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Un país llamado Misiones

Cuando hablamos de las vanguardias, etimológicamente hablamos de aquellos que llevan la avanzada, y por una cuestión tal vez mediática o -más atinado aún- por una razón comercial, solemos pensar que esa delantera la llevan países del primer mundo, como puede ser Estados Unidos, Japón, Alemania o Francia.

Pero cuando buscamos innovación creativa para el mundo de la arquitectura y el urbanismo, los referentes son dos: Holanda y Portugal.

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Cuando hablamos de urbanismo, miramos a Holanda, pero en realidad se trata de los Países Bajos y toda un área de influencia que abarca desde Bélgica hasta Dinamarca. Como cualquier país europeo, durante los setentas, Holanda se dedicó a entubar sus arroyos, a ensanchar las autopistas y a darle prioridad al auto particular. Era el paradigma de la época y ellos eran uno más que no se quería quedar atrás.

La diferencia está en que actualmente Holanda se atreve a experimentar soluciones nuevas y se permite aprender de sus errores. Los habitantes tomaron conciencia del impacto negativo que su estilo de vida estaba generando en el planeta y decidieron dar un golpe de timón. Ciudades como Brujas, en Bélgica, con sus cuencas y arroyos a cielo abierto, se volvieron un modelo a seguir en la región.

Se empezó a recuperar el valor por lo cotidiano, por lo amigable, las ferias francas le ganaron a los shoppings y las personas se volvieron los dueños de la calle. Hoy, Ámsterdam es una ciudad donde sólo se ven peatones por el centro y en Copenhague van en una misma bicicleta el papá con sus dos hijos camino a la escuela. Se logró desplazar -y hasta vedar- a los autos particulares. No es casual que el pabellón de Dinamarca, diseñado por el estudio BIG, para la Feria Internacional de 2010 fuera una bicisenda que subía y bajaba por una rampa alrededor del monumento a la sirenita (su personaje tradicional). En cuanto a la vanguardia de la arquitectura: Portugal, con el arquitecto Álvaro Siza -y toda la península ibérica- ha sabido entrar en el Siglo XXI, con austeridad y eficiencia. De esta manera, podemos ver cómo usando mucho la influencia de sus tradiciones y con bajos presupuestos, pueden dar soluciones dignas de admiración.

Un caso que participó de esta movida es el de Pabellón español en la Exposición Internacional de 2008. Allí, cada potencia presenta al mundo lo mejor que tiene, toda su tecnología y sus avances. En ese momento España estaba por desaparecer, estaba entrando en una crisis profunda y terminó tan endeudada con la Merkel que solo faltó izar la bandera alemana en el palacio de la Moncloa. En ese contexto le encargaron al arquitecto Francisco Patxi Mangado, de la Universidad de Navarra, que se ocupe de proyectar lo que sería la vidriera de los españoles al mundo.

Para Patxi Mangado, el mayor problema era refrigerar los 8000 m2 del Pabellón al rayo del sol del verano, y recordó la casa de sus abuelos: como un casco de estancia, fresco debido al bosque que lo rodeaba y protegía. Y con su equipo, resolvieron el problema diseñando un pabellón sobre un espejo de agua, en ese gran charco enclavaron columnas revestidas en arcilla, con un techo cubriéndolo todo y en el centro pusieron la muestra.

Las columnas de arcilla cocida absorbían el agua, como cualquier pared sin buenos cimientos. La humedad subía y las columnas estaban

siempre frías. Con este sistema, cuando pasaba el calor zigzagueando entre las columnas, el aire bajaba su temperatura y si venía muy seco se humidificaba con el espejo de agua. Así, a los expositores en el centro de la construcción, a la sombra de la gran cubierta, les llegaba todo el tiempo una brisa refrescante sin usar ni un solo aire acondicionado.

Esto, que algunos mal lo consideraron una solución de gente rústica, puso a España a la vanguardia de la arquitectura sustentable, los mostró como un pueblo respetuoso del medio ambiente y que no hacía falta tener grandes partidas de dinero como los otros pabellones, que lo importante era cómo ponían en valor su historia y se destacaban por su creatividad.

Siguiendo esta línea, Misiones es como un “pequeño país” de 30.000 kilómetros cuadrados. Tenemos el mismo tamaño que Bélgica, Países Bajos Países y comprendimos que entubar el arroyo Vicario no es el progreso, que el futuro se trata de poder navegarlo con unos amigos en un kayak. Queremos calles con gente conversando, que se escuchen los pájaros cantar y las campanas de la catedral en punto, como en la casa de nuestros abuelos. Que alrededor de la plaza 9 de Julio y de la plaza San Martín, la gente tendría que poder caminar por el medio de la calle y que no debería circular ningún auto, como si todos los días fueran Black Friday.

En conclusión, Misiones tiene que despojarse definitivamente de los prejuicios que todos tuvimos y permitirse soñar. No es una cuestión de presupuestos, como lo demostró Patxi, se trata de respetar nuestra tradición y poner nuestra inteligencia al servicio de sacar adelante la vocación de Misiones de convertirse en una provincia de vanguardia.

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