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3. Las fábricas
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perjudicaban a los productores o proveedores de materias primas que, de un momento a otro, quedaban marginados de estas redes.
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Un caso en el cual los productores organizaron su producción a través del reparto de tareas y materias primas es el de cuatro curtidores limeños en la primera parte del siglo XVIII, quienes repartían pellejos de cabra adquiridos en los camales de la ciudad a un grupo de 15 negros, entre libres y esclavos, para la confección de colchones. La denuncia provino de Antonio de los Santos, asentista del carguío de azogue de Huancavelica, quien pretendía asumir el negocio con sus propios esclavos. En febrero de 1731, el Gobierno dio la razón al influyente asentista.48 Algo similar y en el mismo año sucedió con la producción de manteca, cuando el Gobierno impidió que 108 negros y negras de Lima y el Callao produjesen manteca como agentes de los hacendados de Chancay: don Jerónimo de Boza y Solís, marqués de Casa Boza, del orden de Santiago, con haciendas en Aucayama; y don José Félix Vázquez de Velasco, caballero de Calatrava.49
3. Las fábricas
El siglo XVIII fue testigo de numerosos intentos por fundar fábricas privilegiadas, protegidas por favores políticos. Empero, la Corona española tenía otros planes para sus colonias con las prohibiciones y, en todo caso, la creación de empresas comerciales monopolistas para el comercio de América y estancos estatales de diversos productos.
Interesa a este estudio el estanco del tabaco, por haber servido de organizador de la producción domiciliaria de cigarros y limpiones. Entre 1780 y 1791, se establecieron dos fábricas de cigarros (Trujillo y Lima) que fueron, sin duda, las mayores en tiempos coloniales. El estanco se estableció en 1752, como monopolio para la venta del tabaco en polvo con miras a incentivar la producción de tabaco en el Perú;50 sin embargo, contrariamente a los planes metropolitanos, la
48. Quiroz 2008: 64-65. 49. Ibídem: 65-66. 50. La medida se extendió al tabaco en rama y hoja en 1753 en todo el país y se ratificó en 1756.
Ya en 1751 se mandó requisar todas las existencias en manos particulares y se reunieron 414.881 libras de tabaco por un valor de 263.530 pesos. La medida no provocó protestas abiertas, como sí se produjeron en Cuba y otros lugares, pero de todas maneras generó desconfianza entre productores agrícolas y comerciantes, al punto que dos años más tarde se llegó a reunir tabaco tan solo por un valor de 98.063 pesos. Entre 1767 y 1774, la administración concentrada en Lima corrió a cargo de Miguel Feijóo de Sosa; en 1777, de Alfonso
Santa y Ortega; entre 1779 y 1791, de José de la Riva Agüero (llegado de manera especial desde un cargo similar en México); y en 1791, de Miguel de Otermín, a quien la Corona destituyó por los magros resultados del estanco. Véase Fuentes 1859, IV: 238-250 y 327;
Olivera Oré 1970; y Escobar Gamboa 1973.
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producción peruana no alcanzó cifras y precios adecuados como para competir en el mercado atlántico con la producción de Cuba y los Estados Unidos.51
Hasta la creación del monopolio, tanto la población plebeya de escasos recursos como la noble sin recursos económicos para sobrevivir, adquiría tabaco en las tiendas de comerciantes para elaborar en sus propios domicilios cigarros, limpiones y rapé en pequeña escala, los cuales vendía al menudeo a través del comercio callejero o en las pulperías de las ciudades del centro y sur del país.52 No obstante, a partir del monopolio, los productores individuales debieron adquirir el tabaco en los estanquillos oficiales, que se establecieron para este efecto en las ciudades y pueblos, o en la “tercena” o punto de venta al por mayor en el local del estanco en Lima.53
Unanue afirmaba en 1792 que:
Todos saben que el Perú es uno de los países del mundo en que hay menos recursos para que subsista la gente pobre. Viniendo hecho de la Europa del zapato a la gorra,
51. En sus diversas formas (cigarros, rapé y limpiones), el tabaco era consumido en las ciudades y las haciendas, donde servía en particular de forma de “pago” a los esclavos. El tabaco se sembraba en Lambayeque, Ferreñafe, Chiclayo, Guadalupe, San Pedro y Saña, Moyobamba y Chachapoyas, Guayaquil, Cuzco, La Paz, Cochabamba y Paraguay. En Saña se producía el tabaco llamado “yunga” o “criollo”, y en Chachapoyas el tabaco “bracamoros”. La producción peruana abastecía el mercado interno virreinal, incluyendo Chile y el Río de la
Plata. Saña redujo su producción oficial y, probablemente, destinó su tabaco al comercio de contrabando que desde Pacasmayo iba directamente a Chile, mientras que en diversos lugares se incrementó la producción debido a la posibilidad de contar con una vía de compra asegurada del tabaco producido. En el norte, destacó Guadalupe como el centro de mayor producción, según cifras oficiales. En total, hasta 1790, fueron acopiados en el estanco de
Lima 14.726.454 mazos o el equivalente a 330 millones de onzas si se cumplía la norma que establecía que los mazos debían tener 22 onzas cada uno. Si bien estas cifras parecen haber sido importantes para el país, no satisfacían las expectativas de la Corona (Escobar Gamboa 1973: 48, 69, 70, 72, 74, 79, 81). 52. De la información proporcionada por Hipólito Unanue y Julio Olivera, se deduce que adquirir en el estanquillo y labrar un mazo de 22 onzas de tabaco ya picado podía costar tres pesos y obtener una utilidad de 5 reales, lo que era un ingreso neto bastante bajo, sobre todo, si se considera que el mazo que vendía el estanco podía tener mucho menos peso.
Olivera calcula que en todo el virreinato se consumían anualmente 179.000 cigarrillos por año, con una utilidad global de 101.870 pesos, pero no explica cómo obtuvo esas cifras (Unanue 1964-1966; Olivera Oré 1970: 19). 53. En 1755, los estanquillos de Lima eran 16; pero, al momento de cerrarse para dar paso a la fábrica de cigarros, eran 22, además de los que funcionaban en los pueblos comarcanos de
Lurigancho, Carabayllo, Miraflores, Bellavista, Ate, Lurín, Magdalena y otros (Olivera Oré 1970: 20). En 1759, el virrey Conde de Superunda afirmaba que la medida se había llevado adelante “sin impedir el trabajo de los limpioneros y cigarreros, porque tomándose el tabaco del estanco, son muchos los que se mantienen de este mecanismo, que únicamente utilizan el jornal de su trabajo” (Fuentes 1859, IV: 244).
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queda muy corto espacio a los Peruleros en el exerci[ci]o de las artes mecánicas. El tabaco alimentaba entonces a un número crecido de familias no solo en Lima, sino en todo el reyno. El indigente padre de familias ocurría a la tercena, y a costa de un corto precio conseguía un buen mazo. Lo reducía a cigarros ayudado de sus hijos, y en su venta y corta ganancia encontraba el medio seguro de subsistir.54
En 1780, ocurrió un cambio significativo que incidió en la producción. Se crearon dos fábricas centralizadas —una en Trujillo y otra en Lima— para la producción de cigarros en condiciones de exclusividad. Esta centralización afectó a las familias nobles sin recursos, pues su condición social no les permitía emplearse en la fábrica. La fábrica de Trujillo se creó con 25 operarios, mientras que la de Lima contaba con 20; pero, para 1784, la de Lima ya tenía 150 operarios y la de Trujillo, 449. Importante es señalar que los operarios eran tanto hombres como mujeres y puede presumirse que quienes entraron a trabajar en la fábrica eran plebeyos que, anteriormente, labraban los cigarros en sus propias habitaciones.
Al principio no hubo complicaciones, hasta que, el 8 de noviembre de 1780, a poco de instalarse la fábrica monopolista de Lima, sus trabajadores se negaron a ingresar al local e, incluso, impidieron el paso de aquellos que sí deseaban entrar. El director del estanco, José de la Riva Agüero, había eliminado la función de los “muchachos amarradores” de cigarros, con lo cual obligaba a que cada operario se hiciese cargo también de esta tarea, de forma que se restringía sus ingresos por tratarse de un pago por cantidad de cigarros elaborados (a destajo). Atar los cigarros era una tarea fatigosa, lenta y, probablemente, mal remunerada. La protesta fracasó y la fábrica continuó con el sistema impuesto.
La Corona estaba disconforme con los bajos ingresos y los altos egresos del estanco que, además, propiciaba el trabajo “clandestino” y la mala calidad de los cigarros producidos en las fábricas. Por ello, la Corona determinó el cierre de las fábricas en 1791, el retorno al sistema de fabricación libre y el establecimiento del precio de los mazos, según su peso y no por atados.55 La producción de cigarros volvió a ser una industria familiar, casera y pequeña, controlada por los comerciantes de tabaco.
Fueron establecidas otras fábricas por empresarios particulares, quienes, en su afán por evadir las restricciones coloniales, a veces, recurrían a eufemismos del bien público para sustentar sus proyectos industriales. Así, en julio de 1760, llegó a Lima la aceptación de la Corona (real cédula del 24 de noviembre
54. Unanue 1964-1966 [1792]: 47. 55. El mazo se fijó en 22 onzas y su precio en 8 pesos (Escobar Gamboa 1973: 82-89). Hipólito
Unanue proporciona algunos detalles de la producción doméstica y fabril en Unanue 19641966 [1792]: 48-49. Véase también la Memoria del virrey Gil de 1796, en Fuentes 1859, VI: 257-258.
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de 1759) para fundar en la capital peruana, a iniciativa del comerciante Diego Ladrón de Guevara, un hospicio para hombres y mujeres pobres “donde se recojan con inválidos y trabaxen a proporción de sus fuerzas, los que pudieren en un obrage que se podrá hacer para texer ropa de la tierra y los liensos que llaman tocuyos”. Si bien el Consejo de Indias puso la condición de que el hospicio fuese construido bajo la supervisión del gobierno colonial, desde 1765 hasta su muerte ocurrida diez años luego, Ladrón de Guevara controló el hospicio desde su cargo de mayordomo.56
Otro ejemplo es la mayor fábrica creada en la Lima colonial por intereses privados. En este caso, se trató de comerciantes y terratenientes pertenecientes a los círculos sociales más elevados de la capital virreinal, en cierta medida, desplazados por comerciantes peninsulares y, en general, afectados por los cambios borbónicos. En efecto, en febrero de 1799, un grupo de nobles comerciantes y terratenientes limeños presentó al virrey Ambrosio O’Higgins una propuesta para establecer una fábrica textil de enormes dimensiones en Lima. Para que el proyecto no apareciera como una fábrica que contraviniese la idea borbónica de monopolio productor, pretendieron dar un carácter de beneficencia a su negocio a través de unas escuelas de hilar algodón, lino y cáñamo para —decían— aliviar a las mujeres que cosían en sus casas y cuya posición social les impedía salir a trabajar a una fábrica. También se acordaron de los “vagos” plebeyos, a quienes se les debía dar una ocupación en bien de la república.
La fábrica se planteaba con una doble función: de un lado, debía ser un establecimiento centralizado, ubicado en el hospicio o casa de pobres del pueblo de indios del Cercado (Barrios Altos), para que utilizara principalmente la mano de obra de los pobres residentes allí; y, de otro lado, iría acompañado de un sistema extendido de trabajo domiciliario. Se trataba de una empresa que hoy se llamaría de “accionariado difundido” (suscripción pública de acciones) para adquirir materias primas (lana, algodón, lino y cáñamo) a ser repartidas a domicilio a las mujeres de la ciudad, con telares, a su vez, entregados a cambio de la entrega de hilo para la confección de diferentes prendas de vestir. Sus principales promotores fueron, principalmente, grandes comerciantes y, en general, personajes de lo más granado de las altas esferas sociales, políticas y económicas de la Lima del ocaso del período colonial.
Las autoridades virreinales aprobaron el proyecto de la Sociedad de Beneficencia Pública que también llamaban “escuelas de hilar y tejer algodón, hilo y cáñamo”; pero, en 1803, llegó de la metrópoli la orden de cerrar la fábrica por oponerse a la política industrial española en sus colonias americanas.57 La
56. Quiroz 2008: 63. 57. El director y principal propulsor del proyecto fue Felipe Colmenares, marqués de zelada de la Fuente, y entre sus miembros se incluía a Manuel Villar (orden de Santiago); Antonio ál-