CUARENTA Y CINCO MINUTOS A Luis Miguel por sus historias hoteleras. Durante el día, solía dormitar entre los matorrales que estaban frente a la alberca. El edificio hacía sombra y la brisa marina corría acariciando su peludo cuerpo. El día que Bart sufrió el infarto, el sereque lo había estado observando; desde su guarida en los matorrales, entre sueño y sueño, lo veía. El sereque no podía saber, y tal vez no le interesaba, que la vida de aquel hombre dependería de que una ambulancia llegara a tiempo. Lo sé yo y ahora lo sabes tú también, lector: Bart está por sufrir un ataque cardiaco. Si lo trasladan del hotel al hospital en menos de cuarenta y cinco minutos, Bart puede salvarse. Está de vacaciones con su esposa. Llegaron el sábado pasado, y en el sistema aparece su check out para el sábado próximo. Una semana destinada a relajarse. Aunque en realidad, solo serán cuatro días porque es martes y Bart ha aprovechado que su esposa está dormida en un camastro, bajo una palapa en la playa, sintiendo la misma brisa que arrulla al sereque, para ir al bar y pedir un tequila doble. Sabe que no debe hacerlo, pero supone que por una copita no le pasará nada. Desde su operación a corazón abierto, no ha probado una gota de alcohol, de eso ya pasaron cinco meses y Bart empieza a sentirse bien. Sobre todo ahora que él y su esposa decidieron tomar unas vacaciones en la playa, Bart se siente de maravilla. El sereque lo observa y Bart observa a su esposa. Mientras saborea su copa, se asegura de que siga dormida. Cuando su copa se vacía, su esposa aún está inmóvil y se atreve a pedir el refill. Ya ha bebido varios tragos cuando la ve moverse. Decide no arriesgarse; apura el último trago y regresa a su camastro en la playa. Su esposa se despereza y le pregunta si se levantó. “Fui al baño”, miente. El sereque aprovecha que Bart se ha ido para aventurarse a llegar sin ser visto a un plato que está en el suelo, al borde de la alberca, con los restos de unos nachos, pero no alcanza a terminarlos porque Bart empieza a sobarse el brazo, se siente mal y su esposa se da cuenta. Es enfermera, pero no sabe qué hacer. Se acerca a su esposo, percibe el olor en su aliento y entra en pánico. Ambos saben lo que está por ocurrir. Empieza a correr el tiempo. El sereque regresa a su escondite, pero ya no dormita, ahora está alerta porque escucha
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