Por: Pbro. José de Jesús Palacios Torres/ jjpt1636@gmail.com
una situación que refleja el abuso del poder que las autoridades civiles se adjudican sin más, so pretexto de medidas sanitarias contra el coronavirus; es claro que ello es un abuso de autoridad frente al cual hay que manifestarse, pero al mismo tiempo, muchos manifestantes aprovechan para dejar salir todas las frustraciones. Los actos vandálicos no serán jamás justificados, estos son muy propios de ciertas corrientes políticas que “truenan” toda manifestación politizando, desvirtuando y haciendo infecunda la acción ante la pérdida de su objetivo original.
C
uando se nos preguntan sobre el futuro, considero que la mejor respuesta es “no sé”. Hay ciertamente datos que nos facilitan y nos ayudan a visualizar ciertas tendencias que se pudieran ir dibujando el horizonte; lo que no significa tener certezas para establecer, cómo sería el futuro inmediato o remoto. De frente a una pandemia que amenaza con ser larga, podríamos adentrarnos a analizar algunos aspectos interesantes que ya estamos viviendo. Con el deseo de evadir un impacto en la crisis de salud por causa de la pandemia, todos los países asumieron la estrategia, entre otras, del “quédate en casa”; una acción que por un lado protege y mitiga el número desproporcionado e incontrolable de contagios pero, por otro genera sentimientos de indignación e impotencia, sobre todo, para quienes menos tienen. Poco a poco las medidas sanitarias en algunos países, sobre todo europeos, fueron dejando las calles vacías y se empezó a respirar una gran paz en las grandes ciudades. México no fue la excepción. Sin pretender caer en profecías fatalistas o ganar el título de ”profeta del terror”, hay que decir que, la tranquilidad callejera a la que se había llegado, puede ser un fenómeno provisional y engañoso. Será inevitable que las consecuencias
de la pandemia en la salud pública y la economía genere tensiones en las relaciones entre los gobiernos y los ciudadanos, sobre todo donde la atención a los enfermos tenga fallos y no exista la comunicación clara sobre el avance de la enfermedad. Si a esto le agregamos la pandemia de la violencia desatada, preservar el orden público puede ser difícil cuando las fuerzas de seguridad están desbordadas y las poblaciones se sienten cada vez más frustradas por la respuesta de su gobierno frente a sus principales necesidades: la salud, la seguridad y la información. También, aunque más en general, los catastróficos efectos económicos de la pandemia pueden sembrar semillas de malestar para el futuro, independientemente de que se haya experimentado, o no, brote de la enfermedad, aunque los que sí los sufran tendrán mucho más peligro. Nos aguarda una recesión global de dimensiones aún desconocidas; las restricciones a los desplazamientos por la pandemia interrumpirán el comercio y las cadenas de suministros alimentarios; numerosas empresas tendrán que cerrar y los niveles de desempleo se dispararán. La ansiedad, la desesperación por una crisis social y económica, la violencia, la impotencia frente a la pandemia que amenaza con arrebatar todo, etc.; todo ello tiene en México un nombre, Geovani López;
Pero ante esta situación, como hombres y mujeres de fe, no queremos ni escandalizarnos, ni ignorar, sino asumir para redimir. El Papa Francisco, frente a los disturbios por la muerte del estadounidense George Floyd, situación similar en parte a la de Giovanni López, afirma que: “... no podemos tolerar o cerrar los ojos ante el racismo y la exclusión en cualquiera de sus formas y a la vez decir que defendemos lo sagrado de cada vida humana”. Hemos de recordar que toda violencia engendra violencia. Siempre contamos con el deber de luchar y defender nuestros derechos elementales como seres humanos, como ciudadanos defender nuestros derechos civiles, derecho de manifestarnos frente a injusticias, de armarnos de valor para denunciar el racismo, el abuso de poder, y toda
clase de corrupción, etc., pero siempre ha de ser fundamental el “cómo”; necesario será mantener los canales de comunicación y el espíritu de cooperación, sobre todo ante situaciones que nos llevan a pensar en la fragmentación de muchas instituciones y valores sociales.