todo un regalo para mí, pues soy un apasionado del género fantástico y de terror y el libro formaba parte de mis lecturas favoritas de adolescente. Por primera vez me publicaron el trabajo sin pasar a tinta, solo a lápiz, y fue toda una experiencia.Sobre La aldea perdida, creo que los motivos para destacarlo quedan claros en la pregunta anterior.

—¿Cómo es tu forma de trabajo? Yo te he visto mezclar el dibujo manual con la elaboración posterior digital.

—Mi formación académica inicial es la de las herramientas tradicionales (papel, lápiz, goma, tinta, acuarela…) y son con las que más cómodo me siento. No obstante, poco a poco fui introduciendo lo digital en mis dibujos a medida que dicha herramienta fue evolucionando integrándose de pleno en la profesión. Primero incorporé lo digital a la rotulación, que era uno de mis puntos más débiles. Más adelante amplié su uso en el color e incluso llegué también a sumar la técnica digital al pasado a tinta, experiencia que deseché pronto por no sentirme cómodo. Nunca renuncié al lápiz y actualmente he vuelto de nuevo al dibujo tradicional, usando solo el ordenador para escribir los guiones, la rotulación y preparar la página para la maqueta de impresión. n uno de mis últimos cómics, Le Transsibérien, para la editorial francesa Soleil, trabajé en equipo como dibujante de lápiz y rotulista, coordinado por el editor Jean Wacquet. El guion fue escrito por los canadienses Grégory Lassablière y Fabrice David, el entintado estuvo a cargo del catalán Juan Albarrán y el color por el belga Bertrand Denoulet. Trabajar con gente repartida entre distintos puntos del planeta en un proyecto único fue muy gratificante e instructivo para mí. uando realizo yo solo todo el proceso es distinto. Comienzo con el guion una vez que tengo en la cabeza una idea más o menos clara de lo que quiero contar. En ese momento mi máxima preocupación es buscar, dentro de la división de escenas, el plano más adecuado. Estoy siempre a la búsqueda del encuadre perfecto. A la par, voy investigando en la documentación necesaria tanto escrita como visual y diseñando personajes, vestuario y escenarios. Una vez listo, comienzo a dibujar un story board para seguidamente ponerme a dibujar a lápiz. Concluido este último paso, rotulo los textos incluidos en los globos o bocadillos. Sobre el resto del proceso, dependerá del estilo final que pretenda en su momento (lápiz acabado, tinta, acuarela o color digital).

—¿En qué trabajas en la actualidad?

—Actualmente estoy trabajando por libre (aún sin editor) en dos proyectos. El primero se trata de un álbum que consta de tres historias que tienen como nexo de unión el que sus protagonistas son mujeres cuyos destinos están marcados por acontecimientos sobrenaturales o extrasensoriales. Se mueven en distintas épocas y ambientes, incluso en universos paralelos. La primera historia, titulada “Violante. Elegía con pétalos de rosa”, se trata de una adaptación de un relato homónimo escrito por Calderón Samaniego. Consta de dieciséis páginas y ya la he finalizado. La segunda historia se titula “Alina. El perdón”. Escrita por mi hija Lara del Rivero. Tengo terminadas las primeras cuatro

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Una página de la adaptación al cómic de “La aldea perdida”, de Armando Palacio Valdés

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páginas. Y la última se titula “Martina. El eco de la luz”. La historia está escrita por María Entrialgo y aún no la he comenzado a dibujar. El segundo proyecto en el que me he metido, se trata de una novela gráfica cuyo guion de ciento cuarenta páginas comencé a escribir hará algo más de veinte años. Llevo ya treinta páginas dibujadas, lo que quiere decir que todavía me faltan, al menos un par de años para terminarla. La historia está ambientada en Asturias y el escenario principal se desarrolla en la costa oriental, principalmente en los Acantilados del Infierno que dan título a la obra. Es un cómic de género, mejor dicho de géneros en plural, ya que combino el suspense, la aventura, la acción, el romance, la fantasía y la comedia, todo junto formando un explosivo cóctel. La técnica que empleo es simple: lápiz y papel; y empecé a gestar la trama hará unos veinte años. Ya jubilado de la enseñanza, y libre de fechas de entrega, Los Acantilados del Infierno forma parte de mi tiempo de ocio.

Y la pregunta estúpida de toda entrevista. ¿Qué aconsejarías a quien se inicie en la actualidad en el mundo del cómic como dibujante?

—La pregunta no es estúpida. En mi etapa de docente me he visto obligado a dar consejos a alumnas y alumnos que tenían la intención de dedicarse al cómic. Mi respuesta siempre fue la misma. Quien quiera dedicarse a este oficio llamado cómic, tebeo, historieta, novela gráfica o como quiera denominarse, debe prepararse para pasar muchas horas ante el tablero o pantalla gráfica. Dibujar historias es maravilloso, pero hace falta mucho esfuerzo, sacrificio, paciencia y trabajo, mucho trabajo. Ni el talento y la suerte por si solos son suficientes. Son palabras mayúsculas y no fáciles de incorporar en nuestro día a día en nuestro vocabulario. Si crees que puedes asimilar todo ello, y dibujar o escribir es tu pasión, pues…¡ Adelante!

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Dos ilustraciones para el libro “Viajeros sobre ruedas”, de Francisco Trinidad

Una página de “Le Transsibérien”. Sobre estas líneas, el dibujo a lápiz de Isaac M. del Rivero. A la derecha, la página coloreada por Bertrand Denooulet

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Francisco Trinidad

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Un día perfecto

He agradecido el descanso de la noche, estrellada y sin luna. En noches como estas, al abrigo de rocas y peñascos, confundido con sus formas y sus sombras, el grupo goza de buen camuflaje que los rastreadores no pueden desvelar fácilmente, pese a sus binoculares y miras infrarrojas. Se anuncia en el horizonte una mañana de verano con los tímidos colores —gris, naranja, violeta— que preceden al estallido hiriente del sol y he notado un escalofrío no debido al relente, al helor de la madrugada (a casi dos mil metros de altura también son frías las albas de verano), sino a mi herida. Durante toda la jornada de ayer encabecé el grupo, como siempre desde que asumí su jefatura, eligiendo las trochas más difíciles y las laderas más escarpadas. "¿Por qué, padre?", han preguntado los más jóvenes. Ellos son el futuro. Ellos son un torrente inagotable de preguntas y nosotros un río finito de respuestas. "¿Por qué, padre?".

"Padre" es símbolo de respeto, de acatamiento, de veneración. Sólo lo soy de algunos, abuelo o tío de otros, pero con la mayoría no me une consanguinidad. Aún así me llaman padre y en las cortas pausas para tomar aliento y escrutar el horizonte, aguzando vista y oído para huir a la menor señal de alarma, se agrupan en mi torno y me escuchan. "¿Por qué, padre?". Porque hoy he intuido el peligro, les contesto, en el chasquido de una rama seca al quebrarse, en el reflejo metálico de una hebilla, en el destello de una lente, en el susurro de un matorral que no ha movido el viento. Cuando esos signos se detectan los perseguidores andan cerca; el análisis ha de ser preciso e inmediato y para eso hay que disponer de una visión aguda y un fino oído. Entonces hay que alejarse por las sendas más pinas, ponerse fuera de alcance, buscar refugio; todo con serenidad, con orden, sin errores ni precipitaciones. Y sin perder un segundo.

"¿Por qué, padre?". Porque el enemigo anda tras nosotros, codicioso y cobarde; porque mi cabeza tiene un precio y porque toda la familia correrá mi suerte. Mi deber es poneros en seguro.

Gris, naranja, violeta... se van desvaneciendo ante el empuje poderoso de un sol rutilante. De un momento a otro asomará una ceja dorada y besará los árboles, de copa a cepa y extenderá después su caricia desde los más lejanos y altos hasta los valles y llanos. Antes habrá impactado en los peñascos cimeros que nos amparan y en ese momento ya debemos estar al oeste, a cubierto, en marcha.

No sé si podré tomar la vanguardia. Ni siquiera si podré alzarme. Prefiero no probar, reservar mis energías para el mismo instante de la partida.

Mi hermano me mira, recostado en una roca, a respetuosa distancia, me mira.

La familia dormita formando un cerco en cuyo interior se guarecen los más pequeños. Un cerco protector como el seno de la madre para el lactante. La mirada de mi hermano no esconde un tinte de apremio. ¿presiente algo?. Entorno los ojos aparentando indiferencia.

Hace tres años tuvimos él y yo un enfrentamiento. En nuestra tribu no se persigue la muerte del adversario, se busca la derrota y en la lucha ponemos todas nuestras estrategias, todos nuestros recursos, todas nuestras habilidades y toda nuestra potencia. En aquella ocasión vencí yo. La consecuencia era el destierro del vencido y la condena a un errar solitario sin el apoyo ni el calor de la familia. Y el fin próximo es la muerte.

¿Soledad o muerte? ¿Qué es peor?

Él ofreció sumisión y yo quise ser magnánimo. Y práctico. Un individuo experto, avezado, joven, es un valioso elemento en el grupo: tiene pocos privilegios pero también escasas responsabilidades. Además posee la experiencia para ser un buen jefe.

Dos inviernos hace que tropezamos con los restos del extraño. No era propiamente un extraño; lo reconocí. Lo reconocí como el retador que fue aquel día menos hábil que yo. Se me enfrentó sin prolegómenos y yo supe que era más fuerte pero la idea de un extraño dirigiendo a los míos me dio fuerzas para poner en juego mi experiencia. La tribu

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nos contemplaba a distancia embriagada de curiosidad. Habrían aceptado al vencedor: Es la Ley. Cuando logré despeñarle sentí una quemazón de orgullo en mi pecho pero no me llegó ninguna muestra de felicitación. El grupo reemprendió sus tareas. Sé que, en todo caso, aquella pelea no cayó en saco roto. El adversario estaba solo. Yo tenía el respaldo y la responsabilidad de la familia: Algo por lo que luchar. El adversario no los tenía. Los buscaba y eso marcó la diferencia. Recuerdo cómo el adversario se alzaba con dificultad y se alejaba renqueando hacia su destino.

Me detuve ante aquellos despojos y me cercioré de que la tribu entera pasara ante ellos. Una enseñanza más. Una respuesta, quizás, a alguno de los "por qué".

"¿Por qué, padre, se nos persigue?". "¿Por qué, padre, nuestro nomadeo permanente?". "¿Por qué nuestra eterna alerta?". No tengo todas las respuestas... ¿A quién pregunto yo?.

La certeza de mi vejez y de mi debilidad ha ido formando ácidas burbujas en mi sangre y resulta descorazonador llegar a esa convicción demasiado tarde, por el efecto detonante de la herida. Me recrimino por haber sido descuidado y por haber puesto en peligro a la familia, omitiendo las normas básicas de la vigilia; ese código genético que llevamos grabado desde generaciones y que no está de más transmitir una y otra vez a los pequeños, a los jóvenes, a los adultos. Y mantenerlo vivo en nosotros mismos. No podré perdonármelo. ¿Cómo pude ser tan descuidado. Repasé lentamente las reglas de oro. Estaba a favor del sol, podía vigilar el valle en un ángulo obtuso, tenía el roquedo a mis espaldas, nada obstaculizaba mi visión del horizonte... Incluso los árboles, que a aquella altura escaseaban, quedaban más abajo... Controlaba cada punto desde el que pudiera venir la amenaza... Algo debió fallar. Acaso las rocas a mi espalda no se mimetizaban lo suficiente con mi camuflaje y mi silueta destacara sobre un fondo de distinta tonalidad... ¿A qué lamentarse ahora? No es excusa que los cazarrecompensas usen miras telescópicas ahumadas para que el sol no destelle en sus lentes; ni los silenciadores para mullir la detonación de sus armas de largo alcance y ocultar así la ubicación de la presa... ¿Tenemos defensa ante tanta tecnología de muerte? Nuestro instinto es de VIDA, estamos en desventaja. Acabarán cazándonos como a ovejas, desde sus helicópteros.

Rememoré el impacto del proyectil. Fue un puñetazo indoloro, un topetazo en el costado que me llegó antes de oír el fragor del arma. El violento golpe me ayudó a dar un salto atrás, hacia el abrigo. De haber caído hacia adelante, hacia el vacío, rebotando en los salientes de piedra hasta el vallecillo habría llegado muerto y el enemigo habría corrido hacia mí, cuchillo en mano, para cercenar mi cabeza y exhibirla en triunfo reclamando el público reconocimiento por su hazaña. Pero caí hacia atrás, desenfilado de un segundo impacto, solapando ante la tribu, con la impostura de un salto, lo que era una caída.

El grupo hizo un ademán de huída. Pero al verme en pie, inmóvil, volvieron a tranquilizarse y a sus movimientos de corto radio. Todo en orden. El jefe estaba allí, con ellos.

Va a salir el sol. La familia empieza a dar muestras de impaciencia. Hay que ponerse en marcha.

Ayer, cuando reemprendimos el camino hacia las cumbres aún no dolía la herida. Tampoco ahora; sólo tengo el

costado entumecido. La bala me entró por la axila derecha buscando el corazón pero no llegó a él. Una formidable masa muscular, dura y elástica, hizo de colchón y la bala quedó en el camino pero haciendo daño. Sé que ha atravesado puntos vitales, que ha causado destrozos en mis vísceras, que ha interesado el pulmón, que ha seccionado venas y arterias. Apenas hay hemorragia externa salvo un hilillo de sangre que me baja por el costado y ahora ha dejado de manar gracias a las horas de reposo. Eso favorece el fingimiento.

Anoche, cuando alcanzamos el refugio, hice varios altos innecesarios hurtándome a la vista del grupo para escupir sangre por boca y nariz y limpiarme con hierbas y matorrales antes de regresar a la ruta. Luego volví a ponerme en cabeza seguido de mi tribu.

No sé si esa noche de reposo me valdrá de ayuda. El aire frío de la mañana que se anuncia apenas me llega adentro y el que lo hace provoca agudos pinchazos. Es el momento. Apoyo pies y rodillas reuniendo todas mis fuerzas ante docenas de miradas expectantes. Mis cien kilos parecen cien toneladas. El grupo se ha puesto en pie sacudiéndose polvo y hierbajos. Doy el primer paso... Y me desplomo como un saco dejando a la vista el costado herido. Es una evidencia que no puedo andar ni apenas moverme.

El grupo cierra en mi torno un círculo. Me examina. Contemplan la herida, el reguerillo de sangre seca, el charco de color óxido que se ha formado donde apoyé anoche mi cabeza. Se retiran unos pasos. Deliberan. Vuelven junto a mí, a darme calor, ánimos... Inútil, no puedo moverme y así se lo doy a entender. El plomo blindado ha hecho su efecto lento e irremediable. Las madres envuelven a los pequeños. Está escrito que ellos deben conocer la muerte pero no presenciar la agonía. Ésta se disfruta (o se sufre) sin testigos. En soledad.

Mi hermano toma la vanguardia y se reanuda la marcha. Los veo alejarse sin titubear; es la Ley, así está establecido. Además es un alivio quedarse solo. Quiero dar un suspiro hondo pero se me queda en la garganta. Con la cabeza vuelta al Norte contemplo a la tribu alejarse en perfecto orden, como les he enseñado, como a mí me enseñaron. Y siento un pellizco de orgullo en mi pecho jadeante. Ellos se pondrán a salvo allá arriba; esa es su seguridad y mi consuelo.

La primera oleada de luz solar ensabana mi cuerpo y agradezco su tibieza aunque no alcanza a calentarme la sangre. Y con ella aparecen los primeros buitres. Dos... cinco... volando a gran altura. También es la Ley y no me preocupa. La familia a salvo, el aire limpio y diáfano... ¿qué más puede pedirse? Es un día perfecto para morir.

Aún alcanzo a verlos borrosamente iniciando la escalada, abordando la ladera por la escarpadura más angosta; conozco de memoria la ruta y observo que mi hermano la sigue sin vacilaciones. Hoy toca el camino difícil. Hubo un encuentro. Puede haber más.

Seis... nueve... quince buitres a cien, a cincuenta, a quince metros. No se acercarán mucho más, también es Ley no escrita. También una postrera muestra de respeto. Ellos conocen la virtud de la paciencia que les conduce a su premio.

La mañana ya es decididamente luminosa, una luminosidad ultrajante para una vista que ya apenas la aprecia. El

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sol se pavonea en la línea del horizonte con toda su ígnea redondez. Zumban los pocos insectos que pueden vivir a esta altura y los buitres se posan en las piedras próximas, me miran de perfil, "tómate tu tiempo, amigo, para nosotros no existen las prisas..." Cierro un momento los ojos y de inmediato siento un hedor acre y próximo. Al separar los párpados el carroñero impaciente emprende una grotesca retirada.— ¡Qué majestuosos en vuelo y qué torpes y desgarbados en tierra! Ya no veo a los míos. En condiciones normales los alcanzaría atacando la ruda ladera, la brava pendiente... pero tengo los ojos entelados y apenas percibo las siluetas de los buitres balanceándose sobre un pie, sobre el otro, sombras bamboleantes. El sol ya ni me deslumbra. Tomo conciencia de mi propio aliento, cada vez más superficial, más convulso. Lanzo un último mensaje a la tribu: "Marchar, marchar... Subir... subir..."·

A iniciativa del jerarca dos docenas de buitres leonados se abalanzan sobre el cuerpo del gran macho muerto.

Y a dos mil metros de distancia, mi grey de muflones vuelve la cabeza para mirar por última vez el punto de despedida. El sol se va levantando, la mañana es clara, el aire es puro y limpio y, allá arriba, hay buen cobijo para retozar, triscar la fina y jugosa hierba aún bañada en rocío, descansar a salvo de acechanzas... Es un día perfecto para vivir.

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Gloria Soriano

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Orexia

Consultó en el reloj de pulsera el Body Battery y cambió de postura para seguir durmiendo. Necesitaba recargar su nivel de energía un poco más. Seguro que el estrés nocturno había sido alto, pensó, aunque no lo deducía de sus sensaciones corporales, era una enseñanza de los informes que elaboraba el reloj. Sesenta minutos más tarde el indicador de energía marcaba cincuenta sobre cien y se levantó. Ya no le daría tiempo a terminar la novela que iban a tratar por la tarde en el Club de Lectura. Antes de desayunar se pesó. La báscula daba el peso de los músculos, los huesos, el porcentaje de agua, la grasa corporal, la grasa subcutánea y la edad metabólica. Del peso global sí se fiaba, pero sus huesos parecían tan livianos como los de una gallina y sospechaba que el cerebro de aquel artilugio era arbitrario en sus cálculos algorítmicos. Su investigación sobre las variables matemáticas determinantes no le aclararon nada, y se resignó con aquel resultado propio de una osteoporosis grave. Casi siempre la cifra se mantenía constante. Una mañana marcó cien gramos menos y estuvo horas tratando de averiguar la causa de tal pérdida. De seguir mermando, pronto tendría la consistencia de una ameba.

Cuando se sentó a desayunar su Body Battery había disminuido doce puntos. Consultó también el resto de valores del sueño. Era consciente de cada cambio de postura durante la noche pero no llevaba la cuenta para no desvelarse. Recordaba en especial una de las veces que se tumbó sobre el costado derecho, su postura favorita, y como había corregido la posición para evitar la postura fetal, y también había subido la cabeza hasta la parte más alta de la almohada siguiendo los consejos del fisioterapeuta. Una vez recolocada le entraron dudas sobre las recomendaciones, y se puso boca arriba para no empeorar la tortícolis. Sí llevaba cuenta de las visitas al baño, y aunque las hacía casi sonámbula, era el único momento que según el reloj estaba despierta. Un diagrama de barras mostraba alternativamente las fases de sueño ligero y REM, el de las pesadillas. Dormir profundo no iba con ella. De las fantasías del inconsciente a veces recordaba las últimas, y no por mucho tiempo. Esa noche soñó que la llamaba por teléfono su profesora de ciclismo (lo fue durante dos días hacía un par de años). A causa de las interferencias apenas se oían. Durante la conversación construida a base de suposiciones, le dijo que se negaba a inscribirse en más cursos. Perseguir un mejor nivel técnico le parecía desafiar a la naturaleza.

Mientras sujetaba la tostada, con el dedo índice de la otra mano escribía letras en el móvil tratando de adivinar las palabras del WORDLE del día. Desde que supo de su existencia lo practicaba a diario. La palabra científica era la más difícil. Al principio escribía palabras de medicina, después descubrió que las más vulgares también eran válidas para encontrar las letras componentes de la solución. A menudo, cuando solo le quedaba una por adivinar, iba probando con el abecedario disponible, inventaba vocablos hasta dar con uno que ella no reconocía pero el juego sí. Con WORDLE ampliaba su vocabulario científico y ejercitaba capacidades ajenas al reloj y la báscula.

Después de desayunar miró la hora. Aunque se había levantado más tarde de lo normal, tenía tiempo para hacer la digestión antes del entrenamiento. Estaba poniendo orden en libros y cuadernos cuando encontró las notas tomadas en un taller literario: al

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coordinador no le entusiasman las lecturas que narran lo que él ya sabe, ni las historias familiares que carecen de relevancia fuera de su núcleo, tampoco le engancha reconocer sus sentimientos en los personajes. Él busca una mirada diferente. Ella tem ía que la suya, atrapada entre sensores de frecuencia cardiaca y pulsioximetría, no se distinguiera de la de un robot.

Antes de salir de casa bebió otro vaso de agua para hidratarse, y rellenó un bidón para llevar. El gimnasio estaba a dos estaciones de metro. Esperando en el andén buscó el móvil y entonces se dio cuenta de su olvido. No es ningún drama, pensó. Puesto que tampoco llevaba un libro, podría dedicarse durante el trayecto a la observación. El tren iba lleno. Se acomodó como pudo junto a la barra central, sin perspectiva. Lo importante era respirar, lo de mirar sería para otra ocasión.

Haciendo deporte su cuerpo se hacía presente en forma de molestias saludables que quemaban grasas y erigían los escudos protectores del organismo. Tenía más fuerza y resistencia y quiso probar actividades que quedaron pendientes en su juventud. Le faltaban días en la semana para descansar. Cuando las molestias empezaron a ser como un reuma, y las agujetas perdieron su inocencia bajo el nombre de microrroturas e inflamaciones, pensó que debería reducir el ritmo. No sabía a qué actividad renunciar. Temía que se adueñara de sus articulaciones la artritis y de sus brazos la flacidez, como se adueña la naturaleza de la casa abandonada. Sería lamentable no mejorar el estilo de natación, o no remontar en bicicleta la larga pendiente hasta el collado.

Al salir del gimnasio pensó en ir a recoger un paquete. El mensajero insistía en informar “destinatario ausente”, incluso el día que estuvo esperándole como una prisionera y el timbre no sonó. Iba a consultar en el móvil cómo llegar al punto de recogida cuando otra vez lo echó en falta. Tal vez con el plano del metro y el callejero de la salida podría orientarse, en el pasado sin GPS llegaba a cualquier lugar. Pero regresó a casa, en el móvil estaban los datos del pedido. Ella también dependía de aquel aparato sustituto de su memoria y donde encontraba el significado de las palabras, las estadísticas del estado físico, como estirar los abductores, los nutrientes de las almendras, el nombre de una flor, la música, los senderos de las montañas, la historia, la red de autopistas, los rostros de los seres queridos, las imágenes de lugares recónditos, las últimas noticias. El asombro que sentía ante el sinfín de herramientas solo era superado por el recuerdo de sus viajes anteriores al móvil. Aquella manera de ir de un lugar a otro, cruzar fronteras y hacer descubrimientos le parecían heroicidades.

Ahora el norte existe porque lo marca una aguja, es una niña de la mano de Garmin o Android, entre otros sistemas que abren el apetito. Orexia cree que con cada avance va perdiendo algo de su esencia, como el paciente que sometido a un tratamiento psiquiátrico, tiene miedo a perder su genialidad.

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Laudelino Vázquez

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Crepitar

La palabra vuelve una y otra vez, como un mantra, y aunque hace un tiempo que maldigo la literatura que me ha envenenado hasta el punto de que soy incapaz de vivir en una realidad objetiva, fuera de las palabras y las historias que me alimentan a diario, no puedo evitar repetir los esquemas sobre los que he construido mi vida. Ya no. Por más que me inviten a realizar mis sueños, a quererme mucho, tanto que no haya nadie a quien te quiera más que tu misma. Como el mismísimo Cristo que decía aquello de «ama a los demás como a ti mismo», pero yo nunca pude. Yo creía en el Amor, así en mayúsculas. En ese amor que lo entrega todo, que pone por delante a la otra persona.

Y ahora estoy aquí, mirando la brasa de un «Corset », ese cigarrillo precioso, de color berenjena, que los franceses han prohibido porque no quieren tabaco que parezca «chic», mientras repito la palabra crepitar. No sé si es adecuada, si el cigarrillo crepita realmente, porque es tan suave, tan delicado que no hay nada que queme desordenadamente, fuera de lugar, así que no sé si estoy utilizando bien la palabra. Pero lo necesito. Necesito aislarme de lo que me rodea. De lo que soy. Y el único asidero, a pesar de mi presunta rebeldía, son las palabras. Las historias vendrán luego, cuando adquieran sentido, pero ahora me basta con las palabras.

Hace veinte años. Veinte años, que se dice pronto. Veinte, sin fumar un cigarrillo. Por mi bien, seguramente, me dije que era por mi bien, como cada vez que Taquio me “pedía” que dejara de hacer algo. Y yo dejaba de hacerlo. Siempre por amor. Por poner delante al otro. Y si eso, ya luego, recibiría la contrapartida. Porque a día de hoy, cuando echo la vista atrás, no la encuentro por ninguna parte.

—A ver, cariño, no te voy a pedir que no pongas falda, pero esa minifalda no me parece para una mujer decente…

No era una minifalda –líbreme Dios, siempre fui una mujer muy prudente–: era un modelo que llegaba justo hasta la rodilla, que era mi límite de la decencia, pero me miró con aquella expresión de «todo por tu bien» que manejaba como ninguna otra, y la falda, y el resto de vestidos o modelos que pudieran dejar la rodilla al aire, desaparecieron de mi vestuario, no fuera ser que alguien mirara mis rodillas con lascivia. Y porque me quería tanto.

Tanto que cuando me planteé la posibilidad de presentarme a aquellas oposiciones en las que había ciento cuarenta mil plazas en toda España, me recordó que él ganaba bastante para los dos, y cualquier día querríamos tener hijos (hasta entonces, nunca había mencionado esa posibilidad) y qué mejor que una madre para cuidarlos y criarlos. Así que, como me quería tanto, qué mejor que hacerle caso y que él estuviera feliz. Y también cuando me dijo que no le gustaba que saliéramos hasta tan tarde, porque una mujer casada, ya se sabe. Es verdad que él siguió volviendo a la hora que le parecía, porque los hombres no es lo mismo, y no iba a dudar yo de un hombre que me quería tanto.

No dejó de “quererme” nunca. Cada día más. Por mi bien, y por lo mucho que me quería fui dejando de beber vino, que estaba feo en una mujer, dejé de tratar con algunas amigas “poco recomendables” y por supuesto de hablar con hombres siempre que él no estuviera presente. Y cuando estaba, cuidadito con decir algo que se pudiera malinterpretar, así que mejor no hablar con ninguno, que ahorraba problemas. Luego vino el teléfono. Me quería tanto que todos los días me llamaba tres veces desde el trabajo para ver si estaba bien. Y mejor estaba al otro lado de la línea, porque sino, me quería tanto que podía estar riñendo una semana.

Según él también debería dejar de leer a todas horas para cuidar esta vista tan delicada, estos preciosos ojos verdes que tanto le gustaban. Y dejé de leer delante de él, porque sin mis libros no podría vivir, pero tampoco quería complicarme la vida.

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El recuento lo hice el día que me pidió que dejara de fumar: a mi me encanta fumar. No es un vicio mecánico, sino un placer difícil de explicar para quien no lo sienta. Un momento de infinitud aquí en la tierra, instantes siempre únicos. Pocas cosas hay que disfrute tanto como sentarme al caer la noche en mi mecedora, encender un cigarrillo y dejar que los pensamientos se diluyan en el humo. Pero por mi bien. Por mi salud. Y también por la de él, que sufría de los pulmones desde el mismo momento en que me pidió por primera vez que lo dejara.

Dejé de fumar. Lo hice por él. Se lo expliqué. Sufrí una verdadera condena hasta que conseguí dejarlo, pero tres meses después de haber fumado el último cigarrillo, se sentó a mi lado y me dijo que me quería más que nada y más que a nadie, y que apreciaba mucho el que no fumara –hasta tosió un poco para demostrar lo enfermito que estaba– , y yo, una vez más, sentí que la literatura se hacía carne y que El Amor (otra vez en mayúsculas) triunfaba sobre todo lo demás.

Veinte años de amor y renuncias, veinte años. Y un día, después de todo, el hombre que decía que no podía vivir sin mí, desaparece dos semanas. Y me llama desde no sé dónde, porque mientras hablaba, los hipidos no me dejaban oír –y lo que es peor, tampoco entender–, que aquel hombre que tanto me amaba, necesitaba espacio para entenderse, y entender.

Como siempre, su espacio se llama Yurisey o el nombre que se quiera poner, y la conoció en un viaje al Caribe, que yo creía que era a Tenerife por asuntos de negocios. Su espacio consistía en deshacerse de mi hasta el último recuerdo para no molestarle. Su espacio, si no hubiera habido una demanda por el medio, suponía dejar a los niños a mi cargo y sin pasar un céntimo porque, de repente, yo tenía que buscarme la vida, trabajar en no se sabe qué cosas…

Lo peor fue el dolor absurdo. Ese tiempo en el que, a pesar de todo, de mi familia, mis hijos, mis amigos –los pocos que quedaban– no podía evitar el dolor. No podía dejar de repetir que le quería, de disculparle de intentar entender en qué había fallado. Me miraba al espejo y por más que todos me dijeran que era una mujer hermosa y que me mantenía muy bien, me veía vieja, indigna de un hombre calvo y barrigón que me quería tanto. Año y medio de oscuridad, de psicólogos, de excursiones obligadas, de despertar cada mañana añorando su aliento a mi lado, de lecturas –siempre la literatura– sobre historias de amor que tuvieron una segunda oportunidad y les fue bonito. Y año y medio con ganas de fumar. Porque nunca dejé de tener ganas de fumar a pesar de todo el amor del mundo.

No sé qué fue primero, pero un día tenía un paquete de Corset en la mano y casi sin darme cuenta, el cigarrillo, tan suave, tan delicado, tan hermoso que –no sé si lo dije–, los franceses lo han prohibido porque da la idea de que fumar es “chic” (otra palabra que no recordaba haber usado desde tiempos inmemoriales). Y mientras miraba la brasa, pensaba si la palabra adecuada era crepitar

Hace un tiempo de ese instante. El suficiente para que la vida se haya ordenado, Yurisey haya vuelto a su país o a otro país pero con un tipo más joven y adecuado, y para que Taquio se acordara de que aún me quería y me propusiera por mi bien intentarlo de nuevo, porque él solo no se arreglaba para nada, y a ver quien le iba a planchar ahora los pantalones que le gustan con su raya bien marcada, quien se va a acordar de que le tocan sus pastillas para la tos, quien va a dejar de fumar por él.

En ese momento, encendí un cigarrillo y le pregunté si creía que crepitar era la palabra adecuada, pero ante su desconcierto y el silencio que siguió, un silencio que delataba al cobarde temeroso de equivocarse en la estrategia para volver, yo misma le respondí.

—No, creo que crepitar no es adecuada para este momento. La palabra que buscaba es mucho más sencilla. Es la que me permite elegir si quiero fumar o no, y cuándo y cómo. La palabra es la que me protege de todas las trampas tejidas con el verbo amar.

—No te entiendo, Carmen –me respondió él después de dejarlo cocer en silencio–.

—Normal. Pero para que no sufras, te diré que la palabra que buscaba, se llama “Libertad”

Cuando colgué el teléfono, aún podía sentir en la distancia su cara de asombro mientras se preguntaba por qué esta vez lo del amor no había funcionado.

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Monchu Calvo

hacia 1960

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Balquemau

Recuerdos de Balquemau

Era el primer día de 2023. Amenazaba lluvia, pero por el momento salía el sol tímidamente. La despedida de año, con alegre y concurrida cena en el pueblo de Rioseco, no propiciaba como en otras ocasiones un temprano despertar para disfrutar por alguna de las rutas del parque de Redes, y acompañado de mi hijo Ramón, su mujer, María y sus hijos, comentábamos la posibilidad de acercarnos a la vieja casa de Balquemau, para que mis nietos conocieran algo de sus raíces.

Pensamos que era una buena ocasión para empezar el año, y antes de que sobre aquel terreno reposaran para siempre las cenizas del que fue su último morador, preparamos visita hacia aquel lugar importante en nuestra memoria.

Hacia pocos dias que, víctima de un accidente fortuito, nos había dejado nuestro tío Tino, último habitante de la casería de Balquemau, solar de nuestra familia, por la parte materna.

Aferrado a aquel terruño, ni las enfermedades, algunas serias, ni los más de ochenta años lograron separar aquel hombre enjuto, pero fuerte como el fresno que crecía imponente delante de la casa, ni siquiera una mujer fue capaz de moverlo de aquel lugar grabado para siempre en mi memoria, pues permaneció soltero toda su vida.

Trece hijos tuvieron mis abuelos Manuel y Oliva, de los que sobrevivieron doce. Recuerdo mis años de niñez y juventud, en aquella hiperpoblada casa, con mis tíos dedicados a sus quehaceres, domésticos en algunas ocasiones, y si no en atender vacas, gallinas o cerdos, y también tierras sembradas de patatas o el huerto familiar lindante con la vivienda. A mí me llevaban mis padres, o mi madre, con la que pasaba el verano. No olvidare a mis abuelos Manuel y Oliva, un referente en mi vida. Tuve la gran suerte de que conociesen a mis hijos, sus bisnietos, y hoy contemplo orgulloso aquellas imágenes cogidos de sus manos en aquel lugar donde bullía la vida y que marcó para siempre la existencia de mi familia. Mi abuelo Manolin, tuvo su incursión en Sudamérica. Viajó a Buenos Aires, y allí, en el barrio porteño de Mataderos, fundó junto a su hermano Jose Calvo una empresa de frigorífico que elaboraba fiambres con el nombre de Los Calvo, que posteriormente fue vendida a los actuales propietarios a mediados de los cuarenta. Mucha fue la atracción de la tierrina, porque por los años 25 ya se encontraba en tierras casinas, donde aparte de casarse con la moza mas guapa de La Felguerina y Pereu, Oliva Calvo, mi abuela, trajo la receta de la forma inigualable de preparar el cordero, que es a la estaca. Primer asado en Caleao, 1927 según tiene documentado.

Yo llegué a conocer la casa sin luz ni agua corriente. Con la luz de una vieja lámpara de carburo, o alguna linterna de petaca, por toda iluminación, y los pesados viajes a la fuente con aquellos calderos de cinz que mi tía Elvira, ciega, se ponía en la cabeza encima de una corona de trapo que amortiguaba el peso del caldero lleno de agua, a la vez que se agarraba de mi brazo.

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Hay tantos recuerdos entre aquellas paredes que mis ojos y mi memoria se bloqueaban pensando en ellos. Mi hijo Ramón también tiene grandes momentos pasados entre aquellos caminos, asi como su hermana Yolanda, que no pudo estar presente. Quizás al volver a mirar aquellas fotografías tanto tiempo escondidas en una caja. No me refiero a una caja en la que guardana los zapatos que se quedaron obsoletos por el abultado ritmo de la moda. Tampoco a las que se usan para esconder el desorden o para meter cosas inservibles que no te animas a tirar. Yo me refiero a una caja que suele estar en el fondo de un cajón, en un altillo poco accesible o en un trastero. Hablo de la caja de los recuerdos. Ese lugar donde se guarda la memoria agarrada a cartas escritas a mano, a un pedazo de taza rota o un cuerno con su boquilla para beber el mate argentino. Una memoria suspendida en el interior de ese pequeño espacio oscuro hasta que, una mañana de domingo o un miércoles por la tarde, decides desenterrar la caja de entre un montón de jerséis que hace demasiado que no te pones. Y ahí recuperas aquella niñez cogido a la mano de tu abuela, o en el regazo de la bisabuela Oliva, en el caso de mis nietos, cuando contemplas las fotografías que aquella caja guardaba.

Mientras aquella comitiva familiar ascendía primero por la pista que atraviesa un pequeño bosque desde la carretera, y luego de atravesar una portiella que cruzaba un prado que presidia la cuadra de Foncaliente, íbamos viendo a lo lejos el conjunto de casas y chamizos convertidos en garajes, hasta llegar a la vieja casa de Balquemau, que ha cambiado poco su fisonomía en tantos años, si acaso la vieja escalera de madera que subía al trébole, donde se guardaban prendas de vestir, y que se había sustituido por una más fea, pero más segura de hierro.

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Mi abuela Oliva con sus tataranietos

Seguramente un perro border que correteaba junto a nosotros, era el perro de mi tio, al que algún sobrino le proporcionaba comida.

Tratábamos de rebuscar en la memoria aquellos lugares que las viejas fotografías nos mostraban, y allí estaba el antiguo tronco pegado a los barganales del huerto, donde mi madre jugaba con una pareja de niños, uno de los cuales de 44 años ha regresado al mismo lugar con dos mocetones, sus hijos, para que sus ojos recorran el mismo paisaje que vio su padre, y yo , su abuelo, anclado en el silencio de un dia invernal, gris, y con alguna chispa de lluvia, que adornaba aquel retazo de nuestra niñez y juventud, como un cuadro que llevaras en la memoria.

Te da tristeza pensar que aquel lugar que atesoro tanta vida, se ofrezca ante tus ojos, vacío de ella. Sabes que será imposible recuperar todo lo que perdió, y con la muerte del ultimo inquilino solo correrán por aquellos lugares los aires del olvido.

Desde la ventana del trébole, mi hijo Ramón deja que su mirada se empape de los lugares que formaron parte de su infancia, Purucoya, Brañafria, La Infiesta, los montes de La Canalina y el Visu la Grande, y tantos lugares que de la mano de mi tio Ignacio recorrió, buscando entre las riegas las esquivas truchas que con gran habilidad pescaba a mano, o enseñando que hojas de algún árbol se comían gracias a su sabor dulce.

Son vivencias que ya nunca volverán a repetirse, porque no se repiten estas personas capaces de acercarte una cuerna de leche recién catada para que te quede el “bolleru” (la espuma blanca) en forma de bigote, o amasarte en el horno de leña unos bollos especiales para ti, con un poco de chorizo dentro.

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Todos mis tios de Balquemau

Por eso la extraña sensación que nos conmueve al recorrer estos lugares que tanto significaron para mi y los míos. También es el rincón concreto de la tierra que no sé habitar porque mis mapas miran al pasado, porque tengo cien mil recuerdos de tantos hechos vividos en este lugar, en el que solo pervive el silencio, pues ha desaparecido el que lo mantenía con un hilo de vida . Sientes tristeza por un mundo que desaparece. Señalas a la globalización como el peligro de la extinción. “Nadie sabe qué ocurrirá en dos generaciones”. Falta de oportunidades, emigración, desarticulación, envejecimiento, despoblación, extinción. Esta es la cadena evolutiva de la España que desaparece del mapa. “Es como un cáncer: se lo va comiendo todo, sin parar. Es horrible”, recuerdas haber leído en algún lado.

Y te viene a la cabeza una vieja canción de Sabina, una de cuyas frases dice: “al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver”... Esta frase nos la tendrían que enseñar a todos en la escuela. Nos ahorraría, además de tantos dolores de cabeza (“corazón”), la posibilidad de arruinarnos la existencia buscando cosas que ya no existen, apunta un comentario.

Si en ese lugar fuiste feliz, creo que si deberías volver en algún momento de tu vida. Esas cosas no desaparecen de tu memoria, aunque físicamente ya no estén.

Emprendimos el regreso dejando al perro entristecido por la ausencia de las caricias que le dimos, también nuestra alma dejó un pedacito de ella entre aquellas estancias, y el prado donde pacía indolente un toro y creo que dos vacas. La única señal de vida de una tierra que pronto recibirá las cenizas de quien edificó allí su existencia y donde quiso descansar para siempre.

Hasta siempre, Balquemau.

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Mi hijo Ramón con su mujer María e hijos

Juan Depunto

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El tiempo pasa

II. Toda una vida1

“Toda una vida me estaría contigo no me importa en qué forma ni dónde ni cómo pero junto a ti…”

Los Panchos, 1944-1981 Mentira

“Más vale ser vencido diciendo la verdad, que triunfar por la mentira” Mahatma Gandhi “Dícese que irritada con los dioses la tierra madre la engendró postrera, fiera hermana de Encélado y de Ceo, tan rápidos los pies como las alas: Vestiglo horrendo, enorme; cada pluma cubre, oh portento, un ojo en vela siempre con tantas otras bocas lenguaraces y oídos siempre alertos

Por la noche vuela entre cielo y tierra en las tinieblas, zumbando y sin ceder al dulce sueño; de día, está en los techos, en las torres, a la mira, aterrando las ciudades.

Tanto es su empeño en la mentira infanda como en lo que es verdad. Gozaba entonces regando por los pueblos mil noticias, ciertas las unas, calumniosas otras”

Eneida (Virgili

o)

Acabas de pillarla en una mentira. Sospechabas que te estaba engañando por no hacerte sufrir y por no sufrir ella con las consecuencias de la verdad. Aunque la mentira ha sido de las piadosas, sin mayor beneficio para ella que, si acaso, evitar las tensiones. Pero el hecho te ha llevado a reflexionar sobre el asunto.

1 Se puede ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo que pertenece a su segunda parte “Toda una vida”. Enlace: https://escribiendoconlaluz ning com/luzytinta/luz-y-tinta-no-75

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Dando por descontado que una mentira no es un error sino algo que se lanza con la intención de engañar, para ti hay tres tipos fundamentales de mentiras:

1. Las blancas, que no hacen daño y si acaso producen beneficios (como las de las Artes, plásticas o escritas; aquí podríamos incluir el pensamiento de García Márquez en su autobiografía: “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”).

2. Aquellas de las que se obtienen un beneficio ilegítimo (como las políticas o económicas). Estas son las que hay que perseguir y penalizar.

3. Las dudosas (como las de las religiones), en las que una mentira global alivia de la angustia de la muerte, aunque al precio de asumir unos mandamientos cuyo incumplimiento te puede incluso llevar a la hoguera.

Hay quien piensa que las mentiras son necesarias para las relaciones humanas, sobre todo las piadosas, e incluso que hay que huir de quien presume de decir siempre la verdad. Pero cuando pensamos que es mejor una piadosa mentira nos constituimos en jueces de lo que le conviene al otro. Y lo sentenciamos a que se acomode en nuestra mentira. Y puede que momentáneamente lo aliviemos. Pero en el fondo, toda mentira es porque le conviene a quien la dice. Aunque lo disfrace de que le conviene a ese otro. Toda mentira va buscando un beneficio al que la lanza, aunque ese beneficio solo sea aligerarle de afrontar tener que decir la verdad. Aquí podríamos ver una relación de la mentira con la cobardía.

El problema no es solo la obtención de ese beneficio, ilegítimo, si no que el mentiroso pierde credibilidad. El beneficio de la mentira, sea cual sea y si es que existe, siempre se paga con el perjuicio de la pérdida de credibilidad de quien la usa. Y este perjuicio es mucho mayor que el supuesto beneficio.

Pero la naturaleza humana es débil y con frecuencia se tolera mejor una mentira piadosa que la realidad que nos rodea. Soportamos mejor pensar en la mentira de la vida eterna, que en la verdad de que con la muerte todo se acaba, aunque suponga el beneficio de la libertad, aunque suponga el perjuicio del peso y el precio de una religión y sus liturgias, mandamientos y penitencias. Como se toleran mejor las deficiencias que el trabajo que hay que hacer para corregirlas.

El problema ético viene de la mano de que uno podría en todo caso ser libre de elegir sus mentiras, asumiendo beneficios y perjuicios. Pero no lo es de elegir por otro. Y en la mentira que lanzamos a nuestro interlocutor, elegimos por él. Esta es la principal falta de ética de la mentira, aunque no la única.

Y la pérdida del beneficio de la credibilidad de una persona no tiene parangón con ningún supuesto beneficio. Una persona sin credibilidad no es nada.

El extremo del mentiroso lo trata magistralmente en “El adversario”, Emmanuel Carrère. En esta novela el protagonista se fabrica desde una profesión a todo

un sistema de vida totalmente inventado, en el que la bola de nieve de su mentira se va haciendo cada vez más grande hasta caer en el precipicio donde explota en crímenes en cadena, conforme van averiguando su mentira: desde su mujer e hijos, a sus padres. Se basa en una historia real y a su criminal protagonista le acaban de conceder la libertad, a pesar de la condena a cadena perpetua de 1993 (que también es una mentira, porque no es perpetua, aunque se llame así) y se ha internado voluntariamente en un monasterio cisterciense francés.

En nuestra literatura son también muchos los autores que tratan del tema de la mentira, desde la antigua picaresca al Quijote, y ya en nuestros días “La vida negociable”, de Luis Landero, y otras del mismo autor, en las que se autodefine como “el gran mentiroso”. Cabría preguntarse si la ficción literaria en sí misma (novelada o en poema) es también una mentira, pero para ti no lo es y no porque no te guste sino porque cuando se es consciente de la falta de realidad, de que es ficción, falta el ingrediente principal de la mentira: el engaño.

En el cine es un clásico “Pinocho” y múltiples cintas tratan sobre el asunto.

En las Bellas Artes hay numerosas obras que aluden a la Mentira 2 , entre ellas la “Alegoría de la mentira”, del renacentista Giovanni Bellini, o la de Rosa Salvatore; el “Sueño de la mentira y la ynconstancia”, de Francisco de Goya; la “Alegoría masculina de la Mentira” de autor anónimo expuesto en el Museo del Prado; y dibujos de la serie ”Sueño y mentir de Franco”, de Picasso, también en el Prado.

Pero para ti el simbolismo que mejor define históricamente la mentira es la “Alegoría de la Fama”, una de cuyas estatuillas representativas te la entregaron al jubilarte y le da entrada a este artículo. La puerta principal de la que fue Real Fábrica de Tabacos de Sevilla 3 , hoy sede del Rectorado de la Universidad de Sevilla, tiene en su parte superior esta estatua. Fue realizada por Cayetano Da Costa en 1755, en mármol blanco con alas de cobre hoy ennegrecidas. Quiere dejar claro el poder de los Borbones que la mandaron construir, quedando como el mayor edificio fabril de su época. Presenta un sólo clarín, no sabes si se refiere al de la verdad.

2. Las fotografías de las alegorías que ilustran este capítulo han sido, en parte, tomadas de Internet.

3. Próximo artículo sobre esta “Real Fábrica” que se añade a los ya publicados sobre las “Reales Fábricas de la Ilustración” (ver los números de “Luz y Tinta” 40, 50, 66, 98, 127, por ejemplo).

Enlace: https://escribiendoconlaluz ning com/luzytinta/luz-y-tinta-no-40 y siguientes (50, 66, 98, 127...).

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La figura de la Fama es una creación original de Virgilio (70-19 a.c.), en su Libro IV de La Eneida. No se encuentran antecedentes en la literatura griega y romana de esta figura de la Fama. Ovidio la adopta en su Metamorfosis y Horacio la menciona en sus Odas. La descripción de esta alegoría la inician unos versos que postulan a la Fama como un mal, muy veloz cual ningún otro: “Fama, malum quo non aliud velocius ullum”. La describe con múltiples plumas y ojos, lenguas, bocas, oídos, vanos, un monstruo horrible que hoy en día podría representar el poder diabólico de la publicidad y el rumor. Se suele representar en figura femenina (ya sabemos que lo malo se atribuye desde el machismo relator a la mujer: Eva, etc.), alada como águila y con una o dos trompetas que proclaman indiscriminadamente la verdad y la mentira.

Entre las representaciones artísticas de la Fama mencionas la de Simon Vouet (1645, Musée du Berry), “Saturno, vencido por el Amor, Venus y la Esperanza, que preside La Fama”. También mereces destacar la de Bernardo Strozzi, “el Capuchino” (1581-1644), que se expone en la National Gallery de Londres, y por último el “Apolo durmiendo, Musas y Fama”, de Lorenzo Lotto (1480-1556), del Museo Szepmuveszeti, Budapest (Hungría).

Volviendo a la mentira, en filosofía, opina Nietzsche que la Biblia solo tiene una frase valiosa, la que pronuncia Poncio Pilatos cuando Jesús se presenta ante él como el Dios de la Verdad y Pilatos le pregunta ¿”qué es la Verdad”? Y renunciando a entrar en debate se lava las manos y lo entrega a los judíos, que también dicen saber lo que es la Verdad y la Divinidad, para que entre ellos resuelvan el asunto...

La mentira es parte de la historia de los países, leyendas de su pasado casi todas falsas, que justifican su historia de pillajes de los más débiles. Esto se ha dado y sigue dando en los imperios y en los totalitarismos.

Hoy día, la mentira está a la orden del día, distribuyéndose rápidamente a través de internet y redes sociales de mil formas diferentes, siendo las más frecuentes los bulos, las calumnias y las llamadas últimamente “Fake news”, falsas novedades, falsas noticias. Su difusión por estos medios electrónicos digitales les proporciona un efecto multiplicador inmediato y devastador. Ha sido especialmente duro el caso de las mentiras relacionadas con la pandemia reciente por la Covid: desde falsas noticias a grupos antivacunas (¡incluso entre médicos!).

En la guerra las mentiras son parte del arsenal militar. Basta con acordarse de las supuestas “armas de destrucción masiva” que llevaron a la invasión de Irak o a las supuestas “maniobras militares” que precedieron a la invasión de Ucrania, a la que los rusos de Putin descaradamente no llaman guerra sino “operación militar” (otra mentira).

Por último, y de aplicación en tu profesión, hay un grado intermedio entre la mentira y la verdad, es el que está entre ambas. Es la media verdad, o la verdad a medias. Decir solo una parte de la verdad no es necesariamente decir una mentira. Esto es de utilidad especialmente en diagnósticos y pronósticos médicos, y puede evitar daños. Sobre todo si el paciente no inquiere acerca de la falta de datos. Pero si insiste, hay que decirle toda la verdad.

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Arturo Vigil

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Arturo Vigil, con la maestría que le caracteriza y con la que nos tiene acostumbrados ya, nos sumerge de nuevo en las profundidades de los océanos.

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Elena del Rivero Atrapadas

Me encarga la dirección de la revista que vea y comente estas fotos de Elena del Rivero. Al principio, lo enfoqué con cierta desgana: se trataba, me dijeron, de una artista joven, española residente en Finlandia, y uno no está ya para experimentos, más bien, por mis canas, me refugio en recuerdos y en trayectorias consolidadas. Debo, sin embargo, reconocer mi error. Las fotos que conozco de Elena del Rivero tienen un peso, un poso, un sustrato artístico que parece venirle de lejos, como si hubiera cogido la tradición por los cuernos y la hubiera domeñado con actitudes de vanguardia. Como si hubiera adivinado mis propias reservas y se hubiera empeñado en desmentir prejuicios y lugares comunes.

Elena del Rivero —y el lector podrá apreciarlo en estas fotos de hoy y en las que vengan en próximos números— tiene una trayectoria consolidada, conoce el mundo del arte y en sus fotos busca todas las posibilidades expresivas de la sugerencia, que no otra cosa es el ámbito artístico en que se mueve.

Esta serie que hoy presentamos, Atrapadas, es buena muestra de ello. Desde el título nos lleva a un mundo de inquietud: atrapadas, con ese plural que lo tiene todo de reivindicativo, como símbolo de un mundo externo al que representa y alegoría de una situación inquietante que se adivina en cada movimiento de las modelos, en cada contorsión, que es no solo escorzo artístico —Elena, se nota, ha bebido de la tradición clásica— sino, además, expresión de la inquietud que pretende transmitirnos.

Inquietud. Esa es la palabra. El espectador se sumerge en un mundo que se le escapa, en un movimiento constante, en una especie de huida, o de intento de huir de algo que está más allá del negro que sirve de fondo. Porque ese es el gran valor expresivo de estas fotos, la combinación del blanco y el negro: negro del fondo y blanco de las modelos. Blanco que nos lleva a connotaciones de inocencia y de debilidad y negro que esboza inquietud, como digo, y sobre todo, contraste, tristeza, acaso crueldad. Sobre todo si el negro se concentra en esa mano —una o dos, tanto da—, mano enguantada y de corte siniestro que es todo un hallazgo artístico y una reminiscencia del temor que despiertan las actitudes cuasi defensivas que adoptan las modelos.

P.S. Bienvenida Elena del Rivero y bienvenidas sus fotos, que habremos de seguir admirando en próximas entregas.

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Claudio Serrano

La autora de “Atrapadas” ha querido mostrarnos en esta serie de fotografías la sumisión de nuestra mente a la tristeza, seducida por una extraña belleza que maquilla la decadencia física y moral. Los personajes se verán inmersos en una lucha contra su propia naturaleza autocomplaciente.

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Mike Reifman

Las asombrosas características geológicas de Islandia son un regalo para los fotógrafos de la naturaleza. La isla es una de las regiones volcánicas más activas de la Tierra, donde se pueden encontrar casi todos los tipos de actividad volcánica y geotérmica. Islandia tiene uno de los paisajes más singulares del mundo. La ira ardiente de los volcanes de la isla, mezclada con el movimiento de los glaciares helados que dan forma a la tierra, ha creado un paisaje espectacular e impresionante que es el sueño de todo amante de la fotografía. Los valles del Rift y los géiseres, las fuentes termales y las montañas de Rhyolite, las formaciones columnares de basalto y los campos de lava, las áreas geotérmicas y los cráteres lunares, los ríos y arroyos glaciales multicolores crean infinitas oportunidades para obtener imágenes impresionantes.

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Montañas de Rhyolite, lagos de cráter, áreas geotérmicas, campos de lava y ríos glaciares. Islandia. Paisaje en construcción

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Ali Sahebi Retratos

Ali Sahebi, es un fotógrafo nacido en Tehran. Irán.

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Esta foto fue ganadora, con el primer premio, en la competición “Retrato de niños negros y blancos”. En este concurso internacional celebrado en Moscú, participaron 8.408 fotógrafos con 20.809 fotos

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Daniel Kordan Japón

Este es mi lugar favorito en Kioto, tal vez en todo Japón Es Arashiyama, cerca del río Katsura. Los colores de fin de noviembre están explotando aquí en maravillosos fuegos artificiales.

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Fabeha Monir

Mis pies para bailar y contar una historia

“Estoy con una infección muy dolorosa en el pie, pero no puedo dejar de bailar, ésa es mi identidad. Elegí defender mis creencias. Soy una mujer, esta es mi única realidad hermosa. Estoy encarcelada porque elegí ser la voz de innumerables mujeres como yo que han surgido de la agitación interna de la mujer. Mis pies para bailar y transmitir una historia.

MoMo.— Momo creció en una familia musulmana conservadora de Bangladesh. Fue ridiculizada por un comportamiento llamado demasiado afeminado. A menudo le decían que tenía una enfermedad mental. La experiencia la dejó con una pregunta crucial: “¿Quién soy yo?” El costo emocional, la humillación constante y la alienación son parte de la vida de Momo. Mi proyecto en curso “Mis pies para bailar y transmitir una historia” se centra en la vida de la comunidad LGBTQR+ en Bangladesh. Han estado luchando por sus derechos fundamentales de amar con los elegidos y el derecho a vivir en igualdad de derechos.

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Patrick Cariou

Patrick Cariou

Primera visión general de Patrick Cariou de sus famosos retratos de culturas marginadas, en aclamados fotolibros como Surfers y Yes Rasta

Patrick Cariou comenzó su carrera como fotógrafo de moda en París. A principios de la década de 1980 se unió a un estudio parisino, Pin’up Studio, y colaboró en varias revistas como Marie Claire, GQ y Elle. A principios de la década de 1990, Cariou se mudó a Nueva York para refinar su trabajo y metodología, centrándose en temas raros en el límite.

Durante más de 25 años, el fotógrafo francés Patrick Cariou ha viajado por todo el mundo, documentando a personas que viven al margen de la sociedad. Ya sea que fotografíe a surfistas, gitanos, rastafaris o los rudos de Kingston, Cariou celebra a aquellos que enfrentan las luchas de la vida con honor, dignidad y alegría. Reuniendo obras de sus innovadoras monografías, incluidas Surfers, Yes Rasta, Trenchtown Love y Gypsies, Patrick Cariou: Works 1985–2005 (publicado por Damiani) nos lleva en un viaje escénico alrededor del mundo, ofreciendo una mirada íntima y cautivadora a las culturas que se distancian de las bendiciones y maldiciones de la modernidad.

—Su próximo libro homónimo es la culminación de todos sus álbumes de fotos anteriores. Todos están enfocados en ciertas subculturas de todo el mundo, surfistas, rastafaris y gitanos, por ejemplo. ¿Qué le atrajo a fotografiar estos grupos?

—Nunca tuve la ambición de fotografiar estas llamadas “subculturas”. No quiero sonar místico, pero vino como una serie de visiones. Puedo decirles que con Surfers me impresionó mucho un grupo de personas que eligen conscientemente jugar con el océano, en lugar de seguir una carrera. Cuando se trata de Rasta, siempre me atrajo Jamaica desde muy joven y no se había hecho nada serio con los rastafaris. También es una cuestión de estilo. Encuentro a los rastafaris extremadamente elegantes. Con los gitanos, sí, era una sociedad más reservada, pero sucedió muy naturalmente, un paso tras otro. Puedo entender por qué la gente piensa que me centré en las subculturas, pero en realidad no era mi principal interés.

—Su trabajo es antropológico. ¿Fue difícil entrar en estas subculturas para fotografiarlas?

—Los surfistas eran muy fáciles, ya sabes. Simplemente viajaba por las diferentes ciudades y me quedaba allí el tiempo suficiente para conocer gente. Jamaica fue realmente complicada, porque era peligrosa como un hombre blanco con una cámara. En ese entonces vivía en Nueva York y nadie pensó que sobreviviría. Te encuentras con mierda en Jamaica. Fue muy difícil, pero después de viajar durante años desarrollas estas habilidades y una cierta personalidad que permite un acceso más fácil. Los gitanos eran diferentes según la parte del mundo. Con los gitanos franceses, por ejemplo, ya tenía algunas conexiones allí. Son grandes mafiosos, así que realmente necesitaba esa conexión, algunas familias a las que no me hubiera atrevido a preguntar. El principal problema fue cuando volví a donde todo comenzó en Rajasthan y la India. El idioma

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era una lucha y era complicado encontrar a alguien que pudiera traducir. Dentro del proyecto podías tener diferentes problemas, dependiendo de las condiciones en las que vivían estas personas. El mundo clave en todo esto es la paciencia.

—Sus fotografías también se enfocan en la importancia de preservar las culturas nativas. ¿Cómo han influido los viajes en tu trabajo y cómo elegiste a quién y dónde fotografiar?

—Investigas mucho antes de empezar. Consigues todos los libros que puedas y luego, dependiendo de las oportunidades, puedes cambiar de opinión. Es una mentalidad libre para ser receptivo a las oportunidades que se te presenten.

¿Puede compartir una gran historia de las imágenes en cada uno de estos libros?

—En Yes, Rasta hay una imagen de un hombre y un niño con rastas. Esta es una de las primeras fotos que tomé del proyecto. En ese momento no sabía que era extremadamente raro que los niños tuvieran rastas. Primero, no permiten niños con rastas en la escuela en Jamaica. Además, porque Rastafari es una opción para adultos. Salió con su padre durante diez años y cuando tenía 12 eligió convertirse en un chico rudo. En Gitanos , la portada del libro es un tipo que en la foto me está diciendo: ‘’si me haces una foto. Te voy a cortar la garganta’’. Es por eso que todos los niños se ríen a su alrededor. En Trenchtown amor, cuando comencé a trabajar en mi proyecto jamaicano, quería hacer un libro sobre gánsteres jamaiquinos. Me dispararon con un arma automática cuando comencé y abandoné el proyecto. Entonces, un día, por pura suerte, mi amigo de origen jamaiquino estaba almorzando con el ‘’Don’’ de Trenchtown, era su primera vez fuera de Jamaica y estaba visitando a su primo en Nueva York que se fue hace 25 años. El restaurante jamaiquino estaba cerca de mi casa, así que le traje un libro de YES RASTA y le dije que me gustaría hacer uno sobre Trenchtown. Para mí, es uno de los guetos más importantes del mundo. De ahí vino y creció Bob Marley, ahí nació la música reggae. Me tomó meses reunir las agallas para tomar la foto de un tipo de “aspecto malvado”. El ‘’Don’’ me había hecho unas llamadas telefónicas y dos días después me estaban esperando en Jamaica así que todo estaba bien. Tenía muchas ganas de tomar su foto por su aspecto y energía. Me tomó meses de motivación tener las agallas para ir a hablar con él.

—Con la culminación de todo su trabajo en este título, ¿hay algún plan para continuar con alguno de estos proyectos o es un libro de “cierre de capítulo”? ¿Qué sigue para Patrick Cariou?

—He estado trabajando durante los últimos años en paisajes y paisajes urbanos con una cámara de 8x10. Podría cambiar mi poder, pero creo que he terminado con los retratos. Decidí cambiar drásticamente y comenzar algo completamente nuevo.

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Lurdes R. Basolí

Granollers, Barcelona. 1981

Licenciada en comunicación audiovisual por la Universitat Ramon Llull (2004), se especializ ó en Fotoperiodismo gracias a un posgrado en la Universitat Autònoma de Barcelona (2004-2005). En 2005 comenzó· a ejercerlo profesionalmente, colaborando para diferentes revistas y publicaciones tanto en España como fuera de nuestras fronteras.

La fuerza de su trabajo radica en la elección y el planteamiento de los temas. Venezuela, Cuba, Chernóbil, Dubái y Guatemala son algunos de los lugares sobre los que ha trabajado, en busca de historias de interés social y humano, de situaciones en las que el hombre se encuentra esclavo de sus tradiciones o de otros hombres y del capitalismo.

Preceden a sus series entradas de texto con las que ubica al espectador en el contexto en el que est á a punto de adentrarse. en ellas, se destila su formación contemporánea y una muy personal mirada que luego queda subrayada por sus fotografías, la mayor ía en color con contrastes de tonos y luces que la ayudan a situar las emociones de la escena. su trabajo más conocido es Caracas. La sucursal del cielo (Beca FotoPres’09), cuyo éxito radica en el nivel de intimidad al que llega la autora con los personajes, de los que consigue plasmar sus emociones, y la mezcla de estas fotografías con otras de contenido violento más explicito. Proyecto este en blanco y negro, al igual que el realizado en Guatemala sobre el trabajo infantil, ha sido calificado por algunos de «fotoperiodismo íntimo».

Ha publicado en El País Semanal, el Magazine de El Mundo, The Sunday Times Magazine, Expresso, Internazionale, El Universal , La Nació n y Clar ín , entre otros medios. Desde 2008 ha participado en citas internacionales como PHotoEspa ñ a (Madrid, 2008), el Noorderlicht Photofestival (Groninga, Holanda, 2009), el Festiwal Fotodokumentu (Ponzan·, Polonia, 2010) y FotoPres (Barcelona, 2009 y Madrid, 2010). igualmente, ha expuesto en la Fotohof Gallery de Salzburgo (Austria, 2012). Su trabajo también ha recibido el apoyo de la beca del Festival de Fotoperiodismo de Gijón (2005) y el Joop Swart Masterclass World Press Photo (2010). En 2010 obtuvo el Inge Morath Magnum Foundation Award, otorgado a una mujer fotoperiodista cada año, convirtiéndose en la única española en obtener este premio hasta la fecha. en 2011, obtuvo el premio ANI - PixPalace de Visa pour l’image (Perpi ñá n, Francia).

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David du Chemin

Lo que se pasa por alto

(No dejes que sea esto)

Tus mayores desafíos, los que se interponen en el camino de tus mejores fotografías, no son técnicos; son creativos. Apostaría a que eso es cierto para casi todos los que leen esto. Una vez que haya aprendido los fundamentos, los desafíos que tenga no se resolverán tanto con sus herramientas como con su pensamiento.

Cuando observa el trabajo que está creando y se pregunta por qué no es lo que imaginaba o esperaba, probablemente no sea su cámara. Y cuando todo encaja y tus fotografías son más que perfectas, sino personales e incluso poéticas, cuando no solo son visuales sino viscerales, eso también es fruto de tu pensamiento .

Un pensamiento más creativo da como resultado fotografías más creativas.

Esto es tanto más importante cuando recuerdas que ver no es una función únicamente de los ojos; la percepción es una función de la mente. Cómo vemos, incluso lo que vemos, está en nuestro pensamiento. Me acordé de esto recientemente mientras leía una entrevista con el fotógrafo Stephen Shore, quien dijo: “Me parece que un buen fotógrafo es una combinación de dos cosas: una es una percepción interesante y la otra es una comprensión de cómo es el mundo”. traducido por una cámara en una fotografía”.

Si somos estudiantes dispuestos, creo que la cámara nos enseña a ambos.

En una serie de conferencias reciente, conocí a una mujer que se presentó como alguien que fotografiaba como una forma de ver, y no perderse, lo que había pasado por alto. Le dije que era tanto poeta como fotógrafa, y ella se rió y lo restó importancia, diciendo: “No, solo soy vieja”. Quizás. Pero no todos los que viven mucho tiempo también viven tan despiertos, tan dispuestos a no pasarlo por alto. Para no perderse nada.

Tener los ojos abiertos no debe confundirse con tener una mente abierta. Una de las razones por las que el oficio de la fotografía es tan poderoso y atractivo para muchos de nosotros es que la cámara nos ayuda a ver y pensar de manera diferente. Hacerlo nos hace más despiertos y vivos.

“Percepciones interesantes”, dice Stephen Shore. Se trata de una cuestión de individualidad, no de pensamiento grupal. No llegamos a ellos acercándonos a la multitud, sino aprendiendo a ver lo que se pasa por alto, incluso si esa es una forma de pensar sobre algo común que se pasa por alto. Después de todo, ya se ha hecho todo, y eso hace que todo sea un poco más común. Las fotografías más fuertes no serán aquellas con un sujeto que no haya sido fotografiado previamente, sino aquellas que estén fotografiadas desde un punto de vista interesante. Y serán hechos por aquellos que piensan sobre el mundo de maneras interesantes.

Entonces, cuando mi nueva amiga dijo que fotografía para ver lo que se ha pasado por alto, no creo que sea tanto que nunca haya visto una concha en la playa, sino que nunca se ha fijado en una de tal manera que realmente le preste atención. y consideración. La cámara ayuda con esto porque nos ruega, incluso nos obliga, a tomar decisiones si

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queremos transformar ese caparazón en una fotografía de “algo bonito” a algo “bastante interesante”, como dice mi amigo Dave Brosha.

Hacer una fotografía interesante de la concha en la playa requiere que pensemos de manera diferente al respecto. Para verlo por más de lo que parece ser. Tal vez sea una yuxtaposición inesperada. Tal vez sea la luz. Tal vez sea una visión de ese caparazón que solo la cámara puede hacer posible, ya que interpreta la luz, el espacio y el tiempo de manera diferente a nosotros. Tal vez sea como un símbolo o una metáfora.

O, como dijo tan bellamente Edward Weston: “Esto entonces: para fotografiar una roca, haz que parezca una roca, pero que sea más que una roca”.

Hacer eso requiere que pensemos en las rocas como algo más que “simplemente una roca”. El pintor franco-estadounidense Robert Henri imploró a sus alumnos que “pintaran el espíritu volador del pájaro, no sus plumas”. Hacer eso requiere que veamos más que solo las plumas, que pensemos de manera diferente sobre el ave. Y cuando el fotógrafo estadounidense de Magnum, David Alan Harvey, nos ruega que no fotografiemos lo que parece sino que “fotografíemos lo que se siente”, será mejor que sintamos algo al respecto, sea lo que sea hacia lo que estemos apuntando con nuestra lente.

Mis cámaras me han enseñado a profundizar más en mi interior y mirar más tiempo al mundo exterior con la esperanza de encontrar algo más que la superficie. Me han enseñado (todavía me siguen enseñando, de verdad) a darle a todo una segunda mirada y una segunda consideración.

Las percepciones interesantes provienen de fotógrafos que en sí mismos son interesantes. O tal vez esto sea mejor: las percepciones interesantes provienen de fotógrafos que están más interesados: curiosos y reacios a pasar por alto incluso la cosa más pequeña que de otro modo habríamos pasado por alto en nuestra búsqueda de algo más obvio.

Las mejores fotografías no capturan lo obvio, sino que nos muestran lo que podríamos haber pasado por alto; nos muestran lo obvio de una manera que es todo lo contrario. Weston’s Pepper No. 30 hace esto. Es solo un pimiento, pero mucho más que un pimiento.

Weston’s Pepper No. 30 hace más que mostrarnos un pimiento; también nos muestra a Weston. Retira un poco el velo de un hombre con percepciones interesantes. A veces me pregunto si hizo lo mismo con el propio Edward, mostrándole algo nuevo sobre sí mismo y la forma en que veía el mundo. La pimienta de Weston podría incluso mostrarnos algo de nosotros mismos cuando respondamos a la fotografía de la misma manera que lo haría una prueba de Rorschach cuando lo que vemos dentro de las manchas de tinta es algo más que una mancha de tinta. ¿Qué ves en esas sensuales curvas? Apuesto a que es más que un pimiento.

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Quizás esto explique parte del apego que sentimos por nuestras cámaras cuando, al ayudarnos a abrir los ojos y cambiar nuestra forma de pensar, se convierten en algo más que una cámara. En mis mejores días, mi cámara se siente como una extensión de mí. Esto sin duda explica por qué nos apasiona tanto hacer fotografías si, como yo, te sientes más despierto y vivo al hacerlo.

La cámara nos pide volver a mirar y entrar en un diálogo más interesante con el mundo.

Mis cámaras me han ayudado no solo a aceptar mi propia visión del mundo, sino también a expandirla. Me han ayudado a aceptar y valorar mis “percepciones interesantes”, lo cual es difícil de hacer para cualquiera de nosotros que piensa y ve de manera diferente en una cultura que nos anima a compararnos con los demás y a triturar los fragmentos de nosotros mismos que somos “raros”.

Las percepciones interesantes provienen del interior. Se expresan (ya menudo se aprenden) con la cámara en la mano, pero provienen de otro lugar, un lugar interior donde todas nuestras influencias se mezclan y combinan. Nos ruegan más influencias. Y no es exagerado sugerir que lo mejor que podemos hacer para pensar de manera diferente es exponernos a pensamientos diferentes en lugar de las cámaras de eco que alientan más de las mismas ideas, galvanizando los gustos que ya tenemos.

Las percepciones interesantes provienen de las partes laberínticas de nosotros mismos que son difíciles de mapear pero fáciles de ocultar si nos sentimos incómodos con ellas, aunque sería una verdadera lástima porque son precisamente las partes que nos hacen raros las que también nos hacen interesantes. Esos son los que más necesitamos ver (y sobre los que debemos pensar de manera diferente) si queremos hacer fotografías que sean más interesantes. Pero lo que es más importante, si queremos llegar al final de nuestras vidas y no darnos cuenta de que nosotros mismos éramos lo único que más pasamos por alto.

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