Germen de voces 2021

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El camino de Tepela • Emilio Sierra

El camino de Tepela Emilio Sierra

Estaba tan seco que ya ni con el semejante solazo que colgaba del cielo le salió una sola gota de sudor al hombre. Es más, antes le hubieran salido lágrimas a las piedras que agua a ese señor del cuerpo, a quien muy clarito le dijeron que no se fuera por el camino de Tepela, que por ahí estaba bien sólo y bien culero, y que tenía los calores más calurosos de San Luis y del infierno entero. Que mejor se fuera por San Antonio, aunque tardara más, que por ahí de perdido una lagunita se habría de encontrar y hasta iba a tener chance de darse un descansito bajo algún árbol y seguir su camino. Pero a él le urgía llegar. Le urgía tanto llegar como pa’ irse por el camino de Tepela y no por el de San Antonio, con todo y su terregal, y su sequedad, sus llanos, sus animales del demonio, y su pinche solazo que te pela la choya. De ahí ha de‘ber salido el nombre: Tepela la choya. Pero el chiste es que a él le urgía rete harto llegar, porque recién había recibido una carta con calidad de urgente del doctor de su pueblo diciéndole que su mujer se había sacado la criatura que estaba creciéndole en la panza, que porque ya no la quería tener, que siempre no. Así que mejor se la iba a sacar antes de tiempo, antes de encariñarse con su nueva cría y hacer de su dolor, el dolor de ella. Él, don Polo, apenas tuvo la carta en sus manos se puso de pie para nunca más volver a sentarse, con el rostro más pálido que un hombre prieto había tenido jamás. Al pobre viejo lo recorrió una entumida por toda la espina de la espalda, y le supo amarga la saliva y se le enfriaron las manos calludas y llenas de tierra con las que sostenía la dichosa carta. Tembloroso, emprendió su viaje y no cargó consigo más que su cuchillo. Tanta fue su prisa por irse que nomás llevaba dentro de sí el agua que le corría por el cuerpo en la pipí, en el sudor, en la saliva, en el semen y en la sangre. —Váyase por el camino de San Antonio, Polo, si no, no la va a librar. —Dijo uno. —Váyase por el de San Antonio don Polo, ahí de perdida una lagunita se habrá de encontrar, y hasta va a tener chance de darse un descansito. —Dijo otro. Don Polo decidió ignorar a esas voces que retumbaban en su cabeza como si estuvieran rezando, porque ya llevaba una eternidad camine y camine, y nomás no encontraba su cuchillo y ya era tarde pa’ pensar en otras rutas. Es más, ni volteó a 27


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