Tazas de porcelana
—Continúa entonces —suplicó él
por: Enrique Ocampo
con una sonrisa aliviada.
Así no, por favor —la interrumpió
—En la casa con las ventanas de
él haciendo un ademán—. Odio las
espejo —ella comenzó— los residentes
historias cíclicas.
tomaban el té a cualquier hora. Las gotas de sol intentaban colarse a la
—¿De qué hablas? —replicó ella,
mesa, pero rebotaban desde afuera y se
todavía masticando la frase a medias
diluían entre las copas de los árboles
que se le había quedado atorada entre
del parque de enfrente. Por su parte, la
los dientes.
sala
de
té
era
alumbrada
permanentemente por el brillo de los
—Las historias donde el final se
residentes, que emanaba de sus ojos,
conecta con el principio y todo se
rebotaba en la parte interna de las
vuelve una pesadilla interminable —él
ventanas de espejo y era redirigido a
parecía lamentar haberla interrumpido.
otra ventana, multiplicándose y esparciendo por la casa un resplandor
—Pensé que habíamos acordado
anaranjado agradable y perenne.
contar la historia que quisiéramos, a
Naturalmente, los residentes habían
nuestro modo y sin interrupciones —
resuelto mucho tiempo antes enterrar
ella parecía lamentar haber sido
los relojes y guiarse por el cronómetro
interrumpida.
más preciso de la historia: el estómago. Sus actividades diarias giraban en torno
—Solo sin historias cíclicas, hazme
al hambre y habían olvidado mucho
el favor —él limosneó, compungido.
tiempo atrás que era posible medir la hora con números cardinales. Los siete
—Puedo intentarlo, pero no
azahares todavía no se asentaban en el
prometo nada —ella replicó, divertida.
suelo caliente de la porcelana de las tazas cuando, por primera vez en
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