La Palabra Entre Nosotros - Perú, Febrero 21

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Ediciรณn especial de Cuaresma

FEB R ER O - M A R Z O 2 0 2 1

La Sangre de la Nueva Alianza Sangre de perdรณn, de sacrificio, de alianza



En este ejemplar: Febrero - Marzo 2021

La Sangre de la Nueva Alianza La prioridad de la oración Siguiendo la guía del Señor ¿Dónde está Dios? Preguntas difíciles en momentos de crisis

10

Tampoco yo te condeno La sangre del perdón

16

Yo doy la vida por mis ovejas La sangre del sacrificio

22

Tú me perteneces de un modo especial La sangre de la Alianza

28

¡He visto al Señor! Acompañemos a María Magdalena hasta la alegría de la Pascua Por el Padre Craig Morrison

33

Meditaciones diarias

Febrero del 1 al 28 Marzo del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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En el Perú Tel (051) 488-7118 / 981 416 336 Email: lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org Suscripciones: suscripciones@lapalabraentrenosotrosperu.org


La Sangre de la Nueva Alianza Queridos hermanos:

E

n la vida actual rara vez se ve que dos personas hagan un “pacto de sangre”. Yo recuerdo que, en mi niñez, hice algún “pacto de sangre” con un hermano o amigo, cuyas razones no recuerdo ninguna, pero uno se hacía un pequeño corte en un dedo o la mano y luego se juntaba la sangre con la del otro, simbolizando una unión definitiva e indisoluble. Esto era, naturalmente, “cosa de niños”. Pero, como vemos en los artículos de esta revista, la idea y la intención de los pactos de sangre son en realidad antiquísimos. Pero, ¿qué era un pacto de sangre? Era una alianza, un contrato solemne, un acuerdo inviolable que se ratificaba con el derramamiento de sangre, lo cual naturalmente implicaba degollar un animal para luego ofrecer la sangre. ¿Las razones? Podían ser tan variadas como lo son ahora los tratados que celebran las naciones, los contratos entre empresas o los convenios entre personas, con el fin de intercambiar bienes o promesas de protección y beneficios de común acuerdo. Ahora creo que ya no se hacen pactos de sangre; pero sí alianzas, 2 | La Palabra Entre Nosotros

convenios y tratados. Para nosotros, los católicos, una de las alianzas más semejantes a un pacto de sangre vendría siendo el Sacramento del Matrimonio, en el cual, aun cuando las partes no intercambian gotas de sangre, ni propia ni ajena, sí prometen solemnemente cumplir ciertos votos matrimoniales que implican compartir la vida entera y sin reservas con la otra persona “en las buenas y en las malas”. Ahora bien, los artículos del frente de esta revista se refieren a la Nueva Alianza sellada con la Sangre preciosa de Cristo, mediante la cual Dios se comprometió definitivamente con su nuevo Pueblo Escogido, vale decir, la Iglesia, y ésta se compromete a cumplir sus obligaciones libremente asumidas bajo dicha Alianza. Esta es la razón por la cual, en mi entendimiento, San Pablo habla de la similitud entre el matrimonio cristiano y la alianza de Cristo con la Iglesia, como lo dice en Efesios 5, 31-32. Ahora, en Cuaresma, leamos los artículos de esta revista y también este pasaje de Efesios, y meditemos en el sentido profundo de la Alianza y las palabras de San Pablo. Otros artículos. En la parte posterior de la revista, también


encontrarán varios artículos muy interesantes sobre María Magdalena, el don de la amistad y el amor de Dios en la prisión. Les deseo a todos ustedes, estimados lectores, y a sus seres queridos

una muy bendecida y fructífera Cuaresma. Atentamente en Cristo, Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

Director: Joseph Difato, Ph.D. Director Editorial: Luis E. Quezada Editora Asociada: Susan Heuver Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Mary Cassell, Kathryn Elliott, Bob French, Theresa Keller, Christine Laton, Joel Laton, Laurie Magill, Lynne May, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin Suscripciones y Circulación: En USA La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este). Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc. ISSN 0896-1727 Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.

Presidente: Jeff Smith Director de Manejo: Jack Difato Director Financiero: Patrick Sullivan Gerente General: John Roeder Gerente de Producción: Nancy Clemens Gerente del Servicio al cliente: Shannan Rivers Dirección de Diseño: David Crosson, Suzanne Earl Procesamiento de Textos: Maria Vargas

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Revista Promocional: Distribuimos la revista gratuitamente a los internos de diversos penales en el Perú. Para sostener este programa de Evangelización necesitamos de su colaboración. El Señor los bendiga por su generosidad

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La prioridad

de la oración

SIGUIENDO LA GUÍA DEL SEÑOR 4 | La Palabra Entre Nosotros


POR JOE DIFATO

S

i el presentador de un programa de entrevistas le preguntara a Jesús cuáles son sus principales prioridades, ¿qué crees tú que él respondería? Tal vez él diría: “Amar a toda la gente”, “Atender a los pobres y los discriminados” o “Difundir la buena noticia del Reino de los cielos”. Todas estas respuestas son buenas; pero si le preguntaran ¿cuál es para ti la prioridad número uno, la más importante de todas? Probablemente diría: “Mantenerme en comunión con mi Padre.” La Escritura muestra repetidamente que Jesús hacía de la oración el factor central de su vida. En el Evangelio según San Marcos leemos que: “De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario” (Marcos 1, 35). Lucas dice que, cuando el Señor sanó a un leproso, “la fama de Jesús aumentaba cada vez más, y mucha gente se juntaba para oírlo y para que curara sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a orar a lugares donde no había nadie” (Lucas 5, 15-16, énfasis añadido). Jesús hizo oración antes de su bautismo, antes de su transfiguración e incluso antes de su arresto y crucifixión (Lucas 3, 21-22; 9, 28-29; Mateo 26, 36-45). Febrero / Marzo 2021 | 5


Todos estos relatos revelan un principio que constituía el fundamento de toda la vida de Jesús: la oración era más prioritaria que la acción. No hacia algo para luego orar si había sido una buena idea. Claramente no; primero buscaba la guía de Dios y luego actuaba según lo que su Padre le revelaba. Incluso le presentaba al Padre las acciones buenas, nobles y milagrosas que pensaba realizar, como sanar a los enfermos y expulsar demonios, pero lo hacía antes de actuar. Permanecer en comunión con Dios. ¿Qué es lo primero que haces tú al despertar cada día? ¿Estás entre el 80% de aquellos que revisan sus teléfonos o computadoras antes de hacer cualquier otra cosa, e incluso antes de levantarse? ¿Buscas otras formas de reconectarte con el mundo exterior cada mañana? Tal vez enciendes la televisión o lees el periódico del día apenas te despiertas. Luego, después de esta revisión rápida (o no tan rápida), comienzas el día sintiéndote listo para emprender tus obligaciones y responsabilidades. Este proceder es común para muchos de nosotros, pero es algo que Jesús no hacía. En lugar de “conectarse” con el mundo circundante, deliberadamente se “desconectaba” para entrar en comunión con su Padre. A muchos nos agrada mantenernos activos. En este mundo de constante 6 | La Palabra Entre Nosotros

comunicación y actividad, por lo general se espera que así sea. Se nos anima a emprender proyectos, trabajar más de las típicas ocho horas diarias, y llenar los fines de semana con todo tipo de diversiones y actividades. Se nos enseña a disfrutar de esa sensación de triunfo que experimentamos cuando hemos tenido éxito en algo y seguir tratando de superarnos cada vez más. Por supuesto que mantenerse activo y desarrollar las aptitudes que uno tiene son cosas buenas, y seguramente Jesús se regocijó después de haber curado a varios enfermos; probablemente disfrutó al ver que sus apóstoles salían de dos en dos para anunciar la buena nueva, y sin duda sonrió cuando alguien se arrepintió de sus pecados y se entregó a Dios. Pero todas estas acciones eran fruto de su relación con el Padre, una relación que él valoraba por encima de todo lo demás. “No hago nada por mi cuenta.” Bien, pero ¿cómo tomaba Jesús sus decisiones? ¿Cómo decidía hacia dónde enfocar su energía y a qué cosas darle atención? Una vez dijo: “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta... no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado” (Juan 5, 30). Cristo siempre se mantenía completamente conectado con su Padre, para que sus decisiones correspondieran a la voluntad de Dios.


Para Jesús, “estar conectado” significaba más de lo que significa esa idea para nosotros. En términos humanos, estar conectados puede significar mantener una amistad íntima y amorosa, como de marido y mujer, o como de amigos de confianza, que se conocen muy bien y que están dispuestos a recibir consejos el uno del otro; que han aprendido que en una buena amistad se da y se recibe y que ambos se tratan con respeto y consideración. Para Jesús, estar conectado significaba todo esto y mucho más: también significaba una dependencia total y una humilde sumisión a su Padre celestial, y nunca dejó que sus actividades diarias —que eran muy buenas e incluso milagrosas— llegaran a ser

¿Qué es lo primero que haces tú al despertar cada día? ¿Estás entre el 80% de aquellos que revisan sus teléfonos o computadoras antes de hacer cualquier otra cosa, e incluso antes de levantarse? más importantes que su comunión con Dios. Busca primero el Reino. Si tú debieras escoger un solo versículo de la Escritura que sintetizara todo lo que Jesús dijo e hizo, probablemente sería “Busquen primero el Reino de Dios” (Mateo 6, 33). Debido a que Cristo tenía una comunión perfecta y constante con su Padre, todo lo que decía y hacía emanaba de esa comunión. No hacía más que la voluntad de su Padre y la hacía únicamente de la manera como su Padre quería. Febrero / Marzo 2021 | 7


Este versículo, aparte de captar la docilidad de Jesús ante su Padre, nos presenta un desafío a todos. San Pablo decía que todos queremos hacer lo correcto, pero añadía que el pecado continúa tratando de dominarnos y terminamos haciendo aquello que no queremos hacer (Romanos 7, 15); es decir, poniendo algo distinto del Reino de Dios como prioridad y eso puede llevarnos a todo tipo de problemas. Pablo dice esto refiriéndose al pecado, pero nosotros también podemos aplicar este principio de buscar primero el Reino de Dios a las buenas actividades que todos realizamos cada día. Sin duda Pablo estaba perfectamente consciente de la tentación de precipitarse a hacer algo sin antes detenerse unos minutos para pedir la guía de Dios, y conocía la tentación de decidir uno mismo cuál sería la mejor manera de hacerlo; pero, con el tiempo, aprendió a valorar el principio de buscar primero el Reino de Dios —es decir, la voluntad de Dios, la guía de Dios y el plan de Dios— antes que el supuesto “reino” que creaba por su propia voluntad, tal como lo hacemos nosotros. Definitivamente yo puedo identificarme con esto. Cuando hago algo —aunque sea bueno— que me hace postergar mi conexión con Cristo, las cosas no resultan bien. Termino quedando atrapado en el trabajo, a veces hasta el punto de que me olvido de almorzar o de que vuelvo al trabajo 8 | La Palabra Entre Nosotros

después de la cena, en lugar de dedicar tiempo a mi familia o conectarme con amigos. En resumen, mi vida se desequilibra y sufren mis amistades y las personas a quienes amo. No es que haga algo netamente pecaminoso en días como esos; es que puede pasar todo el día sin que yo busque al Señor, o su Reino o su plan. Sí, claro, pienso en eso de vez en cuando y Dios siempre está en mi corazón, de la misma forma como mi familia está siempre en mi corazón; pero como no me detengo para estar con él o con mi familia, me encuentro más intranquilo al final del día y me afectan más los vaivenes de la vida. La escalera de Jacob y tú. Estos son algunos de los puntos que trato de transmitir cada vez que tengo la oportunidad de compartir mi fe. Animo a las personas a orar todos los días. La gracia fluye mucho más libremente cuando oramos, principalmente porque la oración nos abre a recibir la gracia abundante de Dios, y nuestro Padre no es tacaño. Veamos la historia de la escalera de Jacob en la Biblia (Génesis 28, 10-19). En tu mente, imagínate que ves a los ángeles ascendiendo y descendiendo por esa escalera, bajando del cielo y subiendo de regreso. Nuestras oraciones ascienden a Dios, y la gracia fluye libremente sobre nosotros, y la gracia nos transforma, porque influye en nuestras acciones, nos permite


Nosotros podemos aplicar este principio de buscar primero el Reino de Dios a las buenas actividades que todos realizamos cada día. escoger qué actividades nos conviene llevar a cabo y nos ayuda a mantener la atención de la mente y el corazón fija en el Señor. Incluso nos protege cuando tropezamos con obstáculos y cuando las cosas no resultan como queremos. Estoy realmente convencido de que, si todos aumentáramos la cantidad y la calidad de nuestra oración, probablemente veríamos más bendiciones, más milagros y más conversiones, y además nos encontraríamos cada vez más cerca de Jesús. Y si nos acercamos más a Cristo en la oración diaria, su gracia nos ayudará a hacer frente a los deberes y

responsabilidades del día con más paz, tanto las buenas como las no tan buenas. Si todos los que están leyendo esta revista se comprometieran a dedicar más y mejor tiempo a conectarse con el Señor día tras día, creo que ese tiempo con Dios haría derramar torrentes incalculables de gracia sobre este mundo. Así que, unamos esfuerzos y comprometámonos a dedicar tiempo a orar y tener comunión con Cristo cada día. Es decir, adoptemos la oración, no los quehaceres, como nuestra máxima prioridad, aun cuando tengamos que forzarnos para hacer tiempo. Después de todo, esa fue la forma en que Jesús vivió, ¡y lo que logró fue maravilloso! ¢ Febrero / Marzo 2021 | 9


¿Dónde está Dios? EL COVID 19 Y L AS PL AGAS NO VIENEN DE DIOS POR JOE DIFATO

10 | La Palabra Entre Nosotros


H

ace treinta años, cuando nuestra hijita Christine tenía apenas tres años, le diagnosticaron una rara forma de cáncer en los ojos. ¡De repente, una enorme crisis cayó sobre nuestra familia! En ese tiempo, yo era presidente de la revista La Palabra Entre Nosotros y cabría pensar que yo habría reaccionado con más fe y confianza, pero no fue así. ¡Era demasiado para mí! Tomé licencia del trabajo de la revista, pues simplemente no podía escribir acerca del amor absoluto de Dios y del plan perfecto que tiene para sus hijos mientras yo veía a mi pequeñita sufrir enormemente, soportar lo que parecían cientos de exámenes y miles de inyecciones. Me sentía completamente frustrado con Dios; me parecía que el Señor había abandonado a mi familia y a mí y no podía entender cómo podía pasarle esto a mi hijita tan inocente. ¿Por qué lo permitía Dios? Cuando mi esposa Felicia y yo llevamos a Christine al hospital, vimos allí como a cien niños pequeños con todo tipo de enfermedades graves. ¡Fue algo tan impresionante que casi se me sueltan las lágrimas! Hicimos lo posible por tratar de consolar y alentar a algunos de los niños y a sus padres, pero lo que estaba viendo agravó la actitud negativa que yo tenía en ese momento hacia Dios. Pasé las seis semanas más largas de mi vida sumido Febrero / Marzo 2021 | 11


en la incógnita de si mi hija estaría viva el próximo año. Algo cambió en mí. Desde una perspectiva espiritual, no supe manejar muy bien esta crisis; pero Dios no me abandonó. Unas semanas después de que Christine comenzara los tratamientos, unos amigos cercanos nos preguntaron si podían orar conmigo; acepté pero de mala gana. Cuando empezaron a orar, sentí que el amor de Dios me iba inundando. Nunca olvidaré ese momento. Mientras todos orábamos, mi hermano me dijo que tenía un mensaje que pensaba que venía de Dios: “¿No crees que yo sabía lo que estaba haciendo cuando le pedí a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac? ¿No crees que sé lo que estoy haciendo con Christine? En ese momento, algo cambió en mí, y elevé una plegaria desesperada: “Amado Señor, yo, como padre, quiero que Christine viva. Pero si la quieres para ti, es tuya.” Christine perdió los dos ojos por el cáncer, pero hoy está viva y saludable y enseña en una universidad local. Todos hemos tenido que pasar por una crisis u otra. No es nada fácil ni divertido, pero es parte de la vida en este mundo trastornado por el pecado. A veces, como lo experimenté personalmente con el cáncer de mi hija, solo nos toca aceptar una crisis como un misterio, un misterio que Dios algún día nos explicará. Sin embargo, 12 | La Palabra Entre Nosotros

siempre podemos confiar en que el Señor nos acogerá con su gracia y nos socorrerá en la medida en que nos mantengamos en comunión con él en los momentos de crisis. Sé que eso fue lo que me ocurrió a mí, y lo he visto suceder una y otra vez en la vida de otras personas. “Padre, toma esta copa.” En los dos artículos anteriores vimos que Jesús oraba antes de emprender una actividad importante o tomar una decisión difícil. Ahora veamos que enfrentó de manera similar las crisis que ocurrieron en su propia vida. En la Última Cena, Jesús sabía perfectamente bien lo que le iba a suceder y dijo abiertamente que sería traicionado, que sus discípulos se dispersarían y que Pedro lo negaría. El Señor sabía que el fin se aproximaba, pero sus apóstoles no tenían la menor idea y aunque él les dijo lo que iba a suceder, ellos no le entendieron. Tanto así que se enfrascaron en una discusión sobre cuál de ellos era el más importante (Lucas 22, 24). Claramente, no habían comprendido que Jesús se encaminaba hacia su muerte, y lo hacía en forma voluntaria y con plena humildad. ¡Qué diferente fue la forma en que los discípulos entendieron la crisis que se cernía sobre ellos y cómo lo hizo Jesús! Tenían la mente embotada y no dejaban de discutir y competir unos con otros. Cristo, en cambio,


se fue al huerto de Getsemaní a orar. Hablando honestamente de cómo se sentía, buscó una alternativa orando: “Padre, si es posible, quita de mí esta copa”, pero después añadió: “Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42). De esta manera, se encomendaba plenamente en manos de su Padre. ¿Qué pasó después? Dios envió a un ángel a reanimar a Jesús. En realidad, no creo que el ángel le haya quitado la angustia ni la aflicción; más bien, creo que le dio la gracia y la fortaleza necesarias para soportar la cruz. Después de Getsemaní, Jesús no dejó de orar; es algo que siempre tenía presente. Por eso podía exhortar a las mujeres de Jerusalén a orar, tal como él lo hacía (Lucas 23, 28), y estando crucificado rezó diciendo: “Padre, perdónalos” (23, 34). Incluso sus últimas palabras fueron una oración: “Padre,

A veces solo nos toca aceptar una crisis como un misterio, un misterio que Dios algún día nos explicará. en tus manos encomiendo mi espíritu” (23, 46). No es que solo haya rezado una vez y luego haya afrontado la crisis por su cuenta. No; repetidamente se dirigió a su Padre para recibir más fuerza, más gracia y más paz. Y su Padre continuó auxiliándolo. Fe en la era del coronavirus. El mundo en el que ahora vivimos va dando tumbos entre una crisis y otra. Cada día, millones y millones de personas deben hacer frente a problemas espirituales, físicos, financieros y familiares que amenazan con abrumarlos. Mientras escribo este artículo, hay más de novecientas mil personas en todo el mundo que han sucumbido al coronavirus y otros 29 millones a quienes se les ha diagnosticado la Febrero / Marzo 2021 | 13


enfermedad. Ni siquiera podemos empezar a estimar el costo que todo este sufrimiento y pérdida de vidas humanas significará para nuestros seres queridos, la economía en general y las instituciones grandes y pequeñas. Pero la pandemia de COVID-19 no es la primera. En décadas pasadas, la epidemia del SIDA causó una mortandad de 36 millones de personas; las víctimas de la gripe de 1968 llegaron a un millón; la gripe asiática (19561958) cobró la vida de dos millones de personas, y la gripe de 1918 de entre 20 millones y 50 millones de personas. De hecho, en los últimos 150 años, las víctimas de las crisis de salud pública superan los 60 millones. Y no hemos de olvidar la peste negra (o muerte negra), a raíz de la cual, solo en Europa, perecieron unos 50 millones de personas a mediados del siglo XIV. Viendo los estragos que ha causado la presente pandemia, así como otras grandes tragedias ocurridas en el pasado, nos preguntamos ¿por qué? ¿Cómo pudo pasar esto? Incluso podríamos preguntarnos: “¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Por qué no nos socorre cuando más lo necesitamos? ¿Por qué no viene a rescatarnos?” Desde nuestra limitada e imperfecta perspectiva humana, pareciera que Dios realmente nos ha abandonado; pero eso simplemente no es verdad. Dios nunca le causa ningún mal a nadie y jamás enviaría un virus 14 | La Palabra Entre Nosotros

devastador, así como ninguno de nosotros querría infectar a nuestros hijos con una enfermedad mortal. Es cierto que ha permitido que sucedan hechos perversos y desastres horribles, pero él nunca los causa. Jamás desearía que existieran. Dios está siempre con nosotros. Lo bueno es que el Señor es capaz de sacar algo bueno de cualquier mal; por eso es de importancia vital que nos afiancemos firmemente en esta verdad y que depositemos toda nuestra esperanza en ella. Dios ama a todos los seres humanos por igual; ama a toda la creación y ama a su Iglesia. Y también te ama a ti. ¿Cómo sabemos que Dios está siempre con nosotros? Lo sabemos porque constantemente nos envía a sus servidores en épocas de crisis. Lo que nos envía no son pestes, ni guerras y ni catástrofes; nos envía santos. Recordemos que envió a San Damián de Veuster y a Santa Mariana Cope a atender a los leprosos de Molokai, en Hawai: envió a Santa Teresa de Calcuta a cuidar a los más pobres de los pobres en la India; envió a San José Brochero a atender a los enfermos en la epidemia de cólera que hubo en Argentina en 1867. Igualmente, durante un brote de otra peste que hubo en 1576, envió a San Carlos Borromeo, Arzobispo de Milán, que iba de casa en casa atendiendo a los enfermos y los moribundos.


Photo © Keystone/Zuma/Bridgeman Images

Entonces, ¿dónde estaba Dios en medio de estas tragedias? Estaba allí, al lado de sus hijos sufrientes. Estuvo presente en la persona de esos grandes santos, como la Madre Teresa, Damián, Mariana y Carlos, y muchos otros, y también estuvo presente en todos los actos de bondad, compasión y oración que cualquiera de sus fieles realizaba. Incluso hoy Dios sigue enviándonos a santos para que lleven su amor y su gracia cuando ocurren catástrofes como la del coronavirus. Tal vez no sepamos sus nombres ni sus casos personales, pero Dios sí los conoce. Tal vez no sepamos cuánto están sacrificando para atender a tanta gente, pero Dios lo sabe. Y los bendice inmensamente por ello.

Lo que Dios nos envía no son pestes, ni guerras y ni catástrofes; nos envía santos. En medio de todo el sufrimiento que ha causado esta pandemia, nuestro Padre celestial no deja de recordarnos: “Aquí estoy contigo.” Y nos dice: “Si quieres verme, observa el amor, la paciencia y la bondad con que te tratan tu familia y tus amigos. Mira a todas las personas que siguen trayendo comida, medicina, oración y compasión a las víctimas de esta enfermedad”. Y también nos pide: “Vuélvete a mí y déjame actuar en ti y a través de ti por el bien de aquellos que te rodean.” Quiera el Señor que todos nosotros, la Iglesia, nos comprometamos a amar al prójimo como Jesús lo ama. ¢ Febrero / Marzo 2021 | 15


“¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Génesis 4, 10). Con estas palabras, Dios confrontó a Caín por el asesinato de su hermano Abel. Dios dijo que había “escuchado” el clamor de la sangre de Abel que le pedía cuentas a Caín. Siglos después, en la Carta a los Hebreos se dice que “la sangre con que hemos sido purificados… nos habla mejor que la sangre de Abel” (Hebreos 12, 24). ¿Qué es lo que la sangre de Jesús nos habla mejor que la de Abel? Esa es la pregunta que procuraremos responder en esta temporada de Cuaresma, y veremos que la sangre de Cristo nos comunica en realidad tres mensajes elocuentes: • Un mensaje de perdón • Un mensaje de sacrificio • Un mensaje de nueva alianza En los próximos cuarenta días, fijaremos la mirada en el sacrificio redentor de Jesús, cuya sangre brotó hasta caer en tierra, y en la Última Cena, en la que él ofreció a sus discípulos “mi sangre, la sangre de la alianza” (Mateo 26, 28). Veamos cuál es el mensaje que Jesús tiene para nosotros, un mensaje que puede conducirnos al gozo de la Pascua. 16 | La Palabra Entre Nosotros

Tampoco

La sangre del perdón Cristo y la mujer sorprendida en adulterio (¿Quién no tiene pecado?). Vasily Polienov, (1844-1927). Museo Estatal Ruso, San Petersburgo, RussiaPhoto, Crédito: Scala/Art Resource, NY


yo te condeno

Y

o te perdono. Tres palabras sencillas, pero llenas de significado. Decir “yo te perdono” es como decir “No te tengo nada contra ti. No quiero que este recuerdo doloroso nos mantenga

enemistados.” Cuando dices, “Te perdono”, también estás diciendo “No me desquitaré.” No es solo la declaración de un hecho, es una declaración de intención, del deseo de sanar una amistad malograda. ¡Qué alivio es escuchar que alguien nos diga estas palabras, especialmente si nos sentimos mal por haber ofendido o lastimado al otro! Febrero / Marzo 2021 | 17


Ahora bien, ¡imagínate cómo será escuchar que Dios mismo te dice esas palabras a ti! Imagínate que te promete no reprocharte por tus pecados y aliviarte de la culpa que sentías. Imagínate que te dice: “Quiero que nos reconciliemos.” El solo hecho de escuchar estas palabras, realmente escucharlas, es capaz de generar un cambio extraordinario en tu vida. Este es uno de los mensajes más importantes que el Señor quiere darnos en esta Cuaresma: convencernos de que hemos sido perdonados, completamente, totalmente, eternamente. Este es un mensaje especialmente transformador si nos cuesta perdonarnos a nosotros mismos o aceptar que Dios nos perdone por algo que hayamos hecho. Para comunicarnos ese mensaje, la Escritura nos lleva a contemplar la Sangre preciosa de Cristo. Su sacrificio redentor —el derramamiento de su Sangre en la cruz— le infunde una realidad rotunda a ese perdón para nosotros. Jesús, el Mesías que perdona. Sin embargo, antes de hablar del mensaje de la Sangre y la cruz de Cristo, primero conviene detenernos a contemplar la obra mesiánica de Jesús y aquello que lo llevó al Calvario. Desde el principio, él anunció que el camino para recibir el Reino de Dios era el arrepentimiento, la renuncia al pecado y la petición de la misericordia de Dios. 18 | La Palabra Entre Nosotros

El hecho de que Jesús proclamara el perdón del Altísimo fue una de las razones principales por las cuales algunos de los jefes de Israel se le opusieron con tanta virulencia. Por supuesto, sabían que Dios es misericordioso con quienes se arrepienten; pero lo que no aprobaban era la liberalidad con que Jesús ofrecía esa misericordia. Vieron que perdonaba a quienes cometían adulterio en forma flagrante, a los recaudadores de impuestos que traicionaban a su pueblo y a cualquier otra clase de pecadores. ¡Incluso perdonó a un paralítico a quien nunca había visto antes y sin comprobar si estaba en realidad arrepentido de sus pecados! (Marcos 2, 1-12). La forma usual en que Jesús ofrecía la misericordia de Dios y su deseo de perdonar aun el peor de los pecados era motivo de escándalo para las autoridades, pues pensaban que él era demasiado tolerante con el pecado y demasiado condescendiente con los pecadores. ¡Era como si estuviera abriendo las puertas del Reino para todos! Para ellos, era seguro que un hombre justo evitaría a los pecadores en lugar de mezclarse con ellos, y sin duda esperaría a que vinieran con señales de penitencia antes de declararlos perdonados. Pero lo más importante, por lo menos para ellos, era que ¡Jesús no tenía ninguna autoridad para perdonar a los pecadores!


La misericordia

de Dios es un don: la única pregunta es si nosotros somos humildes lo suficiente como para arrepentirnos y recibirla.

No obstante, cuando anunciaba la misericordia de Dios y acogía a los pecadores, Jesús movía el corazón de las personas y así captaba su interés. Les mostraba que no tenían que convencer a Dios de que los perdonara; sino al contrario: era Dios quien trataba de convencer a la gente de que su mayor deseo era perdonarlos. Su misericordia y su perdón estaban plenamente disponibles para todos; la única pregunta era si la gente era lo suficientemente humilde como para arrepentirse y recibirlos. La Sangre del perdón. Era tanto lo que los detractores se sentían ofendidos por las palabras y acciones de Cristo que trataban una y otra vez de

hacerlo tropezar en algo, y por eso le hacían preguntas capciosas para atraparlo en algún error o en alguna especie de blasfemia. Pero lo peor fue que empezaron a conspirar para darle muerte. Con todo, nada de lo que decían o hacían era capaz de detener a Jesús, que había sido enviado a proclamar el gran don del perdón de Dios y lo seguiría haciendo, incluso a costa de su vida. En efecto, el Señor continuó anunciando claramente la misericordia de Dios hasta el día de su crucifixión. Luego, desde la cruz, la sangre que derramó anunció el mismo mensaje, pero en forma más elocuente y eficaz que nunca, pues proclamaba un mensaje de perdón a todas y cada una de Febrero / Marzo 2021 | 19


las personas que alguna vez habían pecado contra él, amigos o enemigos. La sangre de Jesús anunciaba un mensaje de perdón a sus discípulos, que lo habían abandonado en Getsemaní, sin condenarlos ni echarles en cara el haber huido de su lado; incluso luego de resucitar, volvió a visitarlos pronunciando palabras de paz y perdón (Juan 20, 21). Su sangre también llevaba un mensaje de clemencia para sus perseguidores y verdugos. Perdonó a los fariseos y saduceos que se burlaron de él y lo golpearon en el juicio. Los perdonó por hacer acusaciones falsas en su contra ante Pilato y por exigir que las multitudes demandaran su crucifixión. Incluso perdonó a los soldados romanos que lo torturaron en forma sádica e inhumana solo por diversión y a aquellos que le clavaron las manos y los pies. El único pensamiento que Cristo tuvo para todas estas personas fue: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34). El mensaje de la Sangre de Jesús. “Padre, perdónalos.” Este es el claro mensaje que nos comunica la sangre de Cristo en este tiempo de Cuaresma; un mensaje en el que el Señor nos pide que meditemos mientras vamos siguiendo sus pasos en estos cuarenta días por el camino del Calvario. Sabemos en lo recóndito de nuestro ser que los pecados y las faltas cometidas merecen castigo; 20 | La Palabra Entre Nosotros

pero en Cristo, Dios nos ha reconciliado consigo mismo, y ya no lleva cuenta de nuestras ofensas (2 Corintios 5, 18-19). Si alguien duda de esto, piense en las muchas veces que Jesús volvió la otra mejilla durante su vida terrena y no llevaba cuenta de las muchas ofensas que le hacían. Así de grande era su misericordia para quienes lo rechazaban o lo ofendían y a ti te ofrece la misma misericordia. Cristo tenía todo el derecho de repudiar a sus acusadores y habría estado perfectamente justificado si hubiera llamado a legiones de ángeles en defensa suya o si hubiera bajado milagrosamente de la cruz para condenarlos (Mateo 26, 53; Marcos 14, 29-30). Pero no lo hizo y más bien los perdonó a todos. Ahora en esta Cuaresma, cuando contemples el crucifijo y la sangre que Cristo derramó allí por ti, recuerda que no hay ni un solo pecado que Jesús no esté dispuesto a perdonar y en efecto lo hace. Sea lo que sea, adulterio, robo, fraude, violencia, o incluso asesinato o aborto; ni siquiera arrebatos de ira, rencor arraigado, murmuración, lujuria o soberbia; Jesús prefirió derramar su sangre inmaculada por ti en lugar de condenarte, así que ya estás libre de condenación y de culpa. Solo hace falta que acudas a él con arrepentimiento sincero y experimentarás su misericordia.


Cada vez que bebemos de este cáliz… Recibes sacramentalmente la sangre que manaba del cuerpo de Jesús cuando él dijo: “Padre, perdónalos.” Te puedes imaginar que Jesús dice: “Padre, perdona a este hijo tuyo, esta hija tuya.” Puedes oír que te dice: “Tampoco yo te condeno” (Juan 8, 11). “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Marcos 5, 34). Tus pecados veniales quedan perdonados y lavados (Catecismo de la Iglesia Católica 1393). Te comprometes a “hacer esto” en memoria de Jesús: perdonar tan plenamente como tú has sido perdonado. Esta Cuaresma puede ser una ocasión de sanación y perdón para todos nosotros; porque no hay nada que sea tan grande o grave que escape a la misericordia de Jesús.

Si escoges un solo versículo de la Escritura para meditar en esta Cuaresma, que sea esta increíble promesa: “¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra

conciencia para rendir culto a Dios vivo” (Hebreos 9, 14). Léela repetidamente y apréndela de memoria; regocíjate en ella y guárdala cerca de tu corazón. Deja que la sangre de Jesús te hable una y otra vez esa elocuente y poderosa palabra de perdón. ¢ Febrero / Marzo 2021 | 21


Yo doy la vida por mis ovejas La sangre del sacrificio

El sacrificio de Isaac, 1576, Francesco Bassano (1549-1592), Kunsthistorisches Museum, Vienna, Austria. Photo credit: Erich Lessing/Art Resource 22 | La Palabra Entre Nosotros


vas a renunciar en ¿Aqué esta Cuaresma?

Es una pregunta común en esta época del año. Por lo general, la gente renuncia a algo que le gusta: bocadillos, televisión, café, etc... Otros tal vez renuncien a saltarse una comida a la semana y donar el dinero ahorrado a una organización caritativa. Otros más pueden optar por “ayunar” de pensamientos prejuiciosos, murmuraciones o malas palabras. Cada Cuaresma hacemos sacrificios como estos para ayudarnos a crecer en virtud, autodisciplina y desapego a las cosas materiales; pero, como veremos, las privaciones que hagamos no añaden nada al sacrificio de Cristo en la cruz, pues en virtud de su único y definitivo sacrificio, él nos ha salvado de una vez por todas del pecado y de la muerte. En este artículo, exploraremos el mensaje de sacrificio que emana de la sangre que Jesús derramó en la cruz. Comencemos con un poco de historia. Los sacrificios en la antigüedad. Desde tiempos inmemoriales, los pueblos ofrecían sacrificios a los dioses en los cuales creían, sacrificios que generalmente implicaban una ceremonia ritual en la que daban muerte a un animal y vertían la sangre sobre un altar como ofrenda a los dioses. La gente ofrecía sacrificios como expresión de gratitud con el ánimo de agradar a los dioses y también sacrificios de expiación para evitar su ira; o bien ofrecían sacrificios para pedir una Febrero / Marzo 2021 | 23


buena cosecha o la victoria en una batalla, incluso sacrificios para asegurarse de la protección divina contra ataques enemigos. Es posible que ahora todo este derramamiento de sangre nos parezca extraño, pero los pueblos antiguos creían que la sangre era sagrada, pues era portadora de la vida de las personas y de los animales. De modo que, al ofrecer a sus dioses la sangre del sacrificio, les estaban ofreciendo algo de gran valor. Al mismo tiempo, creían que bebiendo esta sangre o untándose con ella se unían a los dioses que habían recibido la misma sangre. Ahora bien, el pueblo escogido de Dios, los hebreos, también ofrecían sacrificios con derramamiento de sangre, pero no lo hacían para ganarse el favor de Dios como sus vecinos paganos, pues sabían que Dios los amaba. Sabían que Dios había escogido a Abraham para que fuera su padre; les había enviado a José para preservarlos de la hambruna, y había comisionado a Moisés para librarlos de la esclavitud. Por todo esto, los hebreos entendían que sus sacrificios eran un medio para permanecer cerca de Dios, expresarle gratitud por sus bendiciones y tener siempre presentes su amor y su providencia. Jesús, el sacrificio perfecto. Si rápidamente nos trasladamos hasta el tiempo y el lugar de la crucifixión 24 | La Palabra Entre Nosotros

de Cristo, vemos algo drásticamente diferente: Jesús no ofreció, como sacrificio a Dios, el cuerpo de un toro o una oveja; se ofreció él mismo en sacrificio, vale decir, ofreció su propia vida contenida en su sangre. Pero más importante aún es que fue el propio Jesús el que hizo la ofrenda, como él mismo lo dijo: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre” (Juan 10, 17-18). Durante su pasión dijo claramente que todo iba sucediendo de acuerdo con el plan de Dios y con su pleno conocimiento y consentimiento. El Cordero de Dios. Entonces, ¿qué clase de sacrificio estaba haciendo Jesús? Una respuesta es que fue un sacrificio de expiación por el pecado, no por faltas suyas porque no tenía ninguna, sino por los pecados de todos los demás. En nuestro primer artículo, vimos que la sangre de Cristo era un mensaje de perdón por nuestros pecados. Pero aquí podemos ver que la sangre de Jesús no solo perdonó nuestros pecados, sino que, al derramarla sobre la cruz, Jesús tomó el pecado del mundo sobre sí mismo “para que, muertos a nuestros pecados, llevemos una vida santa” (1 Pedro 2, 24).


Jesús llevó a la cruz los

pecados de todos, junto con el poder que el pecado ejercía sobre nosotros.

• Jesús tomó los pecados de los fariseos y los saduceos que lo apresaron, así como los pecados de todos los que alguna vez han recurrido a la injusticia y la falsedad para conseguir sus propósitos.

• Jesús tomó los pecados de las multitudes que clamaban: “¡Crucifícalo!”, junto con los pecados de todos los que alguna vez han rechazado a Dios y han tratado de cerrarle la entrada a su vida.

• Jesús tomó los pecados de los soldados que lo golpearon y le pusieron la corona de espinas, así como todos los pecados de

violencia y abuso cometidos contra personas vulnerables e indefensos.

• Jesús tomó el pecado de Pilato cuando éste se lavó las manos de la sangre de Jesús, junto con los pecados de todos aquellos que no han dicho ni hecho nada ante el mal que se cometía delante de sus ojos. Jesús llevó sobre sus hombros todos esos pecados, así como el poder que el pecado tiene sobre nosotros, para que fueran clavados en la cruz (Romanos 6, 14); llevó asimismo la muerte que producen todos estos pecados: la muerte que proviene del odio, la indiferencia, la violencia, los prejuicios, la Febrero / Marzo 2021 | 25


El amor que Jesús nos tiene es más fuerte que el pecado y que la muerte. incredulidad y cualquier otra forma de muerte con que lo hayamos ofendido. Llevó todo esto a la cruz y así pasó a ser “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29). El mensaje de la Sangre. El amor que Jesús nos tiene es más fuerte que el pecado y que la muerte. Este es el mensaje de sacrificio que nos comunica la sangre de Cristo. Nos dice que él se ofreció a Dios por obediencia y a nosotros por amor. Incluso, cuando hemos respondido con pecado y violencia delante de su perfecto y generoso sacrificio redentor, él continuó ofreciéndose por nosotros hasta que exclamó: “Todo está cumplido” (Juan 19, 30), cuando ya el pecado había sido destruido. La sangre de Jesús también proclama un mensaje de consumación. El sacrificio que Cristo ofreció fue el único que podía salvarnos, y ya no necesitamos seguir haciendo sacrificios para obtener nuestra salvación. No, desde el principio, Jesús decidió entregarse por nosotros, y nada de lo que hagamos ahora puede añadir algo 26 | La Palabra Entre Nosotros

más a su sacrificio ni menoscabarlo de ningún modo. Finalmente, la sangre de Jesús nos comunica un mensaje de invitación. San Pablo escribió: “Les ruego, pues, hermanos, por la gran ternura de Dios, que le ofrezcan su propia persona como un sacrificio vivo y santo capaz de agradarle” (Romanos 12, 1). ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, entrégate del todo al Señor y a su pueblo; ofrécele tu tiempo y tu energía para servirle, aunque eso te signifique sacrificar algo de tu comodidad o conveniencia. De esta forma tú puedes hacer de tu vida un “sacrificio vivo” para el Señor y para quienes tienes a tu lado. ¡Y ese sacrificio puede cambiar la vida de muchos! Hagan esto en memoria de mí. Así pues, mientras decides de qué manera observarás la Cuaresma este año, recuerda que Dios no necesita sacrificios para bendecirte. Él te ama profundamente y está comprometido del todo contigo. ¡Pero eso no significa que no debas tú hacer algún sacrificio! Cada vez que te privas de algo por amor a Dios, estás correspondiendo al amor y la misericordia que Cristo tuvo contigo cuando derramó su sangre preciosa en la cruz. Tus sacrificios son especialmente fructíferos cuando decides hacer algo diferente en lugar de aquello a lo que has renunciado, algo que te permita


Cada vez que bebemos de este cáliz… Bebes sacramentalmente la propia Sangre preciosa de Cristo y su vida fluye en ti y desde ti. Recibes su vida de humildad y amor. Recibes su vida de servicio y sacrificio. Recibes su vida llena del poder y la gracia del Espíritu. Recibes su vida, que puede ayudarte a vivir como él vivió. Jesús se entregó por ti para que tú fueras liberado del pecado y le ofrecieras tu vida como sacrificio de alabanza y acción de gracias. expresar prácticamente tu amor a Dios. Por ejemplo, el tiempo que pasabas en Internet puedes ocuparlo rezando e intercediendo por diversas intenciones o disfrutando con tu familia. El dinero que gastabas en golosinas o vicios puedes darlo a los pobres. Las actitudes de arrogancia o egoísmo puedes convertirlas en plegarias de agradecimiento y alabanza a Dios.

La vida de Jesús estaba contenida en la sangre que él derramó en la cruz, es decir, la vida que le ofreció a Dios en sacrificio por amor a nosotros. Pidámosle al Señor que nos permita recibir esa misma vida día tras día, y que todos nos unamos al sacrificio redentor de Cristo sacrificándonos en servicio y caridad los unos por los otros. ¢ Febrero / Marzo 2021 | 27


Tú me perteneces de un modo especial La Sangre de la Alianza

A

menudo escuchamos que fuimos creados para amar y ser amados. Este es, por supuesto, un buen mensaje que todos reconocemos; pero cuando uno experimenta el amor de una manera personal e íntima, el efecto que nos causa es dinámico. En efecto, basta solo pensar en el profundo gozo y sentido de valor que se genera en ti cuando tu cónyuge o uno de tus padres o un buen amigo no solo te dice que te ama, sino que te trata efectivamente como alguien amado y apreciado. Entonces, si el amor humano puede ser tan eficaz y satisfactorio, imagínate cómo será el efecto de conocer el amor de Dios de una manera tan íntima, directa y personal. 28 | La Palabra Entre Nosotros


Una alianza sellada con sangre. Esta es la manera como el pueblo de Israel entendía su relación con Dios. Sabían que el Señor los valoraba y los amaba profundamente. Pero no solo eso, pues tenían pruebas irrefutables del amor del Todopoderoso, ya que él les había tendido la mano personalmente y los había rescatado de la esclavitud en Egipto; les había otorgado la tierra de Canaán en propiedad de modo especial, y les había prometido permanecer siempre con ellos habitando en su medio. Tanto los amaba que hizo una alianza esclusiva con ellos, algo que no había hecho con ninguna otra nación. Esta alianza la ratificó y la selló en el monte Sinaí, cuando Moisés sacrificó dos novillos y le ofreció la sangre. En la antigüedad, cualquier tratado o convenio concertado entre dos partes tenía que ser sellado con sangre para que fuera válido. Por ejemplo, dos naciones que optaban por la paz o dos tribus o familias que se unían para formar un nuevo clan celebraban un convenio ratificado con sangre. Muchos pactos serios como estos se convalidaban en una ceremonia que implicaba el sacrificio de un animal y las partes se marcaban con la sangre derramada. Pactando así un convenio, las partes involucradas declaraban dos cosas: Primero, anunciaban que la sangre ofrecida en sacrificio —con la que se habían marcado— las unía con un

vínculo sagrado. Segundo, el sacrificio del animal y la sangre derramada significaban el siguiente voto o promesa: Que, si alguna vez dejamos de cumplir nuestro pacto, aceptamos que nuestros dioses nos traten de la misma manera como hemos tratado a este animal. Del mismo modo, cuando Dios hizo una alianza con su pueblo, él también lo unió a sí mismo mediante la sangre del sacrificio, y prometió solemnemente que nunca dejaría de cumplir su promesa de ser su Dios, su protector y su salvador. Si algún hebreo dudaba alguna vez de la bondad y la fidelidad del Señor, todo lo que tenía que hacer era recordar la alianza que Moisés hizo con ellos, alianza que fue ratificada y convalidada con sangre sagrada. Para entender mejor lo que esta alianza de sangre significaba para los israelitas, trata de imaginarte que estabas presente con ellos en el monte Sinaí ese día y que escuchas atentamente que Moisés proclama: “Esta es la sangre que confirma la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, sobre la base de todas estas afirmaciones.” Luego, observa cuando Moisés toma “la mitad de la sangre y la echa en unos tazones, y la otra mitad la rocía sobre el altar”, sobre ti y sobre los demás (Éxodo 24, 8). En ese momento, algo maravilloso acaba de suceder: ¡Dios ha declarado que tú le perteneces a él de un modo especial! ¡Te ha acogido a ti y a toda tu Febrero / Marzo 2021 | 29


familia estrechándolos en un abrazo de amor, junto con todos los demás hebreos que estaban presentes ese día! La Nueva Alianza. Ahora, imagínate que estás presente en el “cenáculo”, o sea el aposento alto, cuando Jesús celebra la Última Cena con sus discípulos. Durante esa cena pascual, Jesús tomó un cáliz lleno de vino y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados” (Mateo 26, 27-28). ¡Qué contundentes y elocuentes deben haber sido estas palabras para los discípulos! Ellos conocían muy bien las tradiciones de sus antepasados y sabían que Dios había hecho una alianza con ellos y la había confirmado con la sangre de un holocausto. ¡Y ahora aquí estaba Jesús, que había hecho tantas cosas que solo Dios podía hacer, anunciando que su sangre traería una alianza nueva! Aquí estaba el Mesías en persona, a quien ellos amaban, que se estaba uniendo a ellos con un vínculo tan profundo, fuerte y seguro que nada, ni siquiera el pecado más grave, podría deshacerlo. Pero lo que hizo Jesús no fue solo prometer una nueva alianza. Al mandarles que tomaran el vino del mismo cáliz —el vino que acababa de proclamar que era su sangre— los invitaba 30 | La Palabra Entre Nosotros

a beber sacramentalmente de la sangre de la Nueva Alianza, la sangre que entraría no solo en el cuerpo, sino en el corazón de todos ellos. Es decir que, en lugar de ser simplemente rociados exteriormente con la sangre del sacrificio, como sus antepasados, los apóstoles tuvieron el privilegio de entrar en un pacto solemne e inquebrantable con Cristo de una manera mucho más personal, profunda y poderosa. El mensaje de la Sangre de Jesús. Por último, imagínate que ahora estás al pie de la cruz junto a María Magdalena, el apóstol Juan y la Virgen María. Elevas la mirada y ves que Jesús, exhausto y casi sin aliento, lucha por aspirar algo de aire, y que por sus manos, brazos y pies gotea su sangre en un flujo continuo hasta caer en tierra. Al ver esto, recuerdas sus palabras en la Última Cena, y te parece que todo esto te conmociona, te llega al corazón. La sangre de Cristo te habla en forma clara y rotunda del compromiso absoluto y del amor fiel e indefectible que Dios tiene para ti y para todos los demás. La visión de la sangre también te dice que Dios ha ratificado una alianza solemne, no solo con la humanidad en general, sino contigo personalmente, pues te das cuenta de que estás contemplando a un hombre que parece ser como cualquier otro, sometido a una tortura terrible e inhumana, no


Dios hizo

una alianza eterna contigo, y por eso ahora tienes un sitio de honor en la mesa de su banquete.

porque sea culpable ni porque algo superior a él lo haya dominado, sino por el amor profundo y misericordioso que tiene por ti. La sangre de Jesús te dice, además, que nunca te abandonará ni te desamparará. El hecho de que él estuviera dispuesto a sufrir todo esto por ti demuestra que siempre te protegerá y te cuidará, y es prueba de que el perdón y la sanación que ofreció a todos cuando aún vivía continuará sin interrupción mientras dure esta alianza “eterna”. Y la contemplación de la sangre de Jesús —sangre humana llena de vida divina— te dice que él se ha unido a ti con un vínculo inquebrantable y de la manera más profunda y personal posible, de modo que tú dejas de ser una persona “común”, pues en tu interior fluye la vida de Cristo, y esa vida tiene el poder de

irte transformando y haciéndote cada vez más como él es. En memoria de mí. Así pues, queridos hermanos, no olviden nunca que Dios ha hecho una alianza solemne, válida e inviolable con ustedes. No olviden que ahora ustedes forman parte de su familia, la Iglesia, de manera que tienen un lugar disponible en la mesa de su banquete, un asiento de honor. Recuerden esto cada vez que vayan a recibirlo en la santa Comunión: el altar representa la mesa del banquete, aquel banquete del que ustedes disfrutarán cuando Jesús venga de nuevo. Pero también recuerden que, como miembros de la familia de Jesús, ustedes tienen innumerables hermanos, padres, madres e hijos que también se han unido a ustedes con el mismo vínculo inquebrantable. Ustedes les pertenecen a ellos y ellos les Febrero / Marzo 2021 | 31


pertenecen a ustedes. Únicamente por ser parte de esta familia ustedes pueden encontrar la fortaleza y la inspiración necesarias para vivir en la práctica su compromiso de alianza con Cristo. Tú los necesitas a ellos y ellos te necesitan a ti. Es triste que muy fácilmente nos olvidamos de lo que Cristo hizo por nosotros al derramar su sangre. Por eso les dijo a sus discípulos en la Última Cena: “Hagan esto en

memoria de mí.” (Lucas 22, 19). En esta Cuaresma, especialmente durante la Semana Santa, deja que la sangre de Jesús te comunique un mensaje de perdón, de sacrificio y de amor comprometido con alianza. Cristo Jesús murió por ti, te perdonó tus pecados y se ha unido a ti con un vínculo eterno e inalterable de amor, un vínculo que él mismo ha sellado con la vida contenida en su propia sangre preciosa. ¢

Cada vez que bebemos de este cáliz… Dios se une contigo con un vínculo eterno de amor comprometido con alianza. Tú te unes a Dios con el mismo vínculo de amor. El Señor te promete su fidelidad eterna. Tú te comprometes a hacer todo lo posible por serle fiel. Tú declaras que serás fiel a tus hermanos en Cristo, que los respetarás, los animarás y orarás por ellos. Cuando bebes del cáliz de la Sangre de Cristo acoges a la Persona de Jesús en tu propia vida y en tu corazón y aceptas la promesa de que “Cristo en ti es la esperanza de la gloria” (v. Colosenses 1, 27). 32 | La Palabra Entre Nosotros


¡He visto al Señor! Acompañemos a María Magdalena hasta la alegría de la Pascua

Por el Padre Craig Morrison

E

stamos a punto de emprender el viaje cuaresmal de cuarenta días que nos recuerda a los antiguos israelitas, que pasaron cuarenta años deambulando por el desierto del Sinaí. Ese viaje, desde Egipto hasta Israel, se podría haber hecho fácilmente en un mes, pero nuestros ancestros en la fe necesitaron todos esos años en el desierto para encontrarse con Dios más profundamente cada día que pasaba. También cometieron muchos errores durante su recorrido, como el incidente con

el becerro de oro que todos recordamos. Su viaje nos enseña que a veces se necesita tiempo para aprender a escuchar la voz de Dios y responder correctamente, y a veces hasta cuarenta años. María Magdalena también emprendió un recorrido de vida con Jesús, en el que aprendió a escuchar su voz y a responder. Al final de su Evangelio, San Juan narra el momento culminante de este viaje de fe de María. Nos cuenta cómo el escuchar la voz de Jesús frente a la tumba vacía Febrero / Marzo 2021 | 33


transformó su luto en alegría, e inmediatamente después ella llevó a los discípulos el mensaje de Pascua. En esta Cuaresma, pidamos a Santa María Magdalena que nos enseñe a escuchar y responder a la voz de Dios de la misma forma, y nos ayude a encauzar de nuevo nuestro propio viaje de fe. ¿Quién es María Magdalena? La historia de María Magdalena se fue mezclando con otros relatos conforme se fue narrando a lo largo de los siglos. Muchas personas la confunden con la “mujer de mala vida” que ungió los pies de Jesús con perfume en casa de Simón el fariseo (Lucas 7, 36-50). Una tradición posterior decidió que el pecado de esta mujer era la prostitución, aunque San Lucas jamás lo menciona. Entonces, mientras el nombre de esta mujer permanece en el anonimato, inmediatamente después de este pasaje, Lucas menciona a varias otras mujeres —María Magdalena, Juana y Susana— quienes ayudaban a Jesús y a los apóstoles con sus propios recursos. En la tradición del Occidente latino (no así en las tradiciones ortodoxas orientales), María Magdalena fue identificada como la mujer pecadora y así surgieron las imágenes de arte sacro de “la Magdalena”, una mujer de larga cabellera llevando un frasco de perfume para ungir los pies de Jesús. Pero la María Magdalena de los Evangelios no se reconocería a 34 | La Palabra Entre Nosotros

sí misma en esos cuadros, pues ella no es esa mujer. Así que dejemos de lado esa confusión y conozcamos a la verdadera Magdalena, tal vez por primera vez, conforme su camino de fe llega a una impresionante conclusión en el capítulo 20 del Evangelio según San Juan. María va al sepulcro. En los cuatro Evangelios se narra que María Magdalena va al sepulcro esa primera mañana de Pascua. En Marcos, Mateo y Lucas se dice que fue acompañada de otras mujeres. Pero según el Evangelio según San Juan, acudió sola. Su amor a Jesús la impulsó a ir a la tumba donde vio que colocaron el cuerpo. El dolor la abrumaba mientras se acercaba a aquel lugar sagrado, una experiencia que todos hemos vivido. ¿Quién de nosotros no se ha detenido a llorar frente a la sepultura de un ser querido que acaba de partir? María esperaba encontrar el sepulcro tal y como ella lo dejó, pero al ver que la piedra que lo cerraba había sido removida, ni siquiera miró adentro. Su primer instinto fue correr para buscar ayuda. Ella no pensó “Ah, claro, ya resucitó”. Más tarde descubriría que eso era lo que había sucedido, pero no fue algo inmediato. La fe es un recorrido, no algo que sucede inmediatamente; y siempre requiere tiempo. Cuando María le contó su historia a Pedro y al “otro discípulo, aquel a


quien Jesús quería mucho”, ambos corrieron de inmediato a la tumba (Juan 20, 2). Mientras ellos investigaban lo que había sucedido, San Juan Evangelista interviene para decirnos que Pedro y el otro discípulo aún no entendían lo que decía la Escritura, de que Jesús debía resucitar, así que regresaron a casa. ¿Se fueron a preparar las redes de pescar para regresar a sus antiguos oficios (Juan 21, 3)? No fue sino hasta que María Magdalena les anunció el mensaje de Pascua que los apóstoles comprendieron lo mucho que se les había pasado por alto. Las lágrimas de María. La última etapa de su recorrido de fe comenzó junto a la tumba donde ella permaneció sollozando. En medio de las lágrimas, se sentía completamente perdida y confundida. Jesús había muerto, pero su cuerpo había desaparecido, y la desesperación se apoderó de ella como le habría sucedido a cualquier persona en esas circunstancias. Ella había caminado junto a Jesús mientras él realizaba su ministerio, y el Señor la había liberado de sus demonios y recibido como parte de su comunidad de seguidores. María había escuchado sus prédicas y sus parábolas y había compartido la mesa con él, incluso contribuía al ministerio con sus propios medios. Pero en este preciso momento simplemente no lograba entender qué sucedía.

Sin embargo, antes de juzgarla de alguna manera, cabe tener presente que ella no fue la única que se sintió confundida. Recordemos a Nicodemo, con quien Jesús estuvo realmente frustrado por su falta de entendimiento: “¿Tú que eres el maestro de Israel, no sabes estas cosas?” (Juan 3, 9). Menos aún la samaritana entendió a Jesús: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo: ¿de dónde vas a darme agua viva?” (Juan 4, 11). Tampoco Pedro entendió que Jesús quería hacerlo “partícipe” de la redención que lograría en la cruz al lavarle los pies (Juan 13, 8-9). Ahora bien, María Magdalena formaba parte de este grupo, pero ella sería la primera en alcanzar la meta de este caminar. El camino de María hacia la fe. Cuando finalmente María decidió mirar dentro de la tumba, vio a dos ángeles. Eso debería haberle dado una pista de lo que estaba pasando, pero ella solo estaba interesada en la información que ellos pudieran darle de donde se encontraba el cuerpo de Jesús. La pregunta que le hicieron los ángeles, “Mujer, ¿por qué lloras?”, no produjo en ella una mayor reflexión. Incluso, cuando Jesús se le apareció, no fue capaz de reconocerlo, como tampoco Cleofás y su compañero pudieron reconocer a Jesús en el camino a Emaús (Lucas 24, 15). De la misma forma como nos sucede Febrero / Marzo 2021 | 35


¿Quién de nosotros no se ha detenido a llorar frente a la sepultura de un ser querido que acaba de fallecer? a nosotros, su camino de fe no estaba exento de obstáculos. María lo confundió con el jardinero. Al igual que en los cuadros de María Magdalena, el arte cristiano no ayuda mucho porque varios artistas ilustran a Jesús con ropas de jardinero en esta escena. El texto no sugiere que Jesús se hubiera disfrazado, de hecho, no estaba intentando esconderse de ella de ninguna manera. No fue un disfraz lo que impidió que María Magdalena lo reconociera; su propia preocupación de buscar a Jesús muerto era la que le impedía ver a Jesús resucitado. El encuentro alcanzó el punto culminante cuando Jesús la llamó por su nombre: “¡María!” (Juan 20, 16). Ese momento nos recuerda las palabras que Jesús había pronunciado anteriormente en el Evangelio: El buen pastor conoce a sus ovejas y “llama 36 | La Palabra Entre Nosotros

a cada oveja por su nombre y cuando ya han salido todas, camina delante de ellas” (Juan 10, 3). Así es como el Buen Pastor saca a María de la confusión y el desconsuelo y la lleva a la alegría de la fe al llamarla por su nombre. De pronto ella lo reconoce y lo llama por su título judío “¡Rabuni!”, en el nativo idioma arameo de ambos. Tan pronto lo reconoció, María intentó abrazar a Jesús. ¿Qué más podíamos esperar? Decirle Rabuni y abrazarlo evoca la amistad que ambos tenían antes de la cruz. Ella aún no comprendía completamente, ¡pero iba avanzando! Jesús le dice que está camino a reunirse con Dios y le insiste que lo suelte. Aunque probablemente María no comprendió del todo estas palabras, ella regresa a donde están los demás discípulos y les transmite su mensaje. “¡He visto al Señor!” (Juan


C

se desarrolló en un par de horas. La mayoría de nosotros necesitamos más tiempo, tal vez cuarenta años, como los antiguos israelitas, o los cuarenta días de esta Cuaresma. Pero el tiempo que transcurra no es lo importante en este momento, Jesús nos encuentra donde sea que estemos en nuestro caminar y nos invita 20, 18). A menudo María Magda- a tener un encuentro más profundo lena es llamada “la apóstol de los con su Persona. apóstoles”, precisamente por lo que sucedió esa mañana. Las palabras de Esta es María Magdalena. María Jesús resucitado se convirtieron en pensó que todo lo que había comsus propias palabras, una verdadera partido con Jesús había terminado apóstol. Ella pasó del desconsuelo y cuando él fue sepultado, pero San el llanto al alegre reconocimiento y Juan nos muestra aquel momento a una nueva misión: proclamar que transformador en que la vida de María Jesucristo había resucitado. cambió para siempre cuando Jesús llevó su travesía de fe a la perfección. ¿Cómo encajo yo en esta historia? Donde sea que tú te encuentres en Estos días de Cuaresma nos invitan a este caminar, puedes pedirle a Santa profundizar más en nuestro encuen- María Magdalena que te acompañe. tro con Jesús. El Señor no reprendió a Así como Jesús la encontró cuando María Magdalena por buscar el cuerpo ella lloraba y se lamentaba, así taminerte con desespero ni por no enten- bién te encuentra a ti en tu dolor o der por qué la tumba estaba vacía. en cualquier punto del camino en el Tampoco la reprendió por no recono- que estés en este momento. Escuchar cerlo ni le reprochó por llorar o por la voz del Señor puede llevar nuessu falta de fe. Jesús sale a su encuen- tra travesía de fe a la perfección, así tro en el punto preciso en que ella como le sucedió a María Magdalena se encamina a reconocerlo, y así le aquella primera mañana de Pascua. n permitió comprender lentamente el significado de su vida, su muerte y El Padre Craig E. Morrison, O.Carm, su resurrección. enseña en el Instituto Bíblico PontifiDesde luego, la travesía de fe de cio en Roma y es miembro del equipo María parece haber sido rápida. Pro- de retiros del Centro Espiritual Monte bablemente lo ocurrido en el sepulcro Carmelo en Niagara Falls, Canadá.

omo lo hizo con María, Jesús nos encuentra donde sea que estemos en nuestro caminar y nos invita a tener un encuentro más profundo con él.

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de febrero, lunes Hebreos 11, 32-40 Me faltaría tiempo, si tuviera que exponer en detalle lo que hicieron Gedeón, Baruc y Sansón. (Hebreos 11, 32) Si eres seguidor de los deportes, probablemente has escuchado sobre los diversos salones de la fama que existen, que conmemoran a los atletas ilustres con estatuas, historias y memorias. Pero, ¿alguna vez has escuchado hablar del Salón de la fe? Así es como algunas personas llaman a este capítulo de la carta a los Hebreos porque parece un registro de héroes del Antiguo Testamento: Moisés, Sara, Rahab, José y muchos otros más. A pesar de los obstáculos, las dificultades e incluso sus errores morales, estos héroes terminaron la carrera. Y debido a que se mantuvieron firmes en la fe, sus vidas dieron gloria a Dios y nos inspiraron a seguir adelante en la fe. ¡Por supuesto que tenemos que celebrarlos! Pero el autor de los Hebreos no finalizó este capítulo celebrando a estos héroes. Más bien, giró su atención hacia sus lectores. Estos antiguos santos te han pasado a ti la misión, ahora es tu turno de correr la carrera y mantener la fe. Tal vez sientas que nunca podrías alcanzar el nivel de tan nobles personajes. Al fin y al cabo eres una simple 38 | La Palabra Entre Nosotros

persona en medio de un mundo enorme, nadie sabe ni siquiera tu nombre. Además, tú no te sientes tan santo. Eso es comprensible, pero Dios ve el trabajo que estás haciendo, tu fidelidad y arrepentimiento cuando te equivocas. Y quiere que recuerdes que puedes glorificarlo de la misma forma en que lo hicieron tus antepasados en la fe. Recuerda, él se deleita en actuar a través de gente pequeña, de personas anónimas. De hecho, la última parte de este Salón de la fe está dedicado a los héroes sin nombre (Hebreos 11, 35-38). Incluso te sorprendería saber que los estudiosos de la Biblia aún no están seguros de quién puede haber sido el autor de la carta a los Hebreos. Así que anímate, aun si te sientes insignificante, Dios no se ha olvidado de ti, conoce tu nombre y quiere que seas su representante en este mundo. Nunca dudes de que Dios ha preparado un lugar para ti en el Salón de la fe. Cada uno de los sacrificios que has hecho están grabados en su corazón, cada minuto que dedicas a la oración le causa alegría. Cada acto de servicio que realizas lo glorifica inmensamente. “Señor, ¡gracias por ofrecerme un lugar en tu Salón de la fe!” ³³

Salmo 31 (30), 20. 21. 22. 23. 24 Marcos 5, 1-20


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de febrero, martes Presentación del Señor Lucas 2, 22-40 Simeón… aguardaba el consuelo de Israel. (Lucas 2, 25) ¿A quién no le gustaría recibir algo de consuelo hoy en día? ¿A quién no le gustaría sentir que el Señor pone su brazo alrededor de su hombro y dice “todo va a estar bien”? Simeón era un hombre justo que esperaba el consuelo de Dios, pues el Señor había prometido la restauración para su pueblo, Israel. Había prometido un Mesías que se sentaría en el trono de David y atraería a todas las naciones hacia Jerusalén. Durante muchos años, Simeón rezó para que estas promesas se cumplieran, pero el tiempo pasó y nada sucedió. Israel seguía siendo una nación ocupada por los romanos, y su pueblo seguía dividido en ricos y pobres, fariseos y saduceos, entre los de Galilea y los de Judea. Sin embargo, Simeón perseveró y siguió rezando por la redención, y también siguió esperando. Finalmente, el esperado día llegó. Imagina cuánto derroche de ternura hubo en aquel momento en que Simeón tomó al niño Jesús en sus brazos. Por fin había llegado “el consuelo de Israel” (Lucas 2, 25. 26). Seguramente puedes escuchar la emoción que brotó de sus palabras: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo”

(Lucas 2, 29). Al fin lo he visto, ya puedo partir, Señor, porque has cumplido tu promesa, has venido a salvar a mi pueblo. En ese momento y lugar Simeón tuvo la certeza de que todo iba a estar bien. Él no sabía qué iba a suceder o cuándo sucedería, pero eso no importaba, él tenía la seguridad de que algo sucedería, y eso era suficiente para creer. Dios conoce lo que te provoca angustia; él escucha tus plegarias y conoce tus preocupaciones, así que permite que te ofrezca su consuelo. Hoy, cuando vayas a la casa del Señor, te encontrarás con Jesús en la peculiar forma del pan y el vino, así como Simeón lo conoció en la peculiar forma de un niño. Cuando lo recibas, piensa en este hombre de oración y así como lo hizo él, toma a Jesús en tus manos y en tu corazón. El Señor ha venido a traer la salvación y el consuelo; tal vez no te diga cómo o cuándo, pero eso no importa ahora. Recuerda siempre que Cristo está en tu corazón y todo va a estar bien. “Amado Señor, mis ojos han visto tu salvación, me entrego plenamente a ti.” ³³

Malaquías 3, 1-4 Salmo 24 (23), 7. 8. 9. 10 Hebreos 2, 14-18

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de febrero, miércoles San Blas, Obispo y Mártir O: San Óscar, Obispo Marcos 6, 1-6 ¡Cuántos milagros! En el capítulo anterior del Evangelio de San Marcos, vemos a Jesús entrar en un cementerio y liberar a un hombre que tenía una legión de demonios (Marcos 5, 1-20). Luego, a una mujer tocar su manto y recibir la sanación por tanto tiempo anhelada (5, 25-34). Finalmente, vemos al Señor que devuelve la vida a una niña con solo pronunciar dos palabras (5, 41). Pero luego Jesús se fue a su pueblo, y las obras poderosas disminuyeron dramáticamente. ¿Qué pasó? ¿Dónde estaba la gente exclamando que quería estar cerca suyo? En vez de pedir sanidad, se sentían desconcertados. ¿Dios ama a los pecadores tanto como a los justos? ¿Tengo que perdonar a mis enemigos? Eso no lo puedo creer, además, ¿quién es él para decirme cómo tengo que vivir? Lo que sucedió en Nazaret no debería sorprendernos. Probablemente cada uno de nosotros tiene áreas de su vida en las que Jesús nos confronta. Podemos evitar ciertos versículos bíblicos o estar en desacuerdo con ciertas enseñanzas de la Iglesia porque nos incomodan. Podría haber un sacerdote cuyas homilías directas nos avergüenzan o ese hermano cuya dedicación a los pobres resulta un desafío para 40 | La Palabra Entre Nosotros

nosotros. Es normal que evitemos a esa persona cuyo testimonio nos mueva a pensar o actuar diferente. Pero, ¿será posible que el Espíritu Santo esté trabajando por medio de ellos para estimular nuestra consciencia? ¿Hay algo de Jesús o de sus enseñanzas que te haga sentir desconcertado? Si es algo que se encuentra en las Escrituras, toma un tiempo para leer nuevamente esos versículos o ese relato en oración, e intenta estar abierto a una visión nueva o retadora. ¿Te resulta difícil uno de los mandamientos de Jesús? Díselo honestamente y pídele que te ayude a entenderlo mejor. Aparta algún tiempo para leer al respecto o pídele consejo al sacerdote de tu parroquia. Da ese paso para acercarte un poco más y pídele al Espíritu que ablande tu corazón un poco más. ¡No seas como los nazarenos! Preséntale a Jesús tus pensamientos o “desconciertos” y pídele que te sane y te libere, no por arte de magia sino a través del lento proceso de cambiar tu mente; que en sí mismo, es una obra poderosa. “Señor Jesús, ayúdame a escucharte y a ser sanado, te lo ruego.” ³³

Hebreos 12, 4-7. 11-15 Salmo 103 (102), 1bc-2. 13-14. 17-18a


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de febrero, jueves Marcos 6, 7-13 Ni pan, ni mochila, ni dinero. (Marcos 6, 8) Cuando pensamos en que Jesús envió a sus discípulos por un camino pedregoso bajo un calor sofocante sin mucho más que una moneda para gastar y un poco de pan para comer, podría parecernos negligente. Pero eso es porque estamos viendo este relato con ojos del siglo XXI. En el tiempo de Jesús, era costumbre que las personas recibieran en sus hogares a los predicadores que iban por el camino y atendieran sus necesidades. ¡La hospitalidad era una de las principales virtudes del antiguo Israel! Sin embargo, podemos extraer una lección de este pasaje: Dios no nos abandonará. Todos atravesamos días en los que nos sentimos con las manos vacías y sin la capacitación necesaria para hacer la obra del Señor. Podríamos decirnos a nosotros mismos: “Dios no me ha dado suficiente paciencia”, o, “desearía tener la misma compasión que tiene fulano.” En esos momentos, intenta tomar en cuenta el principio de “ni pan, ni mochila, ni dinero”. Sin las provisiones terrenales en sus bolsas, los discípulos sabían con certeza que cualquier alimento o ayuda que recibieran vendría de otras personas piadosas como una expresión del cuidado de Dios por ellos. Lo que para nosotros

podría parecer un ejemplo extremo de “llevan poco equipaje”, en realidad era una forma en la que Jesús les estaba pidiendo que confiaran en él. No solo les había dado a ellos su propia autoridad para expulsar demonios y sanar a los enfermos, sino que les había asegurado que él los guiaría a personas que reflejaran su bondad y su generosidad. Este pasaje nos dice que cuando procuramos cumplir los mandamientos confiando solamente en nuestras propias fuerzas y sabiduría, no estaremos preparados. Cuando nos ponemos en camino confiando en que Dios cuidará de nosotros, nos encontraremos con él a través de la gracia inesperada. Descubriremos que él está dándonos nuestro pan de cada día. Así que hoy, pídele a Dios que te conceda todas las provisiones que necesitas para tu viaje. Permítele que aliviane la carga de tratar de proveer para ti mismo, así como él lo hizo con los discípulos. No temas decirle al Señor lo que sientes que te hace falta, pídele su ayuda. Él no te dejará con las manos vacías. “Señor, te suplico que me des el pan de cada día para que yo pueda llevar a cabo tu obra.” ³³

Hebreos 12, 18-19. 21-24 Salmo 48 (47), 2-4. 9-11

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de febrero, viernes Santa Águeda, Virgen y Mártir Hebreos 13, 1-8 Conserven… el amor. (Hebreos 13, 1) Durante las últimas tres semanas, hemos estado tratando de descifrar algunos de los temas más difíciles, teológicamente hablando, de la Escritura que se encuentran en la carta a los Hebreos. Pero ahora que hemos llegado a la última sección de la carta, una cosa queda muy clara: el amor es lo más importante. Podrías no darte cuenta de esto a menos que leas el texto original en griego. En primer lugar, hay una exhortación para mantener el amor fraterno o filadelfía. Luego, se encuentra un recordatorio a no olvidar la hospitalidad, o filoxenía, que es el amor a los extraños. Este pasaje continúa hablando sobre respetar el matrimonio, lo cual, desde luego, se refiere al amor entre esposos. Y finalmente, habla sobre permanecer libres del amor a las cosas materiales. ¡Todo este pasaje habla del amor en distintas formas! Todas estas áreas del amor son igualmente importantes, y en muchos casos están estrechamente relacionadas. Por ejemplo, podemos recibir huéspedes en nuestra casa, pero sin avisarle a nuestro esposo o esposa y a los hijos con anticipación, u olvidar el impacto en nuestro presupuesto. O podemos dedicar mucho tiempo a cuidar a un familiar a expensas de otro, o sin acercarnos a las personas 42 | La Palabra Entre Nosotros

que no tienen una familia con la cual hablar. No importa en cuál área de tu vida estés reflexionando, la pregunta principal siempre debería ser: “¿Está presente el amor en esa área?” Cuando debes tomar una decisión, pregúntate “¿estaré demostrando amor si hago esto?” Incluso si es una decisión entre dos opciones buenas y respetables, puedes preguntarte “¿cuál de ellas hará que el amor crezca más?” Al pensar de esta manera, estás invitando al Espíritu Santo a participar en tu toma de decisiones y preguntándole de qué manera puedes reflejar mejor el carácter de Dios a las personas que te rodean. ¿Cómo puedes amar hoy un poco más? ¿Cómo puede ayudarte el Espíritu Santo a ser guiado por la prueba del “amor”? No importa cuál es la situación, siempre todo se reduce al amor, el amor que llevó a Jesús a la cruz, el amor que te mantendrá cerca de él y el amor que te impulsa a acercarte a otras personas. “Señor, te suplico que me ayudes a amar como tú amaste: plena y generosamente.” ³³

Salmo 27 (26), 1bcde. 3. 5. 8c-9abcd Marcos 6, 14-29


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de febrero, sábado Santos Pablo Miki y Compañeros, Mártires Marcos 6, 30-34 Se compadeció de ellos, … y se puso a enseñarles muchas cosas. (Marcos 6, 34) Jesús estaba animado porque los discípulos acababan de regresar de un viaje misionero que había resultado todo un éxito. Habían sanado a algunas personas, a otros los liberaron de demonios y convirtieron a muchos más. Pero al mismo tiempo, Jesús también se sentía desanimado. Acababa de recibir la noticia de que Juan el Bautista, su amigo y primo, había sido decapitado por orden del rey Herodes. Con estas noticias buenas y malas en su mente, Jesús tomó una decisión práctica e invitó a los apóstoles a apartarse para tomar un tiempo de descanso (Marcos 6, 31). Es muy posible que él también necesitara descansar. Pero una multitud de personas lo siguió, así que el Señor decidió cambiar sus planes. En lugar de descansar y renovar fuerzas, se puso a enseñar a la gente. En cierto sentido, podría decirse que Jesús fue capaz de ver más allá de sus necesidades y las de sus discípulos para ver las necesidades de muchas otras personas; personas que tenían una necesidad mucho más grande que la suya. No solo los ojos de Jesús se abrieron de esta forma. Los apóstoles también

cedieron en sus planes de descansar. Sin embargo, puedes imaginarte lo sorprendidos que deben haber estado cuando, después de lo que pudieron ser horas de enseñanza, él les dijo que dieran algo de comer a la gente. (Marcos 6, 37). Jesús quiere que seamos prácticos y ordenados; él desea que nos cuidemos y tengamos el descanso que necesitemos. Pero también hay momentos en que quiere que dejemos nuestros planes de lado por un bien mayor. Puedes aprender a sentir la inspiración de Dios para que lo práctico no eclipse lo compasivo y espontáneo. Puedes sentirte inspirado a acercarte a hablar con alguien después de Misa o en el supermercado. Podrías sentir que Dios solamente desea que abraces a tu esposo o esposa o a tu hijo, o que debes poner de lado lo que estás haciendo y leer la Escritura por unos cuantos minutos. Cuando algo así pasa, procura actuar, porque nunca sabes cuáles serán los resultados. “Señor Jesús, deseo sentir la inspiración de tu Espíritu para poder escuchar tu voz y seguir tu guía y ser compasivo como lo eres tu mi Dios.” ³³

Hebreos 13, 15-17. 20-21 Salmo 23 (22), 1b-3a. 3b.-4. 5. 6

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MEDITACIONES FEBRERO 7-13

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de febrero, V Domingo del Tiempo Ordinario 1 Corintios 9, 16-19. 22-23 Me he hecho todo a todos. (1 Corintios 9, 22) Una vez Jesús le dijo a sus discípulos que el camino al cielo es angosto y difícil (Mateo 7, 14). Pero también les dijo: “El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación” (Marcos 16, 16). Esto puede sonar un poco confuso, ¿no es cierto? Sin embargo, nadie sabe la respuesta a la pregunta de cuántas personas se salvarán. Probablemente esta es una de las razones por las que San Pablo se dedicó tanto a su labor como apóstol. Él conocía la alegría del cielo, y no quería que nadie se la perdiera. Así que hacerse “todo a todos” se convirtió en la misión de su vida “a fin de ganarlos a todos” (1 Corintios 9, 22. 23). Puedes observar la determinación de Pablo por el hecho de que usó la palabra “ganarlos” cinco veces en solo tres versículos (1 Corintios 9, 20-22). “Ganarlos” para él significaba acercar a las personas a Jesús. Significaba hacer lo que él pudiera para que las personas obtuvieran la salvación del Señor.

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Entonces, ¿podemos nosotros ganar personas para Jesús? ¿Cómo podemos hacernos todo para todos? Pablo nos diría que aprendamos sobre deportes para que podamos conversar con los seguidores de deportes a su mismo nivel, o que aprendamos a hablar de los eventos de la actualidad a la luz del plan de Dios. También nos diría que aprendamos lo que significa no tener nada para que podamos relacionarnos con los pobres, o cuáles son los principales intereses de los jóvenes para que podamos ponernos en su lugar y ganarlos. Pablo adaptó su enseñanza a la cultura de cada ciudad que visitaba para poder llegar a los habitantes con palabras e imágenes que ellos podían entender. Ese es un gran ejemplo para nosotros. El ejemplo de San Pablo nos exhorta a no ser la piedra de tropiezo para otras personas porque no entendemos su cultura o sus intereses. Así que imitemos a Pablo y seamos tan flexibles y adaptables como sea posible para que podamos ayudar a muchas personas a acercarse a Jesús. “Amado Señor, enséñame a compartir tus buenas noticias, te lo ruego.” ³³

Job 7, 1-4. 6-7 Salmo 147 (146), 1bc-2. 3-4. 5-6 Marcos 1, 29-39


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de febrero, lunes Santa Josefina Bakhita, Virgen Marcos 6, 53-56 Cuantos lo tocaban, quedaban curados. (Marcos 6, 56) Las noticias de los milagros que Jesús realizaba se difundían rápidamente, y la gente le llevaba a los enfermos “a dondequiera que llegaba” (Marcos 6, 55). Incluso aquellos que tocaban el borde de su manto quedaban sanos (6, 56). Hoy en día muchas personas también tienen hambre de encontrarse con Jesús. Muchos anhelan escuchar que Dios es real, que los ama y que él puede tocarlos y sanar su corazón, mente y cuerpo. Pero es responsabilidad de nosotros llegar a ellos. Un domingo después de Misa, Linda se dirigió a la puerta para salir de la iglesia y observó a una mujer que parecía cansada y desanimada que aún seguía sentada en su banca. Linda se vio tentada a pasar de largo, deseaba salir rápidamente para llegar a tiempo a su almuerzo familiar. Sin embargo sintió que el Espíritu Santo la inspiraba a acercarse e iniciar una conversación, y no quiso ignorarla. Así que sonrió, caminó hacia la mujer y dijo “¡hola!” La mujer la saludó de vuelta cálidamente. Entonces Linda le preguntó a la mujer que si se encontraba bien, pero la mujer definitivamente no estaba bien.

Uno de sus hijos estaba luchando con una adicción, otro estaba involucrado en una relación destructiva y se había alejado de Dios. La situación estaba provocando tensión entre ella y su esposo por lo que discutían a menudo, así que, desesperada, acudió a la iglesia. Linda se conmovió profundamente por la situación de esta mujer y la compasión brotó de su corazón. “¿Por qué no rezas conmigo?, preguntó.” “Señor Jesús, te invito a que vengas a mi vida y tomes control de estas situaciones. Te suplico que me ayudes a reconocer que estás a mi lado”. Mientras contemplaba el sagrario, esta mujer comenzó a experimentar la presencia y el consuelo de Jesús. Fue un encuentro agridulce pero santo que la llevó a las lágrimas. Sus problemas no desaparecieron, pero ella podía sentir a Jesús a su lado, tomando control de ellos. ¿Conoces a alguien que necesita el amor y la sanidad de Jesús? Acércate a esa persona, podría parecer un paso arriesgado, pero puede ser que esa persona encuentre al Señor, y por eso vale la pena arriesgarse. “Señor, te ruego que me muestres quién necesita hoy de tu amor y sanación.” ³³

Génesis 1, 1-19 Salmo 104 (103), 1-2a. 5-6. 10. 12. 24. 35c

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de febrero, martes Marcos 7, 1-13 Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios. (Marcos 7, 9) Aquella era una trampa en la que era fácil caer. En su celo por la fe, muchos de los escribas y fariseos crearon un sinnúmero de tradiciones y prácticas para apartarse “del mundo”, pero, eran tantas, que comenzaron a complicarse y a eclipsar la verdadera naturaleza de la ley de Moisés, hasta el punto en que algunas personas terminaron dándole un sentido distinto a la ley. En contraste a las complejidades que estos escribas y fariseos introdujeron, Jesús se centró en dos mandamientos sencillos y fundamentales: ama a tu Dios con todo tu corazón y ama a tu prójimo como a ti mismo. Cada ley o mandamiento del Señor puede resumirse en estos dos versículos de la Torá. Sin importar lo simples que sean estos mandamientos, ciertamente no son sencillos. ¿Podemos amar a todos siempre? En ocasiones apenas logramos tolerar a algunos familiares, ni qué decir del extraño que vive al lado o el compañero de trabajo que nos saca de quicio. ¿Cómo podemos evitar la tentación de introducir complejidades y excusas para liberarnos nosotros mismos del mandamiento del amor?

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Permitiendo que el mismo amor de Dios nos enseñe cómo amar. Tal vez no es fácil, pero, en realidad, es sencillo. Jesús te ama, y no solo porque haces lo correcto (nadie es perfecto). Tampoco porque tú aceptes todas y cada una de sus enseñanzas (al menos uno de los mandamientos nos resulta difícil). Ni tampoco porque te hayas demostrado a ti mismo que eres mejor que otras personas (Dios envía la lluvia sobre justos e injustos por igual). No, Jesús te ama porque él ve tu corazón y ve que está “muy bien” (Génesis 1, 31); ve las heridas del pasado, los resentimientos y el pecado que no ha sido confesado y se coloca justo en el centro de tu alma. Es justamente ahí, en el centro, que Jesús ve el amor que ha puesto en ti, ve tu deseo de agradar al Señor y la bondad y pureza con la que Dios te ha creado. Y lo que él ve queda grabado con amor, alegría y compasión en su corazón. Esa mirada es la que derrite nuestro corazón y nos enseña a amar como él ama: con simpleza, con misericordia y con igualdad. “¡Con qué ansia y fervor deseo estar en los atrios de tu templo!’ (Salmo 84 (83), 3). Señor Jesús, te ruego que me enseñes a amar.” ³³

Génesis 1, 20—2, 4 Salmo 8, 4-5. 6-7. 8-9


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de febrero, miércoles Santa Escolástica, Virgen Marcos 7, 14-23 Nada que entre de fuera puede manchar al hombre. (Marcos 7, 15) A menudo los nutricionistas nos están diciendo que seamos cuidadosos con la cantidad de azúcar, sodio y grasa que incluimos en la dieta. Pero no consumir los alimentos que no son sanos no es suficiente, también debemos concentrarnos en comer alimentos sanos. Y esto es algo que podemos lograr, sacando provecho de las muchas alternativas que existen. Solo se necesita poner algo de esfuerzo. Podemos aplicar esta visión a las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy. ¿Cuántas veces al día descubrimos que estamos haciendo, diciendo o pensando algo que sabemos que nos es precisamente correcto? Pero si dedicamos todas nuestras fuerzas para luchar contra el pecado, ¡vamos a terminar exhaustos!, además nos veremos tentados a reducir la vida cristiana a decir y hacer lo que es correcto y olvidaremos el propósito de estos mandamientos: Que disfrutemos del amor y la paz de Dios. Entonces, lo que debemos hacer es aceptar la virtud y la gracia de Dios. No es tan difícil como parece. Elige un área de la que estés plenamente consciente y que Dios te recuerde constantemente que debes cambiar, tal vez la ira, la impaciencia o la glotonería.

Así podrás encontrar formas en las que puedes desarrollar el hábito o la virtud opuesta. Supongamos que eres impaciente y te agitas fácilmente cuando debes esperar a alguien. Obviamente, quieres hacer el intento y ser más paciente, pero no te limites a hacer una resolución ambigua. Elige algunas formas concretas que te ayudarán a crecer en paciencia. Por ejemplo, cuando descubres que estás empezando a perder la paciencia, intenta rezar un Ave María por lo que sea que te está provocando. Pídele a la Bienaventurada Madre que bendiga a esa persona o te ayude a reaccionar con más calma y paz. Es posible que no veas resultados inmediatos, pero eso está bien. El cambio requiere tiempo, y la misericordia de Dios siempre está disponible para ti. El Señor sabe que lo estás intentando y se complace con tus esfuerzos. Poco a poco, con su gracia, comenzarás a notar los cambios. No solo estarás caminando en vez de gatear, sino que estarás caminando con Jesús a tu lado. “Señor Jesús, te suplico que me des la gracia para crecer en virtud cuando me sienta tentado a pecar.” ³³

Génesis 2, 4-9. 15-17 Salmo 104 (103), 1-2a. 27-28. 29bc-30

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de febrero, jueves Bienaventurada Virgen María de Lourdes Marcos 7, 24-30 El demonio ha salido ya de tu hija. (Marcos 7, 29) ¡Qué alivio! Finalmente, después de mucho suplicar y rogar, la mujer de la que nos habla el Evangelio de hoy, convenció a Jesús de que expulsara al demonio que poseía a su hija. Ella sabía que de acuerdo a las convenciones sociales y étnicas, ella, que era mujer y además gentil, no debía acercarse a Jesús, un hombre judío, a presentarle una petición. Pero su desesperación superaba todas sus preocupaciones, frente a ella se encontraba el hombre que podía sanar a su hija. Podríamos pensar que esta mujer debe ser elogiada por su fe, y estaríamos en lo correcto. Se necesita tener mucha confianza en Jesús para defender su caso. Pero la fe es solo una de sus virtudes pues ella podría haber creído todo lo que quisiera, pero no habría llegado a ninguna parte si no hubiera presionado contra lo que parecía ser la reticencia de Jesús. Ella también necesitaba determinación, y, ¡evidentemente tenía suficiente! Este relato nos muestra que vivir la fe no es un simple asunto de descansar pacíficamente en los brazos amorosos de Dios. Tampoco consiste simplemente en confiar en que todo 48 | La Palabra Entre Nosotros

saldrá bien. No, a veces la fe significa tener la determinación de superar los obstáculos hasta que veamos el resultado que creemos que el Padre quiere darnos. A veces necesitamos unir la fe con la fuerza de voluntad. Por ejemplo, si le pides al Señor que te conceda un trabajo y pasas la mayor parte del día revisando los anuncios y yendo a entrevistas, eso no es falta de fe. Tampoco lo es mostrar debilidad espiritual si le pides a Dios que repare una relación rota, y luego das el primer paso hacia la reconciliación con un amigo del que te has distanciado por alguna diferencia que tuvieron. Con seguridad, Dios aplaude estos esfuerzos porque demuestran que estás poniendo tu fe en acción y él no te abandonará cuando tú des el primer paso. Todos tenemos áreas en nuestra vida en las que debemos dar el primer paso, y el segundo y el tercero antes de ver a Dios actuar. Demos esos pasos firmes en nuestra fe y confiemos en la providencia del Señor. “Amado Jesús, te suplico que me ayudes a dar pasos en fe, confiado en que tú me cargarás en tus brazos el resto del camino.” ³³

Génesis 2, 18-25 Salmo 128 (127), 1bc-2. 3. 4-5


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de febrero, viernes Génesis 3, 1-8 Tomó de los frutos y comió. (Génesis 3, 6) ¿Cómo fue que Eva cedió tan fácilmente a la tentación de la serpiente? Ella tenía todo lo que habría podido desear, vivía en un ambiente perfecto e incluso tenía una relación cercana con Dios. ¿Por qué abandonaría todo eso? Los filósofos, teólogos y poetas han meditado en esta pregunta por miles de años y han ofrecido un sinnúmero de posibles respuestas. Pero al final, probablemente nunca sabremos exactamente por qué las mentiras del diablo le parecieron tan atractivas. Sin embargo, el relato del pecado de nuestros primeros padres puede enseñarnos que el diablo utiliza las mismas tácticas que nos llevan a nosotros a pecar. ¡Observa lo astuto que es! Él nunca le dijo a Eva directamente lo que estaba haciendo, ¡ni siquiera llegó a sugerirle que comiera del fruto prohibido! Todo lo que hizo fue sembrar dudas en su mente sobre la bondad de Dios. Simplemente la convenció de que Dios quería evitar que ella se hiciera poderosa y sabia. Dios no desea tener ninguna competencia, Eva, él te está mintiendo solo para someterte. Una vez convencida, ella se comió la fruta y el resto es historia, y una historia triste por cierto.

Hoy es viernes, ¿por qué no dedicas algo de tiempo para repasar esta última semana a la luz de este pasaje? Recuerda uno o dos minutos en los que hiciste o dijiste algo que fue especialmente malo o dañino, algo que te hizo pecar. No busques todos y cada uno de los pecados, solamente medita en un par de ellos para que puedas aprender de tus errores. ¿Puedes identificar la forma en que el enemigo te estaba tentando? ¿Cómo te convenció de dudar del amor de Dios y de su capacidad para cuidar de ti? ¿Cómo te convenció de decidir tú mismo lo que está bien y lo que está mal? Pero no te detengas ahí. Si no lo has hecho todavía, confiesa estos pecados al Señor, junto con cualquier otro que puedas recordar, y pídele perdón. Solamente recuerda que Dios es rico en misericordia, él quiere redimirte y animar tu espíritu, no amonestarte. El Padre envió a su Hijo para liberarte, no para que tú estés sujeto a la culpa. Nuestros primeros padres pecaron porque no confiaron en el amor de Dios. ¡Tú no tienes por qué cometer el mismo error! “Padre, te ruego que me enseñes a confiar en ti sin importar todas las mentiras que me diga el diablo.” ³³

Salmo 32 (31), 1b-2. 5. 6. 7 Marcos 7, 31-37

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de febrero, sábado Marcos 8, 1-10 ¿Alguna vez mientras subes una montaña te has detenido porque la vista frente a ti es impresionante, y luego descubres que unos pasos más adelante, la vista es más impresionante aún? Esa es una forma de ver el Evangelio de hoy. Jesús tomó siete panes y unos pocos pescados y alimentó a una multitud con hambre y hasta sobraron alimentos. No hay duda de que eso es impresionante. Ahora ve unos pasos más adelante y fija tu mirada un poco más arriba. Es absolutamente increíble que hoy, Jesús aun da gracias por aquello que le ofrezcamos, aunque sea poco, lo bendice y lo multiplica, de la misma manera en que lo hizo hace dos mil años con aquellos panes y pescados. Desde luego, vemos esto cada vez que celebramos la Misa, pero sucede en muchas otras formas también. Por ejemplo, San Juan María Vianney sabía que su misión de avivar el amor por Dios en el pueblo de Ars sobrepasaba su capacidad, así que hizo lo que pudo. Rezó por los habitantes del pueblo, visitó sus hogares y los escuchó. Jesús bendijo lo que Juan María Vianney le ofreció, y miles de hombres y mujeres franceses del siglo XIX experimentaron la conversión. La Madre Teresa es otro ejemplo, al recoger a una persona moribunda, y el 50 | La Palabra Entre Nosotros

mundo contempló con asombro cómo Jesús multiplicó su acto de compasión y muchos otros más recibieron de los cuidados de la santa. Tú también tienes un pedazo de pan, o tal vez un insignificante pescado, para ofrecerle. En vez de preocuparte por lo pequeño que pueda verse, simplemente entrégaselo al Señor, no tengas miedo de ofrecérselo aun cuando tú sientas que es insignificante. Esas cosas pequeñas importan, y tú nunca sabes qué hará el Señor con ellas. Inicia con lo que puedas: reza por las conversiones, escucha a otros con más paciencia o ayuda a alguien que atreviese una necesidad. Dios perfeccionará tu entendimiento y te enseñará cuál es la mejor forma de servirlo. No verás resultados inmediatamente; tal vez nunca llegues a ver la diferencia que estás haciendo. Pero así como Jesús multiplicó los pescados y los panes, tú puedes confiar en que lo que sea que le hayas ofrecido, ¡él dará gracias por eso, lo bendecirá y lo multiplicará! “Señor Jesús, te ofrezco mi vida y los dones que tú me has dado. Confío en que tú bendices y multiplicas mis esfuerzos por servirte.” ³³

Génesis 3, 9-24 Salmo 90 (89), 2. 3-4. 5-6. 12-13


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MEDITACIONES FEBRERO 14-16

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de febrero, VI Domingo del Tiempo Ordinario 1 Corintios 10, 31—11, 1 Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. (1 Corintios 10, 31) El Miércoles de Ceniza es esta semana. Mientras algunos de nosotros podemos estar deseosos de iniciar la Cuaresma, algunos pueden desanimarse al pensar en mantener sus resoluciones para este tiempo. Si tú perteneces al segundo grupo, no te preocupes. Las palabras de San Pablo son alentadoras y abordan un tema que calza con la Cuaresma, léelo una y otra vez para encontrar inspiración y dirección. Hermanos. Primero, te recuerda que no estás embarcado en este viaje tú solo. Tu vida forma parte de una amplia familia llamada la Iglesia, que irá a tu lado mientras sigues a Jesús por su camino hacia la cruz. Tú siempre puedes acudir a estos compañeros de viaje para recibir un poco de ánimo y apoyo en oración. Es más, ¡siempre puedes pedir

a tu Padre que envíe su gracia si el camino se vuelve difícil! Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa. Recuerda, el Reino de Dios no es un asunto de comer o beber (Romanos 14, 17). Tampoco consiste en no comer ni beber. Así que no te detengas en los detalles de tu resolución, y no te preocupes si fallas de vez en cuando. Más bien, mantén tu atención en el amor que tienes por Jesús. Hacer mandados, lavar la ropa, cuidar de tu esposo o esposa, incluso ayunar. Todas estas son oportunidades para permitir que el amor de Dios actúe por sí mismo externamente en cada rincón de tu vida. Háganlo todo para gloria de Dios. Si aún te sientes inseguro sobre la Cuaresma, aférrate al lema de San Ignacio de Loyola: “A la mayor gloria de Dios”, que ha demostrado ser verdaderamente grande y glorioso cuando sus hijos le ofrecen su tareas cotidianas y encuentran paz y alegría en glorificarlo a él. Este es el corazón de la Cuaresma: poner de lado todos los placeres temporales para descubrir que lo único que satisface tu vida es Dios. “Señor Jesús, te entrego toda mi vida, para tu gloria.” ³³

Levítico 13, 1-2. 44-46 Salmo 32 (31), 1-2. 5. 11 Marcos 1, 40-45

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de febrero, lunes Génesis 4, 1-15. 25 El pecado estará a tu puerta… pero tú debes dominarlo (Génesis 4, 7) Este relato inicia con una gran promesa. Caín y Abel habían preparado un sacrificio al Señor porque sabían que él los creó y proveía para ellos, y como sabían que todo venía de él ellos debían hacerle una ofrenda. Dios veía que la ofrenda de Caín no era sincera y conocía la tentación que él estaba enfrentando. También vemos que Dios le hace una promesa a Caín y le ofrece fuerza para alejarse de la ira y los celos. El Señor estaba listo para ayudarlo a “dominar” el pecado que lo estaba tentando. (Génesis 4, 7). Esa es otra señal de que Dios no había abandonado a su pueblo después de que Adán y Eva pecaron. En este pasaje podemos ver que Dios habló directamente con Caín, animándolo y guiándolo en la dirección correcta. El Señor no le estaba pidiendo a Caín que confiara solo en sus propias fuerzas; sino que le ofreció fuerza divina para ayudarlo. Dios te ofrece a ti la misma fuerza divina. Recuerda que él conoce tu corazón, conoce a esas personas que te esfuerzas por amar. También conoce el enojo que albergas en tu corazón, sin embargo te está hablando así como 52 | La Palabra Entre Nosotros

lo hizo con Caín y te promete su gracia para dominar tu propio pecado. El Señor te invita a confesar tus tentaciones para que puedas cambiar tu corazón y te pide que lo escuches para que él pueda ayudarte a encontrar el camino hacia el amor. Ahora, imagina que tú mismo estás en esa escena. Dios te llama por tu nombre así como llamó a Caín y puedes escucharlo hacerte una pregunta similar a la que hizo entonces: ¿Por qué andas resentido? ¿Por qué estás viviendo en esta tentación? Mientras piensas cómo contestar, recuerda que Dios está esperando pacientemente a que tú le pidas su ayuda. El Señor te está ofreciendo un intercambio: tu ira a cambio de fuerza divina, tus celos por sanación y tu resentimiento por un corazón transformado. Dios te hace exactamente estas mismas ofertas cuando te enfrentas a cualquier clase de tentación, él siempre está contigo. El Señor conoce tu corazón y siempre está presto a ofrecerte su gracia para ayudarte a dominar todo pecado. “Señor, te ruego que me des tu fuerza para enfrentar toda tentación.” ³³

Salmo 50 (49), 1. 8. 16-17. 20-21 Marcos 8, 11-13


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de febrero, martes Marcos 8, 14-21 ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? (Marcos 8, 17) ¡Qué combinación más curiosa de preguntas! Jesús debe ver alguna clase de relación entre la capacidad de los discípulos de entender sus acciones y el estado de su mente. Evidentemente, Jesús está diciendo que a alguien con la mente embotada le será difícil entender lo que Dios está haciendo, ¡aun cuando esté sucediendo ahí en frente! Pero, ¿qué significa tener la mente embotada, o como dicen otras traducciones, “el corazón endurecido”? A veces significa que somos insensibles, incapaces de conmovernos por las mismas cosas que conmueven a Dios. Significa que si tenemos la mente cerrada, entonces no vemos lo que Dios está haciendo porque no es conforme a nuestras propias expectativas. Tal vez estamos albergando enojo y resentimiento, entonces no entendemos por qué una relación está fracasando. O podemos ser muy arrogantes, juzgando a los demás porque ignoramos sus luchas. Entonces, ¿cómo podemos ablandar nuestro corazón para poder entender? ¡Permitiendo que el Señor haga su obra en nosotros! Cada día, en oración, pregúntate: ¿En qué estado se encuentra hoy mi corazón? ¿Siento amor o

compasión por aquellos que están a mi alrededor? ¿Estoy albergando enojo o resentimiento porque alguien se olvidó de mí? ¿Tengo mi corazón abierto a la forma en que Dios puede actuar en mi vida, incluso si no es la forma en que creo que él debería actuar? Si sientes que tu corazón se ha endurecido, ¡no pierdas tiempo! Acude al Señor en oración y pídele que te ayude. Dile que quieres entregarle tu orgullo, falta de sensibilidad, enojo o resentimiento que te está obstaculizando el camino. ¿Quién sabe? Tal vez es necesario que incluso perdones al Señor mismo porque no ha hecho lo que tú creías que él debía hacer en una situación determinada. Conversa con Jesús como lo harías con un amigo cercano, cuéntale todo lo que te ha mantenido atado. Pídele que te dé un corazón nuevo y confía en que así será. Sentirás una gran libertad al cambiar tu corazón de piedra por uno de carne. Y serás mucho más eficaz en tu servicio de edificar el Reino de Dios aquí en la tierra. “Señor, te entrego todo lo que ha causado que mi corazón se endurezca. Señor Jesús, ¡te ruego que me des un corazón de amor!” ³³

Génesis 6, 5-8; 7, 1-5. 10 Salmo 29 (28), 1-4. 9-10

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de febrero, miércoles de Ceniza Joel 2, 12-18 Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto. (Joel 2, 12) Todos los años, la Cuaresma inicia con esta lectura del libro del profeta Joel. Resulta evidente que la Iglesia escogió este pasaje para que nosotros también nos volvamos a Dios con todo el corazón durante este tiempo. Para los israelitas, volverse a Dios significaba que todo el pueblo se reunía en un determinado lugar y suplicaba al Señor que los salvara. También se dedicaban juntos a ayunar, incluyendo a aquellos que generalmente estaban exentos del ayuno, tales como los ancianos, los niños y los recién casados. Al volverse al Señor con verdadero arrepentimiento, de “todo corazón”, Dios “se llenó de celo” y “tuvo piedad de su pueblo” (Joel 2, 18). Así como el pecado significa que nos alejamos de Dios, este pasaje que leemos hoy, nos muestra que el arrepentimiento implica volverse a él de todo corazón, y eso es motivo de esperanza. ¿Por qué? Porque Aquel al que nos estamos volviendo es el Dios que tiene piedad de nosotros, de la misma forma en que la tuvo de los israelitas. Porque Aquel al que nos estamos volviendo nos creó por amor y lo único 54 | La Palabra Entre Nosotros

que desea para nuestra vida es que caminemos siempre a su lado. Porque Aquel al que nos estamos volviendo es el Dios misericordioso que envió a su Hijo al mundo para redimirnos por medio de su sacrificio en la cruz, y que así podamos tener una relación personal con él y permanecer junto a él para siempre. Porque Aquel al que nos estamos volviendo sabe todo sobre nosotros, lo bueno y también lo malo, y sin embargo nos llama a seguirlo y a ser sus discípulos. Al comenzar el tiempo de Cuaresma, no le escondas nada al Señor. Acude a él con honestidad y humildad y confiésale tus pecados. Pero recuerda que al alejarte del pecado, también te estás volviendo hacia Dios. Vuélvete a él a través de la oración, el ayuno y la limosna. Cree que de la misma forma en que lo hizo con el pueblo de Israel, él responderá a tu arrepentimiento sincero con perdón, misericordia y la gracia para hacer cambios permanentes en tu vida. “Señor Jesús, te ruego que me permitas volverme a ti de todo corazón en esta Cuaresma.” ³³

Salmo 51 (50), 3-6. 12-14. 17 2 Corintios 5, 20–6, 2 Mateo 6, 1-6. 16-18


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de febrero, jueves Deuteronomio 30, 15-20 Elige la vida y vivirás, tú y tu descendencia. (Deuteronomio 30, 19) ¿Deseas que este tiempo de Cuaresma sea fructífero? Procura verlo como un viaje que estás haciendo junto a los discípulos mientras Jesús se prepara para su pasión, muerte y resurrección. En estos días escucharás al Señor predicar y contar parábolas; lo verás sanar y alimentar a los necesitados. ¿Cómo vas a responder? Diariamente tendrás nuevas oportunidades de tomar una decisión. Seguir al Señor Jesús implica decidir, como lo dicen las lecturas de hoy. Moisés pronunció este discurso de despedida a los israelitas, y su idea central es que si quieren recibir la vida que viene de Dios, deben decidir seguirlo y obedecerlo (Deuteronomio 30, 15-20). Jesús predijo su pasión y luego le dio a los discípulos una lista de cosas que ellos debían decidir hacer: negarse a sí mismos, tomar su cruz diariamente y seguirlo (Lucas 9, 23). Incluso el salmo describe al pueblo santo que sigue al Señor, ellos no siguen el consejo del malvado; meditan y se deleitan en la ley de Dios; y como resultado, son como un árbol bien plantado y fructífero. Al igual que con los israelitas, lo mismo sucede con nosotros: seguir a Dios nos da vida. Sin importar tu edad,

estatus social o estado de vida, dedica un poco más de tiempo a la oración o la lectura de la Palabra, asiste al Vía Crucis de tu parroquia, ofrece a los pobres, ya sea tu tiempo conversando con el indigente o preparando comidas en un refugio, lava los trastos de tu casa o realiza un servicio para tu familia con una sonrisa. Y aunque parece una lista espiritual de cosas por hacer, cuando dedicas más tiempo a rezar, descubrirás que la alegría brota en tu corazón, incluso en medio de la dificultad. Al acercarte al necesitado, entenderás mejor el amor de Jesús por los pobres. Al decidir servir a tu familia aun cuando te sientas importunado, puedes descubrir un nuevo sentimiento de paz. Cada decisión de seguir a Jesús alimenta tu alma como el agua que nutre al árbol (Salmo 1, 3). Así que descansa en la gracia de Dios y acepta su llamado. Mientras caminas con Jesús durante la Cuaresma, comenzarás a parecerte más a él en tus pensamientos, palabras y acciones. ¡Eso es lo que su vida produce en ti! “Señor Jesús, te suplico que me ayudes a caminar a tu lado hoy y siempre.” ³³

Salmo 1, 1-4. 6 Lucas 9, 22-25

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de febrero, viernes Isaías 58, 1-9 Los israelitas respetaban profundamente la santidad de Dios así que seguían cuidadosamente unas reglas específicas cuando acudían al Templo a darle culto. Por ejemplo, antes de rezar, debían realizar ciertos rituales de purificación. Se abstenían de consumir ciertos alimentos para diferenciarse de otras naciones, ayunaban en el Día de la Expiación para demostrar su arrepentimiento por sus pecados e incluso añadían ayunos ceremoniales para intensificar su adoración e intercesión. ¡Imagina el poderoso testimonio que estos actos daban de la santidad de Dios! Pero, al mismo tiempo, tales actos de reverencia corrían el riesgo de convertirse en formalidades externas, o estrategias, que las personas utilizaban para asegurarse de que Dios contestaría sus plegarias. Luego, cuando se iban del Templo, seguían viviendo con egoísmo. Las palabras del profeta Isaías responden a esta visión equivocada. Él le habla al pueblo sobre la clase de ayuno que Dios desea. El profeta no condena el ayuno, simplemente no quiere que lo desliguemos de su verdadero significado: La reverencia a Dios expresada en el amor al prójimo. Las leyes de Dios no son simples reglas para medir nuestra obediencia, sino que son herramientas para moldear nuestro corazón y hacernos 56 | La Palabra Entre Nosotros

semejantes a él. El objetivo del ayuno y la abstinencia durante la Cuaresma es que nos apropiemos de la forma de ver y actuar de Dios, que voluntariamente hagamos sacrificios de amor a otros. ¿Es bueno asistir a Misa y a la Confesión regularmente, ayunar, donar a la caridad y evitar el pecado grave? Definitivamente sí. Pero Dios quiere que estas prácticas se conviertan en actos de amor viviente y tangible. Dios ofrece la misma oportunidad que les ofreció a los israelitas. El Señor está describiendo la clase de ayuno que le agrada, no es algo oculto ni misterioso, tampoco místico. No es algo que siempre resulte sencillo, pero sabemos qué es lo que él está pidiendo de nosotros y tenemos que averiguar la forma de hacerlo. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a encontrar una sola forma en la que puedes practicar esta clase concreta de ayuno. ¿Conoces a alguien que esté atado, oprimido, con hambre, sin hogar o sin ropa? Acércate a esa persona, para que surja “tu luz como la aurora” (Isaías 58, 8) “Señor, ayúdame a realizar el ayuno que tú deseas, te lo ruego.” ³³

Salmo 51 (50), 3-6. 18-19 Mateo 9, 14-15


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de febrero, sábado Isaías 58, 9-14 Cuando… destierres de ti… la palabra ofensiva. (Isaías 58, 9) ¿Te parece que estas palabras no tienen nada que ver contigo? Pero, ¿alguna vez has dicho “tú no estás realmente arrepentido” cuando alguien está tratando de disculparse contigo? ¿O “se lo merece” cuando algo malo le sucede a alguien que no te agrada? ¿O tal vez “¡tú no tienes remedio!” cuando te sientes enojado con alguien que amas? En algún momento, todos hemos pensado o dicho cosas rencorosas como estas. Entonces, ¿no crees que es bueno saber que Jesús tiene el poder de ayudarnos a tratar a las personas con el mismo amor, la misma compasión y misericordia que él tiene por nosotros? Desde luego, esto no sucede de la noche a la mañana. A menudo, debemos observar la forma en la que decimos las cosas. Y ahí es donde Jesús entra en escena, para ayudarnos a ver dentro de nuestro corazón y encontrar la causa que provoca que hablemos de forma hiriente. Porque ahí es donde se encuentra la mayor parte del problema. Pregúntale a cualquier consejero, y te dirá que las personas que han sido heridas, con frecuencia hieren a los demás. O que tus palabras hirientes a menudo provienen de tus deseos egoístas y de la frustración que sientes porque las

personas no te tratan como tú crees que te mereces. Puedes estar luchando contra la falta de perdón o el resentimiento, tal vez una herida del pasado sigue afectando tus relaciones o simplemente eres demasiado exigente. En cualquier caso, Jesús puede ayudarte. El Señor ilumina tu corazón con su luz y te recuerda que tiene tu vida en sus manos, para que tú no te autocastigues. No es necesario que ataques ni defiendas porque Cristo es más que capaz de cuidar de ti, de sanar tus heridas y de fortalecer tu corazón. A menudo creemos que la Cuaresma es un tiempo en el que hacemos cosas para Dios. Pero también es un tiempo en el que Dios quiere hacer cosas por nosotros. Conforme avanzas en tu camino en esta Cuaresma, pídele que te ayude a dejar de lado los comentarios y las reacciones poco amables. Si te tropiezas, piensa en qué podría haber causado que actuaras de esa manera, luego pídele a Jesús que te sane y confía en que él puede hacerlo. “Amado Jesús, te ruego que sanes mi corazón para que así yo sea capaz de pronunciar palabras de amor, ánimo y misericordia para mi prójimo.” ³³

Salmo 86 (85), 1-6 Lucas 5, 27-32

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MEDITACIONES FEBRERO 21-27

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de febrero, Primer Domingo de Cuaresma 1 Pedro 3, 18-22 El compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios. (1 Pedro 3, 21) Aunque en este pasaje San Pedro está describiendo el Sacramento del Bautismo, fácilmente podría estar hablando del Sacramento de la Reconciliación. Porque, ¿cuál podría ser la mejor forma de experimentar una conciencia tranquila que ir a confesarse? Sabemos que cuando confesamos nuestros pecados, recibimos el perdón total por estas faltas. Pero luego viene el verdadero reto: mantener nuestra conciencia tranquila después de haber recibido la absolución. Podemos experimentar el perdón de Dios, pero, ¿qué debe cambiar en nosotros para que evitemos estar confesando las mismas cosas una y otra vez? Te sorprenderías al descubrir que la respuesta, nuevamente es, ¡la Confesión! El sacramento no se limita simplemente a vaciarnos del pasado; también nos llena con la gracia que necesitamos para el futuro. Eso es 58 | La Palabra Entre Nosotros

porque en la Confesión nos encontramos con Jesús, que no solo vino a perdonar nuestros pecados sino también para hacernos santos. En la Confesión, Jesús levanta de nuestros hombros el peso de los pecados que hemos cometido en el pasado para que podamos salir al mundo libres de culpa, inspirados por la gracia de negarnos firmemente al pecado. Desde luego, todos nos enfrentamos con la tentación, así como le sucedió a Jesús en el Evangelio de hoy. Pero debido a que él triunfó en el desierto, nosotros también podemos triunfar. Jesús, el victorioso, siempre está presto a ayudarnos cuando lo invocamos. El Señor se encuentra justo a nuestro lado, para recordarnos que él ha vencido al pecado y que ahora nosotros podemos disfrutar de los frutos de su victoria. Por lo tanto, asegúrate de acercarte al Sacramento de la Reconciliación en esta Cuaresma. Y cuando lo hagas, recuerda que la gracia de este sacramento está ahí para limpiarte y para llenarte con el poder de Dios. Es una gracia continua que te acerca más a Jesús y te fortalece en contra de toda tentación. “Señor, concédeme, te suplico, una mayor confianza en tu misericordia y tu amor. ³³

Génesis 9, 8-15 Salmo 25 (24), 4-9 Marcos 1, 12-15


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de febrero, lunes Cátedra de San Pedro, Apóstol Mateo 16, 13-19 Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. (Mateo 16, 18) ¿Alguna vez te has imaginado que eres otra persona? En el cuento del escritor James Thurber, La vida secreta de Walter Mitty, el personaje de la historia es un aburrido trabajador que se pasa el día soñando con que es un piloto de las fuerzas aéreas, un cirujano famoso y un peligroso espía. En estas situaciones imaginarias, Mitty es más fuerte, más valiente y más decisivo de lo que es en su vida real. Podrías preguntarte si alguna vez San Pedro fantaseó con hacer algo distinto cuando era un pescador. Bueno, resulta que Pedro no solo obtuvo un nuevo trabajo sino también un nuevo nombre y una vida radicalmente distinta. Se convirtió en la “piedra” sobre la cual Jesús edificó su Iglesia. Sin embargo, a diferencia de Walter Mitty, Pedro no se convirtió en un héroe imaginario de la noche a la mañana; por el contrario, requirió tiempo y tuvo que crecer en su nueva identidad, a menudo cometiendo muchos errores a lo largo del camino. ¡Incluso llegó a negar a Jesús en un momento dado! Pero se supo mantener y eventualmente se convirtió en todo lo que Jesús había previsto para él.

En nuestra vida sucede de la misma manera. Cuando somos confirmados, a menudo adoptamos un nuevo nombre, el nombre de un santo. Luego nos comprometemos a continuar creciendo en santidad conforme aprendemos a rendirnos a la obra del Espíritu Santo en nosotros. No es una fantasía, sabemos que somos débiles, pero encontramos consuelo en el hecho de que el Espíritu es poderoso y se deleita en darnos su fuerza. Al celebrar hoy la misión de San Pedro como obispo y apóstol, recuerda que este hombre que una vez fue pescador no empezó siendo santo. Pero Dios no se dio por vencido con él, ¡y él no se dio por vencido con Dios! Recuerda también que Dios no se rinde contigo, así que ¡no te rindas tú con él! El Señor siempre está dispuesto a concederte más gracia para que puedas ser el héroe o la heroína que en el fondo deseas ser. Y recuerda que tu Padre celestial está a tu lado, animándote en cada paso que das en el camino. “Señor Jesús, pongo mi confianza en ti. Te ruego que me formes a tu imagen y que remuevas todos los obstáculos que me impiden ser el santo que me has llamado a ser.” ³³

1 Pedro 5, 1-4 Salmo 23 (22), 1-6

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de febrero, martes Mateo 6, 7-15 Padre nuestro... (Mateo 6, 9) ¿Existe una oración más poderosa o importante que la del Padre Nuestro, la que Jesús mismo nos enseñó a rezar? Dediquemos unos minutos a meditar en el Padre Nuestro, permitiendo que las enseñanzas de San Agustín nos ayuden a encontrar una vida nueva por medio de una oración que resulta muy familiar. “Cuando rezamos, ‘santificado sea tu nombre’, nos aconsejamos a nosotros mismos a desear que su nombre, que siempre es santo, sea considerado sagrado por todas las personas. Es decir, rezamos para que su nombre no sea tratado con desprecio. “Cuando rezamos, ‘venga tu reino’, el cual efectivamente vendrá ya sea que lo queramos o no, podemos avivar nuestro deseo por ese reino. Podemos pedir que venga que podemos personalmente, y que cuando venga, nosotros seamos dignos de reinar con Dios en su Reino. “Cuando rezamos, ‘danos hoy nuestro pan de cada día’, nos referimos a este preciso momento. “Pan” puede significar cualquier cosa que sea suficiente para que podamos vivir. Pero también puede referirse al sacramento de la Eucaristía, que es nuestro alimento espiritual aquí y ahora y que nos ayuda a obtener la felicidad eterna. 60 | La Palabra Entre Nosotros

“Cuando rezamos, ‘perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’, nos recordamos a nosotros mismos qué es lo que debemos pedir, así como lo que debemos hacer para ser dignos de recibirlo. “Cuando rezamos ‘no nos dejes caer en tentación’, nos animamos a nosotros mismos a buscar a Dios para pedir su ayuda para que no nos encontremos solos tratando de resistir con nuestras propias defensas inadecuadas. ¡Qué fácil es ceder a la tentación a través de la auto decepción y la autocompasión! “Finalmente, cuando rezamos ‘líbranos del mal’, podemos reflexionar en el hecho de que aún no hemos alcanzado esa condición bendita en la que estaremos libres de todo mal. Esta última petición en la oración que Jesús nos enseñó tiene, de hecho, un alcance tan amplio, que un cristiano que se encuentre en cualquier problema puede utilizarla para enfrentar cualquier dolor o lágrimas que le cause. Podemos incluso rezarla al principio, durante o al final de nuestras intenciones.” —Adaptación de la Carta a Proba de San Agustín. “Ven, Señor Jesús, y establece tu Reino hoy en mi corazón, te lo ruego.” ³³

Isaías 55, 10-11 Salmo 34 (33), 4-7. 16-19


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de febrero, miércoles Jonás 3, 1-10 Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. (Jonás 3, 5) Se estima que solamente el ocho por ciento de las personas que hacen resoluciones de Año Nuevo realmente las cumplen. Existen un sinnúmero de razones por las que esto sucede. Las personas suelen ponerse metas muy generales, como por ejemplo “perder peso”, o demasiado difíciles como “correr dieciséis kilómetros diarios”. Otra razón puede ser que las personas no se sienten conectadas con otras que comparten metas similares y al final pueden sentir que es una lucha solitaria que no parece valer la pena. En la primera lectura de hoy puedes observar la rapidez con la que la gente de Nínive reaccionó al mensaje de Jonás. Obviamente, estaban decididos a arrepentirse. Pero, ¿qué crees que los motivó? Pareciera que los ninivitas estaban en esto todos juntos, todos ayunaron e hicieron penitencia. Seguramente esto fue lo que los ayudó a mantenerse firmes en su resolución. Esto es algo que nosotros también deberíamos tomar en consideración. Recientemente hicimos las resoluciones de Cuaresma y las hacemos para poder abandonar los comportamientos pecaminosos y acercarnos más a

Dios. Pero es posible que ya estemos luchando por mantenernos firmes en algunas de ellas. Si ese es el caso, tal vez necesites cambiar un poco tu estrategia. Encuentra a alguien que quiera unirse a tus prácticas cuaresmales. Tal vez has decidido que quieres rezar el Rosario todos los días y podría ser que tu esposo o esposa quiera unirse a ti cada noche antes de acostarse. Podría ser que más bien decidiste ayunar del almuerzo una vez a la semana y podrías encontrar a un compañero de trabajo que esté dispuesto a ayunar también y en su lugar salir a caminar durante la hora de almuerzo. Esta es otra estrategia que podría ayudarte: pídele a un amigo que te anime y te pida cuentas. Tal vez esa persona pueda llamarte por teléfono y darte algunas palabras de aliento cada semana para ver cómo te está yendo. Tú podrías hacer lo mismo por tus amigos. Recuerda que no estás solo; tú eres parte del cuerpo de Cristo y hay mucho más incentivo para mantener el curso cuando tienes a otras personas corriendo la carrera junto a ti. “Señor, te ruego que me des la humildad de acercarme a mis hermanos para pedir su ayuda.” ³³

Salmo 51 (50), 3-4. 12-13. 18-19 Lucas 11, 29-32

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de febrero, jueves Salmo 138 (137),1-3. 7-8 Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. (Salmo 138(137), 3) ¿Qué sucede cuando invocamos a Dios? Bueno, sabemos que Dios escucha con atención nuestra súplica. “Te doy gracias…por haber escuchado las palabras de mi boca” proclama el salmista (138 (137), 1), según la Biblia de Jerusalén; ver también el Salmo 116 (115), 1). A veces Dios responde con un milagro sorprendente: Un amigo que padece de un cáncer terminal se recupera, un hijo rebelde se encuentra con Cristo de una forma que transforma su vida mientras está en prisión o una cesta de comida aparece en la puerta cuando la despensa está vacía. Pero en otros momentos, Dios responde capacitándonos para ser agentes del cambio por el que estamos rezando. Esto fue lo que sucedió con la reina Ester. El rey Asuero había autorizado la ejecución de todos los judíos que se encontraban en el país. Ester sabía que ella se encontraba en una posición privilegiada para suplicar por su pueblo, pero también sabía que sus oportunidades eran escasas. El rey podía matarla simplemente por acercarse a él espontáneamente. Ester sentía una angustia mortal, sin embargo, ella creyó en Dios. Así que 62 | La Palabra Entre Nosotros

rezó con valentía para dar este paso. Después de días de ayuno y oración, Ester sintió que la gracia de Dios la estaba ayudando a dominar su miedo. Es más, Dios hizo su parte y ablandó el corazón del rey. Al final, la intervención de Ester ganó el indulto para su pueblo. ¿Le estás rogando a Dios que te ayude a solucionar algún problema? Piensa que tal vez él te está pidiendo a ti que des el paso para hacer que las cosas mejoren. Supongamos que el ambiente en tu oficina está impregnado de chismes. ¿Hay algo que tú puedas hacer, como cambiar el tema de conversación o hacer un comentario positivo? Pídele al Señor que te llene de fortaleza como hizo con Ester. ¿Quién sabe? Podrías encontrar un nuevo entusiasmo o desear involucrarte. Podría ser que incluso se te ocurra un plan y sientas la valentía para realizarlo. A Dios le agrada que lo invoques y le presentes tus preocupaciones, pero se deleita aún más cuando le preguntas cómo puedes ser tú mismo parte de la solución. Así que, ¡no tengas miedo de preguntar! El Señor promete escucharte y te llena de fuerzas para que hagas lo que es necesario hacer. “Señor, te suplico que me des siempre la fuerza de tu Espíritu.” ³³

Ester 4, 1. 3-5. 12-14 Mateo 7, 7-12


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de febrero, viernes Mateo 5, 20-26 Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal. (Mateo 5, 22) A primera vista, estas palabras parecen muy severas. ¡Con seguridad Jesús no pondría mi enojo al mismo nivel que un asesinato! ¿Acaso él no entendería si pospongo mi reconciliación con mi hermano por un tiempo más? Para encontrar la respuesta, debemos ver dentro de nuestro corazón. El enojo es una emoción humana normal, pero como sucede con las demás emociones, nunca debemos dejar que nos controle. Una mirada rápida a las consecuencias de un enojo descontrolado nos muestra lo destructivo que puede ser: abuso doméstico, divorcio, furia al volante y sí, asesinato. Incluso el enojo oculto puede ser mortal. Disimulado detrás de la fachada de una sonrisa y de una conducta agradable, puede generar patrones de orgullo, celos, juicio y chisme. El enojo que hemos ignorado puede ser como un veneno que dirigimos hacia alguien más pero que en realidad nos lo estamos tragando nosotros mismos. Este veneno de amargura y hostilidad puede lanzar una sombra sobre nosotros. Puede contaminar nuestras relaciones y convertirse en los lentes oscuros a través de los cuales vemos el mundo. Podemos tratar

de guardar estos sentimientos dentro de nosotros, podemos desestimarlos como si no representaran una amenaza para nadie. Pero tarde o temprano, tendremos que enfrentarlos, incluso si la persona contra la que guardamos estos sentimientos se ha ido de nuestra vida. Jesús habla muy claramente sobre la necesidad que tenemos de reconciliarnos unos con otros. El Señor es el Dios de paz, y él nos ha dado “el encargo de anunciar la reconciliación” (2 Corintios 5, 18). Al permitirle al Espíritu Santo que nos ayude a resolver nuestros conflictos internos, descubriremos que es más sencillo vivir en armonía con los demás, incluso con aquellos que nos han herido en el pasado. Te animo a que hagas tu mayor esfuerzo por perdonar. Si alguna ofensa te resulta demasiado difícil pasarla por alto, intenta dar pequeños pasos hacia la meta. Dedica un momento del día para presentarte delante del Señor y permite que él sane. ¡Jesús realmente puede darte plenitud y permitir para que todos nos reconciliemos! “¡Ven, Espíritu Santo y quema todo el resentimiento en el fuego de tu amor!” ³³

Ezequiel 18, 21-28 Salmo 130 (129), 1-8

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de febrero, sábado Mateo 5, 43-48 ¿Cómo definirías la perfección y dónde crees que puedes encontrarla? Tal vez en una colorida puesta de sol, en una playa de aguas cristalinas o en un campo de flores. Desde luego, la belleza de la naturaleza contiene cierto tipo de perfección. Pero, ¿qué sucede con la perfección humana? Tal vez se encuentra en un jugador de futbol que hace una jugada impresionante, o en un cantante cuya ejecución conmueve a la audiencia hasta las lágrimas. O podría ser un chef que crea un maravilloso pastel de bodas. Aunque todas estas personas tienen defectos, también tienen sus momentos de perfección. Sin embargo, en el Evangelio de hoy, Jesús habla de una clase de perfección distinta, aquella que implica amar a tus enemigos y rezar por quienes te persiguen (Mateo 5, 44). De muchas maneras, esta clase de perfección es más difícil que hacer una jugada perfecta o cocinar el pastel perfecto. Pero al mismo tiempo, Jesús promete que todos, no solo los expertos, pueden aprender a amar a un enemigo. Requiere práctica, humildad y lo que es más importante, implica tener una relación activa con Cristo y la voluntad de confiar en su gracia para ayudarnos. 64 | La Palabra Entre Nosotros

Ahora, en este pasaje, la palabra “enemigos” puede tener múltiples interpretaciones. Podría referirse a un niño que tiene un mal comportamiento, un vecino con quien tienes un conflicto o un hermano que asegura que está demasiado ocupado para ayudar con un padre anciano. La próxima vez que te sientas frustrado con alguno de tus “enemigos”, procura detenerte antes de reaccionar con enojo o resentimiento. En lugar de enfurecerte, recurre a la oración y pídele al Señor que te ayude a ver la situación desde la perspectiva de la otra persona y te conceda más paciencia y compasión. Luego procura no ceder al enojo. Jesús sabe que no somos perfectos, pero de cualquier manera nos exige para que continuemos buscando la perfección a la que él nos llama. Lo que a él le importa es que lo intentemos, con un corazón confiado, abiertos a recibir su gracia. Nuestros propios momentos de perfección llegarán, con su ayuda, y si continuamos apoyándonos en él, vendrán con más frecuencia. “Amado Jesús, te ruego que mi respuesta a mis enemigos siempre sea la oración.” ³³

Deuteronomio 26, 16-19 Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 7-8


MEDITACIONES FEBRERO 28—MARZO-6

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de febrero, Segundo Domingo de Cuaresma Génesis 22, 1-2. 9-13.

15-18 Abraham se sentía atrapado. Ya el Señor lo había bendecido abundantemente y no dudaba de que lo haría de nuevo si le obedecía. Pero que sacrificara a Isaac era lo más difícil que le había pedido. Sin embargo, Abraham respondió a Dios diciendo “aquí estoy” (Génesis 22, 1); comprometiéndose a sí mismo y ya no había vuelta atrás. Aquel viaje de tres días hacia el lugar del sacrificio debe haber sido agónico: En silencio y dando respuestas extrañas a las preguntas de Isaac. ¿Cuántas veces Abraham se volvió hacia atrás queriendo regresar a casa? Pero de alguna manera, confiaba en que todavía Dios haría algo bueno. Así que cuando llegó al lugar, le dijo a sus sirvientes: “… luego regresaremos” (Génesis 22, 5). Aún en esa hora oscura, él confiaba de alguna manera en que tanto él como Isaac regresarían. Observa que cuando el ángel interviene a último minuto, Abraham repite nuevamente la única cosa que le había

dicho a Dios hasta ese momento: “Aquí estoy” (Génesis 22, 11). Estas palabras deben haber sonado muy diferentes ahora, tres desgarradores días después, cuando estaba a punto de hacer lo impensable contra su hijo. Imagina el temor, el cansancio e incluso el enojo en su voz. Sin embargo, aún ese momento, cuando su fe era por lo menos frágil, él se mantuvo firme y confió. Todos atravesamos momentos en los que parece que Dios nos está pidiendo lo imposible: Que aceptemos una enfermedad terminal o una discapacidad permanente; que resolvamos un conflicto amargo y antiguo; que renunciemos a un sueño que atesoramos. La respuesta de Abraham, “aquí estoy”, puede parecer la cosa más difícil de decir. Pero este relato nos recuerda que Dios todavía nos ama y sigue ofreciéndonos su gracia. Así que si sientes que apenas te estás sosteniendo de tu fe, recuerda a Abraham. Recuerda que Dios todavía está contigo, y aun cuando lo impensable suceda, repite lo único que él fue capaz de decirle a Dios: “Aquí estoy” (Génesis 22, 1. 11). “Padre, aquí estoy, confío en que tú nunca me abandonarás.” ³³

Salmo 116 (115), 10. 15. 16-19 Romanos 8, 31-34 Marcos 9, 2-10

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de marzo, lunes Lucas 6, 36-38 Cuando llenas un recipiente con harina, llegará el punto en que se desbordará. Pero si llenas el recipiente poco a poco y lo agitas suavemente, la harina se asentará un poco y habrá espacio para más. Sin embargo eventualmente llegarás al punto en el que la harina se desbordará del envase y se esparcirá por el mostrador. Esa es una imagen excelente de cómo Dios nos da su misericordia y gracia con tanta generosidad: hasta desbordarse. En el Evangelio de hoy, Jesús dice que la medida que utilicemos con otros será utilizada a su vez con nosotros (Lucas 6, 38). En otras palabras, si damos generosamente a quienes nos rodean, ¡recibiremos de Dios generosidad desbordante! Leamos detenidamente estas palabras para entender cómo pueden aplicarse a nuestra vida. Dar. Jesús nos llama a darnos unos a otros generosamente, incluso a personas que podrían no agradarnos mucho. Cuando dejamos de juzgar y de condenar, otorgamos paciencia y compasión. Cuando perdonamos, estamos dando misericordia. Cuando damos prioridad a las necesidades de otras personas, nos vaciamos a nosotros mismos y abrimos espacio para que las bendiciones y la gracia de Dios nos llenen. Se les concederán dones. Obviamente, nuestra generosidad no obliga a Dios a 66 | La Palabra Entre Nosotros

recompensarnos. Dios quiere que nos llenemos de su amor y de su vida. Así que cuando tratamos de responder con misericordia y compasión, abrimos espacio para que él llene más profundamente nuestro corazón con su vida. Dios ve el esfuerzo que hacemos y nos ama. También refleja la forma en que nuestro perdón o paciencia puede impactar a la persona que lo está recibiendo. Podría simplemente motivarla a responder con amabilidad hacia nosotros, o a ser amables con otra persona en su vida. Desbordante. Lo que resulta maravilloso, es que recibimos mucho más de lo que damos. En Lucas 9, 12-17, Jesús toma algunos panes en sus manos y ¡reparte mucho más entre sus seguidores! Cuando se refiere a la misericordia y la compasión, nuestros esfuerzos más pequeños son recompensados con una medida desbordante, parecido a ese envase agitado o presionado hacia abajo para llenarse con más harina. Al perdonar y comprender a otra persona, permites que a cambio tu Padre celestial te llene con sus dones. No te sorprendas si te sientes inspirado a dar aún más. “Señor, deseo recibir tu generosidad desbordante.” ³³

Daniel 9, 4-10 Salmo 79 (78), 8-9. 11. 13


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E D I T A C I O N E S

de marzo, martes Isaías 1, 10. 16-20 Vengan, pues, y discutamos, dice el Señor. (Isaías 1, 18) Dios no se anda con rodeos en este pasaje. Hablando a través del profeta Isaías, se lamenta de que su pueblo escogido ha cometido pecados que son “rojos como la sangre” (Isaías 1, 18). ¡Esa es una imagen bastante fuerte! Pero además de convocarlos, también les está ofreciendo la oportunidad de arrepentirse y cambiar. Suena como un padre severo pero amoroso cuando dice “vengan, pues, y discutamos, dice el Señor” (1, 18). La palabra hebrea para referirse al arrepentimiento, y que debe haber usado Isaías es teshuva, o metanoia en griego. Literalmente significa volverse hacia atrás o dar una vuelta e ir en la dirección opuesta. Esta palabra, junto con la profecía de Isaías de hoy, nos muestra que el arrepentimiento no implica únicamente reconocer la culpa y confesarla, sino que también significa “poner las cosas en claro”, según otras versiones, actuando de una manera en particular. ¿Cuáles áreas de tu vida podría querer el Señor que le entregues y cambies? Al rezar, el Espíritu Santo puede mostrarte algunas áreas que tú podrías estar tentado a ignorar o excusar. O podría mostrarte algo más

grande que afecta a otras personas y requiere de un cambio significativo. Lo que sea que el Señor traiga a tu mente, confiésalo. Sé abierto y directo en lo que le dices al sacerdote. Recibe el perdón de Dios y luego intenta “poner las cosas en claro”, incluso si eso significa dar solo el primer paso. Podría ser intentar reparar un relación haciendo una llamada telefónica difícil o admitiendo frente a tu esposo o esposa un área de lucha para que él o ella pueda apoyarte mientras te esfuerzas por cambiar. Nunca es demasiado tarde para arrepentirse y pedirle a Dios que te ayude a volverte a él. ¿No es esa la razón por la que Dios envió a su Hijo, Jesús? No importa lo que hayas hecho, el Señor puede hacerte quedar “blanco como la nieve” (Isaías 1, 18). Y con la gracia que viene de este sacramento, encontrarás la fortaleza para dar un giro a tu vida. No dejes la misericordia de Dios sobre la mesa. Sé valiente y preséntate con honestidad para que él pueda limpiarte. Luego, con su ayuda, puedes dejar las cosas claras. “Señor Jesús, te pido que me muestres aquello que debo cambiar.” ³³

Salmo 50 (49), 8-9. 16-17. 21. 23 Mateo 23, 1-12

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de marzo, miércoles Mateo 20, 17-28 El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir. (Mateo 20, 20) Trata de pensar en un cuento de hadas, una novela o una película en la que puedes ver al rey abriendo las puertas del palacio para invitar al pueblo a entrar para que él pueda atenderlos. O, ¿cuál monarca sale al pueblo a cocinar la cena y comer con sus súbditos? Probablemente no puedas pensar en muchos ejemplos. Generalmente la realeza es la que es aclamada y la gente común es la que debe hacer la reverencia y servir al rey. Pero eso no es lo que sucede con el Reino de los cielos que Jesús vino a traer. Jesucristo puede ser el Rey de reyes y el Señor de señores, pero él “no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mateo 20, 20). Repetidamente, en los Evangelios, vemos a Jesús atendiendo a los pobres, comiendo con los pecadores y los cobradores de impuestos y sanando a los enfermos. Incluso en la noche de su traición, ¡lo vemos lavando los pies del traidor! Pero el punto culminante del servicio de Jesús fue cuando entregó su vida en la cruz para que nosotros pudiéramos reconciliarnos con el Padre. Y lo hizo por amor a cada uno de nosotros. El ejemplo del Señor Jesús nos muestra que en su corazón, el servicio

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es una forma en que expresamos amor por el prójimo. Cuando servimos en lugar de exigir que nos sirvan, le permitimos al Señor formar nuestro corazón para que podamos parecernos más a él. También continuamos su obra de traer el Reino de los cielos a la tierra, porque es a través del servicio amoroso que reflejamos el amor que Dios tiene por las personas que están a nuestro alrededor y damos testimonio del Evangelio. Posiblemente tú ya sirves de muchas formas. Pero pregúntate “¿de qué manera el servicio expresa mi amor por las personas que están en mi vida? ¿Qué revelan mi comportamiento hacia los demás y mi tono de voz al hablar, sobre la forma en que veo el llamado de Jesús a servir? ¿Hay alguna forma en que yo pueda mostrar más compasión por mis hermanos o ser más coherente en mi forma de actuar?” ¡Siempre hay espacio para mejorar! ¿Quieres parecerte más a Cristo? Entonces permítele al Señor que te transforme en un siervo según su corazón, siempre dispuesto a servir como él lo hizo. “Señor Jesús, por favor muéstrame cómo puedo amar a tu pueblo hoy a través del servicio.” ³³

Jeremías 18, 18-20 Salmo 31 (30), 5-6. 14-16


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de marzo, jueves Lucas 16, 19-31 Y un mendigo llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa. (Lucas 16, 20) Un día después de Misa, Margarita se quedó un rato rezando. Al salir, se encontró a una mujer joven que limpiaba la iglesia. En circunstancias normales ella habría sonreído mientras se alejaba a prisa. Pero esta vez, algo la impulsó a detenerse y saludar. Ella ya había visto antes a esta mujer, pero no sabía su nombre. En aquella conversación, Margarita supo que Olga debió huir de su casa en Europa del Este a los trece años, pues su padre ebrio la había amenazado. Lejos de su casa, se vio expuesta a los peligros de la calle y antes de los diecisiete años había dado a luz a tres hijos. Vivía y trabajaba sin recibir salario como sirvienta en la casa de sus suegros, donde sufrió mucho abuso. Un día, su pareja y la matriarca de la familia la obligaron a irse y no volver nunca, y dejar a sus hijos con ellos. Milagrosamente, Olga encontró asilo legal en otro país. Años más tarde se casó con un hombre piadoso y empezó a trabajar para un servicio de limpieza. Cada mes, enviaba dinero a sus hijos y a su anciana madre, que era viuda y vivía en su país natal. “Dios ha sido bueno conmigo”, dijo

Olga. “No sé por qué la gente hace estas cosas, pero yo sé que Dios quiere que los ame y los perdone.” Margarita estaba sorprendida. Olga había sido prácticamente invisible para ella por mucho tiempo, pero ahora era como si de repente sus ojos se abrieran a una persona real en su vida. Olga le recordaba al pobre Lázaro, que yacía desapercibido en la puerta del hombre rico. La historia de Olga también le permitió a Margarita darse cuenta de lo ocupada que estaba con sus propias preocupaciones que eran comparativamente más pequeñas y que necesitaba dedicar tiempo a otras personas. Las dos mujeres acordaron encontrarse para tomar un café, y su amistad creció. Con el tiempo, Olga llegó a cenar tan a menudo que se convirtió casi en un miembro de la familia. Al igual que la parábola del Evangelio de hoy, Olga nos muestra que las personas que no son importantes según los estándares humanos son valiosas para Dios. Él nunca se olvida de los invisibles o abandonados, y nos llama a nosotros a hacer lo mismo. “Señor Jesús, ayúdame, te lo ruego, a verte y amarte en los pobres.” ³³

Jeremías 17, 5-10 Salmo 1, 1-4. 6

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de marzo, viernes Génesis 37, 3-4. 12-13. 17-28 Jacob amaba a José más que a todos sus demás hijos. (Génesis 37, 3) Desde los inicios, la Iglesia ha reconocido la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los apóstoles procuraron entender cómo las antiguas Escrituras hebreas señalaban a Jesús como el Mesías. Los Padres de la Iglesia reconocieron que el misterio de Cristo que está oculto en el Antiguo Testamento toma vida plenamente en el Nuevo. Los santos y estudiosos han encontrado muchos elementos del Antiguo Testamento —personas, eventos, lugares u otros detalles— que anticipan las realidades plenamente reveladas en el Nuevo Testamento. Los llaman “tipos” o prefiguraciones de Cristo. El relato de José que se encuentra en el Antiguo Testamento nos ofrece uno de los tipos más conmovedores de Jesús. José, el hijo favorito de Jacob, era despreciado por sus hermanos, quienes decidieron venderlo como esclavo en Egipto. Pero eventualmente, José se convirtió en el instrumento que Dios utilizó para salvar a su familia de la hambruna: “Ustedes pensaron hacerme mal”, le dijo José a sus hermanos tiempo después, “pero Dios cambió ese mal en bien” (Génesis 50, 20). No es difícil entender la razón por la cual muchos Padres de la Iglesia leen 70 | La Palabra Entre Nosotros

el relato de José como una prefiguración de la vida de Jesús y del plan de salvación: Ambos eran los hijos predilectos de un padre amoroso, ambos experimentaron el rechazo de alguien de su propio pueblo. Los dos fueron vendidos por unas monedas de plata, y falsamente acusados y encarcelados. Ambos fueron exaltados; José como la mano derecha del Faraón y Jesús al trono de Dios. Finalmente, llevaron salvación al pueblo de Israel así como a los gentiles que los rodeaban. Aprender cómo las personas, profecías y eventos del Antiguo Testamento encuentran su plenitud en Jesús puede ayudarnos a entender más claramente lo maravilloso que es el plan de Dios. También puede ayudarnos a comprender más profunda y personalmente la salvación que él ha ganado para nosotros y el amor que lo motivó a salvarnos. Conforme continúas rezando con las Escrituras en esta Cuaresma, busca las “huellas” de Jesús en las lecturas del Antiguo Testamento. Y al encontrarlas, descubrirás cuánto amor tiene Dios por su pueblo, incluyéndote a ti. Verás que Dios ha planeado cosas grandes y gloriosas para ti. ¡Tu vida está segura en él! “¡Te alabo, Jesús, porque eres el Señor de la historia!” ³³

Salmo 105 (104), 16-21 Mateo 21, 33-43. 45-46


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de marzo, sábado Lucas 15, 1-3. 11-32 Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. (Lucas 15, 20) Esta parábola ha tenido diferentes títulos a través de los años: Es comúnmente conocida como “El hijo pródigo”, pero también se le ha llamado “la parábola del hijo perdido”, “la parábola de los dos hijos” e incluso “la parábola del padre amoroso”. Pero tal vez quienes aquel día escuchaban a Jesús la habrían llamado “la parábola del padre insensato” pues la forma en que el padre trató a su hijo rebelde estaba en contra de toda lógica o tradición del judaísmo del primer siglo. Primero, al pedir su parte de la herencia mientras su padre aún vivía, el hijo menor estaba sugiriendo que deseaba que su padre estuviera muerto. El padre debió haberse puesto furioso por esta petición, pero en su lugar, dividió la herencia. Segundo, cuando el padre le dio la porción de la herencia —ganado, cultivos y otros bienes que formaran parte de ella— el hijo vendió todo, tomó el dinero y huyó con él. Esto no solo fue un insulto sino también un golpe financiero contra su padre. Incluso si el Padre dividía la hacienda antes de su muerte, ninguno de sus hijos habría podido vender nada hasta que él muriera.

El hecho de que el padre corriera a recibir a su hijo también debe haber impactado a la audiencia de Jesús. Se consideraba indigno de un hombre maduro perseguir a su hijo de esa forma. En una sociedad patriarcal como lo era la judía, los hijos se acercaban a su padre, ¡no al revés! Así que era un escándalo que el padre se humillara ante su hijo mal agradecido. Finalmente, cuando el padre mató el becerro cebado e hizo una gran fiesta, indirectamente estaba usando la herencia del hijo mayor. No quedaba nada más para usar. ¡No es de extrañar que el hijo mayor se enfureciera! Jesús usó el comportamiento disparatado del padre para hacer énfasis en la profunda misericordia de Dios. La forma en que nuestro Padre celestial nos perdona una y otra vez es prácticamente ilógica, colmándonos escandalosamente de tesoros inmerecidos. Pero ese es nuestro Dios, ¡y su amor por nosotros es real! Imagina que Dios corre hacia ti, con su rostro lleno de amor y ternura, ¿no sientes que tú también quieres correr hacia él? “¡Gracias, Señor, por tu infinita misericordia!” ³³

Miqueas 7, 14-15. 18-20 Salmo 103 (102), 1-4. 9-12

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MEDITACIONES MARZO 7-13

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de marzo, Tercer Domingo de Cuaresma Éxodo 20, 1-17 A pesar del hecho de que la esclavitud aún existe, debería ser obvio que nadie tiene el derecho de ser el dueño de otra persona. Después de todo, esta fue la razón del éxodo de los israelitas de Egipto: Dios los rescató de la esclavitud. Sin embargo, lo que no resulta tan evidente, es la forma en que podemos caer en cierto tipo de esclavitud del pecado. Es una esclavitud que sucede cuando estamos atrapados en un hábito pecaminoso del cual no podemos escapar. La buena noticia es que así como el Señor rescató a los israelitas de la esclavitud física, Dios quiere rescatarnos a nosotros de la esclavitud espiritual. La idea de ser esclavo de otra persona nos resulta naturalmente aberrante. Nadie está dispuesto a ser propiedad de otra persona. Esta misma actitud debemos tener frente a la esclavitud al pecado. Nadie desea estar bajo su poder, nadie quiere sentir que no tiene control sobre algún área de su vida. Como lo dijo San Pablo, fuimos creados para ser 72 | La Palabra Entre Nosotros

libres, y Jesús vino precisamente para ese propósito: liberarnos (Gálatas 5, 1). Entonces, ¿quieres experimentar libertad de alguna costumbre pecaminosa que tiene algo de control sobre tu vida? Si es así, a continuación encontrarás dos sugerencias. Primero, confiesa tus pecados cada día en tu oración personal. Dile a Jesús lo difícil que te resulta vencer este pecado. Cree en la promesa de la Escritura: “Si confesamos nuestros pecados” Dios “nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1, 9). Segundo, reza pidiéndole al Señor la fuerza para resistir. Confía en que Dios ve tu esfuerzo y lo bendice con su propio poder para ayudarte a decir “no” cuando la tentación surja delante de ti. Puede ser que nunca dejemos de pecar, pero el proceso de santificación, que viene conforme rezamos, confesamos nuestros pecados y buscamos la fuerza de Dios, puede ayudarnos a reducir los pecados que cometemos. El pecado pierde poder sobre nosotros y nos hace más fuertes en nuestro esfuerzo por resistir. “Señor Jesús, no deseo ser un esclavo, te suplico que me ayudes a ser libre.” ³³

Salmo 19 (18), 8-11 1 Corintios 1, 22-25 Juan 2, 13-25


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de marzo, lunes 2 Reyes 5, 1-15 Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel. (2 Reyes 5, 8) La vida cotidiana ofrece muchas formas de practicar la confianza. Puedes confiar en que una taza de café (o dos) te asegurará comenzar bien la mañana, en que el tanque de gasolina soportará hasta que llegues a la siguiente estación de servicio o que el cielo estará despejado tal como dice el pronóstico del tiempo. Nuestra vida está llena de confianza diaria que puede enseñarnos a creer en el Señor. En la primera lectura de hoy, la confianza de una persona provocó acciones que influenciaron a otras personas hasta que Naamán se sanó de la lepra. Esto fue lo que sucedió: La muchacha israelita que había sido tomada cautiva y puesta al servicio de la esposa de Naamán, se acercó a su señora con confianza y le dijo que Dios podía sanar a Naamán a través del profeta Eliseo. La confianza de la mujer la llevó a decirle a su esposo, quien solicitó permiso al rey para viajar a Israel. El rey de Siria confió, por lo que envió una carta y grandes riquezas al rey de Israel, con la esperanza de que Naamán sanara. A pesar de su temor, el rey de Israel confió en que Eliseo tenía el poder de Dios para sanar a Naamán. Finalmente, cuando Naamán se resistió a seguir

las instrucciones de Eliseo de bañarse en el río Jordán, sus sirvientes lo exhortaron a confiar y simplemente hacer lo que Eliseo le dijo. El fruto de toda la confianza fue que Naamán se sanó, junto con la convicción de que el Dios de Israel es el único y verdadero Dios. Sin duda, la trayectoria de su vida, así como la de todos los que lo rodeaban, cambió para siempre. En este día tú puedes experimentar una cadena de confianza. Tu vida y tu fe tienen un impacto en las personas que te rodean. Cuando confías en Dios, esto tiene un efecto multiplicador más allá de tu vida. Tu decisión de confiarle a Dios una decisión difícil de tu matrimonio puede provocar que tu esposo o esposa confíe también en el Señor. La confianza en la providencia de Dios que te motiva a dar a los necesitados puede llevar a que tu vecino también sea generoso. ¿Cómo confiarás hoy en Dios? ¿Cómo traducirás esa confianza en acción? Tú nunca sabes cómo la usará Dios, solamente observa a la muchacha israelita, y a Naamán. “Señor, te pido que me ayudes a convertir mi confianza en acción.” ³³

Salmo 42 (41), 2-3; 43, 3-4 Lucas 4, 24-30

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de marzo, martes Mateo 18, 21-35 ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? (Mateo 18, 33) ¿Has observado alguna vez a una ardilla intentando entrar en un comedero para pájaros “a prueba de ardillas”? Ella intentará tenazmente alcanzar las semillas para las aves, aun si cerca hay otras opciones de alimento más fáciles de conseguir. Esta persistencia ilógica resulta cómica, pero también es un fastidio para alguien que tiene que reemplazar el comedero quebrado. El pecado también puede provocar que los seres humanos hagan cosas ilógicas. Y ninguna ilustración es tan clara como la parábola que narró Jesús en el Evangelio de hoy. Aquí vemos al sirviente despiadado comportarse de una forma sumamente egoísta e irracional. Primero suplica misericordia y su inmensa deuda es perdonada, solo para salir y exigir a otra persona que le pague una pequeña deuda. Trató a su deudor con severidad y no mostró de ninguna manera la misericordia que él acababa de recibir. ¿No era más sencillo perdonar a este amigo en vez de poner todo su esfuerzo en lograr que lo enviaran a prisión y lo castigaran? ¿Te ha sucedido que tú también actúas de una forma ilógica? Tal vez en algún momento debiste otorgar

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misericordia pero en su lugar terminaste inventando un plan para vengarte. O tal vez planeaste o contemplaste hacer algo que sabías que estaba mal, a pesar de las advertencias de tu consciencia. ¿Realmente obtuviste alguna satisfacción de estos planes? ¡Es increíble lo irracionales que nos pueden volver la tentación y el pecado! Dios debe observarnos con la misma mezcla de humor y tristeza que sentimos cuando vemos a la ardilla romper otro comedero para aves. El Señor quiere ayudarnos a vencer el pecado, sin embargo lo que hemos hecho es tan evidentemente intencional que la culpa se adhiere a nuestra consciencia más que aquella del pecado “accidental”. Al final, no importa, la misericordia de Dios siempre es desinteresada. El Señor siempre alcanza lo ilógico de nuestros pecados con la lógica de su amor. La Escritura nos recuerda que sus bondades “cada mañana se renuevan” (Lamentaciones 3, 23). Constantemente Dios nos está perdonando y ofreciéndonos su misericordia. Así que pídele su ayuda, confía en su amor y recuerda que, ¡tu corazón puede ser transformado! “Señor Jesús, llena mi corazón de misericordia, te lo ruego.” ³³

Daniel 3, 25. 34-43 Salmo 25 (24), 4-9


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de marzo, miércoles Mateo 5, 17-19 ¿De qué manera cumple Jesús la ley del Antiguo Testamento? La primera lectura de hoy nos ofrece una pista. Moisés recuerda a los israelitas que aunque Dios los bendice con su sabiduría e inteligencia a través de la ley, lo que realmente los une a él es la cercanía de Dios con ellos. “¿Cuál otra nación hay tan grande que tenga dioses cercanos como lo está nuestro Dios?” (Deuteronomio 4, 7). Dios quiere que su pueblo conozca sus pensamientos; pero sobre todo, quiere que conozcan su corazón. A través de Jesús, Dios se acercó mucho más a nosotros. Al mostrarnos de cerca lo que es un Dios amoroso y lo que significa amar al prójimo, Jesús revela el corazón de la ley y la cumple perfectamente. A continuación encontrarás algunos ejemplos: • Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Para cumplir este mandamiento, Jesús no evitó trabajar, sino que lo hizo rezando y acercándose a los necesitados con la compasión sanadora de Dios. Incluso invitó a los jefes de la sinagoga a reflexionar en el verdadero significado del mandamiento. “¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?” (Lucas 6, 9) • No digas mentiras en perjuicio de tu prójimo. Jesús no solo no

mintió jamás sino que fue más allá, detectando y elogiando la semilla de bondad que ve en otros. Por ejemplo, la primera vez que vio a Natanael declaró: “Aquí viene un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1, 47). ¡No es difícil imaginar la razón por la que Natanael se hizo su discípulo! • No mates. Especialmente durante su pasión, vemos a Jesús cumplir este mandamiento. No solo no atacó de vuelta a aquellos que lo estaban crucificando, sino que los perdonó (Lucas 23, 34). No se defendió de las amenazas y las acusaciones sino que guardó silencio. El Señor entregó su vida por amor incluso por aquellos que lo condenaron. Jesús nos enseña que el corazón de la ley es amar a Dios y al prójimo, nos muestra que la verdadera sabiduría y obediencia va más allá de un asunto de “no harás”. El Señor se acerca a cada uno de nosotros y nos muestra lo que se debe hacer. “Amado Jesús, te ruego que me muestres cómo amar a Dios y al prójimo.” ³³

Deuteronomio 4, 1. 5-9 Salmo 147, 12-13. 15-16. 19-20

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de marzo, jueves Jeremías 7, 23-38 En vez de darme la cara, me dieron la espalda. (Jeremías 7, 24) La vida cristiana se asemeja a un viaje, pues como en cualquier viaje, la meta es llegar a otro lugar. En nuestro caso, esa meta es el cielo. Y como cualquier persona que está de viaje sabe, la mejor forma de llegar al destino al que se dirige es seguir avanzando. Eso es lo que hace que la primera lectura de hoy sea tan conmovedora. A través del profeta Jeremías, Dios se lamenta de que su pueblo no avanza sino que camina hacia atrás. Le han dado la espalda al Señor y han comenzado a alejarse de él y a regresar a la oscuridad del pecado. Medita por unos minutos en esta imagen. ¿Qué es el pecado si no es ir hacia atrás, y regresar a los impulsos y deseos que nos alejan de Dios y del prójimo? Y, ¿cuál es el resultado de caminar hacia atrás? Nos alejamos de nuestro destino y perdemos de vista la vida celestial que es nuestra herencia en Cristo. Al mismo tiempo, ¿qué es la vida de fe si no es avanzar constantemente hacia adelante con nuestros ojos fijos en la meta? ¿Qué es si no tener la audacia de creer que Dios nos ayudará, nos fortalecerá y nos llenará mucho más de lo que el pecado puede descarrilarnos? 76 | La Palabra Entre Nosotros

Hoy, cuando te enfrentes a la tentación, mantén esta imagen en tu mente. Recuerda que la decisión siempre es tuya, ya sea para dar un paso hacia atrás, alejándote de tu objetivo, o de caminar hacia adelante, lejos de los agitados impulsos y deseos y hacia los brazos de tu Padre celestial. Comprométete a continuar con tu viaje de confianza y amor, manteniendo tus ojos fijos en Jesús y en su trono celestial. Recuerda también que el viaje hacia adelante no lo haces tú solo, sino que estás rodeado de santos y ángeles; tienes el testimonio, la oración y el apoyo de tus hermanos y hermanas en Cristo alrededor del mundo. Y lo mejor de todo, Jesús mismo prometió que él estará siempre contigo “hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Al acercarte al final de la semana, toma unos minutos para examinar tu viaje. Pregúntate si existen obstáculos que puedes remover. ¿Hay algo que puedas hacer para avanzar más fluida y rápidamente? “Amado Señor, por favor ayúdame a caminar siempre a tu lado y alcanzar la meta del cielo.” ³³

Salmo 95 (94), 1-2. 6-9 Lucas 11, 14-23


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de marzo, viernes Marcos 12, 28-34 Amarlo con todo el corazón… y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. (Marcos 12, 33) Cuando escuchas a Jesús pronunciar estas palabras, podrías preguntarte “¿no es que el objetivo de la Cuaresma es hacer sacrificios, dedicar más tiempo a la oración, ayunar o dar limosna? ¿No tienen estas prácticas ningún valor delante de los ojos de Dios?” Desde luego que lo tienen, a Jesús le agrada todo lo que estamos haciendo durante este tiempo de Cuaresma. Pero él quiere que lo hagamos no solo por obligación sino también con el deseo de amarlo a él y a las personas que él creó a su imagen. Hacemos estas cosas porque Dios nos amó primero. Es más, al sacrificar nuestro tiempo, talentos y tesoros, estamos reconociendo que todo lo que tenemos nos ha sido dado por Dios en primer lugar. Al ofrecérselo de vuelta a él, simplemente estamos respondiendo al amor y la generosidad abundantes que nos ha mostrado. No solo nuestros sacrificios y ofrendas expresan amor a Dios y a su pueblo; también edifican ese amor y lo hacen crecer. Por ejemplo, si sacrificas algunas horas de sueño para poder asistir a Misa temprano en la mañana, recibirás más de la gracia y la paz de Jesús.

Si dedicas tu sábado a servir alimentos a los indigentes, crecerás en misericordia y compasión por los necesitados. Contribuir al programa de becas para estudiantes de escuelas privadas de la ciudad puede conectarte con alguien que de otra manera no habrías conocido o por la cual no hubieras rezado. El ayuno te ofrece más tiempo y espacio para pensar en Dios y en el sacrificio que él hizo para salvarnos. ¿Ves el modelo que hay aquí? Al sacrificarnos por amor a Dios y al prójimo, crecemos más en amor a Dios y al prójimo. Nuestros sacrificios producen el fruto del amor y la misericordia, tal vez en formas en que ni siquiera percibimos. La Cuaresma no significa solamente hacer sacrificios sino también crecer en amor por Dios y el prójimo a través de los sacrificios. Que tus prácticas cuaresmales preparen tu corazón para regocijarte con la resurrección de Cristo en el día de Pascua, y que el deseo de ofrecer nuestra vida por Dios y el prójimo continúe creciendo durante el año. “Señor Jesucristo, que cada sacrificio que yo haga aumente mi amor por ti y por tu pueblo.” ³³

Oseas 14, 2-10 Salmo 81 (80), 6-11. 14. 17

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de marzo, sábado Lucas 18, 9-14 … algunos que se tenían por justos… (Lucas 18, 9) Santa Teresa de Ávila enseñó que la virtud de la humildad se entiende mejor al verte a ti mismo como realmente eres, ni más ni menos. Si tienes una opinión exagerada de ti mismo y ves a los demás por encima del hombro, la humildad te recuerda que todos necesitamos la misericordia de Dios. Si te consideras indigno de amor, la humildad corrige esa falsa impresión a la luz del profundo amor que Dios tiene por ti y el hecho de que fuiste creado a su imagen y semejanza. En el Evangelio de hoy, la parábola de Jesús habla precisamente de esto. El fariseo realmente lleva una vida ejemplar: ¡Es bueno que no sea avaro, deshonesto ni adúltero! Y sin embargo Jesús nos dice que este hombre no regresó a su casa justificado. Su oración no lo hizo más humilde ni abierto a Dios, o a su prójimo, el propio cobrador de impuestos al que él despreció. De hecho, no fue más que un recital de sus propias buenas acciones. ¡Es casi como si creyera que Dios debía darle las gracias a él! No estaba viendo las cosas como realmente eran. Por el contrario, el cobrador de impuestos tenía una imagen honesta de sí mismo, “un pecador”, y con su oración verdaderamente se estaba 78 | La Palabra Entre Nosotros

volviendo a Dios: “Apiádate de mí” (Lucas 18, 13). La Cuaresma es un tiempo para profundizar en la humildad y crecer en esa clase de humildad que ve las cosas como realmente son: Somos pecadores que necesitamos del amor de Dios, pero también somos profundamente amados y valorados por él, al punto de que Jesús entregó su vida por nosotros. ¿Cómo se puede crecer en humildad? Pues sucede cada vez que experimentamos la misericordia de Dios. Al igual que el cobrador de impuestos, cuando nos vemos como pecadores que hemos recibido misericordia, nuestra humildad aumenta. La misericordia nos llena de alegría, incluso cuando nos hace humildes. Santa Teresa también enseñaba que la forma para ejercitar la humildad no es apretar los dientes e intentar hacer el mejor esfuerzo, sino olvidarse de uno mismo y volver la atención a Dios amándolo a través del prójimo. Tus acciones de caridad fluirán como gratitud por el don del amor y la misericordia de Dios. “Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador.” ³³

Oseas 6, 1-6 Salmo 51 (50), 3-4. 18-21


MEDITACIONES MARZO 14-20

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de marzo, Cuarto Domingo de Cuaresma Efesios 2, 4-10 San Pablo es enfático: hemos sido salvados por gracia, no por nuestro propio esfuerzo. Si hubiéramos podido salvarnos por nosotros mismos, Jesús no habría tenido que morir por nuestros pecados. Entonces, ¿cómo se supone que debemos entender la relación entre la gracia de Dios y nuestro esfuerzo? En primer lugar, es fundamental que creamos, como dice Pablo, que fuimos “salvados por la gracia, mediante la fe” (Efesios 2, 8). Segundo, necesitamos recordar lo que dice también, solo dos versículos después, que somos llamados a hacer “el bien que Dios ha dispuesto que hagamos” (Efesios 2, 10). Pablo no se está refiriendo a actos individuales de bondad o de servicio por aquí y por allá. Está hablando de un modo de vida, nos dice que nosotros, que fuimos salvados por gracia, debemos responder al don misericordioso de Dios. Y la mejor y única respuesta que podemos dar a este don precioso de

Dios es procurar ser tan misericordiosos como él es por medio de las obras de caridad y servicio para las personas que pasan necesidad. Pablo incluso dice que las obras de caridad fueron dispuestas por Dios con anterioridad (Efesios 2, 10). En otras palabras, podemos pensar que el deseo por ayudar a alguien necesitado surge en nuestra mente por sí mismo cuando en realidad viene del Espíritu Santo. Dios puso en el corazón de todas las personas el deseo de realizar obras de caridad, pero con mucha frecuencia las personas piensan que están demasiado ocupadas como para ayudar a otros. O creen que su ayuda no hará mucha diferencia. El triste resultado es que mucha gente no está obteniendo la ayuda que necesita. ¡No permitas que eso suceda! Decide hoy devolver al Señor lo que te ha dado a través de obras de servicio. La Cuaresma es el tiempo perfecto para visitar a los enfermos o los ancianos, para dar a los pobres, y para sanar a los heridos. También es el momento ideal para que tus hijos o nietos te acompañen. “Señor, tú me has salvado, ahora yo quiero servirte a ti.” ³³

2 Crónicas 36, 14-16. 19-23 Salmo 137 (136), 1-6 Juan 3, 14-21

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de marzo, lunes Isaías 65, 17-21 Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva. (Isaías 65, 17) Para la mayoría de nosotros, la palabra “nuevo” despierta cierto entusiasmo. Una nueva temporada, un nuevo trabajo, un nuevo atuendo: Todas estas cosas provocan sentimientos tales como expectativa y esperanza. En la primera lectura de hoy, del profeta Isaías, Dios le promete a los israelitas algo verdaderamente nuevo: ¡una nueva creación! Probablemente la profecía de Isaías generó los mismos sentimientos de expectativa y entusiasmo en los israelitas, que habían estado sufriendo derrotas y destrucción. La posibilidad de algo nuevo debe haberlos llenado de esperanza. Nos encontramos relativamente a la mitad del tiempo de Cuaresma. El objetivo de las prácticas cuaresmales es producir fruto en nuestra vida y darle la oportunidad a Dios para que haga algo nuevo en nosotros. Así que hoy, piensa en cuáles “cosas nuevas” están sucediendo en ti y a tu alrededor. En tu oración, experimentarás una relación nueva o más profunda con el Señor. Podrías descubrir que te sientes más cerca de él. O quizá vengan a tu mente nuevos pensamientos, más bondadosos o compasivos o tengas una comprensión más profunda de la Escritura. Tal vez estás comenzando

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a escuchar algunas cosas nuevas que Dios te está diciendo personalmente. Si das limosa podrías sentir una confianza más profunda en el Señor. Podría ser que te vuelvas más generoso, sin temor a no tener suficiente para ti mismo, o experimentes menos preocupación y ansiedad sobre tus finanzas y tu futuro. A través del arrepentimiento y del Sacramento de la Reconciliación, podrás experimentar el perdón. Te sentirás más liviano al haber sido liberado de la carga de la culpa o la vergüenza. También podrías sentirte más capaz de perdonar a otros. Recuerda, Dios ya te ha hecho una nueva creación a través de su Hijo (2 Corintios 5, 17). Así que durante esta segunda mitad de la Cuaresma busca más de lo “nuevo” que el Señor está produciendo en ti. Cree que en medio de tus prácticas cuaresmales, su vida está creciendo en ti y nuevas cosas están brotando, incluso si no las ves de inmediato. Pon tu esperanza en Aquel que siempre está creando y recreando, haciendo todas las cosas nuevas en su propio tiempo, incluyéndote a ti. “Padre, ayúdame, te lo ruego, a ver la nueva vida que estás produciendo en mí.” ³³

Salmo 30 (29), 2. 4-6. 11-13 Juan 4, 43-54


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de marzo, martes Juan 5, 1-3. 5-16 ¿Quieres curarte? (Juan 5, 6) En la Biblia, vemos personas que sufren toda clase de dolencias y enfermedades en busca de Jesús para ser sanados. Pero, ¿dónde están las personas que le pedían que les perdonara sus pecados? Sí, nuestros problemas físicos pueden verse muy grandes, pero Jesús está igual de preocupado por nuestras enfermedades espirituales: las ataduras al pecado. El Evangelio de hoy nos muestra a diversas personas que necesitaban comenzar a andar por el camino de la curación espiritual. Jesús se acercó a un hombre que llevaba enfermo treinta y ocho años y le preguntó si quería ser curado. Él no contestó directamente y más bien se quejó de su situación. Después de sanarlo, Jesús le dijo que no pecara más pues “no sea que te vaya a suceder algo peor” (Juan 5, 14). Por lo visto, este hombre tenía otros problemas además de los físicos. Tal vez incluso estaba un poco reacio a ser sanado, por increíble que parezca. Ya estaba acostumbrado a su enfermedad, y sanarse significaba entrar en una nueva clase de vida, por ejemplo, al curarse tendría que trabajar y ese cambio podía causar temor. Los jefes religiosos de esta historia también necesitaban algo de curación espiritual. Cuando vieron que el

hombre se había curado se llenaron de celos y estaban más preocupados en defender las normas del sábado que en reconocer el milagro. Bajo la sospecha de que su autoridad y sus tradiciones estaban siendo amenazadas parecían temer el cambio. Ahora, Jesús puede decidir sanar tu cuerpo milagrosamente o no; pero definitivamente él quiere sanar tu alma y necesita tu cooperación constante para hacerlo. El Señor entiende que puedes sentirte cómodo con tus pecados y puede ser difícil abandonarlos. Pero te promete una alegría aún mayor si los pones a un lado, tomas tu camilla y lo sigues. Podría ser que el hombre paralítico del Evangelio no estuviera preparado para que Jesús lo sanara, y tú tampoco tienes que estarlo. Pero cuando una oportunidad de cambiar llega a ti, no intentes alejarla de ti como lo hizo este hombre. No temas ofrecerle al Señor tu equipaje desordenado y aceptar su generosa oferta de gracia. Jesús se quedará a tu lado; él te ayudará a aceptar el cambio que te está ofreciendo. “Señor, te pido que me ayudes a abrir mi corazón y recibir la curación que quieres darme.” ³³

Ezequiel 47, 1-9. 12 Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9

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de marzo, miércoles Isaías 49, 8-15 El Señor consuela a su pueblo. (Isaías 49, 13) Cuando piensas en ser consolado, podrías imaginar a alguien que pone sus brazos a tu alrededor y te anima cuando estás lastimado, enfermo o enojado. Podría ser que recuerdes momentos de tu niñez cuando tu madre escuchaba tus preocupaciones, incluso cuando sabía que no podía arreglarlo todo. Probablemente te dijo cuánto te amaba también, y que intentaría ayudarte. Su presencia y su amor te recordaban, de alguna manera, que las cosas estarían bien. Aun cuando nunca hayas experimentado esta clase de consuelo por parte de tus padres, siempre puedes experimentarlo de parte de Dios. ¡La primera lectura de hoy te lo promete! Tu Dios sabe cuáles son tus necesidades, tus preocupaciones y tus tristezas. El Señor no se olvida de ti, ni siquiera por un instante. Aunque una madre se olvidara de su hijo, Dios no se olvidará de ti (Isaías 45, 15). Ahora, no puedes tener el brazo de otra persona alrededor de tu hombro todo el tiempo. El consuelo que viene de Dios no se limita a una cercanía física. Él siempre está contigo, incluso cuando enredas las cosas y todos los demás te abandonan. A esto se referían las Escrituras cuando proclamaron

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que Dios es fiel y verdadero. Jesús prometió que él estaría a tu lado siempre, y él nunca deje de cumplir sus promesas (Mateo 28, 20). Podría ser que tú ya hayas experimentado el consuelo de Dios de una forma personal. Tal vez sentiste que renovaba tus fuerzas en un momento de dificultad. O tal vez te guio a través de una situación confusa. Incluso cuando las dificultades de la vida te tienten a pensar que Dios está lejos, recuerda que eso no es cierto. El Señor camina a tu lado: sufre contigo, persevera contigo y te consuela aun cuando tú no estés seguro de si está ahí. Hermano, siéntete libre de expresarle a Jesús tus pensamientos más profundos, incluso aquellos que estén llenos de ansiedad, temor, resentimiento o enojo. No te preocupes; tú no lo sorprenderás ni lo ofenderás. De hecho, es en esos momentos en que podrías empezar a sentir su presencia y su consuelo. Y si no sientes exactamente su presencia, eso está bien. Dios te está dando la oportunidad de fortalecer tu fe. Siempre recuerda: Él nunca te abandonará. “Señor Jesús, te suplico que seas mi consuelo.” ³³

Salmo 145 (144), 8-9. 13-14. 17-18 Juan 5, 17-30


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de marzo, jueves Juan 5, 31-47 Otro es el que da testimonio de mí. (Juan 5, 32) Los jefes religiosos querían matar a Jesús. No solo había curado a un hombre en sábado, sino que al llamar a Dios su Padre, “se hacía igual a Dios” (Juan 5, 18). ¿Quién era él para hacer tal afirmación? Pero Jesús señala que no solo Juan el Bautista sino también la Escritura y sus propias obras dan testimonio de quién es él (5, 33. 36). Luego, dice que su Padre celestial testifica en su nombre. El problema es que estos jefes religiosos “nunca han escuchado su voz” (5, 37). Por el contrario, nosotros hemos escuchado la voz del Padre dando testimonio de quién es Jesús, pero a través de las Escrituras y la Iglesia. Pero, ¿lo hemos escuchado dando testimonio de quiénes somos nosotros? En el curso de nuestra vida cotidiana, su voz puede ahogarse en medio de las otras voces, tal vez los pensamientos de reproche, las demandas de la vida y las tentaciones del diablo. Así que dediquemos unos minutos y en silencio imaginemos que el Padre celestial nos está hablando: “A Jesús lo llamé ‘mi Hijo amado’ (Mateo 3, 17) y tú también eres mi hijo al que amo incondicionalmente. Me complazco en ti, te he creado por amor y me produces mucha alegría simplemente por ser quién eres.

“Tú eres mi hijo redimido, pues yo te salvé del pecado por medio de la cruz. Yo sé que a veces luchas porque te cuesta creer que te he perdonado. También sé lo fácil que es permanecer atrapado por la culpa o la vergüenza, pero quiero que creas que mi misericordia es para ti. Así que cuando te preguntas si realmente te he perdonado, recuerda que morí por amor a ti. “Tú eres mi hijo preciado; mis planes para ti son de bienestar, tienes un futuro lleno de esperanza. Puede ser fácil pensar que las cosas nunca van a cambiar o preocuparte demasiado por tus problemas. No quiero que estés ansioso o nervioso. Cree en mis promesas de que todas las cosas son para tu bien y continúa poniendo tu esperanza en mí.” Estas son verdades que nunca cambian. Así que especialmente cuando te sientas indigno, desanimado o tentado a creer las mentiras del diablo, permite que tu Padre celestial dé testimonio de quién eres tú y de lo que él ha hecho por ti. Permite que este testimonio sea la verdad de la cual te aferras. “Padre, yo creo en el testimonio que das de mí y en tus promesas para mi vida.” ³³

Éxodo 32, 7-14 Salmo 106 (105), 19-23

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de marzo, viernes San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María Mateo 1, 16. 18-21. 24 José, su esposo, que era un hombre justo… pensó dejarla en secreto. (Mateo 1, 19) Al meditar en el Evangelio de hoy, pensemos sobre lo que podría haber hecho José cuando descubrió que María estaba embarazada. Habría podido contarle a todos en Nazaret lo que pasaba o habría podido enojarse mucho y haberla avergonzado en público. ¿Por qué no hizo nada de eso? José parecía ser un hombre muy discreto, después de todo, ¡no dice nada en ninguno de los Evangelios! Posiblemente pasaba horas solo en su banco de carpintería, en silencio y concentrado en su trabajo. La Escritura también nos dice que era un hombre justo, alguien que escuchaba a Dios y lo obedecía con humildad. Así que aunque no entendiera lo que estaba pasando con María, permaneció en silencio y no perdió la calma. Pudo haber pensado en sí mismo como la parte afectada e intentado atraer la simpatía de los vecinos. Pero más bien, procuró actuar de una forma en que no solo se mostró caritativo sino que defendió la dignidad de María. En la actualidad tenemos muchas oportunidades para quejarnos de las

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distintas injusticias o situaciones problemáticas. Incluso las redes sociales son como un megáfono para hacer escuchar nuestra voz. Es muy fácil decir lo que estamos pensando, pero José nos enseña que no debemos sucumbir ante tales tentaciones. Podemos tomar el tiempo para reflexionar en la situación y luego actuar con discreción y tacto. Tal vez tú no eres discreto por naturaleza, pero no importa cuánto te guste hablar. Lo que importa es que busques resolver los problemas o las situaciones inesperadas con tranquilidad y discreción, como José procuraba hacerlo. Cuando actúas con demasiado ímpetu en vez de hacerlo discretamente, te arriesgas a enredar la situación que podría haberse solucionado de una forma más amorosa y pacífica. Entonces, antes de reaccionar a una situación difícil, respira profundamente y acude al Señor. En silencio reflexiona en lo que ha sucedido y pídele a Dios que te dé la fuerza sigilosa de José. Luego confía en que Dios te mostrará cómo actuar de una forma que ofrezca su amor y paz a las personas que te rodean. “San José, ayúdame, por favor a ser como tú.” ³³

2 Samuel 7, 4-5. 12-14. 16 Salmo 89 (88), 2-3. 4-5. 27. 29 Romanos 4, 13. 16-18. 22


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de marzo, sábado Juan 7, 40-53 Nadie ha hablado nunca como ese hombre. (Juan 7, 46) Podemos encontrar mucha confusión en este pasaje. Algunos pensaban que Jesús era un profeta, otros que era el Mesías y todavía otros dudaban de que fuera algo especial por el lugar de donde provenía. Incluso algunos creían que debía ser arrestado debido a que sus palabras escandalizaban a muchos de los jefes religiosos. Sin embargo había un grupo de personas que no estaba confundido: los soldados del Templo. Ellos decidieron no arrestar a Jesús. ¿Cuál fue su razón para desobedecer órdenes directas? “Nadie ha hablado nunca como ese hombre” (Juan 7, 46), dijeron. Algo tenía Jesús en su forma de hablar que los hizo detenerse y cuestionarse a sí mismos a un nivel profundo y fundamental. Las palabras de Jesús habían calado en su corazón, y esas palabras los sorprendieron y los retaron a pensar de una forma distinta sobre el Señor cuyo templo habían jurado proteger. En algún momento todos nos confundimos, tenemos preguntas sobre nuestra fe, luchamos con alguna enseñanza específica de la Iglesia e incluso a veces leemos la Escritura sin un verdadero entendimiento de lo que ahí se dice o por qué. A veces son los eventos de la vida —los tiempos difíciles de

esperar, estar de luto o ver a otras personas sufrir— los que nos desorientan. En esos casos, ¿qué debemos hacer? Podemos aprender algo de estos guardias del templo: A escuchar a Jesús en su Palabra. La Palabra de Dios tiene poder y podemos experimentar ese poder cuando abrimos nuestro corazón y la escuchamos. Cualquier persona puede escuchar un pasaje de la Biblia que se proclama, pero solo aquellos que tienen sed de Dios sentirán que se dirige a ellos personalmente. Lo mismo sucederá con aquellos que anhelan la verdad, los que saben que su corazón está vacío sin el Señor y aquellos que están cansados de vivir solo para sí mismos. En cada una de estas situaciones, y muchas otras, el Espíritu Santo abre su corazón y viene a ellos, les da un destello del amor de Dios y los invita a seguir buscándolo. No sabemos lo que sucedió al final con estos guardias, pero sí sabemos algo: Su vida sufrió un giro ese día y ellos no pudieron seguir viviendo como lo hacían antes. Lo mismo sucede con nosotros, no dejemos nunca de escuchar la Palabra de Dios. “Ven, Espíritu Santo, y pronuncia la Palabra de Dios en mi corazón.” ³³

Jeremías 11, 18-20 Salmo 7, 2-3. 9-12

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MEDITACIONES MARZO 21-28

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de marzo, Quinto Domingo de Cuaresma Salmo 51 (50), 3-4. 12-15 El Salmo responsorial de hoy describe la reacción del rey David después de haber cometido adulterio y ordenado que el esposo de Betsabé muriera en la batalla. David era conocido por hacer la voluntad de Dios, pero su historia parece más la que verías en una telenovela que lo que verías en un hombre de Dios. Lo peor es que David ni siquiera era capaz de entender que había hecho algo incorrecto. Eso fue así hasta que Dios envió al profeta Natán para abrirle los ojos. De ese momento es que surge este salmo de hoy. ¿Qué podemos aprender mientras rezamos este salmo junto con David? Primero, a menudo no somos capaces de ver nuestro pecado, ya sea pequeño o grande. La lujuria, el egoísmo, el orgullo, la autojustificación, la ira, cualquiera de estos puede cegarnos así como cegaron a David. Gracias, Señor, por enviar personas que me pueden ayudar a crecer en santidad. 86 | La Palabra Entre Nosotros

Segundo, Dios siempre está buscándonos, tanto cuando estamos cerca de él como cuando nos alejamos. El Señor siempre envía ángeles o a otras personas para que nos ayuden. Dios hace lo que puede, por todos los medios, para llevarnos a confesar los pecados que hemos cometido y para acercarnos más a él. Señor, te suplico que me ayudes a ser más sensible a ti cada día. Tercero, la misericordia de Dios es insondable. Incluso los actos de adulterio y asesinato de David no impidieron que Dios siguiera buscándolo y cumpliendo sus planes para el rey. En el momento en que nos arrepentimos, el amor y la misericordia de Dios brotarán en nuestro corazón, de la misma forma en que le sucedió a David. Gracias, Señor, por tu fidelidad. Finalmente, David promete que si Dios lo perdona, él hará su mejor esfuerzo para conducir a otras personas hacia el Señor. La respuesta natural a la misericordia de Dios es el deseo de servir y cuidar a otras personas. Te ruego, Señor, que me uses como tu instrumento para tus propósitos. “Oh Dios, crea en mí un corazón puro y lléname de tu Espíritu Santo, te lo ruego.” ³³

Jeremías 31, 31-34 Hebreos 5, 7-9 Juan 12, 20-33


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de marzo, lunes Salmo 23 (22), 1-6 Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida. (Salmo 23(22), 6) ¿Te has preguntado cómo será ser “acompañado” por la bondad y la misericordia de Dios? La palabra “acompañar” puede referirse a “atender personalmente o de forma cercana”. El Señor no se cansa en su deseo de hacernos el bien, constantemente está buscándonos y solo tiene las mejores intenciones para nosotros y ese acompañamiento produce esperanza. A veces, esa verdad puede ser difícil de creer, especialmente cuando estamos enfrentando situaciones difíciles o problemas. En esos momentos, el temor y la ansiedad parecen ser lo único que nos acompaña. O podríamos no darnos cuenta de que la bondad y la misericordia de Dios nos acompañan cuando la confusión y las exigencias de la vida cotidiana parecen abrumadoras. En la primera lectura de hoy, leemos que Susana es falsamente acusada y se enfrenta a ser ejecutada. Sintiéndose desamparada, exclama: “Dios eterno…” (Daniel 13, 42). Y el Dios eterno respondió a su plegaria. Su bondad y misericordia la acompañaron por medio de Daniel, que pronunció palabras sabias y llevó a cabo una investigación honesta obteniendo así el perdón para ella. Susana entendió entonces que no

estaba sola aquel día en el jardín cuando dos ancianos malintencionados la acorralaron; la bondad y la misericordia de Dios estaban ahí a su lado, acompañándola en cada movimiento. La bondad y la misericordia de Dios te acompañan siempre muy de cerca. Tal vez llegarán a ti a través de otra persona, de la misma forma en que ayudaron a Susana por medio de Daniel. Podrías verlas en una palabra amable que alguien te dice en el momento preciso, o en una pequeña muestra de afecto por parte de tu esposo o esposa o en la sabiduría que surge de repente para resolver una situación difícil. Incluso si la dificultad que estás enfrentado no se resuelve de la forma en que esperabas, aun puedes confiar en que verás la bondad y la misericordia de Dios manifestarse en el momento preciso y en la forma correcta. Por sobre todo, recuerda que no importa lo que suceda, puedes contar con que el Señor te acompaña, no solo en las situaciones desesperadas sino en todos los días de tu vida. “Amado Señor, te ruego que me ayudes a reconocer tu bondad y misericordia en los eventos de mi vida diaria.” ³³

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62 Juan 8, 1-11

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de marzo, martes Juan 8, 21-30 El que me envió está conmigo. (Juan 8, 29) Sabemos que Dios envió a Jesús al mundo para cumplir la misión de salvarnos del pecado, pero, ¿sabías que no lo envió solo? Como Jesús lo afirma en el Evangelio de hoy, su Padre estaba con él en todo momento. Ahora, debido a nuestro bautismo, esto también es cierto para nosotros. Cuando Dios nos envía, él siempre está a nuestro lado. A continuación hay una historia que ilustra esta verdad. Daniel, hermano de Emilia, estaba gravemente enfermo. Él se había distanciado de su familia y estaba viviendo en un área peligrosa de la ciudad de Las Vegas. Tanto Emilia como su madre estaban constantemente preocupadas por Daniel y querían restablecer la relación con él, pero no sabían cómo contactarlo. Cuando Emilia se enteró de que su querida amiga Nina planeaba visitar Las Vegas, le preguntó si era posible que tratara de encontrar a Daniel. ¡Era mucho pedir! Nina tendría que aventurarse en un área peligrosa de la ciudad, y solo tenía unas pocas señas del lugar donde vivía Daniel. Pero ella estuvo dispuesta a intentar. Nina estuvo a punto de salir del vecindario por el que conducía buscando a Daniel pues estaba preocupada 88 | La Palabra Entre Nosotros

por su seguridad. Pero siguió rezando y pidiéndole a Dios que la protegiera. Al bajarse de su auto y comenzar a preguntar a las personas dónde podría encontrarlo, sintió una suave inspiración del Espíritu Santo a ser perseverante. Cada persona a la que le preguntó la acercó un poco más. Al final, encontró a Daniel, ¡y él la recibió! La visita de Nina a Daniel fue una bendición para ambos. Ella le contó cuánto lo amaba su familia y cuánto anhelaban reencontrarse con él. Le tomó una fotografía e intercambiaron sus números de teléfono. Finalmente, la relación entre Daniel y su familia se restableció, ¡solo unos pocos meses antes de que tanto Daniel como su mamá fallecieran! Así como lo hizo con Nina, Dios siempre estará a tu lado sin importar la obra o la misión que él te pida que lleves a cabo. Puede ser que no siempre veas el fruto de tus esfuerzos, pero puedes confiar en que Dios te guiará, te protegerá y te dará la gracia que necesites. “Padre, yo creo que tú estás a mi lado mientras yo llevo a cabo la misión que me has enviado a realizar.” ³³

Números 21, 4-9 Salmo 102 (101), 2-3. 16-21


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de marzo, miércoles (Salmo) Daniel 3, 52-56 Bendito eres, Señor. (Daniel 3, 52) Hay un detalle en esta historia que a menudo pasamos por alto: Sadrak, Mesak y Abednegó entonaron cánticos de alabanza a Dios, no después de haber sido liberados del horno sino mientras estaban en medio de las llamas. Estos tres jóvenes estaban preparados para no ser salvados así que incluso antes de ser rescatados del fuego, exultaron la bondad y la gloria de Dios. Resulta natural alabar la grandeza de Dios después de haber sido liberados del sufrimiento. Pero, ¿es posible alabar su grandeza mientras estamos en medio de la prueba? Ya fuera que Dios los salvara milagrosamente del horno o ellos perecieran en las llamas, Sadrak, Mesak y Abednegó creían que Dios era digno de ser alabado por ser quien es. De igual manera nuestra fe no puede descansar únicamente en las respuestas milagrosas a la oración. Las pruebas vendrán, y no siempre saldremos librados de ellas inmediatamente. Dios no siempre hace lo que nosotros queremos que haga cuando nosotros queremos que lo haga. Pero aun en medio de estas dificultades, declaramos su grandeza porque él es Dios y merece todo nuestro honor y alabanza.

¿Cómo haces esto? Bueno, puedes basar tu alabanza en lo que dice la Escritura sobre Dios. El Señor es el Buen Pastor que te conoce y se interesa celosamente por tu vida (Juan 10, 11). También es Emmanuel, “Dios con nosotros” (Isaías 7, 14). Nunca te abandonará ni desamparará (Josué 1, 5). El Señor te dará descanso (Mateo 11, 28-29). Con estos pasajes y otros semejantes puedes alabar a Dios, incluso mientras esperas a que él actúe. Dios siempre te escucha y te responde, incluso en los momentos en que debes soportar el “calor” de las dificultades. El Señor está contigo aun cuando sientes que estás en el horno ardiente así como está contigo cuando todo parece estar bien. Así que alábalo por estar a tu lado. Tal vez te hable de vez en cuando, o su respuesta llegue más tarde de lo esperado y tú solo podrás reconocerla a través del lente del tiempo y la distancia. Sin importar lo que suceda, siempre declara la bondad de Dios y ella vendrá a ti, en el tiempo del Señor y según su sabiduría. “Señor, gracias por estar siempre conmigo para consolarme y salvarme, cuando todo lo que siento es el calor de la adversidad.” ³³

Daniel 3, 14-20. 91-92. 95 Juan 8, 31-42

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de marzo, jueves Anunciación del Señor Lucas 1, 26-38 Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. (Lucas 1, 28) ¿Te has preguntado alguna vez por qué el ángel Gabriel saludó a la Virgen María con estas palabras? Tal vez quería que María tuviera la certeza de que Dios ya la había llenado con toda la gracia que necesitaría para aceptar dar a luz al Hijo de Dios. Quizá quería recordarle que ella podía contar con que Dios siempre estaba a su lado, no solo en aquel momento sagrado. María no tuvo mucho tiempo para reflexionar en el saludo del ángel hasta después de haber aceptado el plan de Dios. Pero probablemente pensó a menudo en el saludo conforme el bebé crecía en su vientre. Ella sabía que lo que Dios le estaba pidiendo no iba a ser sencillo, sin duda este niño era especial. ¿Cómo iba ella a criar a Jesús para que fuera rey y asumiera el trono de David, como dijo el ángel? (Lucas 1, 32-33). Cuando estas preguntas surgían en su mente, siempre podía recordar las palabras del ángel Gabriel: Dios estaba con ella y su gracia también. ¿Te ha pedido el Señor que hagas algo difícil a lo largo de tu vida? Tal vez te dio un hijo con necesidades especiales para educar o estás cuidando a tu esposo o esposa o a tu padre enfermo o estás experimentando tensiones en 90 | La Palabra Entre Nosotros

tu matrimonio. Todos hemos enfrentado situaciones en las que Dios nos está pidiendo que hagamos algo que parece sobrepasarnos. Es posible que hayamos tenido que decir “sí” al Señor no una sino muchas veces mientras luchamos por ser obedientes a su plan en nuestra vida. Pero lo que el ángel le dijo a María también es cierto para nosotros. María nació sin pecado original, pero nosotros a través del bautismo, también fuimos llenados de la gracia de Dios, él habita en nosotros. Eso significa que siempre está a nuestro lado y que su gracia siempre está disponible para nosotros. Gracias a la respuesta afirmativa que María dio al ángel, Jesús vino al mundo para salvarnos y compartir su vida divina con nosotros. Ahora nosotros podemos ir hacia adelante, cada día, dando un paso a la vez para hacer lo que Dios nos pide, porque nosotros también estamos llenos “de gracia” (Lucas 1, 28). Entonces, no tengas miedo en aceptar aquello que él te está pidiendo que hagas. “Amado Señor, tú me das la gracia que necesito para aceptar tu voluntad para mi vida, y por eso te agradezco con todo el corazón.” ³³

Isaías 7, 10-14 Salmo 40 (39), 7-11 Hebreos 10, 4-10


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de marzo, viernes Juan 10, 31-42 Aunque no me crean a mí, crean en las obras, para que puedan comprender. (Juan 10, 38) Esta no era la primera vez que los enemigos de Jesús recogían piedras para lanzárselas. Constantemente estaban buscando sorprenderlo en un paso en falso. Sin embargo, a pesar de esto, Jesús seguía invitándolos a creer en él. En el Evangelio de hoy, les suplica que dejen a un lado su escepticismo sobre las palabras que él había pronunciado y en su lugar se fijaran en sus acciones. Parecía que Jesús les estaba diciendo: Si mis palabras les resultan confusas, revisen mis obras. ¿No son suficiente evidencia para que ustedes comiencen a creer en mí? ¿Cuáles son esas “obras”? Un hombre que estuvo paralizado por treinta y ocho años fue completamente sanado (Juan 5). Un par de peces y cinco panes alimentaron a cinco mil personas (Juan 6). Una mujer descubierta en adulterio se salvó de ser apedreada y recibió misericordia (Juan 8). Un hombre que estaba ciego desde su nacimiento ahora podía ver (Juan 9). ¡Solo Dios podía hacer estas cosas! Jesús también desea que sus obras te hablen a ti. Probablemente tú ya conoces los relatos sobre él y los impresionantes milagros que realizó. Pero no te equivoques, él sigue haciendo su

obra hoy en día, incluso está haciendo su obra en las personas que te rodean. Por eso te invito a que le pidas al Espíritu Santo que te ayude a reconocer estas obras. Podrías descubrir que una mujer de tu parroquia que recientemente quedó viuda es capaz de recuperar la alegría. O tal vez te des cuenta de que tu vecino ha estado cuidando a su esposa enferma durante meses sin quejarse en ningún momento. Incluso tú mismo podrías enfrentar una necesidad financiera y recibir un bono en el momento apropiado. Estos momentos de gracia provienen de las manos de Dios. Entre más puedes entender que lo son, más podrás creer, especialmente cuando la duda te haga tambalearte. Fija tus ojos en Jesús, tanto en lo que él ha hecho en el pasado como en lo que está haciendo ahora. También cree en que él quiere hacer su obra pacientemente en tu vida. Si él siguió intentando convencer a sus enemigos, ¿por qué no se esforzaría de la misma manera para ayudarte a conocerlo mejor? “Señor, abre mis ojos, te lo ruego, para ver las obras que realizas en mi vida y en quienes me rodean, y creer en ti.” ³³

Jeremías 20, 10-13 Salmo 18 (17), 2-7

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de marzo, sábado Juan 11, 45-56 Los sumos sacerdotes y los fariseos que se oponían a Jesús se maravillaban con sus milagros. Ellos reconocían el gran poder de Dios en él, sin embargo le tenían miedo (Juan 11, 47-48). Entraban en pánico al pensar que estos signos poderosos podrían conducir a la destrucción de Jerusalén. La ciudad santa estaba en la cima de su grandeza y fortaleza, y ellos querían que permaneciera así. Sin embargo, Jerusalén era la ciudad de Dios, y Jesús estaba realizando señales en el nombre de Dios. ¿Qué razón podrían tener para temer que Dios permitiría su destrucción? El problema era que estos líderes religiosos buscaban entender y proteger la obra de Dios solamente a través de recursos humanos. A pesar de todo lo que habían visto y oído sobre los milagros de Jesús, su pensamiento no aceptaba la intervención divina. Algo milagroso estaba sucediendo, ellos lo admitieron, pero se oponían porque eso no calzaba con sus perspectivas limitadas. Pero antes de que rebajemos demasiado a estas personas, recordemos que ellos no son los villanos de un libro de cuentos. Eran seres humanos con los mismos prejuicios y limitaciones que nosotros tenemos.

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Nuestros caminos simplemente no son los caminos de Dios, así como nuestros pensamientos no son los suyos (Isaías 55, 8). A Dios le agrada sacudir las suposiciones humanas, le gusta sorprendernos para cumplir sus planes fuera de nuestras expectativas humanas. Entonces, ¿cómo debemos responder nosotros? Manteniendo un corazón humilde. Recuerda, no tenemos todas las respuestas y no siempre vemos el cuadro completo. El poder de Dios es infinito, él puede hacer cosas en situaciones que nosotros simplemente no podemos concebir. Nosotros debemos estar preparados para admitir esto en cada giro que damos. Al entrar en la Semana Santa, permite que Dios te sorprenda. El Señor anhela tocar tu corazón, especialmente mientras tú recuerdas y conmemoras la muerte y resurrección de su Hijo. Busca los signos que él está realizando. Si ves que Dios está haciendo algo poderoso, tal vez algo que tú no entiendes, no seas demasiado rápido para juzgarlo ni rechazarlo, pregúntale por lo que está haciendo. ¡Podría ser que tenga algo maravilloso que mostrarte! “Espíritu Santo, abre los ojos de mi corazón para ver y recibir a Jesús en esta semana.” ³³

Ezequiel 37, 21-28 (Salmo) Jeremías 31, 10-13


MEDITACIONES MARZO 28—ABRIL 3

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de marzo, Domingo de Ramos de la Pasión del Señor Filipenses 2, 6-11 No consideró que debía aferrarse. (Filipenses 2, 6) Hoy es uno de los días más importantes del año. Es un día para fijar nuestros ojos en Jesús y contemplar como quiso entregarse en una cruz, por nuestra salvación. Es un día para rendir honor a Aquel cuya vida entera fue de entrega, no de aferrarse, fue de sanación y restauración, no de división y rivalidad. Es un día para alabar a Jesús por vencer al pecado y a la muerte a través de su acto de amor puro. Por su humildad y obediencia, Jesús anuló el intento orgulloso de Adán de convertirse en Dios, y todo otro intento que los hijos de Adán han hecho desde entonces. El Señor mostró que el camino al cielo no consiste en confiar en nuestros propios medios y luchar unos contra otros. No es algo que nos ganamos, no es un reino que conquistamos. No, la muerte de Jesús en la cruz

prueba que el camino al cielo significa recibir generosamente en lugar de poseer egoístamente. Esto puede sonar tan grandioso y heroico que podemos pensar que está fuera de nuestro alcance. Pero Dios ve cada decisión de poner las necesidades de otra persona antes que las nuestras, cada decisión de entregarnos a nosotros mismos. Cuando dedicamos tiempo para ayudar a un hijo con su tarea de matemática, Dios también lo ve. Cuando escuchamos con atención a nuestro esposo o esposa que nos cuenta sobre su día difícil en el trabajo, incluso si el nuestro no ha sido mejor, Dios lo ve. Cuando bajamos la ventana del auto para ofrecer algo de comida o dinero a un indigente, Dios está mirando. Dios ve todo lo que hacemos y nos recompensa. Cada acto de entrega es un reflejo de la cruz que enternece el corazón del Padre y lo lleva a elevarnos un poco más, así como lo hizo con Jesús. Fija hoy tus ojos en Jesús, y permite que su amor que se da por entero te acerque un poco más a él. “¡Gracias, Señor, por tu sacrificio en la cruz!” ³³

Marcos 11,1-10 Isaías 50, 4-7 Salmo 22 (21), 8-9. 17-20. 23-24 Marcos 14, 1-15. 47

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de marzo, Lunes Santo Isaías 42, 1-7 Miren a mi siervo, a quien sostengo. (Isaías 42, 1) Desde tiempos antiguos, la Iglesia ha visto a Jesús como la personificación del siervo sufriente del libro del profeta Isaías. El Señor es lo suficientemente fuerte como para establecer la justicia pero no hace un despliegue de poder en la forma en que nosotros podríamos esperar ni levanta la voz para asegurase de ser escuchado. Tampoco confronta ni derroca a los opresores de su pueblo, por el contrario, es bondadoso con el débil. Jesús no obtiene la victoria a través de la fuerza sino del autosacrificio. Al iniciar la Semana Santa, fija tu atención en este humilde Siervo, observa lo que hace, escucha lo que dice y también cuando permanece en silencio; y si observas con atención, entenderás y apreciarás mucho más cuánto te ama el Señor. Ni apagará la mecha que aún humea (Isaías 42, 3). En la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Todos ustedes van a perder su fe en mí” (Mateo 26, 31). Pero él no los rechazó ni los condenó por perder su fe. Más bien, les prometió que iría delante de ellos a Galilea, dándoles la esperanza de que aún si todos ellos fallaban, podrían ser restaurados. No romperá la caña resquebrajada (Isaías 42, 3). Cuando Pedro se quedó

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dormido en el jardín de Getsemaní, Jesús lo exhortó a velar y rezar para que su espíritu deseoso venciera la debilidad de su carne. Pero el Señor no perdió la paciencia con él ni tampoco lo criticó. Más bien, se fijó en la disposición de Pedro y le dijo que pidiera la gracia para vencer la tentación. Ni gritará, ni clamará (Isaías 42, 2). Cuando se encontró frente a Pilato, Jesús no preparó un argumento para defenderse de sus acusadores. Tampoco levantó la voz diciendo que era inocente. El Señor aceptó la condena, sabiendo que lo hacía por cada uno de nosotros, y Pilato quedó sorprendido (Mateo 26, 11-14). En esta semana, acompaña a Jesús en su pasión. Al ver cómo interactúa con las personas que se encuentra en el camino, pídele que te muestre la compasión que tenía por ellos en su corazón pero también por ti. Quédate lo suficientemente cerca como para ver a este siervo humilde y sufriente mostrar el amor que lo guiará por el camino a la cruz. “Señor Jesús, tú eres el siervo perfecto de Dios. Te suplico que me ayudes a permanecer cerca tuyo en esta semana.” ³³

Salmo 27 (26), 1-3.13-14 Juan 12, 1-11


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de marzo, Martes Santo Juan 13, 21-33. 36-38 ¿Conque darás tu vida por mí? (Juan 13, 38) Posiblemente alguna vez has visto una película o serie de televisión en que los personajes viajaban en el tiempo, tal como Volver al futuro o Doctor Misterio (Doctor Who). La trama generalmente incluye un héroe que sabe lo que está sucediendo en el futuro y viaja en el tiempo para evitar alguna calamidad. Se requiere de mucha creatividad para crear un relato así porque, desde luego, viajar en el tiempo es imposible. Sin embargo, existe un “héroe” en la vida real que conoce tu futuro y está decidido a ayudarte a experimentar el mejor futuro posible: Jesús. Solo observa lo que sucedió en la Última Cena. Jesús sabe que Judas lo va a traicionar y que está destinado a un trágico final (Juan 13, 21-21; 17, 12). También sabe que Pedro le va a fallar, pero Pedro se arrepentirá y se hará más feal (Juan 13, 36-38). Pero fíjate en la forma en que Jesús los trata: les lava los pies y luego comparte su última comida con los dos. El Señor desea asegurarse de que ninguno de ellos experimente el rechazo o la condenación de parte de él, solo quiere darles su amor. Jesús también sabe todo sobre tu futuro: Que tendrás algunos grandes éxitos y algunos grandes fracasos,

pero él nunca se rinde contigo. Así que ten la seguridad de que no tienes que averiguar o hacer todo perfectamente. Debido a que Jesús se queda a tu lado, siempre hay esperanza para ti y para tus seres queridos. Y como dice el salmista: “Por todos lados me has rodeado; tienes puesta tu mano sobre mí… Habías señalado los días de mi vida cuando aún no existía ninguno de ellos” (Salmo 139 (138), 5. 16). La primera Semana Santa no es simplemente algo que sucedió hace mucho tiempo. Sus efectos se extienden hasta el día de hoy, y continuarán en un futuro que solo Jesús conoce. Su amor y su gracia siguen disponibles para ti. Tal vez has estado alejado de él por mucho tiempo o podría ser que sientas la necesidad de caminar más cerca de él. Lo que sea que haya sucedido en tu pasado y que vaya a suceder en tu futuro o dónde te encuentres hoy, Jesús también está ahí, así que acude a él y acepta su increíble misericordia. “Señor, gracias porque tú nunca me abandonas. Te suplico que me des la gracia para no abandonarte jamás.” ³³

Isaías 49, 1-6 Salmo 71 (70), 1-6. 15. 17

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de marzo, Miércoles Santo Mateo 26, 14-25 La traición de Judas se perfila desde el comienzo del relato de la pasión y la muerte de Jesús. De hecho, toda la historia empieza a desarrollarse cuando Judas se presenta frente a las autoridades y acuerda con ellos entregarles a Jesús. Luego, en el Evangelio de hoy, vemos a Jesús prediciendo que uno de sus discípulos lo va a traicionar, justo antes de ofrecerles su Cuerpo y su Sangre. Pero observa que lo más importante no es la traición de Judas sino la bondad y la misericordia de Jesús. El Señor sabía lo que Judas iba a hacer, pero no lo expuso ni pronunció palabras de condenación. Solamente respondió con un escueto “tú lo has dicho” a la pregunta que le hizo Judas: “¿Acaso soy yo, Maestro?” (Mateo 26,25). Pareciera que hasta el último momento, Jesús esperó que Judas se arrepintiera. Esa es la forma en que te trata a ti también, no le interesa avergonzarte cuando pecas, y ciertamente no desea condenarte. El Señor quiere perdonarte y sanarte, quiere restaurar tu dignidad como hijo de Dios. Pero nunca te forzará a hacer nada, ni siquiera arrepentirte. Dios te creó con libertad de voluntad, así que Jesús siempre esperará a que tú decidas libremente reconocer tu pecado, recibir su absolución y reconciliarte con él. 96 | La Palabra Entre Nosotros

En estos últimos días de Cuaresma, ¿por qué no buscar su perdón en el Sacramento de la Reconciliación? Hazte estas simples preguntas: • ¿Estoy escondiendo algún pecado ante el Señor? • ¿Estoy negando mi responsabilidad por cualquier falta que he cometido contra mí mismo o contra otros? • ¿Hay algún área de mi vida que no está completamente abierta a la acción del Señor? Lleva tus respuestas al confesionario. ¡Aún no es demasiado tarde! Solamente confiésate y Jesús te mostrará el camino a partir de ahí. Jesús nunca está demasiado preocupado, ofendido ni herido por tu debilidad o tus errores, para perdonarte. El Señor no tiene la intención de tomar represalias sometiéndote a la vergüenza o al rechazo. Confiesa tus malas acciones y permite que el Señor te muestre nuevas formas de pensar y actuar. Jesús espera derramar sobre ti su misericordia y su bondad. “Señor te suplico que me perdones y me muestres el camino hacia ti.” ³³

Isaías 50, 4-9 Salmo 69 (68), 8-10. 21-22. 31. 33-34


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¿Dónde está Dios? Joe Difato, fundador de la revista, en este número nos escribre sobre que el Covid 19 y que las plagas no vienen de Dios y sobre la prioridad de Jesús con la oración. pág. 4 y pág.10

Preparemonos en Febrero y Marzo para una Semana Santa de reflexión la primera semana de Abril

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