Sierra de Gata Onírica. Historias, leyendas y anécdotas por Chuchi del Azevo

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SIERRA DE GATA ONÍRICA (HISTORIAS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS)

SIERRA DE GATA ONÍRICA (HISTORIAS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS)

Una mañana, quizás de las más calurosas del verano, le dijo: HISTORIAS DE USUREROS, PRESTAMISTAS Y GENTE NECESITADA

-Eleuteria, estoy pensando que sería bueno que hoy me acompañases de pesca. -¿Y eso? -preguntó extrañada la generosa mujer. -Tengo que ir lejos y voy a necesitar algo de ayuda; las pozas donde tengo por costumbre pescar tienen pocos peces este año, y me temo que el ir sería en vano, por ello estoy pensando desplazarme más lejos, a las Potras. -¿Y no tienes a algún compañero de faena que te acompañe? -preguntó ella intentando evadir una tarea que intuía que le iba a desagradar. -Si llamo a alguien para que me acompañe tendré que partir con él las capturas y el día no será nada rentable. Con esa respuesta el Tío Vitorio le dejaba entrever cuál era el fin principal de tanto sacrificio. -¡Bueno……¡, si no queda otro remedio te acompañaré- respondió con resignación la pobre mujer.

Emiliano y Felicina llevaban toda la noche sin poder dormir, uno de sus hijos había enfermado de sarampión y las intensas fiebres no le bajaban. El médico del pueblo, que tenía por norma atender a las gentes más humildes de la localidad; aunque no tuviesen dinero para pagarle, les había dicho que era necesario que le administrasen unas medicinas; pero Emiliano llevaba bastante tiempo sin poder cruzar la frontera a Portugal y traer mercancía que pudiese generarle algún ingreso. Además, Feliciana había agotado los escasos ahorros que tenía guardados en una pequeña caja de metal que escondía en la alacena de la cocina. Por tanto, ni uno ni otro contaban con recursos para adquirir las tan necesitadas medicinas. -Hay que hacer algo Emiliano, no soportaría que mi niño se muriesi porqui no hubiésemos podio pagar unas medicinas. -No sé……., ya no sé de óndi sacar dinero; he agotao to los recursos, no sé a quién le pueo pedir ayuda –sentenció un Emiliano apesadumbrado. -Yo había pensao acudir a la tía Simona. ¿Qué te pareci?

Una vez que el tío Vitorio preparó todos los aparejos de pesca, le dio a su mujer el covanillo donde iban los ambuis. Él llevaría los trasmallos, que era lo más pesado de todo. La marcha se inició temprano y durante horas anduvieron por veredas y caminos inaccesibles. Una vez en el río, le dijo a su esposa que empezase a machacar el ambui y que una vez hechas las bolas las dejase a sol para que se secasen. Cuando el tío Vitorio volvió, su esposa no paraba de sudar; había conseguido triturar todo el ambui y había hecho unas doce bolas, las suficientes para capturar todos los barbos y bogas de una gran charca que había visto.

-Sabes de sobra que no soy partidario de pedir prestao a esas sanguijuelas, no son personas serias y a la mínima te la juegan; pero me temo que esta vez no me quea más remedio que resignarmi. Feliciana tomó su toquilla y esquivando como pudo los charcos que se habían formado en las empedradas calles con la reciente lluvia corrió todo lo que pudo hasta que llegó a la casa de la usurera. Golpeó con sus nudillos enrojecidos por el frío el portón de la vivienda hasta que detrás de ella se escuchó una vocecilla.

Con un gesto le indicó a Eleuteria que le siguiese, una vez en la charca levantaron un par de paredes con los trasmallos y con el tercero, él por una punta y su mujer por la otra, comenzaron a barrer el río. La cesta no paraba de llenarse de peces y Eleuteria le decía a su marido una vez tras otra que ya era bastante, que no iban a poder con tanta pesca; pero el tío Vitorio quería aprovechar este día de fortuna.

-¿Quiené? –preguntó una vieja enjuta, cejijunta, con una larga cabellera trenzada que le llegaba hasta la cintura y misteriosamente vestida de negro.

Al final de la jornada habían capturado unos setenta kilos, incluso en los trasmallos había caído algún galápago que era lo que más repulsión le daba a Eleuteria. El tío Vitorio empezó a llenar los sacos, que habían traído, con la pesca obtenida. Una vez llenos le dio el más pequeño a su esposa, portando él el de mayor tamaño. El regreso a Acebo fue una auténtica tortura para Eleuteria.

La puerta se abrió lentamente y desde el interior Simona le indicó que pasara.

Cuando llegaron a la casa el tío Vitorio le dijo a su esposa que fuese a avisar a sus vecinos, familiares y amigos para darles alguno de los peces que habían capturado y así celebrar el éxito de un día tan provechoso; a lo que la Tía Eleuteria, con un desagradable tono de indignación, respondió: -¡De eso nada¡. Con lo mal que lo he pasado como para regalar ahora el pescado. El tío Vitorio se dio la vuelta con una amplia sonrisa en su rostro y con una sensación de satisfacción difícil de explicar; por fin había hecho comprender a su mujer que ellos vivían de ese trabajo y que regalar los frutos de tanto sacrificio en nada les beneficiaba.

-Soy yo, tía Simona, Felicina; quería hablar con Usted de un asuntu -respondió una joven Feliciana decidida a toda costa a salvar a su retoño.

-¿Qué es esi asuntu que te traí hasta mí moza? -Verá tía Simona –le costó pronunciar a Feliciana- tengo al más pequeño de mis hijos enfermo de sarampión y Don Cosme ha dicho que para salvarlu es necesario que compremus unas medicinas que le curin, peru no tenemos dineru pa ello; Emiliano no ha podio cruzar en mesis a Portugal y yo he agotao tos lo mis ahorros. -¿Y cuántu os jaci falta? -Pues con unas cien pesetas sería suficiente -Feliciana aprovechó para pedirle un poco más de lo que costaban las medicinas, por si la cosa empeoraba y era necesario llevar al bebé a algún sitio para que lo curasen. -Esu es muchu dineru pa los tiempus que corrin; ya sabis que cobru de interesis la metá de lo que prestu y que en un mes me lo tenei que devolver.

Junio de 2012

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