Cabellera negra Carlos Patricio Herrera Toro Sé que nadie leerá este manuscrito, sé que todos me odian por mi supuesta locura y a nadie le interesa lo que haga. Sin embargo, para dejar constancia de lo que me hubo sucedido, y antes de intentar morir de hambre en este horrible hospicio, es esta humilde, trágica e innoble narración. Sí, lo recuerdo, ella fue mi primer y único amor. Fue la única que probó mis labios. Con sus caricias me envenenó y su cabellera negra llegó a embelesarme de una manera tan inverosímil que me hice adicto a contemplarla. Esa cabellera negra fue lo más ardiente que tuve entre mis dedos, esa cabellera negra que me cautivó, esa cabellera negra que fue mi perdición. La conocí cuando ambos teníamos 18 años. Antes de ella, ninguna mujer, absolutamente ninguna, había pasado por mis brazos. Mis labios fueron absolutamente vírgenes hasta que ella los colonizó. Nuestro idilio fue salvajemente pasional y lleno de lujuria. Hacíamos el amor muchas veces y de una forma magistral. Luego del coito, no sé por qué, pero nos encantaba quedarnos por largas horas, desnudos, y sentados en la cama. Ella solía coquetear con sus formas, y posaba siempre de espaldas, volteando su cabeza hacia mí y venteando su cabellera negra. Ese era el mejor de los momentos, pues cuando lo hacía, un gozo inefable me insuflaba y sentía un placer como ninguno. Dicha postura llegó a ser tan especial para mí, que a veces ni disfrutaba del sexo, y solo quería que llegase el momento de ver a la cabellera de mi amada. Al ser aficionado a la pintura, no tardé en plasmar su espléndida y magistral pose en un lienzo, mismo que fue el único recuerdo que me quedó de ella cuando, por causa de haber empezado sus estudios universitarios en la capital, me abandonó. Por ella, por mi primera y única amada, pasé tantos meses encerrado en mi cuarto, divisando la pintura que hube hecho de su pose. Esa cabellera negra y misteriosa tenía el poder de hacerme olvidar del mundo con su sola presencia.