La columna de monseñor
¡Ad vitam! –Un canto a la fe– El Decreto del Concilio Vaticano II sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, Ad gentes es, sin duda, uno de los documentos más logrados y aprobado casi por unanimidad. Fue la votación más alta de todas las realizadas con sólo cinco «non placet».
Por: Mons. Vittorino GIRARDI, mccj, obispo emérito de Tilarán-Liberia
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El Capítulo IV está dedicado a los misioneros y en él se describe detalladamente la belleza de la vocación misionera específica y se traza el perfil de cuantos, por un don especial de la gracia, han decidido seguir la «huellas de su Maestro», enviado del Padre «para estar en su compañía y para ser enviados a predicar con poder» (Mc 3, 14). No cabe duda de que en la descripción del rostro y del alma del misionero, hay un auténtico «crescendo» que llega a su máxima expresión cuando se afirma: «El enviado entra en la vida y en la misión de Aquel que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo (Flp 2, 7), por lo cual ahora debe estar dispuesto a perseverar toda la vida en su vocación, a renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos» (cf 1Cor 9, 22). Hace muchos años me resuena la afirmación: «ad vitam stare», es decir, «perseverar toda la vida». Nos hallamos con una de las más luminosas herencias combonianas. Cuando Comboni afirma que la primera «casa abierta en la misión», es la casa de formación en Verona, es porque quiere y sueña con que ahí se forme a misioneros, «que persistan en el firme propósito de consagrarse por toda la vida al servicio de la obra para la regeneración de África» (Reglas de 1871, Cap. II). Vittorino Girardi
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