400
LYDIA FOSSA
exigencia del interlocutor español de realizar la interacción verbalmente. Sus limitaciones en el manejo de los múltiples códigos indígenas: quipu, lingüístico, musical, textil, mural, etc., así lo requieren. Al exigir el interlocutor español una comunicación a viva voz, toda esa gama de códigos se reduce a uno, el oral. El hecho, aparentemente simple, de registrar las historias nativas en el código fonético español patentiza la idea de que los códigos nativos son insuficientes e inadecuados para expresar el pasado de una forma unívoca, lineal, lógica y razonable para los europeos. De aquí dedujeron que las lenguas nativas no eran las idóneas para transmitir ese pasado: tenían un alcance muy limitado ya que los europeos no las comprenden mientras que la castellana lo hace a satisfacción de todos los interesados, los colonizadores. Además, el registro escrito perdura y el mismo texto puede ser leído por generaciones sucesivas. Por ello, los textos cronísticos sí tienen la primacía de haberse escrito por primera vez en castellano para lectores de esa lengua, priorizando un solo tipo de registro, el de la escritura fonética, y universalizando un particular enunciatario colectivo, el europeo. Este flujo de información tiene una dirección: va de las Indias hacia Europa. Sólo los que han vivido en Indias pueden dar información válida, y su escasez hace que sus informes parezcan carecer de parangón. En ellos se afirma que son los únicos que registran determinada información, que son los que presentan los datos más precisos, o los que reflejan a los informantes más idóneos. Se presentan también como los que cuentan con información más veraz y como los que la han recogido in situ, sin haber recurrido a fuentes indirectas o a relaciones llegadas a la península ibérica, accediendo a la información por “cartapaçios”. Al afirmar su unicidad y su confiabilidad, esos textos desautorizan las historias relatadas anteriormente cuando no las desechan por incoherentes o mentirosas, ya sean éstas las indígenas que recogen los informantes o las que han escrito otros españoles antes que ellos. En las crónicas de la segunda mitad del siglo XVI se observa una incesante competencia entre autores por tener y conservar la primacía de la originalidad en la información ofrecida, por probar la veracidad de los contenidos y demostrar la calidad de las fuentes consultadas. El afán de presentar sus obras como únicas es algo novedoso para la época, ya que tradicionalmente los escritores “profesionales” se basaban en textos previos y adecuaban a sus moldes la nueva información presentada. Los textos tempranos andinos que estoy estudiando rompen con el estilo propio del género histórico, seguramente porque la mayoría de sus autores carecían de la preparación académica superior y aun de la
LA
HISTORIA COMO FRUTO DEL PODER
401
escolaridad básica que los hubiera familiarizado con las convenciones intelectuales de la época. El presente análisis confirma el ejercicio de un eurocentrismo temprano por parte de los autores coloniales estudiados, que muchos de los historiadores contemporáneos continúan cultivando. Estos estudiosos no sólo no han cuestionado estas apreciaciones, sino que han construido sus propias versiones sobre esos presupuestos. Entendemos como una postura poscolonial el que los colonizados cuestionen y critiquen esos textos, que fueran una vez la prueba concreta del efecto de sentido puesto en marcha al haber sido interpretados como fundacionales. Franklin Pease, historiador peruano contemporáneo, describe la importancia de Raúl Porras en la difusión de los temas cronísticos y le atribuye haber influido en su propia decisión de dedicarse al estudio de los sucesos del siglo XVI en el Perú (Pease 1995: 11-12). Aun así, Pease ya asume otra perspectiva, diferente de la de Porras, y recalca el “eurocentrismo” no sólo de las crónicas en particular, sino de la tendencia historiográfica sobre los Andes en general: “[...] las pautas del euro centrismo no se reducían a centrar en la vida europea los ejemplos, o en el pasado europeo, real o imaginado, los orígenes de las cosas del presente, sino también de dotar a ese pasado de características que empalmaran con la historia admitida por los europeos de otras partes del mundo [...]” (Pease 1995: 91). Además, Pease indica que el eurocentrismo al que hace referencia no es una cosa sólo del pasado: “Desde San Agustín a Hegel y Marx, el euro centrismo primó. Hoy continúa, por cierto, si bien el desarrollo contemporáneo de las ciencias del hombre tiende a discutirlo cada vez más apasionadamente” (Pease 1995: 91). Estas actitudes eurocéntricas perduran hasta hoy. Ya no son sólo los españoles quienes las afirman; ahora son los historiadores locales quienes siguen avalando esa postura ideológica centralista prevaleciente en el mundo colonial europeo del siglo XVI. La perdurabilidad del colonialismo en los Andes se debe, entre otros factores, al entusiasmo con que se asumieron y se asumen las posiciones hegemónicas no sólo de quienes alcanzan el poder político, sino de quienes administran la exposición y el intercambio de ideas al interior del sistema, rescatando las que avalan y confirman esa hegemonía. Dentro del discurso histórico (y también del literario), se viene camuflando un ejercicio, a veces no tan sutil, del que parecía un agonizante poder colonial. Pero vemos que su vitalidad, real o aparente, no está menguando sino que ha cambiado de protagonistas. El análisis literario del discurso histórico nos permite afirmar entonces, que lo que realmente está bajo