El blues de la abuela
Como pensé que vendrías para el verano, no me apuré para llamarte otra vez. Quería que vinieras para que vieras como ya sé plantar flores y hacer que crezcan las flores de calabaza, incluso en esta tierra tan fría. Estarías bien orgullosa de mí. Quería que vieras que aquí también criamos chiles serranos, jalapeños, anchos y hasta habaneros. Bueno, es Tanel quien los siembra para mí con mucho cariño; tanto, que hasta les entibia el agua antes de regar las plantas para que sus raíces no sientan tan fría el agua. Yo creo que ni tú las tratarías con tanto cariño. En cierta forma, él me recuerda tanto a ti. También quería que vieras mis tomatillos, cómo me traje todo México en unas cuantas semillas, que aquí también vienen las hormigas, los escarabajos, los saltamontes y las arañas cuando riego las plantas para darme las gracias de colmar su tanta sed. Quería enseñarte que aquí las catarinas no son de color rojo con negro, sino negro con rojo, y que protegen los epazotes, los cilantros y las espinacas; aunque quizás, tú eso ya lo sabías; porque tú lo sabías casi todo. Quería enseñarte que aquí se le ocurrió a alguien hacer un hotel de insectos en el jardín botánico de la ciudad. ¡Te habrías reído tanto! Habrías dicho que para qué un hotel si todo el bosque y el parque son hogar para los insectos. Casi puedo escuchar tu voz detrás de tus labios muy bien pintados de rosa magenta y con tus mejillas rojitas y tus pestañas negras de lenguas de mariposa y delineador muy bien puesto. En primavera se untaron de amarillo tus ojos para ver la oscuridad. Tu respiración se hizo de piedra y cuando la mañana aún era anaranjada tu pecho se volvió cometa y se fue volando. Tú sentías el horizonte en cada poro. Hacías que el sol se esponjara ante el espejo. Nadie como tú que vio tanto el mundo. Que fue a tantos mundos y tantos espacios. Y yo que amo ver el mundo me pregunto si heredé de ti ese gen, polen de vida, colibrí blanco dentro de la sangre, que me empuja como agua de río a siempre ver más. Quería enseñarte tanto, pero ya no pude. Quería hablarte tanto, pero ya no pude. Quería abrazarte tanto, pero ya no hubo tiempo mineral ni palabra obsidiana que no fuera hermosa en tristeza. No leerás nunca esta carta. No habrá voz alta que te la lea, pero habrá un susurro con plumaje vestido de arcoíris que te la contara con señas y cuando salga el rocío de la mañana y vuelvan a salir los insectos a beber agua, sabré que al menos, algún rumor de ella llegó a tu frente y se coló a tu corazón, como la sonrisa en gotas se resbala y se me queda por los labios cuando miro tu retrato.
Stephanie Rendón de la Torre