NACIMIENTO DE MI PUEBLO M igue l Ánge l Ca lde rón Solís
Un príncipe danés que se hizo franciscano Fundó un intruso caserío Bajando de la sierra, a medio paso entre el lago Y los cerros de lava congelada. Allí nació mi Pueblo. En lo alto de esa colina capitana Trazó la modesta casa de sus frailes hermanos. Allí fue la simiente de este templo Ofrecido a la abuela de Cristo. Los vómitos volcánicos, las canteras De crepúsculos tenues Y los añosos troncos de los pinos serranos Surtieron a las antiguas y guerreras manos Ya subyugadas. Esta fachada austera ganó su altura Como el Santo de Asís. Algunas conchas de un mar mineral, Olvidado en los tiempos, Humildes y devotas como el Hermano mayor, Se incrustaron como faroles de luz de ceniza En el rosado frontispicio. La viguería apretada, de anhelos celestiales, Sostiene con aplomo el tejado a dos aguas que protege a la nave señera Como un manto de terracota. Esta nave, fondeada en esta frontera áspera, Transita sin moverse desde hace casi 5 siglos. Y sigue recordando la llegada del nuevo dios barbado. Por allá, entre las piedras que invocan el nombre de mi Pueblo, El antiguo dios de rostro pétreo continúa su interminable agonía Enterrado en la ciudad perdida, en las piedreras.
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