Esperanza y desilusión
Menos de dos meses habían transcurrido desde el accidente, y yo estaba lejos todavía de estar bien. Durante las ocho semanas que había pasado en el hospital. soporté 28 operaciones. Recibía dosis cada vez mayores de Demerol contra el dolor. La parte posterior de mi pierna derecha no era más que una delgada capa de piel que me habían quitado del estómago. En la pierna izquierda había también unos 30 centímetros de puntos. Tanto mi estómago como mi pierna lucían horriblemente quemados. Y cada día me llevaban a la terapia física, donde pasaba mucho tiempo en el hidromasaje, una experiencia terriblemente dolorosa. Mi cuerpo se negaba a acostarse en la cama. Me sentía débil y feo, a pesar de la omnipresente gorra roja que continuaba usando en la cabeza. Mientras estuve en el hospital. continué cuestionando a Dios, orando por una respuesta, del porqué tenía yo que pasar por tanto dolor. Para ejercitar los músculos de los brazos y ayudarme a moverme sobre la cama, tenía una barra horizontal por encima de la cabeza. Después de cada ejercicio, me dejaba caer sobre la almohada, luchando para detener las lágrimas, recordando que mi amigo Clay Bird y yo acostumbrábamos a flexionar los músculos para demostrar nuestra fortaleza. Luego miraba con disgusto a mi enflaquecido cuerpo. ¿Y ahora, esto? Me movía de la cama a una silla de ruedas o a las muletas para caminar con la ayuda de un zapato que tenía una horrible abrazadera de metal que me impedía asentar el pie derecho. El día que salí del hospital. lo hice en muletas, con mi gorra roja puesta y portando la odiada abrazadera. Me encantó la emoción de volver a mi casa en la parte trasera de una camioneta Coach Smiley, a una fiesta en mi honor con banderas, gallardetes y globos. Pero cuando todo terminó, se me hacía más doloroso cada día ver a mi hermano y sus amigos dirigirse a la escuela. Mis padres arreglaron con la escuela para que me mandara un maestro a domicilio. En mi mente de muchacho
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