Capítulo 12
MESEIA CONGELADA Glaciar Kah iltna
ientras los curtidos montañistas hacían bromas, mis propios pensamientos se volvieron a la aventura que tendría lugar al día siguiente. Un poco más tarde me metí en mi bolsa para dormir, me acosté de lado, y musité ante la grabadora: "Siempre que pienso en lo que Dios está haciendo por mí me lleno de asombro. ¿Por qué yo? Tanta gente está orando por mí. Me siento abrumado, y sin embargo, asustado". Fijé la vista en el domo semioscuro de la bolsa de dormir que tenía sobre la cabeza y pensé en el propósito que tenía para escalar la montaña. Pensé en todas las personas que escucharían mi historia y se animarían a escalar sus propias "montañas", cualesquiera cosas que fueran esas montañas. Luego recordé las historias de horror acerca de las avalanchas, de rocas que se deslizan, y las grietas. Como un niño que cumple un deseo de cumpleaños, cerré los ojos y oré: "Señor, te necesito más que nunca. Ayúdame a ser fuerte y permanecer cerca de ti". Despertamos con un cielo azul y brillante luz del sol. Después de un desayuno de avena rehidratada, chocolate caliente, los cuatro que formábamos mi equipo nos atamos a las cuerdas y caminamos g kilómetros hasta el glaciar. La luz del sol chispeaba sobre las murallas de hielo y las grietas, creando un caleidoscopio de colores azules y blancos que rodeaba las crestas de las rocas. A cualquier lado que volteáramos veíamos elevadas montañas. Sin embargo, más allá de la belleza del glaciar,
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