LYDIA FOSSA
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habría escapatoria de la perspectiva colonizadora de la historia europea en la configuración aceptada de la narrativa del pasado andino. No cabe aceptar ya, sin cuestionamientos y análisis críticos, que la historia la escribe el vencedor. Ya queda muy claro que “La historia es el fruto del poder” (Trouillot 1995: xix)7 y que ese poder “nunca es tan transparente que su análisis pueda considerarse superfluo” (1995: xix).8 Frantz Fanon se dedicó, desde mediados del siglo XX, a cuestionar minuciosamente a los colonizadores franceses del África y el Caribe. Estudió el afán de los miembros de la cultura occidental de poner todo por escrito y de llenar el enorme vacío histórico que encontraron en sociedades que no registraban los datos en escritura fonética, tal como lo hicieron en su momento los españoles en América. Para él, el colonizador es quien sabe escribir y sabe qué escribir; él es quien está a cargo de registrar todos sus hechos y los hechos de la metrópolis extendida o transplantada. Cuando Frantz Fanon escribía “El colonizador hace la historia [...] Él es el principio absoluto” (1991: 51) tenía una visión muy clara de lo que Dipesh Chakrabarty (1992) traería a colación treinta años después. De acuerdo a Fanon, el colonizador, al describir esos hechos, continuaba escribiendo su propia historia: “El colonizador hace la historia y es conciente que la está haciendo. Y como se refiere constantemente a la historia de su tierra natal, indica claramente que él mismo es la prolongación de la madre patria. Así, la historia que escribe no es la historia del país que explota sino la historia de su propia nación [...]” (1991: 51). Es decir, escribe la historia de su gesta y para su provecho. Fanon continúa diciendo que esa historia es una “historia del pillaje” (1991: 5l) y no la historia de un pueblo en relación con un determinado territorio. Los colonizadores trataron de convencer a los colonizados, con bastante éxito, de que lo que escribían era, también, su historia. Prueba de ello es que la historia filoeuropea no dejó de contarse cuando los colonizadores abandonaron el territorio colonizado. Los nativos asumieron su responsabilidad como historiadores, continuando con la descripción de los acontecimientos desde donde los colonizadores los habían dejado. No sólo se identificaron con los colonizadores, sino que además aceptaron la necesidad de contar con una historia escrita que empezara no con ellos, sino con la llegada del otro. Todo lo anterior era considerado prehistórico. Gyan Prakash dice que “[…] la historia y el colonialismo surgieron
7.
(Traducción de la autora).
8.
(Traducción de la autora).
LA
HISTORIA COMO FRUTO DEL PODER
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simultáneamente en la India. Al introducir a India en la historia, se le despojó de un pasado significativo; se transformó en una sociedad sin historia que entró a la Edad de la Historia” (1992: 17). La concepción de la historia europea como Historia Universal, con mayúscula, se extiende de colonizador a colonizado en busca de espacios que le permitan reproducirse y en los que sea recibida como “natural” y “lógica”. Esto no debe sorprendernos si consideramos que, dentro de la actitud de los pueblos colonizadores con escritura fonética, que no distinguen sus orígenes de los de sus divinidades, que conciben sus conquistas como misiones sagradas, su historia es la historia de la humanidad. Eliade lo explica así: “[…] el evento histórico se convierte en una teofanía en la cual se devela tanto la voluntad de Yahvé como las relaciones personales entre él y el pueblo elegido […] La misma concepción, enriquecida por la elaboración de la cristología servirá de base a la filosofía de la historia que se va a esforzar en construir el cristianismo, a partir de San Agustín” (1969: 129).9 Esta concepción se superpone a la del ser humano arquetípico, el que considera que “[…] el mito describe las diversas y, a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado en el mundo […]” (Eliade 1969: 86).10 Cuando la colonización de la historia es transparente e ineludible, la perspectiva11 de esa historia europea naturalizada nos llega a parecer aceptable y aun recomendable dentro y fuera de los parámetros impuestos por los colonizadores: no concebimos que fuera de ellos haya historia posible e incluimos al mito en el campo de la ficción. Los nexos entre la historia y la fe, entre la historia de los pueblos y la historia del dios cristiano, han sido y son muy poderosos. Como muestra de ello citaré el requerimiento de Pedrarias Dávila (Saranyana 1999: 44) en el que se observa la inexistencia de diferenciación entre la teología y la historia: Yo, Pedrarias Dàvila, su criado [de Fernando el Católico], mensajero y capitán, vos notifico y hago saber como mejor puedo que Dios Nuestro Señor, Uno y Eterno, crió el çielo y la tierra y un hombre y una muger, de quien nosotros y vosotros y todos los honbres del mundo fueron y son
9.
(Traducción de la autora).
10.
(Traducción de la autora).
11.
“[…] el espacio perceptivo, cuyo centro organizador es el sujeto de la percepción, y el espacio enunciativo, en el que el sujeto de la enunciación es el pivote, constituyen en conjunto lo que se puede llamar un espacio perspectivo que describe el ángulo bajo el cual se muestra una escena en un enunciado” (Ouellet 1992: 113). (Traducción de la autora).