Sierra de Gata Onírica. Historias, leyendas y anécdotas por Chuchi del Azevo

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SIERRA DE GATA ONÍRICA (HISTORIAS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS)

SIERRA DE GATA ONÍRICA (HISTORIAS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS)

-Un poco de paciencia, por favor -le respondió el más anciano de todos los regidores del concejo. El tiempo fue pasando y los allí concentrados cada vez se impacientaban más; pero por fin se escuchó en la calle la voz del cochero que anunciaba la llegada del tan esperado Corregidor de Sierra de Jálama. Al instante se abrió la puerta del salón de actos en donde se encontraban reunidos los cinco regidores de San Martín de Trevejo. -Buenos días Señores -saludó el Corregidor con voz marcial.

Tancino se tumbó de nuevo sobre la orilla a la espera de la llegada del barquero. Cerró los ojos y su respiración pareció detenerse; el tiempo transcurrió dominado por Cronos, mientras el resto de los espectros deambulaban a su alrededor. Los pitidos eran cada vez más agudos, a la vez que oía como alguien rascaba la superficie de arena que se encontraba por encima de él. Por fin un golpe de aire fresco penetró por su nariz parecía que iba a recuperar el aliento; pero en ese instante unos dedos forzaron su maxilar inferior hacía abajo y extrajeron el óbolo, ya casi oxidado, de su boca. De nuevo la tierra comenzó a caer sobre su cabeza y al instante todo se silenció. Se encontraba de nuevo en el inframundo rodeado de espectros.

-Buenos días Don León -contestaron al unísono los allí concentrados. -Voy a ser muy breve porque la situación es crítica y el País corre un serio riesgo si no actuamos con rapidez y lealtad. El felón que hoy yace bajo tierra pretende usurpar, en un último acto de vileza, el trono a su legítimo dueño, Su Majestad el Rey Don Carlos María Isidro. Por ello es necesario, hoy más que nunca, que Sierra de Gata, con todas sus poblaciones y todos sus vecinos al frente, nos opongamos a ese latrocinio que pretende imponernos una soberana que no es la legítima heredera. -¡Viva el único Rey legítimo de las Españas, Don Carlos María Isidro! -gritaron todos los asistentes. A continuación, todos ellos reflejaron con su firma, en el acta redactada por el escribano del Consistorio, que los allí reunidos tan sólo reconocían como Rey de España al hermano del inefable Fernando VII; quien se encontraba exiliado en Portugal reuniendo a un poderoso ejército para derrocar a su sobrina. La declaración pública no pasó desapercibida para los isabelinos locales quienes lo denunciaron a las autoridades militares locales que enviaron al coronel Domingo Losada para que fuesen detenidos. Los cinco regidores de San Martín fueron apresados y llevados a la prisión de Alcántara, allí fueron torturados hasta que reconocieron su hecho y su arrepentimiento. Mientras tanto, el Corregidor de Sierra de Jálama consiguió huir a Portugal poniéndose a las órdenes del rey de los carlistas españoles.

UNA TRAVESÍA INCONCLUSA POR EL AQUERONTE

Un ambiente onírico lo envolvía todo alrededor de Tancino, no sabía muy bien dónde se encontraba; flotaba sobre la superficie, sus piernas eran ligeras como el aire y un olor a humedad lo inundaba todo. Gemidos, lloros, quejidos, frases y palabras inconexas era la música que armonizaba a los cientos de espectros que rodeaban a Tancino. Al poco de estar allí pudo comprender que había abandonado el mundo terrenal y que se encontraba cerca de la orilla del Aqueronte, junto a todos aquellos que estaban en su misma situación. Al intentar emitir una palabra notó que algo metálico se hallaba bajo su lengua, introdujo sus dedos en la boca y sujetando el objeto con el pulgar y su dedo índice lo extrajo y pudo comprobar que era un óbolo. Lo volvió a introducir en su boca y la cerró con fuerza para que no se extraviase; sabía que lo necesitaría, era la tarifa que Caronte le iba a cobrar para cruzar el río Aqueronte y poder tener paz eterna.

Al fin un fuerte oleaje mecido por unos vientos lanzados por Eolo permitió la llegada del ansiado Caronte. El viejo andrajoso se bajó de la barca y empezó a examinar a todos los allí reunidos. Vueltas y vueltas entre los espectros para elegir a aquellos que pudiesen montar en su barca. Por fin Caronte se decidió y entre los elegidos se hallaba Tancino. Éste aguardó su turno y cuando se disponía a subir a la barca Caronte se colocó frente a él y con un simple gesto, alargó su brazo y exigió su tarifa. Tancino introdujo sus dedos en su boca para extraer la moneda y pagar al barquero, pero ésta no se encontraba allí, se la habían robado. El pitido, la retirada de la arena, la mandíbula forzada; ahora le cuadraba todo. Los hombres terrenales, los que aún transitan por el mundo de los vivos, habían excavado su sepultura en la que sus familiares le habían enterrado y le habían robado con una máquina diabólica la moneda con la que debería pagar al barquero y que de no ser así le condenaría a vagar por el valle de los muertos, hasta que Caronte decidiese transportarlo gratuitamente hasta la otra orilla.

VIVIR A CRÉDITO Hoy era un día de alegría en casa de los Bujíos, el cabeza de familia acababa de llegar, después de tres meses, de la mina de wolframio en la que trabajaba en lo alto de Jálama. La llegada era ansiada desde hacía semanas porque los pocos ahorros que tenía la madre se habían agotado hacía días y la familia llevaba viviendo de prestado de forma agónica y las deudas se acumulaban en los comercios de alimentación de la población. Al padre no le dio tiempo ni a sentarse a la mesa de castaño que estaba en frente de la chimenea, de lo que simulaba ser la cocina-salón de la humilde morada en la que habitaba la familia. Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta raída con la que se abrigaba del intenso frío y sacó de él un fajo de billetes de quinientas pesetas. En total los tres meses de trabajo a destajo y en unas condiciones de semiesclavitud le habían supuesto unas ganancias de cuatro mil pesetas. La madre y la hija mayor no esperaron a que el extenuado minero se sentase en la destartalada mesa y se sirviese un vaso de vino de pitarra. Se pusieron las toquillas y la madre escondió el dinero en el bolsillo interior de la faltriquera. Las dos se encaminaron en dirección al comercio del tío Ángel, que era en el que sabían que la deuda era más considerable. Madre e hija entraron en la tienda sigilosamente, no querían llamar la atención; ya que querían liquidar la deuda que tenían de la manera más discreta posible. Al fin se quedaron solas con la mujer del dueño. -¿Cómo andáis?

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