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I. Industria y colonialismo
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restricciones en el trabajo domiciliario o en la manufactura descentralizada.1 Se debe tomar en cuenta que la industria local siguió un rumbo inverso al de la minería de plata. El auge de la producción manufacturera urbana y rural tuvo lugar en tiempos de recesión en la minería (desde mediados del siglo XVII hasta la segunda mitad del siglo XVIII) y esto no es casual. El dinero que circulaba en la economía peruana gracias a la bonanza minera propiciaba el consumo de productos manufacturados de origen foráneo, en tanto que, sin esos recursos, la economía local empleaba productos locales en mayor escala para cubrir las necesidades del amplio mercado virreinal. También es necesario destacar que, en tiempos difíciles para la manufactura colonial, tanto el productor artesano urbano como el chorrillo rural demostraron estar mejor preparados que el gran productor para afrontar la recesión descentralizada del mercado.2
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I. Industria y colonialismo
Es conocido que España diseñó para el Perú una economía basada principalmente en la extracción de riquezas minerales, por medio de la adaptación de instituciones laborales, políticas y sociales prehispánicas que servían a su propósito de acumulación mercantilista colonial; sin embargo, no era posible que una economía fuera meramente extractiva y, pronto, los centros mineros y otras ciudades del país se convirtieron en mercados importantes que dieron vida a una economía muy compleja que satisfizo las necesidades mineras, pero que también adquirió una dinámica propia. La agricultura, la ganadería, el comercio local y trasatlántico, así como las actividades transformadoras, eran parte de un esquema económico que se instaló con la consolidación del dominio colonial, la crisis del sistema de encomiendas y la ampliación del mercado interno
1. Los obrajes y otras industrias rurales han recibido gran atención en la literatura especializada. Luego del trabajo pionero de Silva Santisteban (1964), se pueden hallar trabajos regionales mejor documentados en: Money 1983; Salas 1998, 2004; Escandell-Tur 1997; León
Gómez 2002; y Hurtado Ames 2006. Sobre los obrajes de Arequipa, véase Brown 2008: 82 y 98. La industria rural no textil ha sido estudiada en dos trabajos importantes: Ramos 1989 y Aldana 1988. La industria azucarera está registrada en la abundante historiografía sobre las plantaciones cañeras de la costa y la sierra. 2. He dedicado varios estudios al productor urbano limeño colonial —artesano y manufacturero—. Véase en especial: Quiroz 1995, Quiroz y Quiroz 1986 y, recientemente, Quiroz 2008. Fuera de Lima, el estudio del artesanado urbano ha sido menos consistente, excepto para las ciudades del Cuzco y Arequipa. Para tiempos coloniales en el Cuzco, se cuenta con el artículo del arquitecto argentino Ramón Gutiérrez (1979), que refiere lo estrictamente normativo, y un texto más reciente y mejor documentado referente al cambio de la Colonia a la República del historiador alemán Thomas Krüggeler (1991). De otro lado, también para fines del período colonial, el historiador Santos Cesario Benavente Véliz (1995) ha examinado la actividad económica de los artesanos de Arequipa.
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hacia la segunda mitad del siglo XVI. No obstante, un régimen de monopolios mercantilistas, como el que regía el colonialismo español, estableció restricciones y prohibiciones para el ejercicio de ciertas actividades en el Perú. Las restricciones más notorias estuvieron relacionadas con el comercio con otros países y entre las colonias, aunque entre las limitaciones más importantes hubo otras referidas a la producción de artículos que podían ser importados desde la Península y que, por ello, podían afectar directamente los intereses y los derechos coloniales de la metrópoli.
La imposibilidad de satisfacer las demandas de un creciente mercado colonial fue un fuerte impedimento para llevar las restricciones y prohibiciones a la práctica. Era prácticamente imposible que la industria metropolitana cubriese las necesidades de mercados tan amplios, vastos y lejanos como los americanos. Las necesidades de las colonias conformaban una lista muy larga de artículos manufacturados que, difícilmente, podían ser importados desde un país como España que, en ese momento, carecía de una industria moderna. Fue solo con la reimportación de artículos de fabricación europea no española desde la segunda mitad del siglo XVIII que el tráfico mercantil trasatlántico cubrió buena parte de la demanda de las colonias de productos de amplio consumo.
Empezando por las prendas de vestir —base fundamental de la industria moderna de varios países europeos—, los habitantes de la colonia requerían de una amplísima variedad de textiles de lana, algodón, lino y seda, así como calzado y sombreros, a pesar de que buena parte de la población confeccionaba su propia vestimenta en casa. En metalurgia (otra actividad base de la industrialización europea), la lista de productos necesarios no era menor, desde clavazón hasta instrumentos de trabajo y utensilios domésticos, pasando por la cerrajería y herrería. La vida cotidiana demandaba candelas de sebo y velas de cera, jabón de sebo, vidrio, vasijas de barro, bridas y sillas de montar, recipientes y otros objetos de badana y cuero, tabaco, mobiliario doméstico y materiales de construcción, de madera, arcilla, barro, piedra, arena y cal, además de artículos alimenticios elaborados, tales como harina, manteca, carnes, conservas, azúcar y mieles, vino y aguardiente, aceite y un largo etcétera. La mayor parte de los materiales de construcción y bienes alimenticios debió ser confeccionada necesariamente en el país, pero otros artículos bien pudieron ser importados.
Además de la imposibilidad real de abastecimiento desde la metrópoli y de que ciertos artículos se confeccionaban ineludiblemente en la colonia, otros factores incidieron en la anulación de las medidas restrictivas y prohibiciones a la producción colonial. Como en tantos otros asuntos, las normas que prohibían determinadas actividades fueron eludidas por medio de excepciones que la Corona, los virreyes, los cabildos o los corregidores otorgaban a particulares a través de favores o el pago de dinero (“composiciones”), así como la actualmente denominada “informalidad empresarial”.
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De otro lado, la economía peruana debía contar con un mercado amplio para garantizar la venta de los productos provenientes del tráfico trasatlántico y, de esta manera, asegurar el cobro de los impuestos al comercio en España y en América. Esta necesidad propició la diversificación de la economía colonial peruana. Además, en el Perú colonial, existieron grupos económicos y políticos influyentes que estuvieron interesados en el desarrollo de actividades productivas en el campo y en la ciudad. En efecto, los propietarios de predios urbanos y de haciendas rurales, los comerciantes de materias primas y bienes acabados y los funcionarios civiles, militares y eclesiásticos fueron los grandes aliados de los productores urbanos y rurales.3
A pesar de todo ello, la política española tuvo éxito al restringir y hasta anular determinadas actividades productivas en el Perú colonial. Los ejemplos más claros son, a la vez, los más sensibles de hacer posible la aparición de una industria moderna en el país: textiles (de algodón y seda) y metalurgia del hierro. La producción a gran escala de textiles finos destinados a la población pudiente fue restringida de manera sistemática cuando se cerraron los obrajes urbanos en los siglos XVI y XVII y, posteriormente, al fracasar los intentos de establecer fábricas en las ciudades, tal como se verá más adelante. España se reservó para sí el abastecimiento de hierro en sus colonias y, como en el caso de los textiles finos, la producción quedó restringida a ámbitos artesanales y domésticos en las ciudades.4
Estos factores internos y externos son centrales para entender la aparición y el desenvolvimiento de actividades productivas artesanales y manufactureras en un contexto colonial como el peruano. Luego de un largo período de predominio criollo en la economía y política colonial (al menos desde la primera mitad del siglo XVII hasta avanzado el siglo XVIII), el reformismo de los Borbones en el siglo XVIII intentó modificar a su favor la relación que mantenía con sus colonias a través de un comercio trasatlántico más activo y amplio, en el cual se eliminara la corrupción y el contrabando. Guiada por un “mercantilismo liberal”, España estaba decidida a incentivar su producción industrial, para lo que necesitaba promover la producción en América de materias primas utilizables en la industria peninsular y reservar el mercado colonial para la producción metropolitana.5 El éxito de esta política requería restringir la capacidad
3. Sobre los intereses económicos personales y de grupo de los sectores dominantes locales, véase Moore 1966; Lohmann Villena 1974, 1983. 4. Las restricciones coloniales a la producción urbana limeña se aprecian en las ordenanzas gremiales en Quiroz y Quiroz 1986, en particular, las ordenanzas de los sombrereros. Las ordenanzas de los gremios limeños sirvieron de manera directa o indirecta para los gremios de otras ciudades del Perú colonial. 5. El “mercantilismo liberal” de España, a diferencia de su versión inglesa, contemplaba el intervencionismo activo del Estado en la economía. Las colonias debían cumplir un papel
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productiva de las colonias en aquello que pudiese ser abastecido desde la metrópoli. En 1762, Campomanes propuso impedir a los americanos producir artículos competitivos con los manufacturados en España, con el fin de mantener “la dependencia mercantil, que es útil para la metrópoli”. De su parte, Jovellanos enfatizaba que las colonias serían útiles en la medida en que representasen un mercado seguro para el excedente de la producción industrial metropolitana.6 Un informe del Consejo de Indias del 5 de julio de 1786 sostenía que
[...] conviene fomentar en los dominios de América la agricultura y producciones que allí ofrece pródigamente la naturaleza y sirven de primeras materias para las manufacturas y compuestos de las fábricas de España, con lo cual a un tiempo se atiende y favorece igualmente al comercio de ambos continentes.
En su conformidad, España debía reservar para sí las actividades industriales y abastecer con sus productos a las colonias. En 1790, el virrey Gil de Taboada explicaba con meridiana claridad la consecuencia de la política española en América: “La metrópoli debe persuadirse de que la dependencia de estos remotos países debe medirse por la necesidad que de ella tengan, y ésta por los consumos, que los que no usan nada de Europa les es muy indiferente que exista, y su adhesión a ella, si la tuvieren, será voluntaria”.7
Como en siglos anteriores, el impulso de la reactivación económica debía partir de la minería, para luego seguir la promoción de la producción de materias primas exportables a España. En el norte peruano se benefició el tabaco de Jaén, Saña y Guayaquil, el cacao de Guayaquil y el azúcar y algodón de los valles costeños; sin embargo, estos productos no se exportaron a la Península, sino que, más bien, fueron destinados a cubrir la demanda local.8 Con miras a obtener nuevas y mayores rentas, la política reformista de los Borbones implantó monopolios en algunas actividades. En este ensayo se prestará atención al monopolio o estanco del tabaco, establecido en 1752, y a los varios intentos para estancar otros productos (en particular, los cueros).
central en esta política, de forma que se acentuara el carácter de su dependencia colonial: abastecedoras de materias primas y mercado asegurado para los productos metropolitanos.
Véase Aldana 1999: 69-70. Aldana, empero, interpreta de manera distinta el carácter colonial de Hispanoamérica en ese tiempo. 6. Las reformas comerciales del siglo XVIII no condujeron a la industrialización de España.
Antes bien, el mayor volumen del tráfico mercantil fue cubierto por reimportaciones europeas, lo que afectó de manera directa o indirecta la producción industrial de las colonias.
Véase Fontana 1991. Sobre la protección de la industria textil catalana en tiempos de los
Borbones, véase Salas 1998, I: 241-242. 7. Citado en Konetzke 1976: 305 y Fuentes 1859, VI: 80-81. 8. Aldana 1992.