Ente médicos y arquitectos, la vivienda higienista
E
n la primera mitad del siglo XIX, empujados por la Revolución Industrial, miles de obreros y peones con sus familias empezaron a inundar de gente las capitales -sobre todo aquellas con grandes puertos- en busca de oportunidades laborales, de un mejor salario. Las ciudades no estaban preparadas para recibir a tanta población y se volvieron obsoletas. Un ejemplo claro de esto eran esas casonas de Buenos Aires, de familias tradicionales -pequeños hoteles de 10 habitaciones donde sólo vivían cuatro personas- que se transformaron en conventillos, y en cada habitación terminaba viviendo una familia entera. En otros casos, un obrero que trabajaba de día, le dejaba su cama a uno que trabajaba en el turno noche y cuando éste se iba a su turno noche, llegaba el otro a dormir: eran pensiones de “cama caliente”, porque el que llegaba encontraba así su lugar para reposar, gracias al que recién se había ido. El hacinamiento, la falta de agua potable, carencia de lugares adecuados para cocinar, una multitud compartiendo un baño, sólo podía terminar mal. Las enfermedades se propagaron fácilmente en ese ambiente. Primero fue el cólera y luego desastres como el de la epidemia 61