Felipe Ortiz Vanegas —Que le digo que ya vienen, están muy cerca mi señor,—dijo Ignacio mientras se dirigía a la puerta.—Estese acá mejor, no vaya a ser que le echen mano mientras está de huida. El picaporte emitió un chillido al girar, y de nuevo quedé solo en aquella habitación que me resultaba estrecha. Un aire cálido y sofocante llenaba el espacio. Yo, Gabriel José, que tengo las nalgas aplanadas de tanto cabalgar por el dilatado territorio americano, y el cuerpo hecho jirones de tan accidentado trasegar, me hallo ahora recluido al confinamiento en estas cuatro paredes, tan cercanas unas de otras, ahogándome. Los rumores de que Morillo, el canalla que tanta sangre vertió en Cartagena de 1815, había entrado en esta ciudad de Bogotá, nos hizo esconder como presas asustadizas ante su depredador. Algunos decidieron huir hacia el sur, a Popayán y los Pastos, sin saber o, tal vez sabiendo, pero tomando el riesgo, que en esas tierras pululan los bastiones realistas. Otros, como yo, se escondieron acá mismo en la ciudad con la esperanza de permanecer ocultos hasta que el ejército expedicionario se marchara. Ahora pienso que hubiese sido mejor huir en vez de padecer este terrible encierro. Ya es tarde, realmente es tarde. Están acá. Llegaron y nosotros… ¿qué nosotros? En estas tierras no ha habido jamás un nosotros, tan solo fragmentos, facciones. Si hubiésemos… ya para qué. Tuvimos la libertad en las manos, y no supimos qué hacer con ella. Pero ¿quién lo sabe? Poco sabían los franceses acerca de la libertad si junto a ella no pusieron lo volátil, lo efímero, la evanescencia. Y creer que todo empezó por ellos. El chaparrito francés, como solía llamar mi buen amigo Carbonell a Napoleón mientras señalaba con su mano derecha un poco más abajo de su hombro izquierdo, invadió España y sometió a Fernando VII, deseado entonces, indeseado ahora. Fue en ese momento cuando salieron a la luz las desigualdades, y se nos trató como españoles de segunda categoría. He de agradecer también a los franceses que nos mostraran que una cabeza real luce igual a cualquier otra cuando se clava en una estaca. ¿Quién mejor que yo para decirlo? He sido rebelde desde que tengo memoria, y si no hablé antes, y si no abjuré del rey, y de España, fue porque me sabía solo en medio de esta caterva de esclavos que aman sus cadenas. 10