Capítulo 13
RUMBO AALASKA l tranquilo viaje a través de los bosques de Idaho hizo muy poco para calmar mis ansiedades. Muy por el contrario, las montañas intensificaban mis temores. En algún lugar, en el fondo de mi mente podía escuchar una estación de radio de Spokane donde un entrevistador discutía con un airado radioescucha acerca de los efectos positivos y negativos del plan de salud del Presidente Clinton. Normalmente yo estaría expresando mis opiniones personales sobre el tema, pero esta vez no lograba captar mi atención. Whit me miró desde el asiento del conductor, con los ojos brillantes de emoción. Golpeó el dorso de una mano sobre el volante. -¿Te imaginas? ¡Nos dirigmos hacia "El Grande"! ¡El monte McKinley! Yo asentí -Sí, ¡"El Grande"! Todo lo que había escuchado acerca de la montaña asesina reforzaba mis temores. Libros, folletos, artículos de revistas, y experimentados escaladores, todos me advertían en cuanto al asalto al McKinley: las grietas, el glaciar, las paredes de hielo, violentas tempestades, temperaturas congelantes, ceguera por causa de la nieve. Recosté la cabeza en el asiento y cerré los ojos. Una visión pasó frente a mí. Una visión en la que me vi caminando sobre el hielo. Repentinamente escuché un fuerte ¡crack!, y luego desaparecí en una grieta, helado y para siempre. La misma escena había estado en mi mente durante las últimas semanas. Aprisionado en las redes de mi propias dudas y agobiantes temores, continué rumiando las potenciales tra-
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