Joel Almeida GarcÍa
Granuja 5
En la penumbra Quien haya probado la lluvia sabe lo delicioso que es cerrar los ojos, mirar hacia el cielo y abrir la boca para que las gotas frías golpeen la lengua. Es sumergirte en tu oscuridad. Concentrarse en solo sentir cómo la fuerza de la tormenta te cubre de una capa gélida invisible. Puedes levantar los brazos, simular una crucifixión pagana en medio de la nada y escuchar la
tormenta convertirse en un simple aguanieve. Hasta puedes sentir la libertad, no hay ataduras, eres imponente. Nada te puede detener. Haz tocado fondo y como dice el folclor: lo único que queda es subir. Subir y subir.
El sonido de la débil aguanieve es arrullador y atractivo. Sabes que es perfecto para que un
centenar de secretos abran sus ojos en la penumbra. Un centenar de ojos que guiñan al compás de los
latidos del corazón de cada humilde habitante de esta comunidad que duermen plácidos y confiados en su naturaleza infinita. Bajas los brazos y observas a tu alrededor. Tu visión es borrosa por la humedad que envuelve tu
rostro. No quieres usar las manos, eso quitaría la diversión de la imagen deforme que quieres dar a los ojos de un observador morboso. Como un niño descubriendo secretos de la naturaleza, observas el agua de la lluvia terminar en
la alcantarilla. Un hilo horrendo de basura es arrastrado junto con lo asqueroso que se encuentra a su paso; porque eso sí: comprendes que hay monstruosidades dentro de las alcantarillas. Eso lo sabemos. No te sientes perdido. Imposible. Sabes en dónde te encuentras. Descubres, después de todo, que uno
puede recordar la vida pasada. Descubres, después de todo, que uno guarda en la memoria los recuerdos del otro mundo. El mundo que te dio la espalda. El mundo que te abandonó.
Tratas de recordar si fue doloroso. Aguzas el oído. ¿Qué quieres oír? ¿Lamentos? ¿Tu nombre?,
¿acaso esperas escuchar «perdón, perdón, perdón, si te queríamos después de todo»? Pretextos. Has muerto. Lo sabes.
Pero, acaso, ¿no estabas en tu recámara?, ¿no estabas escribiendo una carta… cómo le llaman…
póstuma?, ¿no dejaste el lápiz sobre la hoja en la que le decías adiós a ese otro mundo despiadado, culpable de tus infortunas y derrotas? ¿Cómo llegaste a media calle? Ríes. Te das cuenta que haces preguntas tontas, inútiles cada una de ellas. Recuerdas que estás en el otro mundo y ahora deseas
explorar, pero sabes que tienes que estar a la expectativa. Mirar películas de terror durante tu infancia te prepararon para encontrar lo indefinible e
innombrable en el mundo del más allá. Caminas.
Tus piernas adquieren movimiento y dejas que ellas te guíen. Observas los hogares a tu
alrededor. Por un momento sientes coraje y envidia de la tranquilidad que tú nunca tuviste. Ves los autos aparcados. Recuerdas todas las horas extras de trabajo que hiciste, solo por querer un mísero ingreso por darte lujos que jamás tuviste.
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