naburrismos
19 - LA GENIA ANTES CONOCIDA COMO SINDI - 19
Concha Tisfaier Fuego. Cuando escucho esta palabra ni hogueras, ni barricadas, ni barbacoas... a mi mente la palara que acude es ZUMBA. Zumba en 2015. Zumba sudada y más cabreada (y por lo tanto más delgada) que cinco años después. La culpa es de una canción cuyo estribillo yo creía que era “fire”. Pero no debe serlo, porque no sale en Youtube (a punto he estado de hacerme el mes de prueba gratuito para ver si así la conseguía), ni en Google, ni en el Tik tok que por lo visto no sirve para esto. Es una canción en cuyo estribillo, en el cual no debía aparecer el fuego en ningún idioma, nos doblábamos hacia delante por la cintura, extendíamos los brazos y moviéndonos de un lado a otro aleteábamos como pájaros. Pájaros de fuego, me suponía yo. Fénix renaciendo. Mi ira combustionando. Mis sueños elevándose. Un trance místico entre ropa deportiva sudada y pasos mal dados. Una catarsis espiritual al grito de “¡venga esos culitos!” Mientras escribo esto reflexiono sobre mis dificultades para encontrar la canción en esta era donde todo es posible. ¿Y si el estribillo decía “fly”? Tiene más sentido que una profesora de zumba entendiera el inglés de los cuarenta principales mejor que yo y diseñara una coreografía acorde con la letra de la canción. O sea, aletear mientras en la canción dicen volar. Yo lo veo. Claro, volar. Alas. Sí. Mi mundo empieza a deshacerse. Fue la canción con la que cogí fuerzas para abandonar muchas cosas. Quemándolas a lo Daenerys. Fire. Fuego. Destrucción. Adiós. Por lo visto sólo era un gorrioncillo cambiando de rama. Toda la épica de mis últimos cinco años de vida acaba de volar por los aires gracias a esta columna en una revista que dura ya demasiados números para las pretensiones que tenía. Oh, espera, busquemos la señal divina: ¡Fly! como el vuelo de una gaviota. Que no tiene nada, pero le escribieron un libro. Sí, Juan Salvador Gaviota. Un sobresaliente gané con ese trabajo. Un libro que habla de una gaviota volando. Ciento veintisiete páginas explicando
cómo una gaviota aprendía a volar. Una gaviota. Esos seres que cazan palomas. Y yo que no consigo ni llenar esta página. Y a mí no me salía ni el mambo en aerobic. Pero una gaviota nace y vuela. Yo tengo que aprenderlo todo. A andar, a escribir, a bailar, a adelgazar… Por eso iba a zumba. Y me sentía un Ave Fénix. Un fénix que llevo tatuado en media espalda. Muy bien, ¿qué hago ahora? “Los fénix también vuelan”, me diréis. Ya, pero no se caracterizan por eso, ¿no? O sea, fénix-fuego, buitre-carroña, grulla-patas, pato-pata… y el ¿vuelo? ¿Qué ave se caracteriza por un vuelo grácil y potente? Las cigüeñas no, desde luego. Y las gaviotas tampoco, por mucho que se empeñara el señor que escribió el libro aquel. ¿Águilas? Bien, quizá un águila pueda representar esa época de mi vida. ¿Qué hago ahora? La cabeza podemos dejarla, sí. ¿Pero las alas y la cola? ¿Sabéis lo que duele el láser? Media espalda, peña, media espalda tatuada mal porque no entendí el estribillo de una canción. Pero no es eso lo que más me jode, lo que más me jode es que tengo la canción taladrándome la cabeza, sólo esa parte, la de aletear como pingüinas torpes. Y no la encuentro. Y canto tan mal que cuando he pedido ayuda por Whatsapp me han dicho tantas opciones de tantos géneros musicales diferentes que creo que nunca me recuperaré. ¡Fiestas de trap, venid a mí, benditas vosotras! O sea, no puedo sacarme de la cabeza la canción que me cambió la vida y la espalda y tampoco encontrarla para bailarla y dejarla volar. Que vuelvan ya las oscuras golondrinas y se caguen en todas las muertas de quien compuso la cancioncilla.