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Entre médicos y arquitectos, la vivienda higienista
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Ente médicos y arquitectos, la vivienda higienista
En la primera mitad del siglo XIX, empujados por la Revolución Industrial, miles de obreros y peones con sus familias empezaron a inundar de gente las capitales -sobre todo aquellas con grandes puertos- en busca de oportunidades laborales, de un mejor salario. Las ciudades no estaban preparadas para recibir a tanta población y se volvieron obsoletas.
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Un ejemplo claro de esto eran esas casonas de Buenos Aires, de familias tradicionales -pequeños hoteles de 10 habitaciones donde sólo vivían cuatro personas- que se transformaron en conventillos, y en cada habitación terminaba viviendo una familia entera.
En otros casos, un obrero que trabajaba de día, le dejaba su cama a uno que trabajaba en el turno noche y cuando éste se iba a su turno noche, llegaba el otro a dormir: eran pensiones de “cama caliente”, porque el que llegaba encontraba así su lugar para reposar, gracias al que recién se había ido.
El hacinamiento, la falta de agua potable, carencia de lugares adecuados para cocinar, una multitud compartiendo un baño, sólo podía terminar mal. Las enfermedades se propagaron fácilmente en ese ambiente. Primero fue el cólera y luego desastres como el de la epidemia
de fiebre amarilla. Esto, que también pasaba en ciudades como Manchester, en Inglaterra, llevó a las autoridades a replantearse las ciudades, a empezar a hablar de nuevo de planeamiento urbano.
El gran antecedente del urbanismo era el caso de Roma y el papa Sixto V, que en el siglo XVI se había encontrado con una capital desbordada de peregrinos. Muy diferente a esas ciudades ideales que pintaban los artistas de la época, la ciudad real era bien diferente: miles de personas recorrían las calles visitando sus iglesias, durmiendo en cualquier parte, y merodeando sin asearse por días. Por ello, estableció una serie de normas para la vía pública que hacían a la higiene y la convivencia, se abrieron calles diagonales que permitían al visitante ir directamente de una iglesia a otra, y se abrieron plazas como la llamada Piazza del Popolo, con fuentes para que los parroquianos pudieran hacer un alto en la marcha y eventualmente higienizarse allí.
Volviendo a Manchester, los arquitectos de la segunda mitad del siglo XIX empiezan a buscar formas de evitar nuevas epidemias y para eso trabajan en conjunto con los médicos, especialmente franceses. En lo que podría ser uno de los primeros antecedentes modernos de un exitoso trabajo multidisciplinario, crean una serie de reglas que deberían empezar a respetarse, basadas en lo que venía dando buenos resultados en la construcción de hospitales.
Estas premisas establecían, por ejemplo, que en una habitación no debía albergarse a más de tres personas. Que todos los dormitorios -sin excepción- deberían contar con luz natural. También era fundamental la ventilación con el exterior, para orear los ambientes. Un solo baño no debería servir a más de cinco personas y se separa definitivamente lo que es el desagüe de agua de lluvia del desagüe cloacal.
Todo esto empezó a verse plasmado en normativas de habitabilidad hacia principios del siglo XX. La autoridad de aplicación de esas normas era cada comuna, transformándose en los códigos de edificación que hoy to-
dos conocemos. Hoy en día se sigue llevando a cabo este control por parte de los municipios para que esto, y muchísimas otras normas complejas que vinieron después, se respete en cada nuevo edificio de las ciudades.
Algunas cosas pueden resultarnos sensatas o muy obvias, pero nuestro país aún sigue teniendo un déficit muy grande en dar soluciones habitacionales a la población.
Según las estadísticas de la Cepal, tres millones de hogares viven en forma inadecuada. Un 60% necesitaría tener un dormitorio más, un baño salubre o la cocina adecuada para su familia. El otro 30% tiene problemas dominiales, esperan la escritura o están en un espacio informal. Y el 10% vive en lugares en donde una vida sana no es viable y es necesario sacarlos.
En conclusión, es interesante reflexionar sobre los espacios que precisamos para poder tener una vida digna, el déficit de viviendas que enfrenta nuestro país y empecemos a analizar a conciencia que hacen los gobiernos frente a esta realidad.
La gestión integral del hábitat como protagonista del cambio.