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3. Industria textil

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Sobre los autores

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a su trapiche y calera. Los jesuitas tenían cuatro trapiches en Lima: Bocanegra, San Juan, Villa y San Tadeo; mientras que los dominicos poseían la hacienda cañera de Santa Cruz.24

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3. Industria textil

En el Perú colonial primó la producción de textiles de lana de oveja y, en menor escala, de alpaca en la sierra y, de manera menos constante, la producción de telas de algodón en ciudades bajo un régimen artesanal y doméstico, pues los intentos de fundar fábricas textiles de algodón, lino y cáñamo fracasaron. La seda y, luego, el algodón fueron prácticamente erradicados de la costa central, mientras que el algodón de la costa norte sirvió principalmente para abastecer la producción textil de Cuenca. Los sederos de las ciudades costeñas trabajaban con seda proveniente del tráfico con España y las islas Filipinas hasta inicios del siglo XVI, cuando se suprimió esta producción que, al parecer, cobraba gran importancia.

La industria textil consistía en numerosas operaciones técnicas que se realizaban en las grandes unidades con una compleja división del trabajo o en pequeñas unidades especializadas. La tecnología aplicada se estableció en el siglo XVI y se perfeccionó y adaptó a las condiciones locales, conforme el sistema económico colonial se consolidaba. Entre las principales operaciones, se encontraba el manejo del batán, la carda (limpieza del pelo de los paños con un cardón), la tintura y fijación de colores de telas y muchas otras operaciones necesarias para la preparación de las telas y los productos semiacabados (maquipuskas o hilados, ropa en jerga o tejido en bruto). Toda esta producción tenía lugar tanto en obrajes y chorrillos rurales, como en talleres urbanos de la sierra y de la costa.

La producción textil era compleja tanto en sus operaciones como en los vínculos que establecía con la economía local y regional. Para empezar, las unidades de producción se relacionaban entre sí en distintas fases del proceso productivo, pero también con muy diversas entidades productivas y comerciales, en una geografía tan amplia que creaba redes estables que podían unir económicamente a zonas muy apartadas. Pese a la vinculación de los obrajes y chorrillos con las haciendas donde funcionaban y que les proporcionaban parte de la materia prima y la alimentación de la población trabajadora permanente y eventual, las unidades productivas textiles serranas adquirieron y vendieron materias primas, insumos y productos semielaborados a otras unidades que podían ubicarse a grandes distancias. Un buen ejemplo es la leña para los hornos

24. Cushner 1980: 123; Vegas de Cáceres 1996: 97-97 y anexo 10 en p. 227.

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que, sobre todo con el tiempo, iba desapareciendo de las cercanías y que, a la postre, fue un factor importante en el incremento de costos de producción y en las dificultades que atravesaron los grandes obrajes en la última parte del período colonial. Las haciendas pecuarias no se daban abasto en la producción de lana que necesitaban sus obrajes. Los grandes obrajes del Cuzco (Pichuichuro, Quispicanchis, Lucre, Huancaro, Taray, etc.) debieron abastecerse de esta materia prima desde provincias cercanas y lejanas, tales como Lampa. Por su parte, los obrajes de Vilcashuamán (Huamanga) movilizaron materia prima e insumos desde Huancavelica, Jauja y el Altiplano (Collao).25

La industria textil andina se desenvolvió en los llamados obrajes, obrajillos y casas particulares, ubicados en su mayoría en el campo, aunque también los hubo en algunas ciudades serranas. Para Fernando Silva Santisteban, Magnus Mörner y Mirian Salas, los obrajes se diferenciaron de los chorrillos por contar con un batán, instrumento hidráulico de gruesos mazos movidos por un eje, que servía para el enfurtido de los paños (desengrase). Además, estas empresas grandes contaban con más de diez telares. Por su lado, los chorrillos eran más pequeños y producían telas de calidad inferior. Es decir, la distinción se centraba en el tipo de propiedad, el equipamiento, la calidad de los tejidos y de los insumos y el tipo de mercado. Las dimensiones de algunos obrajes eran realmente impresionantes. El caso de Pichuichuro (Surite, Abancay) es un ejemplo tal vez excepcional, pues en 1767 fue avaluado en 148.745 pesos y, en 1794, empleaba a unas 500 personas. Un ejemplo de obrajillo, en cambio, muestra la limitada capacidad productiva de estas unidades: el obrajillo de Anta, también en Abancay, tenía tres telares, una docena de operarios y, en la década de 1790, producía entre 10 y 50 veces menos que Pichuichuro.26

En un estudio más reciente, Neus Escandell-Tur proporciona una tipología más compleja que rechaza la dicotomía entre obraje y chorrillo por la presencia o ausencia de un batán y por la cantidad de los telares en uso. Para la investigadora española, las unidades textiles eran de cuatro tipos: obraje-hacienda, chorrillo-hacienda, chorrillo-vivienda y unidades domésticas conformadas principalmente por indios tributarios. La diferencia entre las unidades productivas textiles se halló, en esencia, en las funciones que cumplían: concentración

25. Salas 1998, II: caps. X-XIII. 26. Mörner 1978: 82. El investigador cuzqueño Maximiliano Moscoso, citado por Magnus

Mörner, ha hecho un trabajo minucioso de las unidades de producción textil de la ciudad y el campo del Cuzco colonial y pudo descubrir que los chorrillos no eran necesariamente empresas caseras, pues algunos cumplían las mismas tareas que los obrajes, pero en menor escala. Además, concluyó que muchos obrajes se dedicaban a tareas específicas que, posteriormente, serían completadas en los obrajes y, finalmente, que los chorrillos reemplazaron a los obrajes en el último tramo del período colonial.

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de fases del proceso productivo o especialización en ciertos procesos productivos, el tipo de propiedad y el capital invertido, las telas que producían y el tipo de mano de obra empleada (libre o servil, empleada o familiar).27

Los obrajes-hacienda concentraban todas las fases de la producción textil, gracias a su variedad y cantidad de instrumentos (un promedio de 25 telares); asimismo, albergaban a toda la mano de obra permanente y, posiblemente, también a los trabajadores temporales. Los chorrillos eran muy variados, pero se distinguían de los obrajes, principalmente, por las funciones limitadas que cumplían. Los chorrillos-hacienda podían tener un batán, pero sobre todo de mano y no hidráulico; eran, en general, más pequeños, con menos telares (un promedio de ocho) y menos utensilios que los obrajes, aunque algunos chorrilloshacienda estuvieron mejor equipados que los obrajes de grandes dimensiones y realizaban todas o varias fases del proceso productivo con una nítida división del trabajo (por ejemplo, el chorrillo de Huaroc tenía 35 telares en 1794). Los chorrillos-vivienda eran centros de producción doméstica, fundamentalmente, en ciudades y pueblos, dirigidos en su mayor parte por mujeres, con una producción limitada y especializada. Por ejemplo, había unidades domésticas dedicadas únicamente al acabado y teñido de telas (tintorerías). Finalmente, los hiladores y tejedores indígenas trabajaban en casa y producían ropa en jerga que enviaban a los obrajes para su acabado.28

Los obrajes serranos (lana) surgieron desde el siglo XVI en diversas partes del virreinato. En particular, se extendieron, desde mediados del siglo XVII, tanto geográficamente como en sus niveles productivos, tras la interrupción del comercio de textiles importados desde México en la década de 1630. La expansión más sostenida se produjo, sobre todo, a partir de la década de 1680, cuando la Corona española permitió el funcionamiento de obrajes a través de un pago especial (composiciones de obrajes). El mayor centro obrajero del siglo XVII fue Quito, con una producción anual de más de un millón de pesos en “ropa de la tierra”, de donde destacó el obraje jesuita de San Ildefonso. Otros centros obrajeros iniciales importantes se ubicaron en Huamanga, el Cuzco, Huaylas y Huánuco.29

Hacia fines del siglo XVII e inicios del XVIII, tuvo lugar un reordenamiento territorial de la producción textil en los Andes. Si antes los obrajes quiteños abastecían a los grandes mercados surandinos e incluso al limeño, su producción fue desplazada por nuevos y viejos centros productores que, a lo largo de

27. Escandell-Tur 1997: 32-36. 28. Ibídem: 42-50. 29. Sobre los obrajes quiteños, véase Miño Grijalva 1993; sobre los huamanguinos, Salas 1998; sobre los cuzqueños, Escandell-Tur 1997; sobre los huanuqueños, León Gómez 2002; y sobre los del Mantaro, Hurtado Ames 2006.

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los Andes, iniciaban un largo período de crecimiento. Se multiplicaron los obrajes en Lambayeque y Chancay, en la costa peruana; y, sobre todo, los obrajes serranos en Chachapoyas, Cajamarca, Huamachuco, Huamalíes, Conchucos, Huaylas, Cajatambo, Huánuco, Tarma, Jauja, Vilcashuamán, Huamanga, Abancay, Parinacochas, Cuzco, Quispicanchis, Chumbivilcas, Arequipa, Lampa y Sicasica. Este proceso estuvo acompañado por la casi desaparición de los obrajes de las comunidades indígenas, deteriorados por efectos de su arrendamiento, la falta de mano de obra y las dificultades de producción, en tiempos en que los mercados regionales se diversificaban, sin llegar a tener las dimensiones que tuviera Potosí en su apogeo entre el siglo XVI y el XVII. 30

Huamanga y el Cuzco tuvieron un proceso de incremento productivo, por el cual reemplazaron a la producción que antes llegaba desde Quito. Magnus Mörner encontró documentado el funcionamiento de unos 20 obrajes y 29 obrajillos en el área del Cuzco durante el siglo XVIII. 31 El estudio más detallado de la producción de textiles en el Cuzco, elaborado por Neus Escandell-Tur, precisa que hubo 22 obrajes a lo largo del período colonial, sin que necesariamente coincidieran todos en un momento dado. En cuanto a los chorrillos, entre 1690 y 1824, la misma autora detecta evidencias documentales sobre 194 de ellos.32

Hacia fines del período colonial, se presentó un nuevo proceso de reordenamiento; pero, esta vez de sentido inverso, cuando la geografía productiva de textiles sufrió cambios significativos en el marco de la liberalización del comercio importador de textiles, que condujo a la contracción productiva de los obrajes peruanos. Así, a partir de 1790, estos fueron casi totalmente desplazados del gran mercado altoperuano por la aparición de nuevos centros obrajeros, precisamente, en el Alto Perú (La Paz, Cochabamba y Córdoba).33 Otro factor importantísimo fue la supresión, a partir de la década de 1780, de los repartos de los corregidores, es decir, del comercio compulsivo, oficializado desde 1754, que los funcionarios reales llevaban a cabo con los indios y mestizos y que incluía tanto el reparto de ropa como los materiales para producirla. Influyó

30. Miño Grijalva 1993: 62-67, cap. III. 31. Mörner 1978: 84. 32. Entre 1775 y 1799, funcionaban 131 chorrillos (86 en el Cercado y ciudad del Cuzco y 45 en provincias) y 88 chorrillos entre 1800 y 1824 (36 en el Cercado y ciudad del Cuzco y 42 en provincias). Nueve de los obrajes estaban en Quispicanchis, siete en Chilques y Masques/

Paruro, cuatro en el Cercado y ciudad del Cuzco, dos en Abancay, uno en Chumbivilcas y otro en Urubamba. En cuanto a los chorrillos, en el Cercado y la ciudad del Cuzco había 110 chorrillos domésticos y en Quispicanchis, 53 chorrillos-hacienda (Escandell-Tur 1997: 56 y 64-65). 33. Todavía en 1793, el 92% de la ropa de la tierra (bayetas, pañetas, bayetones, tocuyos y jergas) que importaba Potosí provenía del Cuzco (Escandell-Tur 1997: 312).

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también la destrucción de obrajes durante las rebeliones en el sur andino y, en particular, las dos rebeliones que afectaron las principales zonas productoras y consumidoras de textiles: la de 1780 (Túpac Amaru) y la de 1814-1815 (hermanos Angulo y Mateo Pumacahua). Por ejemplo, solo tres obrajes cuzqueños figuran en la lista del pago de alcabalas de 1793 y cuatro en la de 1803; mientras que las cifras correspondientes a chorrillos dan 66 y 45, respectivamente.34

Además, los tejidos importados de algodón desde centros europeos que ya habían ingresado a una etapa fabril capitalista ejercieron una presión muy fuerte sobre la producción local, pese a que la ropa producida estaba destinada mayormente a la población de recursos económicos altos y medios. Diversos centros en los Andes se adaptaron a la producción textil algodonera, con un régimen extendido de producción domiciliaria organizado por comerciantes: Cuenca, Piura, Lambayeque, Trujillo, Cochabamba35 y La Paz. La producción de textiles de algodón se destinaba a Lima, Chile, el Alto Perú y Río de la Plata, hasta que demostró ser muy sensible a los textiles importados.

El desplazamiento geográfico estuvo acompañado por un cambio en la importancia de las unidades productivas. En efecto, los obrajes de grandes dimensiones, difíciles y costosos de manejar, cedieron su lugar preponderante a los chorrillos, unidades más pequeñas y con menores costos de producción.

Además, hacia la segunda mitad del siglo XVIII y de manera creciente, se produjo una suerte de división de tareas entre los obrajes restantes y los chorrillos. Los chorrillos adquirieron una importancia especial en el último tercio del siglo XVIII, cuando los obrajes sufrieron una profunda transformación y pasaron a depender cada vez más de unidades textiles menores para realizar determinadas fases del proceso de producción. Cada vez más, numerosos obrajes se dedicaron a realizar las fases finales del proceso de producción textil, mientras que los chorrillos y unidades menores asumieron tareas específicas, relacionadas con la preparación de los materiales (sobre todo la elaboración de los hilados y la preparación de la urdiembre)36 y con el uso extensivo de mano de obra; por ende, correspondió a las unidades menores cumplir con las tareas costosas y difíciles de realizar, debido a los problemas para conseguir trabajadores. En la práctica, la producción en estas fases iniciales descansó en la población

34. Mörner 1978: 86. 35. Sobre la producción de tocuyos de algodón arequipeño en Cochabamba, véase Larson 1986: 154-159. 36. Escandell-Tur 1997: 36. Sobre el proceso similar ocurrido en Huamanga, aunque sin vincularlo con un sistema extendido de trabajo domiciliario, véase Salas 1998, II: 413 y cap. XX.

Miriam Salas relaciona la producción en chorrillos y en talleres domésticos de bayetas, tocuyos y pañetes con la necesidad que los obrajes mayores tenían de ropa de menor calidad y precios para el pago de sus trabajadores.

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indígena que no fue extraída de sus lugares de residencia para ser llevada de manera compulsiva a los grandes talleres, sino que fue organizada por los grandes obrajes y comerciantes para realizar tareas específicas en chorrillos y, sobre todo, en pequeñas unidades domésticas de particulares o de miembros de comunidades indígenas, a través del sistema de reparto de trabajo a domicilio a destajo (verlagsystem o putting out system).

No parece haber existido una “simbiosis” entre las unidades grandes y pequeñas.37 Más bien, se percibe una mayor interdependencia entre las grandes y pequeñas unidades productivas —y de ellas entre sí—, las cuales se complementaban y competían al dividirse las tareas productivas e interactuar en la producción y el mercado. Algunos chorrillos y unidades domésticas se especializaron en determinadas tareas, para luego terminar el proceso productivo en obrajes grandes. Los chorrillos de Canas y Canchis, por ejemplo, hilaban y forjaban las telas que luego serían tejidas en obrajes y chorrillos de Paruro, Quispicanchis, Abancay y el Cercado del Cuzco. Así también, en los chorrillos de Canas y Canchis se labraban telas en jerga que después se enviaban a teñir en otras provincias del Cuzco y Arequipa (Condesuyos).38

No es fácil establecer con precisión los montos de producción y de venta de los obrajes andinos. La producción cuzqueña llegó a alcanzar los tres millones de varas anuales, pero decayó hacia fines del período a menos de 700.000 varas. El mayor de los obrajes cuzqueños, Pichuichuro (en Surite, Abancay), llegó a producir casi medio millón de varas hacia 1777, aunque en décadas siguientes su producción bajó de manera drástica hasta llegar a solo cien mil en 1780 y a 71.000 en 1790.39

Las cifras halladas por Miriam Salas para Huamanga muestran que los obrajes de esa región eran más modestos. Cacamarca y Pomacocha, dos de los mayores obrajes huamanguinos en el siglo XVIII, tenían una producción anual promedio en tiempos de auge (entre 1660 y 1760) de tan solo 60.000 y 40.000 varas de telas, respectivamente; sin embargo, las dimensiones de los obrajes huamanguinos no se reflejaban en la cantidad de telares que manejaban a lo largo del siglo XVIII. Chincheros, Cacamarca y Pomacocha mantenían menos de 20 telares cada uno hacia fines del siglo XVII, mientras que Chincheros contaba con 34 en 1746, 28 en 1766 y 8 en 1800; Cacamarca tenía 34 en 1732, 43 en 1739, 51 en 1751 y 37 en 1767 y 1785; y Pomacocha tenía 19 en 1717, 16 en 1793 y 14 en 1804.40

37. Así lo da a entender Escandell-Tur 1997: 15. 38. Sobre la ropa en jerga y el trabajo domiciliario, véase Escandell-Tur 1997: 187 y 249. 39. Mörner 1978: 83; Miño Grijalva 1993: 153-179, cap. VII. 40. Salas 1998, II: 267 y 368, cuadro 134.

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Indios perchando la ropa

Indias hilando a torno Indios prensando la ropa

India de Lamas hilando a torno

(Tomadas de Baltazar Martínez Compagnón, Trujillo del Perú. Volumen II, c. 1785, Madrid: CIC, 1985).

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Mestiza de Moyobamba trabajando en su herrería

(Tomada de Baltazar Martínez Compagnón, op. cit.)

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Otra era la situación de los grandes talleres textiles del Cuzco, donde funcionaban, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, 17 obrajes de manera simultánea; 612 telares, entre 1725 y 1749; y 629 telares, entre 1750 y 1774. A fines del siglo XVIII, disminuyeron a aproximadamente 380 telares en 1775-1799 y a 120 en 1800-1824, con lo cual el promedio de telares por obraje decreció de 28 a 16 entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX. Por ese mismo tiempo, los obrajes producían el 52% de las telas (ropa de la tierra), mientras que los chorrillos el 27% y otras unidades menores el 20%.

Los indicadores productivos proporcionados por Neus Escandell-Tur son claros al señalar un declive pronunciado en el Cuzco del último período colonial, cuando los obrajes decrecieron en más de la mitad de sus promedios anuales de producción de varas de ropa de la tierra y a menos de la cuarta parte en sus montos totales. Mientras tanto, la producción de los chorrillos-hacienda, si bien bajó en sus promedios anuales por unidad, se triplicó en sus montos totales entre mediados del siglo XVIII e inicios del XIX. La misma situación se presentó en los chorrillos-vivienda, pues su producción promedio anual cayó a la mitad, pero se duplicó entre mediados y fines del siglo XVIII, para regresar a inicios del XIX al nivel de mediados del siglo XVIII. Así, luego de que la producción conjunta de chorrillos-hacienda y chorrillos-vivienda constituyera tan solo la sexta parte de la producción de los obrajes entre 1700 y 1774, pasó a ser más de la mitad entre 1775 y 1799, y el doble entre 1800 y 1824, cuando toda la producción textil cuzqueña experimentaba serias dificultades al pasar de más de dos millones de varas desde 1725 a 1799 a un millón y cuarto entre 1800 y 1824.41

Neus Escandell-Tur sostiene que no hubo una crisis en la producción textil cuzqueña antes de, aproximadamente, 1790. Más bien, desde la década de 1770, la producción antes a cargo de los obrajes pasó a ser confeccionada por los chorrillos y por unidades domésticas, en una reconfiguración compensatoria que dio cuenta de casi toda la producción que ya no llevaban a cabo los obrajes. Esto es válido en la comparación de la producción total entre 1750-1774 y 1775-1799, cuando disminuyó en un 6% y se equipararon los montos de producción de obrajes y chorrillos. En cambio, al confrontar las cifras entre 17751799 y 1800-1824, tiempo en que, si bien el volumen de telas producidas por los chorrillos era el doble del de los obrajes, la disminución en montos globales correspondió a casi el 47%. A continuación, se reproducen los cuadros correspondientes al texto de Escandell-Tur.

41. Cálculos elaborados por el autor con datos tomados de Neus Escandell-Tur (1997: 254, 282, 296, 300, cuadros 10 y 11 de anexos).

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