ESCRITORES Jim Kalep - Fuga -
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A
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etestaba enormemente aquellas endemoniadas reuniones que parecían durar una eternidad y que se repetían con excesiva regularidad en las habitaciones de la laberíntica mansión; es por eso que, apenas unos minutos antes de la hora marcada por el protocolo en que debía subir desde sus habitaciones, para el beneplácito de los invitados mando al demonio las prótesis con ganchos que le permitían elevarse a dos o tres metros en el salón y optó por algo más discreto y práctico, pero definitivamente menos divertido. o obstante el hartazgo, se tomó el tiempo necesario y puso especial atención al colocar los arneses correspondientes a los eslabones de su piel, bien sabía que una vez que saliera de la propiedad, no podía darse el lujo de perder alguna extremidad, ni mucho menos de quedar sin algún tipo de defensa contra las aterradoras criaturas que habían poblado desde siempre los cuentos infantiles que le narraban en ocasiones sus ciclópeas matronas.
C
on extremo cuidado y en absoluto silencio, al menos, tanto como se lo permitían las chirriantes maderas y los indiscretos goznes, abrió la puerta se su habitación y se dispuso a subir por la enorme escalera de espiral que la llevaría a la superficie.
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Entonces por fin has decidido escapar — exhalo en una voz sonora pero susurrante del anciano sioux que esperaba a la salida de la última compuerta.
penas y recibió un gesto como respuesta, en realidad jamás le había importado demasiado lo que hicieran los habitantes del lugar, mientras lo dejaran realizar sus cantos y fumar tranquilo no había algo que llamara particularmente su atención; y, aunque poseía la sabiduría de todo su pueblo y era capaz de rememorar lo ocurrido desde el origen del mundo en cada enorme bocanada de humo poco le interesaba ya la didáctica o los ancestrales métodos para transmitir su conocimiento a los más jóvenes; hecho que, al parecer, encantaba a sus anfitriones que preferían saber más bien nada de él. ... es una lástima que no te quedes a la pelea criatura — continuó sin siquiera abrir los ojos — esta noche acabaré con todas las moscas en un solo round... dejarán de zumbar... habrá silencio... habrá paz.
Y
con esa última palabra comenzó uno de sus cantos; él representaba siempre el número anterior y se preparaba rigurosamente de la misma forma para cada ocasión, entonando con sus múltiples gargantas inimaginables sonidos, mientras engrasaba sus ancianos, pero potentes músculos y vestía apenas con plumas en la espalda para enfrentar la batalla.
S
i el anciano tenía razón en verdad que sería una lástima perderse aquel espectáculo, sin embargo, en doscientos años nadie había logrado detener al enjambre de moscas; sus zumbidos aturdían el pensamiento, sus patas abrían diminutas pero múltiples heridas y las secreciones que emanaban de su boca producían cientos de quemaduras al 26