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LYDIA FOSSA Los tiempos habían cambiado, pero no la mentalidad. Cuando Hernando Pizarro volvió de España, casi hubo un motín en el Perú porque contó que en la Corte motejaban a los conquistadores de villanos. Francisco Pizarro aplacó a todos —cuenta López de Gómara, cap. cxxxii— diciéndoles que la Conquista era una manera de adquirir linaje, y que los conquistadores de Indias eran acreedores a “tantas franquezas y preeminencias como los que ayudaron al Rey Don Pelayo y a los otros Reyes a ganar a España de los moros (Rosenblat 1977: 66).
En Indias, el estatuto social era mucho menos rígido que en España. A esto se refiere Cieza en La guerra de Quito: “[...] porque viendo que las ordenanzas eran asperas para gente que tan libremente habia vivido como los que estaban en el Peru [...]” (Cieza 1994a: 4). El “vivir libremente” significa vivir fuera de las restricciones acostumbradas del ordenamiento social peninsular. Significa también vivir fuera de lo establecido, sin el control debido. La ira de Blasco Núñez Vela ante los acontecimientos peruleros se explica mejor bajo esta perspectiva: él va a “ordenar” el “desorden” social, a poner en el lugar que le corresponde a cada nuevo señor o encomendero. Este desarreglo social está amenazando al mismo catolicismo, pues “[...] las desigualdades sociales [tienen la] calidad de cimientos sagrados del orden eterno emanado del divino Creador” (Puiggrós 1989: 157). Esto contrasta con la sorprendente afirmación del gobernador de Nicaragua, Rodrigo de Contreras: “[...] porque los que viven en aquel reyno [Perú] no son de baja suerte como en España decian, sino todos los mas hijosdalgo y vienen de padres magnificos [...]” (Cieza 1994a: 6). En efecto, los que llegan con Pizarro son hidalgos por decreto, aunque no descendientes de “padres magníficos”. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, con la fundación de la Audiencia de Lima, empiezan a llegar a esa ciudad funcionarios letrados e hidalgos nombrados por la Corona entre los nobles distinguidos para llenar esos cargos. Antes de su llegada, había pocas personas “magníficas” para ocupar estos cargos. Alcaldes, regidores, justicias mayores son puestos que ocupan todos los “grandes” disponibles, pero al no haber suficientes, se sigue bajando en la escala social hasta que estén ocupados por los “mejores” españoles: “[...] muchedumbre de hidalgos empobrecidos, campesinos sin tierras y artesanos sin trabajo [...]” (Puiggrós 1989: 163). Las Casas tiene una actitud muy clara, también, en contra de los españoles que se han encumbrado socialmente al haberse enriquecido a costa del pillaje y la explotación de los nativos:
PEDRO
DE
CIEZA
DE
LEÓN
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Parece tambien que en aquel tiempo no habia la soberbia en los hombres de trabajo y labradores que a estas tierras venian, como despues hobo, que en pasando aca, luego presumieron y hoy presumen, por gañanes y rusticos que sean, de no trabajar, sino holgazanear y comer de ajenos sudores; pero la causa desta desorden, soberbia y ambicion y haragania desproporcionada de sus estados y de toda razon fue la tupida y cudiciosa y no excusable ceguedad del infelice inventor de aquella pestilencia vastativa de tanta parte y tan grande del linaje humano que fue repartir los indios desta isla a los cristianos como si fueran vacas o cabras [...] (Las Casas 1986: 457).
En el esquema lascasiano, la proporción de las personas corresponde a su estatuto social; la movilidad social basada en la riqueza mal habida no lo convence de su legitimidad. Levanta la voz denunciando el “desorden” social provocado por el acceso relativamente fácil al poder que ha permitido la posesión de riquezas: [...] levantó los corazones de las viles y serviles personas a pensar y presumir de sí mismos, que habiendo nacido para servir e trabajar corporalmente y ser mandados, en poniendo el pie en esta tierra no asentaban con nadie, ya que no querían asentar, no para abajar el lomo en servicio alguno corporal, sino para estar y andar enhiestos, y con una varilla en la mano, ser verdugos de los mansos y humildes indios y mandar [...] (Las Casas 1986: 457).25
Estos nuevos ricos se sienten con derecho a transgredir las leyes de contención social, solamente por el hecho de contar con riquezas. Estos “transgresores” acceden a encomiendas y señoríos, volviendo a formar en América el sistema rígido, de fuertes rasgos feudales, del que acaban de escapar. La diferencia con los señores peninsulares, claro, es la del rango nobiliario y la pertenencia a las órdenes de caballería. Pero la Corona está dispuesta a negociar estas distinciones por una cierta cantidad de oro. Felipe II, en 1581, consulta a sus virreyes en Indias “[...] sobre la conveniencia de conceder, por cierta suma de dinero, mercedes de hidalguía [...]” (Rosenblat 1977: 67). Pero los nobles peninsulares se resisten: “[...] una frondosa burocracia colonial [que] empezó a pedir probanzas de la hidalguía y a limitar las ambiciones señoriales de los pobladores”
25. Milhou cita este párrafo en su texto anteponiéndole la siguiente observación: “[...] ¿no podríamos interpretar ese texto, que está lejos de ser el único en la obra de Las Casas, como una profesión de fe muy tradicional: desconfianza con respecto al enriquecimiento y al paso de un ‘estado’ a otro?” (Milhou 1977: 28). (Traducción de la autora).