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P. Gabriel Izquierdo Maldonado
+ Bogotá. 25 de septiembre de 2016
Unos pocos párrafos son insuficientes para siquiera acercarse a la densidad humana, religiosa y jesuítica de ese hermano nuestro que fue Gabriel Izquierdo Maldonado. Quizás estas palabras suyas que arriba citamos nos dan la pista sobre aquello que constituyó el centro de su existencia: el misterio de Dios que se abaja y se encarna en el ser humano, a pesar de sus hondas limitaciones, para levantarlo en un gesto de profunda solidaridad. Esta solidaridad encarnada fue la que movió a Gabriel en su misión denodada por la defensa de los derechos humanos, por la construcción de la paz de Colombia y por la recuperación de la conciencia histórica entre los seres humanos y en particular entre los jesuitas mismos.
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Gabriel nació en Bogotá el 23 de febrero de 1942 y fue hijo de don Leonardo Izquierdo y doña Elvira Maldonado, ambos nativos de Bogotá, quienes tuvieron otros seis hijos: Bertha, Enrique, Eduardo, José Luis, María Elvira y María Cristina. Fue alumno de primaria en los colegios de La Presentación y San Bartolomé La Merced (1946-1953) y de bachillerato en la Es-
Para mí lo primero de ser jesuita es que el amor se muestra más en obras que en palabras. Yo creo que todo el ser jesuita se forma en un descubrimiento: en el conocimiento interno del Señor Jesús que se ha hecho hombre por mí para que más lo ame y lo siga. Es ese encuentro con Dios que se ha encarnado para hacernos a nosotros como Él, es decir, humanamente realizados. Este es un proceso de entendimiento con la razón, pero, ante todo con el corazón.
P. Gabriel Izquierdo, SJ
cuela Apostólica de San Pedro Claver en Zipaquirá, entre 1954 y 1956. Ingresó a la Compañía de Jesús en el Noviciado de Santa Rosa de Viterbo el 3 de diciembre de 1957, y emitió los primeros votos dos años después el 8 de diciembre. Durante el trienio siguiente, en esa misma casa, realizó el Juniorado y luego fue destinado a Chapinero para adelantar los estudios de Filosofía, que terminó en 1966. Su Magisterio lo hizo en el Colegio San Bartolomé La Merced y en Santa Rosa de Viterbo entre 1967 y 1968; luego regresó a Bogotá para realizar los estudios de Teología en la Universidad Javeriana (1969-1972). Recibió la ordenación sacerdotal en Bogotá, el 27 de noviembre de 1971. La Tercera Probación la realizó en México en 1990 y emitió los últimos votos el 2 de febrero de 1992.
A lo largo de este proceso de formación como jesuita, Gabriel fue capaz de identificar y de vivir de una relación muy íntima con el Señor: “Algo que realmente a mí me emociona y me impresiona es que Dios cuando nos habla no lo hace a través de gestos espectaculares, sino que él se encarna. Es decir, es un acto de solidaridad profundísima. El camino que Dios toma es el de la profunda solidaridad; entonces la vida del cristiano es ser absolutamente solidario con los otros seres humanos. Tenemos que fijarnos en la gente con un corazón lleno de compasión y con un corazón que entienda. Ser cristiano es tomar una posición frente a la realidad del mundo, primero ante las relaciones humanas, dejar de pensar en nosotros mismos y dar optimismo y esperanza a los demás." Esa fuerza proveniente de un Dios profundamente solidario la experimentó Gabriel en un estrecho contacto con la espiritualidad ignaciana; experiencia y contacto que le mostraron a qué proyecto apostarle la vida: “El misticismo de San Ignacio a través de la acción me parece extraordinario; y para mí sobre todo es entender que en la persona humana en que se encarna Dios debe aparecer la gloria de Dios. Me interesa ese proyecto.” Fue esta la convicción interior que orientó por entero su vida apostólica, especialmente dedicada a salvaguardar los derechos humanos, a edificar la paz y a recuperar la memoria y la conciencia históricas.
Gabriel supo poner al servicio de la misión de la Compañía en la Provincia sus estudios de Ciencias Sociales y Antropología en la Universidad de Chicago (USA). En efecto, a finales de la década de los 70 e inicios de los 80 del siglo XX, Gabriel se dedicó al estudio de la realidad del campesinado en sus aspectos económico, político y cultural, desde la perspectiva de la antropología social y cultural, a través de un análisis comparativo del campesinado de diversas partes del mundo: Latinoamérica, Asia y Medio Oriente. Dentro de este amplio espectro, de particular interés para él fue el estudio del problema religioso (ritos, símbolos, mitos, ideologías), lo cual, sin duda, enriqueció el trabajo apostólico que llevó a cabo con la población latina de Chicago. Otro elemento enriquecedor para él durante este período de estudios especiales, y que influenciaría su trabajo en el CINEP, fue el encuentro con Juan Luis Segundo, de quien le impactó su creatividad en el campo
pastoral. Segundo había estado trabajando en el CIAS de la Provincia Uruguaya, que fue clausurado debido a inconvenientes políticos, y se encontraba entonces (1979) como profesor en la Divinity School de la Universidad de Chicago. De este contacto, Gabriel retuvo el enfoque teológico-pastoral que podría darse al trabajo del CINEP, factor que, a su entender, era una carencia de esa obra de nuestra Provincia.
A su regreso a Colombia, Gabriel continúo su labor apostólica en el CINEP, la cual se extendió entre 1979 y 1998. Durante este período alternó su trabajo como investigador con otras dos actividades: profesor en Chapinero y la Javeriana (1981-1983), y asesor de Acción Social de la Iglesia en el Departamento del Atlántico (1983-1986). En la Universidad, además de trabajar como profesor de antropología y socio-pastoral, se empeñó en la planeación del Departamento de Teología Pastoral de la Facultad de Teología. Coordinó un comité consultivo que tuvo por objetivo planear la formación pastoral a partir de la práctica. Este trabajo lo puso en contacto con los formadores de los diversos grupos de religiosos que eran estudiantes de la Facultad; incluso tuvo la iniciativa de que se integrara este punto de vista práctico-pastoral en la formación de los jóvenes jesuitas de la Provincia. En la segunda actividad, una de sus principales contribuciones tuvo que ver con la promoción de las comunidades más desfavorecidas del Municipio de Manatí (sur del Departamento del Atlántico), por medio de un proyecto de rehabilitación y reconstrucción de vivienda, riego, abastecimiento de alimentos, salud, saneamiento ambiental, producción, educación y obras civiles. La idea que estaba en el núcleo del proyecto era organizar a la población damnificada de una inundación, de manera tal que fueran los propios pobladores campesinos los gestores del proyecto.
Sin cortar sus nexos con el CINEP, Gabriel volvió a Chicago en 1987 con el fin de redactar su tesis doctoral. Fue este un trabajo arduo que requirió de toda su energía y que tomó forma en un escrito de 1600 páginas sobre la realidad del campesinado, el cual tuvo que depurar para ajustarse a los requerimientos de sus examinadores. Pero sus exigentes ocupaciones intelectuales no fueron obstáculo para aportar con sus ideas a la vida de la Provincia y para tener un serio trabajo pastoral en una parroquia de Chicago. De una parte, Gabriel no dejó de ser proactivo en la planeación que afrontaba la Provincia por esos años. Pensaba que la Provincia era bendecida por la cantidad y calidad de vocaciones, realidad opuesta a la que vivía la entonces Provincia de Chicago, que había recibido solo un novicio ese año. Primero, era partidario de que la planificación de la Provincia debería integrar los apostolados alrededor de objetivos regionales, a partir de una metodología que partiera de la gente, contrariamente a una tendencia de trabajo centralizado en Bogotá y muy de escritorio. En este sentido, pensaba que las grandes obras del momento (Javeriana, Casa de la Juventud, Centro de Espiritualidad y CINEP) deberían articularse a partir de proyectos. También consideraba necesaria una mejor planeación de
la destinación de jesuitas a formarse como especialistas en distintos campos de las ciencias sociales, que percibía en disminución durante esos años. Pero creía que esta formación debía romper con el enfoque cerrado meramente académico, para incorporar una perspectiva más en contacto con las comunidades y la transformación social. Lamentaba, también, que después de lo logrado con CENPRO, los medios de comunicación hubieran dejado de ser una prioridad apostólica para la Provincia. Era además un convencido de que la Provincia debía intensificar el crecimiento de nuestra espiritualidad alrededor de su historia: “nuestra identidad y nuestra proyección hacia el futuro tiene que estar formada, animada por lo que los hombres de nuestra Provincia y del mundo en la Compañía han realizado. Es muy difícil entender nuestra espiritualidad en el terreno de lo abstracto o solo a partir de la experiencia personal. Lo que nuestra gente ha hecho, lo que hace, es de capital importancia. El conocer, entender, asimilar y amar lo que han sido y han hecho los jesuitas, pienso que es un magnífico camino para amar nuestra vocación y emular a nuestros antecesores.” Eran estas algunas de sus ideas y sueños para la Provincia.
De otra parte, durante este segundo tiempo en Chicago, Gabriel se integró de corazón en el trabajo de la Parroquia de San Adrián, donde vivía y en la cual formó una comunidad hispana de unas 600 personas, que organizó en grupos diversos. Su preocupación por los problemas de esta comunidad a nivel espiritual y social, así como la posibilidad de celebrar la fe en el idioma materno, movieron a la gente a solicitar una extensión del tiempo de permanencia de Gabriel en esa parroquia. Pero la premura apostólica de la Provincia en un momento histórico en el que el país sufría a causa de la compleja situación en torno al narcotráfico, hizo imposible que se accediera a esa petición. Corría entonces el año de 1989, cuando la Compañía llamó a Gabriel para que realizara su Tercera Probación en Puente Grande (México), siendo Instructor el P. Miguel Elizondo, SJ Los frutos de esta última etapa de formación los sintetiza Gabriel retomando las palabras que San Pablo dirige a los Filipenses (3, 10-12): Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección, tomar parte en sus sufrimientos y llegar a ser como Él en su muerte. Para él, la Tercera Probación fue la confirmación de su deseo de ser como Cristo en su muerte: solidario hasta el final. Este sería el motor espiritual que movería en adelante su vida de jesuita.
La Provincia lo recibió de nuevo en el CINEP, donde se desempeñó como director del Programa de Culturas (1990-92), coordinador de Programas Culturales y director del trabajo campesino en el sur del Atlántico (1993), antes de ser nombrado director del CINEP, cargo que ejerció entre 1994 y 1998. La fecundidad de su trabajo durante todos estos años fue muestra de su apasionamiento característico, pero debe mencionarse uno de los eventos que sin duda marcó su vida como ser humano y como jesuita. Era esa una época en que – como hoy – grupos armados tenían como
objetivo militar a los defensores de derechos humanos. El 19 de mayo de 1997 un grupo de sicarios – de la banda La Terraza a órdenes de Carlos Castaño – irrumpió en el domicilio de Mario Calderón (exjesuita) y Elsa Alvarado, investigadores del CINEP, para acribillarlos. Fue asesinado además el padre de Elsa, don Carlos Alvarado. Sobrevivieron el hijo de Mario y Elsa – Iván – y la madre de Elsa, doña Elvira Chacón. Con las siguientes palabras, Gabriel rememoraría meses después este hecho penoso: “Siempre que pienso en eso se me desbarata el corazón. Yo no puedo dejar de llorarlos. Sobre todo, cuando pienso que lo único que estaban haciendo era un bien. Perder a un amigo es de las peores cosas que me han pasado en la vida. Yo no sólo perdí a Mario en esta lucha: a mí me han matado 34 amigos. Es tan doloroso como absurdo.” La masacre sería declarada crimen de lesa humanidad en 2017.
La situación condujo a que las amenazas pesaran sobre el personal del CINEP en cabeza de Gabriel Izquierdo, su director. Por eso, la Provincia vio necesario que Gabriel se ausentara del país durante un tiempo prudencial, con el fin de salvaguardar su vida, decisión que no dejó de ser dolorosa para Gabriel, quien deseaba mantenerse en Colombia para hacerle frente a situación tan difícil y dolorosa. Durante este exilio forzado él no dejó de trabajar en favor de los derechos humanos, para lo cual sirvió como Asesor de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, los Desplazados y la Sociedad Civil. A su regreso a Colombia se vinculó al Instituto Pensar de la Universidad Javeriana como coordinador del “Proyecto Nación”; también trabajó como profesor de la Facultad de Teología y como coordinador de Programas de Paz. Adicionalmente contribuyó con el trabajo de FASOL, corporación que brinda apoyo a funcionarios de la rama judicial y la Fiscalía, que han sido víctimas de violencia en razón de sus funciones.
Desde 2010 fue encargado del Proyecto de Restauración del Templo de San Ignacio de Bogotá y coordinador de la Comisión del Santuario del proyecto del Centro San Pedro Claver, Derechos Humanos y Cultura Afrocaribe de Cartagena. Su dedicación a la restauración del Templo de San Ignacio de Bogotá fue plena. De especial interés para él fue sacar adelante la rehabilitación de la Capilla de San José, obra del P. Santiago Páramo. Al respecto, el P. Alejandro Angulo anota: “Fue la obsesión de Gabriel en la última parte de su fecunda vida entre nosotros. Y la Capilla de San José fue el primer paso en esa restauración que él soñaba coronar y que era la razón por la que no quería irse todavía al encuentro definitivo con su verdadero amor, a pesar de que cuando recibió la noticia de su enfermedad terminal respondió como el fiel servidor y con una profunda paz: aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad. Aunque apenas tenía una idea aproximada de lo que iba a costar esa voluntad, él estaba listo, como jinete ignaciano, a partir a donde Dios lo enviara.”
El encuentro con ese “verdadero amor” tuvo lugar el 25 de septiembre de 2016,
un día antes de que se firmara el acuerdo de paz entre el Gobierno Colombiano y la guerrilla de las FARC. Dos años antes, con lágrimas en los ojos, Gabriel expresaría emocionado lo que significó para él ser jesuita: “No tengo, sino que darle gracias a mi Dios. Yo salí de mi casa cuando tenía 11 años y ahora tengo 72. En mi casa recibí cosas muy importantes, lo que soy en gran parte. Pero de la Compañía de Jesús, todo lo que hablo y soy, ahí lo recibí en contacto con una serie de seres humanos increíbles, seres con los que aprendí a entregarme, a conocer al Señor. Todo esto hay que matizarlo con los propios límites, las propias urgencias y pecados, pero sí creo que esta cosa de la vocación es maravillosa; en nuestro caso es ese cariño del encuentro con el Señor para que hagamos lo que podamos por su mayor gloria.”
Referencias:
Noticias de Provincia, N° 9, septiembre de 2016, pg. 5-7.
CINEP – Programa por la Paz. Homenaje a Gabriel Izquierdo, SJ 27 de septiembre de 2016. https://www.youtube.com/watch?v=GiBs9C9Y7j4
Centro Ático – Pontificia Universidad Javeriana. Entrevista P. Gabriel Izquierdo, SJ 28 de septiembre de 2016. https://www. youtube.com/watch?v=uKxT6kfyPLA