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III. Artesanías y manufacturas

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Sobre los autores

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También es importante señalar que, al igual que los centros mineros, las industrias rurales y urbanas conformaron polos dinamizadores de la producción y de movilización de personas y mercaderías. Las haciendas ganaderas con obrajes, las haciendas con trapiches y alambiques, las ciudades y villas con industrias transformadoras diversas requerían de mano de obra permanente y estacional, de una gran cantidad de productos para su aprovisionamiento y materias primas e insumos, todo lo cual ocasionaba un efecto de arrastre o multiplicador, favorable para la economía local y regional.

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El empresario colonial fue más rentista que un agente económico dotado de un espíritu industrial moderno, lo que influyó en el desenvolvimiento de la industria peruana colonial tanto en el campo como en la ciudad. Los grupos sociales influyentes económica y políticamente no se plantearon desarrollar la producción en las ciudades, aunque la diversidad de sus intereses condujo a un cierto grado de desarrollo. En efecto, en esta actividad estuvieron interesadas personas de muy diversos sectores sociales: hacendados y estancieros productores de materias primas (trigo, tabaco, cacao, lana, cueros, sebo, ganado), funcionarios y comerciantes importadores de materias primas y exportadores de productos acabados hacia las provincias. Todos ellos pretendían colocar recursos económicos inactivos para obtener o incrementar sus rentas.

III. Artesanías y manufacturas

Tanto en la ciudad como en el campo, la producción artesanal convivía con la manufacturera, compitiendo y complementándose mutuamente. Antes que los resultados de la Revolución industrial empezaran a hacerse notar desde la segunda mitad del siglo XVIII, no había una gran diferencia en la base productiva de Europa y América, dado que ambas se fundaban en la producción artesanal y manufacturera. Fue a partir de esta época —cuando la producción de determinados lugares de Europa ingresó de manera firme al proceso de industrialización moderna— que se inició la diferenciación.12

El artesano era, en lo fundamental, un pequeño productor independiente que participaba de manera directa en la elaboración de sus obras, con la asistencia de unos pocos ayudantes a quienes remuneraba tanto en servicios y especies como en dinero. Este pequeño productor posiblemente mantuvo niveles de producción muy bajos con una tecnología rudimentaria, lo que no significaba un problema, pues trabajaba para un mercado mayormente conocido (a pedido de clientes). La participación del maestro brindaba a su obra un sello o “marca” personal y era la garantía de calidad que exigía el cliente. Por lo regular, el taller

12. Véase Parain 1972 y Hilton 1977.

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artesanal tenía poca o ninguna división interna de funciones y tareas. El mercado de un artesano era restringido y muy vulnerable, debido a la competencia que podía sobrevenir de parte de la producción manufacturera local o importada.13 El artesano colonial peruano estuvo lejos de las tendencias igualitarias y niveladoras del artesanado medieval, ya que la pequeña producción mercantil generó marcadas diferencias patrimoniales entre los maestros, sobre todo, en los oficios de amplio consumo (alimentación y textiles).14

La otra forma de producción fue la manufacturera, igualmente, llegada al Perú con la colonización en el siglo XVI. A diferencia de la producción artesanal, la producción manufacturera fue muy amplia, estuvo dirigida a un mercado desconocido (incluyendo exportaciones a mercados lejanos) y utilizó trabajo libre y asalariado, así como división interna del trabajo y tecnologías complejas. El hecho de haber sido creada tanto por comerciantes como por productores señaló dos vías distintas y fundamentales de su aparición y desarrollo; tal diferenciación es clave para comprender la producción rural y urbana del Perú colonial.

En el primer caso, el comerciante intervenía en la producción supeditándola a sus necesidades de obtener una ganancia mercantil, manteniendo las relaciones de producción antiguas, aunque con ligeras modificaciones. Esta vía compuso el trabajo llamado domiciliario, en el cual el comerciante organizaba la producción de numerosos pequeños productores urbanos y rurales, a quienes repartía la materia prima, otorgaba préstamos a modo de anticipos y “compraba” las obras ya terminadas que se producían no en un recinto especial, sino en los domicilios de los productores directos, dueños de las herramientas de trabajo. Este sistema afectó primordialmente la circulación y usó el trabajo de artesanos y campesinos sin modificarlo de manera significativa.15

Distinto fue el segundo caso —la manufactura centralizada— en donde un productor ampliaba su taller a fin de concentrar el trabajo, la materia prima y el instrumental. De esta manera, incrementaba la producción gracias a incentivos económicos (salarios y trabajo a destajo), al uso de mayor cantidad de materia prima y a una mayor división de las tareas entre operarios especialistas. Aunque, en menor medida, los grandes comerciantes también estuvieron vinculados a las manufacturas centralizadas, cuando las condiciones resultaban

13. Este punto se basa en los trabajos de Kula 1979 y Dossier 2002. 14. Sobre la producción urbana hasta inicios de la Era Moderna en Europa, véase Black 1984;

Kriedte 1986; y Wrigley 1992. 15. Parain 1972: 64-66; Hilton 1977: 25-33; Weber 1983: 140-147. Véase la discusión sobre la aplicación del modelo protoindustrial para Hispanoamérica colonial en Miño Grijalva 1993: cap. IX. Neus Escandell-Tur (1997) ha aplicado esta idea a la producción textil cuzqueña colonial.

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favorables para la seguridad de sus inversiones.16 Esta vía era más estable y generó unidades productivas de mayor impacto en el aparato productivo del país, como fue el caso de los obrajes y obrajillos rurales y urbanos.

No obstante, en ambos casos, la manufactura no era garantía de encontrarse en tránsito hacia una producción fabril de corte capitalista y el caso de la producción colonial peruana así lo ratifica. La manufactura se desenvolvía en función de la economía colonial y empezó a predominar desde, al menos, mediados del siglo XVII, para alcanzar su punto más alto en la segunda mitad del XVIII y luego decaer en las postrimerías del período colonial.17

Los maestros artesanos españoles establecieron gremios, principalmente, para restringir el acceso de los sectores étnicos al ejercicio de actividades industriales, es decir, no “trasplantaron” estas instituciones desde la Península de manera inmediata, sino una vez que encontraron en los productores indígenas, mestizos, negros, castas libres, esclavos y españoles que consideraban advenedizos una concurrencia que hacía peligrar sus posiciones; en particular, cuando el mercado les resultaba desfavorable y cuando la presión de las autoridades por cobrar la alcabala y otras exacciones los obligaba a cerrar sus oficios. Los gremios coloniales peruanos, sin embargo, distaron mucho de las entidades vigentes en las ciudades medievales, aunque mantuvieron la formalidad de las categorías de aprendiz, oficial y maestro, así como las denominaciones de los cargos directivos de los gremios europeos (alcaldes, veedores y examinadores). Los gremios peruanos pertenecieron, más bien, al tipo de gremios mercantilistas, pero teñidos de un carácter colonial. Se trataba, pues, de instituciones que buscaban defender los privilegios de los mayores productores de un ramo de industria, a la vez que servían al régimen colonial como unidades fiscales y entidades garantes de las normas coloniales en lo económico y social.18

A diferencia de los primeros siglos coloniales, cuando hubo una apreciable diversidad de oficios especializados, en el siglo XVIII, los oficios urbanos se volvieron genéricos. Así, los productores de calzado eran zapateros, sin considerar ya las especialidades (chapineros, borceguineros y servilleros) y lo mismo

16. Sobre el origen de la producción manufacturera, véase Heckscher 1983; Hilton 1977: 89, 125-126, 193, 226-227; Parain 1972: 56-59; Berg 1995; Izard 1979. 17. La periodización de la industria urbana de Lima coincide con la que encuentra Miriam

Salas para la industria rural textil, en su comparación con la producción española y con los ciclos económicos que ha identificado Carlos Lazo para el Perú colonial. Véase, Salas 2004: 117-150 y Lazo 2006, I: 227-245. Salas ubica el auge de la producción textil huamanguina entre 1660 y 1760, para luego decaer de manera pronunciada en las últimas décadas del período colonial. Por su lado, Neus Escandell-Tur sostiene que la crisis de la producción textil cuzqueña se produjo solo después de, aproximadamente, 1790. 18. Sobre los gremios coloniales, véase Quiroz 1991 y 1995.

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