Cenotafios de Jalisco Jorge Sposari
Señales de tránsito, al más allá. Un cenotafio es algo así como un sepulcro vacío que tiene como objetivo establecer el lugar exacto en el que un ser querido pasa de vivir a morir casi siempre al cruzar de manera imprudente la carretera, por una bala perdida o por una bala encontrada. No hablo de los cenotafios enciclopédicos, de los que se llenan la boca el abuelo Google, la tía Siri o el sabelotodo de Wiki, mi vecino.
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Hablo de la mirada sorpresiva de los que van montados en un automóvil rumbo quien sabe a donde. Del lance fortuito de encontrar sin buscar esas crucecitas del camino, que nos rompen las retinas en mil pedazos, atiborradas de Disney Channel y papá Netflix. Hablo del amor interrumpido, de los que arriesgan la muerte para recordar la vida, las flores de papel crepé, las hileras de letritas memoriosas, la negación de lo evidente. Esa música de fondo de autos pasando como navajas, como tiburones insaciables pasando, de la muerte pasando. Hablo de Don Hilario que me contó con lujo de ternura y asombro: Ella era una niña muy apreciada, se llamaba Tatiana, le decíamos Tani, tuvo la desgracia de que un fulano enfermo de la mente, como digo yo, se enamorara de ella, vamos a decir. Ese día venían varios, la invitaron a subir a un carro y cometió el error de subirse, cuando quiso bajarse la aventaron. Yo estaba esperando para cruzar, venía pasando un tráiler y me tocó ver la acción. Según el dicho, se suicidó en el penal. Hablo del amor así de simple, de los altarcitos a orillitas