José Rodolfo Espinosa Silva Y aún no me explico por qué te suicidaste. Mamá dice que fue porque terminaste con Ramiro. Papá… papá no dice nada, apenas habla, se mantiene con la mirada perdida, como si estuviese viendo otro lugar o tiempo y solo por momentos -durante el día- regresa a la realidad. No lo culpo. La realidad no es la misma sin ti, Keyla. Tal vez sea de familia. El abuelo Gelasio nos platicó en una ocasión que su primera hija, la tía Martina, se suicidó al cumplir los catorce. Según él, papá tenía sólo diez años cuando ocurrió. Quizá por eso nunca habla de ella. Me pregunto si con el tiempo yo también te olvidaré. Parece imposible en estos momentos. Aquí, de pie, bajo el marco de la puerta de tu habitación, miro tu cama bien tendida, otra señal de que ya no estás. Es la primera vez que la veo así, la encuentro enorme. Entro. La yema de mis dedos recorre la colcha morada, está fresca. La última vez que estuve sentado en esta cama fue la mañana de tu cumpleaños número dieciséis. —Abre el mío primero, es el más grande. La cama estaba llena de regalos. Los conté, eran ocho. Uno menos que el año anterior. Tal vez mamá tenga razón, tal vez fue por Ramiro. —Espero que no esté lleno de periódico —hace un año te había regalado un kit de lápices para dibujar, había comprado una caja de cincuenta centímetros cúbicos y la había rellenado de periódico. —Éste es diferente —te aseguré. Tomaste mi regalo. Una caja dos veces más grande que la anterior, forrada de amarillo chillante y coronada con un moño rojo. Abriste la tapa y tu cara se iluminó. —¡Es Stitch! ¡Está enorme! El peluche de color azul, con ojos grandes y negros representaba a uno de tus personajes favoritos, medía un metro y su precio rondaba los dos mil pesos. Había tenido la suerte de encontrarlo en una liquidación, tenía setenta por ciento de descuento. Por supuesto no fue lo que te dije. 20