Zaguán LITERARIO
Número 8
ComunicaciónUP
Febrero 2019
ÍNDICE cuento Rose y el hermoso castillo Jean Muno Don Genaro María del Rocío López Toral Amor de estación Arturo Mendoza Peña Ven, hija, vamos a dar un paseo Maximiliano García Martínez El observador Paola Arroyo Frías Mi ángel Alejandra Moreno Villaseñor Los doce salones R Diego Fernando Benítez Mendiola
crónica Luna de sangre Emma Aurora Flores Campos Crónica de un día oscuro Fernanda Padilla Mizrahi Cuadro congelado Luz María Berumen de la Peña Su planta en mi suelo Aldo Fabrizio Muñoz Franco
ensayo 3 7 9 11 15 18 minificción 21 El acoso Valeria Rodríguez Pineda
¿Vagones exclusivos para mujeres como zona de defensa en el transporte público? Gabriela Erandi Arellano
Cuando suena el despertador Alexa Mariana Zúñiga Becerril No tienen voz; sí ganas de vivir Giovanna Stefanía Monti Ramírez
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Cambio de ruta Raúl Cifuentes Aguirre
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Fragmentos de Se retuerce el pez Abraham Peralta Vélez
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Felicidad censurada Giovanna Stefanía Monti Ramírez Como fuegos artificiales Alexa Mariana Zúñiga Becerra
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Felicidad censurada Michelle Miller Hernández
Zaguán Literario es una publicación digital de carácter semestral, elaborada a partir de los trabajos de los alumnos del Taller y Seminario de Géneros Literarios, que es parte del plan de estudios de la carrera de Comunicación de la Universidad Panamericana. Esta publicación es un proyecto de difusión cultural sin fines de lucro. Todos los textos son propiedad de sus respectivos autores. Las fotografias utilizadas están bajo licencia Creative Commons y fueron tomadas de las páginas www.pixabay.com y www.unsplash.com; excepto la foto de portada, propiedad de los editores, y la fotografía de la página 27, propiedad de Luz María Berumen de la Peña. Las opiniones contenidas en Zaguán Literario son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente la posición de los editores ni la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana. Editores responsables: Edgar Rodríguez, María Isabel Salinas y José Luis López Corrección de estilo: Arantxa Márquez Ampudia Redes sociales: María José Antuña Asistencia en diseño: Valeria Rodríguez Pineda
Presentación C
ada nuevo número de Zaguán Literario es un reto para quienes editamos esta revista. A pesar de cumplir cuatro años este proyecto no deja de transformarse constantemente, pero mantiene su esencia. Cambiar para no cambiar, como los antiguos mexicanos ante la conquista. Mantenemos el objetivo claro, pero estamos abiertos a las transformaciones. Así, en esta ocasión se incluyen dos tipos de textos no contemplados con anterioridad: traducción y poesía. Ambas fueron aportaciones de nuestros escritores invitados. La revista abre con la traducción de un cuento del escritor belga Jean Muno, poco conocido en nuestro idioma, pero con reconocimiento internacional por su calidad literaria. El cuidadoso trabajo fue realizado por la maestra Leticia González Ojeda, profesora del Centro de Idiomas y de la Escuela de Comunicación en la Universidad Panamericana. Difundir la obra de un escritor en otro idioma se agrega como propósito particular de Zaguán Literario. De igual forma, este octavo número cierra con broche de oro con una selección de poemas de Abraham Peralta Vélez. Agradecemos la generosidad de Abraham por compartir su poesía, además de acercar a los alumnos a este género muchas veces olvidado (en una cátedra extraordinaria impartida en diciembre de 2018). Este y cada uno de nuestros números anteriores no serían posibles sin el apoyo de la Escuela de Comunicación UP, cuyos directivos tuvieron fe en este proyecto desde sus inicios y mantienen intacto su respaldo. Finalmente, reconocemos a quienes realmente hacen esta revista: cada uno de los alumnos del Taller y Seminario de Géneros Literarios. Para ellos el mayor agradecimiento por su confianza para leerlos y difundir sus textos. Ojalá que esta sea solo la antesala de todo lo que están por hacer en el mundo de la literatura.
EDGAR RODRÍGUEZ Y MARÍA ISABEL SALINAS ALVAREZ PROFESORES DEL TALLER Y SEMINARIO DE GÉNEROS LITERARIOS
CUENTO
Rose y el hermoso castillo Jean Muro Trad. Leticia González Ojeda
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ta llamada “paseo del Castillo”. Llegó frente a una reja alta que le impidió el paso: “Propiedad privada”. De esta forma, pensó Rose, ¡solo las personas del edificio tienen el privilegio de ver el castillo todos los días, a todas horas del día, de vivir ahí de alguna suerte por los ojos! ¡Una situación única, inesperada! Rentó el departamento en menos de una hora y tuvo todas las razones del mundo para felicitarse a sí misma. Los inquilinos, al menos de los pisos superiores, eran encantadores. El disfrute común de una vista excepcional y “privada” creaba un lazo especial entre ellos. —Nuestro castillo —decían todos. —A decir verdad, si no existiera “nuestro castillo” no habríamos renovado el contra… A partir del quinto piso existía un sentimiento de pertenecer a una élite. Los “castellanos de vista” eran envidiados por serlo. En el verano, las “terrazas” de la fachada posterior con frecuencia estaban llenas de gente,
ira, un castillo! —exclamó Rose la primera vez que, cuando visitó el departamento que aún hoy renta (y que sin duda será suyo por mucho tiempo), experimentó la revelación de la impresionante vista. Se encontraba en el estrecho balcón de la fachada posterior, al que la dueña llamaba pomposamente “terraza”. Ocho pisos abajo, al pie de la torre de cemento, “en lo profundo”, pensó ella, había un castillo rodeado de verdor, un verdadero castillo antiguo que se reflejaba en el agua de sus fosos. —El Castillo Ter Rivieren —dijo la dueña. Fue tan inesperado como la visión de un sueño. Cuando terminó la visita, Rose decidió ver la realidad de cerca. El parque podía apreciarse fácilmente desde ahí, se veían los árboles detrás de las casas. Siguió por una calle que le daba la vuelta y más tarde por otra que se alejaba del castillo. Tan cerca y sin embargo inalcanzable, ¡era exasperante! Finalmente, tomó una calleci-
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porque es más fácil tener amigos y conservarlos cuando puede uno ofrecerles, en lugar de la pantalla gigante, el paisaje insólito de un castillo ancestral. Como los demás, Rose se hizo de nuevas amistades, y entre estas se encontaba un joven llamado Charles, de profesión contador, elegante y un poco desilusionado de la vida quien, una tarde de junio, meditaba frente a la vista. —No está nada mal, nada mal —dijo mientras posaba su mano como sin querer en las caderas de Rose. —¡Pero yo también tengo una vista muy bella! Tendré que mostrártela. A Rose no le agradó la presunción. Unas semanas después emprendió su primer viaje largo: Venecia, Florencia, Roma, la plaza de San Marcos y el Ponte Vecchio, las ruinas del Forum y la Basílica de San Pedro. ¡Todo magnífico! De regreso, delante de “su” vista, se sorprendió de pensar: “¡Para qué ir tan lejos! Reconoció de golpe su profundo apego.
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En los días de descanso adoptó la costumbre de instalarse en la terraza trasera como un niño frente a un juguete maravilloso. Paseaba la vista por el estanque, imaginaba encuentros en el parque invariablemente desierto, con la mirada acariciaba casi voluptuosamente las armoniosas curvas del campanario de cúpula bulbosa… Incluso estando en la oficina, en medio del trabajo, soñaba despierta con el hermoso castillo cada vez con mayor frecuencia. Sus compañeros de trabajo pensaban que estaba enamorada, y de verdad lo estaba. Charles también creía que estaba enamorada, ¡de él! Su presencia se hizo más asidua, al mismo tiempo que apasionada y metódica (así era su carácter), con una afición por prever todo a largo plazo. En Nochebuena, después de que Rose se le entregó más bien distraídamente, él creyó que podía imaginar el futuro. —¿Por qué no nos vamos a vivir juntos? Sería al mismo tiempo más tierno y más
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“En los días de descanso adoptó la costumbre de instalarse en la terraza trasera como un niño frente a un juguete maravilloso”.
económico. Él era dueño de su departamento y era además espacioso, bien situado, con una vista fabulosa —insistía él. —¿Verdaderamente fantástica? —preguntó Rose dubitativa. Ella le pidió tiempo para pensarlo mejor. —Ya veremos —dijo ella. Y lo “vio” tres días después, cuando con un gesto poco solemne, Charles apartó las cortinas que cubrían la ventana de su recámara. Bajo un bello cielo crepuscular, a una buena distancia, se perfilaba la silueta de un magnífico edificio. —¡El Hilton!— anunció orgullosamente él, y como ella no reaccionaba…
—¡Se puede comparar con tu castillo! ¿no? Ella lo miró con antipatía. —Entonces, ¿no estás un poco celosa? —¡Ay por Dios, de qué? —exclamó ella en tono despectivo. A la mañana siguiente, Charles recibió una nota muy breve. Ella lo había pensado mejor. No se amaban lo suficiente ni de verdad y lo mejor era que cada cual se quedara con su propia vista. (Traducción del francés belga del cuento Rose et le beau Manoir del libro Contes Naifs, escrito por Jean Muno (1980), hecha por Leticia González Ojeda)
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(1924-1988) Peudónimo de Robert Buriaux, fue un representante singular de la literatura fantástica belga y miembro de la Real Academia de la Lengua y la Literatura Francesas de Bélgica. La obra y estilo de Muno se puede dividir en dos grandes corrientes: la burla y lo extraño. Pertenece junto con Thomas Owens, Anne Richter y Jean Baptiste Baronian, entre otros, a una generación de escritores que en la década de los ochenta fundaron el Centro Internacional de lo fantástico, en Bruselas. En su obra se aprecia el malestar entre su destino de pequeño burgués que vive de acuerdo con las reglas de la sociedad, pero sueña con rebelarse, y su carácter de escritor de un pequeño país que se debate entre dos culturas y dos lenguas nacionales completamente diferentes. Su elegancia, sarcasmo, humor negro y su crítica de la sociedad ante la banalidad y profundo individualismo, así como sus referencias a los elementos fantásticos presentes en la vida diaria belga son algunas de los rasgos que enamoran de sus cuentos y con los que nos podemos relacionar fácilmente como mexicanos. Este cuento forma parte de Contes Naifs [Cuentos ingenuos], publicado en 1980, antes de la formación oficial de la Unión Europea. Por desgracia, es un autor poco conocido y ninguna de sus obras han sido traducidas al español hasta el momento.
LETICIA GONZÁLEZ OJEDA Es Licenciada en Traducción del inglés y del francés, y Maestra en Educación Superior por la Universidad Intercontinental. También estudió el Diplomado de intérprete-traductor inglés<español<inglés en Berlitz y es traductora freelance con más de 25 años de experiencia en diversos temas, incluido el subtitulaje de películas y la asistencia en producción de videos educativos y de promoción cultural. Es adicta a la radio, la televisión, a las series de Netflix, pero principalmente a la cultura y las lenguas extranjeras.
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JEAN MUNO
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Don Genaro María del Rocío López Toral
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a se me hace tarde. Ahí vengo yo, caminando por la calle de Juan Delgado con mis huarachitos y mi sombrero de mimbre, sí de esos que son requetebuenos, porque te tapan del sol cuando está en el mero centro del cielo. A mí me gusta mucho caminar, por eso siempre me ando cambiando de calle cuando salgo a vender mis raspados, he estado en casi todas. También me gusta mucho mi ciudad, pues está bien chula, cuando es bien temprano es una ciudad quieta, pero cuando ya es la tarde el calor está bien fuerte. A todos les gustan mis raspados, a mí también, por eso si nadie ve, me ando comiendo el jarabe que más me gusta. También me gusta comerme las corundas, cuando tengo tiempo paso muy temprano, siempre se acaban rápido, pero Doña Lola me guarda una, por eso me cae bien, es rebuena persona. Ya ni me acuerdo cuándo aprendí a preparar los raspados, lo que sí es que me lo enseñó mi cuñado. Él también es rebuena gente, me enseñó el oficio que he estado practicando por más de treinta años, ya todos me conocen aquí, en la tierra donde las almas descansan. —Apúrate que vamos a llegar tarde y el padrecito ya no nos va a querer dar la bendición. —Me decía mi mujer, siempre me anda correteando para que haga todo rápido. Yo siempre le digo que no hay prisa, que para Diosito nunca es tarde.
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—Ya casi llegamos, mujer, serénate, todo va a estar bien. —Íbamos caminado por las calles del centro, ya casi llegábamos a la iglesia, el padrecito seguro ya había empezado la misa y estaba por acabar, pero apresuramos el paso y llegamos en un dos por tres. —¡Padrecito Mariano! Qué bueno que lo vemos. Quería que nos hiciera un favor con la gracia de Dios. —Claro, hija, dime, ¿qué necesitan? —El padrecito Mariano siempre nos había mostrado una atención especial a mi mujer y a mí, éramos los nuevos en el pueblo y quería que nos sintiéramos integrados. —Mi viejo y yo queremos que nos dé la bendición, porque ya mi viejo empezó su negocio de los raspados. Y, si no es mucho pedir, si le puede echar agua bendita a la carreta también, padrecito. Necesitamos de la ayuda y gracia de Dios para que nos podamos quedar aquí en Uruapan. —Claro que sí, mijita, vamos a ver la carreta, pues. Y pensar que 10 años después mi mujer, mi Florecita, se me habría muerto. Siempre pienso en ella, todititos los días, siempre la extraño y nunca la voy a olvidar. Mis rapados hacen que me acuerde de ella, también cuando paso por la iglesia del padrecito Mariano, aunque ya casi no entro. Yo solo espero el día en que ya no pueda salir a vender mis raspados para que me muera y ya esté con mi Florecita, la extraño mucho. Recuerdo el día en que se me fue mi Florecita, fue un día normal como este, igual de bonito. Ella no tenía nada malo, ella estaba bien, fuerte, sana y feliz. Simplemente llegué un día de vender mis raspados y ella no estaba. La busqué por toditos lados. Fui a la iglesia del padrecito Mariano, fui al mercado, a la panadería, hasta fui al centro, pero mi Florecita no aparecía. Y ahí fue donde me di cuenta que se me había muerto, lo sentía en mi corazón, era un sentimiento extraño, como si tuviera un vacío en mí, y hasta el día de hoy no lo he podido llenar. Horas después vino una vecina a tocar la puerta. —¡Don Genaro! ¡don Genaro! —Yo ya sabía qué me iba a decir, no le quería abrir. —¡Don Genaro, por favor, es importante! —decidí abrirle la puerta para que ya todo acabara de una buena vez. —¿Qué se le ofrece doña Lucerito? —le dije así, con un tono apachurrado. —Es Florecita, lo siento mucho don Genaro, tiene que venir rápido al centro de salud, todos lo están esperando. —Agarré mi sombrero de mimbre y salí corriendo. Cuando llegué todos se me quedaban viendo con unos ojos que demostraban una lástima y tristeza tan grandes como el mismo pueblo. Yo ya sabía qué había pasado. Cuando por fin llegué con mi Florecita, la vi ahí en una cama, sin la luz de sus ojos tan pizpiretos y sin la sonrisa que siempre se le salía cuando me veía. Cuando agarré su mano que ya estaba fría, le dije: —Florecita, mira nada más, me dejaste antes de tiempo, pero no te preocupes, mujer, yo te voy a alcanzar —y le di un beso en la frente. Fue de los días más feos de toda mi vida, al otro ni salí a vender raspados, pero me acordé de las palabras de mi Florecita y al siguiente día ahí estaba yo, a las 12 del día, preparado para atender a esas personas que me veían con una mirada de completita tristeza. Y así he estado todos estos años, esperando el día en que el vacío que dejó mi Florecita se vuelva a llenar, y creo que ya se llenó.
CUENTO
Amor de estación
Arturo Mendoza Peña
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ernando ingresó a la estación Félix Cuevas de la Línea 1 del Metrobús, como lo hacía cotidianamente, de lunes a viernes, casi de forma monótona. Tomó su cartera, sacó su tarjeta y recargó 50 pesos, lo justo para los pasajes de los días restantes de la semana. Cruzó los torniquetes con un caminar pausado. Se paró a esperar la llegada del autobús, en el tercer espacio justo después de la compuerta destinada para mujeres y personas de la tercera edad. Con audífonos puestos y la paciencia que le daba salir temprano de casa, se quedó aguardando. Al llegar la unidad, ingresó y se colocó en la parte de la articulación entre los dos camiones que conforman un metrobús; se recargó sobre un sostén allí ubicado. De pronto notó la presencia de una dama que lo observaba fijamente. Fernando se sonrojó y le sonrió, provocando la misma reacción en ella. Al pasar de las estaciones la unidad fue abordada por más gente, lo que provocó un tropel y que se perdieran de vista. No supieron dónde bajó cada uno.
Al día siguiente, la rutina de Fer se repitió: ingresó a la estación y se colocó en el andén, en el mismo espacio que habitualmente ocupaba. Pero ese día la música no sería su acompañante, pues olvidó los audífonos en el buró de su habitación. Este pequeño detalle le permitió observar a su alrededor, y vaya sorpresa que se llevó. En el espacio destinado a mujeres aguardaba la misma dama del día anterior. Parecía como si lo estuviera esperando. En ese momento arribó el transporte y lo tomaron. Para volverlo todo más familiar ambos se dirigieron al mismo lugar, el de la articulación, como si se hubieran puesto de acuerdo, sin saber que normalmente se paraban en aquel rincón. La escena se repitió así durante los días subsecuentes, ambos ya se esperaban inconscientemente, querían verse como dos amigos, aunque simplemente eran un par de desconocidos inesperadamente atraídos uno al otro. Cruzaban miradas, se buscaban con un simple vistazo y corroboraban que fueran dentro de la unidad.
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Ella simplemente sonrió, y afirmó con un movimiento de cabeza. —Pero, ¿cuándo? ¿Cómo te llamas? —manifestó mientras ella emprendía camino a los torniquetes. —Andrea, y ya tendremos tiempo de platicar más detalladamente. Te veo mañana — le contestó por fin sin voltear a verlo, pero con una sonrisa enamoradiza. Al día siguiente, Andrea llegó puntual a su cita diaria. Esperó. Tras una hora de demora tuvo que abordar una unidad, ya se le hacía tarde para llegar a su destino. Consternada por no ver a Fernando, los nervios y dudas le invadieron y le persiguieron todo el día. Al lunes siguiente el policía de la estación, testigo de su historia, se le acercó y le dijo: —Busca a don Fernando, ¿verdad? ¿El caballero con el que se veía a diario? —¡Sí! —contestó desesperadamente y voz nerviosa, temblorina. La mirada del oficial no presagiaba un buen futuro. Andrea se hiperventiló y presintió el acecho de una mala noticia. —Don Fernando falleció el viernes en la noche. Un paro cardiaco. Fue fulminante y sus 76 años no resistieron. La dama de 71 primaveras quedó sacudida emocionalmente, en un instante se volvió un mar de lágrimas. No asimilaba la noticia. Quedó devastada por un amor que sintió, mas no se concretó.
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Tras casi un mes de esta rutina, Fernando se animó y cruzó el vagón para acercarse a la dama y, finalmente, establecer una conversación con ella. —Hola —le dijo con voz temerosa. Con una sonrisa ella le contestó el saludo, sin enunciar una sola palabra, situación que aturdió al caballero, pero no fue impedimento para insistir en una charla. —Me llamó Fernando, mucho gusto —le expresó mientras le estrechaba la mano. Ella le respondió el saludo, pero siguió sin emitir una sola palabra; eso sí, lo observó con la misma mirada de aquel primer día. Sin embargo, la conversación interna de nuestra protagonista era contraria a lo que expresaban sus labios. Mil ideas y cientos de palabras pasaban por su mente. —Si supieras que por ti salgo más temprano de casa, para encontrarnos y verte —se decía mientras sonreía sutilmente. Fernando estaba convencido de que había caído en el intento y bajó en la estación con un rostro desencajado y pensativo. Si bien no había logrado establecer una conversación, sentía algo en el ambiente, pero, sobre todo, las miradas que intercambiaban podían decir más de lo que uno pensaría. En días posteriores, un chocolate, una rosa o simplemente algún fragmento de poema fueron los detalles que le dedicaba Fernando a la mujer que le había robado el corazón. Un jueves 19 de febrero, se sentó junto a ella sin imaginar que ambos llevaban sus mejores vestimentas pensando el uno en el otro. De pronto se miraron y ella suspiró, mientras que a él se le iluminó la mirada tras esta reacción. Por fin sucedió el esperado intercambio de palabras. Esta vez Fernando no se bajó donde solía hacerlo. Ese día aguardó a que ella bajara y la acompañó a la salida. —No sé tú, pero creo que es una gran idea ir a tomar un café para conocernos. ¿Me aceptas uno? —insistió con voz suave.
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Ven, hija, vamos a dar un paseo... Maximiliano García Martínez
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amá! Jaja, ya déjame, es solo un amigo mío, aparte qué tiene, las mujeres también podemos tener amigos sin que quieran intentar algo más. —Yo solo te digo lo que veo, hija, y claro que podemos tener solo amigos, ¿en qué siglo crees que vivo, eh? —Yo creo que mejor sigue manejando, que si no, no vamos a llegar a tiempo a tu pueblucho. Es broma. —Eso intento, pero con puro tráiler que hay a esta hora, no me dejan avanzar por ningún carril, acaparan todos. ¡Gracias a Dios! Por fin dejamos a los tráileres atrás y tenemos todo el camino libre para llegar, la verdad, es cierto lo que piensa mi madre sobre Renato, sí, así se llama mi “amigo”. Aunque mi último chance de quedarme con él este fin de semana murió hace cientos de kilómetros atrás. En fin, es la boda del sobrino de mi mamá, y sí, nomás es su sobrino, porque mis únicos primos son los de su matrimonio pasado, el real. —¿No crees que deberíamos detenernos a comer algo? Me estoy muriendo de hambre, madre. ¡Anda! —Pues suerte en eso, hija, a esta hora, ¿qué lugar crees que vaya a estar abierto? —Por lo menos a una tienda de la gas o algo, ya hasta me duele la cabeza y faltan todavía como 40 minutos para llegar, ya chequé el navegador. —Ojalá así de atenta estuvieras para tus clases, mija… —Qué chistosa, madre… Mira, creo que ahí hay una gas, detente. ¡Uf! ¡Qué frío hace! Apenas me bajo del coche y se siente helada la atmósfera, mis articu-
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CUENTO laciones casi al instante me empiezan a doler cuando las doblo y apenas puedo sentir que mis pómulos permanecen en mi rostro. Me apresuro a entrar al Go Mart y, en cuanto entro, siento un escalofrío, como si el establecimiento estuviera aún más frío que el exterior, ya neblinoso a estas alturas de la noche. —Hola, buenas noches, jovencita. —Buenas noches. Disculpa, ¿tienes algún emparedado o sopa instantánea para calentar? —En el último pasillo, al fondo. --—Son $30.50. Qué raro, no aprecio a mi madre por ningún lado, y con la neblina es difícil ver más allá de unos metros. El frío y viento se intensifican y los labios se me empiezan a partir. —Maldita sea, no hay señal. —¿Gusta esperar aquí adentro, señorita? Hace mucho frío afuera. —Okay, disculpe, ¿no vio si un coche Ford Sedan color gris que estaba afuera se movió a alguna dirección en especial? —Solo vi que estaba cargando gasolina, pero ya no le seguí la pista, señorita, ¿pasa algo o necesita algo? Han pasado 10 minutos desde que entré, mi madre no me contestó el móvil la única oportunidad que tuve de conectar con la línea. Ya estoy empezando a hacerme muchas preguntas, por desgracia no puedo encontrarles tantas respuestas. Son las 12.47 a.m. y la culpa me
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CUENTO empieza a carcomer por no saber por qué no aparece mi madre, y me repito a mí misma que no debí decirle que nos detuviéramos. Pero tal vez me estoy aproximando demasiado a conclusiones. La comida ha pasado a segundo plano, ya no siento el sabor ni puedo tragar completamente el bocado. —Disculpe, señor, ¿usted fue el que le cargó gasolina a un Ford gris que estaba aquí afuera hace no más de 25-30 minutos? —Ah, sí, yo le cargué gasolina. —¿Me podría decir hacia dónde se dirigió? —¿Le puedo ayudar en algo? —Sí, por favor, en decirme hacia dónde se fue el coche. —Regresó directo a la carretera, no se veía que estuviera esperando a nadie, de hecho se veía que llevaba cierta prisa. —¿Quién? —… Después de dos horas comprendí, no había sido un secuestrador, no le habían robado el coche, no había sido amenazada. Mi madre simplemente me había abandonado. Tras dos llamadas descubrí que la tal fiesta del sobrino no iba a ser. Él sí existe, pero el festejo no era ni siquiera en este mes. Pude llegar hasta el pueblo de mi madre gracias a una familia muy generosa que me llevó hasta casa de una tía. Pasados los días las cosas salieron a flote: mi madre ya no iba a aparecer, no quería aparecer. La tía un poco más cercana a ella, pero sobre todo a mí, me lo contó todo. Mi padre sí
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CUENTO vivía cuando yo nací, inclusive buscaba a mi madre, pero ella no quería verlo por su infidelidad; mi mamá padecía problemas de calcio desde temprana edad, ella no podía consumir ciertos productos que la podían descalcificar; tenía dos nombres, solo que después lo cambió, dejando solo el tan refinado “Salomé”. Pero esto solo me decía que mi madre no había sido franca conmigo en casi nada, no me decía nada sobre por qué me había abandonado y había desaparecido. —Es que nunca te lo quiso decir. — ¿Qué cosa, tía? —Estaba muriendo, pero no de manera orgánica, sino mentalmente, del alma. —Pero no entiendo, tía, ¿qué le pasa? ¿O por qué simplemente no habló conmigo? —Ella siempre escapa de sus problemas sin afrontarlos, así era desde pequeña, se escondía en la casa del árbol hasta que alguien iba por ella y la tranquilizaba. —Sí, tía, pero ya no es una niña. —Sí, hija, pero hay gente que nunca va a afrontar sus miedos, les es más fácil salir huyendo de ellos, pero créeme, el problema no eres tú, el problema es ella misma. ----A mi madre la encontraron un año después ahorcada en un árbol en medio de la maleza del bosque. Nunca supimos el motivo exacto que la llevó ha cometer robos y secuestros este año que no estuvo con nosotros. Me imagino que hay veces cuando uno puede creer conocer a alguien perfectamente, pero de un día para otro puede cambiar todo tu mundo y perspectiva sobre él o ella, sin importar qué tan cercano sea a ti.
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El observador Paola Arroyo Frías
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odos podrían pensar que ser tan deseado por las personas es una situación envidiable y, aunque no voy a negar que me hace sentir muy importante, debo confesarles que es agotador, pues al final del día nunca sé con exactitud dónde amaneceré y, peor aún, de qué vivencia me tocará ser espectador. Para ser exacto, cada día vivo una historia diferente y, en ocasiones, con matices tan contrastantes que de la noche a la mañana pueden colocarme como el héroe o el villano de la película. Definitivamente prefiero ser el héroe, por supuesto, pero hay veces que aunque yo quiera no puedo hacer nada por aquellas personas que suponen que al utilizarme obtendrán lo que necesitan y, bueno, a veces no es así. Créanmelo Podría escribir toda una enciclopedia para platicarles mil historias en las cuales he estado presente, pero les contaré una de ellas, una que dejó en mí una profunda huella. Jamás olvidaré el día en que llegué a las manos de Francisco; nunca he conocido a alguien tan extraordinario, hay corazones que nunca dejan de latir por el amor a los demás. Esa mañana me encontraba en una panadería en el centro de la ciudad de México. El dueño nos alistaba para hacer las compras que necesitaba para preparar cuernitos y conchas, según yo había oído eran las mejores del pueblo. La mañana era soleada y en el ambiente se respiraba una buena dosis de tranquilidad combinada con un delicioso aroma a hojaldre, harinas y dulce con el que don Evaristo preparaba tan suculentas piezas de pan. Francisco, un joven de veinte años, humilde, pecoso, despeinado y de mirada vivaracha se comía con los ojos la panadería; se imaginaba devorando la producción del delicioso pan exhibido en los anaqueles; el esponjoso alimento era tan famoso que incluso había ocasiones en que se terminaba antes del mediodía.
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CUENTO De pronto, dos hombres barbudos, con playeras de rayas y pantalón de mezclilla irrumpieron la tranquilidad del ambiente para someter a don Evaristo, su esposa y dos empleados dispuestos a iniciar la producción. Hombres sin corazón que salieron corriendo y dejaron a don Evaristo con las manos vacías. Como panadero era una persona robusta y con una gran fuerza, pero nada pudo hacer para detenerlos. Por el contrario, Francisco siempre fue un chico muy consciente y educado, por lo cual sin pensarlo dos veces fue tras los maleantes. Ninguno de los fugitivos se percató que al dar la vuelta dos cuadras adelante un forro del maletín se abrió y yo fui a dar a un rincón; al momento de caerme de aquel maletín pude notar lo sola que se encontraba esa calle y pensé que tal vez mi destino iba a ser quedarme ahí por un muy largo tiempo e igual, un día, desparecer. Resignado a mi suerte comencé a pensar en todo lo bueno y malo en lo que había participado en el transcurso de mi vida, solo para encontrar ánimo y esperar que de alguna manera alguien me encontrara. Sabía que tal vez ahí acabarían mis días si es que alguna tormenta decembrina se animaba a visitarnos. De repente, noté un golpeteo en ese rincón y vi una mano que intentaba llegar hasta mí para sacarme de tan lúgubre sitio. Era la mano de Francisco que había observado perfectamente toda la escena del asalto. Me llené de alegría y al mismo tiempo supe lo insignificante del valor que represento cuando de por medio está seguir viviendo. Fue un momento de doble felicidad, pues, por un lado era rescatado, pero por el otro sentía el latir acelerado del corazón de Francisco, quien corría hacia un escondite como si hubiera sido parte de la banda de asaltantes
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CUENTO
Al llegar a la cima de un árbol, Francisco no dejaba de observarme y empezó a platicar conmigo, sus ojos llorosos acusaron de inmediato la tremenda emoción que sentía, entre sollozos me decía que jamás había tenido en sus manos a alguien como yo. Me veía y me veía, y sus manitas temblaban cada vez que escuchaba a alguien acercarse, pero no dejaba de platicarme ni decirme lo mucho que me necesitaban él y su familia. Tampoco dejaba de fantasear en muchas cosas que podía disfrutar para él, pero siempre pensó primero en satisfacer las necesidades de sus hermanitos. El plan A era definitivamente ir a comprarles comida y, si alcanzaba, por qué no, alguna prenda para taparse del frío. Nunca me había sentido tan bien de existir y ayudar a alguien tan noble; era un niño sorprendente, tierno y lleno de bondad. No solo hablaba del gran amor que sentía por las personas en su vida, sino también decidió hacer algo al respecto y no dudó en aprovechar la oportunidad. Debo decir que encontrar a personas a quienes les gane más el amor que sus intereses materiales es realmente difícil. Francisco finalmente salió corriendo de su escondite. Yo estaba dispuesto a dar todo de mí para hacerlo feliz, pero de pronto se paró y me dijo que no podía utilizarme, porque yo en realidad le pertenecía a don Evaristo y, aunque era un viejo rabilingo, él debía hacer lo correcto, porque así lo habían criado. Yo jamás le hubiera dejado hacer eso. Claro que no, ¿por qué? Al final, por fin mi existencia había encontrado un propósito, él me necesitaba más que el panadero. Sí, era cierto que, en principio, yo era de don Evaristo, pero las circunstancias de alguna manera me habían llevado a Francisco. Nada pude hacer y regresé a la caja de la panadería. Lo más triste fue que don Evaristo ni siquiera agradeció el gesto y, lejos de eso, sospechó de Francisco y lo relacionó con el asalto, pensó que tal vez él pudiera saber quiénes eran los ladrones o incluso podría haber sido uno de ellos. Mi viaje continuó y llegué a las manos de Juliana, quien después me llevó a las manos de Silvia, la señora del mercado del domingo que se pone en la calle de Madero. No me quejo de mi recorrido, pues Juliana me hizo ver el amor desde otra perspectiva: ella estaba enamorada de Luis, al cual conocí después de llegar a las manos Silvia… Y así es mi existencia, yendo de norte a sur, de este a oeste, pasando por miles de manos y sirviendo como llave de acceso a miles de productos. Soy un mero espectador de la vida. Qué injusta es a veces y qué difícil juzgar el porqué de las cosas. Yo seguiré rodando de aquí para allá, pero Francisco, estoy seguro, brillará donde quiera que sea su destino, él me demostró lo que realmente importa. Jamás me había sentido tan insignificante de ser un simple billete.
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Alejandra Moreno Villaseñor
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a emoción y la adrenalina del chico era inmedible, subió al avión y le pidió a su padre, Jorge, que lo dejara en el lado de la ventanilla, pues quería ver todo el espectacular trayecto hacia Cancún. Todo iba bien hasta que una tormenta llegó de manera inesperada y tuvieron que desviarse del camino. El piloto tomó el micrófono, y dijo: “Damas y caballeros, les informamos que debido a la tormenta debemos tomar otro camino, y el vuelo tendrá una duración de 4 horas con 12 minutos. Esperamos tengan un excelente vuelo con Interjet”. Al escuchar esa pésima noticia, Fernando se puso la sudadera, subió la música de sus audífonos a todo volumen y se quedó dormido en cuestión de segundos. No supo realmente cuánto tiempo pasó, pero de la nada un fuerte jalón lo despertó. Abrió los ojos inmediatamente y solo vio cómo el avión comenzó a dar vueltas. Él simplemente apretó los ojos y se sostuvo con ambas manos de los descansabrazos. Pasaron un par de segundos para que la situación volviera a la quietud, Fernando abrió los ojos y todo estaba mal. El avión se estrelló y quedó partido a la mitad. El chico se incorporó lo más rápido que pudo y vio que tenía sangre en las manos, pero no sabía de dónde provenía. Miró a su padre y se llevó una gran impresión al verlo ensangrentado, lo sacudía gritando: “¡Papá, por favor despierta! ¡No me puedes dejar solo!”. Después de varios intentos se rindió y decidió buscar a su madre. Ella se encontraba del otro lado del avión en la misma fila; saltó a su padre y llegó con ella, aún respiraba, pero estaba inconsciente. Fernando le quitó el cinturón y dijo: “Mamita, por favor no me dejes, no me dejes aquí solo, mamita, te lo suplico”.
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CUENTO
Mi ángel
CUENTO
Después de unos instantes, su madre abrió los ojos con mucha dificultad, miró a su hijo y susurró: “Eres un ángel con mucha luz, cuidate, mi niño, te amo”. Después de eso, puso los ojos en blanco y su cuerpo quedó sin fuerza al instante. Los gritos del chico eran imparables, lloraba y gritaba en busca de ayuda mientras tomaba las manos de sus padres. Después de un par de horas la noche cayó, el chico estaba inconsolable, no tenía ánimos de nada. Más tarde, caminó entre lo que quedaba del pasillo para ver si había algún sobreviviente, sus pasos eran lentos e inseguros, pues tan solo era un chico de 12 años rodeado de personas muertas. Gritó un par de veces: “¿Alguien con vida?”. Pero nadie respondió. Salió del avión por la puerta de emergencia y vio que estaba en medio de una jungla; no sabía a dónde ir ni qué habría cerca. Estaba nublado por la tormenta que había cesado. Decidió esperar a que amaneciera, así podría ver mejor las cosas. Se dirigió a la cabina del piloto, tenía la esperanza de que la torre de control lo pudiera ayudar. Al entrar se dio cuenta que nada funcionaba, todo estaba deshecho por el impacto. Fernando entró al baño, se sentó en el piso y se quedó dormido. Pasaron un par de horas y despertó con la esperanza de que todo fuera una pesadilla, al darse cuenta en dónde estaba supo que no era así. Salió del baño y todo se veía con mucha más claridad. Emergió del avión y comenzó a caminar a sus alrededores sin perder de vista el avión. La poca energía se le terminaba, así que volvió a los escombros en busca de algo de comida. Tomó unas galletas y un jugo, y mientras se las comía pensó en qué debía hacer: si esperar a que alguien lo encontrara, caminar hasta hallar ayuda o simplemente quedarse ahí con sus padres. Tras unos minutos decidió ir en busca de asistencia. Caminó durante horas, se detuvo por un momento y comenzó a llorar; se sentía perdido y sin ánimos de nada. Cayó la noche y se quedó dormido recargado en un tronco. Despertó alrededor de las seis de la mañana, moría de hambre así que comenzó a buscar entre los árboles, para ver si alguno era de frutos. Después de una gran búsqueda encontró como por arte de magia un arbusto con frutos rojos, corrió hacía ellos y los comió todos. Mientras comía, escuchó unos pasos, se levantó y preguntó: “¿Hola? ¿Hay alguien ahí?”. Nadie contestó. Fernando se sentía observado, como si alguien lo estuviera siguiendo, y por más que volteaba a sus alrededores nunca vio nada. Exhausto de la caminata, se sentó en unas rocas mientras se comía unos cuantos frutos que había guardado para después. Pasó un instante para que comenzara a escuchar un ruido poco convencional, intentó no darle importancia, pero cada vez se escuchaba más cerca de él. Miró con detenimiento y, cuando menos lo esperó, una gran serpiente cascabel estaba subiendo sobre su pierna derecha. Se quedó estático, no sabía qué hacer; era obvio que si se movía lo atacaría. La desesperación le ganó, se levantó de un brinco y comenzó a agitar las piernas y a golpear con una roca a la serpiente para que esta se cayera, pero sin éxito. La víbora lo mordió. Fernando intentó huir de ella, pero mientras más corría más lánguido se sentía. Debilitado, subió a un árbol con la poca fuerza que aún tenía y quedó inconsciente un par de horas. Al despertar vio que su pierna tenía vendas hechas de planta y unos
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trapos rotos con agua fría en la frente. Se levantó rápidamente y gritó desesperado: “¿Quién está ahí? “, pero solo se escuchaba el cantar de los pájaros. Después de unas horas, recuperó un poco de fuerza y con lágrimas en los ojos siguió caminando. Los días le parecían semanas de lo eternos que se sentían. Pasó poco tiempo para que encontrara un riachuelo, entró en él, se lavó las manos, la cara y tomó mucha agua. Siguió caminando por la orilla del riachuelo y se percató que conectaba con una laguna; esperó un par de horas y vio a lo lejos un pequeño bote; la energía le llegó de golpe y comenzó a gritar: “¡Ayuda! ¡Por favor!”. Una pareja de extranjeros alcanzó a verlo a lo lejos y se acercaron lentamente. Lo subieron al bote y en el camino les intentó explicar con su precario inglés qué había sucedido. Al llegar a tierra lo llevaron con la policía y se marcharon disimuladamente para no meterse en problemas. Fernando explicó todo lo que había sucedido, dijo en dónde se encontraba el avión con las personas heridas. Después de eso lo llevaron con un paramédico para que le atendiera la picadura de serpiente, le dieron analgésicos y comida. No sabía a quién llamar para que lo ayudara, hasta que pensó en su abuela Lucía. En el momento que le habló y le contó lo sucedido, la abuela tomó el vuelo más cercano y llegó en cuestión de horas al lugar. Al verla, Fernando se soltó en llanto y no quería despegarse un solo momento de ella. Después de un par de horas en las que declaró lo ocurrido, encontraron el avión y sus padres fueron incinerados. Fernando tomó un avión con su abuela hacia la ciudad de México con las urnas en las piernas, lloraba desconsolado, pero a la vez se sintió aliviado de que todo había terminado. Al llegar a casa, su abuela y él encontraron una carta en la entrada que decía: “Cuida a mi ángel”. Estaba junto con un pedazo de planta con la que le habían curado la mordida de serpiente. En ese momento los ojos de Fernando se llenaron de lágrimas; se dio cuenta que su madre fue quien lo cuidó en el camino y jamás lo dejó solo.
CUENTO
Los doce salones R Diego Fernando Benítez Mendiola
“Corrí a través de esos recintos con la desesperación propia de de un padre llegando Corrí a través esos recintos tardelaaldesesperación nacimiento de supropia hijo”. con
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de un padre llegando tarde al nacimiento de su hijo”. 21
CUENTO
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o recuerdo mucho, casi nada. Imágenes, momentos, sensaciones y alguna que otra palabra. Los doce salones R estaban conectados por puertas centrales, de tal manera que formaban un pasadizo interminable a simple vista. Yo llegué al 12R, el más lejano del 1R o Aula Magna, donde se suponía debía presentar un examen importante. Corrí a través de esos recintos con la desesperación propia de un padre llegando tarde al nacimiento de su hijo. Abrí puerta tras puerta, moví los pupitres ordenados perfectamente e incluso rompí uno que otro. Aunque, a decir verdad, mi angustia no era por el dichoso examen, sino por saber si ella estaba ahí. Empujé la puerta del Aula Magna, viejísima, colonial, hecha de madera, barnizada para su conservación, y más grande y pesada que las demás. El profesor aún no aparecía, el bullicio dentro del lugar era sinónimo de su ausencia. La busqué con la mirada en los múltiples grupos de conversación, pero no la encontré. Esa mañana, las ventanas, igual de antiguas que la puerta milenaria, estaban abiertas de par en par y la luz matinal las penetraba. Los rayos de sol reflejaron en su cabello negro el color arrebolado del amanecer. Era ella, sentada en el rincón como es su costumbre, ensimismada, leyendo sus notas y memorizando conceptos. Me invadió una profunda ternura al verla frotarse las manos, por tanto, decidí postrarme detrás de ella. Contemplé los lunares de su delgado cuello, cada uno acomodado a la perfección en un mar de piel. Mientras me inclinaba para hablarle, anhelé besar sus mejillas blancas y tersas como las páginas de un libro nuevo dobladas en el esbozo de su sonrisa. Todos estaban en su lugar, incluido yo. El barullo había cesado. El maestro impuso orden y el examen estaba a punto de comenzar. Un amigo, sumamente perspicaz, del cual no me había percatado hasta entonces, se acercó a mí. —¿Por qué no la besaste? —me murmuró. Desperté. Nada fue real. Ni el examen de aquella mañana ni los salones unidos en hilera como vagones del metro ni ella sentada en el rincón del primer vagón escolar.
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CRÓNICA
Luna de sangre Emma Aurora Flores Campos
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na madrugada de diciembre escucho el zaguán, pero estoy tan inmersa en un sueño que no abro los ojos para saber de qué se trata, lo que logra despertarme es mi celular vibrando a mi lado. Torpemente lo tomo entre mi manos y contesto, en el fondo se escucha el sonido de unas sirenas y los gritos de alguien agonizante. —¿Es usted familiar del señor Flores? —Es mi padre —contesté confundida y adormilada. —Soy paramédico, tiene que venir rápido, sufrió un accidente muy fuerte y no creo que llegue al hospital… Mi sangre se hiela y en menos de dos minutos salgo de mi habitación medio vestida y medio despierta. Busco a mi madre en la casa, pero no hay nadie;
pienso para mis adentro que seguramente se volvieron a pelear y por eso ella no está en la casa. Salgo corriendo hacia el lugar que me había indicado el paramédico y en menos de cinco minutos estoy ahí, no es lejos de mi casa, quizás un par de cuadras hacia el sur. La escena me impacta: hay pedazos de coche por todos lados, los vidrios forman un fino tapete en el asfalto que decora la sangre expandida por charcos alrededor del Mini Cooper rojo de mi papá, o lo que queda de él. Hay un poste de luz tirado en medio del camino y empiezo a atar cabos acerca de lo ocurrido. Las llantas y puertas quedan a mi lado mientras corro hacia la camilla donde está mi padre. El ruido y las luces me aturden, no sé qué pensar o sentir, pero no debo perder la compostura o nadie solucionará esto.
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Qué irónica puede ser la vida, ahora que estoy cerca de perder una parte muy importante de ella, la valoro. La llegada a mi destino me distrae de mis pensamientos. Entro a la sala de urgencias y veo a mi madre pálida en una esquina, camino hacia ella y me abraza, yo no sé qué decir, me siento vacía. Antes de hablar entra un doctor a dictaminar la amalgama de problemas de mi papá —Tiene cuatro costillas rotas, la pierna fuera de órbita que si no colocamos va a perder, la nariz también está rota, uno de sus pulmones colapsó, hay sangre alrededor de su corazón y lo más importante es que tiene dos vértebras de la columna rotas, necesitamos que firme estos papeles para autorizar los procedimientos. Mi mamá firma los papeles y yo solamente me quedo viendo al médico, no puedo creer que una persona pueda estar así de mal, parece que está al borde de la muerte. Como es de costumbre mi mente empieza a pensar lo peor, recuerdo con nostalgia todo lo que mi padre me enseñó como si él ya no estuviera aquí, pero olvido que está a unos cuantos pasos luchando por su vida. —Vamos a tener que ser muy fuertes —me dice mi madre. Yo asiento con la cabeza y vuelvo a sentarme en la silla del hospital, pasan dos horas, las peores de mi vida, la incertidumbre me invade, es un sentimiento terrible, estás en el borde de la miseria y no sabes en qué momento la vida te va a empujar al vacío. Mientras el nudo de mi garganta va creciendo y mis manos se congelan de nuevo, escucho a un par de enfermeras platicar por una esquina. —Ayer hubo luna de sangre, ¿sabías?
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CRÓNICA
Entre los curiosos alcanzo a ver a mi madre, quien discute con un agente de la policía que al parecer no quería dejar pasar la ambulancia que lo transportaba. En cuestión de segundos arregla el traslado y sube al vehículo para irse con él. Yo me quedo en el lugar, parece que ella no me vio, es entendible, yo tampoco lo habría hecho entre todo ese caos. Todo transcurre en cámara lenta… la gente, los ruidos, el momento. No alcanzo a descifrar qué acaba de pasar y estoy confundida. Llegan bomberos y más policías, sé que no es mi lugar, pero me siento en la banqueta al lado de una parte de su auto. —Despiértate —me digo a mí misma. Recupero la compostura y empiezo a sentir una ansiedad imperante que me paraliza el cuerpo… primero mis manos, luego mi cuello y al final mi rostro. No dejo que me domine y me levanto dirigiéndome a casa. Llego y despierto a mi hermana, llamo a mi abuela y dejo todo preparado antes de salir de ahí para irme al hospital. Recibo una llamada de mi madre, quien se sorprende al saber que yo estaba enterada de todo. —Te explico cuando llegue —exclamo. Pido un taxi y en el camino el conductor me cuenta que hace una hora vio un coche rojo estrellarse contra un poste. —Estuvo terrible, señorita, seguro el conductor no sobrevivió. Me río con coraje hacia adentro. ¿En qué estaba pensando papá? Dejo de escuchar al taxista y busco una respuesta a mi pregunta. Recuerdo cómo la noche previa lo había dejado bien en casa antes de irme a una cena navideña, donde di gracias por todo menos por mi familia.
Crónica de un día oscuro
CRÓNICA
Fernanda Padilla Mizrahi
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odo empezó ese día que se levantó de la cama, me miró a los ojos y me dijo que no podía llevarme a la escuela, se sentía muy mal como para agarrar el auto, por lo que regresó a su cuarto y se volvió a dormir. Al final, yo era una niña que todavía dependía de sus papás, mi mamá ya se había levantado para irse al trabajo así que me quedé sentada en mi almohada con un nudo en la garganta y teniendo en mente que ese día ya no asistiría a clase. Ir a la escuela era lo mejor para mí, era una distracción de mi realidad, aprender cosas que me sorprendían al igual que me interesaban. Ese día me quedé sin ver a mis amigas, maestros, y lo peor de todo esto es que el clima no le ayudaba a mi estado de ánimo: una mañana nublada con brisa de lluvia fría.
Me entró una luz de emoción, pensé que iba a desayunar algo calientito que ayudara a mi tristeza, corrí a toda prisa por las escaleras, llegué a la cocina y cuando abrí el refrigerador estaba vacío. No había nada de comer y me rugía el estómago, así que decidí despertar a mi papá para decirle que tenía hambre.
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me tomó muy fuerte del cuerpo. Fue un abrazó de muchas emociones: dolor, preocupación, alegría de tenerme completa, y otras más que seguro le llegaron a la cabeza, aunque nunca me quiso decir. Mi mamá le gritó a mi papá cosas que yo nunca pude entender por el estado de inconsciencia en que me encontraba, solo sabía que me defendía. Él se aferraba a nuestros brazos; no nos dejó ir hasta que subieron las autoridades en nuestro auxilio. Lo agarraron como pudieron, era un completo criminal, pero él se negaba a aceptarlo. A la fecha se declara inocente y se sigue pudriendo en un jardín al que llamo infierno. Desde ese día oscuro, triste y frío no volví a ver a mi papá, él ya no era mi padre. Recuerdo que con él mis horas, días, meses se volvieron tediosos, pasaba hambre; mi refrigerador ya no era más que un rectángulo que ocupaba espacio en la cocina. En mi escuela me complicaban el ingreso, no podía ver a mis maestros, amigos ni a los libros que me entretenían, y veía los días nublados cuando eran soleados. Mi héroe, el hombre de mis cuentos, mi mejor aliado, protector, había desaparecido, lo único que quedó en mis recuerdos fue ese monstruo que gritaba y se tragaba mi inocencia a su paso. ¿Papá? Desde ese día dejé de verte, te perdí, te enterré en mis recuerdos y mi corazón. Desde entonces no he vuelto a saber de ti, solo de ese demonio que me hace tanto daño cuando lo veo, que se come lo que ve a su paso. Ese día mi mamá me salvó, me cargó y corrió a un lugar lejos de esa criatura dañina. Dejó todos los objetos que eran como él: vacíos, nocivos y fríos. Desde aquel día, le lloro como el cielo hace con la lluvia, los volcanes con las erupciones y los terremotos con la tierra.
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CRÓNICA
Cuando llegué a su cuarto vi cómo mi papá ya no era él, lo había poseído un demonio que gritaba, lloraba y aventaba cosas. Estaba asustada, solo recuerdo haberme quedado paralizada observando su cara monstruosa, deformada con cada palabra que decía y no podía entender. Sentí un dolor intenso en el estómago, pero no supe diferenciar si era hambre o un golpe que había recibido de mi papá. Con ese dolor recuperé la conciencia, me percaté que no era ni uno de los dos posibles impactos, sino un comentario que perforó hasta lo más profundo de mi ser. Me era imposible reaccionar, estaba a dos de desmayarme, sentía una impotencia brutal por lo que me había dicho. El único hilo que pude sacar de mis entrañas fue un ligero llanto, me encogí y recargué en el clóset por lo débil que me sentía. Ese día mi papá no me mató a golpes, sino con una sola palabra, yo estaba completamente fulminada. Hubiera preferido vivir otras situaciones, pero entendí que uno tiene su propio destino, y nunca es por elección propia. Me levantó una fuerte sacudida, era mi madre que gritaba a todo pulmón. Había recibido una llamada de los vecinos, le dijeron que se escuchaban gritos y sabían que estaba en apuros. Intentaron ayudar, pero les fue imposible entrar a mi casa, tenía extrema seguridad; decidieron acudir a las autoridades. Ellos tampoco pudieron accesar, hasta que optaron por marcale a la única persona que tenía acceso: mi madre. La heroína de la historia. Llegó corriendo con sudor en el cuerpo, le temblaban las manos y le pareció imposible abrir la puerta de mi casa. Dio un buen suspiro, metió la llave en la chapa, le dio la vuelta a la puerta y por fin subió corriendo las escaleras, cuando me vio
CRÓNICA
Cuadro congelado
María Berumen de la Peña
A
menudo paso las tardes caminando por el centro de la ciudad. En ocasiones, incluso lo disfruto. El constante barullo de la gente, la desafinada melodía de los cilindreros y los edificios de estilo porfiriano que se alzan sobre cabezas de turistas y vendedores ambulantes hacen de este lugar un paisaje único. El once de mayo de 2018, caminaba sobre la Alameda, con la cámara entre las manos y la mochila sobre la espalda. Miraba distraída las calles y estatuas. En esa ocasión debía fotografiar al menos veinte cuadros que contaran una historia. En esto consistía mi proyecto final de fotografía. A decir verdad, no tenía ni idea de lo que quería fotografiar exactamente y a diferencia de otros días, la inusual quietud del centro estaba comenzando a decepcionarme. Apenas había automóviles, el museo estaba cerrado y en la Alameda solo había un par de parejas atascándose a besos, tal vez lo único común de aquella escena. Inquieta y un tanto fastidiada, me dispuse a caminar alrededor de la fuente que se ubica en el centro de la Alameda. Por encima del barullo citadino se alzó una voz. Al mirarlo me encontré con un hombre que, sentado dentro de una caja de cartón, gritaba todo tipo de barbaridades. Después de mirarlo detenidamente, era facil deducir que el hombre no se encontraba en sus cabales, me gustaría decir que era culpa de la constante exposición al sol o la falta de comida, pero el personaje que apareció después tampoco parecía cuerdo en absoluto. Alrededor de las dos y media de la tarde, distintas personas comenzaron a salir de los edificios aledaños, cientos de trabajadores que aprovechaban la miserable hora que les habían asignado para comer. Para entonces yo me había resignado del todo y con un mal sabor de boca tomé asiento en los escalones de piedra que adornan la Alameda. Desde mi patética posición miraba con desinterés a la masa de individuos de traje que inundaba el centro.
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CRÓNICA
Un hombre alto, joven y barbado se detuvo frente al indigente por unos momentos, extrajo una cartera negra y de piel del interior de su saco. La abrió de par en par, como hace una flor al amanecer. En ese momento el viejo en la caja de cartón dijo algo que no alcancé a escuchar. Solo puedo imaginar la gravedad de sus palabras, porque el señor de traje dio un respingo al instante y lo miró con las cejas fruncidas. Por unos segundos pareció bastante molesto. Negó con la cabeza y abrió la solapa de su saco nuevamente, con la clara intención de regresar la cartera a su lugar. Entonces todo pasó muy rápido, el indigente se paró de un salto de su caja de cartón y salió huyendo en dirección al museo de Bellas Artes. El hombre de traje soltó un grito. Fue entonces que comprendí lo que sucedía. El anciano había robado la cartera del hombre tan pronto se levantó, y ahora corría lejos. Para ser justos, el indigente no corría rápido en absoluto. A decir verdad, ni siquiera parecía que estuviera corriendo, era una imagen más parecida a un pingüino huyendo de su depredador, la foca. Sin embargo, el grito acusador del hombre barbado fue lo suficientemente sonoro para llamar la atención de algunos de los policías distribuidos por todo el centro histórico. Los oficiales respondieron casi al instante. Me sorprendió su eficacia. Al hombre de traje también pareció sorprenderle. Casi por instinto tomé mi cámara y la encendí. La elevé a la altura de mis ojos, de modo que el lente vio el resto de esta historia antes de yo. Al menos cinco policías reaccionaron al unísono, corrieron apresuradamente tras el anciano, quien apenas tuvo tiempo de mirarlos por unos segundos antes de que dos de los oficiales arribaran, lo tomaran por los brazos y lo detuvieran en el lugar donde se había parado. El hombre de traje recogió su maletín del suelo, se ajustó la solapa del traje y camino altivo y tranquilo hasta donde se encontraban los policías. Una vez frente a ellos, recibió su cartera y la guardó cuidadosamente dentro de su saco. Justo cuando comenzaba a pensar que lo mejor sería bajar la cámara e irme de aquel lugar, el hombre alzó el puño en el aire y le propinó un golpe en el rostro al anciano. Mi dedo, en el momento exacto, presionó el disparador de la cámara. El obturador se cerró frente a mis ojos por una milésima de segundo. Para cuando se abrió de nuevo, el cuadro había cambiado. El desorientado anciano era sostenido de los brazos por dos policías. El resto no hizo absolutamente nada. A juzgar por la expresión en sus rostros parecían comprender las acciones del hombre de traje. Por otro lado, me imagino que no iban a pretender defender a alguien que a nadie le importaba. Era una buena foto y una mala situación. Tal vez lo correcto habría sido caminar a la escena y decir algo. Pero antes de decidirme por realizar mi vacío acto de heroísmo, uno de los policías me miró fijamente. Me vio a los ojos y después observó la cámara. Entonces entendí que había sido mala idea fotografiar tal evento. Antes de que pasara otra cosa, di la media vuelta y caminé lejos de la escena mientras revisaba el carrete de la cámara. En la cual había una sola foto: un cuadro congelado de un hombre de traje golpeando a un indigente sostenido por la policía del centro histórico de la ciudad de México.
CRÓNICA
Su planta en mi suelo Fabricio Muñoz Franco
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espierto apenas escucho los sonares de una sirena ambulante. Sé que es una ambulancia más, no me entero realmente de lo que sucede. Mi madre está sentada en la cocina escuchando la radio y es extraño que esté despierta tan temprano siendo sábado a las seis de la mañana. Apenas RCG transmite qué acaba de acontecer justo delante del parque de al lado: una balacera cuya cifra de lesionados todavía no está bien definida. Ella se vuelve hacia mí y me pregunta por mi primo, pues se había quedado a dormir en la casa después de la posada del día anterior. También están dos de mis ocho tías por parte de mi madre. Ellas se habían dor-
mido en la sala, y mis primos pasaron la noche conmigo y mi hermano. Tengo la pronta necesidad de salir un rato a caminar con mi perro, yo tengo diez años en este momento. Le pregunto a mi madre si puedo salir y con una pronta actitud encendida me advierte que no lo intente, que ni se me ocurra asomarme. Se supone, según escucho en la radio, que la balacera ya se ha tranquilizado, y mi primo tiene la inquietud de explorar también. Apenas se despierta va a buscar algo de desayunar en la alacena. Afuera no pasa mucho durante este intervalo ni siento nada de la presión que a nuestros mayores sobrepasa. Sé que quiero asomarme, pero que mi madre no lo aprobaría.
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pos eran violentos en la ciudad de Saltillo y los simulacros nos recordaban el constante peligro de estar expuestos a esta ola de violencia. No me percato, al menos hasta algunos años después, pero los días enteros que estuve encerrado en casa fueron porque se había establecido un toque de queda durante aproximadamente semana y media. Acaso habría recordado algo que jamás me dejé ver a mí mismo cuando era un niño. Estoy en mi bicicleta, sueño constantemente con hazañas de gran valor cuando aprecio los cuadros panorámicos de una colonia azotada por tiempos e imprevistos que jamás en nuestras vidas habíamos pensado. Mucho menos imaginamos solapar con un forzado sentimiento de esperanza para ocultar las lágrimas de dolor de mi madre o de nuestros seres queridos. O de cualquiera que por antonomasia mostrara fraternidad para ayudarnos a mitigar la realidad del caos. Las casas preciadas de tantos vecinos, ahora las encuentro agrietadas; el concreto está bañado de balines de ametralladora color dorado y cartuchos de escopeta, verdes o rojos –algunas de estos los conservo al día de hoy–. Son nuestro primer gran descubrimiento. Las evidencias de una zona de guerra, los cascos de granada, los rastros de sangre en el suelo de esta, nuestra ciudad natal.
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CRÓNICA
En este momento ruego para que ya se haya acabado el tiroteo. El ejército está circulando, no sé qué ansias tengo de ver a los uniformados entablar acción de alguna manera. Pregunto si es posible ir al jardín al menos, y con el apoyo súbito de mi tía que está sentada en la mesa, mi madre aprueba dar escape a mis impulsos. Sobra decir que estoy ansioso por descubrir algo más. Pronto veo el pasillo corredizo con puerta de barro en la entrada a la cochera. Mientras jugamos béisbol –bastante popular en la ciudad de Saltillo–, las dudas sobre qué estará pasando emergen constantemente en mi mente. Regreso de jugar con mi primo un par de horas después, solo para enterarme que cerca de la colonia las cosas ya se reportaban tranquilas. Pregunto a mi madre de nuevo si podemos ir al parque. En esta ocasión, hundida en suspiros y algo atosigada, dice que sí: solo unos minutos, pues nos quiere de regreso inmediatamente y nos solicita que nos llevemos las bicicletas del almacén al otro lado del jardín. Debo admitirlo, tanto mi primo como yo salimos con abundante emoción. Pensamos que estábamos por descubrir algo nuevo, algo que aún no estaba en posición de presentir porque desconocía. Era una experiencia aterradora por dentro, porque los tiem-
CRÓNICA
Estamos dentro de una aventura y no lo sabemos. Lo que pasa, me digo a mí mismo, es que ahora me topo con un fragmento de realidad que nunca había conocido y, efectivamente, lo vuelvo visible. Escucho un par de sirenas. Ya nos alejamos de donde mi madre nos había encuadrado no salir. Entonces emerjo. No encontramos mucho en esos prometidos minutos y volvemos al mismo parque en la esquina de la casa. Sobre lágrimas de yeso arrancan círculos afilados, llantas de camiones repletos de soldados que resuenan con furia y me atisban. Están en la colonia, todavía deambulan cual si fueran almas perdidas. Es un día lleno de niebla, según recuerdo, porque tropiezo con un filo de metal al correr en la dirección donde se encuentran. Me levanto, entonces, para verlos desaparecer. Aferrado a no dejarlos ir, corro hacia la esquina del perímetro del parque, mi límite,
y es mi primo quien toma la iniciativa de seguirlos. Tomo mi bicicleta cuando él se estaciona para esperarme y entonces proseguimos. Pedaleo con una enorme cautela porque estoy atemorizado, jamás había visto esta parte de la colonia, pero también estamos siguiendo un transporte que daba una sensación lúgubre. La niebla se dispersa, en este momento es un poco más difusa, apreciamos con profundidad de campo lo que está pasando al menos diez metros adelante. Le llamábamos parque hundido a una arboleda pública acomodada a modo de hendidura, recuerdo haberlo visitado antes de ese día, pero no tanto de una anécdota en particular. Me acerco más, y mi primo es el primero en gritarme que corramos, cuando veo que hay una camioneta negra, cromada, rodeada de estos militares que a la orden del día abren fuego contra los centrífugos, y los acribillan
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dre quien nos abre y nos recibe con desmesurada preocupación. Quizás era muy niño en aquel entonces, pero no soporté la presión de tantas cosas alrededor al mismo tiempo, ni tampoco procesé la imagen que acababa de suceder, sino hasta mucho después. En los brazos de mi madre me siento seguro para dejarme quebrar con fragilidad y llorar abiertamente. Lloro, y los recientes recuerdos me hacen elevar el sollozo. Había estado en una aventura, porque gané la experiencia de no ver con ojos inocentes los actos de esta realidad que compartimos. Somos seres humanos, y eso lo entendí en aquel entonces, somos frágiles y afuera se encuentran muchas cosas por afrontar. Si bien ahora lo comprendo con más profundidad, al final del día comprendí el pavor de mis mayores, y ahí radica el tesoro de esta conmoción.
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CRÓNICA
en disparos con sangre quebrando astillas y ventanas. Mi acompañante me jala y toma con celeridad su bicicleta. Me apresuro a tomar la mía también, y entonces pedaleo. “¡Ahí vienen!”, es un grito que recuerdo haber escuchado, pero quizás solo retumbaba en mi cabeza. Pedaleo y pedaleo. Pedaleo como jamás había pedaleado en toda mi vida. Sigo a mi primo quien me deja atrás, yo me pregunto por qué acelera con tanta premura, pero me mantengo al tanto para poder verlo entre esta niebla. Finalmente alcanzo a observar el portón de mi casa a media cuadra, y entonces emparejo su velocidad. Corremos, tiramos las bicicletas y jalamos la reja, apenas está medio abierta. Entramos desesperadamente, cerrándola con un par de corazones latiendo a velocidades infinitas. Corro para tocar la puerta, que estaba cerrada, con mi primo checando la retaguardia, y es mi ma-
El acoso sexual en las universidades Valeria Rodríguez Pineda
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star dentro de un aula debería significar seguridad y respeto por parte de los alumnos y profesores, pero desgraciadamente esa no es la situación a la que miles de estudiantes se enfrentan diariamente. Un elevado número de universitarias ha sufrido acoso sexual. “Un estudio elaborado por la Oficina de la Abogada General de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) entre junio de 2017 y junio de 2018, indica que se han presentado un total de 251 quejas por acoso sexual y otras formas de violencia de género en la Máxima Casa de Estudios” (Camacho, 2018). Antes que nada, es importante aclarar qué es el acoso sexual. En México, los legisladores lo definen como cualquier conducta que comete una persona en contra de otra mediante el ejercicio abusivo del poder, acoso u hostigamiento, con el fin de incordiarla sexualmente, así como aquellas conductas con una connotación sexual que no son consentidas por quien las recibe y que pueden conllevar a un estado de riesgo o indefensión para la víctima. Muchísimas situaciones de esta índole quedan en el silencio debido al miedo que tienen las víctimas al agresor, a la reacción de sus familiares y amigos, o simplemente muchas piensan que qué caso tiene hablar al respecto, si al fin y al cabo quedará impune. Afortunadamente, internet ha abierto una nueva gama de posibilidades y entre ellas se ha vuelto común abrir las redes sociales y encontrarse con una publicación sobre el acoso, una víctima más que quiere alzar la voz y denunciar los hechos ocurridos dentro de su universidad. Un caso sonado en 2018 fue el del profesor de la Facultad de Ciencias, “SpiderMoi”, este personaje saltó a la fama hace ya varios meses cuando subió un video
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explicando su vida como profesor caracterizado de superhéroe. Todos lo amaron, me incluyo yo. Un maestro que quiera conectar tan ingeniosamente con su clase es digno de admirar. Pero en noviembre de 2018 salió la nota de que acosaba a una alumna sin cesar y ella sí se atrevió a señalarlo. El caso fue revisado por las autoridades universitarias y fue despedido. Un final “feliz” entre tanta impunidad. Nadie está a salvo, incluso el profesor que puede parecer el más recto o el compañero aparentemente más honesto pueden acosar a las estudiantes. Estamos en un país machista, a pesar de las mejoras en materia de equidad y seguridad hacia la mujer, no vivimos tranquilamente. En este año más jóvenes se han atrevido a exponer sus experiencias de acoso y se creó el hashtag #Aquítambiénpasa para crear conciencia sobre que, en cualquier universidad, sin importar si es privada o pública, puede haber víctimas. Esto surgió a raíz de los casos en la Universidad Autónoma de Guadalajara. Una alumna contó su historia sobre un intento de violación por parte de un compañero. Yo la leí casi enseguida que fue publicada, se viralizó rápidamente. Pero nunca creí el impacto que llegaría a tener en todo el país. Ver a alguien con quien puedes identificarte alzar la voz, inspira a hacer lo mismo, a no quedarte callada y a tomar conciencia sobre la problemática que repercute en todas las esferas de nuestras vidas. Lo más grave de este caso es que la UAG se muestra indiferente ante tantas y tantas acusaciones contra miembros de su claustro de profesores, incluso, para evitar ser juzgada, dicha institución hizo privado su Twitter e invitó al cese del movimiento porque afecta seriamente su reputación. Es tarde para ello, el movimiento es firme. Nadie debe quedarse sola en las sombras. ¿Qué
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“Estamos en un país machista, a pesar de las mejoras en materia de equidad y seguridad hacia la mujer, no vivimos tranquilamente”. harías si tu mejor amiga fuera acosada sexualmente? Gritarías por ella, la apoyarías, buscarías ayudarla. Ahora bien, piensa en cada estudiante del país como si fuera tu amiga y, si te es posible, haz algo. Al divulgar su historia ayudas a ejercer presión social para que su agresor sea juzgado. A veces escuchamos humor negro contra la mujer, piropos, obscenidades y nos parecen algo normal cuando no es así. Nos sentimos incómodas y por qué no decirlo, por qué no expresar nuestra inconformidad ante tales actos, hacerles sabes que no están bien, no deben ser tolerados ni mucho menos aplaudidos. Son denuestos que nos atacan y más allá de simples bromas tienen una carga machista tremenda. Debemos intentar cambiar nuestra cultura tan arraigada en la cosificación de la mujer y su deshumanización. Me alegra ver que tantos han dejado de ser indiferentes; sin embargo, son demasiados los casos que se presentan a diario en todo el país que me hacen pensar sobre si en mi escuela ha pasado alguna situación de esta índole. Nada suena, pero eso no quiere decir que nada pase. Y quizás esta es la parte que más preocupa, como es una situación desconocida, no se puede hacer nada al respecto.
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Referencias • Camacho, F. (2018). “En un año, 251 quejas por acoso sexual en la UNAM”. La Jornada. Obtenido el 3 de diciembre de 2018 desde https://www.jornada. com.mx/ultimas/2018/09/13/en-un-ano-251-quejas-por-acoso-sexual-en-launam-1697.html • Legisladores. (2018). “Esta es la definición de ‘acoso sexual’ según los diputados mexicanos”. Reporte Índigo. Obtenido el 3 de diciembre de 2018 desde https://www.reporteindigo.com/reporte/esta-es-la-definicion-de-acoso-sexual-segun-los-diputados-mexicano/ • Ojeda, A. (2018). “Fui víctima de acoso del profesor ‘Spider- Moi’ de la UNAM”. El Universal. Obtenido el 3 de diciembre de 2018 desde https:// www.eluniversal.com.mx/nacion/fui-victima-de-acoso-del-profesor-spidermoi-de-la-unam-0 • Redacción PA. (2018). “Denuncian cientos de casos de acoso en UAG; reglamento dice que ‘ellas lo provocan’”. Obtenido el 3 de diciembre de 2018 en https://plumasatomicas.com/noticias/acoso-abuso-sexual-uag-reglamento-twitter/
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¿Vagones exc de d
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clusivos para mujeres como zona defensa en el transporte público? Gabriela Erandi Arellano Suárez
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Según el Banco de México y el diagnóstico sobre violencia hacia las mujeres y niñas, el 65 por ciento de ellas ha sufrido violencia de género en el transporte público. La diputada del PAN, Wendy González Urrutia, señala que las mujeres son objeto de miradas lascivas en el 90 por ciento de los casos, seguido de 80 por ciento de silbidos, 70 por ciento de agresión sexual verbal y un 65 por ciento de contacto físico. Semejantes cifras me hacen estar de acuerdo con un vagón exclusivo para mujeres, porque te hace sentir un poco más segura transportarte en ellos que en otros vagones. Sin embargo, a pesar de tenerlos seguimos sufriendo estos altercados, situación completamente alarmante. Es triste limitar tu vestimenta o dejar de usar algunas prendas porque el comportamiento de otros así lo estipula. Mi punto de vista no justifica algunos argumentos extremistas que surgen con base en el feminismo recalcitrante, sino como una observación de la realidad. En la actualidad existen feminicidios a la alza, en redes sociales mujeres comparten experiencias negativas del transporte debido a las faltas de respeto que las han vulnerado. Nosotros como sociedad estamos normalizando que te griten obscenidades o piropos incómodos, y no es justo.
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l despertar lo primero que pienso es cómo me vestiré cada día. Suelo analizar mis actividades planeadas para saber qué me conviene usar, ya que generalmente me traslado en transporte público. Desgraciadamente, por ser mujer es común que nos falten al respeto por la forma como nos vestimos. No tenemos la libertad que deberíamos tener en este sentido. En el transporte he sufrido diversas faltas de respeto: me han subido la falda en múltiples ocasiones, se me quedan viendo al escote, me dicen piropos que incomodan e incluso alguna vez viajando con una amiga a ella le dieron una nalgada. Valorar la ropa me parece verdaderamente necesario. Al tomar un camión o el metro te atienes a los cuellos de botella en las escaleras, que se atasquen los vagones en hora pico, te empujen, te bolseen... Además de estos atenuantes negativos, por el simple hecho de ser mujer también tienes que cuidarte de hombres que faltan al respeto. Sé que como mujeres pedimos igualdad en salarios, empleos, oportunidades, educación, etcétera. Tener un vagón exclusivo podría verse como una contradicción de la igualdad de género, pero muy probablemente conocemos a alguna amiga, familiar o vecina víctima de una aproximación negativa por parte de depredadores.
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Cuando suena el despertador Alexa Mariana Zúñiga Becerra
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lo habitual. Lo peligroso sucede cuando se cree que esto no tiene repercusión alguna. Puede que la tolerancia sea mayor a la de alguien que siempre ha vivido en el campo, pero nadie puede vivir eternamente sin calma, a pesar de su resiliencia. Es importante darse momentos para verdaderamente descansar y alejarse del embrollo, obtener nada más que paz y reflexión. A veces la mejor actividad es la que no se hace. Tener espacios a los que se vaya cuando sea no es malo, la variedad de actividades organizadas en una ciudad es resultado de la demanda, pero el modo de vida que las genera es lejano de lo óptimo. La productividad se ha vuelto una prioridad para la humanidad, y las ciudades son ejemplo de ello. Se trabaja y se trabaja. Los lapsos invertidos suelen impedir que se tengan momentos de ocio. Entonces, cuando por fin hay tiempo libre, más que descansar, se busca liberar la extenuación por medio de otras actividades. Las luces de las oficinas se apagan para que bares y cantinas tomen las riendas. La labor se acaba pero el movimiento es continuo. La noche no es sinónimo de oscuridad, sino otra cara del día. Desde un punto de vista exterior, el quehacer nunca culmina y el escándalo nunca se va; es transformación. Emoción, misterio, peculiaridades y diversidad son atributos buscados en la ciudad. Una fuerte carga física y emocional es el precio, aunque podría pensarse que lo vale. Tras años y años de una vida así, se empiezan a anhelar serenidad e inactividad. Un modo de vida bucólico parece ideal. Las ciudades son enigmáticas. Para muchos continúan siendo una aspiración, pues se han vuelto la imagen del progreso. Nunca se acaban de conocer y en cada rincón se encuentra algo que contar. Pero hay que tener cuidado con lo que se desea; puede que la fantasía solo sea eso, algo irreal.
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mpiezan los días con bullicio y acaban con el arrullo del sonido de las sirenas. Residir en la ciudad es vivir en medio del caos, renunciar a la tranquilidad. Las urbes han existido desde hace siglos, así como la necesidad de tener lugares donde se concentren actividades comerciales, sociales y políticas. Pero es difícil pensar que alguna vez se imaginó la vida en ellas como ahora. Por definición, se sabe y espera que una ciudad “nunca duerma”: personas caminan por doquier, autos van en un sinfín de direcciones, altos edificios y comercios inundan las calles. La actividad va a estar ahí siempre, eso es innegable, pero la contaminación se ha vuelto un exceso, no solo en el sentido de basura y gases tóxicos, sino en cuestiones auditivas e incluso emocionales. Una vida ajetreada va a provocar estrés y cansancio. Tener que despertarse temprano, estar en el trafico, hacer exhaustivas tareas y llevar horarios ajustados es agotador. No saber cómo lidiar con esta marabunta es aún peor. Si se le agrega tener que convivir con millones de personas que padecen lo mismo, el fracaso está asegurado. En medio de la fatiga y el individualismo cae el citadino promedio: se queja del desorden de su entorno sin aceptar que contribuye a él. Ya sea por falta de tiempo o de interés, muchas personas olvidan hacer algo por su estado mental, por su actuar, por mejorar como seres humanos. Entonces nos encontramos con calles ahogadas en el sonido de cláxones que tocan cuando alguien tarda más de dos segundos en avanzar, con personas empujando en el transporte porque se les hace tarde para llegar a su destino, y con gritos de comerciantes que esperan ser escuchados a pesar de todo lo anterior. Como habitante de una ciudad, uno se vuelve resistente: el denso tráfico es soportable; la inseguridad, algo familiar; el ruido,
No tienen voz; sí ganas de vivir Giovanna Stefanía Monti Ramírez
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onsumimos carne porque nuestro cuerpo realmente lo necesita o simplemente es por complacer nuestro paladar? El vegetarianismo y veganismo son temas que han causado estruendo y múltiples debates entre miles de personas y diferentes culturas; pero generalmente pueden resumirse en las personas vegetarianas y las carnívoras, las cuales defienden sus posturas hasta el cansancio. En lo personal, prefiero llevar una dieta libre de crueldad animal, soy testigo del giro tan radical que la vida de alguien puede dar desde el primer momento en que se toma esta trascendental decisión. Ser vegetariano no solamente puede ser bueno para los animales, debido a que no atentas contra su vida, también beneficia de muchas maneras al ser humano, ya que lo conduce a un estilo de vida más saludable; esto siempre y cuando se mantenga una dieta balanceada. De acuerdo con estudios realizados por investigadores del Comité de Médicos (publicados en Nutrition Reviews), las dietas basadas en vegetales ayudan a prevenir enfermedades cardio-metabólicas, reducen el riesgo de contraer cáncer, previenen enfermedades del corazón, y obesidad.
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En 2016 se realizaron numerosas investigaciones publicadas en la revista American Journal of Clinical Nutrition, en las cuales se comprobó que las personas con una dieta vegetariana bien equilibrada tienden a llevar una vida más activa y energética que quienes sí incluyen carne en su dieta diaria. Son muchos los puntos a favor del vegetarianismo, está bien que cada uno decida el tipo de dieta a seguir en su vida; lo que quiero proponer es que no nos cerremos a probar diferentes estilos alimenticios. Me causa conflicto que categoricen sin conocer todas las opciones de comida existentes. Evitar comer carne no significa que se deje de complacer el paladar con delicias. Solo debemos abrir más nuestro panorama ante la diversidad culinaria. Otro argumento ocasionalmente implementado a favor del vegetarianismo es que la gente que trabaja en rastros suele ser gente muy fría. Algunos incluso disfrutan haciendo sufrir a los animales antes de matarlos, solo por entretenimiento: los electrocutan dejándolos inconscientes, los pican con cuchillos para que se desangren mientras siguen vivos, los patean, los golpean, no los alimentan adecuadamente y las condiciones en las que viven suelen ser sucias e inadecuadas. Cuando se toca el tema del vegetarianismo surge una duda válida: ¿cómo se sustituye la proteína de la carne? De acuerdo con diversos nutriólogos, existen alimentos de origen vegetal que contienen más sustancia proteica que la carne; el aguacate, la quinoa, el tofu y las legumbres son algunos ejemplos de alimentos de origen vegetal ricos en proteína. La carne no es esencial para el ser humano; si fuera indispensable, la proteína que nos brinda sería irremplazable. ¿Comemos carne porque es necesaria para el adecuado funcionamiento de nuestro organismo o solo porque deleita nuestras papilas gustativas con su delicioso y jugoso sabor?
Felicidad censurada Giovanna Stefanía Monti Ramírez
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n este pueblo, quien sonríe es internado en un manicomio de por vida. El sol gris con sus rayos asépticos lo explicaba todo.
Como fuegos artificiales
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Alexa Mariana Zúñiga Becerra
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l cielo se vestía de rosas y naranjas, un atardecer de otro mundo. El suelo fragmentado y lleno de cenizas adornaba el espectáculo. La naturaleza estaba de fiesta.
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Felicidad censurada Michelle Miller Hernández
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sta soledad se me nota en la mirada desde que soy pequeña. Desde que tengo memoria, las noches han sido así: desoladas, con nudos en la garganta y con miedo bajo la piel. Esta soledad se aferra a mis pensamientos y se incrusta en los recuerdos de alguien que nunca me quiso. Un día como hoy, él cambió mis noches, acariciándome al alma, besándome el cuerpo y arrancando todo aquello que alguna vez me dolió. Un día como hoy, la soledad dejó de ser mía y me volví solamente de él.
Cambio de ruta Raúl Cifuentes Aguirre
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MINIFICCIÓN
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l león estaba desconsolado porque su esposa había caído rendida a los brazos de su domador.
NUBES
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omo una nube me he ido desmoronando, siento cómo mis huesos fallan. Mi columna se hace neblina. Hasta la pera dulce me sabe a ceniza luminosa. Siento cómo voy siendo parte de esa boca de ballena flaca que va hundiendo mi barco y nublando mis estrellas. No hay edad para la muerte. Desde que uno nace comienza la nube a morir entre los cielos.
MISTERIO
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POSEÍA
l árbol del olvido deshoja ascuas de memoria, ¡lluvia de estrellas!, en el misterio de un estanque. Y un niño, Abraham, se desconoce a sí mismo al abrir un puñado de huellas del camino. Camino va a la tumba de su abuelo. Huele a hierbabuena el camposanto. Y un epitafio de ondas de luz se refleja en el agua de las flores.
* Estos poemas pertenecen al libro Retuerce el pez, editado por Gorrión Editorial, 2016 45
Retuerce el pez * Abraham Peralta Velez PUENTES A nuestros tatarabuelos
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o no había nacido todavía. Era sangre. Y tú, un angelito en vísperas de cántaro, de barro. Entonces, era un hombre de maíz, pleno, de leche espesa. Tú traías enaguas a las caderas. Y eras también de maíz. Teníamos un burro, quizá una vaca, plantábamos frijoles, chile, zacates… entre muros de adobe, entre muros de canto. Olíamos a leña chamuscada. De garganta de tierra la voz. ¡Y unos aguaceros! ¡Y un hambre! ¡Y un dolor en la médula del hambre! Éramos sequía. Y pájaros silvestres. Era canija aquella vida. Y era bella como un maguey abierto. Yo no había nacido todavía... Pero entre aquellas hambres ya se estaba juntando tu mano con la mía.
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TIERRA
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n puñado de tierra… Un puñado de estrellas… ¿Cómo decirlo? ¡¿Cómo?! Nadie está esperando mi llegada. ¿Nadie? ¿Y este puñado de tierra? ¿Y este puñado de estrellas? El día que llegue a casa, ¿¡tengo una casa, Dios mío!?, no habrá duda, regaré las estrellas de tu huerto.
FRANQUEZA
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POSEÍA
como aquella guitarra que se me rompió de niño, así ha sido mi vida, ¡tanto que yo he querido! Un sueño roto tras otro, un yo deshecho en otro.
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SONETILLO A Carlos Sierra Lechuga
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e creí libre. Me aprisiona la idea del mar con su llave. ¿Había en realidad una llave? Plúmbeo el mar se desmorona. El saber al saber traiciona. Sé ignorando, y vuela un ave. Sé que al final nada se sabe pero el mar ave me ilusiona. Al fin estoy, aquí de paso, polvo soy, polvo soy marino, polvo ciego soy y peregrino. Polvo de luz que en el ocaso volverá al mar en remolino como otro nadie en su destino.
ABRAHAM PERALTA VÉLEZ Poeta, editor y académico. Licenciado en Letras Hispánicas por la UAM-I, Especialista en Literatura Méxicana por la UAM-A. Ha publicado los libros de poesía: Metamar y el marinero (2009) y Retuerce el pez (2016), así como las plaquettes: Santa Prisca Outrage: A Protest Anthology For Injustice in a Post 9/11 World (2015).
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POESÍA
(2014), Túrbido (2014), Disertación Poética (2014); además de estar en la antología
Febrero, 2019 Ciudad de MĂŠxico