EL MONO #81 "LIVING IN A MAGAZINE"

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DISCALCULIA por HELEN ÁGREDA WILES

En 1995, mi experiencia como consumidora de revistas sufrió un cambio drástico. Hasta entonces, yo estaba suscrita a Cachorros y Mascotas. Era tal mi suscripción que un día mi padre descubrió que había conseguido, a través de un involuntario condicionamiento clásico, que yo salivara cada vez que él traía la revista del buzón. Entonces yo no tenía perro, pero lo deseaba con las mismas fuerzas que deseaba seguir viva. Mis ojos volaban de artículo en artículo. Estimula la inteligencia de tu cachorro; Dálmata: un pura raza adaptado al hogar; Pointer: un tipo polémico. Cachorros y Mascotas me preparó para el cuidado de cualquier pura raza. Las secciones sobre otros animales domésticos me irritaban y las pasaba con ira preadolescente. Qué rabia, por dios, qué rabia, terminar un fascinante artículo sobre el Dóberman, doblar página y un par de cobayas, una tortuga de orejas rojas, una iguana (¿existe algo que Cachorros y Mascotas no pueda llamar animal doméstico? La respuesta es no). No obstante, mientras hubiera pósters centrales de Beagles y Rottweilers, había suscripción. Y de pronto, en 1995, se produce un alto al fuego en Bosnia, un atentado en Oklahoma City, y la Súper Pop publica unas fotos de Brad Pitt en pelotas. En aquellas fotos, aparecían en un hotel Gwyneth Paltrow y él. ¿Ajenos todavía al fantasioso mundo de los enemas de café y los huevos de jade vaginales? No lo sé, yo diría que sí.

Tampoco recuerdo si ella salía también desnuda; le hice el mismo caso que a las tortugas de orejas rojas. Brad Pitt caminando, Brad Pitt posando, Brad metiéndose el Pit entre las piernas. Eso vi yo, y eso vimos todas. No puedo defender ni justificar la publicación de fotos íntimas de nadie sin su permiso, por muy 1995 que fuera. A mis 37 años, condeno enérgicamente las prácticas de este tipo (independientemente de la fama de sus víctimas). Pero que a mis 12, después del fenómeno Brad Pito, los Cachorros y Mascotas fueron apilándose en algún rincón de mi cuarto, y que mi padre seguía trayendo más Cachorros y Mascotas mientras yo esperaba ansiosa otra tórrida Súper Pop éticamente reprobable, eso lo tengo que decir para no faltar a la verdad. Cuántas alegrías, la Súper Pop. Cuántos obsequios. El colgante de Take That, la semillatalismán de la suerte… Jamás volví a abrir una revista con la misma euforia. Vino la Rolling Stone y luego la Rockdelux, un descubrimiento epifánico de mi aversión por las críticas musicales. También fingí un interés por la moda, y compré revistas plagadas de anuncios, que a su vez eran mejores que sus reportajes. Todo por el obsequio: un bikini de mierda, una muestra de crema, unas chanclas que te destrozaban el área interdigital en una sola puesta. Mayo de 2020. Tengo dos perros mestizos. Brad y Gwyneth no siguen juntos. Un virus se ha cargado al sector menos cretino de la población. Ha cerrado la Rockdelux. Y aquí estoy, escribiendo para una revista que no trae ni perros, ni obsequios ni fotos de Brad Pitt.


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