Nudo Gordiano #12 - [Segundo Aniversario]

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Mayo/Junio 2020

No. 12

Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Julio César Calleros Rodríguez Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca

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Editora Ana Lorena Martínez Peña

Difusión Erasmo W. Neumann

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2020. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el consentimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente representan la postura oficial de Nudo Gordiano.


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Índice Cuentos - la Espada Una tacita de té

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Diego Cano

Guía para pasar desapercibido cuando se viaja por el tiempo 10 Edgar A. Rivera

El sueño de una lesbiana sin tetas

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Juan Pablo Goñi Capurro

Dos semanas después de tu cumpleaños

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José Rodolfo Espinosa Silva

El cerebro de Boltzmann

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Eréndira del Carmen Corona Ortiz

La purificación de M

24

Omar Serrano García

Poemas - la Lanza Quimera Fúnebre

30

Alexis Francisco López Hernández

18/10

32

Antonio Legaza

Infortunio

38

Marisol de Jesús Ramírez Cruz

Amor Pétreo

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Suarlin R. Cordova

Ensayos - El Buey La aparición de la locura en espacio de la literatura Fernando Ayala Arias

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Diego Cano Al abrir la puerta de su casa, llena de cuadros baratos, H. Mack quiso (o creía que quería) retroceder; comprendió que estaba perdido, pero ya era tarde. Lo esperan Sonia, rubia, no original, llamativa, pequeña pero de cara de siamés, y su hija o hijo, pequeña o pequeño, morruda o morrudo, enfadada o enfadado como una hormiga. A su lado la madre de Sonia, pelo corto, rellena, parecía tener unos kilos de más, aunque no por causas naturales, parecía un pequinés con rasgos de rinoceronte. Todos estaban sentados en el sillón de cuero desgastado, como si fuera un clásico canapé, descansando, apretujados, juntitos. —Tenemos algo contra usted —afirmó Sonia, sentada en el medio y cruzada de piernas con su minifalda de cuero. —Sí, lo sabemos —asintieron sus acompañantes— y ya llamamos a los señores. Debe quedarse y cumplir la orden. Esos hombres están prestos a llegar. —Póngase cómodo —volvió a afirmar Sonia con contundencia. Su escote resaltaba a la vista, como la luz excesiva que algunos pintores novatos suelen poner en un lado del cuadro para que llame la atención. Las miradas de lince, parecían amenazantes y tranquilas, rencorosas y generosas, suaves y rudas. —¿Usted por qué esta vestido como clase media? —preguntó la madre. —Debe devolvernos el dinero que nos pertenece —afirmó Sonia. El olor a alcohol llenaba la sala. La madre con su vaso de whiskey donde el hielo estaba ausente. A H. Mack la situación le producía rechazo y aceptación al mismo tiempo. —No sé de qué me hablan —respondió H. Mack. —¿Usted por qué tiene aspecto de cucaracha? —preguntó la madre. Entre las tres se miraron consultándose: ¡Qué hacer! —Ahora se lo llevarán si no confirma la devolución —respondió solícita Sonia después del intercambio de miradas—. Todavía igual tiene tiempo para pensar lo que preguntó mi madre. Tiene tiempo. Tiempo y paciencia le sobrarán, Tiempo, tiempo, tiempo, tiempo… —terminó Sonia.

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H. Mack se sorprendió tanto de esas palabras que permaneció ahí triste, parado sin moverse, callado, sin saber muy bien qué decir. Quería decir algo, no sabía bien qué, pero sentía la necesidad de sacar de su interior esa fuerza oscura que le había entrado, sabía que no era cuestión de palabras, ni de razones, ni de fidelidad de lo dicho. No eran épocas en que las palabras tuvieran alguna consecuencia con la acción. Y pensaba: ese pensamiento tan pequeño burgués tan propio. Miró su cuerpo y notó ciertas antenitas que esa mañana no había visto. Se olió el sobaco y sintió un olor nauseabundo, agrio, penetrante, olor a basura putrefacta de varios días de descomposición. La señora Sonia no tenía esos problemas de remordimientos, de correlación entre la palabra y la acción, su origen de supuesta alta estirpe se lo impedía. No podía concebir que alguien pudiera pensar como realmente pensaba H. Mack. En el fondo no importaba lo que pensaba, solo como estrategia era más fácil saber cuál sería su acción. H. Mack se preguntaba: ¿qué digo? Mientras permanecía ahí parado, tieso y melancólico como el cubo marrón del sillón que estaba delante de él. Mientras retrocedía un paso y permanecía alerta, los ojos nerviosos y tranquilos de las tres personas lo miraban con atención frente al pequeño movimiento. —¿Puedo retirarme, finalmente? —preguntó H. Mack —¡Sí!… —dijo Sonia primero. —¡No!…. —dijeron los tres en los siguientes cinco segundos restantes. Logró mirar con el refilón de su ojo derecho el pasillo detrás de él sin que lo percibieran, le pareció más oscuro, sin luz al final, con la puerta a cinco metros moviéndose por sí misma, retrocediendo en un movimiento extraño que su mente le impedía pensar, las paredes se encorvaban como papel de poco gramaje. De repente: —Usted, señor Mack, ¿quiere una tasa de té? —preguntó Sonia. —Por favor siéntese —afirmó la madre. —Bueno, gracias —respondió H. Mack. Pensó que no podía rechazar la amabilidad de un ofrecimiento de un rico té, le parecía una gentileza, y rechazarlo de poca caballerosidad. El joven, también bastante maquillado -el rojo de sus labios resaltaba como semáforo- sus medias como rejillitas, se movió rápidamente hacia el pasillo, hacia esa luz oscura que permanecía detrás de H. Mack. Rápidamente volvió de ese largo corredor en medio de la puerta de salida.Trajo cuatro tasas de vajilla inglesa aparentemente fina. —Qué lindas tazas —afirmó Mack. —Eran de la señora del cuadro, mi madre —dijo la madre mientras su pintura, gruesa y roja, se esparcía sobre la base que cubría en exceso su cara a través de dos gotas voluminosas del té chino. 7


—Pero, ¡por favor siéntese, Sr. Mack, ya vienen los señores! Tómese el té, por favor —dijo Sonia. Le habían ofrecido sentarse, pero H. Mack miró para un lado y para el otro, frente a la firme mirada de las tres buscando un lugar para sentarse que no existía. Mientras tomaba suavemente el té, agarrando la taza con firmeza con la mano derecha, y levantando levemente el dedo meñique, disfrutando al tiempo de los colores de la taza, se concentró en el rímel desparramado por la cara de la señora, y pensó en el libro que tenía que ir a comprar. Era La guirnalda de César Aira que había salido recientemente, y no podía dejar de leer de manera inmediata esa novela. Todos sus amigos la estaban leyendo y comentando, y como lector convencido de la importancia e imposibilidad de su tarea, tenía que cumplir ese mandato. El domingo se juntaría seguro con ellos y eso sería tema de conversación, además decían que era una novela realista, y eso más entusiasmo le generaba para realizar su compra. Como lector obsesionado, no podía perderse semejante oportunidad. Pensaba en si la librería de la avenida cercana tendría ya el libro. Pensaba en la posibilidad de que la librería-boutique de los autodenominados vanguardistas avant la lettre la tuviera. Pensaba en el horario que esa librería tenía, y en la dificultad de estacionar el pequeño fitito de color ocre que tenía de coche. Pensaba en qué otros libros de novedades no había podido comprar esa semana. Pensaba en la primera edición de Pájaros de fuego de Arlt que seguro no podría conseguir en aquella vieja librería. De repente se dio cuenta de que su mente se había ido y vio a la señora hablándole sin parar, y a las otras dos personitas observándole fijo con gesto adusto y sencillo. Sintió en sus oídos el ruido del silencio. Vio gesticulando a los tres, y en su cabeza sólo sonaba un: iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii… interminable. De repente los sonidos volvían a su mente mezclados con los ies. —¿Salió de su trance? —preguntó Sonia. —Sí, perdón señora, usted ha sido muy amable, muy rico el té —dijo H. Mack. —No se preocupen, no se preocupen por mí, muchas gracias, lo tomo aquí parado —continuó H. Mack. Se encorvó, se encorvó mucho más, más aún, sintiendo alivio en esa posición, sintió nuevamente las antenitas, disfrutó el té azucarado y miró el borde dorado y el fileteado florido de su pequeña taza de té inglesa. La señora preguntó: —¿Por qué usted está todo encorvado, Sr. Mack? Ahí se percató de que su cuerpo se había casi doblado al medio y que su mano izquierda casi tocaba sus rodillas: recordó que era un posición de reacción. Recordó también que se ponía así cuando lo desagradable aparecía y que él quería sentirse siempre bien, y ahí se encorvaba. 8


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—Discúlpeme, señora, si la incomodé con mi posición. Es que me resulta placentero estar parado de esta forma durante la media hora que estamos acá agradablemente tomando té —respondió H. Mack. —Me alegro, me alegro, me alegro, me alegro realmente de que así sea —respondió. El sonido estruendoso lo sacó de la concentración de la taza, del maquillaje, de los cuadros baratos, de la pose de supuesta alta burguesía en decadencia, de las miradas penetrantes altivas y tristes, del ruido suave pero furibundo de sus sorbos de té engullidos en sus gargantas astringidas. Plack, plack, con el refilón de los ojos vio venir a dos sujetos. Los imaginó de verde musgo, aunque en su miedo los veía negros, pero su mirada concentrada en el lápiz de labio rojo intenso que se extendía por la cara le impidió mover apenas su pequeña gran cabeza pensante. Los vio venir, y el eco de la puerta retumbaba en sus oidos como pisadas de elefantes muertos en el jardín de su casa. Vestían de amarillo patito. —¿Quiere otra tacita de té, señor H. Mack? —preguntó Sonia. Y él no pensó, o pensó en terminar su té, en las varias primeras ediciones que veía conocidas en el estante antiguo pegado a su izquierda, y se había olvidado de las fuertes y poderosas pisadas de los señores. Y respondió: —No, usted ha sido muy amable, con una tacita de té esta bien. Le agradezco enormemente —dijo H. Mack. —¡Usted venga con nosotros! Venga, por favor —dijeron. Sintió H. Mack cómo le apretaban sus tríceps, pensó en los esfuerzos intelectuales que le había significado sostener un gran libro de un autor ruso de tapa dura la noche anterior en su cama, pero se dio cuenta que no era eso lo que lo estaba apretando. Sintió, o miró, o pensó, en las tres medias sonrisas, los labios ligeramente para arriba, bocas cerradas sin mostrar los dientes y ojos abiertos con cejas levantadas de pequinés, rinoceronte u hormiga (ya no sabía), miró el color miel del alcohol del vaso de whiskey, sintió el olor de sus axilas y, por supuesto, pensó en la primera idea que tuvo al entrar en su casa... De ahí en adelante no pudo recordar más.

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Edgar A. Rivera Cuentan que hace siglos el cielo era azul y que era posible sumergirse en las aguas del mar sin morir al instante. Desde que lo vi por primera vez en uno de los archivos históricos que mi institutriz me hacía repasar cuando tenía diez años, me obsesioné con la idea de poder ver un cielo de colores intensos como el fuego, que de acuerdo a lo que decía mi maestra, ocurría todos los días, poco antes de que la oscuridad del espacio infinito se cubriera con el brillo de incontables estrellas. Aun ahora, ochenta años después, seguía volviendo con ella para que me contara sus historias. Trabajé durante veinte años hasta que pude ahorrar lo suficiente para comprarla en un mercado de chatarra. Era un modelo obsoleto, idéntico al que utilicé en mi infancia y, aunque su voz se escuchaba distorsionada y algunos de los archivos estaban incompletos, me encantaba sentarme a su lado al regresar del trabajo, sintiendo el calor de las imágenes proyectadas frente a mi rostro, escuchando con atención cada palabra como cuando era un niño. “Esas son fantasías que nos cuentan para que trabajemos más, ya verás como cuando hagas el viaje descubrirás que has desperdiciado tu vida por nada”. Decían mis compañeros, tratando de hacerme desistir. Algunos ni siquiera creían que fuera posible el viaje en el tiempo pues eran pocos los que regresaban vivos y de quienes sí lo lograban, no se volvía a saber nada a los pocos días de su retorno. No me importó, nada podía hacerme cambiar de opinión. Semana tras semana, año tras año, trabajé duro, pidiendo jornadas extra y limitándome en los gastos. No salía con mis compañeros, ni procuraba su amistad, nunca disfruté del gusto de un trozo de carne sintética y solo un par de veces probé una de esas bebidas embriagantes que hacían con los residuos químicos de los motores. Todo el dinero que no fuera esencial para asegurar mi supervivencia se iba al ahorro y ahora, con más de noventa años, por fin estaba listo para hacer el viaje. Una vez que compré el boleto, lo primero que me obligaron a hacer fue un curso propedéutico de varias semanas, donde tuve que estudiar y memorizar un libro de 65 páginas, lleno de reglas e instrucciones sobre lo que debía y no debía hacerse durante mi estancia en el pasado. “Está estrictamente prohibido hacer cualquier clase de comentario que pudiera poner en evidencia que se trata de un habitante del futuro”, “usted no debe hacerles 10


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saber a los habitantes del pasado cualquier información que pudiera poner en riesgo la estabilidad de nuestra línea temporal”, “absténgase de hablar o acercarse a personajes históricos relevantes. Se anexa una lista con 100 individuos de acuerdo al siglo que ha elegido visitar”, etc. No se aceptaba otro resultado que no fuera perfecto; si fallaba en al menos una de las 300 preguntas del examen, debía volver a tomar el curso desde el comienzo para que se me permitiera hacer el viaje. Esta fue la parte más difícil de los preparativos, casi tanto como los largos años de trabajo intenso que me tomó llegar a aquel momento, dado que los hombres de gris no tenían la calidez de máquina que tenía mi institutriz, no, ellos poseían esa fiera voluntad que da la sangre y el abominable carácter que crece de una vida llena de monotonía y opacidad. A cada oportunidad me humillaban, inventaban nuevas formas de insultarme y en general se esforzaban para hacerme fracasar. Dominé el examen al segundo intento. Pensé que lo peor había quedado atrás, pero todavía me esperaba un trago amargo por diluir. —Pase por aquí, retírese la ropa y súbase a la camilla —me dijo el encargado con tono malhumorado. La habitación era heladísima, envuelta toda en metal pulido. Dos personas aguardaban por mí, vestidas con un traje extraño de color blanco de una sola pieza, que les cubría el cuerpo entero a excepción de un pequeño recuadro transparente a la altura de los ojos. Se trataba de dos mujeres, una de ellas leyó mi expediente y dio instrucciones a la otra, para que mezclara el coctel de vacunas y enfermedades que me serían inyectadas. – ¿Con que 1970 eh? Eso es mucho tiempo, poco más de 1300 años. Esto le va a doler. Pasé tres días en una de esas habitaciones sin que nadie se me acercara, padeciendo en silencio un sinfín de malestares, repasando en mis delirios febriles las 256 reglas que debía seguir para viajar en el tiempo de forma segura. Soñaba a ratos, o eso me parecía, pues era difícil saber si estaba realmente dormido o despierto, con un cielo claro y multicolor, siempre cambiante que me aguardaba hasta que un día desperté fresco, renovado de una fortaleza que creí perdida años atrás. Eso marcó el fin del proceso antes de adentrarme en los canales fluviales de la cuarta dimensión. La máquina era un tubo de metal y vidrio entre dos turbinas que rugían violentas por debajo y encima de este, conectadas por medio de cables y mangueras a un tablero sencillo donde el operador insertaba una serie de códigos que la computadora transformaría en datos y que a su vez liberarían la energía necesaria para doblar los tejidos del espacio y tiempo. Dos hombres de gris me escoltaron hacia la máquina, me introdujeron, me dieron una bolsita negra con algunos objetos que me serían útiles y antes de cerrar la puerta de vidrio uno de ellos me cuestionó (como si pudiera olvidarse) si entendía bien cuáles eran las consecuencias de romper una de las reglas. 11


—Ustedes me matarán —respondí. Se alejaron, situándose detrás de la pared que resguardaba al operador con el tablero. Eché un último vistazo por la ventana ancha de aquel lugar, hacia el oscuro cielo matinal de ese gris verdusco inmutable, iluminado a la distancia por los relámpagos intermitentes de una tormenta ácida que se acercaba lentamente. Las turbinas aceleraron con ruido ensordecedor, comencé a sentirme extraño y mareado, quise vomitar y vi cómo mi cuerpo se ensanchaba en un segundo, para luego alargarse y en un instante contraerse de nuevo, una y otra vez hasta que perdí el conocimiento. Desperté en el suelo, con dolor en el abdomen; me puse a cuatro patas, dando arcadas que culminaron en vomito blanquecino. Todo me daba vueltas, la luz sobre mi cabeza era intensa y su calor me quemaba la nuca, cerré mis puños sobre el suelo y mis dedos se llenaron de tierra húmeda. Entonces entendí, recordé todo por lo que había pasado y me paré de un salto. A mi alrededor el día brillaba con una intensidad nunca vista, centenares de árboles desconocidos, altísimos todos, mecían sus ramas con una brisa tenue y el cielo resplandecía azul, intercalado por nubecillas blancas, a las que me quedé viendo por largo rato, con las mejillas remojadas, admirando la forma en que cambiaban lentamente. A mi espalda alguien llamó con voz extraña, era un hombre de piel oscura, con una gorrita pequeña, vestido con pantalones cortos y una camisa delgada que usaba abierta, exponiendo su barriga prominente. Intenté responderle y me hizo un gesto extraño. Éramos incapaces de comunicarnos en ese momento, así que busqué en la bolsita que me habían dado los hombres de gris una píldora blanca y la tragué de inmediato; un sabor amargo recorrió mi garganta, mis manos tem12

blaron un poco y mi mente se aclaró, a los pocos segundos las palabras de aquel hombre comenzaron a tener sentido. —¿Gringo? ¿You lost? ¿Entiende lo que le digo? —Saludos, señor. Solo doy un paseo. —Ah, si habla español por qué no responde. ¿Qué anda haciendo tan lejos, necesita que lo lleve? —¿Llevarme? —Voy con mi familia a la ciudad, lo puedo dejar de paso en la zona hotelera si usted quiere. Me subí a su vehículo, una máquina extraña de cuatro ruedas. Él iba al frente conduciendo, acompañado de una mujer y tres pequeños, yo me senté atrás en un espacio abierto donde cargaba toda clase de valijas y utensilios raros, disfrutando de la brisa fresca de aromas salados que acariciaba mi rostro. Revisé los otros objetos que tenía en mi bolsita, guardé el dinero en los bolsillos de mi pantalón y ajusté el reloj temporizador a mi cinturón. Once horas y diecisiete minutos, era lo que restaba para regresar a mi tiempo. Anduve por las calles, saludando a las personas, tan diversas en sus tonos de piel como en los colores que vestían, al parecer no había distinción entre las ropas que podían usarse de acuerdo a la clase social como ocurría en mi mundo. Algunos caminaban acompañados de perros, unos animalitos cuadrúpedos que me olfateaban al pasar. Yo estaba fascinado con ellos, tanto como ellos conmigo, olfateándolos de vuelta ante los encrespados dueños que me hacían gestos y se retiraban rápidamente. Después probé toda clase de alimentos: postres helados y frituras calientes, sabores dulces, agrios y amargos, no podía creer que fuera posible deleitarse con tantas cosas diferentes, pero lo que más llamó mi atención, fue un platillo en base a la carne de un animal peculiar, huachinango, lo llamó la joven muchachita que me lo sirvió.


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Su carne era suave y exquisita, salada, envuelta en mantequilla y aderezada con picante. —¿De dónde han traído a esta criatura, cómo es que las fabrican? —¿El pescado? Pues se trae del mar, de dónde más. Es fresco. —¿Está muy lejos el mar? —No, a dos cuadras hacia allá, del otro lado de los hoteles —señaló. Pagué inmediatamente, ni siquiera terminé de comer, no podía esperar ni un segundo más para verlo. El reloj marcaba que me quedaban poco más de tres horas. Atravesé uno de los edificios que llamaban hotel; en la parte trasera había personas que se sumergían en las aguas cristalinas de un estanque de concreto azul, y poco más allá, el horizonte se difuminaba entre el azul profundo de los cielos y las aguas. Escuché el repicar de las olas que me llamaba y caminé sin detenerme hasta que el agua abrazó mis muslos tan solo para dejarme caer, movido por el vaivén de las olas, con el agua empapando mis ropas y metiéndoseme en los oídos. Era verdad, uno podía adentrarse en la playa sin morir, pero lo que no sabía es que esa agua no se podía tragar. Salí asqueado, tosiendo y vomitando, riéndome de lo irreal que todo me resultaba. Caminé un rato por la orilla mojando mis pies, hasta que el sol se empezó a ocultar. Tal como mi maestra me había contado, el cielo se iluminó con muchos colores, primero las nubes se pintaron doradas, después era todo un remolino de rojo, naranja y violeta, a medida que la noche ganó terreno desde mi espalda y los primeros puntos luminosos comenzaron a aparecer en el cielo. Un pitido sonó a un costado de mi cinturón, era la alerta de 15 minutos, debía buscar un área despoblada y esperar a que el proceso de retorno diera inicio. Había caminado durante horas y me había alejado lo suficiente de las personas y las luces como para que no me alcanzara a ver nadie y si por casualidad alguien hubiera aparecido, podría haberme introducido en las aguas para ocultarme. Corrí, corrí tan rápido como mi cuerpo viejo y cansado me lo permitió. La alarma de 10 minutos. A la distancia unas personas se reunían en torno a una fogata, mis piernas me dolían y la respiración era agitada. Tres minutos. Ya casi los alcanzaba. 1 minuto. No había tiempo para más, comencé a sentirme mareado, a esa distancia debía bastar. —¡Malditos, malditos todos! ¡Lo arruinaron, lo destruyeron por completo! ¡Sus malditas ojivas nucleares! ¡No lo elijan, en un siglo, hagan lo que hagan no elijan a… ah… ahhhhh! Un dolor presionó mi pecho sofocante y el aire dejó de entrar a mis pulmones. Quise sostenerme. Detrás de aquellas personas, dos siluetas grises se materializaron, apuntando en mi dirección con un pequeño objeto que no alcancé a distinguir. Me dejé caer de espalda y forcé una sonrisa, quería que mi cuerpo inerte, bañado por la luz clara de la luna se mofara de ellos, a medida que mis ojos se apagaban.

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Juan Pablo Goñi Capurro Huberto subió al tren a la hora prevista, las manos en los bolsillos cosa que el saco no se abriera. Huberto era yo. Llevaba un mes vistiendo traje para viajar a la capital, única manera que se me ocurrió de ocultar la molesta cola que me había crecido sobre la raya del culo. Escogí un asiento solitario; personas confiables que viajaran solas —no quería repetir el incidente del quince de abril, cuando la cola se entusiasmó con el cuerno de la compañera de asiento y me tuvo a los saltos durante el viaje—. El vagón se llenaría, rogué que me tocara un compañero discreto, propietario de una nariz doble o pezuñas, detalles que no conmovían a mi nuevo apéndice. Extendí el periódico, el código para indicar que no estaba interesado en conversaciones. La cola se mantuvo quieta cuando se sentó en el asiento del pasillo una mujerona de cabeza gigantesca que cargaba una bolsa con manzanas naranjas. Me invadió un pesado aroma a ajo; mi vecina de viaje era una ilusa que confiaba en la propaganda del gobierno, aposté que en unos días luciría un par de astas o una giba. Volví el rostro a la ventanilla e intenté que el periódico fuera un muro entre el ajo y yo; inútil, descendí envuelto en su aroma. Los ademanes que efectué para librarme del olor me hicieron descuidar. Pasé por un molinete y mi cola, emergiendo libre de los pantalones, se aferró a él. Delante de la multitud que pugnaba por entrar o salir del andén, quedé dando pasos en el aire, sin poderme alejar. Para aumentar mi vergüenza, quienes se aproximaban celular en mano se llevaban los dedos a la nariz. Se me cayó el periódico; no lo recogí, necesité de ambas manos para obligar a mi cola a desprenderse del molinete. Sudoroso, por el impulso acabé chocando contra una jovencita muy bonita, si quitáramos de su rostro la nutrida barba de bisonte americano. 14


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Para mi sorpresa, la joven me ayudó a volver la cola a su lugar. Apreté fuerte el pantalón y ceñí el saco por encima. Le agradecí, ella me miró como diciendo «ojalá pudiera yo esconder lo mío». Una vez que me alejé del bello ejemplar, dudé en proseguir con mis propósitos. Arribar a la entrevista en el ministerio del interior con el cabello sudado y hediendo a ajo me sonó como un mal plan. Sin embargo, requerir una nueva cita podía tomarme seis meses; no concebí pasar ese tiempo en compañía de la molesta visitante de mis bajos fondos. Tomé aire y me sumé a la muchedumbre que se dejaba engullir por las bocas del subte. Un par de policías custodiaba el andén. Carecían de la actitud intimidatoria propia de sus colegas. Me detuve un instante. Ella tenía orejas de jirafa, él, un pico naranja. Entendí que había sufrimientos peores que el mío; ¿cómo se decía «alto o disparo» a un delincuente cuando la voz debía salir del pico de un tucán? Quizá fueran peores pero yo tenía el mío; suficiente empatía, había obtenido el privilegio de ser entrevistado para el programa de curación diseñado por los científicos del gobierno, no fuera que por compadecerme llegara tarde y perdiera la oportunidad. Colocando el pulgar en una serie de terminales atravesé puertas hasta hallarme delante del despacho del encargado de admisiones al plan experimental. Esta vez coloqué el pulgar sobre lo que parecía un interruptor; las puertas se abrieron y pasé. Detrás de un escritorio normal, un hombre obeso, de cabello cano, manos peludas y trompa. Una trompa más de oso hormiguero que de elefante. El hombre la apartó, se la colocó en torno al cuello como si fuera una bufanda. No dejaba de tener utilidad, a diferencia de mi cola prensil. Igual, de elegir, elegiría mi cola, al menos la podía esconder. —Debe haber un error, usted está sano. —Ningún error.

Ruborizado, me quité el saco y, sin más ayuda de mi parte, la cola saltó, buscado un asidero para aferrarse. La dejé unos segundos para que el funcionario comprobara que estaba infectado, y volví a cubrirla con el saco. Recién entonces me senté. Del bolsillo interno saqué las órdenes selladas y el ticket para acceder al tratamiento. El hombre las cogió con las manos, las leyó y emitió un suspiro; con él, la trompa se desató y vi como los papeles se perdían dentro de ella. El funcionario se puso de pie, se agitó, tosió y estornudó con fuerza. Sobre mi cara pasaron papeles, el capuchón de una lapicera, un sacapuntas, un abrochador y un preservativo —usado—; todo bañado en abundante moco verde. Con el estornudo la silla a mi derecha fue a dar contra la puerta y un par de certificados enmarcados cayeron al piso. Al señor no pareció molestarle el desbarajuste; por el contrario, volvió a sentarse, el semblante recuperado y la trompa otra vez cumpliendo funciones de boa. Con la punta de los dedos recogió los papeles y los guardó en una carpeta foliada. De un cajón extrajo otra orden sobre la que estampó tres sellos y dibujó tres firmas distintas. Sin más explicaciones, me pasó la admisión y señaló la puerta. Leí rápido: debía presentarme al día siguiente a las ocho de la mañana en la granja Pittman. Estaba todo correcto. Saludé y me retiré, caminado hacia atrás no fuera cosa que me sorprendiera otra descarga de la trompa. Por la noche me acosté ansioso, sin por ello olvidar la precaución de sujetar la cola con un precinto al armazón de la cama. La primera vez que me fui al lecho con mi flamante extremidad, pensé que sería mejor dejarla libre tras un día de mantenerla sofocada por el saco. Grave error. A la medianoche me despertó un beso cariñoso de mi mujer en la mejilla; al re15


galo, añadió una frase «jamás me hiciste vivir un orgasmo tan intenso». Le duró poco el cariño. Cuando comprendió lo sucedido, saltó de la cama y regresó a los pocos segundos con la cuchilla grande, dispuesta a acabar de raíz el problema. Aterrado, le expliqué que no podía aplicar un método tan arcaico en el siglo tecnológico que vivíamos, le conté del programa del gobierno y ahí nomás me anoté en el programa que me depositaría en la granja Pittman. Tras una noche desasosegada, partí temprano. Arribar a la famosa granja me costó un dineral. Me resultaba imposible conducir con la cola, la única vez que lo intenté acabé estrolado contra la columna de alumbrado ubicada en la vereda del vecino. El ruido del motor la enloquecía; de hecho pasé el trayecto a los saltos en el asiento trasero del taxi. Ella pugnaba por elevarse y yo por aplastarla. El taxista no hizo comentarios, aunque me pareció que sus branquias aceleraban los lapsos de cierre y apertura. Me dejó en la puerta del edificio brilloso, bajó la maleta del baúl a la explanada de acceso y se alejó a más velocidad que la que traía conmigo en el coche. Permití que mis ojos se extasiaran por unos minutos. El edificio de tres plantas, moderno a más no poder, estaba instalado en un parque gigantesco, rodeado por floridos canteros y cercos con dibujos. Me pregunté dónde guardarían los animales de la granja en sí, no vi establos ni corrales. Como eran casi las ocho, dejé de preocuparme y pulsé en el identificador de acceso. Ningún sonido me dio la bienvenida. Se abrieron las puertas y enfrenté un monitor. Allí estaba mi nombre. Luego, una flecha, el número de un consultorio y una cuenta regresiva; debajo una leyenda decía límite para aprovechar su oportunidad. La cuenta iba en seis. Segundos. Corrí desesperado con la maleta a la rastra y empujé la puerta batiente. En un cubículo blanco con espejos por doquier, sobre una silla ergonómica, descansaba una mujer joven, casaca blanca y pantalones ajustados. Me asombró no ver en ella signos ostensibles de la plaga. Al instante lo consideré lógico, una granja de tratamiento y curación debía contar con profesionales ya curados. Aliento a ajo no tenía, el personal del gobierno no seguía los consejos del gobierno para mantener la enfermedad lejos de sus cuerpos. —Desnúdese. —No es necesario, basta con bajar el pantalón un centímetro y... —O se desnuda, o se marcha. ¿Para eso me había preocupado por colocarme la ropa más fina que

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poseía? Ruborizado, me quité todo; me vinieron ganas de cubrirme las partes con la maleta, pero la actitud de nazi entusiasta de mi terapeuta decía que no era una buena idea. Dejó la silla, se acercó y me obligó a girar. Mi cola dormía, caía laxa entre los glúteos. Sentí cuando la terapeuta la alzó, como sopesándola. Al soltarla, me golpeó como un látigo las nalgas. —¿Tanto le molesta andar con esta pavada? Que ganas de dilapidar recursos, habiendo tanta gente con problemas severos. ¿Se imaginan cómo deben estar pasándolo las mujeres con barbas de chivo colgando de sus pezones? ¿O los hombres a los cuales les brotó una bolsa de canguro justo delante del pene? Insensible, privar a la gente que de verdad quiere aliviar su dolor. Me indigné, lo demostré de la manera más suave que se me ocurrió. —¿Qué sufría usted, doctora? Un idiota compitiendo el viejo juego de «a ver quién la tiene más grande»; para peor, con una mujer. —Una verga de burro justo delante de la vulva. La vista se me fue directa a la zona mencionada, no cubierta por la casaca. Ningún indicio de pene, diría que hasta la hendidura era remarcada por la ajustada tela azul marino. —Mala suerte, Huberto, debió conocerme antes. Estoy curada, ya no puedo complacerlo. Enrojecí. Quise rugir de furia, jurar sobre la tumba de mi madre viva y gritarle al mundo lo macho que era; no soy tan imbécil, comprendí que sería inútil, ella me había vencido, no cambiaría su apresurado y erróneo diagnóstico. La cola pareció disfrutar mi embarazo, se movió igual que la de un perro amigable. Para peor, como si su especialidad fuera escarbar en las heridas, la terapeuta agregó: —Dadas sus inclinaciones, le concederé un gusto. Lo acompañará Igor, en lugar de las azafatas. El tal Igor resultó un oso parlante. Literal. Era inmenso y lo cubría una mata de pelo, de la cabeza a los pies descalzos. Apenas un slip atigrado ocultaba —es una manera de decir— el gigantesco miembro que calzaba. Igor señaló las escaleras; fui tras él. La terapeuta me obligó a que dejara ropas y maletas en el consultorio, ni loco caminaba delante de ese energúmeno. Avancé por un pasillo inmaculado y subí al primer escalón. La escalera era eléctrica. Allí todo brillaba, me dio seguridad hallarme en un ambiente tan aséptico y moderno.

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Igor metió el dedo en otro identificador y una puerta se abrió delante de nosotros. Vi una máquina que poseía un recipiente grande, de la que salía un tubo largo cuyo extremo continuaba fuera de mi alcance. Ganó mi atención el líquido rojo que caía de otra tubería sobre el recipiente mencionado. —Perdón, es la planta de procesamiento de desperdicios, aquí todo se recicla. El reciclado me había parecido siempre un concepto interesante, quise saber más. — ¿Qué producen? —Morcillas —respondió, lacónico, mi cicerone. La seguridad comenzó a abandonarme. Igor dio dos vueltas por los mismos pasillos, conmigo casi a cuestas; lo noté perdido. Pasamos bajo un arco y desembocamos ante otra puerta, que Igor abrió en un instante. Aquí había cientos de serruchos colgando de las paredes. —Otra vez me equivoqué, estos son los repuestos. — ¿Repuestos de qué? —De los quirófanos. Dijo la palabra y halló la orientación. Sin dejarme averiguar más sobre los quirófanos, me metió en uno. Camilla, luces, aparatos, vendas y un cubo, todo lo que alcancé a distinguir antes que cerrara la puerta y me dejara solo. Luego no hubo tiempo. De un agujero salió gas, me adormecí. Acerté a la camilla y me tendí sobre ella. Antes de perder la conciencia, vi llegar a un hombre con delantal de carnicero; sostenía en la mano un serrucho como los que había visto antes. Logré verle la cara; en efecto, era un carnicero, el que me atendía cuando vivía en el barrio Lourdes. Abrí la boca para protestar, me salió un bostezo. Nunca supe el tiempo que pasó hasta que desperté. Me hallaba en una cama cómoda, en posición lateral, casi fetal. Mi primera reacción fue llevarme la mano a la espalda; bajé y llegué a la raya del culo sin toparme con la maldita cola. Apenas había unos puntos de sutura; el carnicero conocía su oficio, nunca comí chuletas tan buenas como las del barrio Lourdes. Antes que pudiera festejar, sentí urgencia por ir al baño. 18


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Caminé sin dolor y delante del inodoro encontré la sorpresa; al buscar el aparato para hacer pis, no estaba. Solo había unos puntos de sutura arriba de una vulva artificial. —¿Ya descubrió el regalo que le hice? Ah, los discriminados son mi debilidad, le hubiera incluido tetas pero ya me excedí con la ablación del pene y la construcción de la vagina. Que la disfrute mucho, Huberto, o como vaya a llamarse ahora. No la oí entrar ni la oí salir, concentrado como estaba en esa realidad surreal. ¿Cómo le explicaba a mi mujer que se trataba de un error? Anestesiado por el cuerpo que me entregaba el espejo, no me moví hasta que ingresó un enfermero para control. Asustado por mis ojos en blanco y las piernas bañadas en orina, convocó al médico de guardia. Logré reaccionar, le hablé de mi esposa, de la confusión de la terapeuta, del problema insoluble que podía significar el fin de mi vida. El médico pensó un rato. —Se me ocurre una sola solución. Y así fue como mi mujer viene gozando orgasmos múltiples cada noche de su vida, mientras yo sigo sin acostumbrarme a orinar sentado, luchando cada vez porque la cola no me viole. Y sin saber si soy Huberto, o si Huberto fue el sueño de una lesbiana sin tetas.

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José Rodolfo Espinosa Silva Y aún no me explico por qué te suicidaste. Mamá dice que fue porque terminaste con Ramiro. Papá… papá no dice nada, apenas habla, se mantiene con la mirada perdida, como si estuviese viendo otro lugar o tiempo y solo por momentos -durante el día- regresa a la realidad. No lo culpo. La realidad no es la misma sin ti, Keyla. Tal vez sea de familia. El abuelo Gelasio nos platicó en una ocasión que su primera hija, la tía Martina, se suicidó al cumplir los catorce. Según él, papá tenía sólo diez años cuando ocurrió. Quizá por eso nunca habla de ella. Me pregunto si con el tiempo yo también te olvidaré. Parece imposible en estos momentos. Aquí, de pie, bajo el marco de la puerta de tu habitación, miro tu cama bien tendida, otra señal de que ya no estás. Es la primera vez que la veo así, la encuentro enorme. Entro. La yema de mis dedos recorre la colcha morada, está fresca. La última vez que estuve sentado en esta cama fue la mañana de tu cumpleaños número dieciséis. —Abre el mío primero, es el más grande. La cama estaba llena de regalos. Los conté, eran ocho. Uno menos que el año anterior. Tal vez mamá tenga razón, tal vez fue por Ramiro. —Espero que no esté lleno de periódico —hace un año te había regalado un kit de lápices para dibujar, había comprado una caja de cincuenta centímetros cúbicos y la había rellenado de periódico. —Éste es diferente —te aseguré. Tomaste mi regalo. Una caja dos veces más grande que la anterior, forrada de amarillo chillante y coronada con un moño rojo. Abriste la tapa y tu cara se iluminó. —¡Es Stitch! ¡Está enorme! El peluche de color azul, con ojos grandes y negros representaba a uno de tus personajes favoritos, medía un metro y su precio rondaba los dos mil pesos. Había tenido la suerte de encontrarlo en una liquidación, tenía setenta por ciento de descuento. Por supuesto no fue lo que te dije. 20


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recostarla. —Sí, bueno, lo mejor para mi hermanita. Me abrazaste. —Ya, ya, ya que me pegas tus gérmenes —si hubiera sabido que sería nuestro último abrazo no te hubiera soltado. Tomaste otro regalo de la cama, era una cajita pequeña y alargada. La mandaba Alondra. Supe que era un reloj desde antes de que lo abrieras. Los siguientes regalos fueron una bolsa, un par de aretes de plata, un Funko Pop de Stitch, el libro Coraline, de Neil Gaiman, y unos zapatos negros; los primeros cuatro eran obsequios de tus amigas, el último era de parte de mamá. —¿Te quedan bien? —Sí, perfectos —esa fue la última vez que le diste un beso a mamá. Estabas por abrir el regalo de papá cuando el timbre sonó. Bajé al recibidor y a través de la mirilla divisé a un hombre con uniforme de repartidor. —Paquete para Keyla Moctezuma. —Sí, aquí es. —Lo siento amigo, debe firmarme alguien mayor de edad. Llamé a mamá, pero decidieron bajar todos. —¿Quién lo envía? —preguntaste mientras mamá firmaba la orden de entrega. El hombre no respondió. Sólo cargó aquella caja, que era casi tan larga como él. Después se retiró sin agregar más. El obsequio tenía unas etiquetas en las que se leía la palabra “Frágil”. Por lo que te ayudé a

—¡Es un espejo! Una nota cayó al suelo mientras lo sacábamos. Para mi querida Keyla: Espero que con este espejo veas lo hermoso de la juventud. Con amor, el tío Salomón. En realidad era nuestro tío abuelo. Un hombre al que sólo habíamos visto un par de ocasiones. Rico, cascarrabias y viejo. Según papá, era veinte años mayor que nuestro abuelo Gelasio. El abuelo ya había fallecido y el tío Salomón seguía dándose la gran vida. En ocasiones nos enviaba postales de sus viajes, pero nunca regalos. Por eso a todos nos sorprendió el que ahora lo hiciera. —Papá, papá… —tuve que llamarlo varias veces para que reaccionara. —Eh…¿qué? —Dice Keyla que si ahora abrimos el tuyo. El regalo de papá fue el mejor. Un celular de última generación. Mamá ya ha registrado toda la casa y el móvil continúa perdido. Ahora que lo pienso, tampoco he visto el peluche que te regalé. Lo que sí está es el espejo. De forma ovalada, hecho de latón y con patas para que pueda sostenerse por sí mismo. Me miro en él. Traigo el mismo suéter azul que aquella noche. Está un poco manchado de sangre de la manga izquierda, quizá por eso no me deshice de él. 21


Me acaricias el cabello con una mano mientras pones la otra en mi hombro. Yo acuno mi mejilla en tu mano y recuerdo… Volteo y te has ido. —Álvaro —me llamaste. Había ido cinco veces a tu habitación. Atraído por tu voz que me nombraba incesante. Sólo ahora me he animado a entrar. Sé que estás muerta, pero no puedo ignorar mis sentidos. La primera vez que te escuche fue un día después de tu entierro. Era sábado. Tu voz me despertó. No fue hasta que estuve delante de la puerta de tu habitación cuando caí en cuenta que eso era imposible, que habías muerto. De todas formas abrí la puerta. No había nadie. —Álvaro —es tu voz nuevamente. Viene del espejo. Me acerco. Pego mi oreja en él. Siento unas garras que me jalan hacia adentro. El mundo es de dos colores. El firmamento oscuro, sin estrellas y el suelo de color azul acero. Frente a mí está un demonio. O eso me parece. Su cara es roja con colmillos grandes y torcidos saliendo de la boca. Corre hacia mí. Me atraviesa. Lo veo salir del espejo. Quiero ir tras de él. Pero estoy encerrado. Golpeo el espejo con todas mis fuerzas pero no cede. El demonio luce como yo. Me mira por unos momentos, es idéntico a mí, excepto por los ojos amarillos. Tú también tenías los ojos de ese color cuando fuiste a la cocina. Te habíamos organizado un convivio en casa, estabas charlando con una de tus amigas, (lo siento, siempre confundo sus nombres, la del lunar en la frente) cuando recibiste una llamada. Mamá dice que era Ramiro. Subiste a tu alcoba a contestar. Cuando regresaste noté el cambio en tus ojos. Te pregunté si estabas bien, pero me ignoraste. Fuiste directo a la cocina. Nos dimos cuenta veinte minutos después. Se nos hizo raro que no salieras. Al verte en el suelo con el charco de sangre a tu alrededor lo supe de inmediato. Mamá no lo procesó hasta que te tomé entre mis brazos. Te habías cortado el cuello de lado a lado. Aún siento que se me apretuja el corazón al recordar el grito de nuestra madre. Escucho pasos acercarse. Alguien está abriendo la puerta. Es papá. Trae un bate en la mano. Se para delante del espejo. Yo le hago señas, pero parece que no me puede ver. Está llorando. Toma vuelo y le da un batazo al espejo. Escucho el sonido del cristal. El espejo comienza a romperse y con él el lugar que habitamos. Puedo verte de nuevo, junto a mí. Me tomas de la mano.

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Eréndira del Carmen Corona Ortiz Un hervidero de ruidos se cocinaba en el espacio que ocupaba aquel lugar, ruidos que bullían desde lo más profundo de aquel caldo silencioso y que llegaban a borbotones a la superficie que conformaba una prístina realidad. Una deconstrucción de ruidos suaves, fuertes, dulces, graves, subyacentes... Ruidos entonces meramente aleatorios, que si se hubieran podido ver, bien podrían recorrer los trazos salvajemente capturados en un cuadro de Pollock. Solo aquello alcanzaba a percibir a mi alrededor, durante mi estancia frente aquella ventana, junto a la que me encontraba perpetua, impasible, y cómodamente sentada. Con la mirada proyectada hacia a algún otro lugar por demás inexistente, así permanecí hasta que todo el barullo inexorablemente se disolvió. Durante una ínfima fracción de segundo, retorné al silencio absoluto de donde hace mil tiempos partí. Me regocijé en la nada, en mi habitáculo primigenio. Sentí el frío del espacio y la eternidad de los eones. Y volví. Retrocedí mis pasos y me sumergí de nuevo en aquel mar de ruidos. Aquella marea voraz que poco a poco transformé en sonidos. Tintineos, susurros, voces y finalmente al poco tiempo, palabras. Existieron entonces las pláticas que hablaban de todo pero que a la vez decían nada, risas lejanas de niños, meseros tomando la orden, el tintineo frío de objetos que se antojaban metálicos, el sorbo al café caliente y recién servido, los motores de los carros que pasaban por la calle aledaña, la campanilla de la bicicleta que se encontraba dando vuelta a la esquina más lejana... Bajé la mirada a la vez que recorría aquel objeto extraño, inconsistente, borroso, en estado de total entropía. Luego entonces, se ha tornado de contorno curvo, frío... Metálico. Y resucité... Resucité otra vez esta mente mía. La colonicé de nuevo utilizando el concepto cuchara. Después, así seguí aquel día. Perpetua, impasible y sentada en el café junto aquella ventana mirando a la lejanía. 23


Omar Serrano García

Para María Cartones

H Heriberto, hombre pequeño, moreno y de espaldas anchas, subía lentamente por el andamio. En su dorso, unos diez ladrillos amurallaban su piel que, curtida de tanto trabajo, ya era inmune al roce de los materiales de construcción. Mientras subía –se construía un edificio de tres pisos– solo pensaba en lo mucho que le faltaba de jornada laboral para poder pagar el puesto de pasión (una especie de padrino o mayorazgo) de Kinta-Jimunltik, o sea, Fuego Nuevo. Cada año, se le concedía a un hombre de Chamula el honor de ser el pasión de esta gran fiesta. Debe cubrir todos los gastos para celebrar al santo patrono de San Juan Chamula. Como dije, el pasión debe pagar todo: comida, cox (bebida ritual embriagante), música, cohetes, la misa y lo más importante: el traje que portará –sólo ese día– el Santo. Heriberto se había dedicado toda su vida a la tierra. Allá por la vereda tenía su jacalito y una parcela. Con lo que cosechaba, le alcanzaba bien para María, su esposa, y Lupita, su hija. Sin embargo, con la gran noticia del apadrinamiento, la economía familiar tendría que ser más austera. ¿Pensar en rechazar el puesto? Imposible: hay familias que llevan años esperando a que cualquiera de sus hijos –el puesto es sólo conferido a los hombres– sea elegido pasión. Negarse a aceptarlo implicaría un rechazo a todas sus tradiciones. Heriberto había sido elegido, debía cumplir con el honroso puesto. Quizá por lo mucho que le preocupaba juntar el dinero –a pesar de los 200 pesos que le ofreció de buena fe su compadre Nicanor– fue que resbaló. 24


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Aunque había por lo menos otros quince compañeros trabajando, ninguno vio el momento exacto del accidente. Únicamente oyeron un grito sordo que, segundos después, se calló con un golpe seco. Al asomarse, Heriberto yacía, boca abajo, tendido. Murió al instante. No es necesario decir el revuelo que causó su muerte en todo San Juan; las familias más tradicionales decían que era de malagüero que el pasión muriera antes de la fiesta; después, incluso significaba buena señal: las cosechas serían abundantes, las mujeres fértiles y el calor no mataría al ganado. Ante esta situación imprevista que, según los más ancianos del pueblo, sólo había ocurrido en cinco ocasiones desde que se tenía memoria, el obispo del pueblo se reunió con la familia del difunto para informarle que, a pesar del fallecimiento de su esposo, el mayorazgo debía seguir en su jurisdicción. Situación insólita pero, dada la premura, el religioso prefirió dejar todo en manos de María a que cualquier otra familia, debido a la inminencia de la celebración, lo dejará plantado. No obstante, el religioso se justificó en lo mucho que el marido había trabajado para cubrir los gastos, por lo que consideraba una grosería retirarles la mayordomía. María sería la primera mujer de la que se tenga registro en cumplir con este puesto. El hecho, empero, molestó a los hombres más tradicionalistas del poblado. Efectivamente, el grupo que mostraba mayor inconformidad eran varones pertenecientes a las familias de mayor tradición en el pueblo cuyos antepasados –según se decía– habían sido fundadores del pueblo hace cientos de años. En general, en todo el pueblo veían con muy malos ojos que una “hembra” ocupara semejante puesto. Buscarían cobrarse semejante agravio. Luego de las exequias funerarias, María tuvo que pensar el modo de cubrir los gastos. Lo primero que se le ocurrió fue vender sus frutas en el mercado; no obstante, el pueblo era tan pequeño que no obtenía lo suficiente. Además, mucha gente no le compraba para demostrar su inconformidad. Le surgió la idea de ir a la ciudad capital, San Cristóbal –que distaba unos 30 kilómetros– a ofertar sus productos. Ahí sí había muchísima gente, por lo tanto, podía vender mucho más y, a su vez, obtener mejores ingresos.

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Sin embargo, en un pueblo tan tradicional, era inconcebible que una mujer saliera sin la compañía de su marido, hermano o cualquier figura masculina. Pensó en su compadre Nicanor; él podría acompañarla. Pero la negativa era previsible: —Si la acompaño, comadrita, ¿quién va a trabajar para darle la papa a mi señora y a mis chilpayates? Así pues, tuvo que ir a hablar con el obispo para plantearle la situación, e implorarle que le diera un “permiso especial” para poder salir del pueblo sola. Únicamente iba a vender sus productos con el fin de cumplir con su compromiso con el pueblo. Sólo iría a vender y regresaría, no más. Tras pensarlo unas horas, y con la celebración cada vez más cerca, el obispo no tuvo más que aceptar. La noticia enfureció todavía más a los detractores de María quienes expresaron abiertamente su disgusto al señor obispo. Este solo trató de amainar los ánimos. Era inútil. La venganza se estaba gestando. Cierto día –a una semana del Kinta-Jimunltik, luego de recoger su mercancía y mientras caminaba hacia San Juan Chamula¬– María se dio cuenta de que cinco hombres la venían siguiendo. Ninguno conocido. Tuvo un muy mal presentimiento. Finalmente, justo en medio de los dos pueblos, cuando en el camino de terracería no se veía nadie ni siquiera en lontananza, dos de los individuos tomaron la avanzada. —¡Quieta ahí, perra! María aceleró el paso. Fue inútil. —¿Qué no sabes lo que les pasa a las hembritas que salen solas? Los dos finalmente la detuvieron. Quiso gritar, pero le taparon la boca. Los otros tres que habían quedado un poco atrasados, ya estaban por alcanzarlos. Entre los primeros dos, la sacaron del camino hacia la maleza. María lloraba: la iban a violar. Uno por uno, por turnos, pasaron por ella. Uno la sostenía mientras otro la penetraba; luego intercambiaron. Después de una hora, la dejaron ahí –como un animal– siempre con la advertencia final de que aprendería que una perra no debe andar sola, sin su macho. De milagro no se desangró, pues tuvo que regresar –con sangre escurriendo de su vagina– andando hasta el pueblo. Trémula, ingresó a Chamula. Todos supieron lo que le pasó. Nadie, sin embargo, la compadecía; por el contrario, la miraban con desprecio, con asco y repulsión como se mira a un animal ponzoñoso. 26


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Solamente el obispo fue a verla cuando se enteró. Lo único que le dijo fue: —¿Para esto te dejé ir al pueblo? Arrepiéntete, hija. Arrepiéntete de tus pecados. ¿Al menos conseguiste el dinero suficiente? María, con los ojos aún llorosos, señaló con la vista una bolsa que se encontraba en la mesa; ahí estaba todo el dinero que había logrado reunir. —¡No es suficiente! —replicó el obispo con evidente enojo— Pero bueno... supongo que la Iglesia tendrá que poner los quinientos pesos restantes. Antes de irse, con notable tono de furia, pues todo el pueblo le reclamaba el error de dejar salir a una hembra sola. ––Sobra decirte que, por dignidad, hija, no te presentes el día de la celebración. El obispo ni siquiera esperó respuesta. El día del Fuego Nuevo todo San Juan Chamula era fiesta. Todos celebraban, bebían, bailaban. Solo María escuchaba –a lo lejos– el bullicio. Lo único que hacía era lavar su ropa (la misma que llevaba el día de la violación); era la décima vez que lo hacía. Se había bañado tanto que su piel comenzaba a lacerarse. Cuando se vio reflejada en la pileta, se odió, odió la belleza de su rostro –una hermosura de la cual ella no era consciente. Tomó el barro que había en el chiquero y se embadurnó la cara. Así jamás ningún hombre volvería a desearla, ella no podría provocar a nadie. Cuando la noche cayó, la tradición dicta que debe elaborarse una juncia, una cruz elaborada con hojas secas, que, al oscurecer, debe encenderse: es el sitio donde arderán los pecados de los pobladores. Cuando hubieron pasado todos (cada uno pasa muy cerca y los pecados son consumidos por el fuego), María apareció. Todo el pueblo enmudeció; le abrieron paso a María (nadie quería tocarla ni acercarse, estaba apestada) que embadurnada lucía horrenda. Nadie dijo nada. Ella, absorta, se dirigió sin decir palabra ni quitar los ojos de la juncia directo al fuego. Se arrojó a las llamas; nadie la detuvo. Todo el pueblo vio, en completa resignación, la purificación de María. 27


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Pena

Alexis Francisco López Hernández Serás

Escucha el lóbrego son de la cítara, escucha cómo te llama al sepulcro; altiva dama, no temas a su ara; no rechaces al descanso seguro. Deja a tus crines teñirse de nieve; y al cruel e infausto hado no reniegues, deja que el destino obre como debe y el hado de tu estrella no prolongues Pronto tu alma tornará al postrero hogar, y en las infaustas entrañas de Cronos tu blanca prenda será abandonada. Ya tu memoria solo habrá de vagar en los ecos de tumbas en ayunos, y serás tierra, polvo, sombra, nada. Tumba

Ya siento al lóbrego espacio de la sepultura, Incitándome, invitándome a guardar silencio, a acallar los gritos que cruzan por mi cabeza. A censurar los miedos que yacen en mi corazón. Siento cómo los gusanos trepan por mi ser, siento sus mordidas remordiendo mi cabeza, Asaltando, despertando los recuerdos de tu rostro invocando los miasmas de tu pútrido perfume. Oigo cómo sus pequeñas trompas susurran «Recuerda, recuerda, aquel latido infernal» Y cosen con sus mandíbulas sus voces a mi sentido. Siento cómo estos insectos sellan mis labios, Negándome el placer de alguna vez saborear lo que nunca me perteneció por decreto divino.

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Colmas de amarga pena los dulces tiempos que una vez gocé; Permutas mi alegría, y las sendas que pisé, en dolor que jamás sentir pensé. Llenas de placer tu alma con cada llanto que por ti derramé; Traes tormento a mi calma, y haces desterrarme de la vida que alguna vez amé. Congojas mi inútil ser, trastornas mis sentidos en cruel dolor, me haces aborrecer los dones que da el amor, y abrasas mi alma con lúgubre ardor. Cual amargo Ciprés que a Febo perpetuamente hace llorar, me torturas a través de mi amar despreciar y a mi esperanza siempre pisotear. Yo no pedí el oro con el cual Amor decidió matarme; Ahora moro y lloro en el círculo infame Donde a Dido espero para guiarme Sueño

Arcana figura del mundo onírico, de voz quimérica, de voz ficcional, cuando ya no tienes potestad real yace en mi memoria tu ser deífico Tornas la realidad en sueño idílico suplantando el aire con miasma abismal, y tu sombrío ser posa en el umbral del mundo ficticio, del mundo mítico. Lirio dulce de marchitos campos, aún alberga en mi alma los estragos que el pútrido aroma tuyo dejó. Oscura visión de mejores tiempos, ¿Qué logras al mostrar destinos vagos cuando el sino mismo fue quien te alejó? Dulce Muerte

Dulce muerte, no te alejes, tu manto de mí no apartes, ven conmigo a todas partes y solo nunca me dejes. Ya que hemos andado tanto suplícote que me mates,


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haz que esta vida no me ate en su mentiroso canto. Adelanta al sino lóbrego, y aquesta alma líbrala ya de este sepulcro carnal. Infausta estrella ¡Te niego! la muerte a la vida acalla marcando el dulce final. Un quid pro quo Triste tumba abandonada, homenaje del olvido; por cruel Cronos devorada. ¿A quién atañó tal sino? Yace tu cruz oxidada, tus flores han decaído, y tu nombre borrado han los infaustos alaridos del cruel tiempo indefinido. ¡Oh, injusto y cruel destino! Por aquesta alma te pido que troques nuestras fortunas y me dejes su designio. Spes Ultima Dea

Horridas sirenas suenan entonando infaustos cantos, y ya las calles se llenan de fúnebres elegías. Tristes réquïems se escuchan en la inhóspita ciudad por las almas que ahora penan en el tártaro fatal. Cuatro sombras embalsaman de Peste, Guerra, Hambre y Muerte a la infausta humanidad, y con un sudario cubren el rostro de la Esperanza recitando, lamentando: Spes ultima dea.

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za An ton io L ega

Vi la voz de un pueblo unirs e e n c ant desp s ertar ubve os abrir rsivo de se paso un let s, argo po Vi en com r grand decade de o e n soña udos d se predi s alame te, e la jo. do das reivi ndic insurrec equidad to ac com q o sig iones v s del yug ue se h estid a o inj no r ción usto as d esist hum , e e ana, n boca te de la alteridad Vi el n desp opulen adas d degrada tas o e de ertar pres sidia de u i o rasg rasg ar ac entre éli n pueblo nes. ar tes m uerd d o Te d m os o a Cons iré e no re espurio nopólica do alzar Vi en t n v e s s, syc torno e rsos anza l u adhi a anomi lo estio al an c ¡Entr a riend e ta hes he s que dur o cu un fueg acronism nar el et a n u final o ererpo men tos (des surrado nte nos fra intenso o. Vi en t ) e a m gm refug y pl los c io en ores en rédu subsum entados acenter S c í, te o, id l que amo ta que te ti y ahor ontré das os desle os. pode creía … a a e r h m esul g ntre roso a n s ala cia el os itimados reco o! d L r o i j v cura rdea o h g e s a c i ñ p g o ar m e o co nt s ntes suje iramo n ro te am y escon tos d repla ismo, c o a e o lo Vi e com he h l ver sclasado ritativo y ntear el y o m si tod echo de d espí e s ritu ispar vestir p a la a miras ante a o ha s legrí tétic Vi u d T i s e c a os am p n go ia el posa amo del m bern aro haci se e , de arillo undo a sí m pueblo n ti. ante eso s. rec o s n i prop s i c m o ha la g o el e uest omo cla n gobie mo… y l lo ac élida r as c arici duda, y aver ve del e no y su a l b con o na sta rada as silen apet Lo d cio busc rias de “ llido, ito d d esde pr igo y cam an st e no me e ocedo. b dond serv a r i o m t u ” aliza strem que quo, e int e Vi, fi c q sólo acto ión y ezco ue d nalm s o el g espu , lo s s tra en iento és d pecho cia, q te, que iro hacia mpa qu e y n u que e e u o n l fa Ente e lo preha la m ndí q hay vuel giro al s orali s derec y paz so scismo. t ol ya h dad que ue te am a atrás. no se a os cobr cial sin ju e aba n tus siem justa dign an v s t i c idas p u p ab y la i idad no , que re habría equeña ando su se tr eneficio, ndig s n pe d retaz ibuja m a naci que bas os de anos ón n nsa l a os lib arreb un v prop ra. onía oscuras oles en erano, s y tarde lueg si te lo s o en tre m dorm 32 itaba is br azos s.


¿Qué h

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ará el ¿Cam destino co inarem nn os jun uestros e sp tos po r la vi íritus impe da de t la ma uosos? Hoy v D n o e ? solac i tu r ión ostro como en ot ros ti Emer tiemp empos, co giste mo h dand de un esp o... ace m Sobre o e c frente tro on ucho vives a írico y aún e tu pro que y s n p e a se e Me m nquis la indiferen io abatimi guías iraste e t c a n ia to co en sil encio mo duelo de la auto . d d mient e De la ras fl e la propia strucción leved u í e a ad de xisten parqu cia tu es sufridos. edad ¿Cóm encia de tu . o se l m s ojitos e mo idia c desm strast on la e a r c que a muer En lo te en o. ún no s reg v r ida? ¿ azón me istros C a cong ómo de lo o r e jad spond s se esboz ntimie o? e el c os de on borro tos q amor ideas s i d u a e e d d c es; a es de ol pacio vido s lipsados p or he e dilu de ridas yen e que m ntre v ar ínculo s pun chitan, El gra Finalm zante n anh ente, s. elo ampa rado en tu regaz Bailam os jun muer o oí el sile trasp te. ncio a asam t os cu os sobre r gudo u a i l de la nas y quier De nu m v estigi estro e z q u o de s pa h Deste noche indades, llos re oy reposan sados hici s pal m minis cente opacas aq os cadáve idicentes. u s fust r igaron ellas pasio es y ne ¿Me a añora daño lca ntes e s. l goce Hoy t nzará la v ajeno… ida pa e llam ajeno hoy te ra qu o am , el Trans d i e g o rerte r y cre o am muté o t a o es i r y co contig nsufic nto? n eso o has i e r t e nte, a sumo ¡Lo q los m ue an l á r o e r g q c en ibí ue tes fu e inte de ti el gra es de lo qu siento. nso n an e es v estre erdad mece ahora es p helo: ero, rofun antes d f o u , lo q e per Me e ue ho eced ncue e y nos r o ntro r ! ecog S / T iendo libre los de ro stros, había pedazos d de es r e mí pera, esarcido, mism o qu d e nom que a e ya bres; cecha no as n lo v í de m ivido. emor ias

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Quimera

s bautiza das de a mistad a de un co sabienda razón ac Pudimos s o ngojado. volver e l tiempo , pudiste sentir m cariño… Asisto ho Traición i Ligado a y a mi pro m í s e p io e ncuentra ocaso, qu ni suicidio anclado e no es m ¿Será tan el filo de uerte El presen solo un n d e s A t ie ll í l r ro. donde la te nos m uevo cam ira con te razón no b io ? rnura, su pudo se s ojos br llan con impuso d chispa in e s c io S ncierto. e subyug la el cendiaria a e l criterio a que algu m na vez se anos de o Suena le que ahor ntimos y jos ciego El tiemp n t a o e V la n e s. v c r id d a o ¡oh!, e ugo y có nción fin io. l tiempo al… mplice s e regocij hacía de nuestros an en su stellos e cuerpos quete m ¿Qué má bann H a a c a l habido. urrucado muerto la s puedo s… ú decir? tu lt im melodía a de las vir Queda e voz sigue que no s tudes: ¡la ntonces siendo la e puede cambio, la pasión! e l m á f s o a ír b n , mis ver os sigilos reve inst última ba sos en a o lada que n s arreme te; pro¡El porve quizá esc ten c nir, oh, e ucharás. l porvenir on violencia. talgia qu ! Impacie Vida y m e se mira nte nosPareciera u ¿ Q e r u t e é a la distan que tus harán so c ojos difu ñ ia… adores s minan el in sueño irán los e un destin o c s a ? s s ¿Dónde como si e o o magull píritus ha de ado, l invierno mbriento haya pos s? ado inma n e t u cuerpo nte en como si Abril Quebran , el dolor t tado así iñera del e l destino más neg tu prese ro los día ya restad ¡Ay, muje ncia se hizo cielo s Cercado os. r sobrev . p o r t us brazo iviente! p s me des or ti rec prendo d o c r u m r e e arcas de n las r una histo p o s e los ¡Cómo n precedid ria en qu o o s h . acerlo si e has exis en tu arr tido más ibo azaro me encu de lo que viviste. Tú no fu entro rep so ya Miradas iste com le gado! desnuda o otras, n t e s como tú no am símbolo aste com lenguaje otras. ¿Cómo p de un o c a ubren en ustero no odrías ha medio de s cerlo sin l silencio ¿Qué es conocer ese extra que ama perar de nada de ño llama nsamos. ¡Cuán dis m i v q d e u h o e lo ofrez emente tinto sería amor? e c x o todo m tu destin tranjera, Me uno a enos la e o sin los del dolor t i a t y e v s r a n u t Podrías t idad? rge un oc ares transitad doble se ener ese aso, ha n o! ntimiento s a u c e id ñ o un … ¡el gra o inexiste tar con m n amor y nte o des ás aspira El gran m ción que el gran perdesprecio solo no m edio día ! se ve leja orir. del sin se n o , la profun ntido am didad ¿Despert Despedid enaza co Podría re ará tu e a n c p u o m s a p spíritu a r por sie lir. honrado m c o pre en tu ngojado? ¡Podría! P el corazó recuerdo ¿Será ero hoy t n herido A como tan d ió , e s o el dest d s ig ig o n tas veces ifica aba ino ndonar la adiós. pasará d e largo? esperanz genua de a innuevo e u n ncuentro , mirarte distinto, quererte distinto.

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Implica u n acto d e rebeld ía a mí m te suelto ismo. Ho porque lo y merezco . Ahora h abrá nu evas pe rsonas, en mis h de otro ombros t cosquille nos inu s ú recuerd o s Tiempo ndaremo o yo he c p erdido, t s, otro argado. iempo e s cuer q ngañado ue al car pos no regocijar El mismo iñ , s o tu rabia tiempo án. Tiempo sol que t ha olvida vivido, tie iñ ó d t u o . m pelo alum cálida re po gana este due signación brará co d o , t ie Es tiemp lo mpo que yo lo doy n Tiem cada cam o de des po prese por supe inar. pedidas. tiva y pre n r a t e, tiemp do. La tuya, matura; la que tard o en rep intempes a y que t mía, vacil a r o , tiempo e espera Tiempo ante y co muy pau futuro, t nflictiva. Separars sado. iempo p que no q e no es royectad uiere ver olvido ni o , tiempo nos en la decir ad púsculo iós el cre vida sep de una h Separars a rados. istoria. e es cre cer con otros y d aquel pa ecir adió so funda s m e n t al. Arrepent Hoy des Breve su imiento ¿Cuánto perté co eño pesa el bijado en por qué p t e u r d r ecuerdo ón que te sueño , no sé tan bajo , no sé p Innecesa susurrad Arriesga or qué te he ria indif o ? d o es ca ansío. erencia minar y se desli za y m mirar at corromp estremec e ¿Cóm ¡Oh, dios rás sin e. e a errante r o s e. se repar Profunda , dame li a aquella bre albed realidad, virtud qu río! libérame c o e atentó n t r a sí mism Muchos de culpa no busco a? sueños s pues ¿Pesa ta compasio mueren nto sem nes pero este demasia e ja n t .. do tarde e . ¡A briagado acto? Co y! Demas ¿Podré v , n e ia t n in o d t ú lv u o o s e p d r ronto. ¿Cómo m emudosas in acaso, c a e alejo? ¿ o m t n ensiones or distint otros ojo Cómo te … o a enco s, con u r M m n u in n t c r o h a o tiempo r a mis p esta histo que ahor Se aprox e q r r d a ia u id d iz o e á s ja jo , ? p s? ima débil s aquella asaré mir un futuro soledad ando a lo quedará que entr al que rin les en la re e do culto, nuestras tina de m agradece s e h a a tendido lmas Tal vez c is ojos ca ré tu com . aí, presa nsados, pañía, do d e l rmiremo deseo q en torno ue olvidó s juntos al pasad la lio. Devenir añado, tie mpo olvid fue y que ado, tiem po que y a Tiempo e doy por p xtraño, tie asado. mpo ven di y que dado, tie t a mpo que m bién tú m Tiempo e has da gastado, do tiempo p esado, tie . mpo que Tiempo d

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bertad de sus designios. En mí hay algo pendiente que quiere hablar, un breve instante para la canción final, un tibio acercamiento al gélido pozo al que fue arrojado mi espíritu. ¡Ay, mis manos, aquellas frías manos ofrecidas hoy más que nunca arden con el hielo que ha quedado! Ahora, en el ocaso, que es también el albor del descontento, busco redención. ¡No demos por perdido al menos un día en el que hayamos sonreído! Allí me encuentro, en el sepulcro silencioso, acosado por el pensamiento. La alborada me mira avergonzada... ¿Será posible que donde hay muerte haya resurrección?

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No es tan simple Lo añoré tiempo atrás Desconocido pero imaginado Sin detenerte, me abrazaste Risa de niño escondiendo sombras Evitando tu mirada que busca Pero ¿qué es lo que busca? Mis ojos huyen con el grito de lo obvio Tú, declarando en otra lengua Fluido como la palabra Yo, tercero en la línea Ignorando si recordaste contar Tus memorias insinuantes se deslizan ¿Es naturaleza o intención? Dejaré que me lo digas Después me preocuparé por contestar

Iván Zarco

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Marisol de Jesús Ramírez Cruz I Presagio desierto

Tan pronto suspira el aire Por bocanadas de cielo Tomadas por líneas de velo En la espesa umbra de desaire Tan pronto se desvisten las ramas Sostén del destino que me aguarda Y que se desliza como una sarda A causa del incendio provocado por las llamas Hurgando en la herida profunda De mi piel adusta, Cavidad de clarividencia oscura, Se encuentra la gracia pura De esta desgracia dura Que me aguarda, como pleura Quiero huir de las corrientes de hielo Ocultándome entre los rayos nacidos De lo alto del cielo, Recorriendo cada sitio-nido A través de los fluidos crecidos 38

En los cauces del suelo Quiero nacer de manera continua En el tallo de la flor más viva, Quiero morir de forma continua En el tallo de la flor más seca Y quiero sentir también la brisa A consecuencia de tormentas, Alejadas a mi cuerpo atormentado Pues ha sido inútilmente destrozado Acusado, lastimado Por decisiones cruentas Y sin embargo aún merezco, Deseo reclamar derecho Por culpa del rechazo de este hecho, Que aflige inoportunamente Cada tejido de mi cuerpo, Cada porción de mi mente Cada partícula de ente Que, erróneamente, se ha deshecho


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II Gabela del cielo a mi persona por mi vida

Sustancia tendida, capa nocturna Ilumina cada una de las cosas que se escapan De esta trampa, que es mi boca Relieve uniforme, de bordes tejidos Expón cada una de las cosas que generan Cada núcleo florecido en mi memoria Cielo colorado, morado: azulado Sin límites con gracia sonríes Ante las desgracias cometidas por mis manos Intoxicando cada forma gaseosa generada Por los suspiros de las formas que yo he amado ¿He amado o he querido, divina gracia? Porque no recuerdo, ¡oh mi memoria! Ninguna mano sosteniendo mi insultada calma, Ningunos labios degustando mi absoluta desgracia ¿He amado o he querido, absurda falacia?

Porque no he tocado corazón más lastimado Que el que cesa los latidos en mi desgarrado pecho Cuando el sol te ha abandonado en las horas olvidadas del día Y sin embargo, iluminas, cansada Soberbia, celeste luna Las cosas que se posan, primorosas En los anillos, pupilas De mis desdichados ojos ¿He amado o he querido? Porque no recuerdo cómo se sentía El ser tocado, apreciado Por estos dedos arrugados ¿He amado o querido, hermoso cuerpo mío? Porque no he sentido ningún abrazo De ninguno de los brazos que me han sometido ¡Oh, memoria mía! ¿Será acaso que nunca he amado ni querido?

III Elevación perpetua Mis labios han sido tan pronto sellados Pues antes han pronunciado no-permitidos cantos Y culpable es la culpa misma Porque de ella expío mis pecados Dices que no creo oraciones de rezo Y que no creo en las deidades de mi credo Entonces, señor agraciado Elevado y adorado ¿Por qué haces de mi vida Tan insoportable calvario? Si mis manos, adornadas Sólo pretenden acariciar tu templo

¡Oh, señor exento de pecado! Arrebata de mi cuerpo los placeres Si me has dicho a los oídos, Perdido, enojado Todo lo que no ha sido en tierra escuchado Desátame del cuerpo que me has dado Y olvida mi memoria tanto como te he olvidado Porque no rezo, tú, negada figura de odio Las mentiras que con tinta has sembrado Arráncame, pronto, las manos Y arrebata de mis ojos su gracia Porque mi lengua, hasta la garganta Repudia cada cosa que has tocado 39


IV Vientre despojado por inmunidad del ente nacido Perpetuo criminal de la inmundicia Nacido del ya florecido miedo, Ha sido crecido como presencia ubicua Y se ha tornado como alma inocua Medrado a constitución de la gracia Por culpa del creído temor abatido Pavoroso destino meneado Péndulo continuo del viento Susurrado por los labios del nacido Presente como ente invocado

Sin matices de tiempo olvidado Se acerca esa presencia ubicua A causa de esta mente oblicua Teñida de un pensar que vanilocua Por culpa del frío de las hojas Que portan una gracia somnílocua Cercena esta esencia la vida Por medio de las venas abultadas, Ahogada por materia espesa colorada Surgida a causa de intenciones anudadas

V Sabbat

Háblale al maestro, al artesano Te dirán con susurros silenciados Pregúntale con deseo exorbitado Y agradece cada uno de sus pasos Pintan trazos con la ennegrecida punta De las uñas crecientes de cada dedo deformado Ubicando y señalando La creencia de su ser amado Alabado y entintado: Maleficio infame endemoniado Crean círculos danzantes, Adornados con las llagas apelantes, Al son de las campanas paganas De creyentes puros del alma Dolientes por el juego del pecado, Procreado en lo promiscuo del encanto

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Le prometen la impureza en el acto En su aquelarre celebrado Bebe del cáliz de su cuerpo, Te dirán con los labios desgarrados, Come de lo que ha consagrado En ornamentos oxidados Ya que han sido elaborados Con el peso de sus cuernos afilados Es el demonio encarnado, Evocado por el ruido exacerbado De cada hija e hijo excretado De su cuerpo desnaturalizado Escucha, cede y participa En cada ritual, hechizo y orgía Pues pronto todo culmina En el ciclo mortecino de la luna, Que ha sido desde siempre su cuna Desde el inicio de la una


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Suarlin R. Cordova Si tan solo pudiera cumplírseme un deseo ¡Uno solo! Pediría que aquel día lluvioso, cuando te brillaban los ojos al verme y me abrazabas tan fuerte que confundí mis latidos Para que aquel fuera eterno y el último minuto se prolongara perpetuo Cuando parecí perdido y me extendiste tu mano con proverbial cariño O el segundo que capturábamos nuestros efluvios y nos adivinábamos los pensamientos Qué egoísta sería, o eso pienso a veces Cuando teniendo un solo deseo lo usara en tan vano anhelo Pero en lo irreal, donde solo soy un recuerdo y mi felicidad se borra fugazmente Solo pienso en mí, en mi dicha y el mundo y su arrogancia pierden efecto Se evaporan los llantos y el hambre Y quedo solo yo, aullando con mi sueño y con mi rabia Si cumpliera esa aspiración dejaría de ser y de sufrir Permanecería oculto en tus brazos fornidos Vería hacia arriba tu barbilla lampiña Absorbería tu olor y respiraría tu alma Y nos volveríamos piedra envejeciendo con el mundo Despierto de mi sueño y me encuentro desprolijo Con tu espacio ausente y la memoria verdadera Con el clóset sin tus cosas y mis cosas sin tu presencia Abro la venta ¡Ya es hora de vivir! Cargar a cuestas la pena y la añoranza Respiro y capto el aroma de mi té ¡Tengo una corazonada! Parpadeo parsimoniosamente y sonrío; aun no teniendo tu ser, soy dueño de tu recuerdo y con él nos seguimos amando. 43


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Fernando Ayala Arias La episteme y el acontecimiento en la historia.

En Las palabras y las cosas (2010/1966) el historiador francés Michel Foucault se propone realizar una arqueología de las ciencias humanas con la premisa de que la verdad cambia en cada época. Las condiciones históricas determinan aquello que puede ser aceptado como verdadero y cada época tendrá una manera particular de pensar el mundo. La verdad moderna es una heredada del pasado y la historia de las ideas pretende señalar el origen de las ciencias humanas, entre las que se encuentra la literatura. En La arqueología del saber (2006/1969) se usa el concepto episteme para designar un espacio que rompe con ideas anteriores para sustituirlas por nuevas que se vuelven regulares. Esta ruptura con lo anterior crea la diferencia y hace aparecer nuevas disciplinas que modifican el razonamiento de cada época para pasar de una episteme a otra: en la Edad Media (S. V al XV) la imaginación y las sombras son combatidas por la fe cristiana; en el Renacimiento (S. XV al XVI) se reúnen las palabras y las cosas del mundo ordenado por Dios; en la época clásica (S. XVII al XVII) la luz de la razón separa la imaginación de la realidad; y la Modernidad (finales del S. XVIII) controla la vida para convertirla en un recurso. La episteme es un espacio que ordena la verdad mediante un razonamiento específico que al ser reproducido crea prácticas y discursos del espíritu de una época. El Renacimiento enlazado al cristianismo hace de la escritura el principio que ordena el mundo y que más adelante heredará al siglo de las luces con su proyecto enciclopédico. Se busca descifrar las marcas divinas contenidas en la unidad de las palabras-cosas descifradas por la divinatio que permite pasar de una marca a otra por su semejanza. El lenguaje hace uso de la imaginación para encontrar la continuidad del gran libro del mundo encerrando en la unidad del signo para evitar que el ser del lenguaje escape.

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El Renacimiento usa la imaginación para buscar la semejanza y reducir la distancia entre el lenguaje divino y el lenguaje humano que es su copia a menor escala. Se establece un círculo que encierra las palabras y las cosas, el mundo divino y el humano con la semejanza que establece vínculos y hace del mundo una masa indiferenciada: la convenientia hace aparecer parentescos por lo ya existente y visible de su vecindad; el aemulatio crea relaciones dando movimiento a los objetos por más distantes y diferentes que sean; la analogía elimina las diferencias para crear una gemelidad sin importar la lejanía; y la simpatías modificará las cualidades del mundo para asemejar una cosa con otra. En Nietzsche, la genealogía y la historia (2008/1971) se problematizan los estudios históricos que pretenden buscar el origen de una disciplina, el trabajo del historiador puede ser entendido por los usos del alemán en Nietzsche: Urspring designa el engaño del origen metafísico al que es posible retornar, el origen que no cambia y se mantiene idéntico a sí mismo, pero que se había olvidado; mientras Herkfunft desenmascara este engaño para afirmar que no es posible retornar al origen perdido, pero es posible fabricarlo buscando la procedencia de una tradición. El historiador no debe buscar la linealidad que le permita regresar al origen perdido sino desenmascarar su mitificación para aceptar que el origen es fabricado por su trabajo. La razón y la experiencia del cuerpo.

El trabajo genealógico del historiador debe señalar la diferencia y oponer las tradiciones dentro del campo de una episteme, buscar relaciones materiales entre las ideas que se acumulan formando capas de sedimentos. Así nace el método arqueológico que localiza el acontecimiento por su ambigüedad entre lo novedoso que luego se vuelve regular. El acontecimiento es descrito por Foucault (2015/1961) tomando el ejemplo a Descartes como productor de un ratio, es decir, hace aparecer el racionalismo dentro del espacio filosófico. La nueva disciplina se separa de la tradición anterior para romper con ella y a la vez modifica el pensamiento siguiente generando efectos a futuro en la historia. En la tradición cristiana se alcanza la verdad por medio de los dispositivos que direccionan el alma para purificarla del cuerpo, estos tienen la intención de reconvertir el alma: el ascetismo exige

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la renuncia al mundo terrenal para alcanzar la revelación divina; el exorcismo es la lucha por el alma en el campo de batalla del cuerpo entre el bien y el mal, y la confesión exige decirlo todo para arrancar la verdad del sexo (Foucault, 2010/1974). En estos casos la verdad está cifrada y necesita de otro para reconocerse a diferencia del racionalismo donde puede ser reconocida por uno mismo bajo condición de ser evidente para otros. En Historia de la locura (2008/21954) se describe cómo la razón borra la experiencia de la sin razón del S. XVI donde la locura era portadora de una verdad divina. La locura tenía su propio lenguaje y podía decir su verdad, pero el racionalismo impone un silencio para convertirla en la ausencia de razón de la que somos herederos. En La vida de los hombres infames (2005) la época medieval se describe muy contraria al imaginario popular del oscurantismo, la iglesia pide a los médicos negar la presencia del diablo en este mundo. A la medicina se le sumará la psiquiatría para hacer de la locura una imaginación desbocada que engaña a la experiencia sensible y al pensamiento para hacerle creer que lo irreal es posible. En El orden del discurso (2010/1970) se describe al S. XIX como el momento de una razón depurada que ordena el caos del mundo para transformarlo en conceptos. Esta nueva manera de hablar del mundo ya no tiene nada que ver con las marcas invisibles de la creación divina sino con una relación visible entre el significante y significado. Para Foucault (1997/1966) el discurso devorará el caos del mundo para convertirlo en una totalidad racional que pueda ser pensada. Si en la época clásica no importaba la procedencia de la verdad, ahora la modernidad exigirá que sea localizada en el poder de un autor, un discurso o un método que la haga repetible como condición de veracidad. En El poder psiquiátrico (2007/1973) se teoriza sobre las tácticas de la razón para dominar la experiencia de la locura y su imaginación convirtiéndolos en una enfermedad que debe ser curada. El médico, el psiquiatra y el psicólogo son los representantes de la racionalidad del discurso encargados de curar al loco mostrándole su error para someterlo a las relaciones del capital: “… debe, como enfermo, subvenir sus propias necesidades mediante trabajo, para que la sociedad no tenga que pagar su precio… conclusión: la locura se paga…la curación se compra.” (p.186). El antiguo poder del rey para hacer morir es sustituido por la racionalidad del Estado y su biopoder, regulación de la vida de la especie y del cuerpo individual como máquina de producción (2006/1975).

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La literatura y la subversión de la razón.

En oposición a la tiranía de la razón que fundamenta la verdad en la realidad exterior aparece la literatura como nueva disciplina emparentada con la locura. La locura defina en oposición a la razón reaparecerá en el espacio de las letras como una identificación novelesca que retrata la experiencia de la imaginación desbocada: “… actúa en el centro mismo de la razón y de la verdad. Ella embarca indiferentemente a todos los hombres en su navío insensato y los resuelve a lanzarse a una odisea en común.” (Foucault, 2015/1961, p.15). La literatura permite experimentar una locura artificial por medio de la imaginación sin una experiencia vivida. En principio, la literatura usa la razón para describir la tragedia de la locura pero con el surrealismo se emancipará del discurso de la razón para crear su propio lenguaje. En Historia de la Locura se explora la exclusión social y moral donde el loco ocupará el lugar del leproso como centro de represión de la razón: en el Tomo I (2015a) se describe la relación de parentesco entre la literatura y la locura donde la primera retrata la experiencia trágica de la locura; en el Tomo II (2015b) la literatura se describe como una práctica que permite emprender un viaje por la vía indirecta de las ideas para agitar la imaginación sin la presencia del estímulo exterior; en el Tomo III (2015c) abandonará la realidad para construir un lenguaje donde los temas de horror y fantasía son recurrentes. La relación entre la literatura y la locura tiene un trasfondo en el tópico de la libertad, la locura confinada al espacio de la razón busca escapar de ella creando su propio lenguaje en la literatura. El racionalismo establece una larga tradición de pensamiento que hace necesaria la experiencia sensible del cuerpo en los contenidos del pensamiento, pero la literatura no tiene su correlato en la realidad. La literatura produce un espacio donde la locura aparece para escapar de y oponerse a la razón; en su sentido estricto la literatura aparece a finales del S. XVII para romper con la relación entre el ser del lenguaje y el ser del hombre. La letra deja de estar subordinada al sujeto que piensa la realidad del mundo rompiendo con los discursos y sus conceptos para volcarse sobre una interioridad. La literatura se convierte en la experiencia subjetiva en el grito de la locura que desborda la razón, ser del lenguaje en su estado más primitivo que desgarra la relación entre el sujeto y su pensamiento. 49


Para Foucault la literatura está ligada a la historia y representa problemas sociales de cada época: En Don Quijote la locura es el estado que nubla la razón por la imaginación y Cervantes usa el viaje del loco en las aventuras de su caballero andante que confunde los molinos de viento con la amenaza de enormes gigantes (2015a): En la literatura escandalosa, la época exige decir la verdad del sexo mediante el dispositivo de la confesión para purificar el alma, la trasgresión de Sade consiste en no hacer uso del dispositivo para buscar incrementar el placer (2007/1976). La novela gótica de terror representa el miedo a las sombras de la ilustración en lugares que escapan del panóptico que todo lo ve, así Ann Radcliffe representa en lugares como los castillos, los monasterios y los conventos la ausencia de la razón (2010/1969). El cambio verdaderamente radical aparecerá con el surrealismo como el rechazo del discurso de la razón que usa su lenguaje para intentar dar cuenta de una experiencia que le es insuficiente. El lenguaje no alcanza para representar la realidad haciendo surgir autores como Antonin Artaud. que narra la experiencia de Van Gogh para hacer surgir la violencia del grito desesperado de un cuerpo que piensa y no tiene su lugar en el mundo. En Bertrand Russel y su relato sobre la sabana de África que desliza la palabra para hacer aparecer el juego doble de la diferencia y lo mismo de la contracción en aquello mismo que se enuncia. En el trabajo de Borges, al que se le atribuye una monstruosidad por arruinar el espacio común de las enumeraciones, sustitución por una nueva lógica que ordena al mundo de una manera disparatada según una antigua enciclopedia china.

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REFERENCIAS Foucault, Michel. (1997) El pensamiento del afuera. (Manuel Arranz Lázaro. Trad.). España: Pre-textos. (Trabajo original 1966). Foucault, M. (2001) Los anormales. (Horacio Pons, Trad.) México: Fondo de Cultura Económica (Trabajo original 1974). Foucault, M. (2005) La vida de los hombres infames. (Julieta Varela y Fernando Alvarez-Uria, Trad.) Argentina: Editorial Altamira. Foucault, M (2006) La arqueología del saber (Aurelio Garzón del Camino. Trad.) México: Editorial Siglo XXI. (Trabajo original 1969). Foucault, M (2006) Defender la sociedad (Aurelio Garzón del Camino. Trad.) México: Fondo de Cultura Económica. (Trabajo original 1975). Foucault, M. (2007) El poder psiquiátrico. (Horacio Pons, Trad.) México: Fondo de Cultura Económica. (Trabajo original publicado en 1973). Foucault, Michel. (2007) Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber. (Ulises Guiñazú, Trad.) España: Siglo XXI. (Trabajo original 1976) Foucault, Michel. (2008) Nietzsche, la genealogía y la historia. (José Vázquez Pérez. Trad.). España: Pre-textos. (Trabajo original en 1971). Foucault, Michel. (2010) ¿Qué es un autor? (Silvio Mattoni. Trad.). Argentina, Buenos Aires: El cuenco de Plata. (Trabajo original 1969). Foucault, Michel. (2010) Las palabras y las cosas. (Elsa Cecilia Frost. Trad.) México: Editorial Siglo XXI. (Trabajo original 1966). Foucault, Michel. (2010) El orden del discurso. (Alberto Gonzáles Troyano. Trad.). México: Editorial. Fabula en Tusquets. (Trabajo original 1970). Foucault, Michel. (2015a) Historia de la locura en la época clásica I. (Juan José Utrilla. Trad.) México: Fondo de Cultura Económica. (Trabajo original 1961). Foucault, Michel. (2015b) Historia de la locura en la época clásica II. (Juan José Utrilla. Trad.) México: Fondo de Cultura Económica. (Trabajo original 1961).

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