LYDIA FOSSA
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Cieza, entonces, le solicita datos específicos al nativo sobre aspectos individuales, únicos, terrenales, cuando lo único que el informante le puede ofrecer son relatos de cómo lo que ve allí refleja lo que un mito explica. Estas últimas cuestiones son consideradas como “imaginaciones” por el historiador, quien las desestima. Los dos pueden comunicarse en una misma lengua, aunque sea a través de un intérprete, pero no pueden entenderse a un nivel más profundo que el lingüístico, el de la concepción cultural del tiempo y del espacio. Paramonga es un ejemplo importante para estudiar cómo un observador temprano refiere su percepción de un edificio y cómo las investigaciones posteriores lo confirman o lo niegan: “De Chimo paso adelante el Ynga [Túpac Inka Yupanki] y en Parmonguilla mando hazer una fortaleza que oy vemos, aunque muy gastada y desbaratada” (1985: 170). De acuerdo a Carlos Milla (1992: 219), investigador de la arquitectura inka, Paramonga (la antigua Parmonguilla) no fue ni fortaleza ni exclusivamente inka: Si observamos los recintos de la plataforma superior, que son incas indudablemente, vemos claramente que no guardan unidad con el contexto del conjunto, ni por su forma, ni por la técnica constructiva empleada. Es notorio que esta sección fue añadida a la estructura original y nuestro colega el arquitecto Emilio Harth Terré la tomó como tema de una interesante investigación que dio como resultado la tesis de que estos recintos superiores fueron construidos por los incas para cumplir la función de observatorio astronómico para determinar los solsticios (Harth Terré 1963 y 1977).
Cieza le atribuye a un Inka la construcción de un enorme complejo, cuando lo que las investigaciones indican es que, probablemente durante el periodo de Inka Yupanki, se le añadió el espacio que se necesitaba para incluir en el complejo la observación y el culto solares. Pero cuando fueron unos dioses quienes diseñaron el templo (Eliade 1965: 51) y otros lo rediseñaron, poco importa para esa sociedad qué personas lo construyeron. Harth Terré llegó a la conclusión de que los recintos superiores servían para observar los solsticios. Esto confirma la centralidad del sol en este sitio de culto y, además, nos recuerda del “[...] valor cosmogónico de la orientación ritual de la construcción del espacio sagrado” 4 de que nos habla Mircea Eliade (1965: 26). Aquí hay un vacío en la información, indicativo de interpretaciones equivocadas no sólo de lo que dijeron los informantes, sino de lo que el historiador vio con sus propios ojos. Cieza
NARRATIVAS
(Traducción de la autora).
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está asumiendo un uso, transparente a su modo de ver, del espacio que observa. Esto es tan obvio para el cronista: “[...] mando hazer una fortaleza que oy vemos [...]”, que no necesita preguntar para qué se usaba ese complejo. Su formación de soldado y el ejercicio de esa profesión durante la mayor parte de su vida tiñen notablemente su percepción de las cosas. El hecho de que Paramonga sea una “fortaleza” para Cieza, y un recinto dedicado a la observación astronómica y al culto para investigadores como Harth Terré y Milla, nos dice mucho de la perspectiva desde la cual se observa el edificio: si uno se centra en el muro perimetral y otro en los pisos superiores, las conclusiones de ambos serán distintas. También hay que considerar la presencia del mayor de los filtros por los que pasa la percepción del observador: el filtro cultural. Para Cieza, el soldado, toda estructura de edificios altos rodeada por una muralla es una fortaleza. Es verdad que la vio “muy gastada y desbaratada”, como si allí hubiera habido muchas batallas, pero hay que tener presente la acción depredadora que emprendieron los españoles, desde 1532, que buscaban oro en los templos. Cieza debió pensar que la localización de todo el conjunto no se prestaba para defenderse de ningún ataque pues “[...] su ubicación a medio valle costero y alejada de las estribaciones andinas la hacen muy vulnerable” (Milla 1992: 219). Asimismo, hay que tomar en cuenta que la muralla perimetral es muy extensa, lo que haría necesaria muchísima gente para defenderla. Como indica Milla, no existen parapetos ni almenas, ni hay depósitos de armas o de vituallas. Más bien, si se observa hoy esta estructura desde el aire, como lo muestran las fotografías del gráfico 229 (Milla 1992: 220), la muralla perimetral y varios de los edificios forman una figura que el autor identifica como una llama, que estaría reproduciendo una constelación oscura5 muy importante en el mundo sagrado nativo. Se trata del reflejo en espejo, de la figura oscura de la llama que dejan ver las estrellas de la Vía Láctea, por contraste (cf. Bauer y Dearborn 1995: 101-121). Se está copiando en el suelo el modelo celestial que Eliade llama la “geometría celeste” (1965: 51), para que vean los dioses que los humanos saben reproducir sus modelos. Para Eliade, el lugar sagrado por excelencia no sólo representa al cosmos, sino que lo contiene (1965: 51). Una forma de “contenerlo” es limitarlo, delimitar claramente el espacio sagrado del profano:
5. 4.
PROBLEMÁTICAS
“[...] algunos andinos también ven la Vía Láctea como un espacio negativo que contiene constelaciones positivas (oscuras)[...]” (Aveni 1997: 51). (Traducción de la autora).