1 de febrero de 2020
Dos tormentas: Puerto Rico en carne viva Manuel Martínez Maldonado
I. Irma Durante la Segunda Guerra Mundial se temía que al ocupar Francia y apoderarse de sus colonias en África el Reich fuera a lanzar expediciones invasoras desde las costas senegaleses a Sur América o al Caribe. Esa amenaza nunca se plasmó, pero hace unos meses las islas Cabo Verde (la República de Cabo Verde) no muy lejos de Senegal fueron lugar de la formación de una invasión catastrófica para el Caribe: allí se formó la terriblemente formidable Irma, el 30 de agosto. Desde el principio su fuerza propendía a convertirse en algo letal y eso se hizo evidente sin mucha espera: en poco menos de tres días pasó de onda tropical a huracán categoría 3, y en un abrir y cerrar de su ojo a categoría 5, horas después. Sus vientos despiadados que la hicieron, después del huracán María la tormenta más fuerte del mundo en 2017, y la lluvia que trajo consigo, arrasaron con Barbuda, San Bartolomé, San Martín, Anguila y las Islas Vírgenes, dejando a su paso muertes, tres de las cuales ocurrieron en nuestro suelo. Esto a pesar de que muchos ciudadanos acudieron a los refugios que tradicionalmente se les ofrecen. Sus efectos materiales en Puerto Rico fueron profundos. Tras regodearse por el norte de nuestra isla varias horas sus vientos dejaron en el suelo los árboles y los postes cuyos cables y cordeles suplen de electricidad a los residentes del territorio. En corto tiempo más de 600,000 personas quedaron sin energía eléctrica y 50,000 sin servicios de agua, números que fueron subiendo vertiginosamente
según las comunicaciones fueron mejorando y los efectos se fueron contabilizando mejor. A través de la isla las inundaciones impidieron que muchos pudieran resguardarse en lugares más seguros o que la ayuda gubernamental alcanzara a los necesitados. La situación resultó ser un ensayo general macabro para peores cosas por venir con María. II. Irma en Cuba A las cuatro de la tarde el día que Irma arribó en Cuba las olas del malecón que bordea gran parte de La Habana ya rompían con tal fuerza que el agua comenzó a acumularse en esa avenida y en las arterias vehiculares que de allí parten. Con el agua a la cintura numerosos ciudadanos vadearon hasta refugios más altos. Muchos edificios dilapidados y debilitados por años de falta de arreglo y reparación perdieron partes de su estructura y lanzaron pedazos de mampostería y bloques a los que vivían en pisos más bajos. Así murieron varios de las siete personas que sucumbieron en La Habana como resultado del huracán. Personas que viven en edificios cuya solidez es cuestionable despidieron las esperanzas de que los rescataran y, a pesar de sus quejas, se les hizo imposible evacuar las viviendas que muchos piensan son trampas mortales que con el tiempo han de manifestarse. Otros tuvieron la suerte que sus vecinos les ofrecieron sus casas para burlar los vientos y el agua torrencial. Sin embargo, el gobierno informó que miles de personas fueron evacuadas de la ciudad y de más de un millón de 22