A propósito de la mañanera Afonso Gómez*
D
iariamente durante dos horas la nación vive penosamente la administración del presente, viendo por el espejo retrovisor del pasado. Muy pocas ocasiones fija su enfoque en el futuro. De seguir con esta costumbre impuesta por la clase política actual, no estaremos en condiciones de construir un futuro, porque cuando pongamos manos a la obra nos costará el doble del esfuerzo alcanzarlo. Este planteamiento no es el resultado de una opinión hecha sin sustento, es una conclusión preliminar tras realizar un recuento de temas abordados por el presidente López Obrador en la famosísima conferencia mañanera de Palacio Nacional, a la que algunos han llamado la catedral del poder. En los pasados meses de febrero y marzo el presidente hizo una defensa de Félix Salgado Macedonio los días 15, 16, 17, 18, 19, 20, 22 de febrero, y el 1, 2, 4, 5, 8, 9 y 13 de marzo. Solamente en una ocasión informó de las gestiones que realizaron entre las dependencias federales en los bienes incautados al crimen organizado y de cuello blanco. Durante todos los días abordó el programa de vacunación y, solamente un
día, el 16 de febrero aseguró que la curva de la pandemia va en descenso y que en el segundo semestre del año vendrá la recuperación. En el 50% de las conferencias, el presidente reclama a los medios de comunicación que sirvan al grupo en el poder y no al pueblo. Hubo señalamientos a los conservadores (sin decir nombres), a los corruptos (también sin mencionar sus nombres), a los mafiosos (sin que sus actos tengan consecuencias legales). Todos los días son una puesta en escena y la conferencia que tuvo lugar hoy, es la misma de ayer, también es igual a la de antier y así sucesivamente. Se trata de un ejercicio de propaganda y manipulación de conciencias desde el poder con provocadoras frases del presidente López Obrador, lanzando promesas inflamatorias para el gusto y la recreación de los youtubers afines, la nueva clase de comunicadores en la era digital. Este formato de comunicación es como anillo al dedo para un régimen que quiere perpetuarse sin haber resuelto las desigualdades ancestrales de México, sin aportar datos duros de sus supuestos logros o que confirmen el afa-