AL FILO DE LO IMPOSIBLE
el séptimo y el octavo grados. Yo estaba ansioso de volver a las canchas, especialmente con el nuevo inicio de cursos que se aproximaba. Por supuesto, primero necesitaba tener la capacidad para levantarme de la cama. Diez días después del accidente, mi madre dio a luz a mi hermanita menor en el hospital de Tulsa. La semana posterior al alumbramiento me pareció interminable. Finalmente su médico le dio permiso para viajar hasta Muskogee. El Dr. Miller, dentista amigo de la familia, buscaba un reemplazo y venía a visitarme cuando mis padres no podían hacerlo. Se sentaba conmigo durante horas, mientras yo masticaba el buen chicle que siempre me traía. Una infección de pseudomonas me afectó la pierna. Convirtió en color verde mis vendajes y apestaba a huevo podrido y a vómito. Cada tercer día me llevaban a la sala de operaciones, donde el equipo médico me ponía a dormir para cambiarme los vendajes de las piernas. Un día intentaron cambiar los vendajes sin sedarme primero. Cuando levantaron la primera capa de gasa, un lacerante dolor se disparó por toda mi pierna, peor del que había sentido inmediatamente después del accidente. Grité tan fuerte y durante tanto tiempo, que los otros miembros del equipo médico del hospital vinieron corriendo para saber lo que estaba ocurriendo. Desde ese momento en adelante, los médicos se aseguraron de que yo estuviera bien sedado antes de iniciar el inevitable procedimiento. Después de algunas semanas en el hospital, comencé a comprender que probablemente no estaría en el equipo de fútbol de la escuela. Lo que yo no sabía era que los cirujanos habían dicho a mis padres que el pie izquierdo se me había paralizado y que debido a mis graves heridas, probablemente nunca más caminaría. Las sofocantes temperaturas disminuyeron para el otoño, y el nuevo curso escolar comenzó para mis amigos, pero no para mí. 24